Bar Manolo

Una comedia de Jean-Pierre Martinez

Posibles repartos :

Para 7 : 1H/6M, 2H/5M, 3H/4M, 4H/3M, 5H/2M, 6H/1M,

Para 8 : 1H/7M, 2H/6M, 3H/5M, 4H/4M, 5H/3M, 6H/2M,

Para 9 : 1H/8M, 2H/7M, 3H/6M, 4H/5M, 5H4M, 6H/3M, 7H/2M,

Para 10 : 1H/9M, 2H/8M, 3H/7M, 4H/6M, 5H/5M, 6H/4M, 7H/3F

Como consecuencia a un accidente de carretera implicando un coche fúnebre, la llegada en un bar de un ataúd conteniendo un billete de lotería es el argumento de una comedia muy divertida. Con Bar Manolo, Jean-Pierre Martinez firma una comedia con un ritmo rápido y presenta una pintoresca galería de retratos. Combinando hábilmente los procesos cómicos tradicionales y temas inesperados, el autor ofrece al público una pieza sabrosa a degustar sin moderación. Cita en frente del cementerio para un espectáculo… ¡mortal!


Aquellos textos los ofrece gratuitamente el autor para la lectura. Sin embargo cualquier representación pública, sea profesional o aficionada (incluso gratuita), debe ser autorizada por la Sociedad de Autores encargada de percibir los derechos del autor en el país de representación de la obra. 


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El Bar Manolo es popular por estar ubicado justo frente al cementerio. Manolo, el dueño del lugar, es un aficionado a los crucigramas y la bebida, lo acompaña Conchi quien se encarga de la limpieza, la comida y de tomarse algunos traguitos mientras éste no se da cuenta. Variedad de personajes llegan al establecimiento donde tienen lugar los amores prohibidos, vicios, complicidades, locuras… “Un bar es como un confesionario”. Si la barra y las paredes hablaran, contarían historias que nadie se imagina pero que suceden en algunos bares y por qué no sucederían en el Bar Manolo. Gente entra y sale del Bar Manolo, algunos por primera vez como Silvia y Leticia, madre e hija con un hombre en común. Otros algunas veces como Carlos, un profesor de filosofía con la vida enredada. Y otros siempre, como Paco y Luisa, los empleados de la funeraria, ellos conocen hasta el más mínimo detalle de las muertes y de sus clientes. Un día las cosas se descontrolan por la muerte de un conocido y un accidente que incluye un ataúd, una vieja a la que le falla la memoria y un ticket de lotería. Alguien se ganó el premio mayor, ¿pero quién? Eso es lo que todos tratan de descubrir, sin darse cuenta de que sus historias se entrelazan todas en el Bar Manolo.


GUION COMPLETO DE LA OBRA

BAR MANOLO

Una comedia de Jean–Pierre Martinez

Manolo: el dueño crucigramero

Conchi: la cocinera soltera

Paco: el enterrador filósofo

Luis: el enterrador materialista

Silvia: la heredera sobreexcitada

Leticia: la adolescente preñada

Carlos: el profesor agobiado

Jesús: el fontanero afortunado

Blanca: la vieja amnésica

En el centro, la barra. Por encima, un gran cartel diciendo “Bar Manolo”. En las paredes unos carteles de fútbol. A un lado, un billar automático. Al otro, dos mesas. Detrás de la barra, Manolo, el dueño, haciendo un crucigrama en un periódico. En el bar, Conchi, la camarera, barriendo el suelo.

Manolo (levantando la cabeza) – Siempre está en obras…

Conchi se interrumpe para pensarlo.

Conchi (inspirada) – ¿Las carreteras…? Siempre están en obras. (Enseñando por la ventana) Mira…

Manolo la mira, impresionado, cuenta las letras con sus dedos, y vuelve a su crucigrama. Pero en seguida se desilusiona.

Manolo – ¡Mierda! Empieza con una A

Entra Carlos, con su cartera en la mano, y perdido en sus pensamientos.

Carlos – Hola. (Se aproxima a la barra) Un café solo…

Manolo le sirve su café, y toma una botella de la estantería.

Manolo – ¿Un poco de coñac, para celebrarlo?

Carlos (sorprendido) – ¿Celebrar qué?

Manolo – Pues… el café.

Carlos – Gracias, no… Doy una clase dentro de un cuarto de hora…

Tentador, la botella en la mano.

Manolo – Vamos… ¡No te van a hacer soplar!

Carlos – Bueno…

Manolo le sirve una copa de coñac, y aprovecha la ocasión para servirse una copa también.

Manolo – Vamos, para brindar con el…

Carlos echa un vistazo a El País, que saca de su cartera.

Manolo se toma su copa de un trago.

Manolo (apreciativo) – Ah…

Su sonrisa de satisfacción desaparece en seguida.

Manolo – Este coñac está aguado, ¿no?

Carlos prueba su copa y pone mala cara de lo fuerte que es.

Carlos – Es que no se acuerda del sabor del agua…

Manolo mira el nivel en la botella.

Manolo – ¡Qué raro! Ayer estaba casi llena…

Coge un bolígrafo y traza una línea para marcar el nivel en la botella antes de ponerla de nuevo en la estantería.

Conchi acaba de barrer, y se va a la cocina.

Carlos esta tomando su copa cuando se ahoga viendo llegar a Silvia, de negro, y su hija Leticia. Carlos y Leticia se echan una mirada de sorpresa. Silvia no se percata. Carlos intenta esconderse detrás de su periódico, mientras Leticia y su madre van a sentarse.

Silvia (examinando la sala) – ¿Qué sucio, no?

Leticia – Es popular…

Silvia – Lo que digo: es sucio… Por suerte, no hay nadie… Enfrente del cementerio…

Silvia echa un vistazo hacia el dueño, que se aproxima para saber lo que desean.

Silvia – (de manera que Manolo no entienda) ¿Has visto lo borracho que está tan temprano?

Manolo – Buenos días… ¿Qué desean?

Silvia – Un té con… (Con asco) Un té… Sin nada.

Leticia – Un granizado de limón.

El dueño se va. Silvia observa los carteles de fútbol.

Silvia – El fútbol, lo verán en la tele, tomando sus cervezas… Por no haber, ni siquiera hay un futbolín aquí dentro…

Leticia saca un paquete de cigarrillos y está por encender uno.

Silvia (con sorpresa) – ¿Fumas?

Leticia – Sí… Hace cinco años. ¿No lo habías notado?

Silvia – Leí en una revista, el otro día en la peluquería, que cada cigarrillo te quita diez minutos de vida. (Después de un momento) ¿Cuántos cigarrillos fumas tú?

Leticia – Según lo que he calculado, tendría que haber muerto hace seis meses ya. No lo entiendo.

Manolo lleva las bebidas.

Silvia (con un suspiro) – Así que, al final, no era una apendicitis…

Leticia – ¡Una apendicitis! ¡Con más de setenta y cinco años! ¡Confundir una cirrosis con una enfermedad infantil! No era el campeón del diagnóstico el medico ése…

Silvia – ¡Si era un residente! Están tan mal pagados… Bueno, de todas formas, era incurable… (Después de un momento) No me puedo creer que tu abuelo ya no esté.

Leticia – Antes de ser mi abuelo, era tu padre, ¿verdad…?

Silvia – Siempre tuve problemas para entenderme con él…

Leticia – Pues ahora ya no lo vas a arreglar…

Silvia – Una amiga mía hizo psicoanálisis durante quince años para intentar volver a hablar con su padre. ¡Quince años! ¡Fíjate!

Leticia – ¿Y…?

Silvia – Pues… que al cabo de los quince años, su padre estaba muerto, claro…

Sin que su madre lo note, Leticia intercambia con Carlos unas miradas inquietas.

Leticia – ¿Y la abuela?

Silvia – Ni siquiera se acuerda de que estaba casada… ¿Para qué decirle ahora que es viuda…?

Manolo hojea su periódico.

