Español

Un pequeño asesinato sin consecuencias

Una comedia de Jean-Pierre Martinez

1 hombre o 2 mujeres

Desde el adulterio involuntario hasta el homicidio del mismo nombre, solo hay un paso, fácilmente negociable. Más difícil es eliminar el cuerpo del delito…


Aquellos textos los ofrece gratuitamente el autor para la lectura. Sin embargo cualquier representación pública, sea profesional o aficionada (incluso gratuita), debe ser autorizada por la Sociedad de Autores encargada de percibir los derechos del autor en el país de representación de la obra. 


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Un pequeño asesinato sin consecuencias

Una comedia de Jean Pierre Martínez

PERSONAJES

Juan

Eva

Cristina


ACTO 1

Un salón burgués-bohemio, algo desordenado. Un teléfono celular abandonado en el suelo suena en el vacío. Juan llega, visiblemente preocupado. Tiene sangre en sus manos. Mira el teléfono sin tomarlo.

Juan – Y mierda…

El teléfono deja de sonar. Saca un pañuelo, toma suavemente el teléfono y lo desliza en su bolsillo. Apresuradamente pone un poco de orden en la habitación. Recoge en el suelo una camisa manchada de sangre, parece asustado.

Juan – Oh, no, eso no es cierto…

Suena el timbre de la puerta. Mete la camisa debajo de un cojín del sofá. Vuelven a llamar a la puerta.

Juan – ¡Ya voy!

Desaparece un momento para abrir y regresa después de Eva, su esposa.

Eva – Disculpa, olvidé mis llaves otra vez. De todos modos, todo va mal hoy. Tuve que defender a una mujer acusada de homicidio intencional. Te reirás. Una que cortó a su esposo en tres pedazos con una sierra de calar. Y te das cuenta de que… (Nota que Juan no escucha) Parece que no te va, tú… ¿Todavía estás bloqueado con tu nueva idea de comedia?

Juan – Sí, pero ese no es el problema…

Eva – Estás empezando a asustarme. ¿Cuál es el problema? ¿No me digas que tu madre viene a cenar?

Juan – No, no, no te preocupes…

Juan se sienta en el sofá.

Eva – En ese caso, no puede ser tan malo. Por cierto, ¿qué quieres comer? Realmente no quiero cocinar… Podríamos pedir sushi y comer mientras vemos la televisión, ¿verdad?

Juan – Sí… Bueno, no… No estoy de humor para eso, ya ves.

Eva – Solo se trata de tragarse un poco de sushi… (Eva se sienta a su lado en el sofá y lo besa.) No es como si te estuviera proponiendo follarme salvajemente, ahora mismo, en la alfombra de la sala de estar. (Frente a su falta de entusiasmo) ¡Qué entusiasmo…! Bien… ordenaré dos menús. La ventaja con el sushi es que no se enfriará…

Juan – No es como los cadáveres.

Eva expresa su asombro al escuchar este comentario morboso.

Eva – Bien… Mientras esperamos la entrega, me contarás tus desgracias y haré lo imposible para devolverte tu alegría de vivir… (Toma su teléfono móvil y comienza a marcar un número.) ¿Dulce o salado?

Juan – ¿Qué?

Eva – ¡La salsa, para sushi! ¿Dulce o salado?

Juan – Me da igual…

Se levanta y camina por la habitación.

Eva – Uno de cada uno, como siempre… (A su interlocutor) Sí, es para entrega a domicilio. Dos menús de California. Así es, calle de la Virgen, número 2… Traiga dulce y salado. Muy bien, gracias… (Guarda su teléfono celular.) En media hora… Vamos, ven y siéntate a mi lado. Mamá te cuidará… (Mueve un cojín para dejarle espacio, ve que la camisa ensangrentada sobresale y la empuja hacia ella.) ¿Qué es este horror? ¿Qué paso aquí? (Al ver la sangre en sus manos) ¿Herido?

Juan – No, yo… No es mi camisa, y tampoco es mi sangre…

Eva – ¿Esa es la sangre de quién, entonces?

Juan – Escucha, Eva, creo que maté a alguien…

Eva – ¿Crees que qué? ¿De qué estás hablando?

Juan – No, en realidad… no lo creo… estoy seguro…

Eva – Pero, Juan, eso no es posible. No matamos a alguien así. Mira, yo por ejemplo. Muchas veces he querido matar a tu madre, y aún no lo he hecho. ¿Y sabes por qué?

Juan – No…

Eva – Porque no soy una criminal, ¡por eso! No sigo mis impulsos. Reflexiono. Considero los pros y los contras. Y creo que veinte años en prisión, aún sería demasiado costoso por el placer que me daría en el momento de estrangular a tu madre.

Juan – Debemos creer que algunos hombres resisten mucho menos sus impulsos.

Eva – Escucha, Juan, veo todos los días criminales en el Palacio de Justicia. Y créeme, no tienes el perfil para el papel en absoluto…

Juan – Yo también pensé eso… Hasta ahora.

Eva – ¡Es una idea para tu nueva obra de teatro!

Juan – ¿Disculpa?

Eva – ¿La historia de una mujer que regresa a casa después de su día de trabajo y a quien su esposo anuncia que él ha matado a su amante? Quieres poner a prueba tu idea sobre mí, ¿verdad?

Juan – Maldita sea, Eva, maté a alguien, ¿cómo te digo que me creas?

Eva – No es suficiente pretender ser un asesino, ¿sabes? Todavía debe ser probado.

Juan – ¿Oh si…?

Eva – Si supieras cuántas personas se acusan erróneamente de un delito que no cometieron. La semana pasada, en la corte, defendí a un niño Scout acusado de asesinar a un sacerdote. Bueno, te vas a reír, pero había media docena de otros Cachorros que también se jactaban de matarlo… Casi tuve que luchar para convencer al juez de que mi cliente era el culpable.

Juan – Bien… ¿Y cómo lo resolviste?

Eva – Era muy simple… Solo él quien sabía bajo qué árbol había enterrado el cadáver del hombre santo.

Juan – ¿Y entonces?

Eva – ¿Y entonces…? ¿Dónde está el cuerpo?

Juan – Está aquí al lado, en la cocina.

Eva de repente parece darse cuenta de la gravedad de la situación.

Eva – ¿En la cocina? Estás bromeando…

Juan – ¿Quieres ir a ver?

Eva mira hacia la cocina, duda, pero se da por vencida.

Eva – Pero… ¿qué pasó? ¿Y quién es él?

Juan – Es… Patricio.

Eva – ¿Patricio?

Juan – Patricio.

Eva – Oh, no… no Patricio…

Juan – ¿Hubieras preferido que asesinara a otro?

Eva – Dios mío, Juan… Dime que no es verdad …

Juan – Me gustaría… Desafortunadamente …

Eva – Eso es una broma, ¿verdad?

Juan – Es su camisa la que tienes en tus manos. Mira… sus iniciales grabadas en los gemelos.

Eva echa una mirada alucinante a los gemelos.

Eva – P.S…

Juan – Patricio Sánchez. Además, excepto Patricio, conoces a otro quién guarda todavía los gemelos del día de su boda.

Eva – Pero finalmente Juan… ¿por qué?

Juan – Fue un accidente…

Eva – ¿Un accidente? ¿Quieres decir… un accidente doméstico?

Juan – Podemos llamarlo así, sí…

Eva – ¡Habla claro! Cortaste los setos en el jardín, no viste que él estaba orinando justo detrás, y lo cortaste… ¿Fue en la carótida? Si es algo así, no te preocupes, no es un delito. Con un buen abogado…

Juan – Por desgracia, en realidad no fue así…

Eva – ¿Cómo fue?

Juan – Digamos que fue… homicidio involuntario.

Eva – ¿Qué tan involuntario?

Juan – Tuvimos una discusión.

Eva – ¿Una discusión? ¿Querrás decir una pelea?

Juan – Sí, eso es… Una pelea, si así lo quieres…

Eva – Una pelea violenta, así que…

Juan – De todos modos, fue lo suficientemente violenta como para matarlo. Pero ya no tengo ganas de responder un interrogatorio.

Eva – Discúlpame… Deformación profesional.

Juan – Lo que es seguro es que lo maté.

Eva se descompone.

Eva – Todo es por mi culpa…

Juan – ¿Qué?

Eva – Bueno, no directamente, pero…

Juan – ¿Cómo que es tu culpa?

Eva No te decepcionaré, Juan. Un crimen pasional, se justifica muy bien, ya sabes.

Juan – ¿Un crimen pasional? ¿Quieres decir… yo y Patricio?

Eva – Lo mataste porque me acosté con él, ¿verdad?

Juan – ¿Te acostaste con Patricio?

Eva – ¿No es por eso que lo mataste?

Juan – ¡No sabía que te habías acostado con él!

Eva – Fue hace mucho tiempo…

Juan – ¿Cuánto tiempo?

Eva – Ya no lo sé… Seis meses, mas o menos…

Juan – Eso es lo que llamas mucho tiempo…

Eva – Fue… un accidente.

Juan – Eso es todo… ¿Un accidente doméstico?

Eva – No fue gran cosa, Juan… Solo sucedió una vez. Nunca me gustó…

Juan – Me tranquiliza mucho, de hecho… Que puedes acostarte con chicos que no te gustan.

Eva – ¡No chicos! Fue solo Patricio, te lo aseguro. ¡Fue un simple malentendido! ¡Patricio! ¡No, pero me imaginas con Patricio!

Juan – Te recuerdo que es mi mejor amigo.

Eva – Te recordaré que lo mataste…

Juan – ¿Y cómo sucedió entonces?

Eva – Fue… un malentendido.

Juan – Ya veo… adulterio involuntario, por así decirlo

Eva – ¡Exactamente!

Juan – Nunca he escuchado una explicación tan estúpida. ¿Entonces esa es tu única defensa?

Eva – No cambiemos de roles, ¿verdad? Eres tú quien ha cometido un crimen, no yo. Y ahora, depende de ti explicarle a la policía.

Juan – ¿Porque tienes la intención de denunciarme a la policía?

Eva – ¿Qué quieres que hagamos?

Juan – Eso es lo que quería hacer, de hecho. Antes de que tu llegaste. Pero ahora que sé que Patricio es tu amante… ¡Nunca se van a creer que fue un homicidio involuntario!

Eva – ¡Será mi culpa ahora! Y no es mi amante, como dices. ¡Solo dormimos juntos una vez!

Juan – De todos modos, creerán que fue por venganza, que fue un acto premeditado. ¡Me darán cadena perpetua!

Eva – Les explicaremos…

Juan – ¿Qué quieres decir con que fue un adulterio involuntario?

Eva – ¡Hola! No maté a nadie, ¿de acuerdo?

Pausa.

Juan – Entonces, ¿qué haremos?

Eva – Seguimos tal como estamos

Juan – ¿De que hablas? Me engañas con mi mejor amigo, y ahora que lo he matado, ¿te lavas las manos?

Eva – Cuando lo mataste, ¡no sabías que me había acostado con él todavía!

Juan – No juguemos con las palabras, ¿quieres?

Eva – Y a propósito ¿Por qué lo mataste, Patricio?

Juan – Una historia estúpida.

Eva – Te estoy escuchando…

Juan – Digamos… Me dijo que no le gustó mi última obra.

Eva– ¿Tu última obra? ¿Microondas?

Juan – Sí.

Eva – ¿Pero cómo le va a gustar si fue todo un fracaso?

Juan – Gracias por la delicadeza de recordármelo…

Eva – Te dije que tenías que cambiar el título… ¿Y por eso lo mataste? ¿Porque te dijo que no le gustaba esa obra, que de todos modos, todos encontraron que era una mierda?

Juan – Creo que se despertó entre nosotros una rivalidad latente durante años. Siempre estuve en competencia con Patricio. En cuanto a las chicas, entre otras. Ya en la secundaria…

Eva – ¿Bien y después?

Juan – Llegamos a las manos. Se resbaló y golpeó su sien en la esquina de la mesa.

Eva – Al ver toda esa sangre en la camisa, estaba pensando en una puñalada.

Juan – La sangre brotó por todas partes. Por los ojos, por la nariz, por las orejas. Se convulsionó durante un buen cuarto de hora. Y luego nada.

Eva – ¿Y no se te ocurrió llamar a urgencias?

Juan – No, pero te digo que pasó un cuarto de hora, tal vez fueron unos minutos o unos segundos. Estaba en pánico. Paralizado. No me di cuenta. Cuando decidí llamar, ya era demasiado tarde… (Llaman a la puerta, Juan parece preocupado.) ¿Crees que son ellos?

Eva – ¿Quién? ¿Urgencias?

Juan – ¡La policía!

Eva – Si no los llamaste…

Juan – Los vecinos pueden haber escuchado algo.

Eva – Ah, no, debe ser Cristina…

Juan – ¿Cristina? ¿La esposa de Patricio? ¿Pero cómo lo sabría ella ya?

Eva – Ella no lo sabe. Me llamó hace una hora. Me había olvidado por completo. Quería hablar conmigo sobre algo importante. Le dije que pasara por acá…

Juan – No abras.

Eva – Ella lo encontrará raro. Le dije que estaría aquí.

Juan – Tienes razón… Así que atiéndela tú. Me voy a esconder en la cocina.

Eva – ¿No crees que mejor le contamos todo? Y terminamos con…

Juan – ¿Decirle que el cadáver de su esposo yace en el suelo de la cocina en un charco de sangre? ¿De verdad crees que es la forma correcta de decirle que es viuda?

El timbre vuelve a sonar.

Eva – OK… Intentaré evitar el tema.

Juan – Sobre todo, no la dejas entrar a la cocina.

Juan va a esconderse en la cocina. Eva vuelve a poner la camisa debajo del cojín.

Eva – ¡Ya voy!

Eva sale y regresa un momento después con Cristina.

Cristina – Disculpa por venir así, casi sin avisarte. ¿Patricio está aquí?

Eva – ¿Patricio? Qué idea tan divertida… No, ¿por qué?

Cristina – Pensé que vi su scooter abajo, pero bueno. Un scooter u otro. Todos son iguales, ¿verdad?

Eva – Sí… Sí…

Cristina – ¿Y Juan?

Eva – Sí, sí, él está aquí, pero… está trabajando. En su nueva obra de teatro. Y lo conoces, cuando escribe…

Cristina – Entiendo… Especialmente después del desastre que hizo con su última obra… ¿Cómo se llamaba?

Eva – Microondas.

Cristina – Era obvio que iba a quemarse.

Eva – Supongo que no viniste aquí para hablar de eso…

Cristina – Siento mucho molestarte. Sé que no es el momento adecuado, pero es importante.

Eva – ¡Pierde cuidado! No me molestas. Si no puedes contar con tus amigos cuando los necesitas… ¿Quieres beber algo?

Cristina – No, gracias, estoy bien así…

Eva – Perfecto… Quiero decir… Por favor, siéntate… (Cristina está a punto de sentarse en el sofá, cerca del cojín donde está oculta la camisa) ¡Uh…! ¡no!, siéntate aquí, espera.

Eva le ofrece a Cristina un taburete bastante incómodo.

Cristina(sentándose) Muy bien…

Eva – No, porque en estos sofás, ya sabes como es… Es fácil conciliar el sueño. Estoy un poco cansada y… quiero concentrarme en escucharte… (Ella toma un asiento similar y se sienta también.) Entonces, ¿Qué es eso tan importante que me quieres decir?

Cristina – Bueno… no vas a creerlo… acabo de descubrir que Patricio me engaña.

Eva – ¿Y no lo sabías?

Cristina – Bueno… no. ¿Por qué? ¿Tú lo sabías?

Eva – ¡Para nada! Quise decir… ¿Y ya sabes quién es?

Cristina – No exactamente.

Eva – Tanto mejor, tanto mejor …

Cristina – ¿Cómo que tanto mejor?

Eva – No, quiero decir, ¿no sería peor que supieras quién?

Cristina – No lo sé…

Eva – Y luego… eso no es tan importante, después de todo. La conclusión es que te está engañando, ¿verdad?

Cristina – Sí… Bueno, tienes razón. Lo peor sería que me engañara con alguien que yo conozca.

Eva – Sí…

Cristina – ¿Te lo imaginas? ¿Saber que tu esposo te está engañando con tu mejor amiga?

Eva – ¿Pero de qué estás hablando?

Cristina – No, pero tranquilízate. Nunca te haría algo así.

Eva – Gracias.

Cristina – En cualquier caso, se acabó. Me voy a divorciar.

Eva – No te dejes llevar demasiado rápido tampoco… Es una decisión muy grave, ¿verdad? Puede haber sido un accidente…

Cristina – ¿Un accidente? ¿Cómo es eso? ¿Crees que vamos a engañar a alguien así? ¿Por qué no nos dimos cuenta? ¿Porque teníamos la cabeza en otro lado? Después hago una declaración, y el seguro me lo paga.

Eva – No, por supuesto, pero…

Cristina – Al volver a casa por la noche, el marido le dice a su esposa: por cierto, olvidé decirte que tuve un pequeño accidente, golpeé la vagina de la vecina con mi pene.

Eva – ¿También a la vecina?

Cristina – ¡No, pero… Solo es un ejemplo! ¿Estás segura de que estás bien? Siento que esta historia te molesta aún más que a mí.

Eva – Estoy preocupada por ti. Vosotros erais una pareja tan… Cuando decíamos Patricio y Cristina, era como…

Cristina – Como decir Juan y Eva.

Eva – Entonces imagina como me siento yo cuando me dices que te vas a separar…

Cristina – ¿Qué te parece? Nada es para siempre.

Eva – Es cierto.

Cristina – En cualquier caso, nunca más volveré a dormir bajo el mismo techo que ese bastardo.

Eva – Entiendo, por supuesto…

Cristina – Y cuento contigo para mi divorcio, ¿eh?

Eva – ¿Eso… tú crees que…? No sé si… los conozco a los dos, podría ser vergonzoso.

Cristina – ¿Estás bromeando? Eres mi amiga. Patricio es más amigo de Juan. Las dos nos conocíamos bien antes de conocerlos, ¿verdad?

Eva – Eso es correcto…

Cristina – Todos los hombres son unos cerdos, te lo aseguro… Bueno, no digo eso por Juan, por supuesto.

Eva – Está claro.

Cristina – Aunque los hombres, ya sabes… Todos iguales…

Eva – Te aseguro que Juan…

Cristina – Lo vas a matar ¿verdad?

Eva – ¿A Juan?

Cristina – ¡A Patricio! Eres la mejor, ¿verdad? ¡Como abogada! En cualquier caso, es la reputación que tienes.

Eva – Oh, bien…

Cristina – Fue Paloma quien me dijo eso. ¿Sabes?, Tú te encargaste de su divorcio.

Eva – Oh ¿Si?

Cristina – ¡Pero sí! Estaba casada con un dentista. Aparentemente, cuando las pacientes se tiraban en la silla de su gabinete, no solo era para enseñarle sus dientes… Me dijo Paloma que dejaste a su marido sin un duro.

Eva – No exageres… Ese no es exactamente el papel de un abogado, ya sabes… Un divorcio es, ante todo, el fracaso de un proyecto de vida juntos. Primero estamos para hacer que esta separación sea menos dolorosa…

Cristina – No seas tan modesta. Confío en ti. Sé que lo vas a desangrar a Patricio.

Juan regresa con un delantal manchado de sangre.

Juan – Hola.

Cristina – Hola Juan. Me decía Eva que estabas escribiendo tu nueva obra…

Juan – Sí, y estaba cocinando al mismo tiempo…

Cristina – ¿De verdad…?

Juan – Sabes, escribir tiene mucho que ver con cocinar… buenos ingredientes al principio, una buena receta, un poco de sal, un poco de pimienta. Después, dejas que hierva a fuego lento…

Cristina – No sabía que además de ser un gran dramaturgo, eras un chef de alto nivel… ¿Y cuál es tu especialidad?

Juan – Paté de jabalí.

Eva – Su famosa receta “secreta”. Cuando hace eso, nadie tiene derecho a entrar en la cocina…

Juan – ¿Cómo estás?

Eva – Patricio nos dejó… Quiero decir, Cristina… Ella decidió dejar a Patricio…

Juan – ¡No!

Cristina – Sí. Acabo de enterarme que ese bastardo me estaba engañando. ¿Tú sabías algo?

Juan – ¿Yo? ¿Por qué iba a saber algo?

Cristina – Solidaridad masculina, sé lo que es. Cuando se trata de proporcionar una coartada para un amigo. O incluso una habitación de invitados…

Juan – Te aseguro que estás en el camino equivocado, Cristina… ¡En fin! Somos amigos… ¿Cómo puedes creer eso…

Cristina – Disculpa, son los nervios… Es que acabo de enterarme…

Eva – Te quedarás aquí un rato, solo para calmarte un poco. Luego te vas a casa a dormir y hablaremos de eso mañana. Con mas tranquilidad ¿Correcto?

Cristina – ¿En casa? Te lo dije, no voy a regresar. Además, aprovecho la oportunidad para pedirles un gran favor…

Juan – Si… Tú dirás.

Cristina – ¿Les importa si duermo aquí esta noche?

Eva – Quieres decir que…

Cristina – Mañana encontraré una solución… O me iré a vivir con mi madre. Aun no lo sé; pero esta noche, allá en… (Comienza a sollozar) Necesito estar un poco rodeada de afecto… Y ustedes son mis únicos amigos…

Eva se acerca a ella para consolarla.

Eva – Sí, por supuesto…

Cristina – Sabía que podía contar contigo… No podría hablar con mi madre en este momento. Ella odiaba a Patricio. Ella siempre me advirtió que él era un hombre mujeriego. Lamentablemente, ella tenía razón y no quiero escuchar sus lecciones morales por ahora. Mientras que contigo…

Eva – Pero por supuesto, estamos contigo. ¿Verdad, Juan?

Cristina – Sois unos verdaderos amigos. Eso me emociona mucho…

Cristina cae en los brazos de Eva.

Eva – No te preocupes, todo acabará por resolverse… Bueno, eso espero…

Juan – Os dejo chicas, terminaré mi paté…

Eva lo mira irse, horrorizada.

Cristina – Si lo tuviera aquí, frente a mí, no sé lo que le podría hacer, te lo juro… Lo que me provoca es reducirlo a él también a un pastel de carne, a ese cerdo.

Eva – Vamos, no digas eso… No será necesario…

Cristina – Realmente lamento involucrarlos en este asunto.

Eva – ¿Estás mejor?

Cristina – Un poco… Pero me gustaría algo de beber ahora …

Eva – Uh… Sí… ¿qué quieres?

Cristina – Un vaso de agua del grifo estará bien. Pero no te molestes, yo misma voy a la cocina.

Eva – ¡No!

Cristina – Oh sí, así es, lo olvidé… La receta secreta. El paté de jabalí.

Eva – Lo que necesitas es algo fuerte, créeme.

Cristina – No sé si…

Eva – Te acompañaré. Yo también… necesito beber algo fuerte.

Cristina – Oh ¿Si?

Eva saca de un armario, una botella y llena dos vasos. Levanta su copa para brindar.

Eva – No te vamos a defraudar, ¿eh? (Preocupada) Saldremos adelante ¿Verdad?…

Eva se echa a llorar, y esta vez es Cristina quien se acerca para consolarla.

Cristina – Sabía que eras una amiga, pero francamente, no pensé que te afectaría así…

Eva se recupera.

Eva – Vamos a beber. Eso no hará que Patricio regrese, pero nos relajará.

Eva vacía su vaso de un trago. Cristina la imita.

Cristina – Está bueno… esto podría despertar a un muerto…

Eva – Si tan solo…

Cristina – ¿Qué es?

Eva – Licor de papa.

Cristina – Oh sí, es… Sabe muy bien… No está tan fuerte, de hecho, ¿No?

Eva – No.

Cristina – En cualquier caso, limpia los bronquios…

Eva – Sí…

Silencio.

Cristina – ¿Cómo podría ser tan estúpida…?

Eva – Lo siento.

Cristina – ¡Con Patricio! Nunca se me ocurrió que…

Eva – Quizás él regrese… Es solo una pesadilla, ya lo verás, y todos nos despertaremos.

Cristina – Desafortunadamente, no lo creo… Me preguntaste hace un momento si sabía quién era…

Eva: – ¿Quién?

Cristina – ¡La persona con quien Patricio me engañó!

Eva – ¿Y qué sabes tú?

Cristina – Si solo hubiera una…

Eva – ¿Cómo es eso? ¿Había mas de una?

Cristina – Al descifrar la contraseña del trabajo en su computadora, descubrí por casualidad, que Patricio tenía una cuenta en un sitio de citas…

Eva – Un sitio de…

Cristina – Encuentrossinropa.com… No es con una mujer que me engaña, Eve. ¡Es con cientos!

Eva – ¿No?

Cristina – Te digo que es una verdadera obsesión sexual. Viejas, jóvenes, gordas, delgadas, rubias, morenas… Para eso, no tiene preferencias. Él tiene sexo con todo lo que se mueve.

Eva – ¿Oh si…?

Cristina – Yo misma lo descubrí. Te lo aseguro… Y si vieras sus imágenes…

Eva – Ah porque además, pone las fotos de…

Cristina – Si lees esas conversaciones, te lo juro… ¡Parece otro! Nunca lo hubiese imaginado, te lo digo. Porque conmigo, es tan soso…

Eva – Sí, conmigo también… quiero decir, con Juan. Mejor dicho, Juan conmigo.

Cristina – Ten cuidado. Creemos que los conocemos, y luego un día…

Se escucha el sonido de un cuchillo eléctrico, un cortasetos o una motosierra.

Eva – Está cortando los setos…

Cristina – ¿Mientras hace su pastel de jabalí?

El ruido se duplica.

Eva – Tal vez sea mejor que vaya a ver qué está haciendo… Te dejaré que te instales en la habitación de huéspedes.

Cristina – De acuerdo. No te molestes, sé el camino… Y gracias de nuevo por todo.

Cristina se va. Juan regresa.

Juan – ¿A dónde fue ella?

Eva – La estrangulé y la metí en la bañera. Mejor eliminar todos los testigos problemáticos.

Juan – ¿Tú hiciste eso?

Eva – ¡No, por supuesto! ¿Y tú? ¿Puedes explicarme qué está pasando? ¿Qué era este ruido?

Juan – No podía dejarlo allí en medio de la cocina.

Eva – ¿Y qué hiciste?

Juan – Lo puse en el congelador. Llegará el momento en que decidamos qué hacer con el cuerpo.

Eva – Y mientras tanto, ¿cortaste los setos? ¿En la cocina?

Juan – No, pero… no cabía en una sola pieza dentro del congelador…

Eva – Dios mío… Pero esto no es posible… ¿Cómo pudimos llegar a esto, Juan? Llamaré a la policía de inmediato.

Eva saca su teléfono celular.

Juan – ¿Quieres mandarme a prisión?

Eva – Ese es el lugar de los criminales, ¿verdad?

Juan – Te repito que fue un accidente.

Eva – ¿Estás seguro de que está muerto, al menos?

Juan – ¿Querrás decir que si estoy seguro de que estaba realmente muerto antes de cortarlo en tres pedazos con el cortasetos?

Eva – Nunca pensé que algún día oiría eso del hombre con el que me casé.

Juan – Conoces la fórmula… Para bien y para mal… Tenías que pensarlo antes.

Eva – ¿Antes de qué?

Juan – Antes de engañarme con Patricio, de todos modos…

Eva – Te has vuelto loco, Juan. Necesitas ayuda. Lo dijiste tú mismo, es un homicidio involuntario. Alegaremos “locura transitoria”.

Eva marca un número.

Juan – No hagas eso…

Eva – Esa es la única solución, te lo aseguro.

Juan – Serás considerada mi cómplice.

Eva – ¿Y por qué?

Juan – Su esposa está aquí. No le dijiste nada.

Eva – ¿Pero por qué yo querría ayudarte a hacer eso?

Juan – ¡Porque él también te estaba engañando! Querías venganza.

Eva – ¿Cómo me engañó?

Juan – Lo escuché antes. Lo conozco y sé de su cuenta en ese sitio de citas

Eva – ¿Entonces lo sabías?

Juan – Ya sabes, cuando se trata de follar, los hombres son muy jactanciosos… A veces incluso me pregunto si no engañan a sus mujeres solo por el placer de jactarse de eso con sus amigos. Es jactancia de cazadores…

Eva – ¿Y no me dijiste nada?

Juan – ¿De qué te hubiera servido saber? Además de ponerte en una situación embarazosa en frente de Cristina…

Eva – Ya veo, fue para protegerme en resumen. De todos modos, yo no tenía ninguna razón para matar a Patricio.

Juan – ¿Tu crees…?

Eva – ¿Por qué haría algo como eso?

Juan – Celos, tu también. Como Cristina…

Eva – Pero estás loco…

Juan – Pensaste que eras la única. No podías soportar descubrir que eras solo una de sus muchas conquistas. Y cuando te dije que quería matarlo, me ayudaste.

Eva – ¡Estás realmente loco, Juan!

Juan – Los dos estamos locos. Dios los cría y ellos se juntan. Ya puedo ver en los titulares de los periódicos: « La pareja diabólica descuartiza el cadáver del marido de su mejor amigo y lo mantiene en el congelador. Antes de cenar tranquilamente en la habitación contigua con la viuda… ».

Eva – ¡Contarías una historia como esa a la policía! Solo para arrastrarme contigo en tu caída. ¡Es monstruoso!

Juan – ¡Pero no seré yo quien diga eso! Eso es lo que pensará el juez. Incluso si mantengo que soy el único culpable, él estará convencido de que quiero protegerte.

Eva parece desestabilizada.

Eva – ¿Eso crees?

Juan – De todos modos, será el final de tu carrera como abogado. ¿Cómo confiar su divorcio a alguien que corta a sus amantes con un cortasetos?

Eva – Tienes razón, desafortunadamente…

Juan – ¿Y luego te ves diciéndole al juez que me engañaste por error?

Eva – ¡Pero eso es cierto, te lo aseguro!

Juan – ¿Un adulterio involuntario? Dime cómo es eso posible, para ver si puedes convencerme…

Eva – Fue el fin de semana que fuiste de viaje para el estreno de Microondas, precisamente. Ese mismo día tuve también que viajar para un juicio que finalmente se pospuso.

Juan – Di más bien que no quisiste presenciar mi naufragio…

Eva – De todos modos, no estábamos ni tú ni yo. Y se suponía que la casa estaba vacía.

Juan – Patricio me había pedido que le dejara las llaves, para encontrar una de sus conquistas. ¿Entonces fuiste tú?

Eva – ¡Pero no! Bueno, sí. Regresé por la noche inesperadamente. ¡No sabía que le habías prestado la casa… y nuestra cama matrimonial para dormir con una de sus amantes!

Juan – Esta es la única cama doble en la casa… ¿Y qué mas pasó?

Eva – Entonces me fui a la cama directamente.

Juan – Con Patricio…

Eva – ¡Vi que había alguien en la cama, pero pensé que eras tú! Me dije que finalmente, habías decidido volver esa misma noche inmediatamente después de tu primera función. Como sabía que sería un fracaso, no me sorprendió…

Juan – Gracias…

Eva – No hice un ruido para no despertarte.

Juan – Pero tu compañero se despertó de todos modos.

Eva – La perra que contrató Patricio se había ido en medio de la noche, probablemente. Y aparentemente, él quería volver a poner la tapa.

Juan – Entonces jugaste a los sustitutos, más o menos. Regresaste al campo a medio tiempo…

Eva – Debe haberme tomado por ella. No fue hasta la mañana siguiente que me di cuenta de que no eras tú en la cama. Aunque es verdad, me pareció algo extraño…

Juan – ¿Por qué, fue mejor de lo habitual?

Eva – No dije eso… Digamos que no fue lo mismo… Y luego no entendí por qué quería llamarme Alexandra 69.

Juan – Te atrajo el jueguito, ¿verdad?

Eva – Digamos… yo no estoy acostumbrada a…

Juan – ¿Y la voz? No te importo, además…

Cristina regresa.

Cristina – Disculpa… ¿Podrías prestarme un cepillo de dientes? Me fui como loca. No planeé…

Juan – En cualquier caso, esta noche, evita cometer un error en la cama… Nunca se sabe…

Cristina – Uh sí…

Juan – Te dejo… Debéis tener muchas cosas que contaros… Experiencias para compartir …

Él sale.

Cristina – ¿Qué quiso decir?

Eva – No lo sé… De todos modos …

Cristina – ¿Qué?

Eva – Me acusa de haberlo engañado.

Cristina – Y… ¿es verdad o no?

Eva – Fue adulterio… involuntario.

Cristina – ¿Un adulterio involuntario…? Es una broma?

Eva – No.

Cristina – ¡Oh!…

Eva – Llegué a casa un día. Había un hombre en mi cama. No fue hasta la mañana siguiente que me di cuenta de que no era mi esposo…

Cristina – ¿Estás bromeando?

Eva – No.

Cristina – ¿A quién le quieres hacer creer eso, Eva? No a tu marido, espero…

Eva – Tienes razón… Es completamente inverosímil.

Cristina – Es una pena, por cierto. ¿Te lo imaginas? El placer sin la culpa.

Eva – Y sin un castigo…

Cristina – ¿Y al menos valió la pena?

Eva – Yo…

Cristina – Engañar sin saber que estás engañando… No es engañar de verdad. (Risa nerviosa, pero Cristina de repente se toma en serio.) Sí… Pero te digo que si Patricio se atreviera a contarme una historia tan estúpida, sería porque realmente me toma por una tonta…

Eva – Ah sí… Pero … ¿No crees que en una pareja, también debes saber perdonar?

Cristina – ¿Perdonar? Te aseguro que podría matarlo.

Eva – Supongo que es una forma de hablar.

Cristina – Nunca pensaste en matar a alguien, ¿verdad?

Eva – Dios mío…

Cristina – Si Juan te engañara, por ejemplo, ¿podrías matarlo?

Eva – ¿Por qué? ¿Tienes alguna información en particular sobre eso?

Cristina – No, no, para nada…

Eva – Y… Y tú, entonces, ¿nunca engañaste a Patricio?

Cristina – No… Bueno… depende de lo que se llama engañar.

Eva – Oh, ¿si?

Cristina – Quiero decir, técnicamente… ¿Chupar no es engañar, verdad?

Eva – No sé… ¿Que te parece?

Juan regresa.

Juan – Bueno… podremos ir a la mesa.

Eva – ¿Ir a la misa? ¿Antes tendrás que hacer una confesión completa?

Juan – Estaba hablando de la cena…

Cristina – Oh sí, es cierto… Paté de jabalí…

Eva – Me voy a refrescar un poco…

Eva sale. Silencio.

Cristina – ¿No le dijiste?

Juan – ¿Qué?

Cristina – De nuestro pequeño desliz, el año pasado el día de Año Nuevo.

Juan – ¡Pero no! ¿Por qué?

Cristina – No lo sé… me parece que está un poco rara…

Juan – No es eso, te lo aseguro.

Cristina – No debe ser, porque nunca volvimos a hablar de eso… Estaba un poco borracha. Tú también… Pero no significó nada, ¿estamos de acuerdo? Fue solo… un pequeño accidente.

Juan – Oh, no… No te vas a poner tú también, con tus accidentes…

Cristina – Disculpa por hablar de esto otra vez, no debería haber…

Juan – Ya lo olvidé…

Eva regresa, con un aire ligeramente perturbado.

Eva – ¿Entonces nos comemos ese jabalí?

Suena el timbre.

Juan – ¿Quién podría ser…?

Eva – ¿La policía?

Cristina, intrigada por su comportamiento extraño, les da una mirada preocupada.

Juan – Yo voy… Si no volviera en cinco minutos, háblale a mi abogado…

Eva le echa una mirada a Cristina para tranquilizarla.

Eva – Es un pequeño juego entre nosotros.

Cristina – Está bien…

Eva – ¿Te gusta el jabalí?

Cristina – Sí, finalmente…

Juan regresa con un paquete.

Juan – Los sushis.

Eva – Oh sí, es cierto, lo había olvidado por completo.

Cristina – ¿Porque también ordenaste sushi?

Momento de vergüenza.

Oscuro

Acto 2

Cristina, Eva y Juan están sentados a la mesa. Terminan de comer.

Cristina – Felicitaciones por tu paté, Juan. Fue realmente delicioso.

Juan – Gracias… Perdón por los perdigones con los que casi te rompes un diente. Hay que tener cuidado, siempre quedan uno o dos.

Cristina – No es fácil eliminar todos los rastros del crimen, ¿Eh? Pero no sabía que eras un cazador…

Eva – No, es curioso, yo tampoco…

Juan – En nuestros días, esto es algo de lo que evitamos alardear.

Cristina – ¿Fuiste tú quien lo mató, pobre jabalí?

Juan – No soy tan buen cazador… En realidad, fue más… un accidente.

Cristina – ¿Un accidente? Entonces…

Juan – Estaba… con Patricio, precisamente. Volvíamos de la cacería con las manos vacías. Y en el camino, este jabalí pasó justo debajo de mis ruedas.

Cristina – Un jabalí deprimido, tal vez. Quería terminar con su vida de cerdo…

Juan – Sí, sin duda…

Cristina – Bueno… Así que… haces muchas actividades… Caza, golf…

Eva – ¿También juegas al golf?

Juan – Sí, un poco…

Cristina – Y… ¿Realmente juegas al golf con Patricio, o es solo una coartada que le diste por coquetear con sus amantes?

Juan – No, no, realmente jugamos al golf, te lo aseguro. Es un muy buen jugador, por cierto…

Cristina – Sí… Por lo que me dicen, le encanta meter las pelotas en el hoyo. En muchos hoyos.

Eva – Tendrás que llevarme algún día, ¿eh, Juan? Yo también podría probar a jugar al golf.

Cristina – De todos modos, tienes que darme la receta de tu pastel de jabalí. Oh no, es verdad, lo siento… Eso también es un secreto…

Silencio avergonzado.

Eva – ¿Quieres un poco mas de ensalada?

Cristina – Gracias, de verdad… ya no puedo tragar nada…

Juan – Si quieres, puedes irte a descansar ahora.

Cristina – Con lo que me está pasando, no estoy segura de poder dormir… Pero es bueno saber que en casos como este, puedo contar con mis amigos.

Eva – Estás en tu casa, Cristina…

Juan – ¿Un pequeño postre?

Eva – Tenemos helados en el congelador.

Cristina – Gracias, estaré bien… Voy a lavarme las manos, si me lo permites …

Cristina se levanta.

Juan – En el baño, más bien, la cocina está un poco desordenada…

Cristina sale. Juan termina de comerse lo que queda del pastel.

Eva – Está bien, parece que este asunto te lo has tomado a bien… En cualquier caso, no se te ha quitado el apetito…

Juan – ¿Ayudaría algo si me dejo morir de hambre?

Eva ¿Qué te llevó a decirle que eras un cazador?

Juan – No lo sé… Se me ocurrió así… Tuve que inventar algo… para evitar que entrara a la cocina.

Eva – ¿Y ese pastel? ¿Qué es exactamente? Creo que no debería hacer la pregunta…

Juan – No, no… Eso sí es verdad… Es pastel de jabalí …

Eva – Tendremos que hablar también del golf, porque eso del golf no me quedó muy claro…

Juan – No tengo nada que ocultar…

Eva – Aparte de un cadáver… Repito mi pregunta por última vez: ¿No es una broma? Porque sería realmente de mal gusto. Te recuerdo que la viuda está en la habitación de al lado…

Juan – Ve a echar un vistazo al congelador, si quieres. Pero te advierto, no es agradable de ver.

Eva – No quiero ver nada. Y no quiero saber nada.

Juan – Difícilmente puedes decir que no sabías… No hablamos de bebés congelados allí, escondidos entre dos pilas de filetes picados. Estamos hablando de un tipo de un metro noventa y cinco, dividido en tres secciones de sesenta y cinco centímetros…

Eva – Pero eres un monstruo… Descuartizar un cadáver, ¿Sabes cuántos años nos darán por esto? ¿Quieres que pase los mejores años de mi vida en prisión?

Juan – Estamos viviendo la misma tragedia, Eve. ¡Debes ayudarme!

Cristina regresa.

Cristina – Lo llamaré.

Eva No estoy segura de que sea una buena idea.

Cristina – ¡Tendrá que saber que lo dejo!

Eva – ¿No quieres pensar un poco más?

Cristina – Eso es lo único en que pienso, te lo aseguro. Nunca le perdonaré lo que me hizo.

Juan – Pero cuando se trata de algo como eso… tal vez debas esperar hasta mañana, ¿No crees?

Cristina – Si no me ve llegar a casa esta noche, se preguntará dónde he estado. Él llamará a la policía.

Eva – Ah sí, en este caso… Puede ser mejor advertirle.

