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Salida de emergencia

Salida de emergencia

El proyector alumbra a una pareja en la sala. El se pone su abrigo. Ella saca un cigarrillo.

Ella (entusiasta) – ¿Pues qué?

El (categórico) – Nulo.

Ella (ofendida) –  ¿Nulo?

El – Totalmente nulo.

Ella – ¿Así que no has entendido nada?

El – ¿Por qué, había algo que entender?

Ella – ¡Ah, ok., claro…!

El le echa una mirada interrogativa.

Ella – Te vengas…

El – ¿Me vengo…?

Ella – Esto me gustó, pues a ti no te gusta… Es ruin, ¿no?

El – Pero si no me ha gustado, ¡no te voy a decir que me ha gustado solo para complacerte!

Ella – No has dicho que no te gustara, has dicho que es nulo. No es exactamente igual…

El – No veo mucho la diferencia, pero bueno…

Ella – Es nulo, me gustó, pues soy nula.

El – Lo dices tú…

Ella – No. Lo dice Platón.

El – ¿Platón dijo que eras nula?

Ella – Se llama un silogismo. Todas las mujeres son mortales, soy una mujer, pues soy mortal.

El – Si Platón lo dice… A mí, es esta nulidad lo que me pareció mortal. (Un tiempo)Además, no estoy seguro de que sea muy válido tu silogismo.

Ella – Muy bien. Vaya. Continúa…

El – ¿Pero qué te gustó de esto exactamente?

Ella – ¡Todo!

El – Es vago, ¿no?

Ella – ¿Y tú? ¿Qué es lo que no te ha gustado?

El – Más vale que no entre en los detalles. Volverías a enfadarte…

Ella – ¿Yo? ¿Enfadarme? Espera, a mí me da igual que te haya gustado o no. A mí me gustó, y ya está. Lo siento por ti si te has aburrido…

Silencio.

El – No vamos a pelear por esto…

Ella – A veces me pregunto lo que hacemos juntos.

El la coge por la espalda.

Ella – Espero que la próxima vez nos guste a los dos…

El – O por lo menos que tengamos la misma opinión…

Ella le echa una mirada interrogativa.

El – Quizás nos fastidiemos los dos.

Ella – Sí… Es minimalista, esa visión de la armonía en la pareja…

Se van. Oscuridad.

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Los muebles

12 – Los muebles

El escenario está vacío. El está aquí. Ella llega desde fuera.

Ella (mirando alrededor, consternada) – Pero… ¿dónde están los muebles?

El (satisfecho de si mismo) –  Nunca adivinarás.

Ella le mira, esperando una explicación.

El – Un tipo llamó a la puerta esta mañana. Un anticuario.

Ella (inquieta) – ¿Y qué?

El – Primero le dije que no teníamos nada que vender.

Ella – ¿Y después…?

El – Me dije que no costaba nada pedir una evaluación de todo esto. La estimación era gratuita. Nunca adivinarás cuánto me propuso a cambio de todas esas antiguallas.

Ella – ¿Cuánto…?

El – Más de lo necesario para comprar otras.

Ella – ¿Por qué venderlas entonces?

El – ¡Para cambiar un poco! Me habías dicho que querías comprar otro sofá.

Ella – ¿Y qué?

El – Sabes muy bien que al cambiar el sofá hubiéramos tenido también que comprar otra mesa que correspondiese. Luego cambiar la sillas también, etcétera…

Ella – Bueno, quizás…

El – ¡Nos hubiera costado un montón! ¿Y qué hubiéramos hecho con nuestros muebles de antes?

Ella no contesta.

El – Así es mucho más simple.

Ella – ¿Y mientras tanto qué?

El – ¿Mientras qué?

Ella – Que volvamos a comprar otros muebles…

El mira alrededor, al escenario vacío.

El – Personalmente, nunca me han gustado mucho las habitaciones sobrecargadas.

Ella – Pues seguro que ahora no está sobrecargado.

El – ¿No estás contenta?

Ella – ¿De no tener muebles…?

El – ¡Pero tú me dijiste que ya no te gustaba ese viejo sofá!

Ella – ¡No te he dicho que no quisiera muebles! ¡Ya ni siquiera tenemos una cama!

El – Pero acabo de explicarte que… ¡Pensé agradarte!

Ella (conciliadora) – Bueno, vamos al restaurante esta noche. Dormiremos en un hotel y mañana volvemos a comprar muebles ¿De acuerdo?

El – De acuerdo…

Silencio.

El – Nos queda escoger el estilo.

Ella – Si tenemos que cambiar, vamos por el moderno, ¿no?

El – Sí… pero en ese caso, tendremos que repintarlo todo…

Ella – Eres demasiado perfeccionista, ¿no te parece?

El – Muebles modernos con estas pinturas descoloridas, va a chocar…

Ella (irónica) – Y si cambiamos de piso de una vez.

El – ¿Tú crees? (Un tiempo) Mira, por lo menos, no costaría mucho mudarse… Ya no tenemos muebles. Cerramos los contadores del agua y la electricidad, nos vamos, y ni siquiera tenemos que volver.

Ella de repente tiene una duda.

Ella – ¿Pensaste en vaciar los cajones?

El – Claro.

Ella – ¿Y tu alianza?

El – ¿Mi alianza?

Ella – ¡La que guardabas en el cajón de la mesa de noche!

El – ¡Joder…!

Ella no dice nada, pero se nota que está muy afectada. El está muy mal también.

El – Hacía tanto tiempo que estaba allí. Ni siquiera me acordaba…

Silencio.

Ella – ¿Tienes la dirección de este anticuario?

