Carpaccio o Bacon

6 – Carpaccio o Bacon

Una pareja admirando sobre una pared invisible algo que no se ve.

El – ¿Panini, no?

Ella – A ver…

Ella se aproxima y, asomándose, lee el nombre del pintor inscrito debajo del cuadro.

Ella – Carpaccio.

El – ¿De verdad?

Admiran durante algún tiempo el cuadro, antes de pasar a otro.

Ella (juguetona) – ¿Intentas adivinar?

El – Venga…

El mira el cuadro con mucha atención.

El – ¿Picasso?

Ella le echa una mirada para hacerle entender que no es.

El – ¿Pissaro?

Ella – Pissaro… ¡Picabia!

El – ¡Por supuesto! Siempre los confundo.

Pasan a otro cuadro.

El – Ahora tú, ¿verdad?

Ella mira el cuadro con mucha concentración.

Ella – ¿Manet…?

El mira el nombre por debajo del cuadro para averiguarlo.

El – ¡Monet!

Ella – ¡Bueno…! No es tan diferente, ¿no?

Pasan a mirar otro cuadro.

Ella – ¡Mira! Algo de Bacon…

El la echa un vistazo, sorprendido. Luego los dos miran el cuadro.

Ella – Está muy bueno, ¿no?

El – Sí, es…

Ella – Es Bacon.

El – Sí…

Silencio.

Ella (pensativa) – A veces, me pregunto…

El – ¿Qué?

Ella – Si no supiera que es Bacon, a lo mejor lo encontraría asqueroso…

El la mira desconcertado.

Ella – Igual para todas estas obras. ¡Si no supiera que valen millones! De verdad, imagínate que no hayas nunca oído hablar de La Gioconda. Caes en  el mercado de la pulgas. Se vende por unos cientos de euros. ¿Puedes afirmar, por cierto, que la colgarías encima de tu chimenea? Esa tonta con su estúpida sonrisa…

El lo piensa.

El – De todas formas… no tenemos chimenea…

Ella – No, hay que reconocerlo, hemos visitado decenas de museos, centenares de exposiciones, y ni siquiera somos capaces de notar la diferencia entre una obra maestra y un mamarracho…

El – ¿Cómo averiguarlo? No se pueden ver sino obras maestras en los museos. Lo que es una pena. En cada museo tendrían que dedicar una sala exclusivamente a los mamarrachos. El principio del test a ciegas,  ¿entiendes? Para averiguar si los demás cuadros son realmente bellos o si no parecen así porque nos dicen que lo son.

Ella – Además, los museos son como las iglesias, ¿no ? Uno va allá más bien por el ambiente.

El – Afortunadamente, no se necesita creer para practicar… Lo mismo que con el amor…

Ella le mira sin comprender.

El – Digo, lo mismo que con el matrimonio… Mira… Nos hemos casado en la iglesia… Y sin embargo, no creemos realmente en Dios…

Silencio.

Ella – ¿Te acuerdas de nuestro viaje de bodas en París? Me habías llevado al Museo Picasso…

El (nostálgico) – Sí…

Ella – Estábamos tan emocionados… Y hasta la mitad del recorrido no nos dimos cuenta que no era el Museo Picasso, sino el Museo de Carnavalet…

El – Sí… Los dos quedan en el mismo barrio. Y la verdad que por fuera se parecen mucho…

Ella (sonriendo) – Empezaba a preguntarme por qué los preliminares duraban tanto…

El – ¿Los preliminares…?

Ella – Quiero decir, Picasso… Su primer periodo…

El – ¡Ah, sí…!

Silencio. Empiezan a irse.

Ella – ¿Has oído hablar de ese artista que pinta los fondos marinos?

El no comprende muy bien.

Ella – Se pone un vestido de hombre rana, planta su caballete en el fondo del mar y pinta corales.

El – No… No lo conozco a ese. ¿Y cómo está?

Ella – Pues, bien…