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El Último cartucho

Una comedia de Jean-Pierre Martinez

2 personajes : 2 hombres – 1 hombre y 1 mujer – 2 mujeres

Un dramaturgo al borde del abismo recibe a una periodista para una interviú que podría relanzar su carrera. Pero, a veces, en el teatro, las apariencias engañan…


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El último cartucho

Una comedia de Jean-Pierre Martínez

PERSONAJES

Dramaturgo
Periodista

Estos dos personajes pueden ser interpretados por hombres o mujeres, según la siguiente distribución : 2 hombres, 1 hombre y 1 mujer, 2 mujeres.

© La Comédi@thèque

Salón en desorden. Un hombre (o una mujer) dormita en un sillón. El sonido del teléfono le sorprende. Descuelga como un sonámbulo.

Dramaturgo (antipático) – ¡Sí! (Sin tomarse el tiempo de escuchar) Supongo que me llama para decirme que se anula la cita, ¿no es así? (Algo más espabilado) ¿Bankia? (Mucho más suave) Perdone… Esperaba la llamada de un periodista que me quiere entrevistar y… Sí… Estoy en números rojos… Ya lo sé… No se preocupen. En este momento me estaba preparando para salir. Tengo que ingresar un talón que me acaba de llegar… Un adelanto por mi nueva comedia… ¿Suele usted ir al teatro? Sí… Ya sé que eso no tiene nada que ver con su llamada… ¿Oiga? No le escucho bien… Es la línea que está defectuosa… Debe ser eso… Perdone, pero están llamando a la puerta. Será el periodista que estoy esperando… Sí, debe ser él… Le vuelvo a llamar enseguida… Tendré que colgar porque no le oigo en absoluto…

Cuelga y suspira. Se levanta lentamente. Su aspecto y su ropa dejan mucho que desear. Vuelven a llamar. Duda por un instante. Se mira en un espejo, intenta poner orden en su ropa. Se peina. El timbre suena de nuevo.

Dramaturgo – Sí… Ahora voy…

Se dirige a la puerta y vuelve al momento seguido por una mujer (o un hombre) más joven, con ropa moderna y un aspecto mucho más en forma.

Periodista – Muchas gracias por recibirme, Don Ramón González

Dramaturgo – Dramón González, por favor.

A la periodista le sorprende el desorden.

Periodista – ¿Decía?

Dramaturgo – No Ramón, sino Dramón, Dramón González. Ese es mi nombre. Pensé que se habría documentado bien antes de venir.

Periodista – Lo siento… Supongo que se trata de un seudónimo…

Dramaturgo – Pues no… ¿Por qué lo dice?

Periodista – No sé… Dramón no es nombre para un escritor… En ese caso, si me permite decirlo, parece una predestinación.

Dramaturgo – Si se me ocurre elegir un seudónimo en algún momento, me llamaría Ultratumba. Al menos estoy seguro de que mis Memorias se venderían bien.

Periodista – Tiene razón… (Lanzando una mirada inquieta a su alrededor) Espero no haberle despertado…

Dramaturgo – ¿Despertarme? ¡Ni mucho menos! ¿Qué le ha hecho pensar que podría haberme despertado?

Periodista – Pues… No sé…

Dramaturgo – Además, ¿Qué hora es?

Periodista – Lo siento, pero no llevo reloj…

Dramaturgo – Por eso ha llegado tarde.

Periodista – ¿Tarde? Pero… Pero si usted no tiene ni idea de la hora que es…

Dramaturgo – Se nota que es usted periodista. Tiene respuesta para todo. Bueno… Vamos a lo nuestro… ¿Me hace la entrevista o qué? Rapidito, que tengo mucho trabajo…

Periodista (entre dientes) – Si usted lo dice…

Dramaturgo – ¿Perdón?

Periodista – Que sí, que tiene razón… Estoy aquí para eso.

Dramaturgo – En primer lugar he de decirle que ha tenido usted suerte. Nunca concedo entrevistas.

Periodista – ¿Se lo proponen con frecuencia?

Dramaturgo – Menos últimamente, es cierto… Pero… En otra época tuve que rechazar muchas entrevistas.

Periodista – De acuerdo…

Dramaturgo – Es usted de esas que piensan que la virtud de las mujeres es inversamente proporcional a su sexapil ¿No es eso?

Periodista – Ni mucho menos… Bueno, quizá sí, pero… No es lo que he querido insinuar…

Dramaturgo – Entonces ¿Qué es lo que ha querido insinuar?

Periodista – Nada en absoluto…

Dramaturgo – Usted ha dicho: “No es lo que he querido insinuar”. Luego, ha querido insinuar algo.

Periodista – Me habré explicado mal, eso es todo.

Dramaturgo – Una periodista que no sabe explicarse… Pues hemos empezado bien…

Periodista – Perdone.

Dramaturgo – Entonces ¿por qué me preguntó eso?

Periodista – ¿Qué es lo que le pregunté?

Dramaturgo – Me preguntó si seguían haciéndome entrevistas.

Periodista – Es posible… Pero soy yo la que debe hacerle las preguntas… Así son las entrevistas ¿O no?

Dramaturgo – Preguntas lógicas, sí… Pero no tonterías.

Periodista – Se refiere, sin duda, a las preguntas que hacen algunos periodistas.

Dramaturgo – No me gustan los periodistas

Periodista – En general, los famosos los detestan.

Dramaturgo – Así es y tiene su lógica.

Periodista – Sin embargo los desconocidos salen del anonimato gracias a la prensa.

Dramaturgo – Eso es lo que usted piensa

Periodista – Lo que piensan los periodistas.

Dramaturgo – También los famosos hacen que se vendan las revistas.

Periodista – Por supuesto que sí. La prensa debe hablar también de los famosos para que no se olviden.

Dramaturgo – ¿Ha venido aquí para hablar del mundo del espectáculo o para preguntarme sobre mi trabajo?

Periodista – No se preocupe… Vamos a ello (Echando un vistazo a la habitación) ¿Puedo sentarme?

Dramaturgo – Por supuesto…

Periodista – Gracias…

Se sienta. Silencio molesto.

Dramaturgo – Perdone. Creo que ambos hemos empezado con mal pie.

Periodista – Por mí no hay problema, se lo aseguro…

Dramaturgo – He perdido la costumbre de ver gente. Me parece que me he convertido en un oso solitario.

Periodista – No tiene que excusarse conmigo, se lo aseguro. Al fin y al cabo he sido yo la que ha irrumpido en su casa

Dramaturgo – ¿Desea algo?

Periodista – Pues si… Me gustaría preguntarle algunas cosas.

Dramaturgo – Me refería a si deseaba tomar algo.

Periodista – Perdón… Pues sí… No le pondría peros a un café.

Dramaturgo – No me queda café. Mejor dicho, sí que tengo café pero no tengo cafetera. Se estropeó hace… Bueno, hace bastante tiempo. Ahora hago café de puchero hirviendo el agua en un cacharro y colándolo después con un clínex. Y, cuando se me acaban los clínex, paso de tomar café.

Periodista – No se preocupe. No tiene importancia.

Dramaturgo – Puedo hacerle una tisana. ¿Le gusta la manzanilla? Claro que… no me queda ni una pizca de azúcar…

Periodista – Es muy tentadora su oferta, pero paso…

Dramaturgo – Pues bien… En ese caso, la escucho…

Periodista – De acuerdo… Mi primera pregunta será si escribe a mano o utiliza ordenador.

El hombre se queda un tanto confuso

Dramaturgo – Perdone, pero… No la he entendido bien. ¿Para qué periódico trabaja usted?

Periodista – La verdad es que no se trata precisamente de un periódico… Quiero decir que no es un periódico de papel, como por ejemplo El País.

Dramaturgo – ¿El País?

Periodista – Se trata más bien de un diario digital, como ahora se llaman.

Dramaturgo – Es decir, por internet…

Periodista – Más bien… La web de la revista Vivir el teatro.

Dramaturgo¿Vivir el teatro?

Periodista – Así se llama… ¿No le gusta el nombre?

Dramaturgo – Sí, sí… Parece más bien una revista para mayores, pero si no hay otra cosa… De cualquier forma tan sólo los viejos van al teatro.

Periodista – Estoy de acuerdo con usted…

Dramaturgo – Vivir el teatro… Por desgracia son pocos los autores que pueden vivir del teatro…

Periodista – La finalidad de nuestra revista es, precisamente, poner en valor a los autores contemporáneos. Esta entrevista hará que los lectores le conozcan mejor. Al menos, como dramaturgo…

Dramaturgo – Ya veo. Entonces su primera pregunta se refiere a si escribo a mano en con ordenador…

Periodista – Eso es.

Dramaturgo – Pues le daré una respuesta que, sin duda alguna, va a dejar perplejos a sus lectores.

Periodista – ¿Y?

Dramaturgo – Pues que, dada mi edad avanzada, siempre he escrito con pluma. Acababa de inventarse la imprenta, así es que el ordenador… ni le cuento.

Periodista – Comprendo.

Dramaturgo – Recuerdo mi primera pluma, una Mont Blanc de tinta que me regaló mi madrina por mi Primera Comunión. La plumilla estaba chapada en oro. Nunca me separaba de ella.

Periodista – De acuerdo. Un objeto transicional en cierto modo.

Dramaturgo – Pues sí… Un sustitutivo de la madre, si lo prefiere. Escribir es una especie de psicoanálisis.

Periodista – ¿De verdad?

Dramaturgo – Tan poco eficaz como el psicoanálisis pero en lugar de gastar dinero siempre se tiene la esperanza de ganarlo.

Periodista – Ya veo…

Dramaturgo – Comprendo que, al verme en este estado, piense que mi análisis no ha funcionado bien…

Periodista – No… Ni mucho menos.

Dramaturgo – ¿Le parece que tengo un aspecto mustio?

Periodista – Mustio no es precisamente el calificativo que se le podría aplicar a primera vista… Pero, sigamos…

Dramaturgo – Después, mi estilográfica se estropeó.

Periodista – Como la cafetera.

Dramaturgo – Así es… Pero, con los derechos de autor que recibí por mi primera obra, me compré una máquina de escribir, una como esas que se ven en las viejas películas en blanco y negro… ¿Ha visto usted “Sunset Boulevard”?

Periodista – Si… Bueno… Es posible… Hace tiempo de eso…

Dramaturgo – Yo no tuve la suerte de encontrar una famosa actriz que me   mantuviera a cambio de escribirle un buen texto.

Periodista – En cualquier caso es interesante… ¿Todavía conserva la máquina de escribir?

Dramaturgo – También se rompió.

Periodista – Pues, vaya…

Dramaturgo – Fue entonces cuando decidí comprar una de las primeras máquinas de escribir eléctricas… En su momento algo revolucionario. Estas máquinas tenían una pequeña pantalla, igual que el ordenador, pero tan sólo de dos o tres líneas y se podían hacer algunas correcciones antes de darle a la tecla definitiva. Con ello se ahorraban tinta y papel. La utilicé durante años, pero después…

Periodista – Se rompió y entonces fue cuando decidió comprar un Mac.

Dramaturgo – No, después fui yo el que se rompió y no tuve más remedio que pagar a un negro.

Periodista – ¿Un negro…? No sé a qué se refiere con lo del negro…

Dramaturgo – Él sí tenía ordenador. Al principio era yo el que le dictaba, pero poco tiempo después, se puso a escribir por su cuenta.

Periodista – ¿El ordenador?

Dramaturgo – ¡El ordenador no… El negro!

Periodista – No me diga…

Dramaturgo – Sabía mucho.

Periodista – Ya veo.

Dramaturgo – No sé si ha oído alguna vez la frase: el estilo, es el hombre.

Periodista – Más o menos…

Dramaturgo – Pues bien el negro en cuestión, tenía mi mismo estilo.

Periodista – ¡Qué suerte!

Dramaturgo – Era sueco.

Periodista – ¿Quién?

Dramaturgo – ¡Mi negro! ¿Quién va a ser?

Periodista – Usted perdone…

Dramaturgo – Cuando contesto a sus preguntas tengo la impresión de que no le interesa en absoluto lo que le digo.

Periodista – ¡Claro que me interesa! Me interesa mucho… ¿Sigue teniendo al negro?

Dramaturgo – Pues no… Y esa es la razón por la que no he escrito nada desde hace años…

Periodista – ¿Se volvió a Suecia?

Dramaturgo – No… Simplemente, se murió.

Periodista – ¡Coño…! Usted perdone… Debió ser triste.

Dramaturgo – Sí… Estábamos muy unidos. Pero… Las cosas son así… Lo cierto es que empezó a creerse un auténtico autor. Tuve que deshacerme de él.

Periodista – ¿Deshacerse?

Dramaturgo – Un poco de arsénico todos los días en su infusión de manzanilla. Murió como Madame Bovary.

Periodista – Pues si…

Dramaturgo – Flaubert decía: Madame Bovary soy yo mismo. Y, tenía razón. Un poco de mí murió con Antonio.

Periodista – ¿Antonio?