Manolo (leyendo) – El suicidio es la primera causa de muerte entre los adolescentes… Mira, cuando uno tiene diecisiete, ¿de qué va morir?, ¿de viejo?

Leticia – ¿Tú sabías que había contratado ese seguro de exequias?

Silvia – No…

Leticia – Es muy raro, ¿no?, escoger de antemano tu ataúd, como si fuera un vestido…

Silvia – Al menos, es cómodo para los demás. No tienen nada que hacer…

Leticia (con ironía) – Y nada que pagar…

Silvia saca de su bolso un espejo y se mira.

Silvia (espantada) – ¡Uy! ¡Ni yo misma me reconocería si me viese por la calle! Voy a arreglarme un poco, si no, van a creer que es a mí a la que hay que enterrar…

Silvia, yendo hacia el lavabo, se topa con Carlos, aunque éste haga lo posible para pasar inadvertido, escondiéndose detrás de un libro de Kant. Silvia duda un segundo antes de dirigirse a él con una gran sonrisa.

Silvia – ¿Carlos? ¡Soy Silvia! ¿No te acuerdas? Fuimos juntos al colegio…

Carlos (con entusiasma fingido) – ¡Silvia…!

Silvia – ¡Hombre! ¿Qué es de tu vida?

Carlos – Pues, sigo en el colegio…

Silvia – ¿Maestro?

Carlos – Primero alumno, después conserje, ahora profesor. Era la única solución para que no me echasen… ¿Y tú?

Silvia – Yo… Pues… Me casé… Y luego me divorcié…

Manolo (sentencioso) – Bueno… Más vale estar bien divorciado que mal casado… ¿No es verdad?

Silvia le echa una mirada asesina.

Silvia (a Carlos) – ¿Sigues escribiendo teatro…?

Leticia parece sorprendida.

Carlos – No… Ya no…

Silvia parece decepcionada. Carlos rectifica.

Carlos – Ahora escribo sobre todo novelas…

Silvia – ¿Novelista? ¡Genial! Tendrás que dedicarme una de tus obras.

Carlos (confuso) – Bueno…

Silvia – ¿Y aparte de eso? ¿Estás casado? ¿Tienes niños?

Carlos – No, sigo soltero…

Silvia – Y pensar que ahora mi hija tiene la misma edad que tus alumnos… ¡Cómo pasa el tiempo…! (Señalándole a Leticia) ¡Mira, aquí está!

Carlos echa una mirada confusa a Leticia.

Carlos – ¿Leticia? ¡Si está en mi clase…! No sabía que era tu hija…

Silvia – Lleva el apellido de su padre… Lo único que le dejó cuando se marchó… ¿Y tú? Eres su profesor de gimnasia, ¿verdad? Habla mucho de ti, ¿sabes…?

Carlos – Pues… no. De filosofía…

Silvia – ¡Claro! Tienes más bien la estatura de un profesor de filosofía… Dime, parece que mi hija no se lleva bien con Kant, ¿no? ¿Crees que por fin va sacar el bachillerato? Porque hace tres años ya… Siempre tuvo un espíritu poco abstracto. Además, la filosofía… ¿no lleva a ninguna parte, verdad?

Carlos – Pues…

Silvia – Mira. Si folla otra vez… Digo, si falla otra vez, la meto en una escuela de comercio, una de esas escuelas superiores en que puedes ingresar sin el bachillerato. Ya encontré una. Es cara, pero buena… Cuando quieres algo bueno, hay que pagarlo, ¿verdad? Además, francamente, el bachillerato… Si es para acabar en la universidad con el resto del rebaño. Ahora todos van a la universidad. Ya no hay ninguna selección…

Leticia (agobiada) – Mamá…

Silvia (suspirando) – Es muy difícil para una mujer sola educar a una niña… ¿Sabes lo que decía Freud sobre la educación de los niños?: «Haz lo que quieras, de todas formas estará mal…». Bueno, disculpa, tengo prisa. Tengo que enterrar a alguien…

Silvia prosigue su camino hacia el lavabo.

Leticia (enfadada) – No sabía que conocías a mi madre.

Carlos – Pues yo tampoco…

Leticia (preocupada) – Tengo que verte esta noche… ¿Voy a tu casa?

Carlos Mira, Leticia, no creo que sea una buena idea. Eso no nos va llevar a ninguna parte…

Leticia – ¿Eso?

Carlos – En una semana, si Dios quiere, sacarás el bachillerato.

Leticia – ¿Dios?

Carlos – El año que viene, irás a la universidad… o a una de esas escuelas superiores de comercio. Y yo continuaré en el colegio, como cada año.

Leticia (alzando la voz) – ¿El bachillerato? Ahora, te iría bien que aprobara, ¿verdad?… Así en septiembre podrás encontrar otra más jovencita a quien dar clases particulares…

Carlos, sintiéndose muy mal por que hable tan fuerte, contesta en voz baja.

Carlos – Pero… ¡Podría ser tu padre!

Leticia (irónica) – ¿Lo dices por haber conocido tan bien a mi madre hace años?

Carlos – Lo digo porque tengo cuarenta…

Leticia – Pues podría denunciarte por corrupción de menores…

Carlos – Tienes veintidós…

Leticia – Bueno… Por acoso sexual, entonces.

Carlos (con indiferencia fingida) – Haz lo que quieras. A lo mejor, me harías un favor echándome de la docencia.

Leticia (levantándose, con desprecio) – ¡Maricón!

Silvia sale del lavabo. Leticia y Carlos se callan.

Silvia (a Carlos, encantadora) – ¿Por qué no vienes a casa alguna noche? Cena de solteros… (A su oreja, sugerente) A ver si conseguimos reanimar el fuego…

Carlos, molesto, contesta con una sonrisa crispada.

Silvia – ¿Vienes, Leticia? (A Carlos) – Tampoco me la agotes, ¿eh? Sigue siendo una niña.

Silvia y Leticia se van. Carlos se queda, trastornado pero aliviado. Manolo no se ha perdido nada de la conversación, pero hace como si no hubiese escuchado.

Carlos – Los riesgos del oficio… ¿Puedo contar con tu discreción? Si esto sale de aquí, me echan del colegio… directamente a la cárcel.

Manolo (sentencioso) – Un bar es como un confesionario. Puedes considerarme tu confesor.

De repente, Leticia vuelve como una furia, y pone algo en la mano de Carlos.

Leticia – Toma, es el primer examen que apruebo gracias a ti. Te dejo el diploma de recuerdo…

Leticia se va. Carlos mira la cosa incrédulo. Es una prueba de embarazo.

Manolo (con una sonrisa) – Cuando hay dos rayas, es que son gemelos…

Carlos se va, muy preocupado. Manolo suspira, antes de volver a su crucigrama. Conchi llega desde la cocina con una revista. Aprovechando la distracción de Manolo, se sirve una copa de coñac, la bebe de un trago, y echa el contenido de un vaso de agua en la botella con la ayuda de un embudo. Vuelve a poner la botella en su sitio cuando Manolo le echa una mirada sospechosa. Conchi abre su revista y se pone a leer con una sonrisa inocente. Manolo observa la portada de la revista.

Manolo – ¿Lees revistas de caza ahora?

Conchi – Leo los anuncios…

Mirada de sorpresa de Manolo.

Manolo – ¿Buscas un buen fusil de segunda mano?

Conchi – ¡Los anuncios matrimoniales!

Manolo – ¿Y qué?

Conchi – Pues, como con los coches… Tienes que hacer un estudio comparativo antes de decidirte…

Manolo – ¿Y has encontrado el modelo que buscas?

Conchi – Todavía no. Desgraciadamente, pasados los cincuenta, tienes que limitarte al mercado de ocasión…

Se oye el tono de un teléfono (una música de boda). Conchi saca su móvil.

Conchi (muy contenta) – Será el mío… Me regalé uno para mi cumpleaños…

Intenta coger la llamada, pero, como no esta acostumbrada al aparato, no lo consigue.