Juan – En el estado en que está, me sorprendería si llama a la policía, pero…

Cristina – ¿En el estado en que está…?

Juan – Quiero decir… Puede que ya se esté preguntando algo, y probablemente no se sienta muy cómodo con todo.

Eva – ¿No prefieres irte a casa, simplemente? Mañana será otro día…

Cristina – Nunca podré dormir otra noche bajo el mismo techo que este bastardo.

Eva – ¿Crees que estás en condiciones de hablar con él?

Cristina – No, pero no te preocupes, no voy a comenzar a hablar con él sobre vender la casa y quedarse con el perro. Le diré que se comunique con mi abogada. Y esa eres tú

Juan – ¿Entonces eres tú quien se encargará del divorcio?

Eva – No lo sé… Sí… Cristina me preguntó…

Juan – Bueno… si quieres, llámalo ahora… ¿quieres que te dejemos sola? No quiero molestar.

Cristina – No me molestas, al contrario.

Cristina marca el número. Oímos sonar el teléfono de Patricio en la habitación de al lado.

Cristina – Es extraño, parece que está sonando aquí al lado…

Juan – Debe ser el mío.

Eva – Bueno, ¿No vas a responder?

Juan – Sí, sí… ya voy…

Se va.

Cristina – Suena y nadie contesta…

Eva – Sí… eso no me sorprende.

Cristina – ¿Por qué dices eso?

Eva – Si vio aparecer tu número y sabe por qué lo llamas… es posible que no quiera responder.

Cristina – Es él… ¿Patricio? Lo sé todo. ¿Todo de qué? Por supuesto, hazte el inocente, además. (Pausa) ¿Cómo es que te llamas a ti mismo en encuentrossinropa.com? Ah sí, Patricio 327. Seguramente que ya hay 326 imbéciles con tu nombre en este sitio. ¡Bastardo! (Pausa) ¿Entonces eso es todo lo que puedes decir? Pobre hombre. Se acabó, Patricio 327. La próxima vez que tengas algo que decirme, habla con mi abogada. La conoces muy bien, es Eva. ¡Si, Eva! La esposa de Juan, tu mejor amiga. Te corta, ¿eh? ¡Vamos, que tengas una buena noche, gilipollas! (Guarda su móvil) Se siente bien vaciar su bolso…

Eva está asombrada.

Eva – ¿Quién era?

Cristina – ¿Cómo que quién? ¡Él! ¿Quién quieres que sea?

Eva – ¿Patricio? ¿Y qué dijo él?

Cristina – No mucho. ¿Qué iba a decir? Lo extraño es que tenía una voz graciosa. Creo que me voy a tomar una aspirina. Tengo una migraña que me está comenzando… ¿Puedo tomar agua del grifo del baño?

Eva – Sí, adelante.

Cristina – ¡Ese bastardo…!

Cristina se va. Juan regresa.

Juan – ¿Cómo estás? ¿Qué pasó?

Eva – ¡Me jodiste bien!

Juan – ¿Qué?

Eva – Cristina. Ella habló con Patricio por teléfono.

Juan – Fui yo.

Eva – ¿Qué?

Juan – ¡El celular de Patricio! Estaba en su bolsillo, así que, por supuesto, se le quedó… Respondí, para no levantar sospechas…

Eva – ¡Dios santo! Por eso me dijo que tenía una voz graciosa.

Juan – Hice un truco que aprendí en un programa de la televisión. Hablé a través de un pañuelo.

Eva – Eres un enfermo…

Juan – De esa manera, tendremos una coartada. No puedo haberlo matado hace una hora aquí, ya que ella le habló por teléfono.

Eva – A menos que la policía tenga la idea de geolocalizar la llamada. Y descubran que vino de nuestra cocina.

Juan – ¿Crees que podrían ser tan competentes?

Eva – Estamos hablando de un crimen de todos modos.

Silencio. Juan finge llorar.

Juan – Si supieras cuánto lo siento… Si pudiera regresar una hora… Desafortunadamente, no es posible…

Cristina – ¿Realmente lo mataste porque no le gustó tu obra?

Juan – No… no solo por eso…

Eva – ¿Entonces por qué?

Juan – Me dijo que se había acostado contigo.

Eva – ¿Qué? ¿Y por qué no me lo dijiste antes?

Juan – Quería ver si me lo contabas espontáneamente…

Eva – Entonces, tampoco creíste cuando te dije que era un simple malentendido.

Juan – Patricio no me dijo que para él fue un malentendido. Ese es el problema…

Eva – ¡Ese bastardo…! ¡Lo mataré!

Juan – Ya no puedes hacer eso. Yo lo hice… Solo te pido que me ayudes a deshacerme del cuerpo. Si es que me amas… ¿Me amas?

Eva – Por supuesto que te amo. ¿Cómo puedes dudarlo?

Juan – Te creo.

Eva – ¿Qué hay de mí? ¿Me crees si te digo que me acosté con él por error?

Juan – Estoy intentándolo… Debo admitir que no es fácil…

Eva – ¿Qué puedo hacer para demostrarte cuánto te amo…?

Juan – Ya has hecho mucho. Pero tienes razón, no tengo posibilidad de salir de esta situación tan fácilmente y no quiero llevarte conmigo a la cárcel por ser mi cómplice. Llamaré a la policía.

Eva – ¡No, espera!

Juan – ¿Qué?

Eva – No quiero que vayas a la cárcel y mucho menos por tantos años.

Juan – ¿Pero qué hacemos?

Eva – Te ayudaré a hacer desaparecer a Patricio…

Juan – ¿Y cómo hacemos eso?

Eva – Créeme, como abogada, muchos clientes me han contado sus pequeños secretos. Y aprendí algunos métodos simples como para meter el cuerpo de un chico de casi dos metros en el desagüe de una bañera, después de una buena noche de sueño en un baño de soda caustica.

Juan – Bien…

Eva – Pero primero tendremos que deshacernos de ella.

Juan – ¿Deshacernos de ella?

Eva – ¡Quiero decir… que nos deje en paz!

Juan – Me asustaste…

Cristina regresa.

Cristina – ¡Qué dolor de cabeza! ¿Hay problemas ?

Eva – No, no, para nada.

Cristina – Traté de acostarme un poco, pero no puedo dormir.

Juan – ¿Y si tomáramos una copa para relajarnos un poco?

Cristina – No lo sé, con las pastillas que tomé… Es mejor no mezclar, verdad?

Eva – Vamos, una copita nunca lastima a nadie.

Cristina – Bueno… Creo que sí necesitaré un digestivo. Porque ese jabalí me cayó pesado en el estómago… Estaba muy bien, pero… estaba un poco pesado, ¿verdad?

Eva sirve tres vasos y discretamente coloca un sello en uno de ellos.

Juan – Ah, sacaste el alcohol para quemar…

Cristina – Licor de papa…

Eva – Una especialidad del pueblo donde nací.

Cristina – ¡No me digas!

Juan – Eva tiene un tío que vive allí. Un eclesiástico. Lo destila por la noche clandestinamente en la cripta de su iglesia.

Cristina, con el pensamiento en otro lugar, solo los escucha con un oído.

Cristina – No sé dónde podría recibir a sus amantes.

Juan – Hay hoteles en todas partes, ya sabes.

Cristina – Era tan tacaño. Me extrañaría que gastara en un hotel. Además, estoy convencida de que si él se registró en ese sitio, es simplemente para no tener que pagarle a las prostitutas. Porque créanme, después de ver las fotos de sus conquistas, no estaba escogiendo muy bien la mercancía…

Eva – Gracias…

Cristina le da una mirada intrigada.

Juan – ¿Pero por qué hablas de él en el pasado?

Cristina – ¿Disculpa?

Eva – Dijiste que era tan tacaño.

Cristina – Porque para mí está muerto.

Eva – Vamos, no digas eso.

Cristina – O, es un amigo que le prestó su apartamento… En estos casos, los hombres son muy solidarios, por desgracia. No digo eso por ti, Juan, por supuesto…

Juan le da de beber.

Juan – Vamos, estás lastimada… Bebe un poco, más bien.

Cristina (bostezando) – No sé lo que tengo… Hace un momento, no podía cerrar los ojos, pero ahora… Creo que me iré a dormir…

Cristina cae al suelo.

Juan – Sus sellos le hicieron el efecto, finalmente…

Eva – Son principalmente las pastillas para dormir que agregué en su vaso.

Juan – ¿No hiciste eso?

Eva – Ahora nos dejará en paz, y podremos deshacernos del cuerpo.

Juan – ¿El suyo?

Eva – ¡Patricio va primero! Ayúdame, la pondremos en la habitación de invitados. Se despertará mañana por la mañana y ya será viuda oficialmente.

Juan – Incluso se ha librado de las complicaciones de un divorcio.

Eva – Al fin y al cabo, es un servicio que le damos.

La llevan por los pies detrás del escenario y regresan de inmediato.

Juan – ¿Qué hay de Patricio?

Eva – Soda cáustica, puede ser un proceso un poco largo y tedioso.

Juan – Especialmente si Cristina quiere bañarse mañana por la mañana…

Eva – Tienes razón…

Juan – Vamos a dividir a Patricio en tres bolsas de basura. Y lo llevaremos a pasear por el bosque…

Eva – O a un zoológico. Ya lo he visto en una película… Lo lanzamos en la jaula de los leones, ellos se lo comen, y ya está.

Juan – ¿Te imaginas lo que pensarán los de la seguridad del zoológico cuando nos vean entrar con tres bolsas de basura?

Eva – ¿Crees que podremos saltar la cerca por la noche?

Juan – Le enterramos en el bosque, entonces. Tengo una pala en el cobertizo del jardín.

Eva – Y para… Patricio, ¿quieres que te ayude?

Juan – Me encargaré de ello. Te vas a ensuciar…

Eva – Como quieras…

Juan sale.

Eva – Espero no estar cometiendo una estupidez, pero… ya es demasiado tarde para volver atrás.

Se traga otra copita para darse ánimo. Suena su teléfono celular.

Eva – Aló… (Pausa) ¿Patricio? Si es una broma, es de muy mal gusto. ¿Eres Juan? Lo siento, Patricio, ¿eres realmente tú? No, no, no estoy sorprendida, pero… Bueno, si, un poco, de todos modos… Ah, olvidaste tu teléfono móvil aquí. (Pausa) Sí, él me habló de vuestra… pelea… ¿Pero por qué le dijiste eso? Bueno, ya está hecho… Tenía que salir a la luz algún día… (Pausa) OK, le diré… Gracias por llamar. Por cierto, ¿hablaste con Cristina? Sí, creo que ella sospecha algo. Podríamos decir que sí… OK… (Ella cuelga) El muy bastardo, me hizo pasar por tonta…

Juan regresa, con bolsas de basura.

Eva (como si nada hubiera pasado) – ¿Entonces… eso es todo?

Juan – Sí. Me tomó un poco de tiempo, con la escarcha, las piezas comenzaron a pegarse al fondo del congelador… Tuve que usar un picahielos…

Eva – Pobre Patricio… Me parece muy divertido verlo así, yendo al gran reciclaje…

Juan – De todos modos, no sé cómo agradecerte. Es una increíble prueba de amor.

Eva – ¿Entonces me perdonas por este adulterio involuntario?

Juan – Por supuesto… Me mostraste cuánto me amabas.

Eva – Y te perdono por poner a tu mejor amigo en mi cama, sin decirme, ¿de acuerdo?

Juan – Todavía tengo dos bolsas para llevar.

Eva – Te ayudaré…

Juan – ¿Estás segura?

Eva – Como dijiste antes… Para bien y para mal …

Salen. Cristina llega.

Cristina – ¿Están ahí? ¿Qué hice con mi teléfono?

Mira las bolsas de basura con curiosidad. Mientras busca su teléfono celular, encuentra la camisa manchada de sangre con los gemelos debajo del cojín del sofá… Intrigada, empieza a salir lentamente de su letargo. Abre una bolsa y la cierra de inmediato, horrorizada. Los otros dos llegan con las otras dos bolsas.

Juan – Cristina, ¿qué haces aquí?

Eva – ¿No estabas durmiendo?

Cristina – No… Bueno, si … Olvidé mi teléfono celular …

Juan – Estábamos a punto de sacar la basura…

Cristina – Me voy a la cama. No se preocupen por mi…

Critina sale, visiblemente asustada.

Juan – ¿Crees que ella sospecha algo?

Eva – Tal vez deberíamos eliminarla también, ¿verdad?

Juan – No sabía que estabas lista para matar por mí. Casi me asusta…

Eva ¿Conoces la canción de Piaf? ¡El himno al amor ! (Cantando, exaltada) “Renegaría de mi patria, renegaría de mis amigos, si tú me lo pidieras.”

Juan – Escucha, tengo que confesarte algo…

Eva – ¡No me digas que ya mataste a alguien mas!

Juan – No, precisamente… Bueno, sí, pero…

Eva – Pobre Patricio… Era un amigo, de todos modos. Me gustaría decir un último adiós. ¿En qué bolsa metiste la cabeza?

Juan – Si yo fuera tú, no haría eso…

Eva – Creo que necesitamos hablar un poco, ¿no crees?

Juan – OK, no es Patricio el que está en las bolsas de basura.

Eva – ¿Cómo que no es Patricio? ¿Mataste a alguien más?

Juan – No, quiero decir, no maté a nadie… ¿Cómo puedes creer eso?

Eva – Ya no estoy segura… (Abre una bolsa y su sonrisa se congela) No… ¡Pero qué horror…! ¿Entonces sí realmente mataste a alguien?

Juan – ¡No, no! Pues sí, pero…

Eva – ¿Qué es esto?

Juan – El jabalí…

Eva – ¿El jabalí? Pero finalmente, Juan, no eres un cazador… ¿o es algo mas que me habías ocultado?

Juan – No lo cacé, te lo aseguro. Pero la historia del jabalí era cierta.

Eva – No era una broma… Me gustaría que me hablaras mas sobre eso…

Juan – Estaba con Patricio, precisamente. Habíamos jugado al golf.

Eva – Golf ahora… ¿No me digas que durante el juego, entre los hoyos diecisiete y dieciocho, mataste a un jabalí con una pelota de golf?

Juan – Regresamos del golf, en auto. En medio del bosque, chocamos contra un jabalí. Casi nos matamos, imagínate tú chocando contra un jabalí de 200 kilogramos, a 90 kilómetros por hora. Puedo decirte que es todo un desastre, incluso mas cuando tienes un gran cuatro por cuatro.

Eva – Sí, supongo…

Juan – Nos salimos del camino… Patricio se golpeó ligeramente.

Eva – ¿Y qué?

Juan – Como todavía estaba vivo, decidí llevarlo a un veterinario.

Eva – ¿A Patricio?

Juan – ¡Al jabalí! Lo pusimos en el maletero. Solo que, cuando llegó al veterinario, había sucumbido a sus heridas.

Eva – ¿Quién?

Juan – ¡El jabalí!

Eva – Está bien…

Juan – Como estaba en el maletero de todos modos, no sabíamos qué hacer con él. Fue entonces cuando Patricio tuvo la idea de hacer un pastel…

Eva – Idea brillante… Pero entonces, ¿por qué todo este circo?

Juan – Cortando a la bestia, Patricio me dijo que se había acostado contigo…

Eva – Destruir este cadáver de jabalí, eso debe haberlo inspirado… ¿Y qué te dijo entonces? Porque él sabía que estaba en mi cama, de todos modos.

Juan Sí, por eso se sintió culpable. Quería aliviar su conciencia.

Eva ¿Su conciencia? ¿Patricio?

Juan – Tienes razón, creo que él especialmente quería humillarme… Mientras se refugiaba en el hecho de que era adulterio involuntario… como tú dices.

Eva – ¿Y qué?

Juan – Finalmente confesó que sabía muy bien lo que estaba haciendo… y tú también, probablemente…

Eva – El muy bastardo… te lo juro…

Juan – En resumen, hemos llegado a los golpes.

Eva – Y por eso la sangre en la camisa…

Juan – No, esa es la sangre del jabalí, cuando lo pusimos en el maletero…

Eva – Ya veo…

Juan – Después, nos reconciliamos, le presté otra camisa y se fue.

Eva – ¿Y después?

Juan – Cuando llegaste, todo lo que quería era sacarte la verdad. Que no me lo contaras hizo que me sintiera traicionado, engañado.

Eva – Lo siento. Pero te juro que yo no sabía…

Juan – Ahí fue cuando tuve esa idea. Me vino así. Matar a esta pobre bestia, me puso en un segundo estado. Encontré la receta en internet.

Eva – ¿Qué receta?

Juan – ¡La receta del pastel de jabalí! Para castigarte, te dije que había matado a Patricio. Para ver cómo reaccionarías. Y después de eso, todo fue una reacción en cadena…

Se oye una sirena de policía. Eva ve la camisa que sobresale de una bolsa.

Eva – Debió ser Cristina… Vio las bolsas y la camisa… Seguramente llamó a la policía…

Hay un golpe violento en la puerta. Cristina llega con un gran cuchillo en la mano.

Cristina – No os acercad a mí, sois una gente enferma…

Eva – Cálmate, te explicaremos todo. Es solo una broma estúpida…

Juan – No es Patricio el que está en esas bolsas de basura, te lo aseguro.

Cristina – ¡No se muevan, o disparo!

Juan – Es un cuchillo…

Eva – Abriré una bolsa, espera, juzgarás por ti misma.

Eva le muestra el contenido de una bolsa.

Cristina – ¿Pero qué es este horror?

Juan – ¡Es un jabalí! Mira Hay mucho pelo.

Cristina – Patricio también, ¡tenía mucho cabello!

Eva – No en este punto…

Cristina – ¿Cómo lo sabes?

Voz en off – ¡Policía!

Juan – Eres tú quien los llamó. Es mejor que les expliques.

Eva – No va a ser fácil…

Cristina – OK…

Cristina se va.

Juan – Lo siento. Fue estúpido de mi parte. Pero me sentí traicionado…

Eva – Es mi culpa… Debí haberte contado todo de inmediato. Pero bueno, tenía miedo de que no me creyeras…

Juan – Ambos nos comportamos como idiotas.

Eva – Al igual que lo que nunca será una solución poner el polvo debajo de la alfombra… Siempre termina sabiéndose la verdad…

Juan – Sí. Por eso es mejor que también se lo digas.

Eva – ¿Qué?

Juan – ¡A Cristina! Lo de Patricio.

Eva – Creo que tienes razón. De todos modos, él la está engañando con todo lo que se mueve.

Juan – Sí, pero tú, eres su mejor amiga…

Cristina regresa.

Cristina – Todo está arreglado, se fueron. Disculpen, no sé lo que me llevó.

Eva – Todos estamos un poco perturbados esta noche… Debe ser la luna llena…

Cristina – No sabía que era la luna llena.

Eva – De todos modos, si no es la luna llena… ya no sé lo que puede ser….

Juan – Las dejo, creo que tienen cosas que decirse…

Juan sale.

Cristina – ¿Qué quiso decir?

Una pausa.

Eva Me acosté con Patricio.

Cristina – ¿Qué?

Eva – Lo juro, fue… totalmente involuntario.

Cristina – ¿Entonces la historia que me contaste antes… eras tú y Patricio?

Eva – Quería decírtelo durante mucho tiempo, pero no sabía cómo.

Cristina – ¿Pero cómo es posible?

Eva – Ese bastardo de Juan le prestó nuestra cama de matrimonio para sus citas y yo…

Cristina – OK, te creo… Y no quiero saber más… Eres mi mejor amiga, ¿verdad?

Eva – Gracias Cristina.

Cristina – Nos pasa a todos cometer errores cuando estamos demasiado borrachos.

Eva – Ya no sé que decir…

Cristina – Bueno, esa no es la situación. Es Patricio, el bastardo. Es mejor que no lo tenga frente a mí en este momento, ¡podría matarlo!

Eva – No matamos a alguien así, tranquilízate… Pero si necesitas un abogado, estoy aquí … Por tu divorcio, quiero decir…

Cristina – Gracias… Bueno, creo que mejor te dejo. Debes tener cosas que pensar también… Voy a dormir en la casa de mi madre. Le diré que olvidé mis llaves.

Eva – Cuídate… Mañana, lo verás más claramente… Todos veremos más claramente…

Cristina se va. Juan regresa. Se sientan en el sofá y permanecen en silencio por un momento.

Juan – ¿Fue realmente involuntario?

Eva – Digamos que fue… inconsciente, entonces.

Juan – OK, fingiré creerlo.

Se abrazan.

Eva – Pero es cierto que desde entonces se me ha despertado mi libido…

Juan – Sí, lo noté. Me preguntaba a qué se debía.

Eva – Deberíamos hacer esto más seguido.

Juan – ¿Quieres decir… esas reuniones a ciegas en nuestra cama de matrimonio…?

Eva – ¿Tienes otros amigos a los que le prestaste nuestro departamento para follar a sus amantes?

Juan – Estaba pensando en lo recíproco. También debes tener amigas que engañen a sus maridos…

Eva – Lo siento, solo tengo amigas fieles…

Se besan.

Oscuro

 

Epílogo

Tres maletas están dispuestas en una esquina de la sala de estar. Juan llega desde el exterior y se quita el impermeable.

Juan – ¡Cariño! ¿Estás aquí?

Eva entra.

Eva – ¿Cómo te fue?

Juan – Les encantó mi nueva obra de teatro. Decidieron producirla para el otoño.

Eva – ¡No! ¡Pero es fantástico!

Juan – Y encontraron el título asombroso.

Eva – “Un pequeño asesinato sin consecuencias…” Suena mucho mejor que “Microondas”

Juan – Hay que decir que es experiencia propia…

Eva – O casi…

Se besan.

Juan – Finalmente, todo terminó bien.

Eva – Siempre creí en ti… Incluso cuando me contabas esas historias para morirse de pie.

Juan – Esta prueba nos habrá acercado más. Te prometo que nunca más te mentiré.

Eva – Y yo nunca te esconderé nada otra vez.

La mirada de Juan cae sobre las maletas.

Juan – ¿Qué son estas maletas? (Preocupado) ¿Me vas a dejar? Después de todo lo que me acabas de decir…

Eva – Estas son las maletas de Cristina. Ella me preguntó si podía pasar la noche aquí. Creo que no le fue bien con Patricio… Ella ya no sabe a dónde ir.

Juan – Qué molestia…

Eva – Le debemos eso…

Juan – Bien… Pero no más de una noche, así que …

Suena el timbre.

Eva – Esa debe ser ella…

Juan – OK, traeré el champán.

Eva – ¿Para celebrar el divorcio de Cristina?

Juan – ¡Para celebrar la edición de mi obra! Lástima, tendremos que compartirlo con ella.

Juan sale. Eva abre y vuelve con Cristina.

Eva – No te ves muy bien. Tuviste una pelea, ¿verdad?

Cristina – Escucha, Eve… creo que cometí un error…

Eva – Me asustas, Cristina… ¿Qué clase de estupidez cometiste?

Cristina – Creo que maté a Patricio.

Eva – Oh no, esto no puede volver a pasar. ¡No dos veces!

Cristina – Teníamos una pequeña discusión, los dos. Rápidamente se puso demasiado grosero y le dije que se fuera de la casa de inmediato.

Eva – Y después.

Cristina – Bueno… fue a buscar sus maletas. Después de eso todo se salió un poco de control.

Eva – ¿Un poco?

Cristina – Estaba cortando un pollo… Tenía un cuchillo eléctrico en la mano y… me dejé llevar.

Eva – ¿Pero dónde está? ¿En el hospital?

Cristina – Desafortunadamente, ya era demasiado tarde para las urgencias. Solo quería asustarlo. Se acercó para desafiarme. Tuve un gesto reflejo y… le corté la arteria carótida.

Eva – Oh, Dios mío… La pesadilla continúa. ¿Donde está él?

Cristina señala sus maletas.

Cristina – Bueno… en las maletas…

Eva – ¿No?

Cristina – Necesito tu consejo, Eva.

Eva – ¿Mi consejo como abogado? No voy a engañarte con falsas esperanzas, Cristina… Esto no podemos pasarlo por un accidente doméstico…

Cristina – Pensé en pasarlo por el sifón del baño después de un pequeño baño de soda caustica…

Eva – Tendré que hablar con Juan…

Juan regresa, contento, blandiendo una botella de champán.

Juan – ¡Champán!

Las otras dos lo miran.

Oscuro

Fin

El autor

Jean-Pierre Martinez es autor teatral y guionista francés de origen español. Nacido en 1955 en Auvers-sur-Oise, sube al escenario primero como baterista en diversos grupos de rock, antes de hacerse semiológo para la publicidad. Luego trabaja como guionista para la televisión, y vuelve al teatro como autor. Ha escrito mas de 60 guiones para distintas series de la televisión francesa, y 78 comedias para el teatro (13 y Martes, Strip Poker, Bar Manolo, Ella y El, Muertos de la Risa, Breves del Tiempo Perdido, El Joker…). Actualmente es uno de los autores contemporáneos mas representados en Francia, y varias de sus obras han sido ya traducidas en español y en inglés. Es licenciado en literatura española e inglesa (Sorbonne), en linguística (Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales), en economía (Institut d’Études Politique de Paris), en escritura de guiones (Conservatoire Européen d’Ecriture Audiovisuelle). Jean-Pierre Martinez ha escogido ofrecer todos los textos de sus obras para descargar gratuitamente en su web : comediatheque.net.

Comedias de Jean-Pierre Martinez traducidas en español:

Comedias para 2

El Joker

El Último Cartucho

EuroStar

Zona de Turbulencias

Comedias para 3

13 y Martes

Por Debajo de la Mesa

Comedias para 4

Cuatro Estrellas

Foto de Familia

Strip Poker

Un Ataúd para Dos

Comedias para 5 o 6

Crisis y Castigo

Pronóstico Reservado

Comedias para 7 a 10

Bar Manolo

Milagro en el Convento de Santa María-Juana

El pueblo más cutre de España

Comedias de sainetes (sketches)

Breves del Tiempo Perdido

Ella y El, Monólogo Interactivo

Muertos de la Risa

Este texto está protegido por las leyes

relativas al derecho de propiedad intelectual.

Toda copia es susceptible de una condena,

hasta de 300 000 euros y 3 años de prisión.

París – Setiembre de 2019

© La Comédi@thèque – ISBN 978-2-37705-274-5

https://comediatheque.net/

Un pequeño asesinato sin consecuencias Lire la suite »

El pueblo más cutre de España

Una comedia de Jean-Pierre Martinez

10 personajes

Fácil reparto por sexos ya que casi todos los personajes pueden ser masculinos o femeninos.

Algunos supervivientes de un poblacho moribundo, olvidado de Dios y rodeado por una autopista, deciden inventarse un evento para atraer a los curiosos. Pero no resulta fácil convertir al pueblo más cutre de España en un destino turístico de moda.

Originalmente escrita en francés bajo el titulo « Le pire village de France » esta comedia se puede fácilmente adaptar al contexto geográfico y cultural de cualquier país de representación, solo cambiando unas referencias en el texto, y por supuesto el título. El pueblo mas cutre de España o Argentina, Colombia, Guatemala, México… Todos tenemos en nuestro país unos poblachos que puedan competir para el poco honorífico título de « Pueblo más cutre » !


Aquellos textos los ofrece gratuitamente el autor para la lectura. Sin embargo cualquier representación pública, sea profesional o aficionada (incluso gratuita), debe ser autorizada por la Sociedad de Autores encargada de percibir los derechos del autor en el país de representación de la obra. 


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LEER EL TEXTO

El pueblo más cutre de España 

PERSONAJES

Manolo (o Manuela): patrón(na) del bar

María: mujer del patrón

Charly (o Carla): maestro (o maestra)

Feliciano: cura del pueblo

Don Honorato (o Honorina): alcalde(sa) del pueblo

Juan Carlos (o Juana Carlota): tonto(a) del pueblo

Wendy: productora de televisión

Laura (o Laureano): periodista

Ramírez: comisario

Sánchez: inspector

 

ACTO 1

 

Bar de pueblo al que llaman « Bar Manolo », en Villaburros de la Iglesia. Tras el mostrador, Manolo, el propietario, hombre básico, ojea la prensa local, mientras María, su mujer, algo más espabilada, seca los vasos con aire ausente. Entra Don Honorato, el Alcalde, un tipo de rancio abolengo. Viste con elegancia caduca.

Don Honorato – Buenos días Doña María. A sus pies…

Manolo, un tanto ceñudo, retira apenas los ojos del periódico. María parece salir de un ensueño. Se le ilumina levemente el rostro.

María – Señor alcalde… ¿Cómo está?

Don Honorato se sienta en una banqueta ante el mostrador.

Don Honorato – Regularcillo… Tengo una ligera cefalea desde esta mañana, sin conocer el motivo.

Manolo – No me extraña. Con lo que se metió anoche entre pecho y espalda… Eso se llama pillarse una buena melopea.

María le mira con gesto reprobatorio.

María (muy amable) – ¿Qué desea tomar, Don Honorato?

Don Honorato – Tomaré un Chinchón. Creo que me sentará bien.

Manolo – Sí… Conviene equilibrar lo malo con lo malo…

María le sirve. Don Honorato se lo agradece con una sonrisa.

Don Honorato – María, está usted hoy resplandeciente.

María – Me he cambiado ligeramente el color del pelo. Mi marido no se ha dado ni cuenta.

Don Honorato – Querida María. Su esposo no se merece una mujer como usted. De cualquier forma, está usted radiante.

María – Me gusta cambiar de vez en cuando.

Manolo la mira con sorna.

Manolo – Lo único que cambia en este maldito pueblo es el color del pelo de mi mujer. (Manolo deja el periódico sobre el mostrador). Antes, aunque no se hablara de nosotros, al menos aparecíamos en el mapa entre Villaburros de Arriba y Villaburros de Abajo. Ahora, ni siquiera se nos nombra.

Don Honorato – Tiene razón, querido Manolo. Así es. Somos los náufragos del éxodo rural. Nos ignoran en espera de borrarnos totalmente del mapa. Dentro de poco seremos como una isla desierta perdida en mitad del Pacífico, lejos de toda ruta marítima.

María – Así es Don Honorato… Somos náufragos en mitad de los campos de patatas…

Don Honorato – En espera de que, como consecuencia del calentamiento global, estas tierras a las que nos aferramos acaben inundadas.

Manolo – Si al menos tuviéramos playa…

Don Honorato bebe el Chinchón.

María – Es bien triste pero, ¿qué podríamos hacer, señor alcalde?

Don Honorato – ¿Señor Alcalde? No creo que siga siendo alcalde por mucho tiempo.

Manolo – ¡No será por miedo a no ser reelegido…! Nunca se ha presentado otro candidato a alcalde en Villaburros de la Iglesia. Dado el censo, si se vota a sí mismo ya tiene el veinte por ciento de probabilidades de ganar.

Don Honorato – Existe un problema añadido… Acabo de recibir una carta donde me anuncian que vamos a ser anexionados al pueblo más cercano.

Manolo – ¿A Villaburros de Abajo?

María – ¡Pero si está a más de veinte kilómetros!

Don Honorato – Veinte y dos a vuelo de pájaro y diez y nueve por carretera.

Manolo – Campo a través el camino es recto.

María – Esto es un páramo luego, la carretera no tiene más remedio que ser recta…

Manolo – Si al menos tuviéramos un cerro o un bosque…

Don Honorato – Tienes razón. Imagina que hubiera que dotar al pueblo de un blasón. No imagino qué podríamos poner.

Manolo – Está claro. Pondríamos una patata.

Don Honorato – No es momento de regodearse. Seguramente será mi último mandato.

Manolo – ¡Después de más de treinta años…!

María – ¿Cómo vamos a llamarle si ya no podemos referirnos a usted como Señor Alcalde?

Don Honorato – Por mi nombre y apellidos: Honorato de la Fuente y de San Telmo…

María – ¿Todo eso…?

Don Honorato – Pero a usted le permito que me llame por mi nombre: Honorato.

Manolo – Ya perdimos el wáter público y la cabina telefónica y, ahora, nos quieren dejar sin Ayuntamiento.

Don Honorato – Pues sí… Se acabó…

María – ¡Usted que tanto hizo por Villaburros de la Iglesia!

Manolo – Bueno… Tampoco es eso…

María – ¿Qué quieres decir?

Manolo – Pues sí, hizo unos cuantos chanchullos que acabaron por hundirnos… ¿No es así Don Honorato?

Don Honorato – ¿Chanchullos? No sé de qué me hablas…

Manolo – Pues digo que usted no ha hecho mucho por la comunidad. Seguramente por eso es por lo que nos quieren borrar del mapa.

María – Eres injusto, Manolo. La verdad es que pocas cosas se pueden hacer en Villaburros de la Iglesia.

Manolo – Sin embargo no podrá usted negar, Don Honorato, que se ha aprovechado de su estatus de alcalde.

Don Honorato – No sé a dónde quieres llegar, Manolo…

Manolo – Le estoy hablando de las subvenciones del Ministerio de cultura.

Don Honorato – Sí… Así fue.

Manolo – Para restaurar una posada de la que nadie ha oído nunca hablar y en la que se supone que Juana la Loca pasó una noche en 1538.

Don Honorato – Puedo enseñarte el libro donde se habla de ese hecho innegable.

Manolo – Un libro que ha escrito usted mismo, por cierto.

Don Honorato – O sea que ni siquiera tengo derecho a escribir un libro de historia.

Manolo – Una posada que, casualmente, le pertenece y que fue restaurada por completo con fondos del contribuyente y transformada en Casa Rural en cuyas habitaciones nunca ha dormido nadie, salvo la Loca esa…

Don Honorato – Querido Manolo, es lógico que, dada tu modesta formación, no seas consciente de los gastos que conlleva el ser propietario de un monumento histórico.

Manolo – ¡Juana la Loca! ¡Si al menos hubiera perdido la virginidad en esa cama!

María – Por favor, Manolo, no seas grosero.

Manolo – Eso sin hablar de la subvención para restaurar la iglesia del pueblo.

María – La iglesia de Villaburros de la Iglesia… Había que hacer honor al patronímico.

Manolo – Una iglesia en la que, casualmente, el párroco es primo suyo. ¡Menuda restauración se hizo a cargo de nuestros impuestos! Ni el Maraja de Kapurtala se lo hubiera montado así! ¡Incluso con yacusi en el patio!

Don Honorato – ¡Un yacusi! ¡Qué exagerado! Tan sólo un simple pilón…

Manolo – Si claro… Ahora dirá que se trata de una fosa séptica.

Don Honorato – Verdaderamente Manolo, no sé a dónde quiere llegar…

Manolo – Ni yo mismo lo sé. Pero lo que sí sé es que, con ese dinero se podría haber hecho algo importante para el pueblo.

Don Honorato – ¿Ah, si…? ¿Por ejemplo…?

Manolo – Por ejemplo: el haber instalado cámaras de vigilancia.

Don Honorato – ¿Para vigilar qué…? Como no sean los campos de patatas…

Manolo – ¡Se podría haber restaurado la escuela!

Entra Charly el maestro. Visiblemente gay.

María – Si antes le nombramos… Buenos días Charly, ¿qué tal?

Charly – El Bar Manolo hasta los topes, como de costumbre.

Manolo – Pues sí… Estamos al completo.

Charly – La nobleza y el proletariado. No falta más que el curita para estar al cien por cien.

Don Honorato – Lo más florido de Villaburros de la Iglesia.

Manolo – Tan sólo falta la Loca.

Charly – Por cierto, don Honorato, en breve se va a poner a prueba su sentido de la libertad.

Don Honorato – Aquí estoy para lo que haga falta.

Charly – ¿Sabe que se ha aprobado el matrimonio gay y que es a usted a quien le corresponderá realizar la ceremonia? No en mi caso, ya que, de momento, nadie ha pedido mi mano… Al menos no para ponerme un anillo en el dedo…

Don Honorato – No me compete. Villaburros de la Iglesia va a ser anexionado al pueblo más próximo.

Charly – ¡No es posible!

María – ¡Y eso es tan sólo el principio!

Don Honorato – ¡El principio del fin!

Manolo – Hitler empezó por invadir Polonia… Y así les fue. ¡Tenemos que reaccionar!

Charly – Tienes más razón que un santo.

Charly se sienta, visiblemente preocupado.

María – ¡A ti te pasa algo más! ¿Malas noticias?

Charly – ¡Van a cerrar la escuela!

María – ¿No me digas?

Manolo – Era de esperar… Hace mucho que no hay ni un alumno. Cuando no queden clientes, nosotros también tendremos que echar el cierre.

María – ¿Y los Certificados de Estudios?

Charly – Eso acabó el siglo pasado, mi querida María.

María – ¿O sea que también han eliminado el Certificado de Estudios? ¿A dónde vamos a llegar? ¿Te sirvo algo, Charly?

Charly – Un pipermint, como siempre.

María se lo sirve

María – ¿Habéis pensado en Juan Carlos? ¿Qué va a ser de él si el pueblo se queda vacío?

Charly – Eso…

María – Todavía no se ha pasado por aquí esta mañana. No sé dónde se habrá metido…

Manolo – Pues tú, Charly, lo tienes crudo. No va a ser tan sencillo encontrar un puesto de maestro en un colegio nacional.

Don Honorato – Parece ser que hay escasez de profesores…

Manolo – Puede ser, pero lo cierto es que estás fichado…

Charly – Tampoco es eso…

Manolo – No podrás negar que te acusaron de inmoral…

Charly – Sí, pero… no tiene nada que ver con los niños.

María – Sin embargo…

Charly – ¿A quién podría molestar que yo acudiera de vez en cuando a clase vestido de mujer?

María – Para los chicos debía ser chocante. Un día tenía un profesor y, al siguiente, una profesora.

Manolo – ¿Cómo te llamaban?

Charly – La señora Doubtfire.

Manolo – Seguramente por eso te mandaron a una escuela sin alumnos.

Entra Don Feliciano, el cura. A no ser por la cruz, discretamente colocada a su espalda, más bien parecería un viejo verde que un eclesiástico.

Charly – Buenos días Don Feliciano. Sólo faltaba usted para completar el cotarro.

Feliciano – Buenos días, hijos míos.

Manolo – ¿Hijos suyos? Con un cura como usted me pregunto si no habría que tomárselo al pie de la letra

María – ¡Manolo, por Dios…!

Manolo – Charly, esto es el mundo al revés. Tú deberías ser el cura ya que, en ese oficio, un hombre puede llevar faldas sin que la ley le condene por ello, mientras que a éste nunca le hemos visto con sotana.

Charly – Una pena don Feliciano, porque estoy seguro que le sentaría de maravilla.

María – ¿Qué le sirvo Padre?

Feliciano – Una copita de Jerez.

Don Honorato – Espero, Señor Cura, que al menos usted tenga algo bueno que contar.

Feliciano – Me gustaría que así fuera señor Alcalde, pero…

Manolo – No le pregunto si se ha muerto alguien porque, a falta de Juan Carlos, estamos aquí todos los supervivientes de este pueblo fantasma.

Feliciano – Mucho peor que eso… El Obispo quiere suprimir mi Parroquia…

María – ¿No me diga?

Feliciano – Pues sí. Dios está en suspensión de pagos… Parece ser que, también nosotros tenemos que reestructurarnos.

María – ¡Qué asco! Seguro que dentro de poco los chinos se apropiarán del Vaticano.

Feliciano – La verdad es que no viene nadie a misa en Villaburros de la Iglesia

Manolo – A pesar de su empeño en repoblar la parroquia.

María – Manolo, por favor… No tienes ningún respeto por la religión…

Manolo – Es que éste señor no multiplica el pan, sino los bastardos…

Don Honorato – Sin alcalde, sin maestro, sin iglesia… Tan sólo nos queda el Bar Manolo.

Manolo – Y, a saber por cuánto tiempo.

Charly – ¿No estarás pensando en cerrar?

María – A mí no me importaría vender… si encontráramos un comprador, claro.

Feliciano – Pues sólo nos faltaría eso… ¿Qué iba a hacer usted, hija mía, fuera de este café?

María – De momento me tomaría un buen descanso. Quizá no me crea, pero nunca he visto el mar.

Manolo – Antes llegaría aquí el mar tras el deshielo de los glaciares que el hecho de encontrar un comprador.

Charly – Un mirlo blanco, querrás decir

Manolo – Por supuesto. Seamos sensatos: ¿Quién podría interesarse por un barucho en un lugar como éste donde apenas quedan cuatro clientes?

Don Honorato – Los últimos agricultores consanguíneos y alcohólicos se largaron hace tiempo.

María – Sería cuestión de buscar la forma de atraer algunos turistas, al menos en temporada alta.

Charly – ¿No sé qué turistas podrían sentirse atraídos por un agujero como éste si no hay nada visitable en un radio de cien kilómetros a la redonda?