Dramaturgo – ¡Así se llamaba mi negro sueco! Nunca pude volver a encontrar mi estilo tras su muerte.

Periodista – Y fue entonces cuando dejó de escribir.

Dramaturgo – Me quedé bloqueado en mi obra número 124.

Periodista – ¡Cuánto lo siento!

Dramaturgo – Es cierto que fue difícil. Pensando que así recuperaría la inspiración de los primeros tiempos, con los pocos euros que me quedaban compré otra estilográfica Mont Blanc.

Periodista – Pero no fue suficiente…

Dramaturgo – Estaba al borde del suicidio… Además no me quedaba ni un céntimo para comprar los cartuchos.

Periodista – Para su escopeta…

Dramaturgo – ¡No, para la escopeta no…! Para la estilográfica…

Periodista – Lo siento

Dramaturgo – Conservaba una jeringuilla de mi época de heroinómano y con ella me sacaba sangre todas las mañanas para rellenar la estilográfica. Me habían encargado una comedia. Pero… la tinta roja tan sólo podía inspirar ideas negras (Ante la estupefacción de la periodista) ¿No toma nota de lo que le voy contando?

Periodista – Sí… Claro… Aquí tengo mi registradora… (Saca un magnetófono pequeño) Pero… La verdad es que no estoy segura de que deba grabar lo que me cuenta…

Dramaturgo – ¿Acaso ha creído todas las tonterías que acabo de contarla?

La periodista se da cuenta de que le ha estado tomando el pelo.

Periodista – Una broma… Claro… Muy ingenioso… Un negro sueco…. No conocía su faceta de autor cómico.

Dramaturgo – Seguramente por eso me han enviado una actriz cómica para hacerme la entrevista… ¿Sigue sin apetecerle una infusión de manzanilla?

Periodista – ¿Con o sin arsénico?

Risa forzada de la periodista.

Dramaturgo (muy serio) – ¿Quiere preguntarme algo más?

Periodista – Pues… Si… Me gustó mucho su primer trabajo. ¿Ha escrito más obras?

Dramaturgo – ¿Decía?

Periodista – Me refiero a obras salidas de su pluma, no de la del negro sueco. (Se rie de su broma) Estoy bromeando, claro…

El dramaturgo permanece serio.

Dramaturgo – He escrito un total de 123 piezas teatrales.

Periodista – ¡123! No está mal… ¿Y de qué tratan?

Dramaturgo (escandalizado) – ¿Que de qué tratan? ¿Ha venido a que le hable de mi teatro sin haber leído nada?

Periodista – No he leído las 123, pero…

Dramaturgo – ¿Cuántas ha leído exactamente?

Periodista – Quizá… Una… Precisamente la primera… Vamos, si acaso… las primeras páginas. Me pidieron que viniera a entrevistarle así, de repente… Estoy sustituyendo a un colega de Vivir el Teatro que se suicidó ayer.

Dramaturgo – ¿Cuántas páginas?

Periodista – Para ser sincera le diré que no he podido pasar de la página 5.

Dramaturgo – ¡Pero si el texto empieza en la página 6…!

Periodista – El título me gustó mucho…

Dramaturgo – ¿No me diga? (Irónico) Pues a ver… Dígame como se llamaba mi primera obra… En este momento tengo un lapsus…

Periodista – Yo tampoco me acuerdo, pero sí que sé que me gustó muchísimo.

Dramaturgo – ¿Me puede enseñar su carnet de prensa?

Periodista – Bueno… Sí… (Hace como si rebuscara en sus bolsillos) Es decir que… Me pregunto si…

Dramaturgo – Usted no es periodista…

Duda un instante antes de contestar.

Periodista – Pues no…

Dramaturgo – Ya veo. O sea que ha venido a robarme ¿no es así? Es lo habitual. El ladrón se hace pasar, por ejemplo, por empleado del gas y aprovecha un despiste del dueño de la casa para robar los ahorros escondidos bajo el colchón.

Periodista – Le aseguro que…

Dramaturgo – Claro… No puede ser… No habría elegido el hacerse pasar por una periodista literaria.

Periodista – En efecto, yo…

Dramaturgo – Hubiera sido más convincente como repartidora de pizzas.

Periodista – Tiene razón…

Dramaturgo – Pues si ha venido a mi casa en busca de dinero… Si quiere podemos buscar juntos.

Periodista – Soy actriz.

Dramaturgo – Pues si ha venido aquí en busca de un papel es que es usted todavía más tonta de lo que pensaba. Y puede creerme que había puesto el listón muy alto.

Periodista – Es la primera vez que interpreto el papel de periodista y no he tenido mucho tiempo para prepararlo.

Dramaturgo – Tampoco hay que dejar al lado la posibilidad de que sea usted una actriz mediocre. Ahora dígame, ¿Quién es el director de esa comedia tan mala?

Periodista – Su agente…

Dramaturgo – ¿Mi agente? No soy consciente de tener ningún agente…

Periodista – Pensó que una entrevista sería el medio idóneo para que recuperara su ego y se pusiera a escribir.

Dramaturgo – Ese tipo es más tonto de lo que pensaba…

Periodista – Su agente lleva casi un año esperando un nuevo manuscrito.

Dramaturgo – Qué quiere que le diga… He perdido la inspiración, como se suele decir. Para un autor, la falta de inspiración es como para un actor quedarse en blanco… Nunca se sabe cuándo va a llegar y mucho menos cuándo se va a recuperar.

Periodista – Un año… Demasiado tiempo para quedarse en blanco.

Dramaturgo – Usted, que no ha leído ni la primera de mis 123 comedias, no es la más indicada para pedirme que escriba la 124.

Periodista – Personalmente, a mí me da lo mismo. Pero su agente sigue interesado, tanto como para haberme pagado cien euros para que interpretara esta inocente y breve comedia.

Dramaturgo – ¿Cien euros? No pensé que mi agente me valorara tanto.

Pequeño silencio.

Periodista – Entonces, ¿Qué hacemos?

Dramaturgo – ¿Qué quiere decir con “qué hacemos?

Periodista – No soy periodista. Ahora que lo sabe, no creo que tengamos que seguir con la entrevista.

Dramaturgo – ¿Y por qué no? ¿Quizá otras preguntas apasionantes sobre mi obra teatral? Saber dónde guardo los calcetines y los calzoncillos… Si me gusta más el mar o la montaña… Los croissants o los churros…

Periodista – Entiendo que no está dispuesto a colaborar. No sé qué voy a decirle.

Dramaturgo – ¿A quién?

Periodista – A Jorge, su agente.

Dramaturgo – ¿Ese es su problema? Pues… Invéntese algo.

Periodista – Lo cierto es que me tenía que dar otros cien euros por la entrevista.

Dramaturgo – Ya veo… La mitad al pedido y la otra mitad a la entrega de la mercancía. Se ve que ha depositado en usted una confianza sin límites

Periodista – Tendría que haberle entregado la cinta grabada.

Dramaturgo – ¿No me diga que pretende hacerme ahora la entrevista?

Periodista – Podríamos ir a pachas

Dramaturgo – ¿A pachas… Con qué?

Periodista – Cien euros para cada uno.

Dramaturgo – Usted no está bien de la cabeza.

Periodista – Mire, tengo hambre, eso es todo. Y, según lo que me ha contado su agente, usted tampoco está muy boyante. Ya no escribe y nadie interpreta sus obras.

Dramaturgo – Gracias por haber tenido la delicadeza de recordármelo.

La periodista observa despreciativamente el entorno

Periodista – Con ese dinero podría, por lo menos, darle una pintadita a la casa.

Dramaturgo – ¿Con cien euros? Si conoce algún pintor que trabaje por ese precio y en negro, le agradecería que me diera su teléfono.

Periodista – Pues con cien euros podría, al menos, comprar la pintura y un rodillo.

Dramaturgo – ¿Lo haría usted misma?

Periodista – ¿Por qué no? Desde luego, cobrando…

Dramaturgo – Mire señorita, yo estoy al límite y usted pretende tomarme el pelo. Para escribir una comedia realmente no es necesario sentirse optimista, pero existen límites. Hay que seguir creyendo que burlarse de los tontos puede servir para que algunos mejoren.

Periodista – Me parece que se mira usted demasiado el ombligo.

Dramaturgo – ¿Eso cree?

Periodista – Pues si… Escribir teatro no es algo terrible… Hay oficios mucho peores ¿O no es así?

Dramaturgo – Sí… Seguramente…

Periodista – ¿Seguramente? ¿Acaso no sabe que hay gente que se ve obligada a levantarse cada mañana, pasar una hora en el metro para trabajar como cajeros en el Corte Inglés? Y todo eso por el sueldo mínimo interestatal.

Dramaturgo – ¿Es esa la razón por la que eligió trabajar como actriz a domicilio?

Periodista – Acepto lo que me ofrecen… Y mi agente todavía no me ha ofrecido ningún papel de importancia.

Dramaturgo – Debe ser tan inútil como el mío.

Periodista – Es el mismo…

Dramaturgo – De acuerdo… (Silencio) Quizá tenga razón, finalmente y visto el mundo que nos rodea, usted saldrá adelante con su trabajo chusquero mejor que yo con mis comedias.

Periodista – Gracias…

Dramaturgo – Pienso, luego existo. ¡Qué cretino el tal Descartes! Resulta evidente que para subsistir en este mundo de mierda, lo primero que hay que hacer es dejar de pensar.

Periodista – Tiene razón…

Dramaturgo – Pero claro… Dejar de pensar es como dejar de fumar. Resulta mucho más fácil cuando nunca se ha hecho.

Periodista – Si lo dice por mí… Yo nunca he fumado.

Dramaturgo – Sin ir más lejos, estoy pensando en que tengo que proponerle un trabajo.

Periodista – Estupendo… siempre y cuando esté dentro de mis competencias.

Dramaturgo – Visto así, quizá exceda un tanto sus posibilidades.

Periodista – ¿Entonces?

Dramaturgo – ¿Le gustaría ser mi negro?

Periodista – ¿Perdone?

Dramaturgo – Por una razón que desconozco, mi agente está empeñado en que escriba una comedia. Usted podría escribirla por mí.

Periodista – Pero… ¡Si yo no soy dramaturga!

Dramaturgo – Tampoco es usted una auténtica actriz.

Periodista – Bueno… Eso habría que verlo… ¿Y cuánto se gana como negro?

Dramaturgo – Depende de la importancia del autor que firmará en lugar de usted.

Periodista – Y, por lo que veo, no es como para tirar cohetes… Usted tampoco era tan conocido… Y, según su agente, ya nadie se acuerda de usted.

Dramaturgo – Y pensar que la ha contratado para remontarme la moral.

Periodista – Intento ser realista, eso es todo.

Dramaturgo – Bueno, ¿Le interesa o no le interesa?

Llaman a la puerta

Periodista – Si espera a alguien, yo me esfumo.

Dramaturgo – No espero a nadie.

Va a abrir. La periodista guarda la grabadora y se pone el impermeable con la intención de marcharse. Él vuelve con un sobre abierto y un papel en la mano.

Dramaturgo – Era el cartero…

Periodista – Yo ya me iba…

Dramaturgo (autoritariamente) – ¡Siéntese!

Se sienta, sorprendida por la actitud del hombre, mientras éste examina, perplejo, el papel que tiene en la mano

Periodista – ¿Es la factura del gas?

Dramaturgo – ¿El gas…? Me lo cortaron hace tiempo, de lo contrario podría no estar aquí hablando con usted.

Periodista – ¿Entonces?

Dramaturgo – Se trata de mi agente. Me manda un contrato de exclusividad para mi próximo trabajo.

Periodista – ¿Un contrato?

Dramaturgo – Me pide que lo firme y se lo haga llegar inmediatamente. Cada vez entiendo menos lo que está pasando. (Saca un cheque del sobre) Incluso me manda un adelanto…

Periodista – ¿De cuanto?

Dramaturgo – De 500.

Periodista – ¡500 euros! No puede tratarse de una broma.

Dramaturgo – La verdad es que no sé qué pensar… Desde que usted ha llegado ocurren cosas raras. No sé si me está tomando el pelo

Periodista – De cualquier forma, ahora que tiene el dinero, ya no puede dudar. No va a tener más remedio que escribir la comedia.

Dramaturgo – Podría devolver el cheque. Todavía no he firmado el contrato. Imagino que esta especie de entrevista estaba destinada a convencerme.

Periodista – Entonces ¿va a firmar?

Dramaturgo – No me gusta que me presionen cuando escribo… Pero este montón de facturas impagadas me obliga a reflexionar un poco. Si quiero suicidarme sin dolor, será mejor que pague la factura del gas.

Periodista – ¿Y mis 200 euros?

Dramaturgo – ¿No habíamos quedado en que los repartiríamos?

Periodista – Me parecería algo mezquino ahora que es usted un autor al que le hacen encargos.

Dramaturgo – No tan deprisa. Todavía tengo que encontrar un tema que me inspire.

Periodista – Le aseguro que, por 500 euros, yo sería capaz de escribir cualquier cosa.