Conchi – ¡Joder!, ¿cómo funciona esa mierda…?

Manolo la mira desconcertado. Conchi consigue por fin hablar con su interlocutor.

Conchi (con amabilidad afectada y en voz muy alta) – Dígame… Sí, sí, soy yo… Sí, buenos días… Sí… Sí, cuarenta…

Se da cuenta de que Manolo la está escuchando.

Conchi – Bueno, digamos que más cerca de cuarenta que de cincuenta… Di con su anuncio por casualidad en esta revista de caza y… Bueno, yo no, cazo muy poco… La habré hojeado en la peluquería… Pues no, mi peluquera tampoco caza. ¿Por qué? Divorciada, eso… ¿Y usted? (Su sonrisa desaparece) ¡Ay…! ¿Y de qué murió? Si no es indiscreto, claro… ¡Ay…! Tuvo que sufrir mucho, ¿no? Digo yo que para esos casos lo mejor es la eutanasia, ¿verdad?

Manolo la mira, estupefacto.

Conchi – Sí. Seguro que su muerte le dejó un gran vacío… No, yo no tengo animales… Sólo un hijo de 17… Pero ensucia mucho también, no crea… ¿A usted le gustan los niños? No, lo digo por el mío, que para nosotros dos es un poco tarde, ¿no cree? Podría salir subnormal…

Conchi se da cuenta de que Manolo la está escuchando.

Conchi – Mire, estoy trabajando ahora, pero si puede pasar por aquí… El Bar Manolo, ¿le va? Frente al cementerio… Eso es. (Sugerente) Pues, hasta luego, entonces…

Conchi cuelga y deja su móvil en la barra. Manolo, suspicaz, está comprobando la raya que marcó en la etiqueta de la botella de coñac.

Conchi – No hemos visto a Pepe esta mañana. Qué raro, ¿no?

Manolo – No ha venido a echar su primitiva… Debe estar enfermo.

Conchi – Hace tanto tiempo que apuesta a su número de la seguridad social… Imagínate que saliese justo cuando no lo hubiese echado…

Manolo señala la página de su periódico a Conchi.

Manolo – ¡Hablando de la primitiva…! ¡Mira…!

Conchi – ¿Qué?

Manolo – ¡El pleno! El ganador selló su boleto aquí.

Conchi – No me digas…

Manolo – ¡Lo dice el periódico! ¡75 millones!

Conchi – ¿De pesetas?

Manolo – ¡De euros! Imagínate lo que puede hacer uno con 75 millones de euros…

Aparentemente, Conchi no puede imaginarlo.

Manolo – ¡Seguro que lo conocemos…!

Conchi – A lo mejor es soltero…

Manolo – ¿Quién sabe…? A veces, los ganadores prefieren permanecer en el anonimato…

Manolo se sirve una copa de coñac.

Conchi – Como los alcohólicos…

Manolo se bebe su coñac, antes de tocarse la barriga.

Manolo – No sé qué tendrá este coñac, no me sienta bien. Me duele la barriga.

Conchi – ¡Qué va! Es el estrés. Ya verás, cuando te jubiles ya no tendrás dolor de barriga.

Manolo – Claro… Y cuando me muera no tendré dolor en ningún sitio…

Traza otra raya en la etiqueta de la botella.

Conchi – Bueno, yo me voy a comprar.

Conchi sale. Su móvil, olvidado en la barra, suena.

Manolo (suspirando) – Se ha dejado el teléfono… ¡Joder…!

Después de una o dos tentativas infructuosas, consigue coger la llamada.

Manolo (poco amable) – ¡Dígame! No, no soy Conchi, soy Manolo… ¿De parte de quién? ¿Jesús? ¿Qué anuncio? ¿La revista de caza…? ¡Ah!, no, bueno, sí… Espere un momento. Este móvil no es mío, y… (Mirando el teléfono) ¡Coño! Ha colgado…

Manolo vuelve a dejar el teléfono en la barra.

Entran dos empleados de funeraria, con trajes negros y gafas de sol.

Manolo – ¡Anda! Aquí vienen los Blues Brothers. ¿Cómo anda el negocio?

Paco – La gente ya ni respeta las tradiciones. Hasta los funerales llevan retraso. Por lo menos, nos da tiempo para tomar algo. (Echa un vistazo por la ventana.) Aunque tengo que echar un ojo al coche fúnebre.

Luis – ¡Faltaría más que nos lo robaran mientras tenemos un cliente dentro!

Paco – Bueno, Manolo, ¿estás dormido o qué?

Manolo – No me digas que tu cliente tiene prisa… ¿Qué os pongo?

Paco – Pues lo de siempre. (Con una segunda intención) Equipo que gana no se cambia, ¿verdad?

Manolo le sirve una copa, pero no contesta.

Paco (insistiendo, con ironía) – ¿Viste el partido ayer?

Manolo – Bueno, el segundo no valía…

Paco (escandalizado) – ¿Cómo que no valía?

Manolo – Fuera de juego.

Paco – ¿Fuera de juego?

Conchi vuelve con la compra.

Manolo (a Conchi) – ¿A que el segundo era fuera de juego?

Conchi – Ahora que hasta los árbitros se han convertido en hombres–anuncio…

Los empleados de la funeraria la miran sin entender.

Conchi – ¿Qué llevaba en la camiseta el árbitro ése?

Paco – Pues… « Rasca y Gana »…

Conchi – Ya ves…

Paco se encoge de hombros.

Luis – ¿ No era « Stop Accidente », lo de la campaña de Tráfico ?

Paco y Luis se toman sus copas.

Luis – ¿Sabes? Nosotros sí que hemos estado a punto de tener un accidente. Se me había olvidado cerrar bien el portón trasero del coche. Y al pasar por unas obras, viniendo hacia aquí, a poco perdemos el ataúd en la autopista…

Manolo (la cara iluminada) – ¡Autopista! ¡Empieza por una A!

Manolo vuelve con precipitación a su crucigrama, bajo la mirada estupefacta de los demás.

Manolo (decepcionado) – Joder… Tiene demasiadas letras…

Conchi sale hacia la cocina con su compra.

Paco intenta atraer la atención de Manolo hacia su copa vacía.

Paco (mirando los pies de Manolo) – Muy bonitos tus calcetines… ¿Los hacen también para hombres?

Encogiéndose de hombros, Manolo llena otra vez los vasos de los empleados de la funeraria.

Luis – Hop, hop, hop… Vale, vale, vale… Ya hay bastantes muertos en las carreteras…

Paco – Bueno, a nuestros clientes ya no les puede pasar nada grave… (Toma su copa) Aunque… fíjate, el mes pasado incineramos a la señora López…

Manolo – ¿Qué López?

Paco – La que su marido tenía una tienda de bromas… Murió de un infarto…

Manolo – ¡Ah!, sí…

Paco – Pues el marido no ha estado viudo mucho tiempo…

Manolo – ¿Ya se ha vuelto a casar?

Paco – Cáncer de páncreas… Lo enterramos la semana pasada.

Luis (a Manolo) – Ya ves. Era más joven que tú.

Manolo – No existe la justicia…

Luis (suspirando) – Así es la vida…

Paco – Sea lo que sea, el marido se olvidó de avisarnos antes de la incineración de que su mujer llevaba un marcapasos. Resulta que en medio de la ceremonia, ¡bum!, la pila de litio explota con el calor… La puerta del horno salió disparada contra la pared.

Luis – Suerte que no había nadie delante.

Paco – No te cuento cómo se puso la familia. Sin hablar de la señora López, claro. Bueno, al final nadie resultó herido, afortunadamente… Pero nos va costar un huevo.

Luis – Un aparato de ésos es bastante más caro que un horno para pizzas…

Manolo – Pues no me imaginaba que su oficio fuera tan peligroso…

Los dos empleados toman sus copas.

Manolo – Me extraña no haber visto a Pepe…

Paco – ¿Pepe? ¡Si acabo de verle en un coche de lujo…!