El – No… Me pagó en efectivo, lo puso todo en el camión y se fue. (Un tiempo, sin convicción) Si la encuentra nos llamará…

Ella (amarga) – Claro… Y si no la encuentra, siempre podrás cambiar de mujer… Escoger una más moderna, que se armonice mejor con las nuevas pinturas y los nuevos muebles.

El – Lo siento…

Ella – ¿Y por qué nunca la llevaste, tu alianza?

El – ¡La llevé! (Un tiempo) Antes de casarnos… ¿Te acuerdas? Había comprado esos anillos en un bazar en El Cairo. Para hacer creer que ya estábamos casados. Si no, en los hoteles no querían alquilarnos una habitación.

Ella – Ya que has vendido los muebles, incluso la cama matrimonial, sí que tendremos que ir al hotel esta noche…

El – No te preocupes. Aquí no nos preguntarán por la partida de matrimonio.

Ella – ¿Y después de casarnos? ¿Por qué la dejabas en la mesa de noche?

El – Pues… por miedo a perderla.

Silencio.

El – ¿Sigues enfadada…?

Ella no contesta.

El – ¡Vamos!

Ella – ¿A dónde?

El – ¡Al hotel! Será como otro viaje de bodas… ¡No más alianzas, no más muebles, pronto no más piso! ¡Volvemos a empezar de cero!

Ella – Yo todavía la tengo, mi alianza…

El – Pues mejor quitártela.

Ella – ¿Y por qué?

El – Pareces casada. Yo no. En el hotel van a creer que se trata de un adulterio…

Ella – Me dejas escoger entre la soltería y una relación ilegítima. ¿Es eso?

Se van.

Ella – Tienes una idea un poco rara del matrimonio…

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Pesadilla

11 – Pesadilla

El entra con una peluca rubia y un balón de fútbol. Ella llega después, por detrás, con una chaqueta de hombre y un bigote como el de Hitler o Chaplin.

Ella – ¡Guten Tag…!

El se sobresalta al descubrirla.

El – Pero… ¿quién es?

Ella – Soy la canguro.

El parece aterrado. Ella saca un paquete de cigarrillos.

Ella (tendiéndole el paquete) – ¿Fumas?

El esta a punto de coger el cigarrillo que le ofrece, pero renuncia prudentemente.

El – No, gracias.

Ella – Natürlich. Está prohibido fumar… Hay un cenicero, pero no significa nada. Es solo para que los contraventores no quemen la moqueta… Siempre lo mismo. Hacen leyes, pero también prevén algo en caso de que no sean respetadas… (Saca un paquete de chicle) ¿Quieres un chicle?

El – Me hincha un poco…

Ella – ¿Sabes porque los grillos del metro están en vía de desaparición?

El – ¿Hay grillos en el metro?

Ella – O cigarras, no sé. Pues es porque esos bichos comían colillas. Ahora que esta prohibido fumar en el metro, se mueren de hambre. ¿Te das cuenta? Es todo un ecosistema que ha sido trastornado… Podrían ponerse a comer chicle. Pero los grillos, claro, no son tan adaptables como los humanos.

El – Hace poco he visto una exposición sobre la vida animal en medio urbano. No se sabe mucho, pero hay una fauna increíble en las grandes ciudades. Dicen que incluso hay lobos. Pero centenas…

Ella – ¿Lobos?

El – No, pero solo salen de noche. En los parques, claro… Sea lo que sea, yo nunca he visto uno…

Ella – Quizás porque los parques están cerrados de noche…

Ruido de una puerta que se cierra. El parece preocupado.

Ella – La asistenta cerró la puerta al salir… y se llevó la llave.

El – No hay ventana… Ni siquiera podemos pedir socorro…

Ella – ¿No tienes un móvil?

Busca en sus bolsillos con ansiedad. Su cara se ilumina al sacar algo.

El – ¡Sí! (Deja de sonreír al constatar que no es un móvil) ¡Ay, no! Es el telemando que estaba buscando por todas partes…

Ella – Pero no hay tele…

El – Pues… El cartero nos liberará mañana por la mañana al traer el correo…

Ella – Mañana es Navidad…

El – ¡Ah, sí, es verdad…! ¡Qué pesadilla…!

Ella – ¿Quieres alargarte un poco?

El le mira aterrado. Ella saca una sabana blanca.

Ella – Si tenemos que celebrar la Navidad juntos, mejor instalarse a gusto, ¿verdad? ¿Qué lado prefieres?

El (resignado) – Me da igual…

Ella – Perfecto…

Ella se acuesta debajo de la sábana. El se instala también.

Ella – Pues… ¡Feliz Navidad!

El – Sí…

Desaparecen debajo de la sabana. La luz se apaga. Después de un momento él da un grito, despertando sobresaltado, mientras la luz vuelve. Ella despierta también. El ya no tiene su peluca, ni ella su bigote.

Ella – ¿Pero qué te ha pasado?

El – Nada, nada… Una pesadilla. He soñado que era Navidad…

Ella (mirándole consternada) – Pero, querido… ¡Es Navidad!

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A donde va uno cuando ha muerto

10 – A dónde va uno cuando ha muerto

Ella y él están sentados en el sofá.

El – ¿Ya pasó el cartero?

Ella – ¿Esperas algo?

El – Nada en particular… pero siempre espero un milagro al abrir el buzón. Me dirán que gané un concurso en el que no participé. Que una vieja tía muy rica, que no sabía que tenía, ha muerto sin heredero. Que el Nobel me fue atribuido con anticipación para premiar mi obra futura… Cada día, al abrir el buzón, me siento como un niño delante del árbol el día de Navidad.