Don Honorato – Lo que no cabe duda que es que se trata de un lugar ideal para descansar.

Manolo – Sí… Para descansar en paz…

Feliciano – Campos de patatas hasta el infinito, algunos cuervos… Un buen tema para un cuadro de Van Gogh.

María – Si al menos Van Gogh hubiera venido a suicidarse aquí… Ese sí que hubiera sido un buen reclamo publicitario.

Manolo – Pues no es mala idea si un día se legaliza el suicidio asistido… Seguro que Villaburros de la Iglesia sería el lugar ideal para la Central.

Charly – Todos los depresivos de España vendrían a suicidarse en masa. Sería un buen reclamo para nuestra encantadora comunidad.

Feliciano – Hijos míos… Conservemos la fe. Seguro que Dios proveerá.

Manolo – Mientras tanto, les invito a una ronda para olvidar que el mundo entero, Dios incluido, nos ha abandonado en medio de un océano de patatas… Vamos, María, saca una de esas botellas que guardamos para momentos especiales.

Don Honorato saca su reloj de bolsillo.

Feliciano – Bien, pues no perdamos tiempo.

Don Honorato – ¡Es tardísimo!

Manolo – ¿A dónde van con tantas prisas?

María abre la puerta de un estante y lanza un grito al descubrir a Juan Carlos en el interior

María – ¡Por Dios Juan Carlos…! ¡Un día de estos me vas a provocar una crisis cardiaca!

Don Honorato – ¿Suele hacerlo con frecuencia?

María – Desde muy pequeño… Siempre con la manía de esconderse en los lugares más insólitos.

Manolo – Un día se escondió en la lavadora… Ahora no podría hacerlo porque ya está crecidito.

María – ¡Vamos…!¡Sal de ahí!

Juan Carlos sale de su escondite. Es el típico tonto de pueblo. Se supone que tiene unos 18 años (este papel también lo puede hacer un hombre mayor con pinta forzada de joven, lo que puede resultar más cómico).

Juan Carlos (a Manolo) – Hola, tito Manolo

Manolo responde con un gesto.

Charly – Hola, Juan Carlos

Don Honorato – No tiene arreglo tu primo…

Feliciano – Pero, ¿no era tu sobrino?

María – Es muy complicado. Ni yo misma me aclaro.

María saca la botella de vino y la coloca sobre el mostrador.

Charly – Eso explicaría su pequeño retraso mental.

Manolo – Como también soy su padrino, digamos que es mi ahijado.

María – Le llamamos Juan Carlos y ya está.

Feliciano – Felices los pobres de espíritu porque de ellos será el Reino de los Cielos.

Don Honorato – Es el último joven del pueblo.

Charly – Menuda herencia le han dejado.

Manolo – Podría ser un descendiente directo de Juana la Loca…

Feliciano – El año pasado le di su Primera Comunión… No vaya a ser que…

María – Su Fe de Bautismo será el único certificado que habrá recibo el pobre… Porque el de bachiller lo veo difícil.

Charly – Según un estudio sociológico realizado por el CSIC, los nacidos después del año 2000 tienen mayor predisposición al desarreglo genético.

Don Honorato – ¿Qué es lo que quieres ser de mayor, Juan Carlos?

Feliciano – Si también se marcha, no tendré a nadie en el coro.

Juan Carlos – Me gustaría ir a Madrid para presentarme a un concurso.

Don Honorato – ¿Qué tipo de concurso?

Charly – ¿Para bombero o para político?

Don Honorato – Quizá quiera ser cartero, como su padre.

Feliciano – ¿Su padre era cartero?

Manolo – O cura… Cualquiera sabe..

María – Nada de eso… Se le ha metido en la cabeza presentarse a un realitichou de esos.

Charly – ¿A cuál de ellos?

Manolo – A uno que busca grandes talentos.

Feliciano – ¿No me digas?

Don Honorato – Pero ¿qué tipo de talento puede tener este salvaje?

María – Es contorsionista… Al menos eso es lo que él dice…

Manolo – Lo cierto es que, un día los basureros le encontraron embutido en un contenedor amarillo. Casi le reciclan.

Juan Carlos se aleja un poco para jugar a los dardos. Por su patente falta de habilidad puede ser peligroso para los otros.

Don Honorato – Tengo que irme. Otro día brindaré con vosotros. Un asunto urgente me reclama en el Ayuntamiento.

Manolo – ¿Urgente?

Don Honorato – Tengo que dar respuesta a la carta.

Charly – Claro… La OPA contra Villaburros de la Iglesia a favor de Villaburros de arriba…

Feliciano – Le acompaño, Señor Alcalde. Yo también he de ir a rezar por mi parroquia.

Salen el alcalde y el cura. María ofrece un Jerez a Charly.

María – Una copita de Jerez?

También lo rechaza.

Charly – Muchas gracias. Además, apenas son las doce.

María – Pues pondré la botella a refrescar en espera de una gran ocasión.

Manolo mira hacia la entrada del café, visiblemente sorprendido.

Manolo – Posiblemente esa gran ocasión está entrando por la puerta.

Entran Wendy y Laura. Visten como madrileñas pijas, algo que contrasta, visiblemente, con la indumentaria de María. Wendy es una especie de star depresiva que se esconde tras enormes gafas oscuras. Laura es más elegante, aunque algo sobria y menos femenina. Se mostrará positiva y entusiasta. Wendy, pesimista y con instintos suicidas, mira a su alrededor.

Wendy – Esto parece un plató de “El ministerio del tiempo”

Laura – ¿Quieres sentarte aunque sea durante cinco minutos?

Wendy no contesta pero se deja caer en una silla.

Laura – Buenos días, señores… Perdonen que interrumpa su amena charla, pero me gustaría hacerles una pregunta…

María – ¿Si?

Laura – ¿Dónde estamos, exactamente?

Silencio.

Manolo – ¿Exactamente? Pues bien, señorita, están ustedes en Villaburros de la Iglesia.

Laura – ¿Villaburros de la Iglesia…?

Charly – Vamos, en medio de la nada…

Laura echa un vistazo a la pantalla de su Smartphone.

Laura – No lo encuentra mi GPS.

María – Se trata de un rincón tranquilo…

Laura – Ya veo… Pensé que estaríamos en… Bueno, creo que nos hemos perdido…

Charly – Aquí no viene nadie por su gusto…

Laura mira a su alrededor y se fija en Juan Carlos que sigue jugando a los dardos con una evidente falta de talento.

Manolo – ¿Quieren tomar algo?

Laura – Pues… Sí… ¿Por qué no? Wendy, ¿Tienes sed? (Wendy no responde) Dos coca-colas, por favor. Sin hielo.

María – Lo siento… Todavía no he conectado el congelador… La verdad es que, con este tiempo…

Manolo – La primavera no se ha adelantado este año.

Charly – El año pasado llegó, más o menos, sobre el 15 de agosto y luego pasamos directamente al otoño.

María les sirve dos cocas.

Manolo (esforzándose por ser amable) – ¿Están ustedes de vacaciones por la zona?

Laura – Bueno… Digamos que… se trata más bien de unos días de relax. (En un aparte) Mi amiga está muy estresada. Necesitábamos poner tierra de por medio…

Charly – En ese caso están en el lugar indicado: están en tierra de patatas.

María – Villaburros de la Iglesia es el lugar ideal para descansar.

Charly – Un lugar donde no se existen las tentaciones.

Laura – ¡Estupendo! ¿No te parece, Wendy?

Wendy – Mmm… El lugar ideal para acabar nuestros días…

María – Si, aquí tenemos unos cuantos pensionistas…

Wendy – Más bien me refería a sitio perfecto para poner fin a la vida…

Pasa un ángel.

María – ¿Tienen intención de quedarse por aquí?

Laura – Todavía no lo hemos decidido… pero, ¿por qué no? Aquí se respira una cierta serenidad… Algo parecido a lo que se siente dentro de una iglesia… Claro que, quizá de ahí el nombre del pueblo.

Wendy – Sí, de una Iglesia o de un cementerio.

Manolo – Tenemos una pequeña parroquia completamente renovada. Como si acabara de construirse…

Laura – La vida en Madrid es tan estresante… A veces nos preguntamos si no seríamos más felices en un pueblecito lejos de todo…

Wendy – Desde luego éste está lejos de todo… Ni siquiera figura en el GPS.

Wendy se echa a la boca unas cuantas pastillas que traga con la coca.

Laura – Ya sabes lo que dijo el médico… No es bueno tomar más de una partilla a la vez.

Wendy – Tienes razón… Me parece que voy a vomitar…

Charly – A mí me pasó lo mismo cuando llegué… Luego, uno se hace… Ya lo verá…

María, inquieta por la situación, le señala el w.c.

María – Por aquí, por favor…

Sale Wendy. Laura parece preocupada.

Laura – Debe ser por el cambio de aires…

Manolo – Desde luego el índice de contaminación es muy bajo.

Laura – Nuestros pulmones están acostumbrados al monóxido de carbono. Lleva su tiempo el adaptarse.

Laura estornuda.

Charly – Quizá son los pesticidas con que bombardean los campos de patatas… Cuando no se está acostumbrado…

Laura – ¿Pesticidas?

Charly – Me gustaría que vieran el espectáculo. Es fantástico. Uno de los escasos atractivos del lugar. Cuando los helicópteros empiezan a largar los pesticidas, con música de fondo, uno se creería en Apocalipsis Now…

Laura – Eso debe ser muy nocivo para la salud…

Charly – Dicen que no, pero… Quizá el problema de Juan Carlos venga de ahí… Además de la consanguinidad, evidentemente.

Manolo le lanza una mirada furibunda. Se escucha la vomitona de Wendy. Todos se quedan un tanto cortados.

Manolo – Si no es indiscreción, ¿puede decirme a qué se dedica en Madrid?

Laura – Soy periodista.

Manolo – ¿De verdad?

María – ¿Y piensa hacer un reportaje de la zona?

Laura – Estamos de vacaciones pero… Nunca se sabe… Si encuentro algo interesante… Mi intención, más bien, es la de escribir una novela.

Manolo – ¿Una novela? Eso está muy bien.

María – Nuestro alcalde también es escritor.

Laura – ¿No me diga?

Manolo – Bueno, más bien escribe libros de historia.

María – ¿Y su señora…? Quiero decir… su amiga… ¿también es periodista?

Laura – No exactamente… Es productora en una cadena independiente de televisión. (En tono confidencial) WC producciones… Es ella.

María – ¿WC?

Laura – No han oído hablar de Wendy Crawford? Son sus iniciales…

Manolo – Entonces ¿trabaja en la tele?

Laura – Seguro que han visto alguna vez su programa: “Caza talentos españoles”.

María – ¿Caza talentos? ¿Lo dice en serio? ¡Por supuesto que la conocemos!

Laura – Pues es ella la que produce el programa.

Juan Carlos – ¿Caza talentos?

Todos se quedan mirando a Juan Carlos, cuya presencia había pasado inadvertida hasta el momento. No dice nada más

Laura – El programa lleva diez años en antena. La presión es enorme. La pobre se ha pasado de rosca.

María – ¿De rosca? ¿Qué quiere decir con eso?

Manolo – ¿Que empina el codo más de lo conveniente?

Charly – Hace tiempo eso se conocía como depresión nerviosa.

Laura – Lo cierto es que la cadena ha decidido clausurar el programa. Si Wendy no quiere quedarse de patitas en la calle, debe proponerles algo más actual. Su último programa no funcionó…

Manolo – ¿En serio?

Laura – Eso sin hablar del accidente en el Mar Báltico… Supongo que han oído hablar de ello…

Manolo – Si… Es posible…

Laura – Se trataba de un nuevo concepto de programa… Conseguimos reunir en un submarino amarillo a un ramillete de celebridades de los años 70 con problemas de claustrofobia. La finalidad del show era hacerles superar sus angustias.

María – Creo haber leído algo sobre ese asunto en la peluquería.

Laura – Pues ocurrió que el capitán del submarino resultó ser un depresivo congénito que no supo cómo volver a la superficie.

María – Debió ser terrible… Esas cosas pueden ocurrir… Es la fatalidad.

Charly (con énfasis) – La grandeza del hombre libre es aceptar su destino sin creer en la fatalidad.

Laura – ¿Es usted maestro?

Charly – Sí. Maestro… Vamos, maestro sin alumnos.

Laura – En resumen. W.C. se fue a la mierda por lo tanto decidió poner tierra por medio para evitar que se le “atascara un bajante”.

De nuevo sonido de vómito.

Charly – Espero que tire de la cadena.

Laura – Quizá alejándose de Madrid consiga pensar en un nuevo tipo de programa. Pero, de momento, ha renunciado a todo. Debe empezar de cero.

Manolo – La comprendo… A nosotros también nos gustaría empezar de cero.

Charly – Pero como ya estamos a cero desde hace tiempo, lo que nos gustaría es largarnos de aquí.

Laura – Ahora tengo el proyecto de escribir un biopic.

Manolo – ¿Un biopic?

Laura – Una especie de biografía sobre W.C. Quiero contar su vida… La vida de una productora de televisión es impresionante. Por eso buscamos un lugar tranquilo donde descansar durante varios meses, lejos del follón de la Capital.

María – Pues este es el lugar ideal. Ni móvil ni internet. No hay cobertura.

Charly – A veces nos preguntamos si no vivimos dentro un agujero negro.

Laura – Tampoco estaría mal comprar una casita en el campo… Se trata, tan sólo, de comenzar a echar raíces.

María – Aquí la raíces son profundas… Tanto que luego no puedes marcharte.

Juan Carlos – ¿Quiere ver cómo me escondo en el frigorífico?

María (en tono de reproche) – Juan Carlos, por favor…

Silencio.

Laura – Desde luego este es un sitio especial… Nunca he visto nada tan…

Manolo – Auténtico.

Laura – No es la palabra que busco, pero…

Manolo – ¿Por qué no se quedan varios días en el pueblo… o quizá por más tiempo…?

Laura – ¿También alquilan habitaciones?

Manolo – Podríamos arreglarnos…

Manolo y María se miran con cierto asombro. Vuelve Wendy.

Laura – ¿Sabes una cosa, Wendy? Este señor propone alquilarnos una habitación aquí, en el Bar Manolo. ¿Qué te parece?

Wendy – Me dan ganas de vomitar otra vez.

María – Nunca se sabe, quizá incluso les pueda interesar comprar el café.

Laura – ¿El café está en venta? ¿Has oído eso, Wendy? Tendría su gracia.

Wendy – Al menos no nos molestarían los clientes.

Manolo – Ahora no hay mucho movimiento, pero los turistas llegarán pronto…

María – Dentro de poco estaremos en temporada alta…

Laura (asombrada) – ¿En el mes de marzo? ¿Por alguna razón especial…?

Manolo (sin saber qué contestar) – Es decir que… en primavera…

Charly – Los campos de patatas estarán en flor. Es muy romántico. Ya lo verán.

Laura – Las patatas… Es curioso… ¿Has oído eso Wendy?

Wendy – No sabía que las patatas dieran flores. Pero si quieres puedo regalarte un ramo para tu cumpleaños.

Charly – Incluso un perfume… ¿Por qué no? Aroma de Patata de Givenchy. Al menos sería original.

Laura – Siempre se habla de los tulipanes de Holanda, pero las patatas…

Charly – Las patatas de Villaburros de la Iglesia.

Laura – ¿Cuánto dura la temporada?

María – Depende de la variedad.

Manolo – De hecho, florecen durante todo el año.

Charly – Sobre todo las patatas transgénicas, especialidad del pueblo.

María – Se producen durante todo el año.

Juan Carlos se acerca.

Juan Carlos – También puedo meterme en el cubo de la basura… ¿Quieren verlo?

María – Vamos, Juan Carlos… Estás molestando a estas señoras… ¿Por qué no te entrenas por ahí? Precisamente acabo de sacar el cubo.

Manolo hace salir a Juan Carlos.

María – Perdónenle… Es un poco simple.

Manolo – Les aseguro que aquí estarían muy bien.

Laura – Wendy tiene razón. Esto parece un tanto muerto.

Charly – La verdad es que desde que hicieron la autopista…

María – También porque es la hora de la siesta.

Wendy – Pero si apenas es la una… ¿Se echan tan pronto la siesta por aquí?

María – Hace una hora, estábamos al completo.

Manolo – También podrían hacer venir a sus amigos de Madrid. Hay un local estupendo en la primera planta.

Laura – Tendría su gracia.

Wendy – ¿Tienen algo fuerte para echarse entre pecho y espalda?

María – ¿Se refiere a una especialidad de la zona?

Manolo – Nuestra especialidad es el aguardiente de patata.

Charly – Les aseguro que la primera vez es una experiencia única.

Manolo – Como el amor.

Charly – Y, como el amor, te deja ciego.

Wendy – Creo que me voy a dejar tentar.

Manolo le sirve.

Laura – No deberías mezclarlo con las pastillas.

Wendy – Hay que morir de algo…

Manolo – ¿Qué le parece?

Charly – La receta la inventó el monje que se tiró a Juana la Loca en una granja de por aquí en el siglo XVI.

Manolo – La primera ronda la paga la casa.

Wendy – Predomina el sabor a patata

Charly – Cae bien, cuando no te mata inmediatamente.

Manolo – Un producto natural.

Charly – Cien por cien bio… Bioquímico posiblemente.

María les sirve de nuevo.

María – Una segunda copa ofrecida por la Oficina de Turismo de Villaburros de la Iglesia.

Manolo – Con esto, seguro que no necesita más pastillas.

Wendy – Debe ser muy efectivo para suicidarse.

Manolo – Y, totalmente legal.

Charly – El mismo alcalde es el que destila el elixir en su cueva con un alambique clandestino.

María – Este divino brebaje lo bendice nuestro cura una vez por año. Un hombre santo, sin duda.

Vuelve Juan Carlos, medio atontado y cubierto de deshechos.

Juan Carlos – Tío, he sido incapaz de meterme en el cubo de la basura. Está a tope.

Manolo – Este chico cada vez es más tonto…

Wendy – Quizá quiere echar también un trago del elixir.

María – Ni soñarlo. Ya está bastante ido el pobre.

Manolo – Vamos, vete a jugar por ahí. ¿No ves que estamos charlando los mayores?

Juan Carlos (frustrado) – Me importa un bledo. Cualquier día de estos me largaré a Madrid.

Sale Juan Carlos.

María – Esta región es una maravilla.

Manolo (mirando fijamente a Laura) – Que no muestra todos sus encantos a la primera de cambio, como les ocurre a las mujeres hermosas.

María – Además, resulta muy interesante el contacto directo con los clientes.

Manolo (a María) – Mucho más sano para una depresiva que el quedarse rumiando su problema en un rincón.

Laura – Un tanto chocante pero… en el fondo podría ser divertido ¿No te parece? ¿No querías cambiar de vida? Pues ahora tienes la ocasión.

Wendy – Me refería más bien a una vida distinta, pero mejor.

Empieza a cundir un cierto aburrimiento.

María – Vengan conmigo. Les enseñaré el piso de arriba. Es muy coqueto.

Charly – Y muy práctico. No se necesita transporte alguno para acudir al trabajo. Tan sólo bajar unas escaleras. Mejor que la línea 6 del metro de Madrid.

María conduce a Wendy y Laura a la escalera que sube al primer piso.

María – Ustedes primero. ¡Faltaría más!

Manolo – Tengan cuidado. La escalera está un tanto desgastada

Salen

Manolo – Nos las ha enviado el cielo.

Charly – Parece un milagro.

Manolo – Además, estoy seguro de que son capaces de apreciar la magia del lugar

Charly – Quizá estén bajo el efecto del licor de patata. A mí también me produjo alucinaciones en cierto momento.

Manolo – Hay que hacer lo posible para que pasen aquí la noche.

Charly – Haz lo que puedas… Yo, mientras tanto, me voy a cambiar.

Manolo – Mejor será. Hay que causarles buena impresión.

Sale Charly. Vuelven Don Honorato y Don Feliciano.

Don Honorato – ¿Quiénes son esas dos encantadoras criaturas que he visto entrar en el café?

Feliciano – Por cierto, ¿dónde están?

Manolo – Vienen de Madrid. María les está enseñando el piso de arriba.

Don Honorato – ¿De Madrid?

Feliciano – ¿Y por qué visitan la planta alta?

Manolo – Si consiguiéramos que se instalaran aquí, Villaburros de la Iglesia se convertiría en lugar tan chic como Marbella.

Don Honorato – ¿Estás seguro?

Manolo – Mientras tanto, intento venderles el café.

Feliciano – Te estás haciendo el cuento de la Lechera.

Don Honorato – ¿Estás seguro que a esas señoritas les gustaría vivir aquí?

Manolo – La que trabaja en Reality Shows está un tanto deteriorada… Vamos… completamente deprimida. La otra más o menos, pero al revés.

Feliciano – ¿Qué quieres decir con “al revés”?

Manolo – Que está tan ida como la otra, pero todo le parece maravilloso. ¡Incluso Villaburros de la Iglesia! ¿No es formidable?

Feliciano – Lo que no comprendo es cómo han sido capaces de llegar hasta aquí.

Manolo – Dios nos las ha hecho llegar. Estoy seguro. Puede decirse que casi he recuperado la fe. Buscan un lugar tranquilo para recobrar la salud mental y escribir sus memorias.

Don Honorato – ¿Tranquilo? Pues… Sí… Imposible encontrar otro lugar igual… Pero ¿realmente piensas que…?

Entra en el café un individuo disfrazado con traje de zorro y máscara. Más tarde se sabrá que se trata de Juan Carlos.

Juan Carlos – ¡Arriba las manos! ¡Esto es un atraco!

Manolo – ¡Vaya! ¡Lo que nos faltaba!

Don Honorato – ¡Un atraco en estos momentos…!

Feliciano – Decididamente hoy están ocurriendo cosas muy raras en el pueblo.

Don Honorato – Y tú les has asegurado que se trataba de un lugar tranquilo…

Manolo – ¿Qué coño quiere este tipo? ¡Me va a fastidiar el negocio!

Juan Carlos – Vamos… La pasta… Y, rapidito…

Manolo – Enseguida, chaval. No te pongas nervioso.

Manolo rebusca tras el mostrador y saca un fusil para enfrentarse a la pistola.

Feliciano – ¡Empieza la batalla!

Juan Carlos – ¡Sin pasarse, que mi pistola es de juguete!

Manolo – ¡Ya lo sé, imbécil! Fui yo quien te la regaló por tu Primera Comunión junto al disfraz de zorro y el reloj sumergible.

Se quita la máscara de zorro y todos ven que se trata de Juan Carlos. Manolo guarda el fusil.

Don Honorato – ¡Eres un cretino!

Manolo – Las chavalas no tardarán en bajar. ¿Qué hacemos con éste?

Juan Carlos – Tan sólo quería algo de pasta para presentarme al concurso en Madrid.

Feliciano – ¿De qué concurso hablas?

Juan Carlos – De “Caza talentos”.

Feliciano – Quizá deberíamos llamar a la poli, ¿No os parece?

Don Honorato – Más bien al hospital psiquiátrico.

Manolo – No tenemos tiempo. Además no es cuestión de asustar a las chicas con la llegada de la pasma.

Manolo señala el congelador.

Manolo – Métete ahí.

Juan Carlos – ¿Ahí adentro?

Manolo – No eres contorsionista, pues demuéstralo.

Juan Carlos – Sí, pero…

Manolo – Seguro que la señora de la tele quedará muy impresionada al ver que cabes en un congelador.

Juan Carlos – ¿Estás seguro?

Manolo – ¿Quieres participar en el concurso o no?

Juan Carlos – Vale… Lo intento…

Feliciano – Al menos es un chico bastante obediente.

Don Honorato – Ahora comprendo el que sus padres consiguieran meterle en un contenedor amarillo.

Juan Carlos se mete en el congelador.

Manolo – No se preocupen. Está desenchufado. Tan sólo lo utilizamos en verano para guardar los polos.

María baja junto con Laura y Wendy. Manolo cierra a toda prisa la tapa de congelador.

Manolo – Señoras, les presento al Señor Alcalde que quiere darles personalmente la bienvenida a nuestro encantador pueblo.

Laura – Mucho gusto, Señor Alcalde…

Don Honorato – Puede llamarme Honorato, por favor.

Laura – Está bien…

Manolo – También quiero presentarles al Señor Cura, que…

Feliciano – Bendita sea, señora.

Manolo – Que… justamente pasaba por aquí… Bueno, ¿y qué les ha parecido ese nidito de amor.

Laura – Pues… Sí…

Wendy (dirigiéndose a María) – ¿Cómo dijo usted antes…?

María – Coqueto, dije coqueto.

Laura – Exactamente… Coqueto… ¿No te parece Wendy?

Wendy – Sí. Ese es exactamente el calificativo que le va.

Momento de incertidumbre.

Manolo – Evidentemente esto no tiene nada que ver con Madrid.

Laura – Además, si lo que busca es un nuevo concepto de Tele realidad… Seguro que una larga estancia en este lugar le hará conocer lo que es la España profunda.

Wendy – No lo dudo… Seguro que para encontrar algo más profundo habría que perforar un pozo…

María – Está previsto realizar algunos trabajos de renovación.

Laura – Lo pensamos, ¿verdad Wendy?

Wendy – Eso es… Vamos a pensarlo… Mientras tanto necesito encontrar un sitio donde dormir… Me caigo de sueño…

Laura – ¿Dónde está el hotel? Porque aquí… La verdad es que…

Wendy – Como bien dice María, se precisan unos cuantos arreglitos. Sin ir más lejos, un cuarto de baño.

Don Honorato – Por el momento no tenemos hotel alguno… pero sería para mí un gran placer el…

Feliciano – Para una o dos noches puedo ofrecerles hospitalidad en el presbiterio.

Laura – ¿En el presbiterio?… ¿Y eso qué es?

Feliciano – Soy el modesto pastor de este rebaño de pobres pecadores.

Laura – ¿Un pastor con un rebaño de pecadores?

Wendy – El señor trata de explicarte que es clérigo.

Laura – ¡Claro… El cura! ¡Podría haberlo dicho antes! Como no va vestido de…

Feliciano – Ya saben que el hábito no hace al monje

Laura – De cualquier forma es muy gentil por su parte… Me refiero dejarnos dormir en ese lugar… ¿No es fantástico?

Wendy – Sí. Será estupendo pasar la noche en un presbiterio, algo que una mujer debe hacer al menos una vez en su vida.

Feliciano – Se trata tan sólo de caridad cristiana.

Laura – Además, con un cura no hay nada que temer.

Manolo – Si usted lo dice…

Don Honorato – O sea, que ya está todo resuelto. Ya verán como no les decepciona el lugar.

Feliciano – ¿Quieren seguirme?

Laura y Wendy siguen a Don Feliciano. Al salir se cruzan con Charly que vuelve vestido de mujer. Laura no le reconoce. Wendy le mira con desconfianza.

Laura – Señora…

Charly (a Wendy) – Parece que estos aires le sientan de maravilla.

Wendy (a Laura) – ¿Estas segura que no nos llevan al hotel de Psicosis…?

Salen.

Manolo – ¡Una productora de televisión y una periodista! ¡Qué suerte!

Don Honorato – ¿De verdad piensas que esos mirlos blancos van a comprar un café como éste en un pueblo como Villaburros de la Iglesia?

María – No sería la primera vez que una emisora de televisión se hace con un local para ellos extravagante. Ocurrió para el “Gran Hermano”.

Charly – Incluso han llegado a comprar una carnicería.

Don Honorato – Eso sin contar con los que se instalan en el campo para recuperar sus raíces pueblerinas.

María – Sin ir más lejos creo que Ricardo Darín hace su propio aceite de oliva y que Brad Pitt tiene su propia bodega en California.

Charly – Tan sólo falta algún famoso que cultive patatas transgénicas.

María – Sería una noticia bomba.

Manolo – Tenéis razón. Por qué iban a comprar este barucho de mierda. Sin embargo, trabajan en prensa y en televisión. Podrían hablar de nuestro pueblo y hacerlo famoso.

Don Honorato – No veo lo que podría interesarles de aquí…

María – Habrá que buscar algo. Otros pueblos no tienen ningún encanto y, sin embargo, son conocidos.

Don Honorato – ¿No me digas?

Manolo – Por ejemplo, Belén o Alcalá de Henares.

Don Honorato – Alcalá de Henares es la cuna de Cervantes.

María – Y Belén la de Jesucristo.

Charly – Pero en Villaburros de la Iglesia no tenemos más que a Juan Carlos.

Manolo – Ahora lo que hace falta es encontrar la fórmula para que se hable de nosotros y que vengan visitantes.

María – Al menos volvería a figurar en los planos.

Charly – Y no tendrían que anexionarnos a Villaburros de Arriba.

Don Honorato – Seguiríamos con nuestro alcalde, nuestro maestro, nuestro cura…

María – Y recuperaríamos a nuestros clientes.

Manolo – Hay que pensar algo rápidamente.

María – Al menos de momento.

Charly – Se trata de convencerles que Villaburros de la Iglesia es más divertido que la visita al cementerio el día de Todos los Santos.

Don Honorato – Hay que crear ambiente.

Piensan.

Manolo – ¿Qué tal un happy hour?

Charly – ¡Pero si no hay un cliente en 20 kilómetros a la redonda!… ¿Quién iba a hacerse 40 kilómetros entre ida y vuelta para endilgarse una copa de alcohol de patata?

María – Bueno… Seguid pensando que yo me voy a comprar algunas cosillas… Si vamos a tener clientes habrá que darles cosas buenas… Y las tiendas no están ahí al lado.

María sale. Vuelve Don Feliciano.

Don Honorato – ¿Qué ha ocurrido?

Feliciano – Les he dejado en el jacuzzi…

Manolo – ¿Un jacuzzi? ¿No era una balsa de riego?

Feliciano – Pues parece que les ha gustado…

Don Honorato – De ahí a que les interese quedarse por aquí hay un abismo.

Manolo – Contamos con la posible difusión en los medios. Lo único que hay que hacer ahora es encontrar algo para que hablen de nosotros.

Feliciano – Podríamos organizar una rifa.

Manolo – ¿Y por qué no también una procesión?

Charly – ¿Y si ocurriera algo extraordinario?

Don Honorato – Sí, algo para que la prensa se hiciera eco de este lugar.

Charly – El puerto donde se hundió el Costa Concordia está a tope desde el naufragio. Casi un lugar de peregrinaje.

Manolo – Claro que es poco probable que un trasatlántico choque con nuestro pueblo.

Charly – También es difícil que caiga aquí un avión. Jamás han sobrevolado Villaburros de la Iglesia.

Feliciano – Salvo los aviones que lanzan pesticidas sobre los campos de patatas.

Charly – Tampoco habrá ningún piloto tan deprimido como para venir a estrellarse precisamente aquí.

Don Honorato – Hay que poner los pies sobre la tierra… Deberá ser algo menos grandioso pero insólito.

Feliciano – Un accidente…

Manolo – Incluso un crimen repugnante.

Feliciano – Tampoco se trata de matar a nadie y cortarlo en trocitos para atraer a los turistas.

Don Honorato – Acabamos de salir indemnes de un hold-up. Eso puede sugerir algo.

Charly – ¿Un chalado armado con una pistola de plástico y disfrazado de Zorro… No creo que fuera suficiente para acceder a la prensa nacional.

Se escuchan unos golpes.

Manolo – ¡Coño! ¡Olvidamos sacar a Juan Carlos del congelador!

Manolo abre la puerta del congelador y le ayuda a salir.

Juan Carlos – ¿Qué tal lo he hecho?

Manolo – Bien, muy bien…

Charly – Menos mal que el congelador estaba desenchufado.

Don Honorato – Pues sí…

Manolo – ¡Acaba de ocurrírseme algo!

Feliciano – Te temo…

Manolo – ¿Estáis pensando lo mismo que yo?

Charly – ¡Eso es! Un cadáver encontrado dentro de un congelador…

Don Honorato – ¡Sí..! ¡Un congelador! Además, para eso no hay que gastar mucho…

Feliciano – ¿Estáis seguros que un cadáver encontrado en el congelador de un bar de pueblo atraerá a los turistas?

Charly – Se trata tan sólo de inventar una historia sabrosa.

Manolo – ¡Estoy viendo los titulares en prensa!

Don Honorato – Dramático accidente en Villaburros de la Iglesia : un fan del concurso “Caza talentos” muere congelado mientras se entrenaba.

Manolo – Seguro que eso atraería también a la televisión.

Todos miran a Juan Carlos.

Juan Carlos – ¿Qué pasa conmigo?

Feliciano – ¿No estaréis pensando sacrificar a este pobre infeliz para hacer que venga la gente al nuestro pueblo…?

Manolo – No habría que matarle de verdad… Vamos, no del todo…

Feliciano – ¿Y cómo se mata no del todo?

Manolo – Juan Carlos, ¿quieres hacerte famoso?

Juan Carlos – ¿Cómo de famoso? ¿Quieres decir que saldría en la tele y todo eso?

Manolo – Claro… Incluso en los periódicos…

Juan Carlos – ¿Y qué tengo que hacer?

Don Honorato – Poca cosa…

Charly – Tan sólo morirte.

Juan Carlos – ¡Eso ni hablar! Yo quiero ser famoso estando vivo.

Manolo – ¿Prefieres eso o que llamemos a la policía para contarles que han intentado atracarnos armado con una pistola. Te pueden caer un porrón de años.

Juan Carlos – ¿Cuántos?

Manolo – No tengo ni idea, pero no se trata ahora de eso.

Don Honorato – Además, no estarás verdaderamente muerto.

Manolo – No pondremos el congelador a tope.

Juan Carlos parece dudar.

Juan Carlos – ¿Y me darás dinero para poder viajar a Madrid?

Manolo – Prometido. ¿Confías o no en tu padrino?

Juan Carlos – De acuerdo… Pero no acabo de comprender. ¿Durante cuánto tiempo estaré muerto?

Don Honorato – Estarás muerto al principio.

Manolo – Pero no luego.

Juan Carlos – ¿Cómo Jesucristo, señor cura?

Feliciano – En efecto… Como Jesús…

Charly – Todo saldrá bien. No te preocupes.

Don Honorato – Y, al final resucitarás, como Jesús.

Charly – Vamos a grabarlo y a colgarlo en YouTube. ¡Será estupendo!

Feliciano – Te harás famoso. La noticia se hará viral.

Manolo – ¡Juan Carlos, ha llegado el momento de mostrar tu auténtico talento!

Juan Carlos – Vale… De acuerdo…

Juan Carlos vuelve al congelador. Charly empieza a grabar con su teléfono móvil. Manolo conecta el congelador.

Feliciano – ¿De verdad vas a ponerlo en marcha?

Manolo No se preocupe. Lo dejaré al mínimo. Tan sólo sentirá una ligera hipotermia. Así será más creíble.

Don Honorato – Si no está congelado del todo no servirá para nada.

Manolo – Lo pondré en el dos.

Feliciano – ¿Y si le matamos? ¿Habéis pensado en esa posibilidad? Serás acusado de asesinato, Manolo. Al fin y al cabo se trata de tu congelador.

Don Honorato – No creo que vaya a morir. Eso sí, se cogerá un buen constipado.

Charly – Como mucho uno o dos dedos congelados. Igual que los alpinistas que conquistan el Himalaya. Cuando se pretende ser un héroe hay que hacer ciertos sacrificios.

Feliciano – Al fin y al cabo se trata tan sólo de permanecer encerrado en un congelador…

Charly – Entre nosotros… ¡para lo que le sirven los dedos! Total si tienen que cortarle dos o tres, todavía le quedarán bastantes con que sonarse los mocos.

Manolo – Tenemos el tiempo justo para hacer correr la noticia y que los medios hablen de nuestro pueblo.

Charly – Pero la policía se dará cuenta de que no está muerto.

Manolo – Eso es cierto… Puede ser el punto débil de nuestro plan.

Don Honorato – ¿La poli? Ya sabes cómo se las gastan… Les invitas a unos chatos y son capaces de decir que tu mujer es Miss España.

Manolo le lanza una mirada amenazante.

Manolo – No sé cómo tomarme eso…

Charly – Quiere decir que, en ayunas, la tomarían por Miss Mundo.

Manolo – Será mejor ponerle por encima unos cuantos cubitos de hielo.

Juan Carlos saca la cabeza del congelador.

Juan Carlos – ¿Estoy bien peinado?

Manolo – Muy bien. No te preocupes.

Juan Carlos – ¿Está bien mi camiseta?

Charlie sigue grabando.

Manolo – Vamos, métete de nuevo. María está a punto de llegar…

Juan Carlos – La verdad es que no hace mucho calor ahí dentro.

Manolo – Normal… Se trata de un congelador.

Juan Carlos – Y está muy oscuro…

Feliciano – Siempre me he preguntado si realmente se apaga la luz al cerrar la puerta del frigorífico.

Charly – Haría mejor en preguntarse si es cierto que hay una vida después de la muerte…

Don Honorato – En todo caso ahora tendríamos un testigo ocular… Eso si conseguimos descongelarlo.

Manolo – En último caso la periodista podría escribir un artículo sobre el tema…

Charly – Ya estoy escuchando a Matías Prats en el telediario diciendo: Seguramente ustedes se habrán preguntado muchas veces si la luz del congelador de apaga al cerrarlo, pues bien un valiente vecino de Villaburros de la Iglesia ha aceptado prestarse a una curiosa experiencia para dar respuesta definitiva a tan angustiosa duda…

Juan Carlos – ¿El telediario de las dos? Vale, me meto otra vez.

Feliciano – ¿Cuánto tiempo van a dejarle ahí?

Don Honorato – Será suficiente con una noche.

Manolo – María no debe saber nada de esto. Mañana lo descubrirá. Será mucho más creíble. Es muy mala actriz…

Don Honorato – No se inquiete, Don Feliciano. Puede salir de ahí cuando quiera, como bien puede verse.

Manolo – Pues sigamos adelante antes de que vuelva María. Tampoco creo que ninguno de vosotros seáis buenos actores.

Salen todos. Vuelve María con las compras. Las va guardando en su sitio.

María – Pondré los polos al frío antes de que se derritan… (Los introduce en el congelador sin ver a Juan Carlos) Lo enchufaré… Manolo se me ha adelantado… aunque está muy bajo… Voy a ponerlo al 10… (Cierra la puerta del congelador y coloca encima un saco de patatas) Mañana freiré las patatas. Ahora estoy muerta… (Se dirige a la salida, pero antes echa un vistazo al congelador) Siempre me he preguntado si se apagaba la luz del congelador al cerrar la puerta…

Apaga la luz y sale. Se escuchan golpes en el congelador.

Oscuro. Elipse de noche. Posible entreacto.

ACTO 2

 

Luz. Entra María bostezando y enciende las luces del bar, como hace todas las mañanas. Coge el saco de patatas que está sobre el congelador y empieza a pelarlas.

María – Siempre las dichosas patatas…

Entra Manolo

Manolo – Buenos días querida. ¿Qué tal has dormido?

María le mira incrédula.

María – ¿Estás enfermo?

Manolo – No… Tan sólo quiero saber si estás bien. ¿Pero qué haces?

María – Pelar patatas… ¿O es que no ves más?

Manolo – Sí… Claro…

María – Las pelaré, las cortaré y las meteré en el congelador. Aguantarán hasta el verano.

Manolo – ¿Quieres que te ayude? (María le mira con la mosca detrás de la oreja) Así podrás ocuparte en preparar el desayuno a las madrileñas…

Manolo se pone a pelar. María le mira, estupefacta.

María – ¿Seguro que estás bien?

Manolo – Por supuesto. ¿Por qué lo preguntas?

María – Pues porque es la primera vez que te veo pelar patatas.

Manolo (mirando hacia la puerta) – Hablando del rey de Roma…

Entran Laura y Wendy.

Manolo – Buenos días, señoritas. ¿Han dormido bien?

Laura – Yo, al menos, como un lirón.

Wendy no responde, pero no parece estar muy contenta.

Manolo – Ya se lo dije. Acabarán por echar raíces.

Wendy – Un té con limón, por favor.

Laura – Para mí lo mismo.

María – Enseguida…

María se dispone a preparar el te.

Laura – ¿Tienen cruasanes?

María – No, no tenemos… Pero si quieren les puedo freír unas patatas. Están recién cogidas.

Wendy – No gracias…

María – Dos tés con limón… pero sin limón… Porque no tenemos.

Laura – Siempre que el agua esté caliente…

Manolo – Por eso no sufra… De cualquier forma aquí hervimos siempre el agua, por si acaso…

María – Mientras hierve el agua voy a comprobar que el congelador esté funcionando bien para poder congelar las patatas.

Manolo sonríe con desgana.