Manolo (estupefacto) – ¿Será él al que le ha tocado el gordo?

Paco – Pues, en cierto modo sí… Ha muerto. ¡Es el que va en nuestro coche fúnebre!

Manolo – No me digas…

Luis – Cirrosis.

Manolo – ¿Pepe? Pobrecito… Si le vi hace tres días. Cuando vino a echar su primitiva, como siempre… Y mira que le podría haber tocado: soy yo quien selló el boleto con el premio de esta semana.

Conchi sale de la cocina.

Conchi – ¿Y si era él…?

Manolo – ¿El qué?

Conchi – ¡El ganador! No ha aparecido… Tendría un buen motivo para no aparecer…

Manolo – Es muy fácil de saber: siempre jugaba su número de la Seguridad Social…

Busca en el periódico el resultado de la primitiva.

Manolo – 1, 25, 12, 37, 39 y 16, y el número complementario el 9…

Conchi – Vale. ¿Y cuál era el número de la Seguridad Social de Pepe?

Los demás hacen gesto de no saber.

Manolo – ¡La suerte que tendría, el muy cabrón! 75 millones de euros…

Paco – No sé si ya ha llegado el euro allí adonde va…

Manolo – Lo digo por sus herederos. Que si no… no les va a dejar mucho.

Conchi – Aparte de un montón de botellas vacías…

Luis – ¿Que harías tú, Manolo, si te tocara la primitiva?

Manolo – Os pagaría una ronda… Pero no juego.

Conchi – Si me tocara el gordo, haría un viaje a la luna.

Los demás la miran, pasmados.

Conchi – Venía en el periódico: ahora los millonarios pueden pagarse un viaje en cohete.

Luis – Me recuerda lo que le decía mi madre a mi padre, que era comunista: «Cuando pongan a los gilipollas en órbita, entonces sí que harás muchas revoluciones».

Paco – Vamos, Manolo, una copita para celebrarlo.

Manolo – ¿Celebrar qué?

Paco hace un gesto para significar que no importa. Manolo llena los vasos otra vez. Entra Blanca, con un pañuelo cubriéndole la cabeza. Sin decir nada, coloca unas figuras pequeñas en la barra. Los demás la miran, sin saber cómo reaccionar. Blanca pone un papelito en la barra. Conchi se inclina para leerlo.

Manolo – ¿Qué pone?

Conchi – Que si compramos cuatro, el quinto es gratis…

Paco (considerando las estatuas) – ¿Qué coño es esto?

Luis – ¿No son los siete enanitos?

Conchi – ¡Pero si sólo son cinco!

Manolo – Son muy pequeños para ser enanos, ¿no?

Luis (lleno de compasión) – Bueno… Si compramos dos cada uno…

Manolo – ¿Qué coño vamos a hacer con dos enanos cada uno?

Conchi – Sí. Además, sólo son cinco…

Manolo (en voz alta, a Blanca) – No, gracias, ya tenemos todo lo que necesitamos.

Conchi – ¿Para qué gritas? Si es sorda…

Blanca recoge sus estatuas, enfadada.

Manolo – No estoy gritando. Ar-ti-cu-lo. Para que pueda leer en mis labios…

Blanca se va. Antes de salir, se da la vuelta.

Blanca – ¡Enanos!

Sale. Los demás se quedan parados.

Paco – Por lo menos, no es muda…

Manolo – Mira. Casi nos apiadamos.

Conchi (pensativa) – Me recuerda una historia…

Manolo – Blancanieves…

Conchi – No, un libro que acabo de leer.

Saca un libro, tipo novela rosa, y lo pone en la barra.

Conchi – Se titula «Una mujer es una mujer».

Manolo – ¡No me digas…!

Conchi – Pasa en Florida. Es la historia de una joven millonaria americana, sordomuda, que se enamora de un seminarista francés de misión en Miami… La pobrecita está fatal porque no sabe cómo confesarle su amor…

Manolo – Porque es seminarista…

Conchi – Sí… Y además porque ella es muda. Por su lado, él también está enamorado de ella, pero no sabe cómo hacerle entender…

Luis – Porque es tímido…

Conchi – Bueno, sí… Y además porque ella es sorda.

Manolo – ¿No podía ella leer los labios?

Conchi – Sí… El problema es que él sólo habla en francés, y ella, pues, sólo sabe leer los labios en inglés, porque es americana…

Paco (un poco perdido) – Claro…

Conchi – Para darle una sorpresa, él aprende en secreto el lenguaje de signos…

Manolo – Y el inglés…

Conchi – El día de San Valentín, la invita a cenar en un restaurante de lujo para declararle su amor.

Paco (apasionado) – ¿Y qué?

Conchi – Pues, de la emoción, ella recobra la voz y el oído.

Manolo – O sea, que él se había jodido a aprender el lenguaje de signos para nada…

Conchi – ¡No! Porque después los dos deciden abrir una escuela para sordomudos…

Luis (preocupado) – ¿Pero se casan?

Conchi – Claro.

Manolo – Pero si es seminarista…

Conchi – Al final, él se hace protestante para poder casarse con ella…

Silencio, durante el que todos reflexionan sobre esta emocionante historia.

Conchi – Bueno, pues yo tengo que volver a mi cocina…

Conchi sale. Los empleados toman sus copas. Manolo vuelve a su periódico.

Manolo (leyendo) – El tabaco mata también a los no fumadores… ¿Para qué dejar de fumar, entonces…?

Paco – Hablando de eso, ¿sabes lo que me ha preguntado mi hija, esta mañana, mientras la llevaba a la escuela en el coche fúnebre?

Manolo – ¿Llevas a tu hija a la escuela en ese coche?

Paco – ¿Y qué? Es un vehiculo de trabajo. Como si llevase la de “La Casa del Congelado”… (Enfadándose) Bueno, ¿sabes lo que me ha preguntado?

Manolo – No.

Paco – ¿Adónde va uno cuando ha muerto…?

Manolo – ¿Y qué le has contestado?

Paco – ¿Tú qué crees?

Manolo – No sé.

Paco – Pues eso. Le he contestado que no lo sé.

Manolo – ¿Y qué?

Paco – Pues que me ha dicho: “pero, papá, ¡cuando uno ha muerto, va al cementerio!”.

Manolo le mira, desconcertado.

Manolo – Claro, con el oficio que tienes, le ha sorprendido que no lo sepas.

Paco – ¿Dónde va uno cuando ha muerto…? Si ni siquiera sabemos adónde vamos cuando vivimos…

Manolo llena de nuevo los vasos, y nota que la botella esta vacía al servir a Paco.

Manolo – Ya no queda. Con todo lo que os sopláis. Bueno, bajo a por más.

Mientras Manolo baja al sótano, Paco echa un vistazo al periódico.

Luis (leyendo) – Violada por su suegro el día de su boda, se tira al tren en el que iba a salir en luna de miel y provoca un terrible descarrilamiento…

Paco – No será mañana cuando nos veamos en el paro…

Conchi vuelve a limpiar la barra.

Manolo – ¡Dios mío!

Manolo vuelve del sótano.

Manolo – ¡Son las Cataratas del Niágara lo que hay aquí abajo!

Luis – ¿En el sótano…?

Manolo – Ha debido reventar una cañería… Voy a cortar el agua.

Manolo se dirige al contador.

Conchi – Sí, ¿pero qué hago yo ahora? Sin agua…

Conchi vuelve a su cocina.

Paco – ¿Y nosotros? Sin vino…

Manolo – Bueno, voy a llamar al fontanero… Me queda coñac…

Manolo sirve coñac a los empleados de la funeraria. Luis lo prueba primero.

Luis – Sabe a agua…

Manolo mira en las páginas amarillas.

Luis echa una mirada al periódico.

Manolo (leyendo en el listín de teléfonos) – Da Silva, Dos Santos, Da Costa…

Luis (leyendo en el periódico) – Los españoles hacen el amor cada tres días… (Pensativo) Joder…

Manolo marca el número.

