Una comedia de Jean-Pierre Martinez
2 hombres / 2 mujeres
Una pareja invita a sus nuevos vecinos para conocerse, pero la cena se convierte en una verdadera pesadilla…Una comedia a la manera de Woody Allen…
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TEXTO COMPLETO DE LA OBRA
Strip Póker
Una comedia de Jean-Pierre Martínez
Personajes : Pedro – María – Ignacio – Rosa
ACTO 1
En su salón María, una rubia sexy y arregladita, prepara una mesa de fiesta para cuatro. Se oye el sonido de su móvil. Contesta.
María (amable) – ¿Dígame…? (Irritada) Pues no, lo siento, no soy Pedro. Soy María, su mujer… El móvil al que está llamando es el mío… ¿Puedo dejarle un mensaje…? Muy bien… No, no se preocupe…
María vuelve a preparar la mesa con una alegría desbordante. Se oye otra vez el sonido de su móvil.
María (todavía más irritada) – ¡Dígame! (De nuevo amable) Ah, Javier… ¿Qué tal?… Sí, sí, muy bien… ¿Pero no te dije que había dejado de fumar…? Pues desde ayer, por la noche… No, no te preocupes, no estoy embarazada… Pero fíjate, que había alcanzado los dos paquetes al día… Con lo que cuesta el tabaco hoy en día, he calculado que dentro de un año y pico habré ahorrado lo suficiente para regalarme un safari a Kenia. Si no aguanto más de una semana, por lo menos tendré bastante para comprarme una tarjeta de autobús. Sea lo que sea, con los diez euros que tengo ya ahorrados, me regalé un tarro gigante de Nocilla… (Suspiro) No pensaba que iba a ser tan difícil… Pero vamos… Ahora, incluso en el cementerio está prohibido fumar… ¿Pedro? Pues bien… Por lo menos hasta que se presente una mejor oportunidad… No, hablaba de su trabajo… Bueno, Javier, lo siento, pero tengo que despedirme, mi cerdo a la manzana se está resecando. Te volveré a llamar ¿De acuerdo? Ciao, ciao…
María huele el aire y echa una mirada inquieta hacia los espectadores.
María – ¿Huele a gas, no…?
María corre a la cocina para ver cómo va el cerdo. Pedro entra silbando, un abrigo en las espaldas y un periódico en la mano. Se quita el abrigo, y se sienta en el sofá hojeando el periódico. En la portada se puede leer: “¿El Móvil Cancerígeno?”. Mientras María regresa, él deja el periódico de prisa y se pone cara de preocupación.
María (con alegría) – ¡Hola!
Pedro – Hola…
María (viendo su cara) – ¿Pero qué te pasa? ¿No te sientes bien…?
Pedro – Acaban de despedirme…
María – ¡Despedirte! ¿Pero porqué?
Pedro – Deslocalización…
María – ¡Dios mío…! Lo siento…
Pedro se deja caer en el sofá.
Pedro (patético) – ¿No vas a dejarme, verdad?
María viene a sentarse junto a él, y le coge en sus brazos.
María – ¿Pero qué dices? Yo trabajo. Mira, acabo de dejar el tabaco. Con el dinero que vamos a ahorrar ya casi podías pasar a media jornada… Además, si hay que apretarse el cinturón, nos lo apretaremos… (Pone una mano en la barriga) Voy a dejar también el Nocilla…
Pedro – No quiero ser una carga para ti, ¿sabes…? Preferiría acabar con la vida…
María – Pedro, no digas tonterías… ¡Te recuerdo que estamos casados! ¡Para lo bueno y para lo malo! Guardaremos lo bueno para el final, y ya está… Pero es una locura, que os deslocalicen así, sin avisar previamente.
Pedro – Fíjate, ahora… Con la mundialización…
María – Bueno, sin embargo… Si deslocalizan el Museo del Prado… ¿dónde van a meterlo? Es enorme ese edificio…
Pedro – En China… Van a numerar cada piedra, cargarlo todo en un buque, y reconstruir el edificio en una zona industrial en los suburbios de Cantón. Ya han empezado a desmontar un ala…
María – ¡No!
Pedro – Sí… A menos que unos piratas desvíen el barco, y que todo acabe en Somalia.
María – ¡No!
Pedro – Sí…
María – ¿Y los cuadros…?
Pedro – Igual.
María – ¿Velázquez, Goya, Picasso…?
Pedro – ¿Picasso…?
María – Ah, sí… Afortunadamente, los de Picasso ya están todos en Francia… ¿Y qué van a poner en El Retiro en lugar de El Prado?
Pedro – Pues… un barrio chino… Es decir, un centro comercial chino. En forma de pagoda… Al que vendrán todos los productos que ya no fabricamos en España: Lavadoras, secadores, vibradores…
María – Así que para ver Las Meninas, ahora, tendremos que ir a Cantón. Y los turistas igual. No va ser bueno para la Economía, claro…
Pedro – Fíjate… Y acabo de leer en el periódico que los vietnamitas consideran comprar Benidorm y Salou…
María (desolada) – Pero no es posible…
Pedro intenta conservar un poco más su cara trágica, y luego se pone a reír.
Pedro – ¡Claro que no es posible! ¿De verdad, te has creído semejantes tonterías?
María, a la vez furiosa y aliviada, le pega con los cojines del sofá.
María – No tendrías que bromear con esas cosas…
Pedro – Tienes razón, no es el momento de perder el trabajo. El sueldo no está mal… y me deja mucho tiempo para escribir… A propósito, tengo una buena noticia. ¡La Editorial Confidencial está de acuerdo para publicar mi novela!
María (con entusiasmo fingido) – ¿Editorial Confidencial? ¡Genial!
Pedro – Bueno… A cargo del autor… Tengo que vender al menos 4000 para cubrir los gastos de impresión… ¿4000 ejemplares no es tanto, verdad?
María – Claro… Entre tus padres y los míos… Si cada uno compra 1000…
Pedro parece muy contento.
Pedro – Bueno ¿Comemos? Esta noche, hay Strip Póker…
María (sorprendida pero tentada) – ¿Quieres que hagamos un strip póker los dos?
Pedro – Strip Póker, ¡el reality-show de la tele!, ¿no te acuerdas?
María – No…
Pedro – Invitan parejas. Cada vez que uno de los dos considera prudente no contestar a la pregunta que el otro le ha hecho tiene que quitarse una prenda de vestir.
María (suspirando) – No entiendo cómo puedes mirar tonterías así…
Pedro – Por favor… ¡Esta noche es la final!
María – Quizás, pero no va ser posible…
Pedro – ¿La tele está rota?
María – No… Pero no vas a poder mirarla…
Pedro – ¿Me estás castigando sin tele…?
De pronto, Pedro se da cuenta de que la mesa está puesta para cuatro.
Pedro – ¿No me digas que has invitado a tus padres?
María – Los vecinos.
Pedro – ¿Los vecinos? Si se mudaron el mes pasado…
María -¡Los nuevos vecinos!
Pedro – ¿Los nuevos? ¡Pero no les conocemos!