Ella – Sí… al envejecer uno ya no cree en el Papá Noel pero sigue creyendo en el cartero. Además hay similitudes… Los dos llevan uniformes. Vienen con una mochila. Te llevan sorpresas que abrir y no se ven ni el uno ni el otro…

El – Bueno, al cartero, precisamente, lo ves por Navidad. Cuando viene a por su regalo de Año Nuevo… (Suspiro) Odio la Navidad. Cada año hay menos cartas de Navidad en el buzón y más esquelas de defunción. ¿Pero por qué espero al cartero como si fuera el Mesías…? Bueno, el padre del Mesías era probablemente cartero, ¿no? Porque ese cuento de la Inmaculada Concepción… A menos de creer también en Papá Noel…

Ella – Para recibir cartas tienes que escribir algunas. La mayoría de la gente solo recibe respuestas. Si no envías nada, claro que no recibes nada… Creo que nunca recibí una carta de ti…

El (irónico) – ¿Quieres que nos escribamos de vez en cuando?

Ella le mira molesta.

El – ¿Que podríamos decirnos? Sería como escribirme a mí mismo, ¿no? De todas formas, cuando uno escribe, es siempre más o menos a si mismos. Hay gente a quienes escribes cartas interminables… Cuando les ves, te das cuenta que no tienes nada que decirles. Es muy onanista escribir…

Ella se sirve una copa y enciende un cigarrillo.

El – ¿Fumas ahora?

Ella (sorprendida)  – Sí… hace veinte años más o menos. ¿Nunca lo habías notado?

Un tiempo.

El – Sabías que cada cigarrillo acorta la vida unos diez minutos? (Ella no contesta)¿Cuántos cigarrillos fumas tú al día?

Ella (irónica) – Según lo que he calculado, tendría que haber muerto hace seis meses. ¿Qué raro, no?

El – Igual con el móvil, ¿verdad? No es muy bueno para la salud. Dicen que más allá de un cuarto de hora al día puedes estar seguro de contraer un tumor en el cerebro. Mejor no tener una oferta ilimitada… (Un tiempo) A propósito, ¿sabes lo que me ha preguntado tu hija esta mañana mientras yo me estaba lavando los dientes?

Ella – No.

El – ¿A dónde va uno cuando ha muerto?

Ella – ¿Y qué le has dicho?

El – ¿Qué crees que le he dicho?

Ella – No sé.

El – Pues eso. Le he dicho que no sé.

Ella – ¿Y qué?

El – Me dijo: Pero papá, ¡cuando uno se muere va al cementerio!

Ella – ¿Y luego?

El – Luego volvió a comer sus cereales. Parecía muy contenta de haberme enseñado algo. Y un poco sorprendida de que a mi edad todavía no sepa eso… Increíble, ¿no?

Ella – ¿Que te haya preguntado esto?

El – Esa capacidad de los niños para aceptar explicaciones simples a interrogaciones simples. Un profesor de Filosofía hubiera hablado de metafísica, de trascendencia, todo el rollo… De Dios, en el peor de los casos. Los niños son mucho más pragmáticos. Además, son naturalmente ateos.

Ella – Creen en Papá Noel.

El – Bueno… porque sus padres les dicen que va a traerles regalos. Si no, no se les hubiera ocurrido inventarle. Si a ti te dijeran que un bienhechor anónimo iba darte un sobresueldo cada año por Navidad, no tendrías prisa por cuestionar su existencia. Pero Dios nunca nos ha traído nada por Navidad y, a pesar de todo, unos adultos siguen creyendo que existe… ¿Tú crees que existe?

Ella – ¿Papá Noel?

Silencio.

El – Lo increíble también es que no le de miedo la perspectiva de acabar enterrada. A nosotros nos aterroriza, ¿no? ¿Por qué a ella no le asusta? Tendré que preguntarle esta noche lo que entiende exactamente por «cuando uno se muere va al cementerio»… (Un tiempo) ¿Qué crees tú?

Ella le mira desconcertada.

El – Quiero decir : ¿Qué crees que ella entienda por esto?

Ella – Pues… esto.

El – ¿Cómo esto?

Ella – Cuando uno se muere va al cementerio.

El la mira sorprendido.

El – ¿Así que tú también crees esto?

Ella – ¿Por qué? ¿No te lo crees?

El – Sí… pero…

Se ríe.

El – Espera. ¡No me digas que para ti también es tan sencillo!

Ella – Pues… en cierta manera, sí.

El la considera con una sonrisa condescendiente.

Ella – Hace un rato encontrabas maravilloso no comerse el coco. Estar contento con explicaciones simples a cuestiones complicadas.

El – Sí, pero… ¡no tienes cinco años!

Ella – Pues vamos. Te lo pregunto: ¿A dónde va uno cuando ha muerto?

El parece cogido desprevenido.

El – Bueno… no es tan simple como parece, ¿no?

Ella – Te estoy escuchando…

El – No sé, es.. la cuestión del sujeto…

Ella – ¿La cuestión del sujeto…? Mejor dirías el sujeto de la cuestión…

El parece desamparado.

El (pensándolo) – ¿A dónde va uno cuando ha muerto? No va a ninguna parte.

Ella – Pues sí…

El – Bueno, si quieres.

Ella – Incluso si no quiero…

El – No, pero… uno va al cementerio… ¡no significa nada! También puedes ir al cementerio estando vivo. Dar un paseo, volver a salir e ir al bar a tomar una copa. ¿Qué quiere decir ir al cementerio? Además, puedes muy bien morir y no ir al cementerio. ¡Si no encuentran el cadáver! En este caso no se puede decir: cuando uno muere va al cementerio. ¡Ya ves que no es tan simple como parece!

Ella – Muy bien… y si tu hija vuelve a preguntártelo, ¿qué le vas a decir?

El – Pues… no sé… le diré:… cuando uno muere va al cementerio… generalmente. Si encuentran el cadáver… Los vivos también pueden ir al cementerio, pero… cuando uno ha muerto es definitivo.