Conchi sale otra vez de su cocina.

Conchi – ¿Y qué? ¿Viene ese fontanero o no?

Manolo (llamando) – No contesta…

Conchi – Bueno, voy a aprovechar para ir a la panadería…

Luis – ¿Sabías que los españoles follan cada tres días?

Conchi (irónica) – ¿Y las españolas?

Luis (mirando en el periódico) – Pues, no lo pone.

Manolo – ¡Coño! Voy a llamarle al móvil…

Conchi – ¡Cada tres días…! En sueños, quizás…

Conchi sale a por el pan.

Manolo marca el nuevo número.

Luis – Es un promedio…

Paco – La última vez que tú lo hiciste fue el siglo pasado… ¿Te imaginas lo que tienen que hacer otros para mantener el promedio?

Manolo – Ah, por fin… ¿Oiga? Le oigo muy mal… ¿Está en el coche, verdad? Bueno, es sólo un minuto. Es para un reventón, en el sótano… Sí, en el Bar Manolo… Frente al cementerio. ¡El cementerio…! ¿Me oye…? ¡No, enfrente! ¡Enfrente! ¿Oiga…?

En este momento, se oye el ruido de un coche frenando, y luego estrellándose. Los empleados miran hacia afuera.

Paco – ¡Dios mío!

Manolo (colgando) – ¡Coño! Ya no contesta…

Luis – Pues es el primer ataúd que veo volar…

Los empleados salen precipitadamente. Manolo va a echar un vistazo por la ventana.

Manolo – ¡Uyyy!… Pobre Pepe… Menos mal que está muerto…

Jesús entra, en mono, dando el brazo a Blanca. La vieja ya no lleva el pañuelo en la cabeza y Manolo no la reconoce.

Blanca – ¿Le tocó el permiso de conducir en la lotería o qué? A poco me mata…

Jesús – ¡Pero si se me ha echado encima! (A Manolo) Lo ha visto todo, ¿verdad? Ha cruzado la calle como una loca…

Blanca – No sabe conducir… y ahora me trata de loca.

Manolo (a Blanca) – Siéntese un momento…

Jesús (a Manolo) – Podría darle algo un poquito fuerte, para reanimarla…

Manolo le sirve a Blanca una copa de coñac. La vieja se lo bebe de un trago.

Blanca – ¡Sabe a agua, este coñac!

Manolo llena de nuevo la copa. Ella lo bebe de un trago otra vez.

Blanca – Todavía me siento muy débil…

Manolo – Ya basta.

Jesús – Pero no tiene nada. Ni siquiera la he tocado. Mi furgoneta, al revés…

Blanca – Casi me mata, y él se preocupa de su chatarra…

Jesús – Pues antes de ser chatarra, era una furgoneta nueva. (A Manolo) ¿Y para el parte del accidente, qué? ¿Sabe dónde están los de la funeraria?

Pero Manolo se preocupa de la vieja.

Manolo – ¿Cómo está la abuelita?

Blanca (picada) – No soy su abuelita…

Manolo (a Jesús) – Tenemos que avisar a la familia, que vengan a recogerla. (A Blanca) ¿Quiere que llamemos a sus hijos?

Blanca (mirándole) – ¿Hijos? No sé si tengo…

Manolo – ¿No sabe?

Blanca – Pues, si tengo, no sé qué hice con ellos.

Manolo – ¿Pero cuál es su apellido?

Blanca – ¿Y a usted qué le importa? ¿Es de la policía?

Manolo – ¿Está casada?

Blanca – ¿Casada? Claro, iba a ver a mi marido al cementerio cuando este cabrón me atropelló con su furgoneta.

Manolo – Y su marido, ¿dónde está?

Blanca – ¿Mi marido? ¡Pues muerto!

Manolo – ¿En el accidente?

Blanca – ¿Qué accidente…?

Jesús (perdiendo la paciencia) – Bueno. Ya que nadie está herido, no hace falta que yo me quede aquí…

Manolo – Espera un momento. Me la traes aquí después de atropellarla, no te vas a ir así como si tal cosa. O, si no, te la llevas. Ya tengo un reventón en el sótano…

Jesús – Muy bien. ¿Qué hacemos entonces?

Manolo (a Blanca) – ¿Qué pone en la tumba de su marido?

Blanca – Pues… “Descanse en paz”, si mal no recuerdo.

Manolo – No, el apellido: ¿qué apellido pone?

Blanca indica que no lo sabe.

Manolo – Está en estado de shock… Espera un poco, ya verás cómo se va acordar… (A Blanca) Concéntrese… ¿Por qué letra empieza su apellido?

Blanca – ¿Y el suyo? ¿Empieza por una c, con cuatro letras?

Manolo (perdiendo la paciencia) – Empieza a joderme la vieja esta.

Jesús – Parece un poco despistada, ¿no? A lo mejor se ha escapado de un manicomio…

Blanca hace muecas como si estuviese loca.

Jesús – A menos que esté borracha…

Manolo – ¿Borracha?

Jesús – Con todo el coñac que le has servido…

Manolo – ¡Anda! Ahora va ser culpa mía. (Suspicaz) Aunque, habitualmente, no es a las victimas a las que hacen soplar… ¿Quieres que llame a la policía?

Jesús (conciliador) – Bueno, no es necesario molestar a la policía. Dejamos a la anciana descansar un ratito. Y yo voy a ver si puedo arrancar la furgoneta. Si no, tendré que llamar a la grúa…

Jesús sale. Los empleados de la funeraria vuelven con el ataúd sobre los hombros.

Manolo – ¿Pero qué coño es esto?

Paco – ¡Es Pepe! Pobrecito, no podíamos dejarlo así en medio de la calle…

Blanca se vuelve hacia el ataúd.

Blanca – ¿Pepe…?

Los empleados ponen el ataúd encima de la barra. Paco coge el móvil olvidado por Conchi.

Paco – ¿Me permites llamar a la oficina?

Manolo – Bueno… Es el móvil de Conchi.

Paco marca el número.

Paco – ¡Joder! No contestan. Se habrán ido a comer…

Deja el teléfono en la barra.

Paco – Pues tenemos que arreglar esto en alguna parte. La tapa esta rota. Tenemos que cambiarla.

Manolo – ¿Aquí?

Paco – Así no haría falta aplazar la ceremonia. La familia ha ido a la floristería… Es cosa de un cuarto de hora, como máximo… Es sólo ir a recoger una tapa nueva y volver. Estoy seguro de que le hubiera hecho muy feliz pasar un último rato con vosotros aquí… ¿Dónde podemos dejarlo para que no moleste…?

Manolo (reticente) – El sótano ya esta inundado. Así que, aparte de la cocina…

Tomándolo como una proposición, los empleados se llevan el ataúd hacia la cocina, bajo la mirada espantada de Manolo.

Blanca – ¿No sería mi marido, no?

Manolo entra hacia la cocina, preocupado. Blanca les sigue también, pero se detiene cuando suena el móvil de Conchi. Blanca coge el teléfono y contesta.

Blanca – ¿Sí…? ¿Que si me puede llamar Conchi? Si le gusta… Bueno, más bien viuda… Precisamente iba a enterrar a mi marido… está en la cocina. ¿Mi edad…? Más cerca de ochenta que de veinte… ¿Que no tiene nada contra los viejos…? (La sonrisa de Blanca desaparece) Ha colgado. ¡Será maleducado…!

Blanca continúa hacia la cocina con el móvil en la mano. Los otros vuelven sin el ataúd. Silvia y Leticia llegan, enloquecidas.

Silvia – ¿Pero qué pasó con papá?

Paco – Pues hubo… un pequeño accidente de circulación.

Leticia – Pensaba que había muerto de cirrosis…

Paco – Puedo explicárselo. Todo se va a arreglar…

Los empleados de la funeraria hacen un aparte con Silvia y le dan explicaciones en voz baja. Carlos vuelve, buscando a Leticia.