María – Pues por eso. Me encontré con ella al bajar la basura… Me dije que sería la ocasión de conocerse.
Pedro – ¿Y para qué?
María – Para nada… Siempre está bien conocer a tus vecinos… Por si acaso… Para hacerse un favor…
Pedro – ¿Un favor…? ¿Cómo qué?
María – Yo que sé… Regar a las plantas cuando estamos de vacaciones…
Pedro – Tu gato se comió el domingo pasado la única planta que tenía en mi despacho mientras estábamos visitando a tus padres.
María -¡Pues ya ves! Si alguien le hubiera dado de comer al gato no se habría comido tu planta… A propósito, hace tiempo que no lo he visto, el gato…
Pedro suspira.
Pedro (inquieto) – ¿Tienen hijos, verdad?
María – Tres, por lo que sé…
Pedro – ¿No me digas que has invitado a los niños también?
María – Con suerte les gustará más quedarse en casa. (Irónica) Para no perderse la final de Strip Póker…
Pedro – No seas pesada…
María – Además, la casa está justamente al lado…
Pedro – ¿No me estarás hablando de los vecinos de en frente?
María – ¡Los de en frente se suicidaron hace seis meses! ¿No te acuerdas, todos aquellos bomberos, en medio de la noche, los faros giratorios, las sirenas?
Pedro – No…
María – Pues a mí me desvela. Todavía tengo pesadillas… Habían abierto el gas… A poco, todo el barrio vuela…
Pedro – Fíjate… Hay gente que nunca piensan en los demás… ¿Y por qué se suicidaron así, en pareja?
María – Quién sabe… Quizás no había nada en la tele… Si les hubiéramos invitado esa noche…
Pedro – ¡No me digas que invitaste a los vecinos a cenar sólo para no sentirte culpable en caso de que decidieran suicidarse precisamente esta noche…!
Ella no contesta.
María – A propósito, es raro, recibí varias llamadas para ti, hoy, en mi móvil…
Pedro – Ah sí, disculpa, no sé qué hice con el mío… Por eso dejé tu número en mi contestador… En caso de que un productor intente contactarme… ¿Te dije que pensaba adaptar mi novela para el teatro?
María -¿El número de mi móvil? ¿No hubiera sido más fácil que te compraras un nuevo directamente?
Pedro – Bueno… Me dije que uno podía vivir perfectamente sin móvil, por fin. ¿No?
María – Pues sí… Uno que tenga una mujer para hacer de telefonista…
Pedro – Mira, tú intentas dejar el tabaco, yo voy a intentar dejar el móvil. A ver quién aguanta más tiempo.
María – ¡Sí, pero yo no te obligo a fumar mis cigarrillos!
En vez de contestar, Pedro vuelve a leer su periódico (En la portada el título: “¿El Móvil Cancerígeno?”). María le echa una mirada con enfado.
María – Podrías ir a cambiarte antes de que lleguen. ¿No?
Pedro – ¿Quién?
María – ¡Los vecinos!
Pedro – ¿Así que vienen de verdad…?
Pedro, resignado, se levanta.
María – Yo voy a ver si el horno no se hubiera apagado. Huele a gas. ¿No te parece?
Pedro se encoge de hombros, y sale hacia el corredor. María sale también y vuelve en seguida con botellas y vasos. Pedro regresa más tarde.
María – ¿Te has puesto el pijama?
Pedro – ¡No es un pijama! Es… un chándal.
María – ¿Y tus babuchas, son también para hacer jogging…? Nunca te he visto hacer deporte. Ni siquiera bajas la basura…
Pedro – Así no encuentro nunca a los vecinos… Mira, si ya estamos condenados a ser íntimos amigos, por qué no ponerse cómodo. ¿Verdad…?
María – Te imaginas… Si él llega con corbata y ella en traje de noche… No les dije que era un pijama party…
Pedro vuelve a salir suspirando. María continúa sus preparativos. Él regresa, vestido de una manera más correcta.
Pedro (irónico) – ¿Y así, te parece bien?
Pedro vuelve a leer su periódico.
Se oye otra vez el sonido del móvil de María. Ella contesta.
María – ¿Sí…? (Con una amabilidad afectada) No, es la telefonista, pero no se retire, le pongo en comunicación. (Tendiendo el móvil a Pedro, excedida) Tu amigo Marco…
Pedro coge el móvil como si nada.
Pedro – Si, hola, Marco… Como estás… Si, ¿eh? Hace tiempo… ¿El martes? Mira, sí, porqué no… Pero mejor tengo que preguntarlo a María. Esta ocupada ahora mismo. ¿Me vuelves a llamar mañana? Bueno, si no estoy me llamas en el móvil…
Mirada enfadada de María.
Pedro – Muy bien, hasta luego, Marco…
Devuelve el móvil a María.
Pedro – ¡Qué coñazo…!
María – ¿Qué quería?
Pedro – Invitarnos a cenar el martes. Es el cumpleaños de su mujer…
María – ¿Y qué? ¿No es tu mejor amigo?
Pedro – Me deprimen los cumpleaños… Yo tengo la delicadeza de no invitar a nadie en tus cumpleaños…
María – ¿Y cuando te acuerdas de la fecha…?
Pedro – No, de verdad, estaré más tranquilo sin móvil… Bueno, ¿qué hacen los vecinos?… No nos van a contar que se han retrasado por el atasco. ¡Viven justo en frente!
María – Al lado…
Pedro – Pues mejor, ni siquiera tienen que cruzar la calle…
María – Todavía no son las nueve…
Pedro – A las nueve, habitualmente, hemos cenado. Me muero de hambre… Huele muy bien. (Incrédulo) ¿Con qué nos vas a sorprender?
María (orgullosa) – Cerdo a la manzana. He encontrado la receta en una revista…
Pedro – No me digas… No sé si realmente el momento es propicio para probar nuevas experiencias, pero bueno… Ni siquiera sé cómo se llama esa gente…
María – Ella es Rosa, y él Ignacio, creo…
Pedro – Joder… Ya sois muy íntimos… ¿Y el apellido?
María – No me acuerdo. Es un nombre de detergente…
Pedro – ¿Skip?
Negación de María.
Pedro – ¿Wipp?
Nueva negación de María.
Pedro – ¿Omo?
María -¡Ariel! O Riel…
Pedro – Espera ¿Riel o Ariel?
María – Yo qué sé. Dijo « Rosa Ariel »… Ya veremos… ¿Qué importa?
Pedro – Pues… Si es Ariel, tu cerdo a la manzana… Siempre podrán comerse las manzanas, claro…
María (inquieta) – Dios mío, no había pensado en eso…
Pedro – Así es… Cuando se invita gente desconocida…
María – ¿Pero cómo hubiera podido adivinar…? Ignacio y Rosa no suenan…
Pedro – Todos los musulmanes no se llaman Muhammad…
María – ¿Crees que son musulmanes…?
Pedro – Mira, sea lo que sea, por lo que se refiere al cerdo a la manzana, da igual ¿No?