Manolo – Siéntense, por favor. Enseguida les servimos.

Se sientan las dos mujeres.

Wendy – Tienes razón. No debemos quedarnos aquí por mucho tiempo… Es un lugar muy auténtico, pero… No parecen gente muy normal…

Laura – Cuando ayer se nos unió el cura en el yacusi parecía un tanto especial…

Wendy – Si al menos se hubiera puesto un taparrabos…

Manolo sigue pelando patatas.

Manolo – Me parece que el día va a ser sabroso.

Las mujeres siguen hablando.

Wendy – Y mira ese cortando patatas transexuales con ese cuchillo tan grande…

Laura – Querrás decir transgénicas.

Wendy – Me huelo que ya le ha rebañado el pescuezo a más de un viajero de paso. Creo que a este antro le llaman el Café Siniestro.

Laura (riéndose nerviosamente) – No sigas, que acabarás por meterme el miedo en el cuerpo.

Wendy – Me gustaría saber qué hacen con los cuerpos…

Laura – Quizá los llevan a sótano…

Wendy – O los meten en el congelador.

Reprimen una risa nerviosa.

Laura ¿Qué te parece si tomamos el té y nos largamos?

Laura se sobresalta al oír el grito que lanza María al abrir el congelador.

María – ¡Dios mío! ¡Qué horror!

Manolo (fingiendo sorpresa) – ¿Qué pasa?

María – ¡Hay un hombre en el congelador!

Manolo – ¡No puede ser!

Laura le lanza una mirada despavorida a Wendy.

Manolo (fingiendo mal la sorpresa) – ¿Un hombre? ¿Pero de quién se trata?

María – No lo sé… No he querido mirar… ¡Tan sólo he visto dos ojos que me miraban fijamente a través del hielo!

Entra Charly.

Charly – ¿Ocurre algo?

Manolo – ¡María acaba de encontrar un cadáver en el congelador!

Charly – ¿Un cadáver…? ¿Se trata de alguien conocido?

Manolo – Todavía no lo sabemos.

Charly graba con su teléfono.

Laura – ¡Aquí están todos locos! Nos vamos ahora mismo!

Wendy – ¡Espera un poco! Esto empieza a ponerse interesante!

María – ¡Hay que llamar a la policía!

Manolo – ¡Vaya historia!

Wendy – ¿Qué pasa con mi té?

Manolo – Ahora mismo… The tea must go on…

María descuelga el teléfono.

María – ¿Señor Comisario…? Tiene que venir enseguida. Hay un fiambre en el congelador… No, no se trata de un bebé, ¿acaso cree que le molestaría por tan poca cosa?

Manolo le sirve el té.

Manolo – ¿Con leche o sin leche?

María – Sí… En Villaburros de la Iglesia… ¿Qué dónde está? Pues, más o menos, en el kilómetro 22 entre Villaburros de arriba y Villaburros de abajo… Está bien… Les esperamos.

Manolo – ¿Qué te han dicho?

María – Que enseguida mandan dos especialistas de la policía científica…

Wendy – ¿La policía científica en Villarrubios de la Iglesia…? Desde luego esto se parece cada vez más a Corrupción en Miami.

Laura – De cualquier forma seguro que este poblacho de mierda va a hacerse famoso al menos en la televisión local.

Wendy – Como decía Andy Warhol: todos tenemos derecho a nuestro cuarto de hora de fama.

Entran Don Honorato y Don Feliciano.

Don Honorato – Buenos días… ¿Todo va bien?

Charly – Acaban de encontrar un cadáver en el congelador.

Feliciano – ¿Un cadáver? ¿Te refieres a un cadáver humano?

Charly – Sí, humano… No un cadáver de vaca en chuletones.

María abre de nuevo el congelador.

María – Miren… Hay una nota en la puerta… Por el interior…

Feliciano – ¿Una nota?

Manolo – ¡No es posible!

María – Bueno, más bien parece algo grabado en el hielo… Quizá unas palabras de despedida.

Don Honorato – ¿Entonces se trata de un suicidio?

Charly – Que yo sepa sería la primera vez que alguien se suicida encerrándose en un congelador.

Don Honorato – Creo que hubo un caso de suicidio en una sauna, pero ¿en un congelador?

Charly se acerca al congelador.

Charly – A lo mejor es para la policía… Con el nombre del asesino…

Don Honorato – Pudiera ser…

Manolo (a María) – Vamos… ¿Qué esperas para leerla?

María – Tiene un montón de faltas de ortografía.

Charly – Es curioso, pero no sé por qué me resulta familiar.

María – Está confuso… Sobre todo el principio…

Feliciano – Seguramente el maestro lo entenderá mejor… Está acostumbrado a todo tipo de letras.

Charly echa un vistazo al congelador.

Charly – La verdad es que se trata de una letra conocida.

Manolo – ¿Entonces?

Charly – Esperen un momento… Si… eso es… Manolo me ha matado… Eso es lo que dice. (Todos miran a Manolo, sorprendidos) Perdón… Estaba de coña.

María – ¡Vamos, Charly! ¡No es momento para bromas!

Todos se miran consternados

ACTO 3

 

Ruido de helicóptero.

Feliciano – ¿Qué es eso?

Entran Ramírez y Sánchez, los policías que más bien tienen pinta de bandoleros que de pertenecer al cuerpo de élite. Ramírez, el comisario, se parece, vagamente, a Columbo.

Manolo – ¡Ya está aquí la Policía Científica!

María – ¡Pues sí que se han dado prisa!

Charly – Son fuerzas especiales. Seguramente les lanzaron en paracaídas.

Ramírez – Comisario Ramírez e inspector Sánchez. Hemos venido en Helicóptero para llegar antes, pero nos ha costado Dios y ayuda encontrar este rincón perdido.

Sánchez – Como referencia hemos seguido una carretera que acaba en pleno campo de patatas.

Don Honorato – Sí, claro… Es la antigua carretera nacional. Hace unos años la degradaron a camino vecinal al construir la autopista.

Manolo – Y eso ha perjudicado enormemente al comercio en Villaburros de la Iglesia.

Ramírez – ¿El comercio? ¿Qué comercio?

Sánchez – Pensamos que no viviría nadie aquí.

Feliciano – Antes de la guerra hubo un ultramarinos… Al menos eso es lo que dicen.

Don Honorato – Ahora vamos una vez al mes a Carrefour y guardamos la comida en el congelador.

Ramírez – Hablando de congeladores… ¿Dónde está el congelador de la denuncia?

Sánchez – Where is the body? Como dicen nuestros colegas Americanos…

Manolo – Es por aquí… Pero mejor sería que antes tomaran algo…

María – Porque les prevengo que no es plato de gusto…

Ramírez – Pues quizá, pensándolo bien…

Don Honorato – El cuerpo está en el congelador… No se va a pasar…

Ramírez – En ese caso… Metámonos algo entre pecho y espalda. Aunque sólo sea para entonarnos antes de entrar al trapo. ¿No es así Sánchez?

Manolo – ¿Les apetece un traguito, señoras? Como no hay limón, le irá de maravilla al té.

Wendy – ¿Por qué no?

Laura – De perdidos al rio…

Manolo añade una dosis en cada una de las tazas y sale. Laura mira la taza.

Laura – ¿Te has dado cuenta? El té se ha vuelto transparente como el agua.

Wendy – Es verdad.

Laura – Es posible que sea tóxico.

Wendy – O bien que han olvidado añadir el té en el agua caliente.

Laura – Al menos han hervido el agua…

Intercambia una mirada inquieta.

Ramírez – No está mal…

Sánchez – Pues yo empiezo a verlo todo borroso… ¿Es normal?

Charly – No se preocupe… Suele ser pasajero…

Feliciano – Algún caso se ha dado de demencia permanente, pero muy rara vez.

Sánchez – O sea que se trata, más bien, de una droga dura.

Ramírez – Mientras sea legal…

Sánchez – Además es bueno para los bronquios.

Ramírez – ¿No será inflamable?

Charly – Conozco a un tragador de fuego que lo utilizaba en lugar de gasolina súper sin plomo porque resultaba más barato.

Don Honorato – Yo mismo añado un chorrito en mi cuatro por cuatro y no he visto que le perjudicara.

Ramírez – Nunca me he echado un trago de Diesel, pero creo que debe tener un gusto parecido.

Feliciano – Si bebiéramos un trago de desatascador después de tomar este brebaje seguramente tendríamos la impresión de tomar agua bendita.

Vacían los vasos.

Ramírez – Bueno… ¿Dónde está ese cadáver?

Manolo – Por aquí, señor Comisario…

Ramírez – Vaya usted, Sánchez. Ya sabe que no soporto ver un cadáver (A los demás) Si un día dejo este trabajo, será por esa razón.

Manolo abre la puerta del congelador. El maestro va grabando.

Sánchez – Pues sí… Está duro como una piedra. Venga a verlo, jefe.

Ramírez – No Sánchez… Me fio de lo que usted me diga.

Manolo, Don Honorato y Don Feliciano se acercan a mirar.

Feliciano – ¡En el nombre de Dios! ¡Está totalmente congelado…!

Ramírez – Parece usted sorprendido y, sin embargo, debe estar acostumbrado a ver cadavéres.

Manolo – No entiendo nada. Lo había puesto al mínimo…

Manolo, Honorato y Feliciano están realmente consternados

María – Fui yo la que, anoche, lo puso en el diez. Para congelar las patatas.

Sánchez – Jefe, quizá se trate de un negocio de bebés congelados.

Ramírez – ¿Un bebé?

Sánchez – No. Más bien parece un hombre de unos veinte años…

Ramírez – ¿Entonces?

Sánchez – Quizá ha sobrevivido comiendo lo que había en el congelador y cuando ya no había nada, se ha muerto de hambre.

Ramírez – Una pista interesante, Sánchez… Pero ¿qué es lo que había en ese congelador?

María – Nada. Estuvo apagado todo el invierno…

Ramírez – Ya comprendo…

Sánchez – Jefe… Creo que también ha intentado escribir algo en la tapa.

Ramírez – ¿De verdad…? Eso tengo que verlo…

Ramírez se acerca.

Ramírez – Vaya… Esto parece la cueva de Altamira… ¿Qué es lo que dice ahí?

Sánchez – A mí más bien me parecen jeroglíficos…

Ramírez – Saque una foto. La enviaremos a un egiptólogo para que analice este guirigay.

Sánchez – Pero ¿con qué intención?

Ramírez – Para mejor identificar la personalidad de la víctima.

Sánchez – Por lo general se investiga sobre la personalidad del asesino.

Ramírez – No me venga con rollos, Sánchez. ¿Acaso quiere enseñarme mi oficio?

Sánchez – Ni mucho menos, jefe. Enseguida tomo las fotos.

Ramírez – Pediremos al laboratorio que fijen la hora de la muerte con el carbono 14. Cuando lo sepamos se podrán efectuar hipótesis sobre la circunstancias del fallecimiento.

Manolo – ¿Acaso sospechan de nosotros, señor Comisario?

Ramírez – El cuerpo está en su local.

María – Pero nosotros llamamos a la policía.

Ramírez – No pueden imaginar cuántos asesinos llaman a la policía tras haber cometido el crimen…

Don Honorato – Según usted, señor comisario, cuánto tiempo hace que murió.

Ramírez – El problema con los congelados es que resulta difícil de apreciar. Este tipo puede estar aquí desde ayer o desde hace seis mil años.

Sánchez – Espero que tengan una buena coartada entre el jurásico y el cretácico.

María – Pues, como ya les he dicho, fue ayer noche cuando enchufamos el congelador…

Sánchez – ¿Qué hacemos, Jefe? ¿Le sacamos ya?

Ramírez – Déjalo ahí de momento… Hay que tener mucho cuidado con los congelados. Se puede romper la cadena del frío.

Sánchez – ¿Entonces, qué sugiere, patrón?

Ramírez – ¿Qué puñetas le ocurre, Sánchez?

Sánchez – No entiendo…

Ramírez – Hasta ahora siempre me ha llamado jefe. ¿Por qué ahora me llamas patrón? No me gusta que te tomes tantas familiaridades.

Sánchez – Perdón, Jefe. Tiene usted razón… Además no ha muerto a tiros.

Ramírez – Esto no es una novela de detectives. Nosotros representamos a la élite de la policía: la policía científica.

Sánchez se queda traspuesto.

Sánchez – Jefe… ¡Jefe!

Ramírez – Estoy meditando.

Sánchez – ¿Qué hacemos entonces, patrón?      

Ramírez – Echa un vistazo a este tugurio… (En un aparte) Y no dudes en montar un buen lío aunque no lo creas necesario. Eso impresiona siempre a los sospechosos.

Sánchez – Como usted diga, jefe.

Sánchez recorre el local removiéndolo todo y haciendo bastante ruido.

Ramírez (a María) – Entonces usted fue la última en ver vivo a la víctima?

María – Más bien fui la primera en verlo muerto.

Ramírez – Eso es, precisamente, lo que quería decirle. Entonces fue usted la que descubrió el cuerpo, lo que la convierte en el principal sospechoso.

Manolo – ¡Por favor, comisario!

Ramírez – Y usted mejor haría en cerrar el pico y abrirlo tan sólo cuando le pregunten. ¿De acuerdo?

Sánchez – Jefe, creo haber encontrado el arma del crimen.

Sale de detrás del mostrador con la pistola de plástico que Manolo le quitó a Juan Carlos.

Ramírez – Pero, si es de juguete. Está bien claro.

Sánchez – Por supuesto, Jefe… Además la víctima no ha muerto de un balazo.

Ramírez – Para eso habrá que esperar a la autopsia. Le pueden haber matado con esta pistola y luego ponerlo al fresco en el congelador.

Sánchez – Pero, si usted mismo ha dicho que se trata de una pistola de plástico…

Ramírez – No quieras confundirme, Sánchez… (Se queda como en trance) Acabo de tener un flash… Tengo la sensación de que este asunto es mucho más complicado de lo que parece.

Sánchez – A mí siempre me lo pareció.

Charly – No se fie de las apariencias, señor comisario. El alcohol de patata puede producir alucinaciones.

Sánchez sigue buscando.

Sánchez – También tenemos esto.

Saca el fusil de caza.

Ramírez – ¿Es suyo este fusil?

Manolo – Pues sí… ¿Acaso está prohibido cazar?

Ramírez – No, pero… Puede ser sospechoso… Quien roba un huevo, roba cientos. Quien mata un jabalí, es ya de por sí, un asesino… ¿Qué hay en el piso de arriba?

Manolo – Nuestra casa.

Ramírez – Vamos, Sánchez… Echemos un vistazo por ahí… (Mirando a las dos mujeres) Esto tiene toda la pinta de ser un burdel.

Sánchez – ¡Que nadie se mueva!

Ramírez – Usted, la madame, vaya delante.

María – Síganme, por favor.

Ramírez señala con un gesto a las dos mujeres.

Ramírez (a Sánchez) – Luego interrogaremos a estas dos putas.

Laura y Wendy intercambian una mirada interrogante. Los dos policías siguen a María. Salen. Manolo, Don Honorato y Charles están preocupados. Olvidan la presencia de las dos mujeres que, desde hace un rato, observan lo que ocurre sin abrir la boca.

Manolo – Sólo nos faltaba esto… Ahora, un muerto.

Don Honorato – ¡Yo no he hecho nada!

Manolo – ¡Pero, todos estábamos de acuerdo!

Charly – Más bien fue idea tuya, Manolo

Wendy y Laura se quedan de piedra.

Laura – ¿Entonces, ustedes estaban en el ajo?

Wendy – Todos son cómplices…

Laura – Cómplices de un crimen.

Se vuelven hacia ellas, pillados en falta

Don Honorato – No, señoras… No es lo que ustedes creen.

Charly – A veces las apariencias engañan.

Feliciano – Seguramente han entendido mal.

Don Honorato – Con toda seguridad se trata de un homicidio involuntario.

Manolo – Por no decir de un accidente de trabajo.

Laura – ¿Pero acaso no son ustedes los que metieron a ese tipo en el congelador?

Charly – Se trata de algo más complicado.

Manolo – Algo con lo que añadir un poco de ambiente.

Don Honorato – Para demostrarles que también ocurren cosas en Villaburros de la Iglesia.

Charly – Así tendrían un buen asunto para escribir sobre nosotros.

Feliciano – En resumen, para echarles una mano…

Don Honorato – Por desgracia, la cosa se ha puesto fea.

Laura – Esto es cosa de locos, ya te digo…

Manolo – No nos irán a denunciar a la policía ¿verdad?

Laura – Nos vamos, Wendy

Se levantan con la intención de salir. Entran los policías junto a María.

Ramírez – Nadie sale de aquí sin mi autorización.

Las mujeres se sientan.

Ramírez – ¿Qué le ha parecido?

Sánchez – No está mal… Muy coqueto.

Ramírez – ¡No le hablo de la decoración, pedazo de bestia! Le hablo de la investigación.

Sánchez – Ah… Sí… Pues lo que yo pienso… Francamente…

Ramírez – Ya veo… Tendré que ser yo quien encuentre la clave de este enigma, como siempre, fiándome de mi instinto.

Ramírez se vuelve hacia los otros y se da cuenta de que pasa algo.

Ramírez – Pues mi instinto me dice que todos estos salvajes ocultan algo. Confíe en mi experiencia Sánchez.

Sánchez – Tiene razón, Jefe. Yo diría más: tienen pinta de asesinos…

Feliciano – Vamos, señores, se lo ruego. Están hablando con un Ministro de la Iglesia.

Ramírez – No se deje impresionar, Sánchez. Un Ministro de la Iglesia es para la jerarquía católica lo que un recluta para la jerarquía militar.

Feliciano – De cualquier forma, comisario, por lo que a mí respecta, soy el primer Magistral de esta comuna.

Ramírez (a todos) – Bueno… Basta ya de tonterías. Si tienen algo que declarar este es el momento.

Manolo – Pues…

Don Honorato – Es decir, que…

Charly – Me parece a mí que…

Sánchez – Yo me inclino por el cura, Patrón. Tiene pinta de macarra…

Ramírez – Muy bien, puesto que nadie quiere largar por esa boquita, procedamos al reconocimiento del cuerpo. Eso les refrescará la memoria…

Levanta la tapa del congelador.

María – Deje que primero saque las patatas.

Ramírez (a Manolo) – Usted, venga aquí… ¿Conoce o no conoce a la víctima?

Manolo – No sé cómo voy a reconocer a la víctima si tiene la cara llena de hielo…

Sánchez – Tampoco vamos a esperar a que se descongele…

Ramírez se fija en las mujeres.

Ramírez – Está bien… Entonces vamos a proceder de otra forma… ¿Quiénes son estas dos fulanas?

Sánchez – Ya veo. Ustedes son proxenetas en sus ratos libres… Con eso se ayudan a llegar a fin de mes.

Manolo – Son turistas de paso, señor comisario.

Ramírez – ¿Turistas? ¿Piensan que soy idiota? Los últimos turistas que pasaron por aquí fueron los alemanes. Llevaban uniforme y se marcharon al cabo de una semana por puro aburrimiento.

Sánchez – Este asunto está cada vez más turbio, jefe.

María – Cierto es que antes de la llegada de estas dos mujeres este era un pueblo sin historia.

Charly – Incluso, podría decirse que sin geografía.

Laura – Tienen un morro que se lo pisan.

Ramírez – Vosotras, las putitas, muevan el culo y acérquense.

Laura se acerca, seguida de Wendy. Ramírez obliga a Laura a meter la cabeza en el congelador.

Ramírez – ¿Tampoco usted reconoce a la víctima?

Laura – ¡Qué horror!

Wendy también mira.

Sánchez – Debe tratarse de alguien de la zona, jefe. Tiene pinta de subnormal. Además nadie se mete en semejante sitio por casualidad.

Ramírez no deja de mirar a las mujeres.

Ramírez – O sea que turistas…

Manolo – Se lo aseguro, señor comisario. Vienen de Madrid. Una de ellas trabaja en un periódico y la otra para la tele.

Ramírez – Se puede ser puta y trabajar en la tele. ¿Qué opina usted Sánchez?

Sánchez – Yo me inclinaría más bien por un asunto de faldas.

Ramírez (a Honorato) – Era el amante de su mujer. Por eso le ha despachado.

Don Honorato – No estoy casado, Comisario.

Ramírez (a Manolo) – Entonces, ¿tú eres el cornudo?

Sánchez – Tiene toda la pinta.

Manolo – De eso nada… Bueno… En cierto modo… El cura es el amante de mi mujer.

Ramírez – Ya… (Mira a las mujeres) Y ustedes no habrán visto nada, como es natural… Para ser periodistas no son muy observadoras que se diga.

Laura – Pues si… Desde la ventana del piso de arriba me pareció ver a un hombre tipo el Zorro, entrar en el café.

Sánchez – ¿Zorro?

Ramírez – Pero ¿qué coño hacían ustedes ahí arriba?

Sánchez – Quizá se estaba tirando al patrón.

Wendy – Esta señora nos invitó a visitar el apartamento porque está en venta.

Ramírez – Entonces vieron entrar a ese Zorro en el Bar Manolo… (Irónicamente) Entonces quizá sea él el asesino, ¿no le parece, Sánchez? Mire a ver si a ese Don Diego de la Vega le tiene fichado nuestro servicio…

Sánchez – Está bien, Jefe… ¿Puede repetirme el nombre?

Ramírez suspira.

Laura – Me refería a un hombre enmascarado, señor comisario.

Wendy – También puede tratarse de un robo que acabó en tragedia.

Laura – Así siempre se puede recurrir a la legítima defensa.

Ramírez – ¿Acaso quieren hacer ustedes el interrogatorio?

Laura – Ni mucho menos señor comisario.

Wendy – Aunque estoy segura de que la cosa marcharía mucho mejor.

Ramírez – Veamos, Sánchez… Tienes que hacer una toma para el ADN.

Sánchez – Ahora mismo, jefe.

Ramírez – ¿Sabes para qué?

Sánchez – ¿Para saber quién es el padre del bebe que ha crecido dentro del congelador?

Ramírez – No, para saber quién es el Zorro entre todos ellos, imbécil… Llévatelos al ayuntamiento para interrogarlos… y manda las pruebas al laboratorio.

Sánchez – Vamos, síganme.

Las dos mujeres se disponen a seguirle.

Ramírez – No, ustedes no… Todavía tengo que hacerles algunas preguntitas…

Salen los demás.

Ramírez – Bueno, ahora que estamos solos, pueden contarme lo que realmente están haciendo en este rincón perdido. Es extraño que la prensa se presente antes que la policía en el lugar del crimen. Sobre todo en un lugar como éste…

Laura – Fue por pura casualidad, señor comisario. Se lo aseguro.

Ramírez – O sea que… Estaban en el lugar del crimen en el momento menos adecuado (A Wendy) ¿Y usted no tiene nada que decirme? Para ser productora de tele tiene poca imaginación. Para qué cadena trabaja usted?

Wendy – Normalmente para la sexta, pero a veces para la 3 o la 4…

Ramírez – Ya se sabe que en esas cadenas, no es precisamente imaginación lo que se pide a las mujeres.

Wendy – Ahora es usted quien peca de falta de imaginación, señor Comisario, si me permite decírselo.

Ramírez – Bueno… No va a decirme que ha venido aquí para un casting…

Laura – La verdad es que en este lugar hay una amplia galería de tipos. ¿Se ha fijado en la cara de salvajes que tienen todos?

Ramírez – La verdad… es que no le falta razón…

Wendy – Usted mismo, señor Comisario… ¿No le ha dicho nadie que tiene un físico muy televisivo?

Ramírez – ¿Usted cree?

Wendy – Pues sí… Quizá mejor para el cine que para la tele… Le daré mi tarjeta, si usted quiere.

Ramírez observa a las dos mujeres.

Ramírez – ¿Puedo preguntarles qué tipo de relación existe entre ustedes dos?

Wendy – ¿Relación?

Ramírez – Vamos… Creo que me entienden…

Laura – ¿Pero qué tiene eso que ver con lo que ha ocurrido aquí?

Ramírez – Nada… Simple curiosidad morbosa…

Entran Manolo, Don Honorato, Charly y Don Feliciano. Se les ve como embarazados.

Ramírez – Vamos, retírense, pero no abandonen la zona hasta nuevo aviso…

Wendy y Laura se apartan.

Don Honorato – Queremos hablar con usted, señor Comisario… En tanto que Primer Magistrado de esta comunidad…

Ramírez – Vamos… al grano…

Don Honorato – La situación nos supera… Hemos hablado entre nosotros y pensamos que, para ciertas cosas deberían saber…

Ramírez – ¿O sea…?

Manolo – Sabemos quién es la víctima.

Ramírez – ¿Qué pasa, que han recuperado la memoria de repente?

Feliciano – Se trata de su sobrino.

Don Honorato – Querrás decir, su primo.

Manolo – En resumidas cuentas… Mi ahijado…

Don Honorato – Desde hace años se entrenaba para el concurso “Caza talentos”.

Feliciano – Era contorsionista.

Manolo – Un día llegó a esconderse dentro de una maleta.

Ramírez – Por lo que ahora bien puede decirse que jugó a meterse en el congelador.

Charly – En efecto… Se trata de un accidente…

Ramírez – ¿Entonces fue usted quien lo metió en el congelador?

Manolo – Pues sí, señor Comisario.

Feliciano – Pero no es lo que parece…

Manolo – Pensé que el congelador estaba apagado.

Ramírez se muestra escéptico.

Ramírez – Si usted estuviera en mi lugar y le contaran una historia semejante ¿qué pensaría?

Vuelve Sánchez seguido de María.

Ramírez – De momento les llevaremos a comisaría en helicóptero y allí nos contarán lo ocurrido. Seguramente se les soltará la lengua con nuestros métodos infalibles.

Charly – No creo que quepamos todos en el helicóptero.

Don Honorato. Quizá deberían empezar a torturar al dueño de este café. Se trata de su congelador…

Feliciano – Y de su ahijado. Al fin y al cabo todo queda en la familia.

Manolo – No esperaba menos de usted, señor Cura.

Feliciano – Señor Comisario, permítame al menos darle al finado la última bendición.

Ramírez – De acuerdo, pero deprisita.

Don Honorato se acerca de Ramírez con aire conspirador.

Don Honorato – Mientras tanto podríamos arreglarnos para evitar complicaciones. ¡La justicia está tan cargada!

Ramírez – O sea que también puedo acusarle de intento de soborno a un funcionario.

Don Honorato – ¡No… Ni mucho menos señor Comisario, puesto que ambos estamos al servicio de España! Técnicamente no puede existir corrupción entre servidores de la Patria. Tan sólo le propongo un arreglito en pro del interés de la Nación.

Ramírez – Visto de ese modo.. ¿Cuánto?

Don Honorato – Digamos…

Don Feliciano abre la puerta del congelador y se persigna.

Feliciano – ¡Dios mío!

Ramírez – ¿Qué pasa ahora?

Feliciano – El cadáver… ¡Ha resucitado…!

Sánchez examina el cuerpo descongelado.

Sánchez – Tiene razón, jefe… Ha abierto un ojo…

Manolo – El hielo se ha derretido.

María – El congelador ha debido estropearse. Menos mal que no había congelado todas las patatas.

Ramírez – A pesar de todo, no parece muy fresco…

Charly – Ya lo dijo usted antes… Cuando se rompe la cadena del frío…

Juan Carlos sale del congelador, como Drácula de su ataúd.

Feliciano – ¡Señor Dios! (Se persigna) Como Jesucristo resucitado…

Charly – Perfecto para una publicidad Findus.

Juan Carlos – ¡La pasta, tío!

Sánchez – Eso ya no tiene nada que ver con la santidad.

María – ¿A qué dinero te refieres?

Manolo – Ya te lo explicaré, María.

Ramírez – Las explicaciones a la policía. ¡Menuda farsa!

Don Honorato – Lo sentimos, señor Comisario. Se trataba tan sólo de una estúpida apuesta.

Feliciano – Queríamos pasar el reportaje a la televisión.

Ramírez – ¿Él lo sabía?

Sánchez (a Juan Carlos) – ¿Quiere denunciarles?

Juan Carlos – Lo que quiero es salir en la tele.

Charly – Pero si ya ve que no le ha pasado nada, señor Comisario.

Sánchez – Parece un tanto perturbado. Podría tener secuelas.

María – Ese es su aspecto normal, señor Comisario.

Don Honorato – Yo más bien diría que está más espabilado de lo habitual.

Manolo – Un poco de alcohol de patata acabará de descongelarlo.

María sirve algunos vasos.

Charly – Yo lo utilizo como descongelador para el radiador de mi coche. Es muy práctico.

Manolo entrega la botella a Juan Carlos, que bebe directamente

Ramírez – Sánchez, marchémonos que aquí ya no hay nada que rascar. Sin cadáver no hay crimen que valga.

María – ¿Otro traguito, señor Comisario?

Ramírez – No lo voy a rechazar.

María sirve a Ramírez que lo traga de golpe.

Ramírez – Desde luego, esto resucita a un muerto.

En efecto, Juan Carlos vuelve a la vida. Da unos pasos dubitativos.

Feliciano – ¿No ven cómo anda? ¡Es un milagro!

Charly – ¿Un milagro? Quizá pueda homologarse.

Feliciano – Un caso de descongelación milagrosa? Tengo mis dudas…

Don Honorato – Sí señor… ¡Un milagro! Eso es lo que necesitamos.

Manolo – Como Jesucristo. Un tipo que parecía muerto y que resucita.

María – Podría funcionar…

Laura – La última vez que se hizo algo así, tuvo mucho éxito. De eso hace más de dos mil años, y sigue funcionando muy bien.

Wendy – Éste, más bien, ha resucitado de entre los filetes congelados, pero claro…

Don Honorato – Tiene usted razón… Es una señal del cielo. El golpe de gracia que esperábamos del Altísimo. Haremos de Villaburros de la Iglesia un lugar de peregrinaje…

María – ¿Qué le parece que hagamos, Padre?

Feliciano – Pero se trata de un falso milagro. Nadie mejor que nosotros para saberlo.

Manolo – De cualquier forma los verdaderos milagros no existen, ¿no es así?

Don Feliciano mira a Juan Carlos.

Feliciano – Es posible que tenga usted razón. Es Dios quien nos lo envía. Acaso no dijo Jesús: Felices los pobres de espíritu…

Don Honorato – Convertiremos a Juan Carlos en un Santo. San Juan Carlos. Haremos de este lugar un nuevo Lourdes.

Charly – Juan Carlos, claro… Es decir JC. Estaba predestinado…

Don Honorato – Estoy viendo los titulares en la guía parroquial: Victima de pesticidas y de un accidente de congelación, vuelve milagrosamente a la vida!

Feliciano – ¡Gloria a Dios que está en los cielos!

Manolo – Una nueva era se abre para Villaburros de la Iglesia!

Don Honorato – Amigos míos estamos viviendo un momento histórico.

Charly – El año Uno después de JC.

Feliciano – Sería importante erigirle un monumento. Los peregrinos necesitan su símbolo.

Charly – ¿San Juan Carlos saliendo de su congelador, como Jesucristo de su tumba? Podría funcionar…

Don Honorato – Sería importante el apoyo de la Prensa.

Manolo – ¡Pero si la tenemos aquí!

Feliciano – Dios bendito, al fin este pueblo tendrá una segunda vida.

Laura y Wendy miran a todos con asombro.

Laura – Este es un pueblo de subnormales… Están en pleno delirio sectario… Larguémonos antes de que se les ocurra cortarle el cuello a un pollo o realizar un sacrificio humano…

Wendy se lo piensa mejor.

Wendy – ¿Estás loca? No sé si te das cuenta de la importancia de este asunto. Deberías escribir un artículo.

Laura – ¿Estás segura?

Wendy – Confía en mí. En tres días esto será la cueva de Belén. Y somos las primeras en descubrirlo… Imagina el éxito de la noticia de haber habido un periodista allí en su momento.

Laura – Tienes razón… Esto es algo que tan sólo pasa una vez cada dos mil años… No podemos obviarlo.

Laura se acerca a Juan Carlos.

Laura – Buenos días, Juan Carlos… Creo que ya se te conoce como el Mesías de Villaburros de la iglesia. ¿Tienes pensado crear una nueva religión?

Juan Carlos – ¿Saldría por la tele?

Wendy – Naturalmente. Si lo hacemos bien podrías tener, incluso tu propio programa…

Suena el teléfono de Sánchez. Responde.

Sánchez – Inspector Sánchez al aparato ¿Quién llama? Afirmativo… De acuerdo, lo comento… (Cuelga) Jefe, tenemos el resultado de los ensayos de ADN.

Ramírez – Veamos… Ya sabemos quién es la víctima y conocemos a su padrino…

SánchezSí, pero gracias a la genética ahora sabemos quién es el padre.

María – ¿El padre de Juan Carlos ¿Y quién es?

Sánchez – Al parecer se trata del señor cura.

Todas las miradas se vuelven hacia Don Feliciano.

Feliciano – ¿Yo? No es posible… Debe tratarse de un error…

Ramírez – O de otro milagro…

Laura – Desde luego este es, sin duda, el pueblo más cutre de toda España.

Wendy – Ya está…

Laura – ¿A qué te refieres?

Wendy – He dado con un nuevo concepto de telerealidad.

Laura – ¿Bienvenidas al Presbiterio?

Wendy – No, ¡El pueblo más cutre de España! Todas las comunidades autónomas podrán concurrir. Como punto final se invitará a diversas personalidades a pasar un mes en el que se conocerá como el culo del mundo… ¿Qué te parece?

Laura – Podría funcionar mejor que el Gran Hermano.

Wendy – ¡Aleluya! Producciones WC también acaba de resucitar.

Laura – Perdona… Creo que es el momento de hacer otra entrevista en exclusiva…

Laura se acerca a Don Feliciano.

Laura – Se dice que usted es el padre del nuevo Mesías… ¿No le interesaría cobrar créditos?

Feliciano – ¿Cobrar?

Wendy – Hace treinta años que trabaja para la casa madre, es decir para el Vaticano.

Feliciano – Y como agradecimiento querían cerrar mi Parroquia…

Wendy – En tanto que padre del Mesías podría darse de alta como autónomo…

Laura – En cualquier caso necesitará una Agregada de Prensa.

Juan Carlos mira a Don Feliciano con aspecto de ido.

Juan Carlos – ¡Papá!

Wendy – Además necesitará un coach al lado mientras dure el programa.

Laura – ¿Está dispuesto a todo, señor Cura?

Feliciano – En cualquier caso, hermana, por usted yo sería capaz de colgar los hábitos ahora mismo…

Oscuro

Fin

 

 

El autor

Jean-Pierre Martinez es autor teatral y guionista francés de origen español. Nacido en 1955 en Auvers-sur-Oise, sube al escenario primero como baterista en diversos grupos de rock, antes de hacerse semiológo para la publicidad. Luego trabaja como guionista para la televisión, y vuelve al teatro como autor. Ha escrito mas de 60 guiones para distintas series de la televisión francesa, y 61 comedias para el teatro (13 y Martes, Strip Poker, Bar Manolo, Ella y El, Muertos de la Risa, Breves del Tiempo Perdido, El Joker…). Actualmente es uno de los autores contemporaneos mas representados en Francia, y varias de sus obras han sido ya traducidas en español y en inglés. Es licenciado en literatura española e inglesa (Sorbonne), en linguística (Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales), en economía (Institut d’Études Politique de Paris), en escritura de guiones (Conservatoire Européen d’Ecriture Audiovisuelle). Jean-Pierre Martinez ha escogido ofrecer todos los textos de sus obras para descargar gratuitamente en su web : comediatheque.net.

 

Comedias de Jean-Pierre Martinez traducidas en español:

 

Comedias para 2

El Joker

El Último Cartucho

EuroStar

Zona de Turbulencias

Comedias para 3

13 y Martes

Por Debajo de la Mesa

Comedias para 4

Cuatro Estrellas

Foto de Familia

Strip Poker

Un Ataúd para Dos

Comedias para 5 o 6

Crisis y Castigo

Pronóstico Reservado

Comedias para 7 a 10

Bar Manolo

Milagro en el Convento de Santa María-Juana

Comedias de sainetes (sketches)

Breves del Tiempo Perdido

Ella y El, Monólogo Interactivo

Muertos de la Risa

 

Este texto está protegido por las leyes

relativas al derecho de propiedad intelectual.

Toda copia es susceptible de una condena,

hasta de 300 000 euros y 3 años de prisión.

 

París – Marzo de 2019

© La Comédi@thèque – ISBN 978-2-37705-255-4

El pueblo más cutre de España Lire la suite »

El Último cartucho

Una comedia de Jean-Pierre Martinez

2 personajes : 2 hombres – 1 hombre y 1 mujer – 2 mujeres

Un dramaturgo al borde del abismo recibe a una periodista para una interviú que podría relanzar su carrera. Pero, a veces, en el teatro, las apariencias engañan…


Aquellos textos los ofrece gratuitamente el autor para la lectura. Sin embargo cualquier representación pública, sea profesional o aficionada (incluso gratuita), debe ser autorizada por la Sociedad de Autores encargada de percibir los derechos del autor en el país de representación de la obra. 


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El último cartucho

Una comedia de Jean-Pierre Martínez

PERSONAJES

Dramaturgo
Periodista

Estos dos personajes pueden ser interpretados por hombres o mujeres, según la siguiente distribución : 2 hombres, 1 hombre y 1 mujer, 2 mujeres.

© La Comédi@thèque

Salón en desorden. Un hombre (o una mujer) dormita en un sillón. El sonido del teléfono le sorprende. Descuelga como un sonámbulo.

Dramaturgo (antipático) – ¡Sí! (Sin tomarse el tiempo de escuchar) Supongo que me llama para decirme que se anula la cita, ¿no es así? (Algo más espabilado) ¿Bankia? (Mucho más suave) Perdone… Esperaba la llamada de un periodista que me quiere entrevistar y… Sí… Estoy en números rojos… Ya lo sé… No se preocupen. En este momento me estaba preparando para salir. Tengo que ingresar un talón que me acaba de llegar… Un adelanto por mi nueva comedia… ¿Suele usted ir al teatro? Sí… Ya sé que eso no tiene nada que ver con su llamada… ¿Oiga? No le escucho bien… Es la línea que está defectuosa… Debe ser eso… Perdone, pero están llamando a la puerta. Será el periodista que estoy esperando… Sí, debe ser él… Le vuelvo a llamar enseguida… Tendré que colgar porque no le oigo en absoluto…

Cuelga y suspira. Se levanta lentamente. Su aspecto y su ropa dejan mucho que desear. Vuelven a llamar. Duda por un instante. Se mira en un espejo, intenta poner orden en su ropa. Se peina. El timbre suena de nuevo.

Dramaturgo – Sí… Ahora voy…

Se dirige a la puerta y vuelve al momento seguido por una mujer (o un hombre) más joven, con ropa moderna y un aspecto mucho más en forma.

Periodista – Muchas gracias por recibirme, Don Ramón González

Dramaturgo – Dramón González, por favor.

A la periodista le sorprende el desorden.

Periodista – ¿Decía?

Dramaturgo – No Ramón, sino Dramón, Dramón González. Ese es mi nombre. Pensé que se habría documentado bien antes de venir.

Periodista – Lo siento… Supongo que se trata de un seudónimo…

Dramaturgo – Pues no… ¿Por qué lo dice?

Periodista – No sé… Dramón no es nombre para un escritor… En ese caso, si me permite decirlo, parece una predestinación.

Dramaturgo – Si se me ocurre elegir un seudónimo en algún momento, me llamaría Ultratumba. Al menos estoy seguro de que mis Memorias se venderían bien.

Periodista – Tiene razón… (Lanzando una mirada inquieta a su alrededor) Espero no haberle despertado…

Dramaturgo – ¿Despertarme? ¡Ni mucho menos! ¿Qué le ha hecho pensar que podría haberme despertado?

Periodista – Pues… No sé…

Dramaturgo – Además, ¿Qué hora es?

Periodista – Lo siento, pero no llevo reloj…

Dramaturgo – Por eso ha llegado tarde.

Periodista – ¿Tarde? Pero… Pero si usted no tiene ni idea de la hora que es…

Dramaturgo – Se nota que es usted periodista. Tiene respuesta para todo. Bueno… Vamos a lo nuestro… ¿Me hace la entrevista o qué? Rapidito, que tengo mucho trabajo…

Periodista (entre dientes) – Si usted lo dice…

Dramaturgo – ¿Perdón?

Periodista – Que sí, que tiene razón… Estoy aquí para eso.

Dramaturgo – En primer lugar he de decirle que ha tenido usted suerte. Nunca concedo entrevistas.

Periodista – ¿Se lo proponen con frecuencia?