Carlos – ¿Hablaste con tu madre…?

Leticia – Está intentando enterrar a su padre. No sé si es el mejor momento para anunciarle que su hija está embarazada…

Manolo – Los unos se van, los otros llegan. ¡El gran ciclo de la vida…!

Carlos – Tú sí que deberías haber sido profesor de filosofía

Carlos se vuelve hacia Leticia.

Carlos – No entiendo… ¿Cómo ocurrió?

Leticia – ¿No tienes ni la menor idea?

Carlos – Perdona, yo…

Leticia mira con desprecio a Carlos, totalmente despistado.

Leticia – No te preocupes, era una broma.

Carlos – ¿Una broma?

Leticia – ¡La prueba de embarazo! La he hecho, pero es negativa…

Carlos saca la prueba de su bolsillo y la mira. Manolo se aproxima, y confirma.

Manolo – Ah, sí, ¿ves…? (Explicándole a Carlos) Aquí tendría que haber una…

Carlos le mira, enfadado.

Leticia – Es hora de que madures un poco, Carlos…

Silvia y Leticia se van.

Carlos – Creo que voy a tomar otra copita…

Manolo le sirve. Carlos bebe su copa de un trago.

Carlos – Sabe a agua, este coñac…

Carlos se dirige hacia el lavabo y se cruza con Blanca, que sale de la cocina. Manolo le echa una mirada sospechosa.

Blanca (para ella misma) – ¿No tenía yo un teléfono en la mano…?

Jesús vuelve.

Jesús (enfadado) – Nunca vamos a poder firmar el parte del accidente. ¿Dónde se habrán metido los de la funeraria…? Es que tengo una caldera que instalar…

Manolo – ¿Tú eres fontanero?

Jesús – Pues, sí…

Manolo – ¿Cómo te llamas?

Jesús – Jesús…

Manolo – ¡Entonces eres el que estaba esperando! (Señalándole la dirección) Está aquí abajo…

Jesús (sin entusiasmo) – ¿De qué se trata?

Manolo – Se ha jodido algún tubo. Un verdadero reventón…

El fontanero se aproxima para mirar, dejando su manojo de llaves en la barra.

Jesús – ¡Dios mío!

Manolo (preocupado) – ¿Pero vas a poder hacer algo, verdad? No sé, hacer un torniquete de urgencia o algo…

Jesús – Pues no soy un hombre–rana. Soy fontanero…

Manolo – Bueno, ¿y qué hago yo?

Jesús – Siempre puedes llamar a los bomberos… O esperar a que se evapore.

Manolo – Es que ya no tenemos agua.

Jesús (irónico) – ¡Pero si tienes una piscina en el sótano…! (Viendo que Manolo no lo encuentra divertido) Bueno, por lo menos voy a cortar el agua abajo.

Manolo – ¿Por qué estas cosas me pasan siempre a mí?

Jesús (arreglando algo en el sótano) – No es que te pasen siempre a ti, sino que cuando les pasan a los demás, te importa un pepino…

Carlos sale del lavabo.

Carlos – Hay un cadáver en la mesa de la cocina…

Manolo (preocupado por otra cosa) – No te preocupes, es sólo para echar una mano…

El fontanero vuelve a subir.

Manolo – ¿Ya está?

Jesús – Sí. Llámame cuando no quede agua en el sótano, para que haga la reparación.

Manolo – Bueno, ¿qué te debo?

Jesús – 100 euros.

Manolo (escandalizado) – ¡100 euros por 5 minutos de trabajo!

Jesús – Es precio fijo. ¿Quieres ver la lista de precios?

Manolo – Me hubiera gustado verla antes…

Manolo coge unos billetes de su caja y se los da al fontanero.

Manolo – Y pensar que un médico te cobra cinco veces menos por una visita a domicilio…

Jesús (cogiendo los billetes) – Pues la próxima vez llama al médico. ¿Se puede comer algo? Ya que estoy aquí…

Manolo – La cocinera no estáSolo tenemos carne fría en la cocina…

Jesús no insiste.

Jesús (yéndose) – Bueno, pues tengo que irme. Dejo aquí la tarjeta para el atestado del accidente.

Sale el fontanero, que se cruza con Conchi, quien vuelve con varias barras de pan.

Conchi – ¿Ya han arreglado la fuga?

Manolo – Por lo menos tenemos agua.

Conchi – ¡Menos mal…! Es que voy con retraso, con todo esto.

Conchi desaparece en la cocina. En seguida, se le oye gritar.

Manolo – ¡Ay!, se me olvidó avisarle lo de Pepe…

Blanca (intrigada) – ¿Pepe…?

Manolo va a la cocina. Vuelve sosteniendo a Conchi por el brazo.

Manolo – Dijo un cuarto de hora, ya no tardará mucho. Siéntate un rato…

Manolo ve las llaves olvidadas por el fontanero en la barra.

Manolo (mostrando júbilo) – ¡Se ha olvidado las llaves, el muy cabrón!

Conchi (despistada) – ¿Quién?

Manolo – ¡El fontanero ése! Pues a ver si llama a un cerrajero tan ladrón como él, el maricón.

Conchi (pensativa) – ¿Qué habrá hecho con eso…?

Manolo – ¡Si acabo de decirte que se las ha olvidado en la barra, el muy cabrón!

Conchi – No, digo Pepe. ¿Dónde habrá dejado el boleto ganador…?

Manolo (pensativo) – Fíjate… ¡El pleno…!

Conchi – A lo mejor, todavía lo tiene en el bolsillo…

Los dos miran hacia la cocina. Blanca también. Silencio. El fontanero vuelve, con cara preocupada.

Jesús – No sé qué he hecho con las llaves. ¿No las habrán visto, por casualidad?

Manolo (sonriendo con satisfacción) – Pues… ¿Qué llaves eran?

Jesús – Bueno… Las llaves del coche, de casa, de la oficina…

Manolo – ¿Quieres que te llame a un cerrajero?

Jesús – A lo mejor las encontramos, ¿no…?

Manolo da la vuelta y coge las llaves.

Manolo (enseñando la llaves) – ¿No serán éstas, por casualidad?

Jesús (aliviado) – ¡Sí!

Manolo finge dejar caer accidentalmente las llaves en el sótano lleno de agua.

Manolo – ¡Dios mío! Se me han escapado. ¡Han caído en el sótano!

Cara desilusionada del fontanero.

Manolo – Madre mía… Pues todavía hay más de un metro de agua ahí abajo. Tendremos que esperar a que se evapore…

Jesús – A lo mejor puedo arreglar eso. Tengo una bomba en la furgoneta.

Manolo – ¡No me digas! Pues ahora, por lo menos, sabes dónde están las llaves…

El fontanero se dirige hacia la puerta para ir a buscar la bomba.

Manolo – Está incluido en el precio, claro…

El fontanero acepta con un gesto y sale. En seguida, Manolo, con una sonrisa, enseña las llaves que, en realidad, ha guardado.

Blanca va a mirar hacia la cocina. Manolo lo nota.

Manolo (sospechoso) – ¿Busca algo?

Blanca – Déme una de ésas de rasca y gana…

Manolo espera el dinero antes de darle la tarjeta.

Manolo – Un euro.

Blanca hace como si buscara el dinero en su bolsillo. Luego se dirige hacia Carlos. Él sigue impasible, pero ella se anima.

Blanca – ¡Será posible! ¿Te acuerdas?

Carlos (inquieto) – No…

Blanca (traviesa) – ¡Cómo que no!

Carlos – Bueno, quizás…

Blanca – ¿Qué haces aquí, hombre?

Carlos – Pues, nada…

Blanca – Es increíble. Todavía pareces más joven…

Carlos – Gracias…

Blanca – ¿Y tu hermana?

Carlos – ¿Mi hermana…? Pues, no tengo…

Blanca – ¡Claro…! Yo tampoco. Por lo que recuerdo. Tenía un marido, pero tuvo un accidente. Afortunadamente, ya estaba muerto…

Manolo empieza a perder la paciencia, con la tarjeta en la mano.