María – A lo mejor no son practicantes…
Pedro – Quién sabe… Más valdría descongelar una pizza… Vegetariana, además…
Se oye el sonido de la puerta. María se inmoviliza.
María – ¿Qué hacemos?
Pedro – Pues… Podrías ir a abrir. Es lo que hace uno cuando invita a gente que luego llama a la puerta… Si no… apagamos todo, y vamos a ver Strip Póker en el cuarto de baño…
María – Voy a abrir…
Ella desaparece en el vestíbulo para ir a abrir la puerta.
María (off) – ¡Hola! Buenas noches… Entren, por favor… (Cogiendo el regalo que le dan los vecinos) ¡Oh, muchas gracias! Pero no tenían que molestarse…
Pedro (in) – El regalo Ariel… O Riel…
María vuelve al el salón con un ramo de flores en la mano, seguida por los vecinos.
Pedro (imitando irónicamente la amabilidad de María) – ¡Hola! Buenas noches… Entren, por favor…
María – ¿Son margaritas, verdad? ¡Los pétalos son enormes!
Rosa (confusa) – Son tulipanes…
María – Ah sí, por supuesto. Son magníficas…
Rosa – Quizás han sufrido un poco el calor…
En efecto, las flores parecen bastante marchitas.
María – Vamos a ponerles en el agua en seguida…
Pedro – Quizá vayan a resucitar…
Los vecinos entran. Rosa, morena, unos cincuenta años, delgada, viste de manera elegante pero estricta. Ignacio, gordito, una botella en la mano, lleva un traje tan marchito como las flores.
María (a Ignacio) – Les presento a mi marido (insistiendo sobre el apellido) Pedro Azafrán…
Los dos hombres se saludan.
Pedro (siniestro) – Encantado…
María (a Ignacio) – ¿Y tú eres…?
Ignacio (sonriendo) – Ignacio…
María – Ignacio, muy bien…
Ignacio tiende su botella a Pedro.
Ignacio – Toma, tendrías que ponerla en la nevera…
Pedro – ¡Sidra Asturiana! Pues muchas gracias, Ignacio…
Ignacio – Bien fresquita, sabe como Champán francés ¿No es cierto?
Pedro (irónico) – No nos vamos a arruinar, entonces. Voy a ponerla en el congelador… Para que esté mejor todavía…
Pedro lleva la botella a la cocina.
María – ¿Lo habéis encontrado fácilmente?
Caras de los vecinos que viven justo al lado.
María – No, digo, ya sé que vivís justo al lado… Quiero decir, habéis encontrado fácilmente… (improvisando) una manera de cuidar a los niños mientras…
Rosa – Ah, sí… La mayor guarda a los pequeños… Y si no les molesta, iremos a echar un vistazo de vez en cuando…
Pedro vuelve.
María – ¿Y cómo se llaman vuestros hijos?
Rosa – Sarah, Esther y el menor Benjamín.
Esta respuesta empeora la inquietud de María sobre la supuesta religión de los vecinos.
María – Claro, Benjamín… El menor…
Rosa – No tenéis hijos ¿Verdad…?
Ligero sonrojo.
María – Pues todavía no… Perdón, pero ¿vuestro apellido es Riel como las vías del tranvía, o Ariel…?
Pedro – Como el detergente…
Ignacio – Riel. Como para correr las cortinas…
María (con un suspiro de alivio) – ¡Temíamos que fuerais judíos!
Rubor en el rostro de los invitados. María, petrificada, corrige.
María – Es que sólo que había previsto un cerdo a la manzana… Pero se puede arreglar fácilmente. Tengo huevos en la nevera ¿Os apetecería una buena tortilla francesa?
Pedro – Si no, lo dejamos para otro día…
María le echa una mirada enfadada.
Rosa (relajándose) – Qué va… No cambiéis nada para por nosotros… El cerdo a la manzana estará muy bien… Además, vendrá bien con la sidra, ¿Verdad?
Ignacio (muy serio) – Claro… Pero las manzanas… Son kasher ¿Verdad? (Satisfecho de ver la cara llena de rubor de María) Estoy bromeando… ¿Y el apellido vuestro, qué es, Curry?
María – Azafrán…
Ignacio – Lástima…
Pedro y María no entienden por qué.
Ignacio – No, porque… Pedro y María… (Los demás todavía no lo entienden) ¡Pedro y Marie Curie!
Incluso Rosa encuentra la broma un poco pesada.
María – Me alegro que tengáis sentido del humor… Además, judíos o musulmanes, qué importa…
Pedro – Hubiera podido ser peor… Si fueseis informáticos o dentistas…
Nuevo sonrojo…
María (para cambiar de tema) – ¿Os apetece una copita…?
ACTO 2
Las dos parejas toman una copa. Pedro y María ya parecen aburrirse bastante, pero hacen un esfuerzo para escuchar con atención lo que dice Ignacio.
Ignacio – El problema para nosotros, los dentistas, es que ahora gastamos más tiempo a llenar papeles que en curar los dientes. Y como todo el rollo se hace con la computadora… Lo que digo: yo aprendí a manejar la fresa, no el ratón. Afortunadamente, mi mujer me echa una mano. La informática es su trabajo, pero yo…
Pedro y María asienten amablemente.
Ignacio – No, hoy en día las profesiones liberales se ahogan por tantos impuestos y cargas… A propósito, ¿conocéis ese chiste?
Pedro y María fingen curiosidad.
Ignacio – Este es un dentista que se va de crucero con su mujer al Pacífico. ¡Naufraga! El navío se hunde…
María se echa a reír. Consternación en los demás.
Ignacio – No… Todavía no…
María vuelve a estar seria.
Ignacio – Zozobran una semana hasta llegar a una isla desierta. La mujer, por supuesto, muy inquieta, dice a su marido: nunca van a encontrarnos.
Se echa a reír otra vez.
Ignacio – No… Todavía no…
María vuelve a estar seria.
Ignacio – Su marido le pregunta: ¿mandaste el cheque para los impuestos antes de partir? La mujer: ¡No! Su marido le contesta: Entonces, no te preocupes. Van a encontrarnos…
María, prudente, no se ríe.
Ignacio – Ya…
María se esfuerza en reír. Ignacio saca un paquete de cigarrillos, y ofrece uno a Pedro.
Ignacio – ¿Un cigarrillo?
Pedro – Gracias, no fumo…
Ignacio tiende el paquete a María.
María – Lo dejé ayer…
Rosa echa una mirada enfadada a Ignacio, quien pone otra vez el paquete en su bolsillo.
Ignacio – Bueno… Pues no voy a ahumaros, entonces… Aunque, siempre se habla del cigarrillo, pero el móvil tampoco es muy bueno para la salud. Leí un artículo acerca de esto en el periódico esta mañana. Dicen que más de un cuarto de hora al día te hará tener un tumor del cerebro…
María agarra el periódico de Pedro, y echa un vistazo al título en la portada: ¿El móvil cancerígeno?
Ignacio – Mejor no pasarse de la cuota…
María echa una mirada furiosa a Pedro.
Ignacio – Yo fumo, pero no tengo móvil.