El hombre se queda mirándola.

Dramaturgo – ¿Y por 250?

Periodista – ¿250?

Dramaturgo – ¡La mitad de 500! Por lo que veo usted no ha rechazado mi propuesta.

Periodista – ¿Qué propuesta?

Dramaturgo – La de ser mi negro.

Periodista – No… Ni hablar… No hablaba en serio. Dije que sería capaz de escribir cualquier cosa, pero nada que tuviera que ver con el teatro. Y, mucho menos con una obra maestra.

Dramaturgo – ¿Cualquier cosa? Eso es justamente lo que esperaba de usted.

Periodista – No le entiendo.

Dramaturgo – Yo, modestamente, le diré que lo único que sé escribir son obras maestras. No sé escribir sobre cualquier cosa. Eso es lo que me bloquea ¿Comprende? (Silencio) Cuando la miro veo en usted un ser básico y tengo la impresión de…

Periodista – Es decir que…

Dramaturgo – Mi agente me manda un adelanto para que escriba una comedia, pero resulta que he perdido la inspiración necesaria para escribir. ¿Me sigue?

Periodista – Creo que sí…

Dramaturgo – Podría escribir cualquier cosa para conservar el cheque, como lo haría alguno de mis compadres, pero yo no sé escribir sobre cualquier cosa.

Periodista – Y eso… ¿por qué?

Dramaturgo – Imagino que se trata de un antiguo resto de culpabilidad judeo-cristiana… Además, el muy cretino de mi agente sabe que yo no soy capaz de escribir cualquier cosa.

Periodista – ¿Y entonces…?

Dramaturgo – Entonces es a usted a quién corresponde escribir cualquier cosa.

Periodista – ¿Está seguro?

Dramaturgo – Tengo plena confianza en usted.

Periodista – Pero por qué no contrata a un negro auténtico, que sepa escribir.

Dramaturgo – Estaría bien si se pudiera encontrar uno por 250 euros. Entonces ya lo hubiera hecho.

Periodista – De acuerdo…

Dramaturgo – ¿Eso significa que está usted de acuerdo?

Periodista – No… De acuerdo significa que le comprendo…

Dramaturgo – ¿Y entonces?

Periodista – ¿Pero realmente está usted seguro de que podría escribir cualquier cosa?

Dramaturgo – De lo que estoy seguro es de que usted tan sólo podría escribir cualquier cosa.

Periodista – Pero su agente… es decir, nuestro agente, se va a dar cuenta de que usted ha escrito cualquier cosa.

Dramaturgo – ¿Mi agente? Pero si es él quien ha montado esta ridícula comedia para obligarme a escribir sobre algo que no me gusta escribir. No va a recibir más que la calderilla.

Periodista – Mejor diría yo que él tendrá su comedia y usted la pasta.

Dramaturgo – Se da cuenta de que cuando quiere hasta puede ser ingeniosa. ¿Entonces?

Periodista – Bueno… Después de todo no arriesgo nada…

Dramaturgo – Hacer el ridículo

Periodista – Pero el ridículo no mata.

Dramaturgo – Si el ridículo matara, créame, usted habría desaparecido de este mundo hace mucho tiempo.

Periodista – Okey… ¿Cuándo empiezo? Espere un momento… (Ojea su agenda) Esta semana no va a ser posible… Quizá pueda liberarme a partir del lunes próximo.

El hombre le arranca la agenda de las manos para comprobar lo que dice

Dramaturgo – Hay tantas páginas en blanco en su agenda que podría utilizarla para escribir la comedia. Perdón… No me había dado cuenta que tiene una cita con su oftalmólogo dentro de tres meses.

Periodista – Ya sabe lo que tardan los especialistas en dar una cita. (El hombre la mira con impaciencia) Vale… Entonces, ¿cuándo empiezo?

Dramaturgo – Pues… Ahora mismo, aprovechando que está aquí.

Suena el teléfono. No hace caso.

Periodista – ¿No va a contestar?

Dramaturgo – Supongo que es mi banco para recordarme que estoy en números rojos.

Periodista – Seguramente… Creo que debemos tener el mismo banco.

Dramaturgo – El mío es Bankia

Periodista – No pueden dejar en paz a los pobres.

Se escucha el mensaje dejado en el contestador

Voz – Buenos días, soy Juan María de Blancafort, presidente de la Fundación Reina de los Montes. Tengo el placer de comunicarle que nuestra Fundación ha decidido concederle el Gran Premio de la Reina de los Montes por el conjunto de su obra. Le ruego que nos llame lo antes posible para ultimar los detalles de la ceremonia.

Periodista – Podría tratarse de otro montaje de su agente.

Dramaturgo – Es una hipótesis posible, desde luego.

Periodista – ¿Qué otra cosa podría ser?

Dramaturgo – ¿Entonces usted no cree ni por un segundo que yo podría recibir una recompensa por el conjunto de mi obra?

Periodista – La verdad es que no se… Como no he leído nada suyo…

Dramaturgo – En todo caso es una pena que no sea usted realmente periodista. Sería la primera en entrevistar al nuevo Laureado de la Fundación Reina de los Montes.

Periodista – Lo siento, pero nunca he oído hablar de esa Fundación.

Dramaturgo – ¿Nunca ha oído hablar de ella? Pues el Premio de la Reina de los Montes es para los dramaturgos como el Pulitzer para los periodistas.

Periodista – Tampoco he oído hablar de eso.

Dramaturgo – Claro… como no es periodista… Le pondré otro ejemplo… Es como el de Princesa de Asturias…

Periodista – ¿Algo así como el Nobel de literatura?

Dramaturgo – Bueno… Tampoco hay que exagerar… Con una buena promoción en una librería famosa, se podría dar un impulso a la venta de mi nueva comedia.

Periodista – ¿Incluso si la comedia es mala?

Dramaturgo – Aunque su cultura deje mucho que desear no se le habrá pasado por alto que los mayores éxitos en las librerías rara vez son obras maestras. Incluso en pocas ocasiones han sido escritos por el propio autor. Muchos de ellos ni siquiera los han leído.

Periodista – O sea que, en general, los que firman este tipo de best-sellers son unos bestias, mientras que los que escriben son los auténticos autores.

Dramaturgo – Más bien al contrario.

Periodista – Pues eso no dice nada bueno de su agente.

Dramaturgo – Me parece que usted no ha entendido nada. Ese chorizo ha sabido antes que yo lo del premio. Por eso me manda un contrato para que lo firme a toda velocidad y tener así en exclusiva los derechos de mi próxima comedia. Y eso con un desembolso mínimo de 500 euros, cuando sabe que, con la publicidad que tendrá lo del premio, me voy a convertir en un autor de éxito. ¿Le parece honesto?

Periodista – Confieso en que no soy especialista en materia de honestidad.

Dramaturgo – Eso sin hablar del ridículo montaje de la entrevista para convencerme de que me pusiera a escribir.

Periodista – Es cierto que visto de esa forma…

Dramaturgo – ¿Entonces va a escribir esa comedia, sí o no?

Periodista (tras reflexionar por unos instantes) – Okey… Pero también quiero los 200 euros de la entrevista…

Dramaturgo – Habíamos quedado en compartir.

Periodista – Sí, pero ahora es usted un escritor de éxito.

Dramaturgo – De acuerdo. Pues, ¡manos a la obra!

Periodista – Ahora sí que le acepto una manzanilla.

Dramaturgo – Francamente, no se lo aconsejo… La tengo guardada junto al arsénico… Pero le puedo aconsejar algo que ayuda a muchos autores. (Saca una botella de whisky) He aquí una poción mágica para inspirarse. Yo lo he venido utilizando desde niño y ya no me hace efecto…

Periodista – De acuerdo… (Se sirve un vaso que apura hasta el fin, hace una mueca, y mira la etiqueta) ¿Whisky sueco? No estará intentando envenenarme a mí también…

Dramaturgo – No antes de que haya acabado mi comedia (Le entrega una pluma estilográfica) Le confío solemnemente mi estilográfica Mont Blanc. Que la fuerza la acompañe. Hay papel en la mesa. Siéntese y escriba.

Periodista (sentándose) – Aunque escriba sobre cualquier cosa no estoy segura de poder terminar un libro…

Dramaturgo – Se trata de una obra de teatro. Con unas cincuenta páginas, puede ser suficiente.

Periodista – ¿Cincuenta páginas?

Dramaturgo – Piense que se está examinando de bachillerato y que tiene que escribir una redacción algo más larga de lo habitual.

Periodista (avergonzada) – ¿El bachillerato?

Dramaturgo – ¿No ha hecho el bachillerato? Debería haberlo sospechado…

Periodista – Pude haberme examinado, pero perdí el tren.

Dramaturgo – Entonces piense en una carta muy larga.

Periodista – Siempre mando WhatsApps.

Dramaturgo – Se trata de diálogos. Punto y aparte después de cada frase y se salta una línea cada vez. La mitad de una obra de teatro es lo que hay entre líneas… Es decir, el blanco del papel.

Dramaturgo – Si le parece escribiremos la comedia a cuatro manos. Usted escribe las líneas y yo el interlineado.

Periodista – Y, claro, luego lo firmará Ramón González

Dramaturgo – Dramón, señorita, Dramón González… Pues sí, lo firmaré yo, como es lógico. ¿Acaso piensa que Miguel Ángel pintó todos los cuadros firmados por él? Pues se equivoca. Lo único que hacía era dar el último toque.

Periodista – De cualquier forma, yo no soy escritora.

Dramaturgo – ¡Todos podemos ser escritores! Sobre todo, dramaturgos. La prueba es que no existen escuelas para ello. Es uno de esos raros oficios, junto con el de repartidor de pizzas y el de psicoanalista, que se puede ejercer sin título alguno. Incluso tengo mis dudas si para repartir pizzas piden algo… Al menos hay que saber conducir una scooter.

Periodista – A pesar de todo es un trabajo de responsabilidad

Dramaturgo – Con un único cartucho de tinta tendrá suficiente para escribir la comedia. Si se tratara de una novela le harían falta 5 o 6.

Periodista – Está bien…

Dramaturgo – Es un oficio de vagos, se lo aseguro. Es muy sencillo. Tan sólo nos superan los poetas. Escriben cinco líneas con tres palabras en cada línea dejando todo el resto de la página en blanco. Y, la gente dice que son genios.

Periodista – Me pregunto si no hubiera sido mejor ser el negro de un poeta.

Dramaturgo – De eso nada… Ni lo sueñe. No existe un poeta capaz de poder pagarse un negro, incluso a plazos.

Periodista – De acuerdo… Pero, no sé por dónde empezar…

Dramaturgo – Sin duda el comienzo siempre es lo más duro. Sobre todo para una comedia de humor.

Periodista – O sea que se trata de hacer reír…

Dramaturgo – Tiene que ser una comedia popular, especial para la Fundación Reina de los Montes.

Periodista – Es curioso… Pero yo no le veo como autor cómico.

Dramaturgo – De eso hace mucho tiempo. Por eso ahora necesito un negro.

Periodista – Pues yo no sé si seré capaz de tener gracia escribiendo.

Dramaturgo – No la estoy pidiendo que sea ingeniosa. Tan sólo que ejerza su natural comicidad…

Periodista – Eso no me ayuda en absoluto

Dramaturgo – Veamos… Quizá hay en su vida alguien al quien le gustaría matar.

Periodista – ¿Matar?

Dramaturgo – Para eso sirve la comedia. Pongamos un ejemplo. La ley le impide desembarazarse de su suegra, por lo tanto usted va y escribe una comedia donde se le ofrece su cabeza en bandeja.

Periodista – No estoy casada. ¿Usted tiene suegra?

Dramaturgo – Ya no. Mi mujer me abandonó. Estoy tan desesperado que incluso echo de menos a mi suegra. ¿Cómo quiere que escriba una buena comedia en estas condiciones?

Periodista – No tengo ni idea… Déjeme pensar… Ah… Sí… Yo detestaba a mi hermana.

Dramaturgo – Bien…

Periodista – Por desgracia murió… Por lo tanto no creo que sirva…

Dramaturgo – Depende. También hay muertos divertidos. ¿Me puede decir cómo murió?

Periodista – De un cáncer.

Dramaturgo – Ya… En ese caso… No nos sirve. Es muy difícil hacer reír con el cáncer. Sobre todo cuando se trata de un familiar.

Periodista – Tiene razón… ¡Qué mala pata!

Dramaturgo – Hay asuntos, como ese, que, sin saber por qué, son totalmente negados para la comedia. Quizá sea porque son enfermedades largas. En el teatro, los muertos más divertidos son los que mueren de repente. Un hombre cuenta que a su mujer acaba de pasarle un tren por encima cuando volvía del peluquero. Eso puede tener cierta gracia. Sin embargo no se te ocurra hablar de un muerto por cáncer de vesícula tras tres años de quimio porque no le haría gracia a nadie. ¡Vaya usted a saber por qué! Pero, es así.

Periodista – ¿Y?

Dramaturgo – Ahora debe intentarlo…

Llaman a la puerta

Periodista – ¿Espera a alguien?