Ella (consternada) – Sí…

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Carniceria

9 – Carnicería

El, sentado en el sofá, mira fijamente al vacío. Ella llega y lo nota.

Ella (desconcertada) – ¿A qué miras así?

El – Pues… estoy mirando la tele.

Ella – ¡Pero si ya no tenemos!

El – Si, ya lo sé, pero… es como si me hubieran amputado las piernas y siguiera sintiendo un hormigueo en los pies….

Ella se siente a su lado.

Ella – Es raro, he recibido hoy una llamada para ti en el móvil…

El – ¡Ah sí, perdón!, se me había olvidado avisarte. Dejé el número de tu móvil en mi contestador automático, para que puedan contactarme durante las vacaciones…

Ella – ¿Las vacaciones? ¡Pero si nos marchamos sólo la semana que viene!

El – Pues… así tendrán el número.

Ella (consternada) – ¿El número de mi móvil? ¿Y mientras tanto, durante toda la semana, recibiré  llamadas para ti…?

El – ¿Y qué…? Les dices que me vuelvan a llamar…

Ella – ¿No crees que sería más simple que te compres uno?

El – ¿Un móvil? ¡Vaya…! Cuando salgo de casa es para estar tranquilo. No quiero que me acosen…

Ella – ¡Claro! Si soy yo la que recibe tus llamadas profesionales… Estaba en medio de una reunión pedagógica cuando me llamaron para saber de tu artículo : ¿Prohibir o no el tanga en el colegio? ¿Crees que no me molesta a mí?

El – ¿No desconectas el móvil cuando tienes una reunión?

Ella (irónicamente) – Pues lo siento, se me había olvidado… ¡Vamos! Un móvil es algo muy personal. No se puede prestar. Incluso entre marido y mujer. No sé… ¡Es como un cepillo de dientes!

El – ¿Un cepillo de dientes? Pues… si quieres utilizar mi cepillo de dientes durante las vacaciones, no hay ningún problema…

Ella – ¡Un ordenador, si prefieres! ¿Me dejarías utilizar tu ordenador si yo no tuviera?

El prefiere no contestar.

Ella – ¿Y después de la vacaciones?

El hace que no entiende la pregunta.

Ella – ¿Seguiré recibiendo llamadas para ti? Suerte que no tengas nada que esconder…

El – Después de la vacaciones les diré que lo perdí, ese maldito móvil. O que me lo robaron. Ocurre muy a menudo…

Ella – ¡Perfecto! Y si me llaman, sin embargo, me tratarán de ladrona… ¿Recuerdas que es mío, este móvil?

El – Bueno, pues… me lo dejas y te vuelves a comprar uno… Y así se arregla todo…

Ella – ¿Y la gente que quiere llamarme a mí, qué?

El – Les daré el número de tu nuevo móvil, ¡y ya está!

Ella – Claro, es mucho mas fácil que comprarte directamente un móvil para ti.(Sospechosa) No será acaso para evitarte esa molestia que intentas colonizar el mío?

Están a punto de pelearse. Se dan cuenta y hacen un esfuerzo para calmarse. Silencio.

El – ¿Sabes cómo me llamó el carnicero esta mañana?

Ella aparentemente no tiene idea.

El – « El señorito »… (Imitando el carnicero) « ¿Y el señorito, qué desea? ». Es la primera vez que me llama así…

Ella – ¡Mmmm…! Es el equivalente masculino de « ¿Y qué le pongo a la señorita? ».

El – ¿Da susto, no? Que el carnicero pueda vernos como « el señorito y la señorita ». Suerte que no vamos de compras juntos. Fíjate si nos dijera « la parejita ». (Imitando otra vez el carnicero)  « ¿Y la parejita, qué desea? ». Me vuelvo vegetariano enseguida.

Un tiempo.

El – La carne siempre me ha dado asco, de todas formas. ¿A ti no?

Ella, que ha vuelto a su libro, no contesta. Pero él continúa.

El – El pollo, a lo mejor… De verdad, es espantoso, una carnicería, si lo piensas. Esa carne sangrienta expuesta por todas partes. Esas piezas en canal en la cámara frigorífica. Todas estas vacas inocentes que encierran en el campo detrás de alambre de púas, o incluso electrificado. Antes de conducirlas al matadero y desmembrarlas… ¡Qué horror! Por los menos, los animales no saben lo que les espera. Cuando les veo, esos carniceros, con sus grandes sudarios blancos sobre la cabeza, como los del Ku Klux Klan, sacando los cadáveres de sus víctimas del camión…

Ella sigue sin reacción, leyendo su libro. El se vuelve hacia ella.

El -¿Sabías que los sijes eran estrictamente vegetarianos?

Ella por fin levanta la mirada de su libro.

Ella – A propósito, ya no necesitas ir a la ferretería para la bombilla del cuarto de baño. Fui allá esta tarde. (Un tiempo) Me encontré a la vecina. Estaba comprando una maleta…

El la mira sin entender. El móvil de ella llama.

Ella – ¿Sí…?

Ella cambia de expresión.

Ella (con amabilidad afectada) – No, soy su secretaria, pero no se retire, le pongo en comunicación con él enseguida. ¿A quién tengo que anunciar…? (Ella le da su móvil, furiosa) Para ti. Tu madre…

El coge el móvil como si nada.

El – ¡Dígame…!

Pero no sabe utilizar el aparato.

El – ¿Cómo funciona esto…?

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El mundo del deporte

8 – El mundo del deporte

Ella lee una revista femenina. El se aburre y, después de un momento, abre un periódico de deportes. Ella lo nota, con sorpresa.

Ella – ¿Compras la prensa deportiva ahora?

El – ¿Y porque no iba a comprar la prensa deportiva?