María (irónica) – Mi marido tampoco. Prefiere que el tumor lo tenga yo…
Ignacio – ¿Sabéis lo más jodido en el oficio de dentista?
Pedro y María no lo saben.
Ignacio – Tener que limpiarse las manos todo el rato, entre cliente y cliente.
Pedro – ¿Igual que las prostitutas? ¿No?
María echa una mirada enfadada a Pedro.
Ignacio – Mirad las manos que tengo. Sequísimas. Podría llevar guantes, claro, pero… ¿Os imagináis? Es un trabajo muy minucioso. ¿Habéis probado a enhebrar una aguja con guantes de boxeo?
Pedro – Nunca… Además, coso muy poco. Prefiero hacer punto…
Ignacio – Bueno, como digo yo, nosotros los dentistas, tenemos una ventaja en comparación con los psicoanalistas: En mi consulta también el paciente llega, se tumba, y abre la boca… ¡Pero después solo tiene derecho a escucharme!
Rosa – Estás fastidiando a nuestros amigos con tus historias…
María – ¡Qué va…! Para nada…
Rosa – Por qué no nos habláis un poco de vosotros… (A María) ¿Eres profesora, verdad?
María – De solfeo, sí… Pero no estoy segura de que sea mucho más interesante…
Pedro le echa una mirada irónica, y Rosa se da cuenta que ha metido la pata otra vez.
Rosa – Ah, el solfeo… Lo estudié durante más de 10 años, de joven…
María (intentando interesarse) – ¿Qué instrumento practicabas?
Rosa – Pues… Ninguno… Mis padres pensaban probablemente que el solfeo era una lengua muerta. Como el latín o el griego. Así que cuando tuve 20 años, dije basta.
Pedro (irónico) – Joder… Eras una adolescente muy rebelde…
Rosa – Luego, me matriculé en un curso de baile.
María – Pues sí… Menudo cambio…
Ignacio (sentimental) – Así nos encontramos, Rosa y yo…
María – ¿De verdad?
Ignacio – Sí, sí… Bailaba muy bien entonces, sabes… Me defiendo bastante bien todavía… Dicen que el 40% de los hombres han conocido a su mujer invitándola a bailar. (A Pedro) ¿Así encontraste también a tu encantadora esposa…?
Pedro – Pues, no… Fíjate que yo empecé por tomarla salvajemente en un ascensor, después de haber apretado el botón de alarma… Dicen que es muy raro, las parejas que se conocieron así…
Silencio embarazoso.
María – Es una broma, por supuesto…
Pedro – No le gusta que cuente…
María – ¿Otra copita?
Rosa – Bueno… Un dedo, entonces…
Pedro – ¿Antes de la copa?
María echa a Pedro una mirada de enfado, y llena los vasos de los invitados.
Rosa – Hemos registrado a Benjamín en el parvulario de al lado… ¿Sabéis qué reputación tiene?
María – Pues… Como no tenemos niños…
Rosa – Ah sí, es verdad. Disculpad…
Pedro – Bueno… No tiene usted la culpa ¿Verdad?
Silencio.
Rosa – ¿Y tú, Pedro? ¿Qué haces?…
Pedro – ¿Yo? Pues… Nada…
Rosa (apiadada) – Sin empleo…
Pedro – Diría más bien… asalariado inactivo. Es muy difícil llegar a esto, sabéis… Dar la impresión de trabajar sin hacer nada de verdad… Sólo un buen comediante puede conseguirlo.
Rosa – Entonces… qué es lo que haces cuando no trabajas… Es decir, cuando no estás en la oficina…
Pedro – Pues… Soy comediante, precisamente…
Rosa (interesada) – ¿Comediante? Por eso tenía la impresión de haberte visto antes… ¿En dónde actuaste?
Pedro – ¿Habéis visto la tele ayer por la tarde?
Ignacio – ¡Pues yo sí! Ayer, no trabajaba…
Pedro – ¿Entonces, habrás visto la publicidad para el seguro fúnebre?
Ignacio no parece enterarse.
Pedro – ¡Hombre sí! Entre la publicidad de los aparatos auditivos y para de las sillas monta escalera.
Ignacio – Quizás…
Pedro – Pues el tío en el ataúd, soy yo…
Ignacio – ¿No…?
Pedro – Un papel de descomposición, por así decirlo…
Rosa (con sonrojo) – Estupendo… Y fuera de esto… ¿Tienes otros proyectos…?
Se oye el sonido de la puerta.
Ignacio – ¿Esperáis a otros invitados?
María – No… No esperamos a nadie…
Pedro va abrir la puerta.
Pedro (off) – ¿Ya…? Bueno pues, disculpad, vuelvo en seguida…
Pedro vuelve con un calendario.
Pedro – Los bomberos… Vienen a por el calendario…
Ignacio – Los bomberos… ¿Vienen muy pronto, no? ¿Estás seguro de que es un verdadero bombero…?
Pedro – Bueno, pues al menos se parece mucho al que esta fotografiado desnudo en el calendario…
Pedro tiende el calendario a Ignacio que lo mira.
Ignacio – Ah…
Pedro – ¿No tendrías un billete de diez, por acaso? No tengo cambio… Te lo devolveré mañana…
Pedro (reticente) – Desafortunadamente, gasté el último de cinco para comprar la sidra. Tengo una moneda de dos, si quieres…
Pedro – Bueno, pues… Le voy a dar la botella de sidra que habéis traído… Si no os molesta…
Ignacio – No… Qué va…
Pedro (a Rosa) – Puedes llevarte el calendario… Ya que los bomberos se llevan tu botella…
Mientras Pedro va coger la botella de sidra en la nevera, Rosa ojear el calendario.
Rosa – Gracias…
Pedro se dirige a la puerta con la sidra.
Pedro (off) – Ya… Está bien fresquita… Pues… Feliz Navidad, entonces…
Pedro vuelve.
Rosa – Feliz Navidad… Si el verano no ha terminado todavía… ¿Exageran, no?
Pedro – Será culpa del calentamiento climático… Ya no hay temporadas… Incuso los bomberos están despistados…
María – Voy a ver qué pasa con mi cerdo a la manzana ¿Huele a gas, no?
Ignacio (levantándose) – Voy a aprovechar para ir a ver si los niños no hacen tonterías… Sabes cómo son los niños…
María – Pues…
Ignacio – No te molestes, ya conozco el camino.
Rosa (levantándose también) – ¿Me podrías decir dónde está el lavabo?
María – Cómo no. Al fondo, en frente…
Ignacio y Rosa salen.
María – ¿Porqué les contaste que hacías de cadáver en las publicidades? (Imitándole) Un papel de descomposición, por así decirlo…
Pedro – Era para animarles un poco, fíjate. Que por ahora esta cena que ni siquiera ha comenzado, promete ser mortal… Hay que pensar en algo para hacerles huir…
María – No son muy apasionantes, es verdad, pero bueno… Ya es tarde para anular. No volveremos a invitarles, y ya está.