Dramaturgo – Debe ser un mensajero. Viene a por el contrato firmado. ¿Me deja la pluma, por favor?

Cogiendo el contrato

Periodista (inquieta) – ¿Está usted seguro?

Dramaturgo – No sé por qué pero creo en usted… (Firma el contrato y le devuelve la pluma) Si tiene una idea antes de que se marche el mensajero, no dude en decírmelo.

Sale. Suena el móvil de la periodista. Contesta.

Periodista – Sí… No, todavía estoy con él… Sí, sí, no se preocupe, acaba de firmar el contrato… Ahora tengo que colgar… Luego le llamo…

Se guarda el teléfono. Vuelve el hombre.

Dramaturgo – Bueno, pues ahora ya está todo hecho. Acabo de vender su alma al diablo por 500 euros. Ni en sus sueños más locos hubiera podido imaginar conseguir un precio tan alto.

Periodista – Tampoco es para tanto… Pensé que usted sería un autor responsable…

Dramaturgo – La mayor parte de los autores escriben para pagar los impuestos del año anterior con los adelantos que les corresponden por los libros que escribirán al año siguiente. El día en que los impuestos se paguen en el año corriente, bajará mucho el número de publicaciones.

Periodista – No entiendo nada de eso. Nunca he hecho una declaración de la Renta.

Dramaturgo – Pues ha tenido suerte… En cuanto entras en el engranaje, ya no te puedes salir. Pero… Vamos a lo nuestro. ¿Dónde estábamos?

Periodista – En ningún sitio. Tengo miedo…

Dramaturgo – Eso es lo que me temía.

Periodista – ¿Y si escribiéramos sobre un autor que ha perdido la inspiración?

Dramaturgo – Ya veo… Una chica llama a su puerta, diciendo que es periodista…

Periodista – ¿Y por qué no?

Dramaturgo – El teatro dentro del teatro… Me había prometido no caer tan bajo.

Periodista – Usted dijo que se podía escribir sobre cualquier cosa.

Dramaturgo – Bien… ¿Y cómo acabaría?

Periodista – No tengo ni idea…

Dramaturgo – ¿Le apetece otro whisky?

Dicho y hecho.

Periodista – No sé si debo…

Dramaturgo – ¡Vamos… Beba!

Vacía el vaso de un trago.

Periodista – Creo que necesito echarme un rato. Estoy segura que las ideas vendrán fácilmente si duermo.

Dramaturgo – ¡Vamos! ¡No la pago por dormir!

Periodista – De momento, todavía no he visto ni un céntimo… Quizá tenga razón. Seguramente un pequeño adelanto conseguiría motivarme un poco…

Dramaturgo – Aunque quisiera hacerlo dudo mucho que Bankia me conceda otro crédito con el que poder darle un adelanto. Además, es usted nula como negro. Le pido que escriba sobre cualquier cosa, y no se le ocurre nada.

Periodista – Yo también tengo que cuidar mi reputación. No quiero quedar en ridículo escribiendo cualquier cosa.

Dramaturgo – Pero si su nombre no aparecerá en ningún sitio! ¡Seré yo quien firme!

Periodista – Es posible, pero yo sí sabré quién lo ha escrito. A pesar de todo tengo mi amor propio.

Dramaturgo – Está bien… Pues nadie le impide escribir una obra de arte.

Periodista – ¿Y por qué no? Quizá soy menos tonta de lo que usted cree.

Dramaturgo – Adelante… ¡Asómbreme!

Periodista – ¡Adelante, adelante…! No sé cómo quiere que me ponga a trabajar con tanto whisky. Además empiezo a tener hambre. No tiene por ahí algo que echarse a la boca.

Dramaturgo – La he contratado para trabajar no para engullir.

Periodista – Ya sabe lo que se dice: el hambre es una mala consejera.

El hombre saca un paquete de galletas y se lo ofrece a la chica.

Dramaturgo – Tenga. Me quedan unas cuántas Marías.

Periodista – Gracias. (Coge uno y se lo lleva a la boca) Están un tanto caducas sus Marías.

Dramaturgo – ¿Quiere que bajea comprar otro paquete?

Periodista – Me arreglaré con éste (Se come otra galleta) Tengo una idea.

Dramaturgo (sobresaltado) – Me echo a temblar.

Periodista – Un chico se enamora de una chica, pero las familias se detestan.

Dramaturgo – Eso es Romeo y Julieta

Periodista – Pues entonces… Un chico se enamora de una chica pero el padre mata accidentalmente al de ésta.

DramaturgoEl Cid

Periodista – Un chico ama a una chica pero en realidad se trata de un hombre.

DramaturgoCon faldas y a lo loco.

Periodista – Pues esa obra no la conozco.

Dramaturgo – Es una película

Periodista – ¿Está seguro?

Dramaturgo – Totalmente

Periodista – Un chico ama a un chico pero en realidad se trata de una mujer

DramaturgoVictor o Victoria.

Periodista – Una mujer ama a una mujer pero en realidad se trata de un hombre.

DramaturgoTootsie.

Periodista – ¡Coño! No creí que fuera tan difícil ser autor contemporáneo. ¿Es que ya todo está escrito?

Dramaturgo – Todo…

Periodista – Sobre todo lo más ingenioso, supongo…

Dramaturgo – No nos han dejado ni las migas…

Periodista – Los muy cerdos.

Dramaturgo – Shakespeare, Lope de Vega… Para ellos era fácil… No se había escrito casi nada todavía. Las buenas ideas estaban al alcance de la mano. Por lo tanto, todos los que no eran analfabetos, como la mayor parte de sus contemporáneos, tenían muchas posibilidades de pasar a la posteridad.

Periodista – Es verdad… Ya no hay ni una rendija por donde colarse.

Dramaturgo – Por eso es por lo que no me siento en condiciones de escribir una obra de arte y le pido a usted que escriba cualquier cosa.

Silencio

Periodista – Me tomaría otro whiskicito.

Se lo bebe de un trago

Dramaturgo – Poco a poco, mujer.

Deja la botella y lanza un alarido de satisfacción.

Periodista – ¡Ya lo he encontrado!

Dramaturgo – No me diga.

Periodista – Y éste me juego de que no es ni de Calderón ni de Lope.

Dramaturgo – Soy todo oídos.

Periodista – Una pareja recibe en su casa a una amiga que acaba de perder a su marido en un accidente de avión. Mientras tratan de consolar a la viuda se enteran que les ha tocado el bonoloto.

Dramaturgo – ¡Fantástico!

Periodista – Es que cuando me pongo…

Dramaturgo – Acaba de resumir el contenido de mi primera comedia.

Periodista – ¿No me diga?

Dramaturgo – Esa que no ha leído.

Periodista – Los grandes genios se encuentran.

Dramaturgo – Eso si usted hubiera nacido antes que yo. Entonces podría haber escrito esa comedia que, por cierto, es uno de mis mayores éxitos.

Periodista – Quizá he leído el resumen en la Guía del Ocio.

Dramaturgo – Dejé de escribir el día en que empecé a plagiarme a mí mismo.

Silencio

Periodista – ¿No hay más galletas María?

Dramaturgo – Se las ha comido todas.

Periodista – El paquete estaba abierto desde Dios sabe cuándo. Espero no haberme intoxicado.

Dramaturgo – Si se intoxica puede pedir la baja por enfermedad. Pero le advierto que nosotros, los autores, cuando estamos enfermos y no podemos trabajar, no cobramos ni un céntimo. No le digo lo que pasa con los negros.

Periodista – La verdad es que me apetecería echarme algo al coleto.

Dramaturgo – Sólo piensa en comer.

Periodista – Eso es lo que suelen decir los que nunca han pasado hambre.

Dramaturgo – Echaré un vistazo al frigo a ver si queda algo…

Periodista – Y, otra cosa…

Dramaturgo – A ver qué se le ocurre ahora…

Periodista – No me gusta nada lo de… negro.

Dramaturgo – ¿Y eso?

Periodista – Lo encuentro degradante.

Dramaturgo – ¿Degradante para quién?

Periodista – Para mí.

Dramaturgo – ¿Entonces cómo quiere que la llame? ¿La doble del autor? Las grandes actrices tienen sus dobles para algunas escenas que no quieren rodar. ¿Por qué no podemos tener los autores un doble para las comedias que no nos apetece escribir?

Periodista – No tengo ni idea… Oficialmente yo podría ser… su secretaria particular.

Dramaturgo – ¿Mi secretaria?

Periodista – Si salimos juntos y tiene que presentarme a alguien no va a ir diciendo por ahí, aquí mi negro.

Dramaturgo – La verdad es que ni se me había ocurrido pensar que pudiéramos salir juntos…     

Periodista – En todo caso… necesitaré una cobertura legal.

Dramaturgo – ¿Una cobertura?

Periodista – Sí, un respaldo legal… Un negro trabaja en negro… ¿No es así? Y eso no es nada legal. Por lo tanto necesitaré una cobertura social. Además, tengo que pensar en mi jubilación.

Dramaturgo – ¿Y por qué no también tickets de restaurante?

Periodista – De acuerdo… Pero seré su secretaria particular.

Dramaturgo – Y en cuanto a los tickets de restaurante, miraré en el frigo a ver si queda algún resto de queso.

Suena el teléfono en el momento en que va a salir.

Periodista (descuelga) – Aquí la secretaria de don Dramón González… ¿Con quién tengo el gusto de hablar? (Él le hace ver que no quiere ponerse) No, no puede ponerse… ¿Que por qué? Porque… se ha muerto… Sí, estoy completamente segura. Acaba de llegar el forense… Ah… Sí… ¡Que buena noticia! Pero, en ese caso, será a título póstumo. Lo siento mucho. Tengo que dejarle porque van a hacerle ahora mismo la autopsia… Adiós…

Dramaturgo (estupefacto) – ¿Pero quién era?

Periodista – Don Juan Rodriguez de Gándazuelo, el presidente de la Unión de Autores de Teatro. Por lo visto el Ministro de Cultura quería imponerle la Medalla de Caballero de las Artes y las Ciencias.

Dramaturgo – ¿Y le ha dicho que me he muerto?

Periodista – Me dijo por señas que no quería hablar con nadie. Es lo primero que se me ocurrió.

Dramaturgo – Pues vaya…

Periodista – Además hay que ser realistas. No estoy preparada para escribir una comedia. Usted, tampoco.

Dramaturgo – ¿Y entonces?

Periodista – Por lo tanto estando usted muerto su agente nunca se atrevería a reclamarle los quinientos euros de adelanto por un trabajo que no ha realizado.

Dramaturgo – ¿Muerto? ¿No es una excusa un tanto excesiva para no tener que devolverle los 500 euros?

Periodista – Se me ocurre otra cosa…

Dramaturgo – Está visto que cuando quiere…

Periodista – Si está muerto y encima tiene un Premio Literario y una medalla póstuma, va a hacerse famoso.

Dramaturgo – Le pedí que me sorprendiera con sus propuestas, pero se ha pasado usted tres pueblos…

Periodista – Gracias.

Dramaturgo – No he intentado ser cortés. Hay muchas formas de sorprender a la gente.

Periodista – ¿Tiene algún familiar?

Dramaturgo – Tan sólo tenía a mi mujer… Pero no creo que ella siga considerándose como alguien de la familia.

Periodista – O sea que está solo en vida. Ni mujer, ni familia, ni amigos… Por lo tanto yo misma puedo ir a recoger el premio y la medalla.

Dramaturgo – Veamos… Le propongo un trabajo de negro y no sólo no es capaz de escribir ni una línea, sino que además quiere recibir todos los honores que me sean entregados. ¿Quiere también mi número de la Seguridad Social?

Periodista – Quizá sería lo más prudente… Considere que se le supone muerto.

Dramaturgo – Siempre puedo resucitar…

Periodista – Piense un poco. Por ahora le conviene mucho más estar muerto.

Dramaturgo – ¿Usted cree?

Periodista – Le apuesto cualquier cosa a que mañana todos los periódicos hablarán de usted. Quizá no en primera página. Tampoco es cuestión de soñar, pero seguro que el País Semanal se acordará de usted.

Dramaturgo – Podría ser tentador el leer mi esquela de defunción estando vivo.

Periodista – Todos se referirán a usted como el gran dramaturgo. Sus libros se venderán como churros… Al menos durante dos o tres días.

Dramaturgo – ¿Está usted segura?

Periodista – No soy periodista, pero gracias a mi brillante idea saldrá su nombre en toda la prensa.

Dramaturgo – Bueno… ¿Y ahora qué hacemos?

Periodista – Usted se hace el muerto y yo… Yo me quedo con el 20% de sus derechos de autor.

Dramaturgo – Mi agente tan sólo se quedaba el 10%.

Periodista – Pero con él no vendía usted ni un libro y sus comedias nunca se representaban.

Dramaturgo – Y yo que ya me estaba haciendo a la idea de jubilarme.

Periodista – ¿Jubilarse?

