12 – Los muebles
El escenario está vacío. El está aquí. Ella llega desde fuera.
Ella (mirando alrededor, consternada) – Pero… ¿dónde están los muebles?
El (satisfecho de si mismo) – Nunca adivinarás.
Ella le mira, esperando una explicación.
El – Un tipo llamó a la puerta esta mañana. Un anticuario.
Ella (inquieta) – ¿Y qué?
El – Primero le dije que no teníamos nada que vender.
Ella – ¿Y después…?
El – Me dije que no costaba nada pedir una evaluación de todo esto. La estimación era gratuita. Nunca adivinarás cuánto me propuso a cambio de todas esas antiguallas.
Ella – ¿Cuánto…?
El – Más de lo necesario para comprar otras.
Ella – ¿Por qué venderlas entonces?
El – ¡Para cambiar un poco! Me habías dicho que querías comprar otro sofá.
Ella – ¿Y qué?
El – Sabes muy bien que al cambiar el sofá hubiéramos tenido también que comprar otra mesa que correspondiese. Luego cambiar la sillas también, etcétera…
Ella – Bueno, quizás…
El – ¡Nos hubiera costado un montón! ¿Y qué hubiéramos hecho con nuestros muebles de antes?
Ella no contesta.
El – Así es mucho más simple.
Ella – ¿Y mientras tanto qué?
El – ¿Mientras qué?
Ella – Que volvamos a comprar otros muebles…
El mira alrededor, al escenario vacío.
El – Personalmente, nunca me han gustado mucho las habitaciones sobrecargadas.
Ella – Pues seguro que ahora no está sobrecargado.
El – ¿No estás contenta?
Ella – ¿De no tener muebles…?
El – ¡Pero tú me dijiste que ya no te gustaba ese viejo sofá!
Ella – ¡No te he dicho que no quisiera muebles! ¡Ya ni siquiera tenemos una cama!
El – Pero acabo de explicarte que… ¡Pensé agradarte!
Ella (conciliadora) – Bueno, vamos al restaurante esta noche. Dormiremos en un hotel y mañana volvemos a comprar muebles ¿De acuerdo?
El – De acuerdo…
Silencio.
El – Nos queda escoger el estilo.
Ella – Si tenemos que cambiar, vamos por el moderno, ¿no?
El – Sí… pero en ese caso, tendremos que repintarlo todo…
Ella – Eres demasiado perfeccionista, ¿no te parece?
El – Muebles modernos con estas pinturas descoloridas, va a chocar…
Ella (irónica) – Y si cambiamos de piso de una vez.
El – ¿Tú crees? (Un tiempo) Mira, por lo menos, no costaría mucho mudarse… Ya no tenemos muebles. Cerramos los contadores del agua y la electricidad, nos vamos, y ni siquiera tenemos que volver.
Ella de repente tiene una duda.
Ella – ¿Pensaste en vaciar los cajones?
El – Claro.
Ella – ¿Y tu alianza?
El – ¿Mi alianza?
Ella – ¡La que guardabas en el cajón de la mesa de noche!
El – ¡Joder…!
Ella no dice nada, pero se nota que está muy afectada. El está muy mal también.
El – Hacía tanto tiempo que estaba allí. Ni siquiera me acordaba…
Silencio.
Ella – ¿Tienes la dirección de este anticuario?
El – No… Me pagó en efectivo, lo puso todo en el camión y se fue. (Un tiempo, sin convicción) Si la encuentra nos llamará…
Ella (amarga) – Claro… Y si no la encuentra, siempre podrás cambiar de mujer… Escoger una más moderna, que se armonice mejor con las nuevas pinturas y los nuevos muebles.
El – Lo siento…
Ella – ¿Y por qué nunca la llevaste, tu alianza?
El – ¡La llevé! (Un tiempo) Antes de casarnos… ¿Te acuerdas? Había comprado esos anillos en un bazar en El Cairo. Para hacer creer que ya estábamos casados. Si no, en los hoteles no querían alquilarnos una habitación.
Ella – Ya que has vendido los muebles, incluso la cama matrimonial, sí que tendremos que ir al hotel esta noche…
El – No te preocupes. Aquí no nos preguntarán por la partida de matrimonio.
Ella – ¿Y después de casarnos? ¿Por qué la dejabas en la mesa de noche?
El – Pues… por miedo a perderla.
Silencio.
El – ¿Sigues enfadada…?
Ella no contesta.
El – ¡Vamos!
Ella – ¿A dónde?
El – ¡Al hotel! Será como otro viaje de bodas… ¡No más alianzas, no más muebles, pronto no más piso! ¡Volvemos a empezar de cero!
Ella – Yo todavía la tengo, mi alianza…
El – Pues mejor quitártela.
Ella – ¿Y por qué?
El – Pareces casada. Yo no. En el hotel van a creer que se trata de un adulterio…
Ella – Me dejas escoger entre la soltería y una relación ilegítima. ¿Es eso?
Se van.
Ella – Tienes una idea un poco rara del matrimonio…