Pedro – Espera: Son ellos que van a invitarnos la próxima vez, ya verás… No te das cuenta…
María – Exageras un poco ¿no…? Bueno, intentaré acelerar un poco el movimiento… Toma, abre la botella de vino…
Pedro – Por lo menos, conseguí deshacerme de su botella de sidra. Me da aerofagia…
María – ¿Huele a gas, no?
María se va a la cocina. Pedro coge la botella. Rosa vuelve.
Rosa – Es realmente muy amable, habernos invitado para que llegamos a conocernos… Viví por aquí hace tiempo, pero ya no conozco a nadie… Además, puede ser muy útil conocer a sus vecinos…
Pedro – Si, es lo que dice mi mujer. No sé porqué… Pero ya que lo mencionas, me alegro mucho que digas esto… La verdad es que tenía algo que preguntaros.
Pedro le tiende la botella.
Pedro – Toma, si no te molesta abrirla, no sé si tengo la fuerza suficiente todavía…
Rosa, intrigada, trata de abrir la botella con mucho esfuerzo.
Pedro – No querría aguaros la fiesta, pero… Tengo un cáncer…
De un golpe, Rosa saca el corcho de la botella. Pedro la coge y llena los vasos.
Pedro – El médico acaba de decirme que tengo un tumor… Habré sobrepasado la cuota…
Rosa – ¿La cuota…?
Pedro – El móvil, sabes… Las… Las radiaciones. Pedro y Marie Curie… Era probablemente un modelo antiguo…
Rosa – El cerebro…
Pedro – Peor…
Rosa le mira, preguntándose que podría ser peor.
Pedro – Los testículos…
Rosa – No…
Pedro – El kit manos libres, sabes, protege la cabeza, pero sólo desplaza la probabilidad de contraerlo…
Rosa – Lo siento, realmente…
Pedro (levanta su vaso para brindar) – Bueno, pues… Salud…
Prueban el vino en silencio.
Rosa – Pero… ¿Hay tratamientos, ahora, no?
Pedro – Sí… La verdad es que mi cirujano considera la posibilidad de un trasplante… (Un tiempo) Y es la razón por la cual pedí a mi mujer que os invite… A ti… y a tu marido.
Consternación de Rosa.
Pedro – ¿Otra copa?
Pedro llena el vaso de Rosa, quien se lo traga de un tirón.
Rosa – ¿Sí que es bueno, eh?
Pedro – Toma cacahuetes…
Rosa se sirve.
Pedro – Así que… Sólo falta un donante…
Rosa – ¿Un donante…?
Pedro se aproxima a ella y la coge por los hombros.
Pedro – Se puede vivir muy bien con un solo testículo, ¿sabes…? La intervención es benigna. Una semana después, ni siquiera te acuerdas… Y la cicatriz a penas se nota…
Rosa – Pues… Tendría que hablarlo con mi marido… No sé si…
María vuelve con su cerdo a la manzana.
María – El cerdo…
María les ve en esa ambigua posición.
Rosa (perturbada) – Voy a ver que pasa con Ignacio y los niños… Sabéis cómo son los hombres…
Rosa sale de prisa.
María – Parece que no lo encuentras tan aburrido al fin…
Pedro – Por favor… Es una pesadilla… Tenemos que pensar en algo para deshacernos de ellos…
María – ¿Qué quieres que hagamos? No vamos a echarles afuera. Nosotros les invitamos.
Pedro – ¿Nosotros…?
María – Bueno, de acuerdo… No era tan buena idea… ¿Qué le vamos a hacer…? A lo hecho, pecho… Me olvidé del pan…
Antes de salir a la cocina, María echa una mirada a su cerdo a la manzana.
María – No parece tan apetitoso como en la foto de la ficha de la receta, el cerdo este…
Pedro – Si crees que todas las mujeres, en la calle, se parecen a los maniquíes que se ven en las revistas…
María encoge de espaldas y se va.
María – Trata de ser un poco amable con ellos…
Pedro – ¿Para que se nos peguen?
María – Acaban de instalarse. Quizás estén aquí durante los próximos veinte años. No vamos a enfadarnos con ellos el primer día…
Pedro (suspirando) – La mejor manera de quedar en paz con tus vecinos, es no hablarles nunca…
María – ¿Has visto el gato?
Pedro (un poco nervioso) – Pues, no… Hace un rato…
María – Espero que tu planta no fuera tóxica.
María sale. Ignacio vuelve.
Ignacio – Rosa pone el pequeño en la cama, y vuelve en seguida. Los mayores miran la tele…
Pedro – ¿Strip Póker…?
Ignacio – Dibujos animados… Mmm… ¡Huele muy bien!
Ignacio coge Pedro por las espaldas.
Ignacio – Estoy seguro de que vamos a simpatizar… Además, la ventaja de ser vecinos es que no tiene uno que coger el coche después para volver a casa… Así que podemos estar tranquilos… ¡Nadie va a pedirnos que soplemos el globo!
Pedro – Dime, Ignacio… ¿Puedo llamarte Ignacio?
Ignacio – Por supuesto, Pedro. Entre vecinos…
Pedro – Me estás cayendo simpático. Quería hacerte una pequeña proposición. Bueno, mi esposa y yo…
Ignacio – ¿Sí?
Pedro – ¿Supongo que habrás oído hablar del… intercambio?
Ignacio – Más o menos…
Pedro – Pues, la cosa es esta…, mi mujer y yo… Bueno si queréis… No se obliga a nadie, claro. En general, eso ocurre entre el postre y el café… Si no estáis interesados… Sólo tendríais que marcharos antes. Lo entenderemos…
Ignacio, desconcertado, ni tiene tiempo de contestar. Rosa vuelve.
Rosa – ¡Ya está! Así que vamos a poder pasar una noche tranquila los cuatro…
Ignacio parece avergonzado, Rosa lo nota.
Rosa – ¿Algún problema?
Ignacio – No, no… Estábamos hablando del… libre cambio. De la mundialización, de la deslocalización, todo ese rollo… ¿Sabéis que mi mujer también es una adicta al intercambio…?
Rosa – Del libre cambio…
Silencio. María llega de la cocina.
María – Pues estupendo. Si les apetece cerdo, vamos a empezar…
Se sientan todos a la mesa.
María – ¿Rosa, te pongo al lado de mi marido…?
Rosa se sienta bajo la mirada inquieta de Ignacio. María sirve a los invitados.
Rosa – Parece delicioso…
María sirve a Pedro.
Pedro – No gracias…
María – ¿No tienes hambre?
Pedro – No mucho… La carne siempre me ha dado un poco de asco. ¿A vosotros no…?
Ignacio y Pedro intercambian una mirada.
Pedro – ¿Sabéis que desde un punto de vista genético, el cerdo es el animal que más se aproxima al ser humano? En realidad, el hombre solo se distingue del cerdo por unos pocos genes. (Mirando a Ignacio) Aunque, no todos…
María intenta cambiar de tema.
María – ¿Y tú, Rosa? No nos has dicho lo que haces…
Rosa – Siempre me avergüenza un poco decirlo… Hoy en día, no es un oficio muy popular…
Pedro – ¿Trabajas en un sex-shop…? ¿En un garaje?