Dramaturgo – He decidido eliminar de mi vida todo lo que me moleste. Ya no escribo. Hablo lo menos posible. No comparto mis opiniones con nadie. Más bien, prefiero no opinar en absoluto.

Periodista – ¿Y cree que puede hacer algo así?

Dramaturgo – ¿No opinar?

Periodista – No hablo de eso pero, usted no puede jubilarse… No tiene dónde caerse muerto…

Dramaturgo – Desde luego Bankia no me daría ni un euro.

Periodista – Pues bien… Yo le propongo que finja su muerte en lugar de jubilarse.

Dramaturgo – Es tentador, la verdad… Le pido, al menos, cinco minutos para sopesar los pros y los contras.

Suena el teléfono. Él intenta cogerlo.

Periodista – ¿Está usted loco? Le recuerdo que es un autor muerto. ¿Sí…? ¿Bankia? No… Lo siento. Don Dramón González acaba de fallecer… Si…. Se ha suicidado… Se ha bebido un litro de desatascador. Si, en efecto, ese líquido que se utiliza para desatascar las cañerías… Un agujero enorme en el estómago. Sólo de pensarlo se me abren las carnes… La sosa también es muy caustica. En efecto, él también era muy caustico… Ya sabe, los artistas… Además nadie mejor que ustedes sabe que estaba de deudas hasta las cejas. Seguramente fue la única forma que tuvo para escapar de sus acreedores. No, por supuesto, el dinero no es lo más importante… En todo caso, gracias por haber llamado… Eso es. Hasta pronto. Por supuesto, transmitiré sus condolencias a la familia.

Cuelga

Dramaturgo (estupefacto) – Le ha costado arrancar pero una vez que se ha lanzado al ruedo, no hay quien la pare. O sea que ahora resulta que me he suicidado.

Periodista – Me dije que, para un escritor, sería más romántico el suicidio que no morir de cáncer de colon.

Dramaturgo – ¿Más romántico tras haberme bebido un litro de desatascador?

Periodista – Estaba improvisando… Es lo primero que se me ocurrió.

Dramaturgo – ¿Improvisando…? Es necesario que se ajuste al texto.

Periodista – ¿A qué texto se refiere? Usted es incapaz de escribir ni una palabra.

Dramaturgo – ¡Basta! No es necesario que se ponga desagradable… Resumamos… O sea que yo me he suicidado… Es posible. Últimamente estaba un tanto depresivo.

Periodista – ¡Lo ve!

Dramaturgo – ¿Qué hacemos ahora…? ¿Organizar unos funerales a nivel nacional?

Periodista – Si el autor fallece las ventas aumentan, al menos, en un 10%. Si se suicida pueden llegar el 20%. (Suena el teléfono) Parece que el negocio marcha.

Dramaturgo – Tiene razón. El teléfono no ha sonado tan seguido desde hace años.

Responde la mujer

Periodista – ¡Dígame! Le habla la secretaria de Don Dramón González. Sí señora, en efecto. Se lo confirmo. Su marido ha muerto esta mañana. Le presento mis condolencias, así como las condolencias de Bankia. Un tiro en la sien. Así es. Mejor que no le vea. No creo que pudiera reconocerle. Le falta la mitad superior de la cabeza… No es un espectáculo de gusto, se lo aseguro…. Muy bien, se lo diré… Quiero decir, sí, gracias… Hasta la vista señora. (Cuelga). Era su mujer.

Dramaturgo – ¿Mi mujer? ¿Pero qué es lo que quería?

Periodista – Al parecer rendirle el último homenaje.

Dramaturgo – Hace años que no la veo. Tiene gracia. Normalmente era ella la que me reprochaba que no le diera un buen homenaje de vez en cuando…

Periodista – En general los muertos son mucho más populares que los vivos. Ya se irá dando cuenta de las ventajas que tiene ser difunto.

Dramaturgo – Le ha dicho a mi mujer que me pegué un tiro en la sien…

Periodista – Intento mejorar, ya lo ve. (Suena el teléfono) Si esto sigue así tendrá que contratar a una telefonista…. Le habla la agente en exclusiva de Don Dramón González… Sí, en efecto, soy yo quien tiene los derechos de todos sus trabajos. Nos casamos pocos meses antes de su muerte. Por lo tanto, soy la heredera directa… Sí… Si… Sí… Si, acababa de terminar una comedia que le va a dejar boquiabierto… Según mi entender es una obra de arte. Totalmente inédita, si. Sí… Sí… Sí… De acuerdo. ¿Puedo apuntar su teléfono? Muy bien, voy a estudiar personalmente su dossier y le daré una respuesta lo antes posible. Hasta pronto.

Dramaturgo – O sea que ahora resulta que estamos casados….

Periodista – Es más sencillo.

Dramaturgo – ¿Más sencillo?

Periodista – Para justificar el hecho de que soy yo la que tiene los derechos de sus obras.

Dramaturgo – Es posible…

Periodista – Por lo cual, como soy su viuda, todo queda en la familia.

Dramaturgo – ¿Puedo, al menos, saber quién ha llamado esta vez?

Periodista – Un teatro de Madrid que quiere montar su último trabajo.

Dramaturgo – ¿Un teatro? ¿Qué teatro?

Periodista – Debería haber tomado nota inmediatamente, pero usted me interrumpió… Tenía algo que ver con una marquesina…

Dramaturgo – ¿Con una marquesina?

Periodista – Y al mismo tiempo, era algo muy marinero…

Dramaturgo – ¿No sería el teatro Marquina?

Periodista – Eso es… Teatro Marina…

Dramaturgo – Marquina, Teatro Marquina… Pero ahí sólo ponen obras de autores vivos.

Periodista – Pero su cadáver está todavía caliente, no vamos a discutir por eso…

Dramaturgo – ¿Y qué piensa hacer?

Periodista – Les voy a dar largas. Hacerles entender que no son los únicos que quieren su último trabajo.

Dramaturgo – Tendría que haberla contratado antes como Agente.

Periodista – También podría pensarse en una retrospectiva del conjunto de su obra ¿No le parece?

Dramaturgo – Por qué no… Pero, cuando se refiere a mi último trabajo, quiere decir que se trata de…

Periodista – La comedia que todavía no ha escrito.

Dramaturgo – Pero si estoy muerto…

Periodista – Habrá oído que les hablé de un trabajo inédito.

Dramaturgo – Sí… Pero…

Periodista – Pero podrá escribirlo porque no está realmente muerto.

Dramaturgo – Ya le dije que había perdido la inspiración.

Periodista – Eso era antes…

Dramaturgo – ¿Antes?

Periodista – Antes de haber vuelto a ser un autor de éxito

Dramaturgo – Ha querido decir un autor muerto.

Periodista – También pero… Ahora que tiene todo el tiempo del mundo al estar muerto, podrá escribir la comedia sin stress. Yo me ocuparé del resto.

Dramaturgo – Perdone, pero… ¿Tengo que estar muerto durante mucho tiempo?

Periodista – Digamos el tiempo de escribir su comedia número 124. Después… Ya veremos.

Dramaturgo – Pues no tendré más remedido que ponerme manos a la obra.

Periodista – ¿Le apetece una manzanilla?

Dramaturgo – Casi prefiero el whisky sueco… (Coge la botella y se sirve) ¿Usted se va a quedar aquí?

Periodista – Alguien tiene que velar el cuerpo y contestar al teléfono…

Dramaturgo – Pues… ¡A trabajar!

Sale. La chica se pone cómoda, saca el portátil y llama.

Periodista – ¿Georges? Esta vez va en serio. Creo que está a punto de ponerse a escribir su comedia 124… No sé si nos hemos pasado con lo del premio y la medalla de las letras… Seguro que se va a llevar un chasco cuando se entere que no existe ni uno ni otro… Pero, es por su bien… Tampoco sabemos si su nuevo trabajo será realmente bueno… Sí, tiene usted razón, eso si no se ha muerto antes… Por cierto, tengo que decirle que me he visto forzada a improvisar un poco…

Vuelve el autor.

Dramaturgo – Estoy seco.

Periodista – ¿Cómo?

Dramaturgo – Se me acabó la tinta. El último cartucho está vacío. Y no será fácil encontrar repuesto a estas horas y por la zona…

Periodista – ¿Y la máquina de escribir?

Dramaturgo – ¿La máquina de escribir? Está como yo, ya se lo dije… En las últimas…

La periodista saca un bolígrafo del bolso y se lo entrega.

Periodista – Puede utilizar esto mientras tanto.

El hombre parece decepcionado por no haber encontrado la excusa ideal. Sale. Ella vuelve al teléfono.

Periodista – Todavía no podemos cantar victoria… Tendré que seguir vigilándole. Quizá habría que darle un poco más de cuerda…

Se escucha una detonación

Periodista – ¡Vaya! ¡Al parecer ha encontrado los cartuchos…! Le llamo dentro de un rato. (Cuelga) Me parece que me va a tocar escribir a mí sola la comedia.

Vuelve el hombre con una botella de champán en la mano. Acaba de quitarle el tapón.

Dramaturgo – No queda ni una gota de whisky, pero he encontrado esto en el frigo. La guardaba para una gran ocasión. Y el que me hayan dado un premio y una condecoración el mismo día, bien se merece un brindis… ¿Le apetece?

Periodista – ¿Por qué no? Siempre que me prometa que después volverá al trabajo.

Dramaturgo – No se preocupe. Es curioso, pero el estar muerto me ha devuelto la moral.

Periodista – Tanto mejor… ¿Entonces ya tiene una idea…?

Dramaturgo – He pensado que siempre es mejor partir de la realidad. Por lo tanto irá sobre el teatro dentro del teatro. La historia de un autor que ha perdido la inspiración y de una periodista que llama a su puerta.

Periodista – Eso me recuerda algo… ¿Ya sabe cómo lo va a llamar?

Dramaturgo – Pues sí… ¿Por qué no llamarle “El último cartucho”?

Periodista – ¿Está libre ese título?

Dramaturgo – Posiblemente sí… Pero, si encima hay que ser original…

Periodista – Pues brindemos por “El último cartucho”.

Dramaturgo – Si la dicto iremos mucho más rápido ¿No es así? (Coloca una vieja máquina de escribir delante de la chica) He recuperado la inspiración…

Periodista – Le escucho…

El autor comienza a dictar, muy inspirado, como si estuviera presenciando la escena.

Dramaturgo – Un salón en desorden. Un hombre está amodorrado en un sillón. Suena el teléfono y le saca de su sopor. Descuelga como un sonámbulo. ¡Diga!

Oscuro

Fin

***

El autor

Jean-Pierre Martinez es autor teatral y guionista francés de origen español. Nacido en 1955 en Auvers-sur-Oise, sube al escenario primero como baterista en diversos grupos de rock, antes de hacerse semiológo para la publicidad. Luego trabaja como guionista para la televisión, y vuelve al teatro como autor. Ha escrito mas de 60 guiones para distintas series de la televisión francesa, y 61 comedias para el teatro (13 y Martes, Strip Poker, Bar Manolo, Ella y El, Muertos de la Risa, Breves del Tiempo Perdido, El Joker…). Actualmente es uno de los autores contemporaneos mas representados en Francia, y varias de sus obras han sido ya traducidas en español y en inglés. Es licenciado en literatura española e inglesa (Sorbonne), en linguística (Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales), en economía (Institut d’Études Politique de Paris), en escritura de guiones (Conservatoire Européen d’Ecriture Audiovisuelle). Jean-Pierre Martinez ha escogido ofrecer todos los textos de sus obras para descargar gratuitamente en su web : comediatheque.net.

 

Otras obras del autor

13 y Martes

Bar Manolo

Breves del Tiempo Perdido

Crisis y Castigo

Cuatro Estrellas

El Joker

Ella y El, Monólogo Interactivo

EuroStar

Foto de Familia

Milagro en el Convento de Santa María-Juana

Muertos de la Risa

Por Debajo de la Mesa

Pronóstico Reservado

Strip Poker

Un Ataúd para Dos

Zona de Turbulencias

 

Este texto está protegido por las leyes

relativas al derecho de propiedad intelectual.

Toda copia es susceptible de una condena,

hasta de 300 000 euros y 3 años de prisión.

 

París – Enero de 2018

© La Comédi@thèque – ISBN 978-2-37705-182-3

http://comediatheque.net

El Último cartucho Lire la suite »

Ce n’est pas un drame

Il est là, semblant embarrassé. Elle arrive, prête à partir.

Elle – D’habitude, c’est toujours toi qui m’attends… Tu n’es pas encore prêt ?

Lui – Si, si, je… Je mets mon blouson.

Elle – Ton blouson en cuir…

Lui – Je l’avais déjà avant de te connaître… Un cadeau de ma grand-mère… Ça ne sert à rien que je le jeter maintenant, non ? Je veux dire… Elle est morte, de toute façon.

Elle – Ta grand-mère est morte ?

Lui – Pas ma grand-mère ! La vache ! C’est de la vache…

Elle – Ouais… Celle qu’on a écorchée dans un abattoir pour que tu puisses te couvrir avec sa peau…

Lui – Mon prochain blouson sera en cuir végétal, je te le promets. Il paraît qu’on fait de très belles imitations, maintenant, à base d’ananas ou de champignons.