Dramaturgo – Menos últimamente, es cierto… Pero… En otra época tuve que rechazar muchas entrevistas.

Periodista – De acuerdo…

Dramaturgo – Es usted de esas que piensan que la virtud de las mujeres es inversamente proporcional a su sexapil ¿No es eso?

Periodista – Ni mucho menos… Bueno, quizá sí, pero… No es lo que he querido insinuar…

Dramaturgo – Entonces ¿Qué es lo que ha querido insinuar?

Periodista – Nada en absoluto…

Dramaturgo – Usted ha dicho: “No es lo que he querido insinuar”. Luego, ha querido insinuar algo.

Periodista – Me habré explicado mal, eso es todo.

Dramaturgo – Una periodista que no sabe explicarse… Pues hemos empezado bien…

Periodista – Perdone.

Dramaturgo – Entonces ¿por qué me preguntó eso?

Periodista – ¿Qué es lo que le pregunté?

Dramaturgo – Me preguntó si seguían haciéndome entrevistas.

Periodista – Es posible… Pero soy yo la que debe hacerle las preguntas… Así son las entrevistas ¿O no?

Dramaturgo – Preguntas lógicas, sí… Pero no tonterías.

Periodista – Se refiere, sin duda, a las preguntas que hacen algunos periodistas.

Dramaturgo – No me gustan los periodistas

Periodista – En general, los famosos los detestan.

Dramaturgo – Así es y tiene su lógica.

Periodista – Sin embargo los desconocidos salen del anonimato gracias a la prensa.

Dramaturgo – Eso es lo que usted piensa

Periodista – Lo que piensan los periodistas.

Dramaturgo – También los famosos hacen que se vendan las revistas.

Periodista – Por supuesto que sí. La prensa debe hablar también de los famosos para que no se olviden.

Dramaturgo – ¿Ha venido aquí para hablar del mundo del espectáculo o para preguntarme sobre mi trabajo?

Periodista – No se preocupe… Vamos a ello (Echando un vistazo a la habitación) ¿Puedo sentarme?

Dramaturgo – Por supuesto…

Periodista – Gracias…

Se sienta. Silencio molesto.

Dramaturgo – Perdone. Creo que ambos hemos empezado con mal pie.

Periodista – Por mí no hay problema, se lo aseguro…

Dramaturgo – He perdido la costumbre de ver gente. Me parece que me he convertido en un oso solitario.

Periodista – No tiene que excusarse conmigo, se lo aseguro. Al fin y al cabo he sido yo la que ha irrumpido en su casa

Dramaturgo – ¿Desea algo?

Periodista – Pues si… Me gustaría preguntarle algunas cosas.

Dramaturgo – Me refería a si deseaba tomar algo.

Periodista – Perdón… Pues sí… No le pondría peros a un café.

Dramaturgo – No me queda café. Mejor dicho, sí que tengo café pero no tengo cafetera. Se estropeó hace… Bueno, hace bastante tiempo. Ahora hago café de puchero hirviendo el agua en un cacharro y colándolo después con un clínex. Y, cuando se me acaban los clínex, paso de tomar café.

Periodista – No se preocupe. No tiene importancia.

Dramaturgo – Puedo hacerle una tisana. ¿Le gusta la manzanilla? Claro que… no me queda ni una pizca de azúcar…

Periodista – Es muy tentadora su oferta, pero paso…

Dramaturgo – Pues bien… En ese caso, la escucho…

Periodista – De acuerdo… Mi primera pregunta será si escribe a mano o utiliza ordenador.

El hombre se queda un tanto confuso

Dramaturgo – Perdone, pero… No la he entendido bien. ¿Para qué periódico trabaja usted?

Periodista – La verdad es que no se trata precisamente de un periódico… Quiero decir que no es un periódico de papel, como por ejemplo El País.

Dramaturgo – ¿El País?

Periodista – Se trata más bien de un diario digital, como ahora se llaman.

Dramaturgo – Es decir, por internet…

Periodista – Más bien… La web de la revista Vivir el teatro.

Dramaturgo¿Vivir el teatro?

Periodista – Así se llama… ¿No le gusta el nombre?

Dramaturgo – Sí, sí… Parece más bien una revista para mayores, pero si no hay otra cosa… De cualquier forma tan sólo los viejos van al teatro.

Periodista – Estoy de acuerdo con usted…

Dramaturgo – Vivir el teatro… Por desgracia son pocos los autores que pueden vivir del teatro…

Periodista – La finalidad de nuestra revista es, precisamente, poner en valor a los autores contemporáneos. Esta entrevista hará que los lectores le conozcan mejor. Al menos, como dramaturgo…

Dramaturgo – Ya veo. Entonces su primera pregunta se refiere a si escribo a mano en con ordenador…

Periodista – Eso es.

Dramaturgo – Pues le daré una respuesta que, sin duda alguna, va a dejar perplejos a sus lectores.

Periodista – ¿Y?

Dramaturgo – Pues que, dada mi edad avanzada, siempre he escrito con pluma. Acababa de inventarse la imprenta, así es que el ordenador… ni le cuento.

Periodista – Comprendo.

Dramaturgo – Recuerdo mi primera pluma, una Mont Blanc de tinta que me regaló mi madrina por mi Primera Comunión. La plumilla estaba chapada en oro. Nunca me separaba de ella.

Periodista – De acuerdo. Un objeto transicional en cierto modo.

Dramaturgo – Pues sí… Un sustitutivo de la madre, si lo prefiere. Escribir es una especie de psicoanálisis.

Periodista – ¿De verdad?

Dramaturgo – Tan poco eficaz como el psicoanálisis pero en lugar de gastar dinero siempre se tiene la esperanza de ganarlo.

Periodista – Ya veo…

Dramaturgo – Comprendo que, al verme en este estado, piense que mi análisis no ha funcionado bien…

Periodista – No… Ni mucho menos.

Dramaturgo – ¿Le parece que tengo un aspecto mustio?

Periodista – Mustio no es precisamente el calificativo que se le podría aplicar a primera vista… Pero, sigamos…

Dramaturgo – Después, mi estilográfica se estropeó.

Periodista – Como la cafetera.

Dramaturgo – Así es… Pero, con los derechos de autor que recibí por mi primera obra, me compré una máquina de escribir, una como esas que se ven en las viejas películas en blanco y negro… ¿Ha visto usted “Sunset Boulevard”?

Periodista – Si… Bueno… Es posible… Hace tiempo de eso…

Dramaturgo – Yo no tuve la suerte de encontrar una famosa actriz que me   mantuviera a cambio de escribirle un buen texto.

Periodista – En cualquier caso es interesante… ¿Todavía conserva la máquina de escribir?

Dramaturgo – También se rompió.

Periodista – Pues, vaya…

Dramaturgo – Fue entonces cuando decidí comprar una de las primeras máquinas de escribir eléctricas… En su momento algo revolucionario. Estas máquinas tenían una pequeña pantalla, igual que el ordenador, pero tan sólo de dos o tres líneas y se podían hacer algunas correcciones antes de darle a la tecla definitiva. Con ello se ahorraban tinta y papel. La utilicé durante años, pero después…

Periodista – Se rompió y entonces fue cuando decidió comprar un Mac.

Dramaturgo – No, después fui yo el que se rompió y no tuve más remedio que pagar a un negro.

Periodista – ¿Un negro…? No sé a qué se refiere con lo del negro…

Dramaturgo – Él sí tenía ordenador. Al principio era yo el que le dictaba, pero poco tiempo después, se puso a escribir por su cuenta.

Periodista – ¿El ordenador?

Dramaturgo – ¡El ordenador no… El negro!

Periodista – No me diga…

Dramaturgo – Sabía mucho.

Periodista – Ya veo.

Dramaturgo – No sé si ha oído alguna vez la frase: el estilo, es el hombre.

Periodista – Más o menos…

Dramaturgo – Pues bien el negro en cuestión, tenía mi mismo estilo.

Periodista – ¡Qué suerte!

Dramaturgo – Era sueco.

Periodista – ¿Quién?

Dramaturgo – ¡Mi negro! ¿Quién va a ser?

Periodista – Usted perdone…

Dramaturgo – Cuando contesto a sus preguntas tengo la impresión de que no le interesa en absoluto lo que le digo.

Periodista – ¡Claro que me interesa! Me interesa mucho… ¿Sigue teniendo al negro?

Dramaturgo – Pues no… Y esa es la razón por la que no he escrito nada desde hace años…

Periodista – ¿Se volvió a Suecia?

Dramaturgo – No… Simplemente, se murió.

Periodista – ¡Coño…! Usted perdone… Debió ser triste.

Dramaturgo – Sí… Estábamos muy unidos. Pero… Las cosas son así… Lo cierto es que empezó a creerse un auténtico autor. Tuve que deshacerme de él.

Periodista – ¿Deshacerse?

Dramaturgo – Un poco de arsénico todos los días en su infusión de manzanilla. Murió como Madame Bovary.

Periodista – Pues si…

Dramaturgo – Flaubert decía: Madame Bovary soy yo mismo. Y, tenía razón. Un poco de mí murió con Antonio.

Periodista – ¿Antonio?

Dramaturgo – ¡Así se llamaba mi negro sueco! Nunca pude volver a encontrar mi estilo tras su muerte.

Periodista – Y fue entonces cuando dejó de escribir.

Dramaturgo – Me quedé bloqueado en mi obra número 124.

Periodista – ¡Cuánto lo siento!

Dramaturgo – Es cierto que fue difícil. Pensando que así recuperaría la inspiración de los primeros tiempos, con los pocos euros que me quedaban compré otra estilográfica Mont Blanc.

Periodista – Pero no fue suficiente…

Dramaturgo – Estaba al borde del suicidio… Además no me quedaba ni un céntimo para comprar los cartuchos.

Periodista – Para su escopeta…

Dramaturgo – ¡No, para la escopeta no…! Para la estilográfica…

Periodista – Lo siento

Dramaturgo – Conservaba una jeringuilla de mi época de heroinómano y con ella me sacaba sangre todas las mañanas para rellenar la estilográfica. Me habían encargado una comedia. Pero… la tinta roja tan sólo podía inspirar ideas negras (Ante la estupefacción de la periodista) ¿No toma nota de lo que le voy contando?

Periodista – Sí… Claro… Aquí tengo mi registradora… (Saca un magnetófono pequeño) Pero… La verdad es que no estoy segura de que deba grabar lo que me cuenta…

Dramaturgo – ¿Acaso ha creído todas las tonterías que acabo de contarla?

La periodista se da cuenta de que le ha estado tomando el pelo.

Periodista – Una broma… Claro… Muy ingenioso… Un negro sueco…. No conocía su faceta de autor cómico.

Dramaturgo – Seguramente por eso me han enviado una actriz cómica para hacerme la entrevista… ¿Sigue sin apetecerle una infusión de manzanilla?

Periodista – ¿Con o sin arsénico?

Risa forzada de la periodista.

Dramaturgo (muy serio) – ¿Quiere preguntarme algo más?

Periodista – Pues… Si… Me gustó mucho su primer trabajo. ¿Ha escrito más obras?

Dramaturgo – ¿Decía?

Periodista – Me refiero a obras salidas de su pluma, no de la del negro sueco. (Se rie de su broma) Estoy bromeando, claro…

El dramaturgo permanece serio.

Dramaturgo – He escrito un total de 123 piezas teatrales.

Periodista – ¡123! No está mal… ¿Y de qué tratan?

Dramaturgo (escandalizado) – ¿Que de qué tratan? ¿Ha venido a que le hable de mi teatro sin haber leído nada?

Periodista – No he leído las 123, pero…

Dramaturgo – ¿Cuántas ha leído exactamente?

Periodista – Quizá… Una… Precisamente la primera… Vamos, si acaso… las primeras páginas. Me pidieron que viniera a entrevistarle así, de repente… Estoy sustituyendo a un colega de Vivir el Teatro que se suicidó ayer.

Dramaturgo – ¿Cuántas páginas?

Periodista – Para ser sincera le diré que no he podido pasar de la página 5.

Dramaturgo – ¡Pero si el texto empieza en la página 6…!

Periodista – El título me gustó mucho…

Dramaturgo – ¿No me diga? (Irónico) Pues a ver… Dígame como se llamaba mi primera obra… En este momento tengo un lapsus…

Periodista – Yo tampoco me acuerdo, pero sí que sé que me gustó muchísimo.

Dramaturgo – ¿Me puede enseñar su carnet de prensa?

Periodista – Bueno… Sí… (Hace como si rebuscara en sus bolsillos) Es decir que… Me pregunto si…

Dramaturgo – Usted no es periodista…

Duda un instante antes de contestar.

Periodista – Pues no…

Dramaturgo – Ya veo. O sea que ha venido a robarme ¿no es así? Es lo habitual. El ladrón se hace pasar, por ejemplo, por empleado del gas y aprovecha un despiste del dueño de la casa para robar los ahorros escondidos bajo el colchón.

Periodista – Le aseguro que…

Dramaturgo – Claro… No puede ser… No habría elegido el hacerse pasar por una periodista literaria.

Periodista – En efecto, yo…

Dramaturgo – Hubiera sido más convincente como repartidora de pizzas.

Periodista – Tiene razón…

Dramaturgo – Pues si ha venido a mi casa en busca de dinero… Si quiere podemos buscar juntos.

Periodista – Soy actriz.

Dramaturgo – Pues si ha venido aquí en busca de un papel es que es usted todavía más tonta de lo que pensaba. Y puede creerme que había puesto el listón muy alto.

Periodista – Es la primera vez que interpreto el papel de periodista y no he tenido mucho tiempo para prepararlo.

Dramaturgo – Tampoco hay que dejar al lado la posibilidad de que sea usted una actriz mediocre. Ahora dígame, ¿Quién es el director de esa comedia tan mala?

Periodista – Su agente…

Dramaturgo – ¿Mi agente? No soy consciente de tener ningún agente…

Periodista – Pensó que una entrevista sería el medio idóneo para que recuperara su ego y se pusiera a escribir.

Dramaturgo – Ese tipo es más tonto de lo que pensaba…

Periodista – Su agente lleva casi un año esperando un nuevo manuscrito.

Dramaturgo – Qué quiere que le diga… He perdido la inspiración, como se suele decir. Para un autor, la falta de inspiración es como para un actor quedarse en blanco… Nunca se sabe cuándo va a llegar y mucho menos cuándo se va a recuperar.

Periodista – Un año… Demasiado tiempo para quedarse en blanco.

Dramaturgo – Usted, que no ha leído ni la primera de mis 123 comedias, no es la más indicada para pedirme que escriba la 124.

Periodista – Personalmente, a mí me da lo mismo. Pero su agente sigue interesado, tanto como para haberme pagado cien euros para que interpretara esta inocente y breve comedia.

Dramaturgo – ¿Cien euros? No pensé que mi agente me valorara tanto.

Pequeño silencio.

Periodista – Entonces, ¿Qué hacemos?

Dramaturgo – ¿Qué quiere decir con “qué hacemos?

Periodista – No soy periodista. Ahora que lo sabe, no creo que tengamos que seguir con la entrevista.

Dramaturgo – ¿Y por qué no? ¿Quizá otras preguntas apasionantes sobre mi obra teatral? Saber dónde guardo los calcetines y los calzoncillos… Si me gusta más el mar o la montaña… Los croissants o los churros…

Periodista – Entiendo que no está dispuesto a colaborar. No sé qué voy a decirle.

Dramaturgo – ¿A quién?

Periodista – A Jorge, su agente.

Dramaturgo – ¿Ese es su problema? Pues… Invéntese algo.

Periodista – Lo cierto es que me tenía que dar otros cien euros por la entrevista.

Dramaturgo – Ya veo… La mitad al pedido y la otra mitad a la entrega de la mercancía. Se ve que ha depositado en usted una confianza sin límites

Periodista – Tendría que haberle entregado la cinta grabada.

Dramaturgo – ¿No me diga que pretende hacerme ahora la entrevista?

Periodista – Podríamos ir a pachas

Dramaturgo – ¿A pachas… Con qué?

Periodista – Cien euros para cada uno.

Dramaturgo – Usted no está bien de la cabeza.

Periodista – Mire, tengo hambre, eso es todo. Y, según lo que me ha contado su agente, usted tampoco está muy boyante. Ya no escribe y nadie interpreta sus obras.

Dramaturgo – Gracias por haber tenido la delicadeza de recordármelo.

La periodista observa despreciativamente el entorno

Periodista – Con ese dinero podría, por lo menos, darle una pintadita a la casa.

Dramaturgo – ¿Con cien euros? Si conoce algún pintor que trabaje por ese precio y en negro, le agradecería que me diera su teléfono.

Periodista – Pues con cien euros podría, al menos, comprar la pintura y un rodillo.

Dramaturgo – ¿Lo haría usted misma?

Periodista – ¿Por qué no? Desde luego, cobrando…

Dramaturgo – Mire señorita, yo estoy al límite y usted pretende tomarme el pelo. Para escribir una comedia realmente no es necesario sentirse optimista, pero existen límites. Hay que seguir creyendo que burlarse de los tontos puede servir para que algunos mejoren.

Periodista – Me parece que se mira usted demasiado el ombligo.

Dramaturgo – ¿Eso cree?

Periodista – Pues si… Escribir teatro no es algo terrible… Hay oficios mucho peores ¿O no es así?

Dramaturgo – Sí… Seguramente…

Periodista – ¿Seguramente? ¿Acaso no sabe que hay gente que se ve obligada a levantarse cada mañana, pasar una hora en el metro para trabajar como cajeros en el Corte Inglés? Y todo eso por el sueldo mínimo interestatal.

Dramaturgo – ¿Es esa la razón por la que eligió trabajar como actriz a domicilio?

Periodista – Acepto lo que me ofrecen… Y mi agente todavía no me ha ofrecido ningún papel de importancia.

Dramaturgo – Debe ser tan inútil como el mío.

Periodista – Es el mismo…

Dramaturgo – De acuerdo… (Silencio) Quizá tenga razón, finalmente y visto el mundo que nos rodea, usted saldrá adelante con su trabajo chusquero mejor que yo con mis comedias.

Periodista – Gracias…

Dramaturgo – Pienso, luego existo. ¡Qué cretino el tal Descartes! Resulta evidente que para subsistir en este mundo de mierda, lo primero que hay que hacer es dejar de pensar.

Periodista – Tiene razón…

Dramaturgo – Pero claro… Dejar de pensar es como dejar de fumar. Resulta mucho más fácil cuando nunca se ha hecho.

Periodista – Si lo dice por mí… Yo nunca he fumado.

Dramaturgo – Sin ir más lejos, estoy pensando en que tengo que proponerle un trabajo.

Periodista – Estupendo… siempre y cuando esté dentro de mis competencias.

Dramaturgo – Visto así, quizá exceda un tanto sus posibilidades.

Periodista – ¿Entonces?

Dramaturgo – ¿Le gustaría ser mi negro?

Periodista – ¿Perdone?

Dramaturgo – Por una razón que desconozco, mi agente está empeñado en que escriba una comedia. Usted podría escribirla por mí.

Periodista – Pero… ¡Si yo no soy dramaturga!

Dramaturgo – Tampoco es usted una auténtica actriz.

Periodista – Bueno… Eso habría que verlo… ¿Y cuánto se gana como negro?

Dramaturgo – Depende de la importancia del autor que firmará en lugar de usted.

Periodista – Y, por lo que veo, no es como para tirar cohetes… Usted tampoco era tan conocido… Y, según su agente, ya nadie se acuerda de usted.

Dramaturgo – Y pensar que la ha contratado para remontarme la moral.

Periodista – Intento ser realista, eso es todo.

Dramaturgo – Bueno, ¿Le interesa o no le interesa?

Llaman a la puerta

Periodista – Si espera a alguien, yo me esfumo.

Dramaturgo – No espero a nadie.

Va a abrir. La periodista guarda la grabadora y se pone el impermeable con la intención de marcharse. Él vuelve con un sobre abierto y un papel en la mano.

Dramaturgo – Era el cartero…

Periodista – Yo ya me iba…

Dramaturgo (autoritariamente) – ¡Siéntese!

Se sienta, sorprendida por la actitud del hombre, mientras éste examina, perplejo, el papel que tiene en la mano

Periodista – ¿Es la factura del gas?

Dramaturgo – ¿El gas…? Me lo cortaron hace tiempo, de lo contrario podría no estar aquí hablando con usted.

Periodista – ¿Entonces?

Dramaturgo – Se trata de mi agente. Me manda un contrato de exclusividad para mi próximo trabajo.

Periodista – ¿Un contrato?

Dramaturgo – Me pide que lo firme y se lo haga llegar inmediatamente. Cada vez entiendo menos lo que está pasando. (Saca un cheque del sobre) Incluso me manda un adelanto…

Periodista – ¿De cuanto?

Dramaturgo – De 500.

Periodista – ¡500 euros! No puede tratarse de una broma.

Dramaturgo – La verdad es que no sé qué pensar… Desde que usted ha llegado ocurren cosas raras. No sé si me está tomando el pelo

Periodista – De cualquier forma, ahora que tiene el dinero, ya no puede dudar. No va a tener más remedio que escribir la comedia.

Dramaturgo – Podría devolver el cheque. Todavía no he firmado el contrato. Imagino que esta especie de entrevista estaba destinada a convencerme.

Periodista – Entonces ¿va a firmar?

Dramaturgo – No me gusta que me presionen cuando escribo… Pero este montón de facturas impagadas me obliga a reflexionar un poco. Si quiero suicidarme sin dolor, será mejor que pague la factura del gas.

Periodista – ¿Y mis 200 euros?

Dramaturgo – ¿No habíamos quedado en que los repartiríamos?

Periodista – Me parecería algo mezquino ahora que es usted un autor al que le hacen encargos.

Dramaturgo – No tan deprisa. Todavía tengo que encontrar un tema que me inspire.

Periodista – Le aseguro que, por 500 euros, yo sería capaz de escribir cualquier cosa.

El hombre se queda mirándola.

Dramaturgo – ¿Y por 250?

Periodista – ¿250?

Dramaturgo – ¡La mitad de 500! Por lo que veo usted no ha rechazado mi propuesta.

Periodista – ¿Qué propuesta?

Dramaturgo – La de ser mi negro.

Periodista – No… Ni hablar… No hablaba en serio. Dije que sería capaz de escribir cualquier cosa, pero nada que tuviera que ver con el teatro. Y, mucho menos con una obra maestra.

Dramaturgo – ¿Cualquier cosa? Eso es justamente lo que esperaba de usted.

Periodista – No le entiendo.

Dramaturgo – Yo, modestamente, le diré que lo único que sé escribir son obras maestras. No sé escribir sobre cualquier cosa. Eso es lo que me bloquea ¿Comprende? (Silencio) Cuando la miro veo en usted un ser básico y tengo la impresión de…

Periodista – Es decir que…

Dramaturgo – Mi agente me manda un adelanto para que escriba una comedia, pero resulta que he perdido la inspiración necesaria para escribir. ¿Me sigue?

Periodista – Creo que sí…

Dramaturgo – Podría escribir cualquier cosa para conservar el cheque, como lo haría alguno de mis compadres, pero yo no sé escribir sobre cualquier cosa.

Periodista – Y eso… ¿por qué?

Dramaturgo – Imagino que se trata de un antiguo resto de culpabilidad judeo-cristiana… Además, el muy cretino de mi agente sabe que yo no soy capaz de escribir cualquier cosa.

Periodista – ¿Y entonces…?

Dramaturgo – Entonces es a usted a quién corresponde escribir cualquier cosa.

Periodista – ¿Está seguro?

Dramaturgo – Tengo plena confianza en usted.

Periodista – Pero por qué no contrata a un negro auténtico, que sepa escribir.

Dramaturgo – Estaría bien si se pudiera encontrar uno por 250 euros. Entonces ya lo hubiera hecho.

Periodista – De acuerdo…

Dramaturgo – ¿Eso significa que está usted de acuerdo?

Periodista – No… De acuerdo significa que le comprendo…

Dramaturgo – ¿Y entonces?

Periodista – ¿Pero realmente está usted seguro de que podría escribir cualquier cosa?

Dramaturgo – De lo que estoy seguro es de que usted tan sólo podría escribir cualquier cosa.

Periodista – Pero su agente… es decir, nuestro agente, se va a dar cuenta de que usted ha escrito cualquier cosa.

Dramaturgo – ¿Mi agente? Pero si es él quien ha montado esta ridícula comedia para obligarme a escribir sobre algo que no me gusta escribir. No va a recibir más que la calderilla.

Periodista – Mejor diría yo que él tendrá su comedia y usted la pasta.

Dramaturgo – Se da cuenta de que cuando quiere hasta puede ser ingeniosa. ¿Entonces?

Periodista – Bueno… Después de todo no arriesgo nada…

Dramaturgo – Hacer el ridículo

Periodista – Pero el ridículo no mata.

Dramaturgo – Si el ridículo matara, créame, usted habría desaparecido de este mundo hace mucho tiempo.

Periodista – Okey… ¿Cuándo empiezo? Espere un momento… (Ojea su agenda) Esta semana no va a ser posible… Quizá pueda liberarme a partir del lunes próximo.

El hombre le arranca la agenda de las manos para comprobar lo que dice

Dramaturgo – Hay tantas páginas en blanco en su agenda que podría utilizarla para escribir la comedia. Perdón… No me había dado cuenta que tiene una cita con su oftalmólogo dentro de tres meses.

Periodista – Ya sabe lo que tardan los especialistas en dar una cita. (El hombre la mira con impaciencia) Vale… Entonces, ¿cuándo empiezo?

Dramaturgo – Pues… Ahora mismo, aprovechando que está aquí.

Suena el teléfono. No hace caso.

Periodista – ¿No va a contestar?

Dramaturgo – Supongo que es mi banco para recordarme que estoy en números rojos.

Periodista – Seguramente… Creo que debemos tener el mismo banco.

Dramaturgo – El mío es Bankia

Periodista – No pueden dejar en paz a los pobres.

Se escucha el mensaje dejado en el contestador

Voz – Buenos días, soy Juan María de Blancafort, presidente de la Fundación Reina de los Montes. Tengo el placer de comunicarle que nuestra Fundación ha decidido concederle el Gran Premio de la Reina de los Montes por el conjunto de su obra. Le ruego que nos llame lo antes posible para ultimar los detalles de la ceremonia.

Periodista – Podría tratarse de otro montaje de su agente.

Dramaturgo – Es una hipótesis posible, desde luego.

Periodista – ¿Qué otra cosa podría ser?

Dramaturgo – ¿Entonces usted no cree ni por un segundo que yo podría recibir una recompensa por el conjunto de mi obra?

Periodista – La verdad es que no se… Como no he leído nada suyo…

Dramaturgo – En todo caso es una pena que no sea usted realmente periodista. Sería la primera en entrevistar al nuevo Laureado de la Fundación Reina de los Montes.

Periodista – Lo siento, pero nunca he oído hablar de esa Fundación.

Dramaturgo – ¿Nunca ha oído hablar de ella? Pues el Premio de la Reina de los Montes es para los dramaturgos como el Pulitzer para los periodistas.

Periodista – Tampoco he oído hablar de eso.

Dramaturgo – Claro… como no es periodista… Le pondré otro ejemplo… Es como el de Princesa de Asturias…

Periodista – ¿Algo así como el Nobel de literatura?

Dramaturgo – Bueno… Tampoco hay que exagerar… Con una buena promoción en una librería famosa, se podría dar un impulso a la venta de mi nueva comedia.

Periodista – ¿Incluso si la comedia es mala?

Dramaturgo – Aunque su cultura deje mucho que desear no se le habrá pasado por alto que los mayores éxitos en las librerías rara vez son obras maestras. Incluso en pocas ocasiones han sido escritos por el propio autor. Muchos de ellos ni siquiera los han leído.

Periodista – O sea que, en general, los que firman este tipo de best-sellers son unos bestias, mientras que los que escriben son los auténticos autores.

Dramaturgo – Más bien al contrario.

Periodista – Pues eso no dice nada bueno de su agente.

Dramaturgo – Me parece que usted no ha entendido nada. Ese chorizo ha sabido antes que yo lo del premio. Por eso me manda un contrato para que lo firme a toda velocidad y tener así en exclusiva los derechos de mi próxima comedia. Y eso con un desembolso mínimo de 500 euros, cuando sabe que, con la publicidad que tendrá lo del premio, me voy a convertir en un autor de éxito. ¿Le parece honesto?

Periodista – Confieso en que no soy especialista en materia de honestidad.

Dramaturgo – Eso sin hablar del ridículo montaje de la entrevista para convencerme de que me pusiera a escribir.

Periodista – Es cierto que visto de esa forma…

Dramaturgo – ¿Entonces va a escribir esa comedia, sí o no?

Periodista (tras reflexionar por unos instantes) – Okey… Pero también quiero los 200 euros de la entrevista…

Dramaturgo – Habíamos quedado en compartir.

Periodista – Sí, pero ahora es usted un escritor de éxito.

Dramaturgo – De acuerdo. Pues, ¡manos a la obra!

Periodista – Ahora sí que le acepto una manzanilla.

Dramaturgo – Francamente, no se lo aconsejo… La tengo guardada junto al arsénico… Pero le puedo aconsejar algo que ayuda a muchos autores. (Saca una botella de whisky) He aquí una poción mágica para inspirarse. Yo lo he venido utilizando desde niño y ya no me hace efecto…

Periodista – De acuerdo… (Se sirve un vaso que apura hasta el fin, hace una mueca, y mira la etiqueta) ¿Whisky sueco? No estará intentando envenenarme a mí también…

Dramaturgo – No antes de que haya acabado mi comedia (Le entrega una pluma estilográfica) Le confío solemnemente mi estilográfica Mont Blanc. Que la fuerza la acompañe. Hay papel en la mesa. Siéntese y escriba.

Periodista (sentándose) – Aunque escriba sobre cualquier cosa no estoy segura de poder terminar un libro…

Dramaturgo – Se trata de una obra de teatro. Con unas cincuenta páginas, puede ser suficiente.

Periodista – ¿Cincuenta páginas?

Dramaturgo – Piense que se está examinando de bachillerato y que tiene que escribir una redacción algo más larga de lo habitual.

Periodista (avergonzada) – ¿El bachillerato?

Dramaturgo – ¿No ha hecho el bachillerato? Debería haberlo sospechado…

Periodista – Pude haberme examinado, pero perdí el tren.

Dramaturgo – Entonces piense en una carta muy larga.

Periodista – Siempre mando WhatsApps.

Dramaturgo – Se trata de diálogos. Punto y aparte después de cada frase y se salta una línea cada vez. La mitad de una obra de teatro es lo que hay entre líneas… Es decir, el blanco del papel.

Dramaturgo – Si le parece escribiremos la comedia a cuatro manos. Usted escribe las líneas y yo el interlineado.

Periodista – Y, claro, luego lo firmará Ramón González

Dramaturgo – Dramón, señorita, Dramón González… Pues sí, lo firmaré yo, como es lógico. ¿Acaso piensa que Miguel Ángel pintó todos los cuadros firmados por él? Pues se equivoca. Lo único que hacía era dar el último toque.

Periodista – De cualquier forma, yo no soy escritora.

Dramaturgo – ¡Todos podemos ser escritores! Sobre todo, dramaturgos. La prueba es que no existen escuelas para ello. Es uno de esos raros oficios, junto con el de repartidor de pizzas y el de psicoanalista, que se puede ejercer sin título alguno. Incluso tengo mis dudas si para repartir pizzas piden algo… Al menos hay que saber conducir una scooter.

Periodista – A pesar de todo es un trabajo de responsabilidad

Dramaturgo – Con un único cartucho de tinta tendrá suficiente para escribir la comedia. Si se tratara de una novela le harían falta 5 o 6.

Periodista – Está bien…

Dramaturgo – Es un oficio de vagos, se lo aseguro. Es muy sencillo. Tan sólo nos superan los poetas. Escriben cinco líneas con tres palabras en cada línea dejando todo el resto de la página en blanco. Y, la gente dice que son genios.

Periodista – Me pregunto si no hubiera sido mejor ser el negro de un poeta.

Dramaturgo – De eso nada… Ni lo sueñe. No existe un poeta capaz de poder pagarse un negro, incluso a plazos.

Periodista – De acuerdo… Pero, no sé por dónde empezar…

Dramaturgo – Sin duda el comienzo siempre es lo más duro. Sobre todo para una comedia de humor.

Periodista – O sea que se trata de hacer reír…

Dramaturgo – Tiene que ser una comedia popular, especial para la Fundación Reina de los Montes.

Periodista – Es curioso… Pero yo no le veo como autor cómico.

Dramaturgo – De eso hace mucho tiempo. Por eso ahora necesito un negro.

Periodista – Pues yo no sé si seré capaz de tener gracia escribiendo.

Dramaturgo – No la estoy pidiendo que sea ingeniosa. Tan sólo que ejerza su natural comicidad…

Periodista – Eso no me ayuda en absoluto

Dramaturgo – Veamos… Quizá hay en su vida alguien al quien le gustaría matar.

Periodista – ¿Matar?

Dramaturgo – Para eso sirve la comedia. Pongamos un ejemplo. La ley le impide desembarazarse de su suegra, por lo tanto usted va y escribe una comedia donde se le ofrece su cabeza en bandeja.

Periodista – No estoy casada. ¿Usted tiene suegra?

Dramaturgo – Ya no. Mi mujer me abandonó. Estoy tan desesperado que incluso echo de menos a mi suegra. ¿Cómo quiere que escriba una buena comedia en estas condiciones?

Periodista – No tengo ni idea… Déjeme pensar… Ah… Sí… Yo detestaba a mi hermana.

Dramaturgo – Bien…

Periodista – Por desgracia murió… Por lo tanto no creo que sirva…

Dramaturgo – Depende. También hay muertos divertidos. ¿Me puede decir cómo murió?

Periodista – De un cáncer.

Dramaturgo – Ya… En ese caso… No nos sirve. Es muy difícil hacer reír con el cáncer. Sobre todo cuando se trata de un familiar.

Periodista – Tiene razón… ¡Qué mala pata!

Dramaturgo – Hay asuntos, como ese, que, sin saber por qué, son totalmente negados para la comedia. Quizá sea porque son enfermedades largas. En el teatro, los muertos más divertidos son los que mueren de repente. Un hombre cuenta que a su mujer acaba de pasarle un tren por encima cuando volvía del peluquero. Eso puede tener cierta gracia. Sin embargo no se te ocurra hablar de un muerto por cáncer de vesícula tras tres años de quimio porque no le haría gracia a nadie. ¡Vaya usted a saber por qué! Pero, es así.

Periodista – ¿Y?

Dramaturgo – Ahora debe intentarlo…

Llaman a la puerta

Periodista – ¿Espera a alguien?

Dramaturgo – Debe ser un mensajero. Viene a por el contrato firmado. ¿Me deja la pluma, por favor?

Cogiendo el contrato

Periodista (inquieta) – ¿Está usted seguro?

Dramaturgo – No sé por qué pero creo en usted… (Firma el contrato y le devuelve la pluma) Si tiene una idea antes de que se marche el mensajero, no dude en decírmelo.

Sale. Suena el móvil de la periodista. Contesta.

Periodista – Sí… No, todavía estoy con él… Sí, sí, no se preocupe, acaba de firmar el contrato… Ahora tengo que colgar… Luego le llamo…

Se guarda el teléfono. Vuelve el hombre.

Dramaturgo – Bueno, pues ahora ya está todo hecho. Acabo de vender su alma al diablo por 500 euros. Ni en sus sueños más locos hubiera podido imaginar conseguir un precio tan alto.

Periodista – Tampoco es para tanto… Pensé que usted sería un autor responsable…

Dramaturgo – La mayor parte de los autores escriben para pagar los impuestos del año anterior con los adelantos que les corresponden por los libros que escribirán al año siguiente. El día en que los impuestos se paguen en el año corriente, bajará mucho el número de publicaciones.

Periodista – No entiendo nada de eso. Nunca he hecho una declaración de la Renta.

Dramaturgo – Pues ha tenido suerte… En cuanto entras en el engranaje, ya no te puedes salir. Pero… Vamos a lo nuestro. ¿Dónde estábamos?

Periodista – En ningún sitio. Tengo miedo…

Dramaturgo – Eso es lo que me temía.

Periodista – ¿Y si escribiéramos sobre un autor que ha perdido la inspiración?

Dramaturgo – Ya veo… Una chica llama a su puerta, diciendo que es periodista…

Periodista – ¿Y por qué no?

Dramaturgo – El teatro dentro del teatro… Me había prometido no caer tan bajo.

Periodista – Usted dijo que se podía escribir sobre cualquier cosa.

Dramaturgo – Bien… ¿Y cómo acabaría?

Periodista – No tengo ni idea…

Dramaturgo – ¿Le apetece otro whisky?

Dicho y hecho.

Periodista – No sé si debo…

Dramaturgo – ¡Vamos… Beba!

Vacía el vaso de un trago.

Periodista – Creo que necesito echarme un rato. Estoy segura que las ideas vendrán fácilmente si duermo.

Dramaturgo – ¡Vamos! ¡No la pago por dormir!

Periodista – De momento, todavía no he visto ni un céntimo… Quizá tenga razón. Seguramente un pequeño adelanto conseguiría motivarme un poco…

Dramaturgo – Aunque quisiera hacerlo dudo mucho que Bankia me conceda otro crédito con el que poder darle un adelanto. Además, es usted nula como negro. Le pido que escriba sobre cualquier cosa, y no se le ocurre nada.

Periodista – Yo también tengo que cuidar mi reputación. No quiero quedar en ridículo escribiendo cualquier cosa.

Dramaturgo – Pero si su nombre no aparecerá en ningún sitio! ¡Seré yo quien firme!

Periodista – Es posible, pero yo sí sabré quién lo ha escrito. A pesar de todo tengo mi amor propio.

Dramaturgo – Está bien… Pues nadie le impide escribir una obra de arte.

Periodista – ¿Y por qué no? Quizá soy menos tonta de lo que usted cree.

Dramaturgo – Adelante… ¡Asómbreme!

Periodista – ¡Adelante, adelante…! No sé cómo quiere que me ponga a trabajar con tanto whisky. Además empiezo a tener hambre. No tiene por ahí algo que echarse a la boca.

Dramaturgo – La he contratado para trabajar no para engullir.

Periodista – Ya sabe lo que se dice: el hambre es una mala consejera.

El hombre saca un paquete de galletas y se lo ofrece a la chica.

Dramaturgo – Tenga. Me quedan unas cuántas Marías.

Periodista – Gracias. (Coge uno y se lo lleva a la boca) Están un tanto caducas sus Marías.

Dramaturgo – ¿Quiere que bajea comprar otro paquete?

Periodista – Me arreglaré con éste (Se come otra galleta) Tengo una idea.

Dramaturgo (sobresaltado) – Me echo a temblar.

Periodista – Un chico se enamora de una chica, pero las familias se detestan.

Dramaturgo – Eso es Romeo y Julieta

Periodista – Pues entonces… Un chico se enamora de una chica pero el padre mata accidentalmente al de ésta.

DramaturgoEl Cid

Periodista – Un chico ama a una chica pero en realidad se trata de un hombre.

DramaturgoCon faldas y a lo loco.

Periodista – Pues esa obra no la conozco.

Dramaturgo – Es una película

Periodista – ¿Está seguro?

Dramaturgo – Totalmente

Periodista – Un chico ama a un chico pero en realidad se trata de una mujer

DramaturgoVictor o Victoria.

Periodista – Una mujer ama a una mujer pero en realidad se trata de un hombre.

DramaturgoTootsie.

Periodista – ¡Coño! No creí que fuera tan difícil ser autor contemporáneo. ¿Es que ya todo está escrito?

Dramaturgo – Todo…

Periodista – Sobre todo lo más ingenioso, supongo…

Dramaturgo – No nos han dejado ni las migas…

Periodista – Los muy cerdos.

Dramaturgo – Shakespeare, Lope de Vega… Para ellos era fácil… No se había escrito casi nada todavía. Las buenas ideas estaban al alcance de la mano. Por lo tanto, todos los que no eran analfabetos, como la mayor parte de sus contemporáneos, tenían muchas posibilidades de pasar a la posteridad.

Periodista – Es verdad… Ya no hay ni una rendija por donde colarse.

Dramaturgo – Por eso es por lo que no me siento en condiciones de escribir una obra de arte y le pido a usted que escriba cualquier cosa.

Silencio

Periodista – Me tomaría otro whiskicito.

Se lo bebe de un trago

Dramaturgo – Poco a poco, mujer.

Deja la botella y lanza un alarido de satisfacción.

Periodista – ¡Ya lo he encontrado!

Dramaturgo – No me diga.

Periodista – Y éste me juego de que no es ni de Calderón ni de Lope.