Ella – Y… ¿piensas leerla?

El – Voy a echar un vistazo… Para saber…

Ella – ¿Saber qué?

El – No sé. Todos los tíos leen esto en el metro. Quería saber lo tan apasionante que hay en esto.

Ella – ¿Y lo has encontrado?

El – No…

Ella parece desconcertada.

Ella – ¿Te interesa el deporte?

El – Muy poco…

Ella – Pues… no es tan raro que no te interese leer la prensa deportiva…

El cierra su periódico.

El – Bueno… Interesarse por el deporte es una cosa. De ahí a sentir cada mañana el imperioso deseo de saber si el Barcelona ganó al Bratislava 3 – 2 o si fue un empate… Ni siquiera sé dónde queda Bratislava…

Ella – ¿No es la capital de Eslovaquia…?

El – ¿Cómo sabes eso?

Ella – O de Eslovenia…

El – ¿Eslovenia? ¿Seguro que tienen un equipo de fútbol? ¿No es muy grande, no…?

Ella – Bueno, tampoco es El Vaticano.

El – ¿El Vaticano tiene equipo de fútbol?

Ella hace una mueca para decir que no lo sabe. El vuelve a leer su periódico deportivo.

Ella – ¿Y a qué te preocupa tanto, de repente, saber  por qué los hombres leen la prensa deportiva?

El – Será que necesito comprobar mi virilidad…

Ella – Pues… ¡Por poco!

El – Muchas gracias…

Ella (para tranquilizarle) – Vamos. Uno puede ser hombre sin leer un periódico deportivo.

El – ¿Tú crees?

Ella lo piensa.

Ella – No sé… ¿Quieres que te suscriba a una revista de coches?

El la mira, preguntándose si le está tomando el pelo o no. Ella vuelve a leer su revista femenina.

El – ¿Y tú?

Ella – ¿Yo qué?

El (hablando de la revista) – ¿Qué encuentras tan interesante en esas tonterías?

Ella le mira.

Ella – Las lees también…

El – Bueno… Solo en plan de broma.

Ella – Pues yo no leo la prensa deportiva. Ni en plan de broma…

El (perturbado) – ¿Me encuentras afeminado, es eso?

Ella – ¡Qué va, pero no! Además, todos los hombres leen las revistas femeninas de sus mujeres. Es muy conocido. ¿Por qué te crees que hay tanta publicidad para coches en esas revistas?

El (pensándolo) – Es cierto que no hay mucha publicidad de lavadoras en los periódicos deportivos.

Ella – Aunque el fútbol ensucia mucho… Basta con ver el número de futbolistas que salen en los anuncios de detergentes.

Ella intenta volver a leer su revista, pero nota que él sigue preocupado.

Ella – ¿Todavía queda algo que te preocupe?

El – No… Solo pensaba en la diferencia entre los hombres y las mujeres…

Ella – Sí…

El – Mira la ropa, por ejemplo… El pantalón ya no es el atributo exclusivo del hombre, mientras que la falda sigue estando reservada a la mujer.

Ella le mira incrédula.

El – Con los colores igual. Podéis llevar tanto gris como rosa. Nosotros solo tenemos derecho al gris. O al marrón… Os quejáis de que no nos gusta ir de tiendas… Pero, ¿os dais cuenta de la tristeza de una tienda de zapatos masculinos?

Ella (preocupada) – ¿Querríais poneros una mini-falda con tacones de aguja?

El –  ¡No! ¡Es una simple constatación! Tuvimos que compartir el mejor de nuestros atributos masculinos y ¿qué hemos recibido en compensación? (Abre con rabia su periódico deportivo) ¡Al menos nos queda la prensa deportiva!

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Desaparicion

7 – Desaparición

Una pareja sentada en el sofá. No dicen nada y parecen aburrirse. El se pone a buscar algo, sin encontrarlo.

El – ¿Has visto el mando de la tele? Ha desaparecido…

Ella le mira sorprendida.

Ella – Pero… ¡si ya no tenemos televisión!

El – ¡Ah, sí, por supuesto…!

Silencio.

El – ¿Qué harías tú si algún día llegara a desaparecer?

Ella le mira otra vez, desconcertada.

Ella – Quieres decir… ¿cómo el telemando?

El – Como el telemando… ¡Si desapareciera! Definitivamente…

Ella – ¿No te sientes bien?

El – Sí, sí, me siento muy bien. Es sólo una hipótesis.

Ella – ¿No tienes una hipótesis más divertida?

El – Soy más viejo que tú… Lógicamente, me iré antes.

Ella – Sólo tenemos tres años de diferencia…

El – ¡Las mujeres viven más tiempo que los hombres! Además, puedo tener un accidente. Un ataque al corazón. Un cáncer.

Ella – ¡Yo también!

El – Sí, pero soy yo quien preguntó primero.

Ella – Pues… no sé. Ya veremos. Me queda tiempo para pensarlo, ¿no?

El – Más vale prevenir que curar…

Ella le mira desconcertada.

El – Sea lo que sea, más vale que lo sepas. Prefiero ser incinerado.

Ella – ¿A qué me dices esto ahora?

El – Pues… no te lo voy a decir después, ¿verdad? (Un tiempo) Es mi obsesión, esto. Ser enterrado vivo. ¿Y tú?

Ella – No debe ocurrir a menudo.

El – Basta que ocurra una vez, ¿no?

Ella – Y ser quemado vivo, ¿no te asusta?

El le mira con inquietud.

El – Nunca se me había ocurrido… (Un tiempo) ¿Crees que habrá una vida después de la muerte?

Ella – No sé si realmente es algo que desear…

El – Por lo que es por el dinero, no tendrías porqué preocuparte, lo sabes…

Ella – ¿Por si acaso hubiera una vida después de la muerte?