Il met son manteau, sans entrain.

Elle – Alors ça y est, c’est le grand jour ?

Lui – Oui, on dirait…

Elle – Je vais enfin rencontrer tes parents… Je commençais à me demander si tu n’avais pas honte de moi.

Lui – Qu’est-ce que tu vas chercher ! Ce serait plutôt le contraire…

Elle – Le contraire ? Pourquoi ? Tu as honte de tes parents ?

Lui – Non, non, mais…

Elle – Tu as peur de quoi, alors ?

Lui – Mais de rien, je t’assure !

Elle – C’est plutôt moi qui devrais avoir peur. Tu me présentes à tes parents… Ça devient officiel. C’est presque des fiançailles, non ?

Lui – Oui…

Elle – Cache ta joie !

Lui – Écoute, j’ai quelque chose à te dire.

Elle – Tu me fais peur…

Lui – C’est au sujet de mes parents, justement.

Elle – Tes parents ? Quoi, tes parents ?

Lui – Ce n’est pas facile à dire…

Elle – Vas-y, je peux tout entendre… En tout cas, si c’est important, je préfère le savoir maintenant. J’aurais l’air moins conne…

Lui – Disons que ce repas, ça ne va pas être exactement ce que tu imaginais. Mes parents sont… Comment dire…

Elle – Ils sont sourds-muets. Ils s’expriment en langage des signes.

Lui – Non…

Elle – Aveugles ?

Lui – Non plus.

Elle – Ce sont des personnes de petite taille…

Lui – Pire que ça… Enfin pour toi, en tout cas.

Elle – Je vois… Ils votent à droite, et tu n’as pas osé me le dire ? C’est pour ça que tu ne voulais pas que je les rencontre avant…

Lui – Non, ce n’est pas ça.

Elle – Évidemment, je suis bête. Tu m’as dit qu’ils étaient libraires. On ne peut pas vendre des livres et voter à droite !

Lui – Rassure-toi, mes parents ne votent pas du tout.

Elle – Alors quoi ?

Lui – C’est au sujet de… Du repas… Enfin, de la nourriture, en général.

Elle – La nourriture…?

Lui – Je ne t’ai pas dit toute la vérité.

Elle – D’accord… Tes parents sont juifs, et ils mangent casher. Quel est le problème ? On peut être végans et manger casher ! C’est même beaucoup plus simple, en fait. C’est surtout la viande, qui doit être casher, non ?

Lui – Si… Enfin, je n’en sais rien…

Elle – Les fruits et légumes, c’est très œcuménique. Je suis sûr que le véganisme pourrait mettre fin à toutes les guerres de religion. À table, en tout cas, mais c’est déjà un début… En attendant de résoudre le conflit au Moyen-Orient.

Lui – C’est un peu plus compliqué que ça…

Elle – Quoi ? Le conflit au Moyen-Orient ?

Lui – Non, pour mes parents.

Elle – J’ai compris… Ils sont pratiquants. Pour leur faire plaisir, tu leur as laissé croire que leur future belle-fille était juive. Et maintenant, tu ne sais plus comment leur avouer que tu sors avec une goy…

Lui – Rassure-toi, personne n’est juif dans la famille.

Elle – Qu’est-ce qui te fait croire que ça pourrait m’inquiéter ? Tu me prends pour qui ?

Lui – Non, le problème c’est que…

Elle – Vas-y maintenant, ça devient flippant.

Lui – Mes parents ne sont pas vraiment libraires.

Elle – Comment ça, pas vraiment ? On est libraire ou pas. Comment peut-on ne pas être vraiment libraire ?

Lui – Ils ne sont pas libraires du tout… et ils ne sont pas aussi végans que je te l’avais dit.

Elle – Comment ça, pas aussi ?

Lui – Ils mangent des légumes, bien sûr, mais…

Elle – Ils sont seulement végétariens ? Bon, ce n’est pas un drame, non plus. Tu me crois sectaire à ce point ? Mais pourquoi tu m’as raconté qu’ils étaient végans ?

Lui – J’ai dit ça comme ça… Comme je savais que c’était important pour toi.

Elle – C’est avec toi que je vais vivre ! Tu partages les mêmes valeurs que moi, ça me suffit. On ne choisit pas sa famille, c’est bien connu. Alors sa belle-famille…

Lui – Je ne sais pas comment te dire ça…

Elle – Donc, tes parents ne sont pas libraires. Et alors ? Qu’est-ce qu’ils font, dans la vie ?

Lui – Ils tiennent la boucherie, juste au coin de la rue…

Elle (sidérée) – La boucherie…

Lui – La boucherie chevaline… Entre le cordonnier et bureau de tabac, tu vois ?

Elle – C’est une blague, c’est ça ?

Lui – Non.

Elle – Tu m’as dit que vous étiez tous végans dans la famille, à part ta grand-mère, et maintenant, tu m’annonces que je vais marier avec un garçon boucher ?

Lui – Je ne suis pas garçon boucher ! Je ne suis que le fils du boucher…

Elle – Et tu comptais me l’annoncer quand ? Le jour du mariage, pendant le repas de noces ! Entre le saucisson d’âne et le steak de cheval ?

Lui – Mais non ! Puisque je te le dis maintenant…

Elle – Je te rappelle que mes parents, eux, ils sont végans. Et ils sont très à cheval là-dessus.

Lui – À cheval ?

Elle – Si ça te fait rire, pas moi… Et maintenant, qu’est-ce qu’on fait ?

Lui – Moi, je suis vraiment végan ! Enfin, je le suis devenu après t’avoir rencontrée… Ça ne change rien pour nous, si ?

Elle – Tu connais la chanson de France Gall… Ça ne veut peut-être rien dire pour vous, mais pour moi ça veut dire beaucoup…

Lui – Tu m’en veux ?

Elle – Je vais avoir besoin de réfléchir à tout ça, en effet. (Elle hésite) Mais je ne vais faire ça maintenant. Ils nous ont invités, non ? Alors je vais y aller… Je ne suis pas du genre à me défiler, figure-toi. On reparlera de tout ça après. On y va ?

Lui – Le problème, c’est que…

Elle – Ah parce qu’il y a encore un problème ?

Lui – Je n’ai pas osé leur dire que tu ne mangeais pas de viande.

Elle – Non, dis-moi que ce n’est pas vrai…

Lui – Je ne suis pas sûr qu’ils auraient compris… Ils ne sont plus très jeunes… À l’âge qu’ils ont, ça ne sert à rien de les brusquer… Ça pourrait même les tuer, tu sais. Mon père a le cœur fragile…

Elle – Tu aurais très bien pu leur parler de ça, tout en les ménageant…

Lui – Disons que je n’ai pas su trouver le bon moment…

Elle – Bien sûr…

Lui – Tu pourras toujours manger les légumes… Tu n’auras qu’à dire que tu n’as pas très faim… Que tu es malade…

Elle – Tu sais quoi ? Je crois que c’est toi qui es un grand malade.

Elle retire son manteau.

Lui – Donc, tu ne viens pas…

Elle (horrifiée) – Une boucherie chevaline ?

Lui – Alors tu préfères abandonner à son triste sort un fils de boucher récemment converti au véganisme… Sans toi, je risque de replonger, tu sais…

Elle – Tu te fous de moi, en plus ?

Lui – Ne me regarde pas comme ça, j’ai l’impression que tu vas me tuer.

Elle – C’est vrai que là… Je t’avoue qu’il me prend des envies de meurtre..

Lui – Calme toi, je t’en prie ! Souviens-toi que tu es végane… et que pour toi le sixième commandement est le plus sacré des dix.

Elle – Le sixième…?

Lui – Tu ne tueras point !

Elle – Je vais t’étrangler, et j’irai me confesser après.

Elle s’approche de lui, menaçante.

Lui – Ne fais pas ça, je t’en prie.

Elle – Je ne sais pas ce qui me retient…

Lui – Alors tu as vraiment cru à cette histoire ?

Elle – Quoi ?

Lui – Mais enfin… les boucheries chevalines, ça n’existe plus depuis longtemps ! Au coin de la rue, entre le tabac et le cordonnier, c’est un Biocoop ! Si tu allais faire les courses plus souvent, tu le saurais…

Elle – Tes parents ne sont pas bouchers ?

Lui – Mes parents sont libraires, ils votent à gauche, et ils sont végans. Comme je te l’ai toujours dit.

Elle – Mais tu es dingue ! Pourquoi m’avoir raconté une histoire pareille ?

Lui – Pour voir jusqu’à quel point tu m’aimais… Maintenant, je suis fixé. Alors tu aurais refusé d’épouser le fils d’un boucher ?

Elle – Je ne sais pas… Non, probablement pas. Mais j’aurais fini par te tuer, ça sûrement.

Lui – Ça aurait pu être une tragédie, alors ? Les Capulet bouchers et les Montaigu végans…

Elle – Mais finalement, c’est encore une comédie de boulevard.

Lui – On ne se refait pas…

Elle – Ce n’est pas un drame.

Lui – Bon, on y va ? On va finir par être en retard.

Elle – Allons-y. Tu n’as pas oublié le gâteau à la carotte…

Lui – Rassure-toi, mon lapin, il est déjà dans la voiture.

Elle – Au fait, c’était une demande en mariage ?

Lui – Oui…

Elle – C’est sans doute la plus surprenante qu’une femme ait jamais entendue.

Lui – Je suis auteur de théâtre, après tout. Ça fait une semaine que je la travaille. Alors, quelle est ta réponse ?

Elle – Je vais quand même attendre d’avoir vu tes parents pour me prononcer.

Ils sortent.

Noir

Mélimélodrames

Ce n’est pas un drame Lire la suite »

En vers et contre tous

Ève est là, pianotant sur son téléphone portable. Alban arrive.

Ève
Alors  ?

Alban
Rien…

Ève
Rien  ?

Alban
Le poste était déjà pris.

Ève
Si tu n’avais pas mis une semaine à répondre à l’annonce, aussi…

Alban
C’était un poste de vigile. Je suis employé de banque.

Ève
Pour l’instant, tu es surtout un employé de banque au chômage. Qu’est-ce que tu comptes faire ? Trouver un job dans une autre banque ? Toutes les banques licencient, en ce moment ! Elles remplacent leurs employés par des boîtes vocales…

Alban
Merci de me le rappeler… Et toi, comment s’est passée ta journée  ?

Ève
Écoute, j’ai une bonne et une mauvaise nouvelle.

Alban
Je t’écoute…

Ève
Je suis allée voir mon gynéco ce matin.

Alban
Tu as un cancer ?

Ève
Je suis enceinte.

Alban
C’était la bonne ou la mauvaise nouvelle ?

Ève
Ça dépend un peu de toi en fait.

Alban
Un enfant… C’est ce qu’on voulait, non ?

Ève
Oui… Du temps où tu avais encore un boulot…

Alban
Alors qu’est-ce qu’on fait ? On le garde ?

Ève
Évidemment, on le garde ! En tout cas, moi je le garde…

Alban
Très bien ! Comme tu avais l’air de trouver que c’était un problème…

Ève
Le problème, c’est que le père de ce bébé soit au chômage. Je ne pourrai pas assumer un enfant toute seule… et avoir en plus une deuxième personne à charge.

Alban
Désolé d’être un boulet pour toi, mais qu’est-ce que tu veux que j’y fasse ? Quand on a été employé de banque toute sa vie, on ne sait rien faire…

Ève
Il y a des tas de boulots qu’on peut faire en ne sachant rien faire.

Alban
Je sens que tu vas me reparler du vendeur que cherchent tes parents pour leur quincaillerie…

Ève
Et alors ? C’est une honte de travailler dans une quincaillerie ?

Alban
Excuse-moi de ne pas sauter de joie à la perspective de vendre des marteaux et des clous sous les ordres de ma belle-mère.

Ève
Mais personne ne t’y oblige, mon vieux. Si tu veux trouver un autre boulot plus digne de toi, rien ne t’en empêche.

Alban
Je vais réfléchir…

Ève
Pas trop longtemps… Mon père a besoin de quelqu’un d’urgence. Depuis que ma mère n’est plus assez en forme pour le remplacer au magasin quand il fait ses livraisons…

Alban
Bon…

Ève
Si c’est toi, bien sûr, il te cédera le magasin en gérance quand il prendra sa retraite.

Alban
Et là, pour moi, ce sera perpète…

Ève
Tu serais ton propre patron ! Au lieu d’être un employé de banque…

Alban
Le magasin ne serait pas à moi. Je serais l’employé de ton père.

Ève
Au moins, ça reste dans la famille. Et quand mon père ne sera plus là, tout le bazar sera à toi.

Alban
Tu veux dire à toi…

Ève
C’est un peu pareil, non ?

Alban
Au lieu d’être l’employé de mon beau-père, je serai l’employé de ma femme…

Ève
Tu compliques trop les choses, Alban, c’est ça ton problème. Parfois, il faut savoir se contenter de ce qu’on a.