Rosa – Peor… Soy… (Enfática) Cost Killer.
Incomprensión en los rostros de Pedro y María.
María – ¿Y en que consiste, exactamente?
Rosa – Pues… Las empresas que padecen dificultades financieras me llaman como consultora para que corte las ramas muertas, a fin de que los jóvenes brotes puedan crecer con toda libertad…
María – Parece muy interesante…
Ignacio – Mi mujer es el Torquemada de la revolución liberal… Una pasionaria del intercambio…
Rosa – Del libre cambio…
Ignacio – Claro…
María – ¿Y a quién piensas quemar esos días?
Rosa – Hasta hace poco, me contrataban sobre todo las empresas privadas. Pero ahora, estoy también muy solicitada por el sector público. La verdad es que acaban de confiarme una nueva misión…
María – ¡No me digas que vas a atacar a Educación Nacional! Porque supongo que empezarían quemando los profes de solfeo…
Rosa – No te rías, seguro que ocurrirá algún día. Pero no, esta vez, es otro dinosaurio con quien me mandan acabar.
María – ¿El Partido Socialista?
Rosa – El Prado…
Pedro se estrangula.
Pedro – ¡El Prado…!
Rosa – Por supuesto, todo esto tiene que permanecer confidencial… Empiezo mañana por la mañana, y por ahora nadie está al tanto. Haré una selección entre los empleados, y solo guardaré los elementos más productivos y más capaces de evolución… Los demás, les reemplazaremos por computadoras…
Ignacio – Mi mujer es una matadora. En su oficio, la llaman Terminator. Y cuando haya terminado con El Prado, os garantizo que El Prado, en El Retiro, parecerá a una sinagoga en la Banda de Gaza…
María se queda sin voz, y Pedro está a punto de desmayarse.
Rosa – Pero veo que os aburro con esto… Este cerdo a la manzana es realmente delicioso. Tendrás que darme la receta…
Ignacio se levanta.
Ignacio – Si me permitís… Voy a utilizar el lavabo… Serán las manzanas…
Rosa – Aprovecharé para asegurarme de que los niños no miran este reality show. Sabéis… Strip Póker…
Ignacio y Rosa salen cada uno por su lado.
Pedro (aniquilado) – Pues ya está… Estoy aviado. Estaré el primero en la fila para la hoguera…
María – Si te habías jactado de estar cobrando por no hacer nada… (Imitándole) Tienes que ser muy buen comediante…
Pedro – ¡Espera! ¿Cómo podía yo adivinar que su apodo era Terminator? Parecía totalmente inofensiva… Además, te recuerdo que tú la invitaste. Si me hubieras dicho que la señora Ben Laden venía a cenar esta noche en casa hubiera tenido más cuidado…
María – Bueno, pues ahora no sé que podemos hacer para salir de esta…
Pedro – He propuesto una cama redonda de postre… a su marido
María – ¿Perdón?
Pedro – Era para hacerles huir más rápido…
María – Muy amable conmigo… Entonces, no sólo va a considerarte un paria sino también un obseso sexual… Y si hubiera aceptado tu oferta…
Pedro – Sólo lo he hablado con él… Que no dijo no todavía… Es que ahora, tenemos que hacer todo lo posible para salir de esta…
María, al borde de la crisis de nervios, enciende un cigarrillo.
María – No era el mejor día para dejar el tabaco.
María aspira una bocanada de humo.
María (voluptuosamente) – Ay… Qué bueno…
Pedro la mira, perturbado.
Pedro – Bueno, mira, ya que estamos en este punto, solo veo una salida…
María – El gas, como los vecinos de en frente…
Pedro – Ella todavía no sabe que trabajo en El Prado… Tenemos que aprovechar la noche para encontrar algo que podamos utilizar contra ella…
María – ¿Y cómo piensas hacerlo? ¿Quieres que acepte la proposición cochina que hiciste a su marido sólo para comprometerles y guardar tu trabajo?
Pedro – Bueno… Si lo podemos evitar… Para empezar, podríamos darle un poco de beber… Seguro que tiene algo que esconder, con su aire inocente…
María – ¿Darle de beber…? ¿Y crees realmente que va bastar para que se suba encima de la mesa y nos haga una confesión pública…? No, para hacerle hablar… Aparte de ponerle la cabeza en el horno… Tengo que pensar en algo para traerla a la cocina, mientras tú neutralizaras el marido…
Pedro – Una confesión pública… Tengo una idea…
María – ¿Qué…?
Pedro – ¡Strip Póker!
María – ¿Que hagamos un strip póker los cuatro?
Pedro – ¡Strip Póker, el reality show! Cuando esté borracha, proponemos una partida.
María (inquieta) – ¿Una partida?
Pedro – De prenda, el que pierde tiene que contestar una pregunta indiscreta. El juego de la verdad. Ella es una competidora, le gustan los retos, estoy seguro de que aceptará…
María (inquieta) – Es que yo, no sé jugar al póker muy bien…
Pedro – ¿Tienes algo que esconder?
María – Nada en particular, pero bueno…
Pedro – ¡Pues qué!
Ignacio y Rosa vuelven.
Ignacio – ¡Ah, me siento más ligero!
María – Bueno, pues vamos a comer el postre…
Embarazo de Ignacio.
Ignacio – Se hace tarde ¿Verdad? Mejor no molestamos más…
Rosa – Pero, Ignacio, no vamos a irnos así como ladrones…
Pedro, que ahora quiere a toda costa retener a los vecinos, cambia completamente de actitud.
Pedro (amable) – ¡Qué va! ¡Si no nos molestáis tanto! Después, haremos un juego de sociedad… ¿Os gustan los juegos de sociedad?
Rosa – ¡Ay, Pedro! ¡Has descubierto mi punto flaco! Soy muy juguetona… ¿No es cierto, Ignacio?
Oscuridad.
ACTE 3
Ambiente de garito lleno de humo. Están sentados los cuatro, cigarrillo en la boca y algo desaliñados, alrededor de la mesa de póker, alumbrada por una lámpara, como en las películas. María barajando las cartas con el virtuosismo de un croupier.
Pedro – ¿Está todo bien claro? Al final de cada partida, el que más botones tiene puede hacer una pregunta a quien quiera…
Los demás asienten.
Ignacio (tratando de bromear) – Siempre que no se trate de los botones que sostienen mis pantalones. Fuera de lo que tengo por debajo, no tengo nada que esconder…
Pedro – Todos tenemos algo que esconder… Buscad bien… Basta con hacer las preguntas adecuadas…
El ambiente se hace más pesado. Empiezan a jugar. Los cuatros apuestan. Ignacio corta. María distribuye las cartas (cinco a cada uno). Mientras tanto, Pedro coge una botella.
Pedro (a Rosa) – ¿Algo de coñac…?