El – ¡Por si fuera a desaparecer!

Ella – ¡Ah, sí…! Pues… no estaba preocupada.

Silencio.

El – Si quisieras volverte a casar, claro, lo entendería muy bien…

Ella – Gracias.

El – Bueno, por lo tanto, tampoco es una obligación casarte con él…

Ella – ¿El?

El – ¡El tipo ese! Con quien vivirías si llegara yo a desaparecer. Más vale conservar tu independencia.

Ella – ¿Mi independencia?

El – Es raro… No consigo imaginarte viviendo con otro…

Ella (ofendida) – ¿Crees que nadie querría vivir conmigo?

El – Sí, sí. Por eso. A decir verdad… creo que tendría celos.

Ella – ¿Cuando hayas muerto tendrás celos?

El – Sí…

Ella – ¿Y si desapareciera antes?

El (de mala fe) – Pues nunca lo había pensado. (Un tiempo) Si me volviera yo a casar, ¿te enfadarías?

Ella – No estaría aquí para verlo.

El – Sí, pero… ¿tendrías celos…?

Ella le mira, sospechosa, pero no contesta.

El – ¿Con quién me imaginarías?

Ella – Quieres que te presente una amiga mía, por si acaso. ¿Es eso?

El – Pues… para lo niños, están los padrinos y las madrinas… Para los diputados, igual, están los suplentes. Si uno muere o dimite, hay en seguida un sustituto. Todo está previsto…

Ella – Sí… y para los coches, hay las ruedas de recambio… (Sospechosa) ¿No me estarás diciendo que ya me has encontrado una sustituta…?

El – Pues no es tan fácil, fíjate.

Silencio.

El – Lo bueno de la bigamia es que en caso de defunción uno es viudo sólo a medias.

Ella le mira atónita.

Ella – Sí…

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Carpaccio o Bacon

6 – Carpaccio o Bacon

Una pareja admirando sobre una pared invisible algo que no se ve.

El – ¿Panini, no?

Ella – A ver…

Ella se aproxima y, asomándose, lee el nombre del pintor inscrito debajo del cuadro.

Ella – Carpaccio.

El – ¿De verdad?

Admiran durante algún tiempo el cuadro, antes de pasar a otro.

Ella (juguetona) – ¿Intentas adivinar?

El – Venga…

El mira el cuadro con mucha atención.

El – ¿Picasso?

Ella le echa una mirada para hacerle entender que no es.

El – ¿Pissaro?

Ella – Pissaro… ¡Picabia!

El – ¡Por supuesto! Siempre los confundo.

Pasan a otro cuadro.

El – Ahora tú, ¿verdad?

Ella mira el cuadro con mucha concentración.

Ella – ¿Manet…?

El mira el nombre por debajo del cuadro para averiguarlo.

El – ¡Monet!

Ella – ¡Bueno…! No es tan diferente, ¿no?

Pasan a mirar otro cuadro.

Ella – ¡Mira! Algo de Bacon…

El la echa un vistazo, sorprendido. Luego los dos miran el cuadro.

Ella – Está muy bueno, ¿no?

El – Sí, es…

Ella – Es Bacon.

El – Sí…

Silencio.

Ella (pensativa) – A veces, me pregunto…

El – ¿Qué?

Ella – Si no supiera que es Bacon, a lo mejor lo encontraría asqueroso…

El la mira desconcertado.

Ella – Igual para todas estas obras. ¡Si no supiera que valen millones! De verdad, imagínate que no hayas nunca oído hablar de La Gioconda. Caes en  el mercado de la pulgas. Se vende por unos cientos de euros. ¿Puedes afirmar, por cierto, que la colgarías encima de tu chimenea? Esa tonta con su estúpida sonrisa…

El lo piensa.

El – De todas formas… no tenemos chimenea…

Ella – No, hay que reconocerlo, hemos visitado decenas de museos, centenares de exposiciones, y ni siquiera somos capaces de notar la diferencia entre una obra maestra y un mamarracho…

El – ¿Cómo averiguarlo? No se pueden ver sino obras maestras en los museos. Lo que es una pena. En cada museo tendrían que dedicar una sala exclusivamente a los mamarrachos. El principio del test a ciegas,  ¿entiendes? Para averiguar si los demás cuadros son realmente bellos o si no parecen así porque nos dicen que lo son.

Ella – Además, los museos son como las iglesias, ¿no ? Uno va allá más bien por el ambiente.

El – Afortunadamente, no se necesita creer para practicar… Lo mismo que con el amor…

Ella le mira sin comprender.

El – Digo, lo mismo que con el matrimonio… Mira… Nos hemos casado en la iglesia… Y sin embargo, no creemos realmente en Dios…

Silencio.

Ella – ¿Te acuerdas de nuestro viaje de bodas en París? Me habías llevado al Museo Picasso…

El (nostálgico) – Sí…

Ella – Estábamos tan emocionados… Y hasta la mitad del recorrido no nos dimos cuenta que no era el Museo Picasso, sino el Museo de Carnavalet…

El – Sí… Los dos quedan en el mismo barrio. Y la verdad que por fuera se parecen mucho…

Ella (sonriendo) – Empezaba a preguntarme por qué los preliminares duraban tanto…

El – ¿Los preliminares…?

Ella – Quiero decir, Picasso… Su primer periodo…

El – ¡Ah, sí…!

Silencio. Empiezan a irse.

Ella – ¿Has oído hablar de ese artista que pinta los fondos marinos?

El no comprende muy bien.

Ella – Se pone un vestido de hombre rana, planta su caballete en el fondo del mar y pinta corales.

El – No… No lo conozco a ese. ¿Y cómo está?