Dramaturgo – Soy todo oídos.

Periodista – Una pareja recibe en su casa a una amiga que acaba de perder a su marido en un accidente de avión. Mientras tratan de consolar a la viuda se enteran que les ha tocado el bonoloto.

Dramaturgo – ¡Fantástico!

Periodista – Es que cuando me pongo…

Dramaturgo – Acaba de resumir el contenido de mi primera comedia.

Periodista – ¿No me diga?

Dramaturgo – Esa que no ha leído.

Periodista – Los grandes genios se encuentran.

Dramaturgo – Eso si usted hubiera nacido antes que yo. Entonces podría haber escrito esa comedia que, por cierto, es uno de mis mayores éxitos.

Periodista – Quizá he leído el resumen en la Guía del Ocio.

Dramaturgo – Dejé de escribir el día en que empecé a plagiarme a mí mismo.

Silencio

Periodista – ¿No hay más galletas María?

Dramaturgo – Se las ha comido todas.

Periodista – El paquete estaba abierto desde Dios sabe cuándo. Espero no haberme intoxicado.

Dramaturgo – Si se intoxica puede pedir la baja por enfermedad. Pero le advierto que nosotros, los autores, cuando estamos enfermos y no podemos trabajar, no cobramos ni un céntimo. No le digo lo que pasa con los negros.

Periodista – La verdad es que me apetecería echarme algo al coleto.

Dramaturgo – Sólo piensa en comer.

Periodista – Eso es lo que suelen decir los que nunca han pasado hambre.

Dramaturgo – Echaré un vistazo al frigo a ver si queda algo…

Periodista – Y, otra cosa…

Dramaturgo – A ver qué se le ocurre ahora…

Periodista – No me gusta nada lo de… negro.

Dramaturgo – ¿Y eso?

Periodista – Lo encuentro degradante.

Dramaturgo – ¿Degradante para quién?

Periodista – Para mí.

Dramaturgo – ¿Entonces cómo quiere que la llame? ¿La doble del autor? Las grandes actrices tienen sus dobles para algunas escenas que no quieren rodar. ¿Por qué no podemos tener los autores un doble para las comedias que no nos apetece escribir?

Periodista – No tengo ni idea… Oficialmente yo podría ser… su secretaria particular.

Dramaturgo – ¿Mi secretaria?

Periodista – Si salimos juntos y tiene que presentarme a alguien no va a ir diciendo por ahí, aquí mi negro.

Dramaturgo – La verdad es que ni se me había ocurrido pensar que pudiéramos salir juntos…     

Periodista – En todo caso… necesitaré una cobertura legal.

Dramaturgo – ¿Una cobertura?

Periodista – Sí, un respaldo legal… Un negro trabaja en negro… ¿No es así? Y eso no es nada legal. Por lo tanto necesitaré una cobertura social. Además, tengo que pensar en mi jubilación.

Dramaturgo – ¿Y por qué no también tickets de restaurante?

Periodista – De acuerdo… Pero seré su secretaria particular.

Dramaturgo – Y en cuanto a los tickets de restaurante, miraré en el frigo a ver si queda algún resto de queso.

Suena el teléfono en el momento en que va a salir.

Periodista (descuelga) – Aquí la secretaria de don Dramón González… ¿Con quién tengo el gusto de hablar? (Él le hace ver que no quiere ponerse) No, no puede ponerse… ¿Que por qué? Porque… se ha muerto… Sí, estoy completamente segura. Acaba de llegar el forense… Ah… Sí… ¡Que buena noticia! Pero, en ese caso, será a título póstumo. Lo siento mucho. Tengo que dejarle porque van a hacerle ahora mismo la autopsia… Adiós…

Dramaturgo (estupefacto) – ¿Pero quién era?

Periodista – Don Juan Rodriguez de Gándazuelo, el presidente de la Unión de Autores de Teatro. Por lo visto el Ministro de Cultura quería imponerle la Medalla de Caballero de las Artes y las Ciencias.

Dramaturgo – ¿Y le ha dicho que me he muerto?

Periodista – Me dijo por señas que no quería hablar con nadie. Es lo primero que se me ocurrió.

Dramaturgo – Pues vaya…

Periodista – Además hay que ser realistas. No estoy preparada para escribir una comedia. Usted, tampoco.

Dramaturgo – ¿Y entonces?

Periodista – Por lo tanto estando usted muerto su agente nunca se atrevería a reclamarle los quinientos euros de adelanto por un trabajo que no ha realizado.

Dramaturgo – ¿Muerto? ¿No es una excusa un tanto excesiva para no tener que devolverle los 500 euros?

Periodista – Se me ocurre otra cosa…

Dramaturgo – Está visto que cuando quiere…

Periodista – Si está muerto y encima tiene un Premio Literario y una medalla póstuma, va a hacerse famoso.

Dramaturgo – Le pedí que me sorprendiera con sus propuestas, pero se ha pasado usted tres pueblos…

Periodista – Gracias.

Dramaturgo – No he intentado ser cortés. Hay muchas formas de sorprender a la gente.

Periodista – ¿Tiene algún familiar?

Dramaturgo – Tan sólo tenía a mi mujer… Pero no creo que ella siga considerándose como alguien de la familia.

Periodista – O sea que está solo en vida. Ni mujer, ni familia, ni amigos… Por lo tanto yo misma puedo ir a recoger el premio y la medalla.

Dramaturgo – Veamos… Le propongo un trabajo de negro y no sólo no es capaz de escribir ni una línea, sino que además quiere recibir todos los honores que me sean entregados. ¿Quiere también mi número de la Seguridad Social?

Periodista – Quizá sería lo más prudente… Considere que se le supone muerto.

Dramaturgo – Siempre puedo resucitar…

Periodista – Piense un poco. Por ahora le conviene mucho más estar muerto.

Dramaturgo – ¿Usted cree?

Periodista – Le apuesto cualquier cosa a que mañana todos los periódicos hablarán de usted. Quizá no en primera página. Tampoco es cuestión de soñar, pero seguro que el País Semanal se acordará de usted.

Dramaturgo – Podría ser tentador el leer mi esquela de defunción estando vivo.

Periodista – Todos se referirán a usted como el gran dramaturgo. Sus libros se venderán como churros… Al menos durante dos o tres días.

Dramaturgo – ¿Está usted segura?

Periodista – No soy periodista, pero gracias a mi brillante idea saldrá su nombre en toda la prensa.

Dramaturgo – Bueno… ¿Y ahora qué hacemos?

Periodista – Usted se hace el muerto y yo… Yo me quedo con el 20% de sus derechos de autor.

Dramaturgo – Mi agente tan sólo se quedaba el 10%.

Periodista – Pero con él no vendía usted ni un libro y sus comedias nunca se representaban.

Dramaturgo – Y yo que ya me estaba haciendo a la idea de jubilarme.

Periodista – ¿Jubilarse?

Dramaturgo – He decidido eliminar de mi vida todo lo que me moleste. Ya no escribo. Hablo lo menos posible. No comparto mis opiniones con nadie. Más bien, prefiero no opinar en absoluto.

Periodista – ¿Y cree que puede hacer algo así?

Dramaturgo – ¿No opinar?

Periodista – No hablo de eso pero, usted no puede jubilarse… No tiene dónde caerse muerto…

Dramaturgo – Desde luego Bankia no me daría ni un euro.

Periodista – Pues bien… Yo le propongo que finja su muerte en lugar de jubilarse.

Dramaturgo – Es tentador, la verdad… Le pido, al menos, cinco minutos para sopesar los pros y los contras.

Suena el teléfono. Él intenta cogerlo.

Periodista – ¿Está usted loco? Le recuerdo que es un autor muerto. ¿Sí…? ¿Bankia? No… Lo siento. Don Dramón González acaba de fallecer… Si…. Se ha suicidado… Se ha bebido un litro de desatascador. Si, en efecto, ese líquido que se utiliza para desatascar las cañerías… Un agujero enorme en el estómago. Sólo de pensarlo se me abren las carnes… La sosa también es muy caustica. En efecto, él también era muy caustico… Ya sabe, los artistas… Además nadie mejor que ustedes sabe que estaba de deudas hasta las cejas. Seguramente fue la única forma que tuvo para escapar de sus acreedores. No, por supuesto, el dinero no es lo más importante… En todo caso, gracias por haber llamado… Eso es. Hasta pronto. Por supuesto, transmitiré sus condolencias a la familia.

Cuelga

Dramaturgo (estupefacto) – Le ha costado arrancar pero una vez que se ha lanzado al ruedo, no hay quien la pare. O sea que ahora resulta que me he suicidado.

Periodista – Me dije que, para un escritor, sería más romántico el suicidio que no morir de cáncer de colon.

Dramaturgo – ¿Más romántico tras haberme bebido un litro de desatascador?

Periodista – Estaba improvisando… Es lo primero que se me ocurrió.

Dramaturgo – ¿Improvisando…? Es necesario que se ajuste al texto.

Periodista – ¿A qué texto se refiere? Usted es incapaz de escribir ni una palabra.

Dramaturgo – ¡Basta! No es necesario que se ponga desagradable… Resumamos… O sea que yo me he suicidado… Es posible. Últimamente estaba un tanto depresivo.

Periodista – ¡Lo ve!

Dramaturgo – ¿Qué hacemos ahora…? ¿Organizar unos funerales a nivel nacional?

Periodista – Si el autor fallece las ventas aumentan, al menos, en un 10%. Si se suicida pueden llegar el 20%. (Suena el teléfono) Parece que el negocio marcha.

Dramaturgo – Tiene razón. El teléfono no ha sonado tan seguido desde hace años.

Responde la mujer

Periodista – ¡Dígame! Le habla la secretaria de Don Dramón González. Sí señora, en efecto. Se lo confirmo. Su marido ha muerto esta mañana. Le presento mis condolencias, así como las condolencias de Bankia. Un tiro en la sien. Así es. Mejor que no le vea. No creo que pudiera reconocerle. Le falta la mitad superior de la cabeza… No es un espectáculo de gusto, se lo aseguro…. Muy bien, se lo diré… Quiero decir, sí, gracias… Hasta la vista señora. (Cuelga). Era su mujer.

Dramaturgo – ¿Mi mujer? ¿Pero qué es lo que quería?

Periodista – Al parecer rendirle el último homenaje.

Dramaturgo – Hace años que no la veo. Tiene gracia. Normalmente era ella la que me reprochaba que no le diera un buen homenaje de vez en cuando…

Periodista – En general los muertos son mucho más populares que los vivos. Ya se irá dando cuenta de las ventajas que tiene ser difunto.

Dramaturgo – Le ha dicho a mi mujer que me pegué un tiro en la sien…

Periodista – Intento mejorar, ya lo ve. (Suena el teléfono) Si esto sigue así tendrá que contratar a una telefonista…. Le habla la agente en exclusiva de Don Dramón González… Sí, en efecto, soy yo quien tiene los derechos de todos sus trabajos. Nos casamos pocos meses antes de su muerte. Por lo tanto, soy la heredera directa… Sí… Si… Sí… Si, acababa de terminar una comedia que le va a dejar boquiabierto… Según mi entender es una obra de arte. Totalmente inédita, si. Sí… Sí… Sí… De acuerdo. ¿Puedo apuntar su teléfono? Muy bien, voy a estudiar personalmente su dossier y le daré una respuesta lo antes posible. Hasta pronto.

Dramaturgo – O sea que ahora resulta que estamos casados….

Periodista – Es más sencillo.

Dramaturgo – ¿Más sencillo?

Periodista – Para justificar el hecho de que soy yo la que tiene los derechos de sus obras.

Dramaturgo – Es posible…

Periodista – Por lo cual, como soy su viuda, todo queda en la familia.

Dramaturgo – ¿Puedo, al menos, saber quién ha llamado esta vez?

Periodista – Un teatro de Madrid que quiere montar su último trabajo.

Dramaturgo – ¿Un teatro? ¿Qué teatro?

Periodista – Debería haber tomado nota inmediatamente, pero usted me interrumpió… Tenía algo que ver con una marquesina…

Dramaturgo – ¿Con una marquesina?

Periodista – Y al mismo tiempo, era algo muy marinero…

Dramaturgo – ¿No sería el teatro Marquina?

Periodista – Eso es… Teatro Marina…

Dramaturgo – Marquina, Teatro Marquina… Pero ahí sólo ponen obras de autores vivos.

Periodista – Pero su cadáver está todavía caliente, no vamos a discutir por eso…

Dramaturgo – ¿Y qué piensa hacer?

Periodista – Les voy a dar largas. Hacerles entender que no son los únicos que quieren su último trabajo.

Dramaturgo – Tendría que haberla contratado antes como Agente.

Periodista – También podría pensarse en una retrospectiva del conjunto de su obra ¿No le parece?

Dramaturgo – Por qué no… Pero, cuando se refiere a mi último trabajo, quiere decir que se trata de…

Periodista – La comedia que todavía no ha escrito.

Dramaturgo – Pero si estoy muerto…

Periodista – Habrá oído que les hablé de un trabajo inédito.

Dramaturgo – Sí… Pero…

Periodista – Pero podrá escribirlo porque no está realmente muerto.

Dramaturgo – Ya le dije que había perdido la inspiración.

Periodista – Eso era antes…

Dramaturgo – ¿Antes?

Periodista – Antes de haber vuelto a ser un autor de éxito

Dramaturgo – Ha querido decir un autor muerto.

Periodista – También pero… Ahora que tiene todo el tiempo del mundo al estar muerto, podrá escribir la comedia sin stress. Yo me ocuparé del resto.

Dramaturgo – Perdone, pero… ¿Tengo que estar muerto durante mucho tiempo?

Periodista – Digamos el tiempo de escribir su comedia número 124. Después… Ya veremos.

Dramaturgo – Pues no tendré más remedido que ponerme manos a la obra.

Periodista – ¿Le apetece una manzanilla?

Dramaturgo – Casi prefiero el whisky sueco… (Coge la botella y se sirve) ¿Usted se va a quedar aquí?

Periodista – Alguien tiene que velar el cuerpo y contestar al teléfono…

Dramaturgo – Pues… ¡A trabajar!

Sale. La chica se pone cómoda, saca el portátil y llama.

Periodista – ¿Georges? Esta vez va en serio. Creo que está a punto de ponerse a escribir su comedia 124… No sé si nos hemos pasado con lo del premio y la medalla de las letras… Seguro que se va a llevar un chasco cuando se entere que no existe ni uno ni otro… Pero, es por su bien… Tampoco sabemos si su nuevo trabajo será realmente bueno… Sí, tiene usted razón, eso si no se ha muerto antes… Por cierto, tengo que decirle que me he visto forzada a improvisar un poco…

Vuelve el autor.

Dramaturgo – Estoy seco.

Periodista – ¿Cómo?

Dramaturgo – Se me acabó la tinta. El último cartucho está vacío. Y no será fácil encontrar repuesto a estas horas y por la zona…

Periodista – ¿Y la máquina de escribir?

Dramaturgo – ¿La máquina de escribir? Está como yo, ya se lo dije… En las últimas…

La periodista saca un bolígrafo del bolso y se lo entrega.

Periodista – Puede utilizar esto mientras tanto.

El hombre parece decepcionado por no haber encontrado la excusa ideal. Sale. Ella vuelve al teléfono.

Periodista – Todavía no podemos cantar victoria… Tendré que seguir vigilándole. Quizá habría que darle un poco más de cuerda…

Se escucha una detonación

Periodista – ¡Vaya! ¡Al parecer ha encontrado los cartuchos…! Le llamo dentro de un rato. (Cuelga) Me parece que me va a tocar escribir a mí sola la comedia.

Vuelve el hombre con una botella de champán en la mano. Acaba de quitarle el tapón.

Dramaturgo – No queda ni una gota de whisky, pero he encontrado esto en el frigo. La guardaba para una gran ocasión. Y el que me hayan dado un premio y una condecoración el mismo día, bien se merece un brindis… ¿Le apetece?

Periodista – ¿Por qué no? Siempre que me prometa que después volverá al trabajo.

Dramaturgo – No se preocupe. Es curioso, pero el estar muerto me ha devuelto la moral.

Periodista – Tanto mejor… ¿Entonces ya tiene una idea…?

Dramaturgo – He pensado que siempre es mejor partir de la realidad. Por lo tanto irá sobre el teatro dentro del teatro. La historia de un autor que ha perdido la inspiración y de una periodista que llama a su puerta.

Periodista – Eso me recuerda algo… ¿Ya sabe cómo lo va a llamar?

Dramaturgo – Pues sí… ¿Por qué no llamarle “El último cartucho”?

Periodista – ¿Está libre ese título?

Dramaturgo – Posiblemente sí… Pero, si encima hay que ser original…

Periodista – Pues brindemos por “El último cartucho”.

Dramaturgo – Si la dicto iremos mucho más rápido ¿No es así? (Coloca una vieja máquina de escribir delante de la chica) He recuperado la inspiración…

Periodista – Le escucho…

El autor comienza a dictar, muy inspirado, como si estuviera presenciando la escena.

Dramaturgo – Un salón en desorden. Un hombre está amodorrado en un sillón. Suena el teléfono y le saca de su sopor. Descuelga como un sonámbulo. ¡Diga!

Oscuro

Fin

***

El autor

Jean-Pierre Martinez es autor teatral y guionista francés de origen español. Nacido en 1955 en Auvers-sur-Oise, sube al escenario primero como baterista en diversos grupos de rock, antes de hacerse semiológo para la publicidad. Luego trabaja como guionista para la televisión, y vuelve al teatro como autor. Ha escrito mas de 60 guiones para distintas series de la televisión francesa, y 61 comedias para el teatro (13 y Martes, Strip Poker, Bar Manolo, Ella y El, Muertos de la Risa, Breves del Tiempo Perdido, El Joker…). Actualmente es uno de los autores contemporaneos mas representados en Francia, y varias de sus obras han sido ya traducidas en español y en inglés. Es licenciado en literatura española e inglesa (Sorbonne), en linguística (Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales), en economía (Institut d’Études Politique de Paris), en escritura de guiones (Conservatoire Européen d’Ecriture Audiovisuelle). Jean-Pierre Martinez ha escogido ofrecer todos los textos de sus obras para descargar gratuitamente en su web : comediatheque.net.

 

Otras obras del autor

13 y Martes

Bar Manolo

Breves del Tiempo Perdido

Crisis y Castigo

Cuatro Estrellas

El Joker

Ella y El, Monólogo Interactivo

EuroStar

Foto de Familia

Milagro en el Convento de Santa María-Juana

Muertos de la Risa

Por Debajo de la Mesa

Pronóstico Reservado

Strip Poker

Un Ataúd para Dos

Zona de Turbulencias

 

Este texto está protegido por las leyes

relativas al derecho de propiedad intelectual.

Toda copia es susceptible de una condena,

hasta de 300 000 euros y 3 años de prisión.

 

París – Enero de 2018

© La Comédi@thèque – ISBN 978-2-37705-182-3

http://comediatheque.net

El Último cartucho Lire la suite »

Cuatro Estrellas

Una comedia de Jean-Pierre Martinez

2 hombres / 2 mujeres

¡Si dos son compañía y tres son multitud, con cuatro uno sobra en esta alocada comedia espacial! Cuatro pasajeros que no tienen nada en común participan en un viaje turístico al espacio. La convivencia de estos resulta de lo más normal, hasta que la torre de control les dice que debido a una fuga de oxígeno, tendrán que ser repatriados urgentemente. Con el pequeño inconveniente de que no habrá suficiente aire para todos ellos. Uno se debe sacrificar, de lo contrario, todos morirán. Tienen una hora para decidir cuál será el que se convierta en héroe o asesino… El reloj está andando.


Aquellos textos los ofrece gratuitamente el autor para la lectura. Sin embargo cualquier representación pública, sea profesional o aficionada (incluso gratuita), debe ser autorizada por la Sociedad de Autores encargada de percibir los derechos del autor en el país de representación de la obra. 


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Cuatro estrellas

Una comedia de Jean-Pierre Martínez

Personajes :  

Natalia

Jesica

Jonathan

Iván

 

 © La Comédi@thèque

ACTO 1

 

Modulo principal de una nave espacial, al ser comedia no impide que la escenografía sea extravagante o exagerada en lo que a ciencia ficción se refiere. La pared posterior se puede cubrir con una pintura que represente un cielo estrellado visible desde la ventana. A ambos lados dos tabiques, de un lado un teléfono radio, más una terminal con una luz roja intermitente, y del otro lado un hacha roja también, en una caja de cristal con la leyenda “romper en caso de emergencia”. En la cuarta pared también se incluye una ventana que ofrece a los pasajeros unas vistas impresionantes de la tierra, la luna y las estrellas, de acuerdo con la rotación del habitáculo. A la izquierda del escenario ubicamos la salida para el puesto de mando y el laboratorio. Los baños y salas comunes al otro lado de la cabina. Jonathan, de pie frente al público, sorprendido admirando el espectáculo.

Jonathan – Es increíble, mira Jesica, ¡se ve Argentina!

Jesica, fingiendo que busca algo, lanza una mirada en dirección a Jonathan.

Jesica – Ah, si… Que chiquitita que se ve…

Jonathan – Se ve claramente la Cordillera de los Andes, la Selva Amazónica… deforestada, Punta del Este… ¡Por poco no se ve mi yate! Ahí está amarrado.

Jesica – Con Google Earth se vería. Si solo pudiera encontrar mi celular…

Jonathan – Esto es una locura, que bueno es saber que hoy en día los mapas son estrictamente fieles a la realidad, a diferencia de la edad media que por ejemplo no mencionaban América. Aquí tenemos una prueba visual de aquel error.

Jesica – ¡No me diga que pago este vuelo una fortuna solo para eso!

Jonathan – Pero mira, incluso puedo ver el Rio de la Plata (Se acerca a la ventana) No, no… Es caca de paloma en la ventana…

Jesica (acercándose también a la ventana) – Que curioso desde aquí no vemos las fronteras…

Jonathan (riendo) – ¿Que esperabas ver los trazos como en los mapas de geografía? Dicen que hasta se podía ver el muro de Berlín.

Jesica – Sí, es una pena que ya no exista.

Jonathan – Por suerte todavía se ve la Gran Muralla China!

Jesica – Y pronto se verá la que van a construir entre EEUU y México…

Jonathan – ¿Y usted? ¿Por qué hizo este viaje entonces?

Jesica – Lo gané en un concurso de tv, el primer premio incluía este viaje. Debía adivinar quién era el próximo expulsado en un reality show.

Jonathan – Ah sí, felicitaciones…

Jesica – Aunque debo decir que fuimos miles los que acertamos, finalmente por sorteo salí favorecida…

Jonathan – En cambio a mi este pequeño viaje al espacio me salió un millón de dólares…

Jesica – Claro para ser totalmente honesta, yo hubiera preferido el segundo premio.

Jonathan – ¿Que era?

Jesica – ¡Un Ford Ka!

Jonathan – Ah sí…

Jesica – ¡0 km! Con todos los chiches, levanta cristales eléctricos, cd con mp3, aire acondicionado, por cierto que calor que hace aquí.

Jonathan (vuelve a contemplar el espectáculo delante de él) – Es realmente increíble… No hay necesidad de ver el pronóstico del tiempo desde aquí. Te puedo decir que en aproximadamente una hora, un huracán devastara Nicaragua. Y créame va a ponerse fea la cosa… ¿No le parece divertido?

Jesica sigue su búsqueda por todos lados, excepto en la ventana.

Jesica – Lo tenía en mis manos hasta hace un momento… Que yo sepa no sabe volar…

(Se encuentra cara a cara con Iván, el capitán, que llego desde el puesto de mando)

Jesica – ¡Ah, Iván!

Iván – ¿Buscando algo?

Jesica – Sí, mi iPhone.

Iván (extendiendo su iPhone) – Lo encontré flotando en el techo del baño. Es un pequeño fallo del sistema de gravedad artificial en esa parte de la nave. Voy a tratar de solucionarlo…

Jesica – ¡Gracias señor!

Iván – Por desgracia, no fue el único Objeto Volador No Identificado que encontré cerca del inodoro… ¿Para qué quiere su celular?

Jesica – ¡Una llamada telefónica!

Iván – Creo que eso va a ser imposible.

Jesica – Pero si en los aviones es durante el despegue y aterrizaje que no se puede usar el móvil, ¿verdad?

Iván – Sí. Pero aquí estamos en un trasbordador espacial, claro que puede conectar su iPhone, pero si llega a tener señal a más de 180 km de la antena de su operador, definitivamente me voy a cambiar de compañía.

Jesica – Entonces no se puede llamar de ninguna manera…

Iván – Lo siento…

Jesica – Estoy totalmente aislada del mundo exterior…

Iván – Aislada del mundo no necesariamente, pero digamos que si en el espacio su iPhone llegara a sonar no sería una llamada proveniente de la tierra precisamente.

El teléfono de Jesica comienza a sonar, ella se sorprende.

Jesica – ¿Hola? (Corrigiéndose a sí misma) Perdón es la alarma me olvide de cambiarla.

Iván – Igualmente debo reconocer que cuando se está en órbita alrededor de la tierra es muy difícil saber qué hora es en realidad.

Jesica – Pero en caso de emergencia, por ejemplo, ¿no podemos ni siquiera llamar a los bomberos?

Ivan señala la luz roja en la pared junto a la radio.

Iván – En caso de emergencia estamos conectados a la torre de control constantemente por el panel de la radio. Pero si lo que quiere es cambiar su cita con el peluquero, me temo que va a tener que esperar a que volvamos a la tierra…

Jesica suspira.

Jesica – Ni siquiera sé que ponerme esta noche, con el calor que hace aquí, ¿será una cena de gala?

Iván – Mi Esmoquin lo deje en tierra, pero usted haga como se sienta más cómoda…

Jesica (sonriendo) – Genial…

Natalia entra en escena y cruza a Jesica que sale.

Natalia (con frialdad a distancia) – ¿Hola Jesica, necesita algo?

Jesica (imitando a ET) – Teléfono, casa……..

Natalia niega con la cabeza, Jesica se va.

Jonathan – ¡Miren de este lado ya se ve la luna!

Ivan se queda mirando a Jesica cuando se va a la altura de su espalda baja, lo que no escapo a la atenta mirada de Natalia.

Natalia – Por este lado también se la puede ver… (A Ivan) ¿A quién quería llamar?

Iván – Llamar a su peluquero, la madre, amigas, nada importante digamos…

Natalia no tiene tiempo para responder.

Jonathan – Iván disculpe, ¿esta noche podemos elegir que comer? Lo que hemos comido hasta aquí (Se agarra la cabeza)… Es víspera de año nuevo, ¿no pretenderá que comamos esa comida seca no?

Iván – No se preocupe Jonathan, hoy tenemos Pollo a las finas hierbas………deshidratado, con papas, a eso le agregamos agua caliente y ¡voila!

Jonathan (suspirando) – Con el precio que pague este pasaje esperaba al menos que hubiera caviar en la recepción.

Iván – ¿Por qué no come algunos de sus famosos chorizos?

Jonathan – Traía una valija llena pero me la hicieron dejar por exceso de equipaje, era eso o mi reproductor de DVD con la colección completa de los Simpson…

Natalia – Y como usted es un hombre de buen gusto…

Jonathan – Bueno, mientras tanto para ir despertando el apetito, me voy a la sala de ingravidez a hacer piruetas, todavía no logro entender cómo funciona…

Iván – Perfecto… Vaya hombre diviértase…

Jonathan – Puerco araña, puerco araña, al mal ataca con su telaraña, su colita retorcida… (Natalia niega con la cabeza evidenciando no conocer los Simpson, Jonathan emprende la salida, antes se detiene). Y Natalia. ¿Cómo va su investigación?

Natalia – Dios no creó el mundo en un solo día, deme otra semana para tratar de entender como lo hizo.

Jonathan – ¿Sobre qué investiga exactamente?

Natalia – El Big Bang.

Jonathan (escéptico) – En caso de necesitar asesoramiento comercial me avisa. (Jonathan se va tarareando la melodía de los Simpson) Puerco araña puerco araña, al mal ataca con su telaraña.

Iván (a Natalia) – ¿Sabe cómo hizo su fortuna? Embutidos… Además invento un chorizo con condimento dentro, chimi churri o salsa criolla…

Natalia – Es curioso…

Iván – Es un pesado.

Natalia – Entonces, vale lo que pesa en dólares, sin estos nuevos ricos dispuestos a pagar sumas astronómicas para ver la tierra desde el cielo, yo no podría continuar mi investigación.

Iván – Imagínese, el misterio de cómo empezó todo podría dilucidarse gracias a una marca de Chorizos…

Natalia – ¿Y usted? Sin el apoyo de los canales de tv, volaría un avión de pasajeros a las Islas Galápagos de vez en cuando en lugar de un transbordador espacial, es la triste realidad.

Iván – Los canales de TV están considerando un nuevo concepto de televisión realidad. Algo así como La Casa de la luna, una nueva versión de Gran Hermano pero en el espacio.

Natalia – ¡Gran Lunático! ¡Qué programa!!! Así que por eso Jesica está aquí…

Iván – Quieren saber si por debajo de los 60 iq el cerebro humano se resiste a la ausencia de gravedad. Así que no hay manera de poner en peligro la vida de estos chicos.

Natalia – En ese caso podrían haber experimentado con un pescado.

Iván – Un pescado no es tan bonito de ver como Jesica.

Natalia – Ah por ahí viene la cosa….

Iván – ¡Nooo! No creo realmente que sea mi tipo de mujer.

Natalia – Antes se la comió con los ojos, quien diría…

Iván – No le voy a negar que es hermosa. ¿Usted esta celosa?

Natalia – Celosa yo de ella, además ¿que le hace creer que usted es de mi tipo?

Iván – Por lo menos en la víspera de año nuevo no veo demasiada competencia… a no ser que Puerco Araña sea realmente su tipo de hombre.

Natalia – Tranquilo, su Gran Hermano versión Star Trek todavía no se estrenó.

Iván está a punto de responder cuando el terminal de la pared donde está el teléfono/radio comienza a parpadear en rojo.

Iván – Perdón… Capitán Spock, escucho… (Natalia está por salir pero intrigada por las caras que hace Iván cambia de opinión) Si… Repítame eso por favor… Esta bien… No, no…. Esta bien, manténgame al tanto.

Iván cuelga.

Natalia – ¿Algún problema?

Iván – El centro de control ha detectado una fuga en el sistema de suministro de oxígeno…

Natalia – ¿Es grave?

Iván – Todavía no se sabe… Me dicen que apenas sepan algo más nos comunican… Mientras tanto voy a conectar la alimentación de emergencia…

Jesica vuelve esta vez con un vestido atractivo.

Jesica – ¿Cree que puedo usar este vestido esta noche?

Iván no le presta atención.

Iván – Perdone pero tengo un pequeño problema que resolver. (Aparte a Natalia) No hay necesidad de preocupar a los turistas con todo esto ahora…

Iván se va, Jesica se siente decepcionada.

Jesica – Ni siquiera me miró… Me siento invisible para él… (A Natalia) ¿Usted me encuentra transparente?

Natalia – Al vestido lo encuentro transparente…

Jesica – Quizás fue demasiado….

Natalia – Es víspera de año nuevo y año nuevo es solo una vez al año, entonces por qué vestir igual que siempre, una mujer tiene el derecho de vestirse de puta si así lo desea para año nuevo, no tanto para navidad…

Jesica – ¿No te gusta?

Natalia – Yo no dije eso.

Jonathan regresa siempre tarareando.

Jonathan – Puerco araña, puerco araña…. (Se detiene al ver a Jesica)… ¿Qué me perdí?

Jesica en voz alta.

Jesica – ¿Y usted Jonathan que opina?

Jonathan (atónito, sin dejar de mirarla) – ¿Sobre qué exactamente?

Jesica – ¡Mi vestido!

Jonathan – ¡Ah su vestido, haberlo dicho antes! Yo no lo usaría en invierno…

Iván vuelve. Natalia observa que está aún más preocupado.

Natalia – ¿Está bien Capitán Spock?

Jesica – Pensé que era comandante y su nombre Iván… ¿Spock es el apellido?

Iván – Todo está bien. He conectado el sistema de ventilación de emergencia.

Jonathan – ¿Sistema y emergencia en la misma frase? No me gusta nada.

Iván (mostrando una sonrisa tranquilizadora) – Un pequeño problema técnico, pero se resolverá en un minuto… Tenga plena seguridad que podremos continuar con nuestro viaje como estaba planeado.

Jonathan – Bien, bien… Estaba pensando, como estamos dando vueltas al sol a la misma velocidad que la tierra… Bueno ya sabe, lo que quiero decir es… ¿Cuándo exactamente podemos considerar que es medianoche?

Iván (irónico) – Créame Jonathan este será el año nuevo más largo de su vida…

Preocupación en Natalia.

Jonathan – ¡Qué locura este viaje! De todos modos es algo que se hace solo una vez en la vida.

Natalia – Que la boca se le haga a un lado.

Jonathan – Hace bastante calor aquí. (Hacia Jesica) Tiene usted razón, debería haber tomado el Ka, al menos tenia aire acondicionado.

La terminal de radio de la pared comienza a parpadear. Iván intercambia miradas con Natalia y levanta el auricular. Natalia intenta desviar la atención y señala con el dedo en dirección a la ventana hacia el lado del espectador.

Natalia – ¡Estamos sobre china!

Iván (con el auricular) – ¿Si le escucho?

Natalia – ¡Incluso se ve la gran muralla!

Jonathan – ¿Dónde?

Jesica – No veo nada…

Natalia – ¡Ahí está!

Jonathan – Ah sí, ahí está la veo.

Jesica – Yo todavía no veo nada. Empiezo a preguntarme que es lo que hago aquí.

Iván (en el auricular) – Ok….

Iván cuelga e intercambia miradas de preocupación con Natalia.

Jonathan – ¡Este es el mejor día de mi vida!

Natalia – Y el ultimo…

Iván (a Jesica) – Jesica, me parece que hoy no ha hecho sus sesiones de ejercicio en el gimnasio de ingravidez. Le recuerdo que esto es parte de nuestra rutina diaria….

Jesica (suspiro) – Me marea, yo, caminar por las paredes como una Cucaracha. ¡No soy una cucaracha! ¿Por qué tengo que hacer eso?

Jonathan – Te acompaño, veras que es divertido.

Se va con Jesica, cantando. Iván y Natalia se quedan solos.  

Natalia – ¿Y?

Iván – Es un poco más grave de lo esperado…

Natalia – Me debe decir la verdad, comandante. Le recuerdo que más allá de mi condición de científica yo soy el copiloto de esta nave.

Iván – El sistema de ventilación principal está roto. Vamos a tener que recurrir al sistema de emergencia.

Natalia – Cuanto tiempo nos da el sistema de emergencia.

Iván – Cuatro horas.

Natalia – Lo suficiente para volver a la tierra inmediatamente. Pero no lo suficiente para pasar la víspera de año nuevo aquí. Los turistas se sentirán decepcionados pero a Jonathan le reembolsaran parte del dinero y Jesica tendrá su Ford Ka con aire acondicionado.

Iván – No es tan sencillo por desgracia.

Natalia – Ya me parecía. De lo contrario ¿por qué tendría esa cara de perro mojado? ¿No estaremos a la deriva en esta chatarra?

Iván – El sistema de oxigeno de emergencia solo está previsto para tres personas…

Natalia (asustada) – ¿Es broma?

Iván – ¿Porque tendría esta cara de perro mojado si esto fuera una broma?

Natalia – ¿Pero por qué?

Iván – Usted lo ha dicho, esta nave es una ruina. El propulsor se recuperó de una lanzadera Norteamericana que los americanos consideraban basura, la cabina es de una estación espacial Europea en desuso…. y el módulo en el que nos encontramos ha sido improvisado de una vieja capsula Soyuz Rusa…

Natalia (aterrada) – Si está previsto para tres personas… Entonces ¿Cómo se atreven a mandar a cuatro?

Iván – Puerco Araña pago su pasaje un millón de dólares. Sin él, y los de la Tele el viaje hubiera sido cancelado por fondos insuficientes… y usted nunca podría haber ni siquiera iniciado su investigación.

Natalia – ¿Entonces usted lo sabía?

Iván – Ya se lo dije. Era nuestra única oportunidad de hacer este viaje. ¿Hubiera renunciado a esta oportunidad única de revisar sus teorías acerca del Big Bang?

Natalia – No.

Iván – No… Porque si tiene éxito eso le valdría el Premio Nobel. Usted hubiera continuado a pesar de todo al igual que yo.

Natalia – Lo admito sí, pero nuestros turistas, ellos no son nobelizables. Tienen derecho a saber lo que pasa.

Iván – Ellos si hubieran sabido no venían…

Natacha – Puerco Araña hubiera elegido un “All inclusive” en Bora Bora.

Iván – Si, y Barbie el Ka con aire acondicionado.

Natalia – Bravo…. ¿Y ahora que proponen los brillantes organizadores de abajo?

Iván – Nada, que nos arreglemos solos, la ecuación es simple. Tenemos aire para tres personas durante cuatro horas, o reducimos la cantidad de pasajeros… O debemos dejar de respirar todos durante una hora.

Natalia – ¿Y cómo lo hacemos?

Iván – Con una capsula de Cianuro por ejemplo…

Natalia – ¿Perdón?

Iván – En el botiquín del baño, que también es chino por cierto, hay cianuro… Plan B digamos.

Natalia – ¡Genial pensaron en todo! Igualmente no va a ser fácil encontrar un voluntario para que viaje al más allá.

Iván – Tengo una idea pero no le va a agradar…

Natalia – Pruébeme…

Iván – Un poco de cianuro en polvo sobre las papas, que va muy bien, ella no se daría cuenta de nada…

Natalia – ¿Ella? Es una broma espero.

Iván – ¿Prefiere Puerco Araña?

Natalia – ¡Eso sería homicidio, comandante! A pesar de que nuestra conciencia podría vivir con ello, le recuerdo que este es un acto condenado por la ley.

Iván – Pero mandar a cuatro personas a volar con tres paracaídas en un avión obsoleto es legal…

Natalia – Ahorremos tiempo, está bien. Pero sepa que terminaremos en la cárcel o viviremos con eso en nuestras conciencias por siempre.

Iván – Tiene razón, ¿entonces que sugiere?

Jonathan y Jesica vuelven de muy buen humor, tarareando la canción de la cucaracha.

Jesica – La cucaracha, la cucaracha ya no puede caminar, por que no tiene, por qué le faltan las dos patitas de atrás…

Jonathan – Y bien comandante ¿es la hora feliz? ¡Tengo los colmillos afilados!

Jesica – Yo también estoy hambrienta.

Natalia (aparte a Ivan) – En todo caso será difícil de ocultar por tanto tiempo la verdad… Sin crear pánico innecesario claro esta… tenemos que decirles.

Iván – Usted dice que les anunciemos a estos dos tarados que uno de ellos es exceso de equipaje, pero calmados… No vayamos a crear pánico innecesario… Eso me gustaría verlo.

Natalia (vergüenza) – Puedo intentarlo…

Iván – Si logra hacer eso también puede competir por el Nobel de Psicología…

Apagón.

 

 

ACTO 2

 

Un grito agudo de Jesica en la oscuridad. Un sonido a cristales rotos. Entonces la luz se enciende. Natalia e Iván están trabajando alrededor de la joven mujer que acaba de desmayarse. Jonathan se encuentra delante de ellos, los ojos desorbitados. El sostiene el hacha que estaba en la caja de emergencia detrás del vidrio que acaba de romper.

Jonathan (empuñando el hacha de forma amenazante) – No sé qué es lo que me frena de abrirle la cabeza a ustedes dos…

Iván –E l hecho de que seamos los únicos que podamos llevar esta nave a tierra quizás…

Jonathan – Pero podría matar a uno, a usted por ejemplo…

Iván – No creo que usted sea capaz de algo así.

Jonathan – ¡Cuidado con lo que dice… he hecho una fortuna en un matadero precisamente!

Iván – ¿Mire que no soy cordero eh? Pero nada le impide tratar, siempre podre alegar defensa propia….

Natalia – De verdad creo que este no es el momento adecuado….

Jonathan – ¿Y cuándo será el momento cuando estemos todos sofocados?

Iván – Si tan preocupado esta le sugiero que deje de respirar una hora eso resolvería nuestro problema….

Natalia (hablando de Jesica) – Basta ya, porque no me ayudan con ella.

Jesica despierta.

Iván – Es una lástima, eso también hubiera resuelto nuestro problema….

Jesica – Díganme que esto es una pesadilla y que finalmente me dieron mi Ford KA.

Natalia – Ojala pero no Jesica… ¡Te has sacado el premio mayor!

Jonathan – No estás en un Ford Ka con aire, no… Justamente aire es lo que no tiene esta chatarra voladora.