Manolo – Bueno… ¿Lo compra o no?

Blanca (a Carlos) – ¿Me podrías ayudar con un euro? No sé qué he hecho con mi monedero.

Carlos pone una moneda en la barra. Manolo la coge y da el rasca y gana a Blanca.

Blanca – ¡Bueno, pues gracias, Ignacio!

Carlos – De nada.

Blanca se aparta, rascando su tarjeta.

Carlos – ¿Ignacio?

Conchi busca algo en la barra.

Manolo – ¿Tú también has perdido algo?

Conchi – El móvil…

Manolo – Estaba aquí en la barra hace cinco minutos…

Conchi – ¿Dónde se habrá metido…?

Manolo busca también. Blanca aprovecha la ocasión para dirigirse hacia la cocina.

Manolo (a Conchi) – A propósito, alguien ha llamado preguntando por ti hace un rato… En el móvil ése…

Conchi (preocupada) – ¿Y has contestado?

Manolo – Pues, sí…

Conchi – ¿Y qué…?

Manolo – Era un tal… Javier… o José…

Conchi – ¿Jesús?

Manolo – ¡Eso!

Conchi – ¿Y qué ha dicho?

Manolo – Pues… Le ha sorprendido un poco que descolgase yo, claro, y… Pues dijo que al final no podría estar en la cita ésa…

Conchi, enfadada, vuelve a leer su novela sentimental.

Manolo (suspirando) – Lo que es hacer un favor a la gente…

Silvia y Leticia vuelven, con una corona fúnebre con la inscripción: “Muerto por la Patria”. Carlos hace señas a Leticia, quien le ignora.

Silvia – Es increíble… Hasta los muertos tienen accidentes… Seguro que estaba hablando por teléfono…

Leticia – ¿Quién?

Silvia – ¡El fontanero ése!

Vuelven a sentarse. Leticia echa una mirada a la corona.

Leticia – “Muerto por la Patria”… Parece un poco exagerado, ¿no…?

Silvia – Sólo quedaba ésta… Mejor que nada… (Suspirando) Sea como sea, te lo aseguro, cuando me muera quiero que me entierren con el móvil…

Leticia – ¿Por qué?

Silvia – ¡Por si no he muerto de verdad! Es mi obsesión, que me entierren viva. ¿Tú no?

Leticia – No debe ocurrir muy a menudo…

Silvia – ¡Y a mí qué me importa! Si me toca a mí…

Silvia nota la presencia de Carlos, que sigue haciendo señas a Leticia para que le llame por teléfono.

Silvia – Dime, Carlos, tú que eres filósofo: ¿habrá una vida antes de la muerte?

Carlos – Querrás decir “después”…

Silvia – Aparte del caso de que te entierren viva…

Carlos – Bueno, no sé si realmente es algo deseable… Como dice la heroína de mi última novela: “Aunque uno sea sordo y mudo de vivo, una vez muerto quizás sea peor…”.

Esta última sentencia llama la atención de Conchi.

Conchi – ¡Pero si eso sale igual en “Una mujer es una mujer”! ¡Es lo que dice Michael a Samantha cuando ella esta a punto de tirarse por el acantilado! ¡Tú tienes que ser Barbara Shetland!

Estupefacción de Silvia y Leticia.

Carlos – Bueno, a veces, sí… Pero… preferiría que eso siga siendo confidencial…

Conchi – Me he tragado tu novela en una noche. Como todas las otras, la verdad… Precisamente, estaba releyéndola, por si me hubiera perdido algo… ¿Me la dedicas?

Carlos – ¡Cómo no…!

Conchi – ¡Gracias! Si hubiese sabido que Barbara Shetland era un hombre… ¿Eres un hombre, verdad?

Carlos – Sólo trato de aportar a las mujeres la parte de romance que les falta en su vida cotidiana…

Manolo echa un vistazo a la portada, más bien caliente, del libro.

Manolo – No me digas…

Carlos – Primero intenté escribir tragedias, pero… desafortunadamente, el teatro no forma parte de la nueva economía. Ni siquiera formaba parte de la antigua…

Manolo está mirando todavía la portada.

Carlos (a Manolo) – Quieres que te dedique también un ejemplar…

Manolo – Visto el efecto sobre tus lectoras, empieza a tentarme. En fin, como dices, “Una mujer es una mujer”…

Carlos intenta salir discretamente.

Carlos – Bueno… La compañía es muy grata, pero tengo que ir a clase…

Leticia – Hasta luego… Barbara…

Carlos sale. Manolo vuelve a su crucigrama. Blanca regresa discretamente de la cocina.

Manolo (pensativo) – Siempre está en obras… Empieza por A…

Blanca – ¡Actriz!

Manolo (enfadado) – ¡No le he preguntado nada, a usted!

Blanca – Siempre está en obras… Actriz. Está siempre en obras. Y pasados los cincuenta, todavía más… Empieza por A.

Manolo continúa en su periódico. Silvia y Leticia descubren a Blanca.

Manolo – ¡Siete letras!

Blanca – Como los siete enanitos…

Manolo – ¡O como los siete números de la primitiva!

Manolo continúa en su crucigrama.

Silvia (aproximándose a Blanca) – ¡Mamá! ¿Pero qué haces aquí?

Blanca – ¡Pues vengo al funeral! (A Manolo) ¿Quién es esta loca?

Manolo (a Silvia) – ¿Así que es su madre? Enhorabuena… Ya no sabíamos qué hacer con ella… (En voz baja) Está un poco ida, ¿verdad?

Silvia – Digamos que su memoria es selectiva… Conoce muy bien el número de seguridad social de su marido…

Blanca – 1 25 12 37 039 016 y el número clave el 9…

Silvia – Aunque, habitualmente, no se acuerda de que tiene un marido… Bueno, ahora ya no importa tanto: está muerto…

Manolo mira en el periódico el sorteo de la primitiva.

Manolo (a Blanca) – ¿Cuál dice que era el número de seguridad social de su marido?

Blanca – 1 25 12 37 039 016.

ManoloY el complementario el 9… (Manolo enseña el número del sorteo) ¡Ganó! ¡Joder! ¡Es él el que acertó el pleno!

Silvia mira a Manolo inquieta, empezando a preguntarse si no ha acabado en un manicomio.

Manolo (incrédulo) – ¡Pepe…! ¡Ese cabrón…!

Los de la funeraria vuelven con la tapa nueva del ataúd.

Paco – Aquí estamos. Vamos a arreglar esto en seguida.

Manolo llama discretamente a Paco.

Manolo¿Podemos hablar un momento antes de cerrar la caja…?

Manolo toma a Paco y a Luis aparte y les habla en voz baja.

Paco – Pues… Es un poco delicado…

Luis – Es que no estamos autorizados a hurgar en los bolsillos de nuestros clientes…

Manolo – Por lo menos, podéis tratarlo con la familia. Hablamos del pleno, aquí…

Silvia (inquieta) – ¿Pero qué pasa ahora…?

Paco – Es un poco delicado…

Leticia – Creo que ahora, ya, lo que se dice delicadeza…

En voz baja, Paco expone la situación a Silvia.

Silvia – No, no hemos encontrado nada…

Paco prosigue sus explicaciones.

Leticia – ¡Dios mío!

Silvia (excitada) – ¿El gordo?

Paco – Unos 75 millones… No cuesta nada echar un vistazo mientras está en la mesa de la cocina.

Luis – Después será más complicado…

Silvia y Leticia aceptan. Los empleados se dirigen hacia la cocina. Silvia y Leticia les esperan, muy ilusionadas…

Leticia – ¿Sabías que jugaba a la primitiva…?

Silvia – Pues no… ¡Fíjate! Si de verdad ha ganado una vez muerto, ¡qué suerte…!, digo, ¡que pena!

Los empleados vuelven con el ataúd sobre los hombros.