Alban
On en reparle demain, d’accord ? Je suis fatigué, là.

Ève
Fatigué ? Parce que moi, après mes huit heures de boulot, je ne suis pas fatiguée, peut-être ? Non Alban, je veux une réponse tout de suite…

Alban
D’accord, je vais te donner ma réponse… Je peux quand même passer aux toilettes, d’abord ?

Il sort. Ève se sert un verre, et le vide cul sec. Alban revient.

Ève
Alors ? Qu’est-ce que tu as décidé ?

Alban
Je me suis retiré un temps pour réfléchir

et je suis résolu à ne pas contredire
et la femme qui m’aime et l’enfant que j’attends
ni la mère ni l’épouse, surtout pas ses parents.

Ève semble prise de court.

Ève
C’est-à-dire ?

Alban
J’accepte de bon coeur et je ferai sans faute

ce qu’on attend de moi et s’il faut que je saute
pour cela dans le vide et bien j’obéirai.
Sans le moindre regret désormais je serai
un papa pour mon fils, un mari pour ma femme.
En soldat inconnu je ranimerai la flamme
de nos passions noyées sous un torrent de larmes,
au nom de notre amour je reprendrai les armes.

Ève
Très bien… Je… Dois-je en conclure que tu acceptes ce poste de vendeur à la quincaillerie…?

Alban
Je vendrai des pinceaux et je vendrai des scies

chaque jour que Dieu fait et sans rien y connaître
j’irai même jusqu’à vendre pour gagner notre vie
des rustines de vélos et des boutons de guêtres.

Ève
C’est… C’est parfait… Papa et maman vont être contents… Justement, ils passent ce soir prendre l’apéritif… Je… Je te sers un verre avant qu’ils arrivent ?

Alban
Oui merci volontiers car j’aurai bien besoin

de quelque stimulant pour tenir le crachoir
à tes parents chéris et célébrer leur gloire.
À moins que par miracle ils remettent à demain
la visite vespérale dont ils nous gratifient
chaque jour en rentrant de leur quincaillerie.

Ève
Tu te fous de moi, c’est ça  ?

Alban
Pardon, moi me moquer de ma femme chérie ?

Ève
C’est quoi cette nouvelle façon de parler ? Tu te fiches de moi, et en plus tu te fiches de mes parents !

Alban
J’avoue ne pas saisir ma mie ce que vous dites

Aurais-je en quelque sorte manqué à mon devoir
en usant avec vous de propos illicites ?
Il me semblait pourtant vous avoir fait savoir
que je satisferai demain à vos désirs
et qu’importe les mots que j’emploie pour le dire.

Ève
Ok, j’avoue que c’est très drôle… Maintenant tu peux peut-être passer à autre chose, non ? Où est-ce que tu as appris à parler en alexandrins ? À Pôle Emploi ?

Alban
Ma chère amie je crains de bien vous décevoir,

Si mes mots vous irritent à mon grand désespoir,
je ne dispose hélas d’autre style que le mien
pour m’adresser à vous sans vous faire un dessin.

Ève
Bon… Le principal, c’est que tu acceptes de travailler au magasin. Je n’ai pas encore annoncé la nouvelle à mes parents. Je veux dire pour le bébé. C’est d’ailleurs pour ça que je les ai invités à prendre l’apéro. Ils vont être fous de joie. Et toi qui retrouves aussi du travail… Je crois que là, on peut sortir le champagne.

Alban
Je vais le mettre au frais et puis rincer les coupes

Trois suffisent car enfin en ce qui te concerne
Dans l’état où tu es même loin d’être à terme
Il n’est guère question que seulement tu y goûtes.

Elle lui jette un regard interloqué tandis qu’il sort. Le téléphone sonne. Elle répond machinalement, la tête ailleurs.

Ève
Allô oui c’est bien moi, si c’est vous sans ambages

veuillez bien s’il vous plaît laisser votre message.
Reprenant ses esprits.
Oui maman… Non, non, tout va bien, je t’assure… Oui, oui, je lui en ai parlé… Écoute, je suis assez surprise, mais cette fois, il a l’air d’accord pour accepter la proposition de papa… Non, non, il n’y a pas de mais… Mais… (Alban revient) Écoute, je te le passe, tu vas comprendre… (À Alban) C’est maman, tu veux lui dire un mot ?

Alban prend le combiné en souriant.

Alban
Le bonjour belle-maman, quand on parle du loup…

Nous parlions justement il y a peu de vous.
Votre fille m’a transmis les plans de votre époux.
Aurons-nous le plaisir de dîner avec vous ?
Un temps pendant lequel il écoute la réponse.
Je suis fort aise Madame de cet heureux accord
nous le célébrerons mais il faudra d’abord
que vous vous prépariez à un nouveau faire-part
qui pourrait je l’espère plus encore vous ravir.
Ma moitié s’impatiente de vous entretenir
et elle piaffe devant moi dans l’attente de vous voir.

Il repasse le combiné à Ève, et sort.

Ève
Oui maman… Quelque chose de changé ? Non, maman, ce n’est seulement pas sa voix… Oui, ce serait plutôt… Je ne pense pas que ce soit du rap non plus. C’est ça. Il parle en vers. Comme Molière. Non, je ne te dis pas que Molière parlait en vers. Je pense aussi que la plupart du temps, il parlait en prose, comme tout le monde…

Un temps pendant lequel elle écoute la réponse.

Ève
Maman je vous l’avoue, je suis au désespoir

Je pensais mon époux enfin digne d’être père,
en acceptant la charge d’employé du bazar
et voilà qu’il se met à réciter des vers.

Un temps pendant lequel elle écoute la réponse.

Ève
Je viens de te parler en alexandrins ? Alors moi aussi… Mais c’est atroce ! C’est sûrement une maladie. Je ne sais pas où il a attrapé ça. Tu crois que ça peut être contagieux ? Des vers qui sortent de notre bouche comme ça, sans aucun contrôle… C’est une véritable diarrhée… On va commencer par prendre tous les deux un puissant vermifuge. Oui, tu as raison, je vais aussi prendre rendez-vous chez un orthophoniste, et vérifier que tous nos vaccins sont bien à jour. Je sais, maman, pour être vendeur dans une quincaillerie, parler en alexandrins, ce n’est vraiment pas possible… Non, pour ce soir, il vaut mieux annuler. Tenez-vous éloignés de nous pendant quelque temps, on ne sait jamais. Tant qu’on n’a pas les résultats des examens, une quarantaine s’impose. La nouvelle que j’avais à vous annoncer ? Oh mon Dieu, c’est vrai… Et si lui aussi… Écoute, je vous rappelle, d’accord.

Elle raccroche, songeuse.

Ève
Jamais mère ne connut une telle avanie

depuis qu’Adam et Ève quittèrent le paradis
Nous étions ce matin des Français très moyens
et nous parlons ce soir en vers alexandrins.
Elle pose sa main sur son ventre.
Si les parents s’avèrent à ce point trop déments
ne vaudrait-il pas mieux ce serait plus honnête
de cet enfant maudit se défaire maintenant
avant qu’il ne devienne à son tour un poète ?

Noir

Alban et Ève

En vers et contre tous Lire la suite »

Trois

Alban fait les cent pas devant Ève, assise, avant de se décider à parler.

Alban – Tu sais quelque chose ?

Ève – Non.

Il marche à nouveau en long et en large, avant de s’arrêter encore une fois devant elle.

Alban – Si tu savais quelque chose, tu me le dirais.

Ève – Bien sûr… Et toi ? Tu sais quelque chose ?

Alban – Rien. Je ne sais rien.

Un temps.

Ève – Ne rien savoir, comme ça, c’est insupportable…

Alban – Mais si on savait, est-ce que ce ne serait pas pire.

Ève – Va savoir.

Alban – Tu as raison, après tout, il vaut peut-être mieux ne pas en savoir trop.

Ève – Oui… Mais de là à ne rien savoir du tout.

Alban – C’est pourtant vrai… On ne sait rien.

Ève – Absolument rien

Alban – On ne sait même pas nager.

Ève – Non…

Alban – Et on ne sait pas marcher sur l’eau.

Ève – On ne sait pas lacer nos chaussures.

Alban – On n’en a pas.

Ève – On ne sait pas quelle heure il est.

Alban – On ne sait pas quel jour on est.

Ève – On ne sait pas lire.

Alban – À quoi ça nous servirait ? On n’a pas de livres.

Ève – Si on voulait des livres, il faudrait les écrire nous-mêmes.

Alban – Et on ne sait pas écrire.

Ève – Et puis tout ça pour n’avoir qu’un seul lecteur.

Un temps.

Alban – Qu’est-ce qu’on sait au juste ?

Ève – On doit bien savoir quelque chose, quand même…

Alban – Laisse-moi réfléchir… Ah si… On sait compter.

Ève – Ah oui, c’est vrai. On sait compter.

Alban – On recompte ? Pour voir si on n’a pas oublié ?

Ève – Ok. Vas-y, commence.

Alban – Un.

Ève – Plus un.

Alban – Ça fait deux.

Ève – C’est vrai.

Un temps.

Alban – Et après deux, qu’est-ce qu’il y a ?

Ève – Je ne sais pas.

Alban – Deux… Ça suffit, non ?

Ève – Oui. Pour l’instant.

Elle se lève et on voit qu’elle est enceinte.

Alban – Tant qu’on n’est que deux…

Noir

Alban et Ève

Trois Lire la suite »

Terminus

Alban et Ève.

Alban – Cette fois, ça y est.

Ève – On est les derniers.

Alban – C’est le dernier soir de la dernière journée.

Ève – Il nous reste combien de temps ?

Alban – Encore une heure d’électricité.

Ève – Après la clim s’arrêtera.

Alban – On va mourir de chaud.

Ève – On meurt déjà de chaleur, non ?

Alban – Mais là, on va vraiment mourir…

Ève – J’ai soif. Il reste à boire ?

Alban – Il reste une pomme.

Elle prend la pomme et lui tend.

Ève – On partage ?

Alban – Je me laisse tenter…

Elle coupe la pomme en deux, et ils mangent chacun leur moitié en silence.

Ève – Notre dernier repas. En tête-à-tête.

Alban – La dernière pomme, du dernier pommier. Avant que le jardin ne soit englouti par les flammes de l’enfer.

Ève – On gardera le goût en bouche pendant quelques minutes. Puis un instant encore le souvenir de cette dernière pomme, partagée entre toi et moi.

Alban – Avant que l’idée même de la pomme et de la tentation ne disparaisse avec nous.

Ève – Et après ?

Alban – Après ?

Ève – Il n’y aura pas d’après…

Alban – Il y aura un après, ailleurs peut-être, mais sans nous.

Ève – C’est comme de mourir, alors. On n’est pas les premiers.

Alban – Non. On est les derniers.

Ève – Les derniers à vivre.

Alban – Les derniers à mourir.

Ève – Et c’est l’humanité qui meurt avec nous.

Alban – Et après ?

Ève – Il n’y aura plus d’avant.

Alban – Plus de souvenir.

Ève – Plus de témoin.

Alban – Plus de passé et plus d’avenir.

Ève – Juste le présent.

Alban – Le monde nous survivra, sans y penser.

Ève – Les planètes continueront de tourner.

Alban – Ce n’est pas la fin du monde.

Ève – C’est la fin d’une histoire. Notre histoire.

Alban – Une histoire qui a mal tourné. Qui a bien commencé et qui a mal fini.

Ève – Quand une histoire finit bien, c’est qu’une autre commence.

Alban – Notre histoire sera la dernière.

Ève – Il n’y a plus rien à raconter.

Alban – Et personne à qui le raconter.

Ève – Qui sera le dernier ?

Alban – Le dernier ?

Ève – Le dernier à rester. Le dernier à partir. Toi ? Moi ?

Alban – Il faut bien un dernier. L’autre suivra.

Ève – On a été heureux. On a été malheureux.

Alban – Il nous reste un passé décomposé.

Ève – Il nous reste une heure.

Alban – Si la clim tient jusque là.

Ève – Et après ?

Alban – Après…

Ève – Après nous le déluge.

Alban – Et aucune arche pour nous sauver des eaux et repeupler le monde. Après.

Ève – S’il y a un après.

Alban – On pourrait laisser un mot.

Ève – Le mot fin.

Alban – Une lettre.

Ève – La lettre Z.

Alban – Un testament.

Ève – Nous sommes les derniers, qui n’ont pas d’héritiers.

Alban – Avec nous s’éteint la lignée des hommes. Et des femmes.

Ève – Nous n’avons rien à léguer, pas même pas la vie.

Ève – Pas même un monde où être mort.

Alban – Le testament de l’humanité, alors. À une autre humanité à venir.

Ève – Qu’est-ce qu’on pourrait leur dire ? Qu’on n’a pas su rester vivants ?

Alban – Il nous reste un quart d’heure. Moins peut-être.

Ève – Qu’est-ce qu’on pourrait bien faire ?

Alban – Parler est inutile.

Ève – Penser ne sert à rien.