Jesica – ¿Entonces es verdad? ¡Todos vamos a morir!

Natalia – No todos se lo aseguro.

Jesica – ¿Entonces debe haber una solución?

Jonathan – Sí. (Irónico) La capsula…

Jesica – De que hablan, me desespera…

Jonathan – ¡La capsula de cianuro! ¿No se da cuenta? Uno está de más aquí, y tenemos una hora para decidir cuál de nosotros es…

Jesica – Oh por dios yo estaba segura de que este viaje era una locura, no debería haber abandonado la tierra, si tan solo hubiera escuchado a mi madre. El espacio no es lugar para una dama. Este es sin dudas un castigo divino. Como la caída del Ícaro……

Jonathan – ¿Y ese quien es, uno nuevo?

Jesica – ¡Un personaje de la mitología griega! Que pretende volar como un pájaro en el cielo pero los dioses lo castigan y sus alas se derriten bajo el sol…

Iván (a Natalia) – En fin… Este sería un buen momento para decirles a estos dos que dios no existe, usted basa su trabajo en la creación del mundo, el Big Bang y esas cosas, está en condiciones de explicarles que ningún señor de barba blanca creo los cielos y la tierra…

Natalia – Pero la pregunta es quien encendió la mecha…

Iván – Bueno… por desgracia no tenemos más tiempo para filosofar. Así que, ¿qué hacemos? ¿Vemos quien saca la pajita más corta?

Jonathan – No no no, eso sería demasiado fácil e imprudente….

Iván – Hablando de imprudencia, usted podría bajar el hacha.

Jonathan baja el hacha de mala gana.

Jonathan – Eres el piloto, y nos has metido en esta mierda. Eras el único que sabía la verdad y decidió callar. ¡Creo que es hora que asuma su responsabilidad! ¡En un barco, el capitán se hunde con él, después de que todos los pasajeros se suben a los barcos salvavidas!

Iván – Atención al Señor Cerdo, llamada desde la tierra…

Jonathan – Se imagina que lindo sería, quedaría como un héroe.

Iván – ¡Esto no es una película, hombre!

Jesica – Sin embargo estamos peor que en el Titanic…

Iván – Yo no soy más que un subordinado, he seguido órdenes.

Jonathan – ¡Es lo mismo que dijo el tipo que soltó la bomba en Hiroshima!

Los dos hombres están al borde de la confrontación, Natalia interviene.

Natalia – ¡Pueden terminar ya! Cansan… Y además queman el oxígeno que nos queda innecesariamente… En cuanto a Iván, es verdad. Sería injusto asignarle la responsabilidad. Incluso si buscamos un culpable les recuerdo que la pena de muerte ha sido abolida en la mayoría de los países democráticos.

Jonathan (señalando a los espectadores como si mirara por la ventana de vidrio) – Deberíamos apuntar hacia China o Estados Unidos.

Natalia – Los verdaderos culpables están abajo eso es verdad. Igual nadie desconocía que la realización de este viaje era más peligroso que ir a San Fermín vestido de rojo y en pantuflas.

Jesica – Yo traje un vestido rojo que me queda lindo.

Jonathan – Esta bien olvidémonos de la tierra por un instante. ¿Qué hacemos? ¿Podríamos tratar de identificar entre nosotros al hombre o la mujer cuya perdida significaría menos para la humanidad?

Iván (irónicamente) – Algo me dice que usted tiene razones para creer que es un tipo indispensable.

Jonathan – Tengo una fábrica que emplea a más de 200.000 personas.

Iván – ¿Y usted realmente cree que su fábrica de embutidos no sobreviviría sin usted? Los accionistas nombrarían otro director general y asunto resuelto.

Jonathan – ¿Y usted tiene razones para creer que tiene más importancia que yo?

Iván – Para empezar sé cómo volar esta nave.

Natalia – Yo también…

Jonathan – Ya ve… Uno de ustedes dos será suficiente para conducir esta nave y proporcionarnos el servicio de habitaciones. El otro puede desaparecer por completo. (A Natalia) Cualquiera de los dos me da igual……

Iván – ¡Usted se cree más útil para la humanidad que un futuro Premio Nobel!

Jonathan – ¿Y por qué no?

Iván – Tiene usted razón si hubiera un premio Nobel de Choripanes seria para usted.

Jonathan – Em-bu-ti-dos. Y si, mis embutidos alimentan a un tercio de la población Argentina. Ahora si hablamos del choripán, todos sin excepción aman un buen choripán. (A Natalia) ¿Usted que hacia?

Natalia – Investigo sobre los orígenes del mundo.

Jonathan – ¿O sea…?

Natalia – Nada.

Jonathan – ¿Y ya encontró respuestas que contesten a sus preguntas?

Natalia – No.

Iván – En este caso no eres tan nobelizable, no sé qué te hace creer que tu investigación sea tan útil para nosotros.

Natalia – Nunca he dicho eso…

Nuevo silencio.

Jonathan (a Jesica) – ¿Y usted?

Jesica – ¿Yo que?

Jonathan – Denos una buena razón por la cual debe volver a la tierra……con vida.

Jesica (patética) – Tengo un gato, un perro y un canario que me esperan en casa… Por no hablar de mi madre…

Natalia – ¡Basta! Este no es el camino. ¡Es monstruoso discutir el valor de una vida sobre otra! Es cierto, tal vez que no he descubierto mucho pero al menos sé que ninguna vida vale menos que otra.

Jonathan – Perfecto, entonces a votar.

Jesica – ¿Qué?

Jonathan – Estaba en contra de la votación hasta hace un momento. Y puede ser que sea difícil sacrificarse por los demás, lo entiendo. Pero votar para ver quién de nosotros es el más digno de asumir este honor me parece estupendo.

Natalia – ¡No estoy de acuerdo!

Jonathan – No tiene que votar si no quiere, estamos en democracia. Pero eso no impedirá que votemos por usted, si no sería muy fácil…

Jonathan toma una libreta y un lápiz.

Jonathan – Cada uno pone un nombre en un papel, lo dobla y se lo entrega a Natalia que los va a abrir. ¿Iván?

Iván – Usted jura acatar el resultado de esta votación.

Jonathan – Lo juro.

Iván – Esta bien, vamos a ver…

Jonathan anota un nombre en la hoja, la corta, la dobla en cuatro y pasa el talonario y el lápiz a Ivan.

Jonathan – Sírvase.

Iván – ¿Por qué esta tan seguro de su popularidad?

Jonathan – ¿Y usted?

Ivan hace lo mismo que Jonathan y pasa el bloque más el lápiz a Jesica.

Jonathan – No se preocupe Jesica cuando todo termine usted tendrá su Ford Ka, yo personalmente me asegurare de ello…

Iván le lanza una mirada asesina, Jesica vacila, corta el papel lo dobla y lo coloca sobre la mesa.

Jonathan – Natalia nos haría el honor de anunciar los resultados de las elecciones.

De mala gana Natalia toma un papel y lee.

Natalia – Ivan… (La tensión es palpable, agarra otro papel) Jonathan… (Ella agarra el tercer papel) Jesica… (Aliviada) La votación no dejo ningún elegido para el martirio…

Iván (a Jonathan) – ¿Yo voté en contra de usted, usted voto en contra mío, y quien voto en contra de Jesica?

Jesica – ¡Yo!

Natalia – ¿Usted estaba dispuesta a sacrificarse?

Jesica – Ay no, pensé que teníamos que votar por quien se tenía que salvar.

Miradas afligidas de los otros tres.

Jonathan – Esto no decide nada.

Iván – En tal caso todos morimos en… (Mira su reloj) unas dos horas……

Jonathan – Y… ¿Por qué estamos discutiendo aquí en vez de emprender la vuelta a toda marcha?

Iván – Porque la nave podrá empezar a ser operada de forma manual una vez que entremos en la atmosfera, lo que será en media hora aproximadamente.

Natalia – Anteriormente girábamos en una órbita distante, pero la nave está en camino, si no, hubiéramos girado alrededor de la tierra para siempre.

Jonathan – Ahora me lo viene a decir. Y pensar que me vendieron este viaje como “una estadía placentera…”

Iván – Así que tenemos todavía media hora para decidir quién de nosotros cuatro tiene las cualidades de un héroe.

Natalia – Es una opción digna de una tragedia griega. Si cualquiera de nosotros no acepta morir, moriremos todos. Cada uno de nosotros tiene pues, la posibilidad de morir y salvar a los otros tres o morir por nada con los otros tres…

Jesica – ¿O un perfil bajo y la esperanza de que otro se sacrifique en su lugar?

Natalia – De todos modos no vamos a usar a nadie de chivo expiatorio. El que muera para salvar a los otros tres debe ser voluntario.

Jonathan – Perfecto… candidatos.

Silencio.

Natalia – Me ofrezco como voluntaria.

Los otros tres se quedan atónitos. Jonathan es el primero en reaccionar.

Jonathan – Excelente, está arreglado. Tenemos que agradecerle, pero después de todo, como decía usted, iba a morir de cualquier manera.

Iván – ¿Por qué hace esto? Sacrificándose como lo hizo Jesús, cuando ni siquiera cree en Dios…

Jonathan – ¿Una pregunta? Dado que la Señora es la voluntaria y estamos todos de acuerdo, a cambio prometo hacerme cargo del 50% de los gastos que su funeral ocasione, por supuesto, ¿Tiene además deseos particulares?

Iván – ¡Cállese! Natalia, usted piensa sacrificarse por un vendedor de salchichas……

Jesica – Mi perro es salchicha…

Jonathan – Ahora son salchichas…

Natalia – ¿Quién les dijo que yo pensaba sacrificarme por ustedes?

Iván – Creo que no vale la pena, créame.

Natalia – Llámelo un acto de orgullo, no sé. Pero si hay que morir, prefiero hacerlo con dignidad.

Iván – No voy a dejar que lo haga.

Natalia – Y cómo piensa impedirlo.

Iván – Soy yo el que tiene la clave del botiquín. Y si alguien tiene que sacrificarse aquí, soy yo.

Jonathan – Bueno no se van a pelear ahora, que con uno basta.

Natalia – ¿Usted estaría dispuesto a hacer eso por mí? ¿Por qué?

Iván – Porque tú lo vales……

Jonathan – Lo que es seguro es que no pueden morir los dos. Uno de ustedes nos tiene que llevar a casa. (Hablándole a Jesica) Solo tengo licencia para camiones. Y esta joven encantadora a duras penas que podría aparcar el Ford Ka en su garaje…

Jesica – No estoy de acuerdo.

Jonathan – Perdón por lo del Ka, retiro lo dicho.

Jesica – No estoy de acuerdo con que Natalia o Iván se tengan que sacrificar por nosotros.

Jonathan – No vamos a empezar de nuevo, esto ya estaba decidido.

Jesica – ¿Cómo podremos seguir viviendo con esto en nuestra conciencia después?

Jonathan – Créame (Mirando su reloj) No tenemos más que quince minutos para decidirlo.

Iván – Entonces ¿Qué sugieres?

Jesica – El azar, es la única solución que me parece justa.

Jonathan – Justa y arriesgada…

Natalia – Me pregunto si no es Jesica la que finalmente tiene la razón, no sé si están de acuerdo conmigo.

Jonathan – ¿Tenemos alguna elección?

Iván – En realidad no.

Jesica – El tema será ahora encontrar el instrumento de azar.

Iván – Yo propondría la Ruleta Rusa. En una cabina Soyuz sería lo adecuado. Pero desgraciadamente las armas de fuego están prohibidas a bordo. Además si la bala atravesara el cráneo y agujereara la cabina, se despresurizaría, sería un desastre…

Jesica – ¿Y si usamos el hacha?

Iván – ¿Y cómo se imagina que técnicamente jugaríamos ruleta rusa con un hacha?

Silencio de reflexión.

Jonathan – ¿Podríamos hacer una partida de Truco? Traje cartas… Cada partido es un litro de aire. Y el perdedor tiene que dejar de respirar.

Jesica – No se jugar al Truco.

Jonathan – Yo le enseño es muy simple… El uno de espada y el de basto…

Iván (interrumpiéndole) – No trate de confundirnos, el Truco no es un juego de azar.

Jonathan – Usted tiene una mejor idea…

Iván – Tal vez…

Ivan está a punto de salir, Jonathan lo detiene.

Jonathan – ¿A dónde va?

Iván – Voy a buscar algo para tomar. Usted dijo que yo estaba a cargo de los servicios de habitaciones. ¿Verdad?

Jonathan – Yo propongo que permanezcamos agrupados. ¿Quién nos asegura que no esté preparando un ataque por la espalda?

Iván – Tiene mi palabra que no planeo ningún ataque, si quiere puede acompañarme…

Se enfrentan cara a cara y finalmente, Jonathan se hace a un lado.

Jonathan – Está bien, estamos entre personas educadas, después de todo…

Iván sale de la habitación. Nuevo silencio. Natalia mira las estrellas a través de la ventana.

Natalia – Lo encontrara raro para un astrofísico pero jamás me tomo el tiempo de mirar las estrellas de esta manera…

Jonathan (indiferente) – Ah sí…

Natalia – Me pregunto si la respuesta no está ahí finalmente…

Jesica – ¿La respuesta?

Jonathan – ¿A cuál pregunta?

Natalia – El origen del universo.

Jonathan (desesperanzado) – Y dale con lo mismo….

Natalia (emocionada) – Y si la pregunta no es científica sino puramente estética. ¿Si Dios es un artista?

Jonathan se encoge de hombros, Jesica también mira las estrellas.

Jesica – Es cierto que es hermoso.

Natalia (a Jonathan) – Venga también, si usted ha hecho este viaje para ver de cerca las estrellas. ¿O no?

Jonathan – Yo estoy aburrido como un hongo, eso me pasa.

Natalia – Creí saber todo lo que se podía saber acerca del cielo y en realidad estábamos a mitad de camino…

Jesica – Sonara extraño, pero no lamento no haber ganado el KA. Incluso si tengo que morir aquí, ahora, no me importa porque he visto esto… Nunca me sentí tan viva.

Natalia – Todos desapareceremos un día. Debemos ser conscientes al levantarnos cada mañana y agradecer por la vida. Después de todo, las estrellas también mueren. El sol mismo un día dejara de brillar.

Jesica – ¿Ahora mismo nosotros somos estrellas entre otras estrellas?

Natalia – Cuatro estrellas si, entre tantas otras….

Jonathan – Cuatro estrellados vamos a ser. Rápido nos vamos a apagar….

Natalia (mirando al cielo estrellado nuevamente) – Las estrellas también se apagan. Pero cuál de ellas alberga el misterio del universo. Del movimiento perpetuo. Un enorme rompecabezas que nunca logramos reconstruir… porque al final siempre nos falta una pieza.

Jonathan – Ahora… cuando nos sofoquemos le pregunta a Dios si la tiene…

Ivan ingresa con cuatro copas de champagne.

Iván – ¿Ya brindaron por el año nuevo?

Jonathan – ¿Ya es la hora?

Iván – Claro ya es hora y una de estas copas contiene cianuro.

Los otros tres se quedan en silencio.

Jonathan – ¡Usted sabe cuál! ¡Fue usted quien las preparó!

Iván – Por esa razón tomaré la última copa en honor a usted Jonathan.

La bandeja se mueve hacia Jonathan invitándolo a servirse, este duda.

Jonathan – ¿En verdad sabe dónde está?

Iván – No, de lo contrario no sería divertido.

Jonathan decide agarrar una copa y luego Ivan le extiende la bandeja a Jesica que también duda.

Jesica – No puedo soportar el champagne, las burbujas me hacen mal.

Iván –o siento.

Jesica se decide por una copa. Ivan le acerca la bandeja a Natalia que sin dudar agarra una también. Ivan toma la última copa, se acercan los cuatro y levantan sus copas para brindar.

Iván – A la salud de los sobrevivientes!

Los cuatros vacían sus vasos de un solo trago.

Jesica – Mmm rica… ¿Tenemos sushi?

Apagón

 

 

ACTO 3

Los cuatro sentados en semis circulo, el ambiente esta pesado.

Jesica – Pensé que un cohete de este tamaño haría mucho ruido. Pero aquí lo que sobra es el silencio…

Jonathan – Un silencio sepulcral.

Jesica – Aquí hay más silencio que en la casa de mi abuela, y eso que ella vive en el campo…

Natalia – El sonido no puede propagarse en el vacío, es por eso que no escuchamos nada…

Jesica – ¿En lo de mi abuela?

Natalia – ¡En el espacio!

Iván – Sin embargo el cosmos es de todo menos tranquilo. La mayoría de las estrellas que vemos han muerto hace milenios en un gran incendio nuclear. Si Dios existe es más parecido al Doctor Strangelove que a George Moustaki…….

Nuevo silencio.

Jesica – No entendí…

Jonathan – Lo que quiere decir, mi querida Jesica, es que las estrellas también mueren constantemente.

Iván – Si y mueren en silencio a pesar de todo ese espectáculo.

Silencio.

Jonathan – ¿No podemos poner un poco de música?

Natalia – ¡Me aterra el silencio eterno de esos espacios infinitos!

Jonathan – Es lo que yo decía…

Natalia – ¡Pascal!

Jonathan – ¿Pascal?

Iván – Blas Pascal. ¿El filósofo?

Jonathan – Ah si en un capítulo de los Simpson aparece con una ardilla y explica la teoría de la probabilidad.

Natalia – Bueno… al menos sacó algo de enseñanza de ese programa.

Silencio. Jesica toma un bocado del plato.

Jesica No era tan malo el pollo disecado este.

Jonathan – Lo que me da una idea… y si empiezo a fabricar y procesar chorizos deshidratados, seria genial y podría exportar en mayor cantidad a menores costos.

Natalia – ¡Que ridículo! A propósito no siento ningún síntoma… ¿Ustedes?

Jesica – Yo tampoco.

Iván – Lleva tiempo que actué el veneno.

Jonathan – ¿Cuánto?

Iván – Un cuarto de hora supongo.

Jesica – ¿Es doloroso?

Iván – No lo sé nunca tome antes de hoy.

Natalia – ¿Cómo antes de hoy?

Iván – Una forma de decir nada más.

Natalia – Si no recuerdo mal el envenenamiento por cianuro en un primer momento causa convulsiones, pérdida de conciencia, coma profundo…

Jonathan – Efectos secundarios…

Natalia – Efecto principal… detiene el corazón por falta de oxígeno.

Todos tragan saliva.

Iván – Era el veneno favorito de la aristocracia nazi. Goering se suicidó para escapar de su ejecución tras el proceso de Nuremberg.

Jonathan – Cometer suicidio para escapar de la ejecución… No veo el beneficio…

Natalia – De todos modos uno de nosotros morirá en los próximos minutos. Sugiero que todos digamos que cambiaría de su vida si tuviera la posibilidad de hacerlo.

Iván – Usted primero….

Natalia – Si no muero voy a volver a una tienda que vi unos zapatos hermosos y darme el gusto de comprármelos.

Jonathan – ¿Eso cambiaría?

Natalia – El precio me pareció exagerado para un par de zapatos… pero esta aventura me ha enseñado la importancia de la frivolidad. ¿Usted Jonathan?

Jonathan – Por empezar debo dejar de preocuparme solo por mí, por eso estoy aburrido, y el cielo es para los pájaros, yo pertenezco a la tierra….

Natalia – ¿Entonces?

Jonathan – Voy a crear una fundación…

Iván – Usted…

Jonathan – ¿Por qué no? ¡Como Bill Gates!

Natalia – ¿Y cuál sería el propósito de esta fundación?

Jonathan – No lo sé. Acabar con el hambre en el mundo por ejemplo.

Iván – Quien daría, eso me gustaría verlo.

Jonathan – No siempre fui rico, no nací en cuna de oro como quien dice.

Jesica – Cuna de plata tal vez…

Jonathan – Puede ser… Mi abuelo fue el que empezó con el negocio de la carne, mi tío y mi padre se hicieron cargo a la muerte de mi abuelo. Mi padre falleció y al tiempo mi tío que no tenía hijos y ahí tuve que hacerme cargo de todo yo.

Iván – En el fondo sigue siendo un tipo de barrio.

Jonathan – Creo que cuando me hice cargo del negocio la idea era esa, alimentar a la gente con menos recursos, yo soy un idealista también, no sé qué me pasó….

Iván – ¿Y usted Jesica?

Jesica – Reanudaré mis estudios, seguiré aprendiendo idiomas.

Natalia – ¿Usted estudiaba?

Jesica – ¿Si, sorprendida?

Natalia – Un poco, qué clase de estudios.

Jesica – Me interesé en la comunicación, el arte, cantar, actuar. Dejé todo cuando me eligieron para miss Argentina…

Jonathan – ¿Eres miss Argentina?

Jesica – Casi… Me hicieron renunciar justo antes de la final. Un ex-novio que subió un video a las redes donde estamos haciendo cosas de pareja, nada extravagante, un video casero que filmamos hace muchísimo, cosas de adolescente rebelde…

Jonathan la mira con otros ojos…

Iván – ¿Así que habla otros idiomas?

Jesica – Con fluidez Mandarín y Francés, el idioma del amor, ahora estoy practicando algo de ruso.

Iván – Haberlo sabido antes, las instrucciones de la nave estaban en chino.

Jesica – Si los idiomas orientales son muy difíciles, el coreano es hermoso, muy musical…

Natalia – ¿Y usted Iván?

Iván (visiblemente fuera de sí) – Creo que para mí no es el momento adecuado de hacer planes de futuro.

Jesica – ¿No me diga que siente las primeras contracciones… digo convulsiones?

Iván – Voy a dejar que termine la víspera de año nuevo en paz. (Se levanta con dificultad y entrega una carta a Natalia) Mira, escribí una carta en caso de… (Natalia toma mecánicamente la carta) Deberías leerla cuando me haya ido… Odio las despedidas…

Natalia (triste) – Te acompaño…

Iván – No gracias prefiero estar solo… Les deseo a todos un buen viaje…

Jesica – Gracias… Usted también…

Sale de la habitación, los otros tres se quedan solos petrificados.

Natalia se levanta y toma el vaso de Ivan y lo arrima a su nariz cuidadosamente.

Natalia – En este vaso nunca hubo veneno.

Jonathan – ¿Cómo lo sabes?

Natalia – El cianuro tiene un ligero olor a almendras amargas, lo he manipulado muchas veces en el laboratorio y tengo un agudo sentido del olfato.

Jesica también huele el vaso.

Jesica – Es verdad, yo tengo un jabón antialérgico con olor a almendras podridas y esto no huele más que a champagne.

Jonathan – Si a Iván solo le ha caído mal la comida, entonces uno de nosotros tres esta por morir…

Natalia huele los otros vasos.

Natalia – Ninguno de estos vasos tiene olor a cianuro.

Jesica – Pero Iván se veía muy mal…

Jonathan – ¿Entonces?

Natalia – Entonces tomó el veneno antes de servir las copas por eso no importaba quien tomara cual ¿Sino por qué escribir una carta?

Jesica – Pero… ¿Porque?

Natalia – Se sacrificó por nosotros. Voluntariamente, pero no quería que lo sepamos.

Jonathan – ¿Por qué haría eso? No tiene ningún sentido.

Natalia – Para aliviar nuestras conciencias, nos deja creer que fue el destino lo que nos salvó y no un suicidio. Los verdaderos héroes no buscan honores…

Jesica – ¡Por dios!

Jonathan – Jamás lo hubiera creído…

Natalia – No tengo palabras…

Jonathan – ¿Que dice la carta?

Natalia – Prefiero leerla más tarde.

Jonathan – Si… pero tal vez tenga alguna información útil, algo que tiene que ver con usted y la operación de esta nave. No olvide que él era el capitán.

Natalia abre el sobre y comienza a leer en silencio ante la atenta mirada de los otros dos.

Jesica – ¿Y? Diga algo…

Natalia – Es una especie de testamento.

Jonathan – Encima nos dejó algo… Que tipo generoso.

Jesica le da una mirada de reproche.

Natalia – Es un testamento y algunos pedidos especiales.

Jonathan – ¿Pedidos?

Natalia – Pide que le dé su nombre a la fundación.

Jonathan – ¿Fundación? (Las dos lo miran con desprecio) Ah si la fundación para los más hambrientos.

Natalia – También le pide a usted Jesica que mantenga su promesa.

Jesica – ¿Mi promesa? ¿Cuál de todas?

Natalia – La de reanudar sus estudios… Él le deja el contenido de la caja de ahorros que poseía para su retiro para que pueda hacerlo.

Jonathan – ¿Cuánto seria… más o menos?

Natalia – Doscientos cincuenta mil pesos.

Jesica – ¿Qué?

Jonathan – Lo que no es poco… si sabe invertir.

Natalia – Algunas recomendaciones para el aterrizaje y no mucho más…

Jesica – A usted no le deja nada… Unos pesos para comprarse los zapatos… ¿Nada?

Natalia (con pesar) – Si pero es muy personal…

Jonathan y Jesica intercambian miradas de asombro al ver a Natalia estremecerse hasta las lágrimas, de repente, en la terminal de la pared donde está la radio comienza a parpadear en rojo nuevamente. Natalia casi sin expresiones levanta el auricular mecánicamente.

Natalia – Si… (Parece descomponerse) ¿Qué… qué??? Si, espero instrucciones…

Jonathan y Jesica la miran con cara de interrogación.

Jonathan – ¿Que pasa ahora?

Natalia – Subsanada la fuga en el sistema inicial de ventilación principal de modulo B de la nave…

Jonathan – ¿En español???

Natalia – Tenemos suficiente oxígeno para llegar a la tierra sin mayores problemas.

Jesica – Genial… (Se da cuenta) Oh dios mío… ¡Ivan!

Natalia se precipita.

Natalia – Voy a ver si todavía podemos hacer algo por el…

Jonathan y Jesica se quedan solos.

Jonathan – Cuando volvamos a la tierra me van escuchar, estos que se creen… Lo vendieron como el orient express, lo más lujoso de lo lujoso… Todo Chino y lo que no obsoleto…

Jesica – Hasta el botiquín era chino…

Jonathan – ¡Es la torre de Babel, este cohete! No exijo que me devuelvan el dinero ya que lo más importante es que estamos vivos. Se da cuenta, ¿no está feliz?

Jesica – Pobre Iván….

Jonathan – Bueno, si eso le pasa por querer hacerse el héroe…

Jesica – Sin embargo que hombre lindo y valiente… y lindo.

Jonathan – Pero yo estoy aquí además de lindo soy joven… y usted no solo joven si no atrevida… ¿Cómo es eso de que hacia películas de porno casero? Honestamente me ha sorprendido, Jesica, peligrosa, bilingüe…

Jesica – Trilingüe…

Jonathan – Esta aventura me hizo pensar, la veo más madura y fuerte de lo que creí, así que tengo una propuesta para ti. Necesito alguien de confianza que me ayude con…

Jesica – ¿La fundación?

Jonathan – Y dale con la fundación… ¿Qué fundación?

Jesica – Hambre… Mundo… Ffundación… Su lado más humano.

Jonathan – Ah eso si… No… Bueno parecido, busco un gerente para ventas en el mercado asiático y usted me puede venir muy bien…

Jesica – ¿El mercado asiático?

Jonathan – Sería una buena embajadora del chorizo usted… Eso no sonó muy bien que digamos.

Jesica – ¿Cree que yo podría hacerlo?

Jonathan – Imagínese, usted habla más idiomas que el papa, pero con más lindo cuerpo, los chinos se vuelven locos.

Jesica – ¿Chorizos en China? Le parece…

Jonathan – Y con la cantidad que son, con que le guste al 30 % de la población nos dedicamos a la exportación y nada más… En cuanto a la estrategia de marketing mientras bebíamos champagne se me ocurrió. Imagínese… (Jonathan mira hacia la luna y dibuja con su mano.) Con un láser gigante proyectamos en la superficie lunar la figura de un choripán y el nombre de la marca en letras grandes. ¿Se imagina el impacto? La cara de esos chinos, todas iguales con cara de no entender nada, porque se vería en todos lados donde sea de noche claro está.

Jesica no tiene tiempo para responder, Natalia entra desconcertada.

Natalia – El está inconsciente en su cama… Ya no se puede hacer nada, así que he decidido unirme a él…

Jonathan – ¿Como que unirse?

Jesica le saca de las manos un frasco a Natalia.

Jesica – Se ha tomado una capsula de cianuro.

Jonathan – Como se le ocurre, todos vamos a morir, esto no puede ser… (Jesica sorprendida) ¿Quién va a tripular esta cosa a tierra?

Natalia – Lo siento yo no pensé en eso… Adiós, sean felices juntos… Yo también me uniré al hombre que amo para toda la eternidad… antes me doy una vueltita por el baño.

Natalia se va.

Jonathan (destruido) – No puede ser, adiós China, mi yate, usted…

Jesica – Aun así es increíblemente romántico…

Jonathan – Y estúpido…

Jesica – ¡Shakespeare! Que prueba de amor, ¿estás dispuesto a morir por mi Jonathan…?

Jonathan – ¿Como si tuviera otra opción?

Ivan acaba de ingresar con un tubo de drogas en la mano.

Jesica (sorprendida) – Mierda ¡Vamos a reescribir romeo y Julieta!

Iván – No entiendo me trague dos capsulas de cianuro y lo único que tengo es dolor de cabeza y sueño…

Jesica mira con curiosidad el tubo que Ivan tiene en la mano.

Jesica – Esto no es chino, es coreano… (Mira el tubo de nuevo) Es una pastilla para dormir vencida desde 1973.

Jonathan – No es de extrañar que no sea eficaz capitán. Entonces estamos salvados y podemos volar a casa, si lo mantenemos despierto por lo que resta de viaje.

Iván – ¿Y Natalia?

Jesica (avergonzada) – Eso le estaba por decir…

Jonathan – ¿Usted puede manejar por una hora? De lo contrario explíqueme brevemente como hacerlo antes de dormirse de nuevo. No debería ser tan complicado volar un cohete.

Iván – ¿Que paso?

Jesica – Estamos salvados capitán, se solucionó el problemita del aire, podemos volver.

Iván – ¿Y Natalia? Dime la verdad…

Jesica – Pasó que…

Jonathan – No la podemos encontrar por ningún lado…

Jesica – Pensamos que estabas muerto…

Iván ve el tubo que tomo Natalia sobre la mesa y se lo lleva.

Iván – No me digan que…

Jesica – Ay si Iván… Ella lo quería demasiado.

Iván – ¡No!

Iván toma en sus manos el tubo que estaba en la mesa.

Jonathan (desesperado) – Soy el único que quiere volver a la tierra…

Jesica vuelve a mirar el tubo que acaba de tomar Iván.

Jesica – Jonathan tiene razón, es mejor volver y tranquilizarnos en la tierra, que le parece capitán. Además esto no es coreano, ni chino, ni cianuro, es un poderoso laxante para el espacio a base de hierbas naturales.

Jonathan – ¿También caducado?

Jesica – Por desgracia no.

Jonathan – Uhh con el inodoro en gravedad cero… y tapado.

Jesica – ¡Un tsunami de caca!

Natalia regresa en ese momento.

Natalia – ¿No saben dónde está la reserva de papel higiénico en esta nave? (Ve a Ivan) ¿Ivan? Entonces usted está vivo…!

Iván – Si Natalia es un milagro. Parece que solo me tome un par de pastillas para dormir… vencidas.

Natalia – Que alegría…

Iván – Sabe que Natalia, la amo… Desde que la vi en un primer momento… ¿Quiere ser mi esposa?

Natalia – Si Ivan (Se están por besar bajo la tierna mirada de los otros dos) Un segundo ya vuelvo.

Sale corriendo agarrándose la panza, Ivan cae dormido al suelo.

Jonathan – No, no de nuevo no…

Jesica entre lágrimas se abraza a Jonathan.

Jesica – Con tantas emociones creo que el corazón va a explotar…

Jonathan – Que corta es la vida y después de todo lo que pasamos juntos… ¿Le gustaría casarse conmigo?

Jesica – ¿Usted se casaría conmigo a pesar de mis pecados de juventud?

Jonathan – No a pesar… ¡Si no por ellos! Además que más nos puede pasar. ¿Quieres la luna?

Jesica – ¿La luna?

Jonathan – En vez del nombre con láser del chorizo en la luna su nombre y el mío entrelazados…

Jesica – Resulto ser un romántico usted.

Se están a punto de besar suena el teléfono de la pared de emergencias con parpadeo en rojo.

Se miran preocupados, Jonathan se decide a atender.

Jonathan – ¿Si? (Preocupado, pero su cara cambia) También lograron destapar el baño.

Jesica – ¿No le digo? ¡El que bien anda bien acaba!

FIN

***

 

El autor

Jean-Pierre Martinez es autor teatral y guionista francés de origen español. Nacido en 1955 en Auvers-sur-Oise, sube al escenario primero como baterista en diversos grupos de rock, antes de hacerse semiológo para la publicidad. Luego trabaja como guionista para la televisión, y vuelve al teatro como autor. Ha escrito mas de 60 guiones para distintas series de la televisión francesa, y 61 comedias para el teatro (13 y Martes, Strip Poker, Bar Manolo, Ella y El, Muertos de la Risa, Breves del Tiempo Perdido, El Joker…). Actualmente es uno de los autores contemporaneos mas representados en Francia, y varias de sus obras han sido ya traducidas en español y en inglés. Es licenciado en literatura española e inglesa (Sorbonne), en linguística (Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales), en economía (Institut d’Études Politique de Paris), en escritura de guiones (Conservatoire Européen d’Ecriture Audiovisuelle). Jean-Pierre Martinez ha escogido ofrecer todos los textos de sus obras para descargar gratuitamente en su web : comediatheque.net.

 

Otras obras del autor  

13 y Martes

Bar Manolo

Breves del Tiempo Perdido

Crisis y Castigo

El Joker

Ella y El, Monólogo Interactivo

EuroStar

Foto de Familia

Muertos de la Risa

Por Debajo de la Mesa

Pronóstico Reservado

Strip Poker

Un Ataúd para Dos

Zona de Turbulencias

Este texto está protegido por las leyes

relativas al derecho de propiedad intelectual.

Toda copia es susceptible de una condena,

hasta de 300 000 euros y 3 años de prisión.

 

París – Febrero de 2017

© La Comédi@thèque – ISBN 978-2-37705-090-1

http://comediatheque.net

Cuatro Estrellas Lire la suite »

Milagro en el Convento de Santa María-Juana

Una comedia de Jean-Pierre Martinez

10 personajes

Posibles repartos : 2H/8M, 3H/7M, 4H/6M, 5H/5M

En la tienda del convento cuyas ventas financian las buenas obras de las hermanas herbolarias, el famoso elixir de Santa María-Juana ha perdido todo el esplendor que tuvo tiempo atrás, hasta el punto de poner en riesgo la economía de esta peculiar comunidad. Por suerte o por desgracia, fallece Sor Ana, la encargada de la destilería del convento, lo que supondrá la llegada de Sor Inés, una monja novicia revolucionaria que la reemplazará en este delicado cargo. Sor Inés se las ingeniará para renovar la fórmula del elixir que da nombre al convento y decidirá añadirle una hierba misteriosa a la preparación. El espectacular éxito del nuevo preparado dará mucho que hablar y atraerá al convento a los jóvenes del pueblo, a algún que otro comerciante de dudosa reputación y hasta a un agente del orden. ¿Será éste el último milagro de Santa María-Juana?


Aquellos textos los ofrece gratuitamente el autor para la lectura. Sin embargo cualquier representación pública, sea profesional o aficionada (incluso gratuita), debe ser autorizada por la Sociedad de Autores encargada de percibir los derechos del autor en el país de representación de la obra. 


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Milagro Milagro

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Milagro en el convento de Santa María-Juana

Una comedia de Jean-Pierre Martínez

 PERSONAJES

Madre Superiora
Sor Prudencia
Sor Inés
Teresa
Bernardo
Victorina
Sam
Traficante
Policía

© La Comédi@thèque

 

ACTO 1

La tienda del Convento de Santa María-Juana vende varios productos monásticos (licores, galletas, mermeladas) y otras baratijas religiosas (velas, estatuillas, libros). Entre los estantes y expositores destaca el famoso elixir de Santa María-Juana.

Sor Prudencia hace las cuentas mientras Teresa, la voluntaria que la ayuda, revisa los estantes. Teresa habla con un optimismo un poco forzado.

Teresa – Habrá que pedir más puntos de libro con la imagen de Santa María-Juana. ¡Últimamente se venden como churros!

Sor Prudencia – Sí, pero aunque pudiéramos multiplicar esos churros… A 50 céntimos cada uno es evidente que no bastaran para sacar esto adelante.

Teresa – Vamos, Sor Prudencia… ¡Conservemos la fe! Aunque, por desgracia, no le falta razón… Además, no hemos visto mucha clientela esta mañana que digamos…

Sor Prudencia – Hasta nuestros parroquianos más fieles prefieren ir al centro a por los regalos de Navidad.

Teresa – Y todo para comprar productos fabricados en China o a vete saber dónde… Aquí, en cambio, todo lo producen las hermanas de forma artesanal.

Sor Prudencia – Pues sí, Teresa, somos las únicas intermediarias entre nuestro creador y el consumidor.

Teresa – Por desgracia, en estos momentos, todo lo monástico está pasando por un gran déficit de interés.

Sor Prudencia – Sí, y nuestra cuenta bancaria, por un gran déficit, a secas.

Teresa – ¿La situación es realmente tan grave?

Sor Prudencia – Bueno, aquí no estamos para obtener beneficios, naturalmente. Pero si las ventas siguen bajando, a menos que ocurra un milagro, acabaremos por tener que cerrar la tienda.

Aparece en escena Bernardo empujando una carretilla con una caja de licores.

Teresa – ¡Hombre, Bernardo!

Bernardo – Mis respetos, Teresa. Buenos días, Sor Prudencia.

Teresa – Oh… Me da la impresión que esa caja pesa lo suyo, ¿no?

Sor Prudencia – Sí, por suerte uno de nuestros parroquianos, Anatole, se acaba de jubilar y nos ha donado la carretilla que usaba en su tienda.

Bernardo – Por lo que respecta a mi espalda ha sido como un regalo del cielo, porque con esta ciática… ¿Quiere usted ayudarme, Teresa?

Teresa – Por supuesto, cómo no.

Bernardo y Teresa cogen la caja entre los dos y, esforzándose, la suben al mostrador.

Teresa – ¡Uf, esto pesa como un muerto! ¿Qué hay dentro?

Bernardo – Pues la última producción de licores nuestra querida Sor Ana, que en paz descanse. La próxima ornada vendrá ya de la mano de Sor Inés.

Teresa – ¿Sor Inés?

Sor Prudencia – Sí, es la novicia que reemplazará a Sor Ana en la destilería.

Teresa – ¡Ah sí, es verdad! Tengo entendido que llegó hace unos días, pero aún no hemos tenido ocasión de conocerla en persona.

Sor Prudencia – La verdad es que hay que decir que se pasa el día en la montaña buscando las plantas necesarias para la fabricación de nuestro licor.

Teresa toma una botella y admira la etiqueta.

Teresa – El célebre elixir de Santa María-Juana, el que se supone que va a curar todos nuestros males.

Bernardo – Y hacernos reencontrar la pasión de nuestros veinte años.

Sor Prudencia – ¿A caso lo dudan?

Teresa – No, no, naturalmente… Pero…

Bernardo – Ay… Si esto pudiese curar mi ciática…

Sor Prudencia – No bromeen, Teresa, que ese santo licor sigue siendo el producto emblemático de nuestro convento.

Teresa – Sí, pero también es cierto que últimamente no hemos vendido mucho que digamos y ya no sabemos dónde vamos a meter todo esto.

Sor Prudencia – Pues hace un par de años salían, al menos, dos botellas diarias.

Bernardo – Habría que buscar algo para relanzar las ventas. Pero bueno, no deja de ser un brebaje medicinal, que no es que se tome cada día como aperitivo.

Teresa – Sí, algo que le diera vida de nuevo.

Bernardo – Un elixir de juventud que necesita rejuvenecerse… Tendrá usted que reconocer que esto no da mucha confianza. De todas formas, cuánto misterio con la receta de este licor, ¿no? Cuando Sor Ana se iba a la montaña a recoger plantas me recordaba al druida de Astérix.

Teresa – Bernardo, Sor Ana no se parecía en nada a Panorámix.

Bernardo – Mujer, que yo no lo decía por la barba…

Sor Prudencia – Bueno, hijos míos, no blasfeméis, que Sor Ana acaba de reunirse en el cielo con nuestro señor Jesús.

Teresa se santigua.

Teresa – Que Dios la tenga en su gloria.

Sor Prudencia – Además, os recuerdo que debemos la receta de este santo licor a la fundadora de nuestra orden.