Rosa (un poco borracha ya) – Vamos, algo de exceso, de vez en cuando…
Ignacio – Quizás no es muy prudente ¿No? (Tratando de bromear) Sabéis que ahora te pueden meter en la cárcel si dejas a uno de tus invitados volverse a casa totalmente borracho…
Pedro – No tenéis que conducir, vivís aquí en frente…
Ignacio – Al lado…
Pedro – De esta manera ni siquiera hay peligro de que un coche os atropelle… Aunque si queréis quedaros a dormir con nosotros…
Ignacio se ruboriza. Rosa apura su vaso.
Rosa – A ver… ¿Empezamos?
María acaba de distribuir las cartas. Cada unos mira las suyas, observando a los demás por debajo.
Pedro – Dos cartas…
María le da sus cartas.
Rosa – Tres…
Ignacio – Una…
María – Servida…
Miran de nuevo sus cartas.
Pedro – Lo dejo…
Ignacio – Yo también…
Rosa – Apuesto dos más.
María – Para ver…
Rosa abate sus cartas con una excitación infantil.
Rosa – ¡Póquer de ases! ¿Quién tiene mejor?
María (desolada) – Trío de picas…
Rosa recoge la apuesta. Cada uno mira los botones que le quedan.
Rosa – Yo pregunto…
Malestar de los demás.
Rosa – ¡A María, pues!
Alivio de Pedro e Ignacio.
Rosa – Tienes que decirnos la verdad…
María (inquieta) – Vamos…
Rosa – ¿Has robado ya en una tienda?
María parece más bien aliviada.
María – Sí… Una vez…
Ignacio – ¿Y qué has robado?
María – Una tienda.
Ignacio – Quiero decir… ¿Que has robado en la tienda esa?
María – Pues eso. Una tienda.
Rosa – ¿Has robado una tienda en una tienda?
María – ¡Una tienda de campaña!
Ignacio – Nunca me hubiera atrevido a robar algo así… Una tienda de campaña… ¿Es más bien algo voluminoso, no?
Rosa – ¿Estabas… empujada por la necesidad? ¿No tenías dónde dormir…?
María – No, para ir de camping. Era en un centro comercial… Fui a una caja para pagar. Me dijeron que no era la caja buena. Fui un poco más allá, y a continuación me di cuenta de que había salvado el arco de seguridad, sin darme cuenta. Entonces, como ya estaba fuera…
Pedro – No fue verdaderamente un robo… Ya que no tenías la intención de robar esa tienda…
María – Digamos que no me volví atrás para pagar… En realidad, más bien tenía miedo de que el arco de seguridad se pusiera a sonar. Habría sido estúpido, ¿no? Que me detuvieran porque intentaba reintroducir en la tienda… la tienda que acababa de robar sin darme cuenta… ¿Me imagináis contando esto a los vigilantes? Habitualmente, esa gente no tiene mucha imaginación…
Los demás asienten.
Rosa – ¿Y de verdad fue esa la única vez?
María – Sí…
Rosa – Así que eres más bien una mujer honesta. Digo honrada…
María – La mayoría de la gente es honrada solo por miedo al castigo… Digamos que el riesgo siempre me pareció demasiado, comparado con el placer que hubiera podido procurarme…
Ignacio – ¿Como engañar a su marido…?
María – Esa es otra pregunta…
Ignacio – De acuerdo…
Empiezan otra partida. Apuestan. Pedro distribuye las cartas.
Rosa – Una carta…
Ignacio – Servido…
María – Servida…
Pedro – Dos cartas…
Apuestan de nuevo.
Rosa – Más uno…
Ignacio – Más dos…
María – Me retiro…
Pedro – Para ver…
Abaten sus cartas.
Pedro – ¡Full!
Ignacio – ¡Escalera!
La sonrisa de Pedro desaparece. María le echa una mirada irónica.
María – Empieza muy bien…
Ignacio recoge las apuestas.
Ignacio – Me toca a mí hacer una pregunta…
Los demás miran sus botones, inquietos.
Ignacio – A Pedro…
Pedro se resigna.
Ignacio – ¿Has tenido ganas de matar a alguien?
Pedro – ¿Quieres decir… antes de esta noche? ¡Claro!
Ignacio – Con un comienzo de realización, por supuesto. Si no, no vale… Si pusieran en la cárcel a todos los maridos que tienen ganas de matar a su mujer, al menos una vez a la semana…
Rosa le echa una mirada asesina.
Pedro trata de recordar.
Pedro – No, no veo… (Riéndose) Ah sí… Bueno, no era realmente premeditado, pero… Fue en el colegio… Había una gordita con gafas a quien solíamos hacer la puñeta. Un día, en la piscina, tiramos sus gafas al agua. No sabía nadar. Pero de tantas ganas que tenía de recuperar sus gafas, se olvidó, y se tiró al agua. Nosotros casi nos morimos de la risa. Claro, después de cinco minutos, como no la veíamos remontar del fondo, acabamos por avisar al vigilante… Nunca me reí más en mi vida… No recuerdo como se llamaba esa pobre chica…
Rosa – Rosa… Rosa Ramírez Sánchez…
Pedro (petrificado) – Quizás, si…
Rosa – La gordita con gafas era yo…
Pedro – No me digas…
Rosa – Ya sabía que tu cara no me era desconocida…
Silencio.
Ignacio – Bueno… ¿Otra partida…?
En un silencio de muerte, Rosa distribuye las cartas.
Ignacio (mirando las suyas) – Me retiro.
María – Servida…
Pedro – Me retiro también.
Rosa – Tres más…
María – Sigo. Más cuatro…
Rosa – Para ver.
Rosa y María abaten sus cartas. Sonrisa satisfecha de María. Rosa se muestra aniquilada.
María – Ah, esta vez, me toca a mí… ¿Rosa…?
María – Sí…
María – ¿Has cometido una falta profesional grave que nunca hubieras revelado a nadie?
Rosa se siente mal. Se dirige hacia delante del proscenio como para confesarse. Pero en vez de hablar, se quita una prenda de vestir.
Oscuridad.
La luz vuelve y Rosa en el proscenio sigue estando en el banquillo de los acusados. Se entiende que ha perdido otra vez en el juego.
María – Vuelvo a preguntar… ¿Has cometido una falta profesional grave que nunca hubieras revelado a nadie?
Rosa se prepara para quitarse otra prenda… antes de ceder.
Rosa (en voz baja) – Sí…
María – ¿Perdón?
Rosa – ¡Sí!
María – ¿Cual?
Rosa – Pues… ¿Lo que te diré no saldrá de aquí verdad…? ¿Me lo prometéis…?
Pedro y María asienten hipócritamente.
Pedro – Puedes considerar que estamos en una iglesia, y que somos tus confesores…
Ignacio – ¿Una iglesia…?
María – O una sinagoga, si prefieres.
Rosa – ¿Hay un confesionario en las sinagogas?
Pedro (impaciente) – ¡Es una metáfora!
Rosa – Bueno… Fue hace seis meses, más o menos… En una de mis misiones, hice que despidieran a un ejecutivo y a su esposa, quienes trabajaban en una empresa que yo auditaba… Estaba segura que robaban en la caja… El pobre no lo aguantó. Llevaba veinte años trabajando en esta empresa. Se suicidó… Con su mujer…
Pedro lanza a María una mirada de satisfacción.