Ella – Pues, bien…

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Definicion del amor (por lo que no es) y reencuentro

5 – Definición del amor (por lo que no es) y reencuentro

El (a una interlocutora imaginaria) – ¿Cuánto tiempo hace que nos conocemos? Veinte años, por lo menos, ¿no? (Silencio) ¿Por qué nunca hemos follado juntos? Nos caemos bien, ¿verdad? Incluso hubiéramos podido casarnos. Es raro, te veo un poco como una ex-novia. Aunque nunca hemos salido juntos… Por poco, una vez. ¿Te acuerdas? Habías intentado emborracharme. O al revés, no sé. Acabamos en tu casa totalmente borrachos. Nos morimos de risa toda la noche, pero nos olvidamos de follar. Quizás por eso. Porque nos caemos tan bien. Le faltaría algo de pimienta. Nos aburriríamos, a la larga. De verdad, nos reímos mucho cuando estamos juntos, pero… No me imagino follar con una chica que se ríe. Bueno, hay reír… y reír. Puedo hacer reír a una chica para follar con ella. Pero follar con una chica que me hace reír… No, si me acostara contigo tendría la impresión de acostarme con un amigo. Una amiga, si prefieres. Además, no me gustan las rubias. Sí, lo sé. No eres rubia. Pero lo eras cuando te encontré… ¡No sabía que no era tu color natural! No es que no me gusten la rubias, pero… Depende. Será el color. Eras demasiado rubia. Las chicas demasiado rubias, no sé, me dan asco, un poco. Físicamente. No sé porqué… Tendrá algo que ver con la piel. Y ahora ya es tarde. Siempre te imaginaré en la piel de una rubia que se tiñó el pelo para ser morena. Además, no eres exactamente morena, ¿verdad? Castaña tampoco. ¿Cómo decirlo? No es ni rubio, ni moreno. No es que no me gustes, ¿eh? Además, gustas a todos los tíos. Habitualmente, eso es más bien incitativo… Pero en este caso, no. No, no alcanzo a decir exactamente por qué nunca se me antojó acostarme contigo… Debe ser esto, el amor… Quiero decir el « no sé qué » haciendo que a dos personas les dé la gana de follar juntos, o más adelante si se caen bien. ¡Fíjate! ¡Hemos conseguido definir lo que es el amor! Bueno, por lo que no es… Ahora, ¿por qué me he casado con mi mujer y no contigo, o con cualquier otra? Vete a saber. Bueno, para empezar, a ella le gustaba. Era más fácil. Si no le hubiera gustado, ¿hubiera yo insistido? Y si hubiera insistido, ¿le hubiera  gustado a ella o no? ¿Quién sabe? El amor compartido es más simple, pero es menos… ¿Cómo decirlo? Al vencer sin peligro, uno tiene el triunfo humilde. Sin embargo, no sé lo que le habría gustado en mí. ¿Tienes una idea? Podría preguntarle, claro, pero… Si ella me devuelve la pregunta… Hay temas que más vale no tocar. Algo de misterio en la pareja no está nada mal. En fin, sin exageración tampoco. Durante un tiempo salí con una chica. Después de un año, me dejó plantado. Le pregunté porqué. Me contestó que se aburría en la cama conmigo. ¡Fíjate! ¡Un año! Es mucha discreción, ¿no? Ahora, ¿por qué salió conmigo durante un año? Ni siquiera pensé preguntarle… Algo le habría gustado de mí, ¿no? A menos que me haya mentido. Por lo que concierne a mis hazañas sexuales, quiero decir… Para vengarse… No lo digo porque me alcanzara en mi orgullo de varón, ¿eh? Me sorprendió un poco, nada más. La verdad, tengo más bien la reputación de ser un buen amante. ¿Y tú? Quiero decir, ¿y tú, de verdad, no quieres decirme por qué nunca se te antojó salir conmigo? (Preocupado) No tienes que contestar. ¿Eh?

Reencuentro

Ella llega, con una gran sonrisa.

Ella (alegre) – ¿Me conoces?

El (volviéndose hacia ella) – No.

Ella (cómplice) – Fue hace años, pero bueno…

El – ¡Ah, sí!, quizás…

Ella (un poco ofendida) – ¿Quizás?

El – Sí, sí, ya me acuerdo, sí… ¿Qué tal?

Ella – Bien. ¿Qué haces aquí?

El – Pues, nada. ¿Y tú?

Ella (preocupada) – ¿He cambiado tanto?

El – ¡Qué va! ¡No! ¿Por qué?

Ella – Hace poco no me has conocido.

El – Perdón, es que no esperaba volverte a ver aquí.

Ella – Tú no has cambiado, ¿eh?

El – Gracias…

Ella – ¿ Pues qué? ¿Qué ha sido de tu…?

El – Bueno… Sigue igual.

Ella – Siempre tan hablador, ¿eh?

No sabe qué decir.

Ella – ¿Has vuelto hace mucho?

El – ¿De dónde?

Ella – ¡Pues de allá!

El – ¡Ah, sí…! Pues… no.

Se sonríen estúpidamente, confusos.

Ella (emocionada) – Me ha hecho mucha ilusión volver a verte.

El – A mí también…

Ella – Me tengo que ir… Alguien me espera…

Después de una duda.

Ella – ¿Un abrazo?

El – Ok…

Tomándole por sorpresa, ella le besa en la boca intensamente.

Ella (patética) – Hasta otro día, quizás.

El (confuso) – Quizás, sí…

Ella – Bueno, pues… ¡adiós, Paulo!

Ella le suelta, casi llorando.

El – Pues, sí… Adiós.

Ella se marcha. Intercambian señas de lejos para despedirse. El se queda solo.

El (desconcertado) – ¿Paulo ?

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Cuarentena

4 – Cuarentena

Ella está sentada en el sofá. El llega.