Alban – Il fait si chaud.

Ève – Qu’est-ce qu’on peut faire encore ?

Alban – L’amour ? Une dernière fois…

Ève – Il fait si chaud. Je ne sais même plus ton nom.

Alban – Alban. Et toi ?

Ève – Ève…

Alban – Il a fallu que ça tombe sur nous…

Ève – Oui.

Alban – Alors ?

Ève – Je ne sais pas. Je ne sais plus. Pourquoi ?

Alban – On aurait pu s’aimer. Se marier. Faire un enfant.

Ève – On peut encore faire un enfant.

Alban – Oui.

Ève – Mais ça n’aurait pas de sens.

Alban – Je ne parlais pas de faire un enfant. Seulement de…

Ève – Désolée… C’est un principe. Jamais le dernier soir.

Alban – Les principes, c’est tout ce qui nous reste d’humain.

Ève – Pour ne pas redevenir des animaux.

Alban – Avant de cesser tout à fait d’être des hommes.

Ève – Et commencer d’être des choses.

Alban et Ève se préparent à sortir.

Alban – Après toi.

Ève – Merci.

Alban – Nous allons quitter cette île pour nous enfoncer dans les profondeurs de la mer.

Ève – Ou c’est la mer qui nous submergera.

Alban – Avant de remonter lentement par palier à la surface.

Ève – Quand une éternité sera passée.

Alban – Par palier, nous quitterons le royaume des ténèbres.

Ève – Et nous resurgirons encore une fois des abysses pour remonter vers la lumière.

Alban – En ayant tout oublié.

Ève – Un monde disparaît.

Alban – Un autre renaîtra.

Ève – Sera-t-il meilleur que celui-ci ?

Alban – Où que nous soyons, je serai là pour toi.

Ève – Qui que nous soyons, nous serons au moins deux.

Alban – Pour commencer…

Noir.

Alban et Ève

Terminus Lire la suite »

Permanence

Alban et Ève.

Alban – On est encore là.

Ève – Où est-ce qu’on pourrait bien être ?

Alban – On pourrait ne plus être là.

Ève – Où est-ce qu’on serait ?

Alban – On ne serait pas.

Ève – Ou on serait quelqu’un d’autre.

Alban – Je serais toi, et tu serais moi ?

Ève – Mais on serait toujours là.

Alban – On est bien là.

Ève – On est au paradis.

Alban – On est en enfer.

Ève – On est sur la Terre.

Alban – Pour l’éternité.

Noir

Alban et Ève

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Vieux

Alban et Ève.

Alban – Qu’est-ce qui nous arrive ?

Ève – Rien. Il ne nous est rien arrivé.

Alban – Qu’est-ce qui se passe, alors ?

Ève – Rien. C’est le temps qui a passé.

Alban – On est vieux ?

Ève – C’est ça.

Alban – Comment c’est arrivé ?

Ève – C’est venu progressivement.

Alban – Et c’est maintenant qu’on s’en rend compte.

Ève – C’est la première fois que ça nous arrive.

Alban – Quoi ?

Ève – Être vieux.

Alban – La prochaine fois, on fera plus attention.

Ève – Oui.

Alban – Tu crois que ça va passer ?

Ève – Je ne sais pas.

Alban – On n’a qu’à attendre.

Ève – Ça finira bien par passer.

Alban – Je n’ai plus de cheveux sur la tête.

Ève – L’année dernière, il n’y avait plus de feuilles sur les arbres et regarde !

Alban – Elles sont en train de repousser.

Ève – Nos cheveux aussi, ils finiront bien par repousser.

Noir

Alban et Ève

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Atmosphère

Alban et Ève, en leur jardin.

Alban – On respire un peu mieux, aujourd’hui, non ?

Ève – Oui. J’ai presqu’envie de sortir sans masque à gaz.

Alban – Je ne sais pas si c’est très raisonnable, tout de même.

Ève – Qu’est-ce qu’ils disent à la radio ?

Alban – Léger rafraîchissement, de 48 à 52 dans la partie nord, vent d’est modéré aux particules fines, risque de pluies acides en fin de journée.

Ève – Je vais prendre un parapluie…

Alban – Ne reste pas trop longtemps dehors tout de même.

Ève – Tu te souviens de l’époque où on pouvait passer des journées allongés sur une pelouse, dans un parc ? Sans combinaison climatisée.

Alban – Je n’arrive pas à comprendre comment on en est arrivé là.

Ève – Je crois que ça s’est vraiment accéléré après l’élection de ce dingue, aux États-Unis.

Alban – Mais ça avait commencé bien avant.

Ève – La question, c’est : où est-ce que ça va finir…

Alban – Il faudrait faire quelque chose, mais quoi ?

Ève – On pourrait arrêter de respirer…

Alban – C’est vrai que ça résoudrait tous nos problèmes…

Ève – Je vais quand même prendre mon masque à gaz.

Alban – Tu as raison. Allez, bonne journée.

Ève – Bonne journée à toi aussi.

Ève s’en va.

Alban – On ne devrait pas plaisanter avec ça…

Noir

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Zéro

Alban lit un journal. Ève somnole.

Alban – Tu as vu ? Les Chinois ont renoncé à la politique de l’enfant unique.

Ève – Et c’est reparti… Comme si on n’était pas déjà assez nombreux comme ça.

Alban – Et tout ça, ça pollue, ça pollue.

Ève – Avec leurs centrales au charbon, en plus.

Alban – Le nucléaire, c’est dangereux, mais au moins c’est propre.

Un temps.

Ève – Tu te rends compte ? Si en Chine, au lieu de la politique de l’enfant unique, on adoptait la politique de l’enfant zéro, il n’y aurait plus de Chinois en l’espace d’une génération.

Alban – Il faudrait quand même attendre que tous les vieux Chinois soient morts.

Ève – Disons en l’espace d’une centaine d’années, alors.

Alban – Encore qu’il y a beaucoup de centenaires en Chine.

Ève – Même les centenaires finissent par mourir un jour.

Alban – Ce n’est au Japon, plutôt, qu’il y a beaucoup de centenaires ?

Ève – Oui, peut-être.

Alban – C’est sûr que s’il y avait moins de Chinois, il aurait moins de pollution.

Ève – Enfin, il resterait plus d’un milliard d’Indiens.

Alban – Il faudrait faire pareil en Inde.

Ève – Et en Afrique.

Alban – Et aux États-Unis.

Ève – En fait, il faudrait faire ça partout dans le monde.

Alban – S’il n’y avait plus d’hommes du tout, le problème de la pollution serait définitivement réglé. Et on respirerait mieux.

Ève – Pas d’enfant, comme nous, c’est la seule solution.

Alban – C’est ce que disaient déjà les Cathares.

Ève – Les Cathares, c’étaient des écolos ?

Alban – En tout cas, les Cathares étaient pour l’interdiction de se reproduire.

Ève – Ils avaient bien raison.

Alban – En fait, on est un peu des Cathares.

Ève – Oui… Ce n’est pas nos enfants qui pèseront sur le bilan carbone.

Alban – Le jour où on aura inventé des enfants économes en énergie…

Ève – Des enfants basse consommation.

Alban – Et entièrement recyclables.

Ève – Ce n’est pas demain la veille.

Alban – Je te ressers un peu de vin ? C’est du bio.

Ève – Si c’est du bio, alors…

Noir

Alban et Ève

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Farniente

Alban et Ève.

Alban – Ça fait du bien d’être en vacances…

Ève – Enfin !

Alban – Ne penser à rien.

Ève – Ne rien faire.

Alban – Ne voir personne.

Ève – Le pied intégral.

Un temps.

Alban – C’est le bout du monde, ici.

Ève – C’est ce qu’on voulait, non ? Être tranquille.

Alban – Ça pour être tranquille, on est tranquille.

Alban – Pas d’ordinateur…

Ève – Pas de téléphone.

Alban – De toute façon, il n’y a pas de réseau.

Un temps.

Ève – Tu crois qu’on va tenir trois semaines ?

Alban – Les trois premiers jours seront peut-être un peu difficiles. Comme quand on arrête de fumer. Après, ça ira.

Ève – Il faut avouer que c’est magnifique.

Alban – Oui. C’est vraiment le paradis.

Ève – L’endroit idéal pour se reposer et tout oublier.

Alban – On se demande comment on fait pour vivre en ville toute l’année.

Ève – C’est vrai qu’un peu de verdure…

Alban – Au moins, on respire.

Ève – Et puis ce silence…

Silence.

Alban – Limite, ça ferait mal aux oreilles.

Ève – Quand on n’est plus habitués…

Alban – Et quel dépaysement.

Ève – C’est sûr.

Un temps.

Alban – On n’est pas déjà venus, ici ?

Ève – Ici ? On s’en souviendrait…

Alban – En même temps, la campagne… C’est partout pareil, non ?

Ève – Oui.

Un temps.

Alban – C’est vraiment isolé, quand même.

Ève – Ça, on ne va pas être dérangés par les voisins.

Alban – C’est limite inquiétant. Si on avait un problème.

Ève – Quel problème on pourrait bien avoir ? On est en vacances.

Alban – Je ne sais pas, moi… Un accident domestique…

Ève – Tu feras attention en lavant la salade.

Alban – Une hémorragie cérébrale… Un infarctus… Le temps que le SAMU arrive…

Ève – Tu as raison, on aurait dû apporter un défibrillateur.

Alban – Tu crois ?

Ève – On mène une vie de dingue toute l’année. Ce serait un comble qu’on ait un infarctus maintenant. On ne peut pas être plus au calme qu’ici !

Alban – Justement, le c?ur n’est plus habitué. Tout cet oxygène, d’un seul coup. J’ai l’impression d’avoir fumé un pétard.

Ève – Tout de même, ça fait du bien d’avoir un peu d’espace pour respirer. De ne plus être entassés au bureau comme des poulets dans un élevage en batterie.

Alban – Ou serrés comme des sardines dans le métro.

Ève – Même pas une vache à l’horizon.

Alban regarde par terre.

Alban – Nos seuls voisins immédiats, c’est les fourmis.

Ève jette un regard aussi vers le sol.

Ève – Et elles, elles ont l’air de bosser.

Alban – Oui, elles en mettent un coup.

Ève – Regarde, celle-là transporte le cadavre d’une libellule trois plus grosse qu’elle.

Alban – Peut-être une libellule en vacances ici qui est morte d’ennui.

Ève – Ou qui a succombé à un AVC avant que les secours ne puissent intervenir.

Alban – En tout cas, elles n’arrêtent pas.

Ève – C’est à se demander si elles n’en font pas un peu trop.

Alban – Les fourmis, ça ne prend jamais de vacances.

Ève – C’est clair. Les congés payés, c’est le propre de l’homme.

Alban – Remarque, ça dépend, il y a aussi des animaux très branleurs.

Ève – Ah oui ?

Alban – Je dirais que le mammifère en général est très branleur.

Ève – Le paresseux, c’est un mammifère ?

Alban – En tout cas, l’homme est un mammifère.

Ève – Ah oui…?

Alban – Tu ne ponds pas des ?ufs, si ?

Ève – Ce sont les insectes, surtout, qui ne pensent qu’à bosser.

Alban – Les insectes sociaux, comme on dit… Les fourmis, les abeilles, les termites…

Ève – Ouais… Elles bossent du soir au matin, 365 jours par an. Elles n’en ont rien à foutre qu’on soit en vacances ou pas.

Alban – En fait, elles n’en ont rien à foutre qu’on existe en général.

Ève – Elles vivent à côté de nous. Elles nous ignorent.

Alban – Je dirais même qu’elles nous méprisent. On ne les dérange pas quoi.

Ève – L’homme a réussi à exterminer presque tous les mammifères sauvages. Les autres, il en a fait des esclaves domestiques ou de la viande rouge. Mais les insectes, eux, ils sont toujours là, ils continuent leurs petites affaires. Ils font comme si on n’était pas là, en fait.

Alban – Sans parler des oiseaux.

Ève – Quoi, les oiseaux ?

Alban – Tu les entends chanter ? On dirait qu’ils nous narguent.

Ève – Si seulement on arrivait à comprendre ce qu’ils disent…

Alban – Je crois que j’ai une petite idée.

Ève – Quoi ?

Alban – Ils doivent dire quelque chose comme : On est des dinosaures, et on est toujours là.

Ève – C’est vous qui êtes en voie d’extinction, et nous on vous emmerde…

Alban – Tu crois que les dinosaures reprendront leur taille normale quand les hommes auront disparu.

Ève – Peut-être. Ils se font discrets, parce qu’on est là.

Alban – Ils attendent que le vent tourne, pour redevenir des monstres.

Ève – Heureusement, on ne sera plus là pour voir ça…

Un temps.

Alban – Je suis à peu près sûr qu’on est déjà venus là en vacances.

Ève – Quand ça ?

Alban – Ce n’était pas l’année dernière ?

Ève – Ah, oui, peut-être… Mais il y avait plus de monde, non ?

Alban – Et il y avait moins de fourmis…

Noir.

Alban et Ève

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