Rosa – Abriendo el gas…
Cara de consternación de Pedro y María.
Pedro – ¡Los vecinos de enfrente…!
Rosa – ¿Perdón?
Pedro – No, nada…
Rosa – Justo después del entierro, me di cuenta de que no tenían la culpa… Era yo quien me había equivocado… Nunca se lo dije a nadie… Y no hice nada para rehabilitar a esa pobre gente… Tenía demasiada vergüenza… (Llorando) Normalmente, nunca me equivoco…
Ignacio la consuela.
Ignacio (a Pedro y María) Se emociona mucho cuando habla de esto… ¿Quieres que volvamos a casa, querida…?
María (satisfecha) – Sí, basta ya, ¿no…?
Rosa (recuperando el dominio de sí misma) – No, no… No quiero arruinaros la fiesta… Está bien… Además, no se para una partida de póquer así… (Amenazante) Todos no han hablado todavía…
Rosa toma su copa de un trago.
Pedro – Muy bien…
Ignacio distribuye las cartas… Vuelven a jugar. El ambiente está todavía más denso.
María – Tres cartas…
Pedro – Servido…
Rosa – Sigo…
Ignacio – Para ver…
Abaten sus cartas.
Rosa – Tengo un par…
Ignacio – Trío…
María – Póquer de damas…
Pedro (triunfante) – ¡Póquer de reyes!
Malestar de los demás.
Pedro – Ignacio…
Ignacio parece inquieto.
Pedro – ¿Sabes lo que le ocurrió al gato que encontré en la basura de la residencia esta mañana?…
Estupefacción de María. Bochorno de Ignacio y Rosa.
Pedro – Tienes que decirnos la verdad…
Ignacio se dirige hacia el proscenio como para confesarse. Pero en vez de hablar, se quita el pantalón.
Oscuridad.
La luz vuelve, Ignacio esta todavía en el banquillo de los acusados. Se entiende que ha perdido de nuevo en el juego.
Pedro – Bueno. ¿Qué pasó con el gato?
Ignacio se prepara a quitarse el calzoncillo, pero Rosa contesta por él.
Rosa – Se había comido ya tres plantas en el balcón… Así que la cuarta la unté con arsénico.
María se pone a llorar.
Pedro – ¡Dios mío! El gatito está muerto…
Silencio de muerte.
Ignacio – ¿Una última partida?
Rosa – Bueno, y después, nos vamos a acostar todos…
Gestos de los demás, que no saben cómo interpretarlo.
Nueva partida. Apuestan. María reparte.
Pedro – Una Carta.
Rosa – Dos.
Ignacio – Servida.
María – Carta.
Ignacio apuesta todos sus botones.
Ignacio – ¡Blanca!
María – Me retiro…
Pedro – Me retiro…
Rosa – Yo también…
Ignacio, muy alegre, recoge las apuestas.
Ignacio – Me toca a mí hacer una pregunta…
María (asustada) – No nos has enseñado lo que tienes en las manos…
Ignacio – ¡No es una obligación! Si os habéis rajado…
Mira a los tres para mantener el suspense.
Ignacio – María, una última pregunta…
María se descompone.
Ignacio – ¿Has engañado a tu marido ya?
María se queda sin voz. Pedro la mira, inquieto.
Rosa – Hemos todos jugado limpio. Nos debes la verdad…
María avanza hasta el proscenio. Se quita la ropa de arriba.
Oscuridad.
Luz.
Ignacio – Vuelvo a preguntar. ¿Has engañado a tu marido ya?
María se quita la falda.
Oscuridad.
Luz.
Ignacio – Vuelvo a preguntar. ¿Has engañado a tu marido ya?
María se prepara para quitarse el resto, pero se para.
María – Una vez… Solo una pequeña vez… Fue… un error.
Pedro se siente fulminado.
Rosa (irónica) – ¿Un error? ¿Como lo de la tienda?
María – Bueno, si quieres…
Ignacio – Sin embargo… Una no se equivoca de marido como de número de teléfono.
Rosa – Y cuando una marca un número falso, siempre puede colgar antes de empezar a charlar…
María – Digamos que no tuve la prudencia de colgar cuando estaba a tiempo todavía… Siempre he sido muy habladora por teléfono…
Rosa – ¿Se lo habías dicho a tu marido antes de esta noche?
María – No…
Rosa – ¿Por qué?
María – Había conseguido pasar el arco de seguridad sin iniciar el sistema de alarma… No tuve el ánimo de volver atrás para pagar lo que debía…
Silencio. Pedro y María evitan mirarse.
Ignacio – Bueno, pues… Os vamos a dejar…
Pedro (a Ignacio) – ¿Te has tirado un farol?
Ignacio, muy satisfecho, le enseña sus cartas.
Ignacio – Solo tenía una pequeña pareja…
Rosa e Ignacio se levantan para irse.
Ignacio (a Pedro) – Yo también quería preguntarle algo…
Pedro – La partida ha terminado.
Ignacio – Te enseñé mi pareja…
Pedro – Vamos…
Ignacio – ¿Eres verdaderamente actor?
Pedro – No, pero escribo novelas. Durante mis horas de trabajo… (Mirando a Rosa) En El Prado…
Rosa – Muy bien… ¿Puedo contar con tu discreción…?
Pedro – ¿A propósito de los vecinos de enfrente…? Si escribes en tu informe que soy el empleado más productivo del Museo, y que de ninguna manera se me puede reemplazar por una computadora…
Silencio.
Rosa – Muy bien… ¿Os molesta si voy a la cocina para tomar un vaso de agua?
María – Por favor…
Rosa se va a la cocina.
Ignacio – La próxima vez, os invitamos… Haremos un scrable, para cambiar un poco…
Rosa vuelve.
Ignacio – ¿Hasta luego entonces?
Pedro (a Rosa) – ¿Hasta pronto…?
Los vecinos se marchan. Pedro y María se quedan solos. No se atreven ni a mirarse. Contemplan el apartamento en desorden.
El móvil de María suena.
Pedro – ¿No contestas?
María – Ni siquiera sé si es para mí o para ti. Has dado mi número a todos tus amigos…
Pedro – Es porque me fiaba de ti…
Bochorno de María.
Pedro – ¿Quién era… tu número falso?
María – Javier…
Pedro – ¡No…! No hubiera desconfiado de ese…
Silencio. María da la mano a Pedro para pedirle perdón.
María – ¿Y qué? ¿Terminamos este strip-póker?
Pedro – ¡Banca!
Música sugestiva. Ella empieza a danzar como para un striptease. Él se sienta para mirarla a gusto, y saca un enorme cigarro que se prepara a encender con una cerilla.
Vemos aparecer la cara de Rosa con una máscara de gas espiándoles. Rosa desaparece.
María se detiene. La música cesa.
María (inquieta) – ¿Huele a gas, no te parece?
Él hace que no sabe qué y enciende la cerilla.
Oscuridad, seguida de un flash luminoso y de un ruido de explosión.
Fin.
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