Silvia (muy excitada) – ¿Qué…?

Leticia le echa una mirada de reprobación, señalándole el ataúd.

Silvia (con cara de circunstancia) – ¿Pues qué…?

Colocan el ataúd sobre la barra, con mucha ceremonia.

Silvia (desilusionada) – ¿Han buscado por todas partes?

Como lo haría un ilusionista, Paco saca un boleto de su bolsillo.

Silvia (cogiendo el boleto, loca de alegría) – ¿El gordo? ¡75 millones de euros! ¡Más de 10 mil millones de pesetas! (A Manolo) Nunca he jugado a la primitiva. ¿Sabe qué hay que hacer para cobrar el dinero?

Manolo – 10 mil millones de pesetas… Tendrá que ir a la sede. Yo no tengo tanto dinero en caja… ¿Puedo verlo? Soy yo quien se lo sellé a Pepe…

Silvia le muestra el boleto con mucha precaución, como si se tratase del santo Sacramento.

Silvia – ¡Querido papá! Y pensar que casi rehusamos la herencia…

Manolo mira el boleto, y su sonrisa desaparece.

Manolo – ¡Me cago en la hostia!

Silvia (inquieta) – ¿Qué?

Manolo – No es un boleto de primitiva…

Silvia – ¿Cómo?

Manolo – Es una tarjeta de rasca y gana…

Leticia – ¿Y qué…?

Manolo rasca la tarjeta. Todos esperan el resultado.

Manolo (entusiasta) – ¡Han ganado…!

Silvia continúa esperando.

Silvia – ¿Cuánto?

Manolo (mirando de nuevo) – Un euro. Al menos podéis comprar otro.

Silvia – Pues dame otro.

Manolo le da otra tarjeta. Silvia rasca como una loca.

Silvia – Nada…

Silvia queda hundida.

Silvia – Era demasiado… No podía ser…

Leticia – Ya sabía yo que él no era un ganador…

Silencio.

Manolo – ¿Pero, entonces, dónde está el boleto de la primitiva? ¡Si yo mismo lo sellé!

Conchi – ¿Crees que alguien podría haberle robado?

Manolo – Robar a un cadáver… ¿Quién podría hacer algo semejante?

Las miradas, sospechosas, se dirigen primero a los empleados de la funeraria, quienes niegan, y después hacia Blanca, quien no dice nada y pone cara de inocente. Manolo se aproxima a Blanca.

Manolo – ¿Qué tiene en la mano…? (Manolo intenta hacerle abrir la mano) Que no quiere soltarlo, la muy cabrona…

Manolo consigue arrancarle el billete.

Silvia – ¿Y qué?

Manolo mira el billete.

Manolo – ¡Esta vez sí que es un boleto de primitiva! (Su sonrisa desaparece) ¡Hijo de puta!

Silvia – ¿Qué pasa esta vez? Soy yo quien se va morir, de un infarto…

Manolo – No es su número de seguridad social…

Silvia – ¿Y qué?

Manolo – ¡Que él solía apostar a su número de seguridad social! El que salió ayer…

Leticia – ¿Y?

Manolo – Pues, que su padre no es el ganador…

Silvia está a punto de desvanecerse…

Leticia – Creo que ya es hora de terminar…

Conchi – ¿Y a qué número había apostado entonces?

Manolo (mirando el boleto) – Parece un número de teléfono…

Conchi coge el boleto y lo mira.

Conchi – ¡Claro!, ¡si es el mío! Lo habrá visto en la revista de caza ésa donde puse el anuncio… (A Manolo) A propósito, todavía no he encontrado el móvil (A Manolo) ¿Lo has visto…?

Manolo – Es que no he tenido tiempo de buscarlo. Con todo esto… (Señalando el teléfono fijo en la barra). Llama a tu número, a ver dónde está…

Conchi, mirando el boleto de la primitiva, marca el número. Se oye un timbre en el interior del ataúd. Todos miran hacia el ataúd.

Manolo – ¿Quién habrá puesto el móvil ahí dentro…?

Conchi cuelga el teléfono y el timbre se detiene.

Conchi – ¿Y ahora, cómo voy a recuperar mi móvil? Es que estoy esperando unas llamadas muy importantes…

El teléfono vuelve a sonar dentro del ataúd. Todos miran a Conchi.

Conchi – ¡Ah, no, esta vez no soy yo!

Manolo – El número está en el anuncio… No va parar de sonar allí abajo…

Paco (contrariado) – De haber sabido que iba a haber tanto vaivén, le hubiera puesto puerta a este ataúd. ¿Estáis seguros de que no os habéis olvidado nada más ahí dentro?

El teléfono para de sonar… y luego vuelve a sonar.

Silvia – Bueno, hay que hacer algo, ¿no?

Luis – La incineración… es más limpio. Y nunca hay reclamaciones…

Paco, de mala gana, quita de nuevo la tapa del ataúd. Un brazo asoma de éste y le tiende el teléfono. Paco lo coge como si nada.

Paco – Gracias.

Paco le da el teléfono a Conchi.

Conchi (con amabilidad) – ¿Dígame…?

Conchi se da cuenta de que todo el mundo le está escuchando, y se aparta un poco para continuar su conversación. Luis vuelve a colocar en su sitio la tapa del ataúd.

Manolo (pensativo) – Pero si Pepe no es el ganador, ¿quién será?

De repente, el fontanero vuelve a entrar en el bar, enseñando un boleto de primitiva.

Jesús (histérico) – ¡Soy yo! Acaban de dar otra vez la combinación ganadora en la radio, ¡es la mía! ¡Soy yo!

Manolo (hundido) – Supongo que ahora tendré que buscar a otro fontanero para bombear el agua del sótano…

Conchi, interesada, termina su conversación telefónica y se aproxima al fontanero.

Conchi (encantadora) – Afortunado en el juego, desgraciado en amores… ¿Cómo te llamas?

Jesús – Jesús.

Conchi – ¡Jesús! ¡Pues si eres el que estaba esperando…!

El teléfono de Conchi vuelve a sonar. Conchi contesta de mala gana.

Conchi – Basta ya. La caza ha terminado…

Conchi tira el móvil al sótano lleno de agua.

Jesús – ¡Anda, Manolo! ¡Vamos a celebrarlo! ¡Invito! ¡Champán para todos!

Regocijo general. Manolo sirve el champán encima del ataúd, que está en la barra. El teléfono fijo del bar suena. Manolo contesta.

Manolo – Bar Manolo, dígame…

Todos empiezan a brindar, haciendo mucho ruido. Manolo intenta hablar a los de la funeraria, alzando la voz.

Manolo – ¡Del cementerio…! El enterrador… (Manolo señala con un gesto el ataúd). Pues… quieren saber si es para hoy o para mañana…

Paco – Bueno… dile que se venga a tomar una copa con nosotros…

El fontanero nota por fin el ataúd sobre la barra.

Jesús – ¿Y esto qué es…?

Manolo – Esto… Es Pepe… (Manolo parece pensar en algo y hurga en sus bolsillos, mirando al fontanero) A propósito… ¿qué hecho yo con tus llaves…?

Manolo mira hacia el ataúd. Paco le mira, inquieto…

Paco – ¡No me digas…!

Manolo – Bueno… ¿Otra copita?

Manolo le sirve.

Luis – Pepe… Pobrecito… Nunca tuvo suerte.

Luis golpea tres veces encima del ataúd.

Luis – Ahora está en la caja, y ya no puede brindar con nosotros…

La tapa del ataúd se levanta. Sale el busto de Pepe –que puede ser representado por el actor que representaba a Carlos, con una peluca blanca y bigote falso–).

Pepe – ¡Descanse en paz, decían!

Todos miran estupefactos a Pepe, que alarga un vaso.

Pepe – Bueno, pues ¡una última copita! Como no haya un Bar Manolo allí arriba…

Fin.

Paris – Novembre 2011 © La Comédi@thèque – ISBN 979-10-90908-35-2

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