El – ¡Otra vez! Acabo de recibir una llamada de un amigo del colegio que me invita a celebrar su cuarenta cumpleaños. ¿Increíble, no?

Ella – Si teníais 20 en la misma época, no es tan raro que 20 años después, tengáis 40 más o menos al mismo tiempo.

El – Lo que es raro es que no tenía noticias de toda esta gente desde hace años… Y ahora el teléfono no para de sonar.

Ella – ¿Vas a ir?

El – Me asusta un poco. Hace tanto tiempo. Habrán cambiado, ¿no?

Ella – ¿Quieres decir físicamente?

El – Físicamente, moralmente… Espero que no estén demasiado decrépitos.

Ella (haciendo melindres) – ¿Y yo? ¿Estás seguro de que no estoy demasiado decrépita?

El – Contigo es diferente. Poco a poco, tuve tiempo de acostumbrarme. Pero esta gente, así de repente… Va ser como una nueva versión de “El Regreso de los Muertos Vivientes”… Es raro, ¿no? Esta necesidad de juntarse a la llegada de la cuarentena.

Ella – Se llama un cumpleaños, ¿no ?

El – Dicen que los animales se aproximan a los hombres al sentir llegar la muerte. Será algo por el estilo. Una manera de instinto gregario. (Un tiempo) ¿Qué le voy regalar a este también?

Ella – ¿Un ataúd?

El – Es caro, ¿no?

Ella – Lo decía de broma… ¿Y tú?

El – Yo también.

Ella – No, quiero decir: Y tú, ¿piensas hacer algo para tus 40?

El – ¿Qué quieres que haga? ¿Conoces un remedio para evitarlo? En todo caso, por favor, no me prepares una fiesta sorpresa. Si no veo a toda esta gente desde hace 20 años, seguro que es por algo.

Silencio.

El – ¿Cuantos años tienes tú exactamente?

Ella le echa una mirada enfadada, sin contestar.

Ella – Tendremos que invitar a los vecinos a cenar algún día.

El – ¿Por qué?

Ella – ¡Por nada!

El – Ellos nunca nos han invitado.

Ella – Si todo el mundo pensara así…

El – Porque seamos vecinos no tenemos que ser amigos.

Ella – ¡Nuestros amigos viven todos a quinientos kilómetros de aquí! Esta bien tener amigos al lado, ¿no?

El – Si. Es muy cómodo… Limita los gastos de transporte. O sea, la polución. Así que, se puede decir que es ecológico simpatizar con los vecinos.

Silencio.

El – Y él, ¿qué hace exactamente?

Ella – No sé. Cada mañana lo veo salir de casa con un maletín. No sé dónde va. La próxima vez le preguntaré, si quieres…

El – ¿Y ella?

Ella – Son muy discretos…

El – Va a ser muy divertida esta cena. Si queremos respetar su discreción.

Ella – Siempre podrás hablar de ti.

El – Tienen niños, ¿no?

Ella – Cada mañana veo tres salir de su casa para ir a la escuela. Supongo que son suyos.

El – ¡Ah, sí…! Uno pequeño, uno mediano y uno grande… (Preocupado)¿Tendremos que invitarles también?

Ella – ¡No! Les diremos que es una recepción estrictamente reservada a los adultos…

El – ¿Me hablabas de los vecinos de enfrente, verdad?

Ella – ¡De los de al lado! Los vecinos de enfrente se han mudado hace seis meses, después de su divorcio. ¿No has visto el cartel de « Se Vende »?

El – No.

Ella – Además, no tenían niños.

El – ¿De verdad?

Silencio.

Ella – ¿No será el cumple la semana de la limpieza acaso?

El – Es muy posible. (Con un suspiro) La limpieza es el cimiento de la pareja… ¿Sabías que en francés « menaje » quiere decir a la vez limpieza y matrimonio? Y un « menaje a tres », un triángulo…

Ella – Tres puede ser también una pareja con un niño…

El – Cada uno con sus fantasmas.

Silencio.

Ella – ¿Entonces?

El – ¿De verdad crees que es el momento de tener un niño?

Ella – No es cuestión de dinero, lo sabes muy bien… Además, no somos tan pobres…

El – ¡Lo seremos, con una retahíla de chavales! Mira lo que pasa en África con la natalidad galopante… Leí un libro hace años: «El África Negra Ha Empezado Mal». Pues hoy todavía peor… Ahora nadie piensa que África pueda ir a ningún sitio… Excepto con la deriva continental… Cuantos más niños tiene la gente, más pobre es…

Ella – ¿No crees que es al revés?

El – Si los pobres no hicieran niños, después de una generación la pobreza habría desaparecido… Mira los chinos, por ejemplo. No tienen derecho más que a un niño. Pues ya están mejor…

Ella – Podemos empezar por uno…

El – ¿Cuándo tendríamos tiempo para cuidarlo? Ni siquiera tenemos tiempo para hacer la limpieza.

Ella – Contrataremos una asistenta.

El – ¿Dónde lo pondríamos, al bebé?

Ella – Podrías instalar tu despacho en el sótano.

El – Empieza muy bien… ¿Y tú? ¿Piensas dejar tu trabajo?

Ella – Contrataremos una nodriza.

El – ¿Además de la asistenta? Ya no es un triángulo, es una pequeña empresa! No estoy seguro de tener espíritu de empresa…

Silencio.

El – No podremos salir más de noche..

Ella – Contrataremos una canguro.

El – Nunca me había dado cuenta hasta qué punto la natalidad tenía un efecto tan directo sobre el empleo.

Ella – Y sobre el consumo…

El – Pañales, leche maternizada, juguetes, curas médicas…

Ella – Nuevo coche…

El – Tienes razón. Este niño es capaz de sacar al país de la crisis…

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