Teresa – La cual tuvo una revelación en la que oía voces.

Sor Prudencia – Y menos mal, porque las ventas de este elixir divino han permitido a nuestro convento seguir con su misión hasta el día de hoy.

Entra la Madre Superiora seguida de Sor Inés.

Madre Superiora – Buenos días, hijos.

Sor Prudencia – Buenos días, madre.

Madre Superiora – Os presento a Sor Inés, nuestra nueva hermana. Antes de dejarnos, Sor Ana le ha pasado su testigo, así que será ella la que destilará nuestro elixir de ahora en adelante.

Sor Prudencia – Bienvenida al convento de Santa María-Juana, hermana.

Teresa – Estamos encantados de constatar que, pese a la crisis de vocación, aún quedan entre nuestras jóvenes candidatas para la vida monástica.

Bernardo – ¿Ha hecho usted estudios de botánica, tal vez?

Sor Inés intenta contestar, pero la Madre Superiora responde por ella.

Madre Superiora – Sor Inés ha completado el Grado Superior de Comercio.

Bernardo – Hombre, pues no es poca cosa, es una buena formación.

Teresa – ¿Quiere usted decir? Total, para destilar licor…

Bernardo – Quiero decir para una monja. A pesar del paro que tenemos, las diplomadas de grandes escuelas rara vez deciden entrar en un convento.

Teresa – Por lo tanto, está visto que todos los caminos pueden conducir a nuestro señor Jesucristo.

Sor Inés – Bueno, la verdad es que yo decidí tomar los hábitos después de ver a la virgen.

Bernardo – ¿Cómo dice?

Sor Prudencia – ¿Durante un peregrinaje a Lourdes tal vez? ¿Al fondo de una gruta como nuestra querida Bernadette?

Sor Inés – De hecho fue en la universidad… Al fondo de una de esas aulas magnas…

Bernardo – ¿En un PowerPoint?

Madre Superiora – Cuándo la Santa Virgen se nos manifiesta, hijo, no nos deja escoger ni el lugar ni el momento.

Sor Prudencia – Hombre, al fin y al cabo, Dios está en todas partes. ¿Por qué no en la universidad?

Madre Superiora – Sea como sea, su llegada parece una señal para animarnos a seguir con nuestra misión. Además, teniendo en cuenta sus competencias comerciales, he encargado a Sor Inés relanzar las ventas de nuestros productos.

Bernardo – ¡Excelente idea!

Madre Superiora – A parte de trabajar en la destilería, Sor Inés también estará aquí con vosotros. Os pido que tengáis la amabilidad de ponerla al corriente de todo lo que hacemos. Y si se le ocurre alguna mejora…

Sor Prudencia – Cuente con nosotros, madre.

Madre Superiora – Entonces, os la confío. Por cierto, ya se acerca la Navidad, así que, mientras pueda, vuelvo a ocuparme del belén.

La Madre Superiora sale de escena.

Sor Prudencia – Bien, ¿le explico un poco cómo va todo esto?

Sor Inés – Si, vamos. Es una tienda muy bonita, desde luego. Algo clásica quizás…

Sor Prudencia – Es que más que una tienda, esto es una misión.

Sor Inés – Claro, hermana. Pero para cumplir nuestra misión necesitamos medios, ¿no es así?

Sor Prudencia – En efecto, las ventas de nuestros productos nos permiten pagar los gastos del convento. Pero también financiar algunas obras sociales.

Sor Inés – Sí, la Madre Superiora me ha hablado de ello. Lucháis contra las mafias de la droga, ¿verdad?

Sor Prudencia – Sí, dentro de nuestras posibilidades, claro.

Bernardo – Sin armas, ni odio, ni violencia, naturalmente.

Sor Prudencia – Teresa y Bernardo forman parte del equipo de voluntarios que nos ayudan a llevar a cabo nuestra tarea.

Teresa – Yo sólo intento ser un poco útil… Y como además estoy soltera…

Sor Prudencia – Mire, de hecho, mejor que sea Teresa quien le presente nuestra gama de productos, que ella la conoce mucho mejor que yo.

Teresa – Pues bien, cómo usted puede constatar, tenemos una gran variedad de artículos. Entre ellos, el más destacado sigue siendo nuestro célebre elixir de juventud, fabricado, como usted sabe bien, con hierbas de la región.

Sor Inés – Sí, Sor Ana me ha revelado el secreto de la receta justo antes de morir.

Sor Prudencia – Un secreto que se transmite de hermana a hermana, de generación en generación.

Bernardo – ¡Anda! Pues yo ignoraba esa extraña costumbre.

Teresa – Cuando la hermana herborista siente venir el fin, justo antes de recibir los últimos sacramentos, ella confía el secreto a la que será su sucesora. Por suerte, en los conventos, rara vez se muere de forma violenta.

Bernardo – ¡Un secreto tan bien guardado como el de la Coca-Cola!

Sor Prudencia – Desgraciadamente, hoy en día, el elixir de Santa María-Juana cada vez se vende menos.

Bernardo coge una botella y la examina.

Bernardo – Lo cierto es que tiene un aire vintage que le da cierto encanto. Pero bueno…. Yo ya ni me acuerdo de la última vez que lo probé.

Teresa – Ah, pues le voy a dar a probar, para que se haga usted una idea.

Teresa coge una botella del mostrador y le sirve un vasito a Juan Bernardo, que se lo toma de un trago haciendo una pequeña mueca.

Teresa – ¿Y bien?

Bernardo – Sí, es… Mmm… Es curioso… ¿Y esto se vende?

Sor Prudencia – Cada vez menos, por desgracia.

Sor Inés – Pues les confieso que tampoco me sorprende mucho. Habría que modernizar la etiqueta, renovar la receta y… ¿Tienen página en internet?

Sor Prudencia – ¿Quiere usted decir para el convento?

Sor Inés – En todo caso, por lo menos para la tienda.

Sor Prudencia – Pues sinceramente, es algo que nunca nos había parecido indispensable.

Sor Inés – Nos haría falta por lo menos una página en Facebook. Podríamos llamarla… “Los amigos de Santa María-Juana” ¿Qué os parece?

Sor Prudencia se sorprende por esas ideas revolucionarias.

Entra Victorina, una anciana feligresa coqueta pero algo achacosa debido a la edad.

Victorina – Buenos días, buenos días.

Teresa – Buenos días, doña Victorina. ¿Cómo se encuentra usted esta mañana?

Victorina – Ay… Ya sabe usted… A mi edad… Vengo del confesionario, como todos los jueves. Después de mi cita en la peluquería, he pensado en haceros una visita.

Bernardo – ¿Todos los jueves? ¿Tantas cosas tiene usted que confesar?

Sor Prudencia – Vamos, Bernardo…

Victorina – Podría ir perfectamente sólo vez al mes.

Bernardo – ¿A confesarse?

Victorina – No, a la peluquería. Pero qué quiere que le diga… Me entretiene…

Teresa – Tal vez querría usted aprovechar para hacer alguna compra Navideña, doña Victorina.

Victorina – Pues francamente…

Teresa (a Sor Inés discretamente)Creo que es la ocasión de que le eche usted mano, Sor Inés, ahí se la dejo.

Sor Inés – Buenos días, señora. ¿Puedo ayudarla? ¿Necesita algo en particular?

Victorina – ¡Anda, una monjita nueva! A esta no la conocía yo.

Sor Prudencia – Es Sor Inés, doña Victorina, nuestra nueva hermana.

Victorina – ¡Ay, Dios mío! ¡Pobre niña! ¿Pero por qué viene usted a enterrarse aquí, con su edad? Los conventos deberían estar reservados a aquellas que ya no tienen ocasión de pecar.

Teresa – Hombre, doña Victorina…

Victorina – ¿Y qué le ha conducido a tomar los hábitos, Sor Inés? ¿Un desengaño amoroso?

Sor Inés – Una aparición de la virgen.

Victorina – ¿Cómo? ¡Pero a su edad, hija, hay que ver el lobo, no la virgen!

Sor Inés – ¿No decía usted que no estaba muy en forma? Un pequeño reconstituyente no le vendría mal. Imagino que conoce nuestro célebre elixir de juventud.

Victorina – Mira que mona… Es maja, a pesar de todo…

Inés coge una botella del elixir y se la da a Victorina.

Sor Inés – Tenga, al parecer es bueno para todo.

Victorina – ¡Ah, sí! El rejuvenecedor del Abad Sourís… Ya me acuerdo… Mi abuela siempre tenía una botella en el armario.

Sor Inés – No, doña Victorina, este es el licor de Santa María-Juana. Según nuestros clientes, el efecto es mucho mejor que el del Abad.

Teresa – Tampoco exageremos, no vayamos a hacer publicidad engañosa.

Bernardo – Esto no le va a devolver la juventud, doña Victorina, pero le ayudará a soportar los efectos de la vejez.

Sor Inés – ¿Le pongo una botella?

Victorina – Pues, a decir verdad, es que todavía tengo una que me dejó mi abuela cuando se murió. Ya saben… En nuestros días ya nadie toma esas cosas…

Sor Inés – No estoy yo segura que el de su abuela siga estando en buenas condiciones. Vale que sea un elixir milagroso, pero aun así tiene fecha de caducidad.

Victorina – Mejor cojo un marca-páginas para el misal, que he perdido el que tenía.

Aparece Anatole, otro parroquiano bien plantado pero también acusando la vejez.

Anatole – Señoras, señores, hermanas.

Bernardo – Buenos días, Anatole. ¿Usted también viene de confesarse?

Anatole – Ah no… Yo vengo del bar. Acabo de echar la bonoloto, como cada jueves.

Bernardo – Pues hace usted bien, Anatole, hace usted más que bien. La suerte sonríe a los decididos. ¿No es así, Teresa?

Teresa – La suerte es como los más escépticos llaman a los milagros.

Anatole – En todo caso, si gano algo, no se preocupen, hermanas, que les haré una pequeña donación para sus obras.

Sor Inés – Rezaremos, pues, al Señor para que le ayude con un poco de suerte.

Bernardo – En todo caso, gracias por la carretilla, mi espalda se lo agradece. Mientras tanto, seguiremos esperando un milagro que me cure la ciática.

Anatole – Buenos días, doña Victorina. ¡Qué elegante está usted hoy!

Victorina lo mira de reojo aunque acaba sonriendo por el cumplido.

Victorina – Pues justo acabo de salir de la peluquería.

Anatole – En ese caso, ese color le va perfecto.

Victorina – Gracias, Anatole.

Anatole – La verdad es que es muy… Muy primaveral, con esos reflejos naranjas…

Victorina – ¿Naranjas? ¿Usted cree?

Anatole – No, verdaderamente, naranjas no son… Yo decía…

Victorina (a Sor Inés) ¿Usted piensa que tengo el pelo naranja, mi pequeña Inés?

Sor Inés – Pues la verdad no sé, es un poco como… Azul… Petróleo, ¿no?

Victorina contesta horrorizada.

Victorina – ¡¿Azul petróleo?!

Sor Inés – No, en realidad es más bien como… Azul… Metalizado.

Bernardo – ¿Azul metalizado? Anda mira, como mi coche.

Victorina – ¡Pues me vuelvo a la peluquería! ¡Me van a oír!

Sor Inés – ¿Y esta botella, doña Victorina? ¿Se la aparto?

Anatole – ¡Mira! ¡El elixir de Santa María-Juana! ¡Ya ni me acordaba de que existía!

Sor Inés – Los grandes clásicos son eternos, pero Victorina aún duda…

Victorina – Sabe usted, estos elixires milagrosos… Yo he tomado toda mi vida el del Abad Sourís y mire cómo estoy.

Anatole – Pues yo encuentro el resultado espectacular, mi querida Victorina.

Victorina – ¿Quiere usted decir?

Anatole – Venga, esta botella se la regalo yo.

Victorina – Gracias, pero no sé si debería…

Anatole – Sí, y así me invita a tomar una copita con usted.

Victorina – Bueno, ¿por qué no?

Teresa – ¡Et voilà! Aquí nuestra primera venta.

Sor Prudencia le da un frasco en una bolsa a Victorina y Anatole paga la botella.

Teresa – Ya me contarán ustedes.

Anatole – Deme, ya se lo llevo yo y, de paso, la acompaño.

Victorina – Pues encantada, Anatole, con mucho gusto.

Anatole – Está usted muy bien peinada, se lo aseguro.

Victorina – ¿De verdad piensa usted eso?

Victorina y Anatole salen de escena. Victorina, con la emoción, olvida su bolso.

Teresa – Por lo menos, parece que este elixir tiene el poder de unir los corazones solitarios.

Bernardo – Desgraciadamente, me temo que los dos estén muertos antes de poder terminar la botella.

Sor Prudencia le lanza una mirada de desaprobación.

Sor Prudencia – ¡Bernardo!

Bernardo – ¡Ah, no! Si yo no quería decir que el elixir les vaya a hacer ningún daño… Sólo que, a razón de un vasito por mes, no será suficiente para remontar las cuentas del convento.

Sor Inés – De ahí la necesidad de un cambio en nuestros métodos de venta.

Sor Prudencia – La palabra “cambio” es una palabra que suena un poco rara en un convento, ¿no cree, hermana?

Sor Inés – Cierto. Lo de las tradiciones es muy importante, pero, si el convento se quedase sin recursos, sus obras sociales se verían afectadas.

Sor Prudencia – Pues tiene usted razón, aunque me cueste reconocerlo. Me temo que este año, a menos que ocurra un milagro, ya no nos quedarán medios para seguir con nuestra misión en la lucha contra la droga.

Sor Inés – Pues, ¿sabe qué? Yo le propongo conseguir ese milagro.

Sor Prudencia – Sor Inés, ¿va todo bien? La noto a usted un poco exaltada.

Sor Inés – ¡Ya sé cómo relanzar las ventas de nuestro elixir, hermana!

Teresa – La escuchamos, Sor Inés, la escuchamos.

Sor Inés – He encontrado una hierba en la montaña.

Teresa – ¿Una hierba? Pues será que no hay por los alrededores…

Sor Inés – Sí, pero se trata de una planta que no está recogida en ninguno de los libros de botánica que he encontrado en la biblioteca del convento.

Bernardo – Tenga cuidado, Sor Inés, que las hierbas son como las setas, no se puede uno fiar mucho.

Sor Inés – Pues yo la he probado en una nueva receta del licor y el resultado es espectacular, se lo aseguro. Tiene mejor gusto y los efectos parecen duplicarse. Creo que si la pusiéramos a la venta, conseguiríamos captar más clientes.

Bernardo – Decididamente, esto se parece cada vez más a la poción mágica de Panorámix.

Sor Prudencia – No nos precipitemos todavía… La fórmula de este elixir es multicentenaria. Modificarla sería una decisión demasiado importante, tendrían que estar de acuerdo tres cuartas partes del convento.

Sor Inés – Y haría falta preparar una sesión de degustación con la Madre Superiora.

Sor Prudencia – ¿Realmente cree usted que habría que molestarla para eso?

Bernardo – Pues ha sido ella misma la que nos ha animado a reformar nuestros métodos.

Sor Inés – Podemos mantener las tradiciones sin por eso tener que rechazar las nuevas ideas.

Sor Prudencia – Bien, Teresa, hágame el favor, vaya usted a buscar a la Madre Superiora. Está en la capilla preparando el belén.

Teresa – Ahora mismo voy, hermana.

Teresa sale de escena.

Sor Prudencia – ¿Cómo lo vamos a hacer, entonces?

Sor Inés – He preparado un pequeño frasco de mi nuevo elixir.

Bernardo – ¿Un frasco? Lo que yo decía cuando hablaba de poción mágica…

Sor Inés – Podríamos hacer una cata a ciegas.

Sor Prudencia – Sor Inés, ¿no pretenderá usted poner a la Madre Superiora a jugar a la gallinita ciega?

Sor Inés – No, se trata simplemente de darle a probar el elixir tradicional y la nueva fórmula sin decirle cuál es cuál. Así podrá decantarse por uno de forma objetiva.

Bernardo – ¡Madre mía!

Sor Prudencia – Bueno, está bien… De todas formas, no estoy segura de que todo esto sea muy católico…

Preparan todo para la sesión de degustación. Anatole y Victorina vuelven a escena.

Victorina – Ay… Ya no sé ni dónde tengo la cabeza… Me había olvidado el bolso.

Anatole – Pues el elixir todavía no ha tenido tiempo de hacer efecto. A veces yo también pierdo la memoria.

Sor Inés – ¡Ay! ¡Anatole, Victorina, nos venís de perlas! ¡Buscábamos voluntarios!

Anatole – ¿Voluntarios?

Sor Prudencia la mira y se queda algo más tranquila. La Madre Superiora llega con Teresa.

Madre Superiora – Bien, vamos a ver eso, hijos.

Sor Inés – Madre, he preparado una nueva fórmula para el elixir de Santa María-Juana y quisiera saber su opinión. Voy a darles a probar a todos dos pequeñas muestras del elixir sin decirles cuál es la nueva.

Madre Superiora – Está bien…

Sor Inés, observada por todos, sirve una primera ronda y entrega un vasito a cada uno. Tras un momento de duda, todos los presentes degustan el licor en silencio.

Bernardo – Mmm… Si…

Sor Prudencia – ¿Esta es la receta tradicional, no?

Teresa – Pues no está mal, pero…

Victorina – Es un reconstituyente como otro cualquiera…

Anatole – De todas formas, sigue teniendo un pequeño sabor a medicamento…

Madre Superiora – Sí, es el elixir de Santa María-Juana. ¿Y qué?

Sor Inés, sin decir nada, sirve el nuevo elixir. Al beberlo, todos reaccionan de forma más expresiva.

Teresa – ¡Ah, pues sí!

Bernardo – Este sabe mucho mejor que el otro.

Madre Superiora – Sí, qué curioso…

Anatole – No está nada malo eh…

Sor Prudencia – Le encuentro un sabor a manzana.

Sor Inés – Es que lleva manzana.

Madre Superiora – Pero es necesario que este elixir siga teniendo los mismos efectos beneficiosos que el anterior.

Sor Inés – No he quitado nada, lo único que he hecho es añadir ese pequeño toque.

Victorina – Pues yo volvería a probarlo para estar segura.

Sor Inés – De acuerdo, pero ya sólo me queda para rellenar un vaso.

Sor Inés rellena el vaso y se lo entrega a la Madre Superiora, que se lo pasa a Sor Prudencia y ésta a Bernardo.

Madre Superiora – Sí, es…

Sor Prudencia – Sí, este es el bueno.

Bernardo – Mmmmm… ¡Qué sensación de bienestar!

Bernardo se queda con el vaso en la mano con cara distraída.

Teresa – ¡Que rule, Bernardo, que rule!

Bernardo – Ay, sí, Bernardo soy yo, es verdad. Lo siento, parece que tengo la cabeza en otra parte….

El ambiente se relaja.

Sor Inés – ¡Dios mío! Me parece que he vuelto a ver a la virgen.

Sor Prudencia – ¡¿Otra vez?! ¡¿Pero dónde?!

Sor Inés – ¡Aquí, en el fondo de mi vaso!

Anatole – ¡Anda, yo también! ¡Y no es la primera vez!

Uno por uno, empiezan a reírse sin poder parar.

Madre Superiora – Creo que lo mejor que deberíamos hacer es dejar aquí la sesión de degustación.

Sor Prudencia – Sí, la verdad, no sé qué me pasa. Yo también tengo la impresión de tener visiones.

Victorina saca un espejito de bolsillo de su bolso y se mira.

Victorina – ¿De qué color creéis que tengo el pelo ahora?

Anatole – Yo diría que rosa.

Victorina – Sí, eso es lo que yo pensaba.

Madre Superiora – Pues es verdad que es muy relajante. No me sentía tan bien desde que… ¡Ay! Iba a decir una tontería…

Teresa – Creo que hemos abusado un poco de este maravilloso elixir.

Sor Inés – Hombre, es que son 38 grados.

Sor Prudencia – Creo que lo mejor que podríamos hacer es ir a acostarnos.

Sor Inés – ¿Antes de las vísperas, hermana?

Madre Superiora – ¿No pensaríais iros a bailar, imagino?

Sor Prudencia – Aprenda usted que aquí se acuesta uno con las gallinas.

Sor Inés – ¿Con las gallinas?

Anatole – Ahora que lo dicen, ¿qué fue antes, el huevo o la gallina?

Teresa – ¡Ay! ¡No entiendo nada!

Sor Inés – ¿Y en cuanto a la degustación, qué decidimos?

Madre Superiora – Pues no lo sé muy bien. No tengo ya las ideas muy claras.

Sor Inés – ¿Tal vez podríamos votar?

Sor Prudencia – Eso me parece lo más razonable, pero deberíamos tomarnos un tiempo de reflexión.

Teresa – Lo consultaremos con la almohada.

Madre Superiora – Tienes razón, hija. Dejémoslo por ahora, mañana lo veremos mucho más claro.

Bernardo – ¿Quiere que la acompañe, Chantal-Marie?

Teresa – ¿Chantal-Marie? Querrá decir Teresa.

Bernardo y Teresa se ríen como tontos. Todo el mundo se dirige hacia la salida con una marcha insegura, algo torpes y tropezando.

Sor Prudencia – ¡Madre, cuidado con el escalón!

Madre Superiora – ¿Qué escalón?

Teresa – Que yo sepa, hasta ahora no había ninguno.

Madre Superiora – ¡Cómo estamos! ¡Igual es otra visión!

Salen todos de escena y se apaga la luz.

 

ACTO 2

 

Se enciende la luz simbolizando un nuevo día. Teresa llega a la tienda acompañada de Juan Bernardo y, una vez dentro, se gira para mirar la entrada y comprobar que no había ningún escalón.

Teresa – Ah, pues no, no había ningún escalón.

Bernardo – Es curioso… A estas horas Sor Prudencia ya debería estar aquí.

Teresa – Por lo que se ve, nuestras queridas hermanas han tenido un fallo con el despertador. Yo no he oído tocar a maitines.

Bernardo – A decir verdad dormía usted muy profundamente.

Teresa – Pero… ¿Cómo sabe usted eso, Bernardo?

Bernardo – Se acordará usted que anoche la acompañé a su casa…

Teresa – Ah, sí, tal vez… Es que como había una niebla tan extraña… ¡Había niebla hasta en la casa! ¿Así pues, usted me acompañó? ¿Y qué pasó después?

Bernardo – Pues parecía usted tan cansada al no poder subir las escaleras, que la conduje hasta su habitación.

Teresa – ¡¿No me diga usted que…?!

Bernardo – Soy un caballero, Teresa. Y créame, en cuanto a lo de anoche, casi podríamos hablar de heroísmo, porque usted no quería dejarme marchar. ¿No lo recuerda?

Teresa – Pues no…

Bernardo – Usted parecía un poco exaltada y yo no quise abusar de la situación, pero… ¿Me deja usted al menos una puerta abierta a la esperanza?

Teresa – ¡Ay, Dios mío!

Sor Prudencia llega con el hábito desordenado y con aspecto de culpabilidad.

Sor Prudencia– Lo siento, es la primera vez que me pasa… No he oído la campana.

Teresa – Creo que anoche todos nos dejamos llevar demasiado, ¿no?

Bernardo – Sí, es curioso. Tengo impresión de tener resaca…

Aparece Sor Inés también alborotada con una caja llena de botellas.

Sor Inés – He pasado toda la noche fabricando algo más del nuevo elixir. ¡Estoy segura que vamos a triunfar! ¡Vamos a disparar las ventas!

Sor Prudencia – Le recuerdo, hermana, que la Madre Superiora todavía no ha dado el visto bueno para poner en marchar la producción.

La Madre Superiora entra en escena.

Madre Superiora – Buenos días, hijos. Perdonad, pero esta mañana no me he despertado para tocar las campanas.

Sor Inés – En todo caso, es innegable que una de las virtudes de la nueva fórmula del elixir es que ayuda a conciliar el sueño.

Madre Superiora – Pues es verdad, esta noche he dormido cómo una bendita. De todas formas, estos efectos secundarios parecen un poco incontrolables.

Sor Inés – A lo mejor es que la dosis no estaba bien calculada…

Sor Prudencia – ¿Qué piensa usted, Madre?

Madre Superiora – No lo sé muy bien…

Sor Prudencia – Pues habrá que tomar una decisión.

Madre Superiora – ¿Teresa, cuál es su opinión?

Teresa – No se puede negar que este nuevo elixir tiene propiedades narcóticas… Pero también tiene un gran poder tranquilizante y un importante efecto de desinhibición. Esto puede hacer que se convierta en un cóctel explosivo.

Sor Prudencia – ¿Y si fuese el mismísimo diablo quien ha puesto esa mala hierba en nuestro camino?

Madre Superiora – ¿Qué quiere usted decir? ¿Cómo la serpiente en el Jardín del Edén? ¿Tentadora y seduciendo a Eva con el fruto prohibido?

Sor Prudencia – Yo sigo diciendo que le encuentro un cierto sabor a manzana…

Se produce un silencio y un momento de reflexión.

Madre Superiora – Tiene usted razón, Sor Prudencia. Hermanas, más vale malo conocido que bueno por conocer. Es mejor olvidar esta peligrosa reforma y limitarnos a la fórmula tradicional de nuestro elixir.

Sor Inés (disimulando su decepción)De acuerdo, Madre…

La Madre Superiora se fija en la caja traída por Sor Inés.

Madre Superiora – Oiga, ¿y eso? ¿Se puede saber qué es?

Sor Inés – Había preparado unos cuantos frascos, por si acaso… Pero los destruiré, no se preocupe, se lo prometo.

Madre Superiora – Bien, pues asunto zanjado.

La Madre Superiora se dispone a salir mientras Sor Inés sigue hablando.

Sor Inés – Aun así… Es una verdadera lástima no darle ni una sola oportunidad…

Madre Superiora – ¿Disculpe hermana? ¿Decía usted?

Sor Inés – Pues que, al fin y al cabo, sólo es un reconstituyente monástico. ¡Ni que estuviéramos hablando de cocaína o algo parecido!

Madre Superiora – ¿No estará usted cuestionando mi decisión?

Sor Inés – Yo sólo digo que negarse a innovar y a reformarse es una gran debilidad.

Madre Superiora – Mi querida niña, aprenda usted que es una característica muy propia de la Iglesia, lo de ser incapaz de reformarse digo.

Bernardo – Esa aversión a las reformas nos lleva a veces a cometer algunos excesos, pero también hay que reconocer que nos ha permitido conservar nuestras queridas tradiciones hasta el día de hoy.

Teresa – Tradiciones que son la envidia del mundo entero.

Suena el teléfono y Sor Inés exclama con retintín.

Sor Inés – ¿Ah, pero tienen ustedes teléfono?

Sor Prudencia – Pues claro, naturalmente.

Sor Prudencia responde al teléfono.

Sor Prudencia – ¿Santa María-Juana, dígame? No, digo Santa María-Juana porque está usted llamando al convento que lleva su nombre, pero yo ni soy santa ni me llamo María-Juana. ¿La tesorera? Sí, soy yo. No me diga… Sí, es un hecho lamentable, en efecto. Entiendo… Debe ser un malentendido, lo solucionaremos de inmediato. Gracias por llamar… Sí, sí, lo prometo. Dios bendiga su entidad.

Madre Superiora – ¿Algún problema, Sor Prudencia?

Sor Prudencia – Era el banco… Uno de nuestros cheques ha sido rechazado.

Madre Superiora – Bueno… Pues habrá que hacer un ingreso en la cuenta.

Sor Prudencia – ¿Pero, Madre, con qué dinero?

Madre Superiora – ¿No se podría pedir un pequeño préstamo?

Sor Prudencia – Sabe usted que eso es totalmente contrario a los principios de nuestra orden, Madre. Además… Ya tenemos dos… Y me temo que el banco no estará dispuesto a concedernos el tercero.

Sor Inés – Ya ven ustedes hasta qué punto es urgente que enderecemos las cuentas.

Sor Prudencia – Por desgracia, en eso no le falta razón.

Llegan Anatole y Victorina mucho más en forma que la noche anterior.

Anatole – ¡Buenos días!

Victorina – ¡Buenos días! ¿Qué tal están todos? ¿Bien?

Teresa – Lo que es a ustedes, no hace falta preguntarles… Salta a la vista…

Anatole – Pues sí, estamos en plena forma. ¿No es cierto, Victorina?

Victorina – Hacía años que no me sentía tan bien. ¿Y saben qué?

Sor Prudencia – ¿Qué?

Victorina– ¡Que tengo la impresión que vuestro elixir milagroso tiene algo que ver!

Anatole– Claro que sí. Por lo que a mí respecta… ¡Estoy absolutamente convencido!

Victorina – Hoy he dormido como un tronco y ya no me duele nada. Bueno, casi nada…

Anatole – Y, además, creo que también es bueno para subir la moral. ¡Estamos más contentos que unas castañuelas! ¿No es cierto, Victorina?

Victorina – Sea como sea, vamos a comprarles unas cuantas botellitas más.

Teresa – Ah, pues muy bien…

Teresa coge dos botellas de la estantería.

Victorina – ¡Ah no! ¡De esas no! ¡De las nuevas!

Sor Prudencia (con un tono muy comercial)El caso es que… ¡Miren, les puedo dar dos botellas de nuestro licor habitual por el precio de una!

Victorina – ¡De eso nada! Preferimos la nueva fórmula.

Sor Inés – Lo está viendo usted misma, Madre. A mí me parece que valdría la pena.

La Madre Superiora parece dudar pero al fin se decide.

Madre Superiora – Bueno, deles pues una botella del nuevo elixir… Ya que ha destilado unas cuantas, sería una lástima desaprovecharlas…

Anatole – ¿Sólo una? ¿No podrían ser dos?

Sor Inés – Hasta nueva orden, sólo será una botella para cada dos personas.

Victorina – Esto me recuerda las cartillas de racionamiento durante la guerra…

Anatole – ¿Conoció usted las cartillas de racionamiento?

Victorina – ¡Claro que no! Soy demasiado joven para eso. Me lo contaba mi madre.

Sor Inés – Por ahora, el precio es el mismo que el de la antigua formula, pero ya les advierto que, seguramente, habrá un pequeño incremento.

Anatole – Poco importa el precio con tal que mantenga su nuevo efecto. Bueno, ahora nos llevamos esta botella y, cuando tengan más, nos apartan ustedes una caja.

Victorina – Gracias a todos y… ¡Feliz Navidad!

Teresa – Igualmente. Y, sobre todo, tómenlo con moderación.

Anatole y Victorina se marchan riendo como dos colegiales. La Madre Superiora se gira hacia Sor Inés, que presenta una gran sonrisa de satisfacción.

Madre Superiora – Que conste que esto es sólo una prueba…

Sor Inés (recuperando la seriedad) Sí, claro, Madre…

La Madre Superiora sale de escena.

Sor Inés – Yo, por si acaso, voy a fabricar unas cuantas botellas más para que no nos quedemos sin existencias en el caso de que esta prueba se convierta en un éxito.

Sor Prudencia – No vaya usted tan rápido. Por ahora, sólo tenemos dos clientes.

Sor Inés coloca las botellas de la caja en una estantería.

Teresa – ¿Sor Inés?

Sor Inés – ¿Si? ¿Dígame?

Teresa – Sé que la receta de este nuevo licor tiene que seguir siendo secreta, pero dígame al menos que no estamos haciendo nada ilegal.

Sor Inés – ¿Cómo ilegal?

Teresa – Quiero decir… Como la absenta en otros tiempos, por ejemplo…

Sor Inés – A mí me preocupa más saber si voy a encontrar plantas suficientes para poder continuar con la producción.

Bernardo – Tal vez debería plantearse empezar a cultivarlas usted misma.

Aparece Sam titubeante. Todos se sorprender por ver allí alguien tan joven.

Sam – ¿Hola?

Teresa – Bienvenida, hija, estás en tu casa.

Sam – Gracias, gracias…

Sam va mirando las estanterías y todos se le acercan.

Teresa – ¿Te puedo ayudar? ¿Necesitas algo?

Bernardo – Déjala, Teresa, seguro que está buscando respuestas. A su edad toca hacerse preguntas sobre el sentido de la vida, el amor o la sexualidad.

Teresa – Si quieres, te podemos aconsejar uno o dos libros.

Sam – No se preocupen, no se trata de eso… La verdad… Es mi abuela la que…

Sor Prudencia – ¿Tu abuela?

Sam – Sí, Victorina…

Teresa – ¡Ah, sí! ¡Tú eres la nieta de Victorina! No te habíamos reconocido.

Sam – Me la he encontrado al salir y me ha hablado de un jarabe que vendéis aquí.

Bernardo – ¿Ah, sí? ¿Y qué te ha dicho?

Sam – Bueno, en realidad me ha hablado de una especie de poción. Me ha descrito los efectos y…

Sor Inés – ¿Os dais cuenta? ¡El boca a boca ya funciona!

Sor Prudencia – Pero no puede ser. Tu abuela acaba de salir y ya se ha llevado una botella, no podemos darle otra.

Sam – Ya, ya, si no es para ella… Es para mí. Es que tengo que preparar unos exámenes, estoy un poco resfriada… En fin.

Teresa – ¿Un resfriado? ¿Quieres decir?

Sam – Sí, toso un poco, no sé dónde lo habré pillado…

Sam tose un poco de forma fingida.

Sam – Y como parece que ese licor vuestro es bueno para todo…

Sor Prudencia – ¡Ah, no! Pero lleva alcohol, tú no puedes tomarlo.

Sor Inés saca una botella de la caja.

Sor Inés – No os preocupéis, ya contaba con eso y he preparado una versión sin alcohol para los más jóvenes.

Sor Prudencia – Vaya, parece que está usted en todo, Sor Inés…

Sam – Gracias, hermana, me acaba usted de salvar la vida.

Sor Inés – Bueno, pues aquí tienes tu botella, disfrútala.

Sam coge la botella y le da un billete a Sor Inés.

Sam – Gracias, hermana. Estoy segura de que me vendrá muy bien.

Sor Inés – Siempre serás bienvenida, hija, aquí estaremos.

Sam – De hecho, ya me siento mucho mejor, será el ambiente. Bueno, gracias por todo y hasta la próxima.

Teresa – Eso, eso, hasta la próxima. Saludos a tu abuela.

Sam sale de escena con la botella.

Bernardo – No estará probado científicamente, pero si este licor puede atraer a las nuevas generaciones hacia la fe…

Teresa – Ya lo ve, es otro de los milagros de Santa María-Juana.

Entra en escena un policía vestido de paisano y se pasea mirando las estanterías.

Sor Prudencia – ¡Uy! Parece que esto empieza a animarse.

Policía – Son bonitas estas velas. Podrían ser un buen regalo de Navidad.

Sor Prudencia – Son cirios con la imagen de nuestra fundadora, Santa María-Juana.

Policía – ¿Santa María-Juana? Mira tú por dónde…

Teresa – ¿Le puedo ayudar en algo, caballero?

El policía saca su placa y se la enseña.

Policía – Comisario Ramírez. Buenos días, hermanas.

Sor Prudencia – Todo el mundo es bienvenido en la casa del Señor, hasta los policías.

Bernardo – Imagino que en su oficio tendrán una gran necesidad de mantener la fe, sobretodo en estos tiempos tan difíciles que corren.

Sor Prudencia – Aquí estamos para escucharle, Comisario, cuéntenos.

Policía – Pues más que contarles yo, hermanas, vengo a que me cuenten ustedes.

Teresa – ¿Cómo dice?

Policía – Tenemos la sospecha de que hay una plantación de marihuana en los alrededores del convento.

Sor Prudencia – ¡¿De marihuana?!

Bernardo – Sí, así es como llaman al hachís, hermana.

Sor Prudencia – ¡Ay, Dios del cielo!

Policía – No se trata de una planta autóctona, proviene del extranjero, ya saben ustedes. Allí cada uno se abastece de su propia plantación. Y, si esto empieza a ocurrir aquí, tendremos que fumigar palmo a palmo todos estos terrenos.

Bernardo – Primero habrá que saber dónde se encuentra la plantación, digo yo. Porque esos jardineros amateur supongo que se esforzaran para ser discretos.

Policía – Pues ese es, precisamente, el motivo de mi visita. Como las hermanas conocen muy bien la montaña, creemos que podrán echarnos una mano.

Sor Prudencia – ¿Echarles una mano?

Policía – Hombre, podría ser que hubiesen visto ustedes alguna planta inhabitual por aquí cerca.

Sor Prudencia – ¡¿Está hablando usted de droga?! ¡Si nosotras no sabemos ni siquiera a qué se parece eso!

El policía le enseña a Sor Prudencia una foto de la planta, que no sabe qué es.

Policía – Mire, aquí tiene una foto de la supuesta planta. No hace falta decirles que no se trata de una planta que crezca de forma natural en esta región.

Sor Prudencia – Si alguien puede ayudarle sobre esto, esa es Sor Inés, ella pasa mucho tiempo en la montaña recolectando hierbas para nuestros licores reconstituyentes.

El policía le muestra la foto a Sor Inés, cuya expresión se paraliza.

Policía – Entonces, hermana… ¿La reconoce usted? Fíjese bien y tómese su tiempo. Le recuerdo que se trata una planta prohibida.

Sor Inés se queda muda y entra rápidamente la Madre Superiora.

Policía – ¿Se encuentra bien, hermana?

Sor Prudencia – Sí, sí, se encuentra bien. Sólo que…

Madre Superiora – ¡Ha hecho voto de silencio!

Sor Prudencia – ¡Justo lo que yo iba a decir, Madre!

Policía – Ya veo, ya… Igualmente le dejo la foto por si se replantea sus votos.

La Madre Superiora coge la foto.

Madre Superiora – Soy la Madre Superiora de este convento, Comisario. Pediremos a Sor Inés que conteste por escrito a su pregunta.

Policía – Muy bien, Madre. Y si, por casualidad, tuvieran información que nos pudiera interesar, nos informarían, ¿no es cierto?

Madre Superiora – Por supuesto, faltaría más.

El Policía observa la caja y coge una botella del nuevo licor.

Policía – ¿Con qué está hecho este licor, hermanas?

Sor Prudencia – Con diferentes plantas medicinales de la región, Comisario. La receta es un secreto guardado desde hace siglos por las hermanas encargadas de destilar este gran reconstituyente.

Teresa – Es más, esa es la razón por la cual Sor Inés ha hecho voto de silencio. Hoy en día es la única que conoce la fórmula del elixir de Santa María-Juana.

Policía – Ya veo, ya… Ahora entiendo muchas cosas… Pues mire, me llevaré una botella. Después de todo, si tan medicinal es, no le puede hacer daño a nadie, ¿no?

La Madre Superiora le quita rápidamente la botella de las manos.

Madre Superiora – Lo siento, estas ya están reservadas.

Policía – ¿Todas?

Sor Inés – ¡Es que se acerca Navidad!

Madre Superiora – ¡Shhhhht! ¡Sor Inés! ¡Los votos! (Al Comisario) Perdone, Comisario, a veces es difícil contenerse. Acaba de llegar al convento y aún no se ha habituado a sus votos. Cómo le iba a decir Sor Inés, se acerca Navidad y nuestros fieles son muy aficionados a nuestros productos.

Teresa – Sí, Comisario, coja mejor un cirio.

Teresa le da un cirio al Policía, que contesta sorprendido.

Policía – Bueno… Entonces, ¿cuánto les debo?

Teresa – Nada, Comisario, regalo de la casa.

Madre Superiora – ¡Que Dios bendiga a la Policía!

Policía – Gracias, Madre. Y perdone por haber interrumpido por un instante la serenidad de este convento. Es un lugar verdaderamente apacible. La verdad es que las envidio.

Madre Superiora – ¿De verdad?

Policía – Totalmente. Ya sabe usted, vemos tantas cosas en nuestro oficio… No me importaría acabar mis días en un monasterio lejos de toda violencia, rodeado de caras amables y honestas.

Sor Prudencia – Qué bien oírle decir eso. ¡Feliz Navidad, Comisario!

Policía – Igualmente. Hasta pronto, hermana.

El Policía sale de escena y queda un silencio embarazoso.

Madre Superiora – ¿Sor Inés, no me diga usted que ha puesto marihuana en el elixir de Santa María-Juana?

Sor Inés – Se lo juro ante Dios, Madre, ignoraba por completo que fuese una droga.

Sor Prudencia – ¡Dios mío! Incluso hemos mentido a la policía. ¡Hemos pecado!

Sor Inés – Por omisión, hermana, sólo por omisión.

Teresa – Ahora entiendo esos nuevos efectos. Ayer, yo misma tenía la sensación de estar poseída por el mismísimo diablo.

Bernardo – ¿Poseída por el diablo? No lo dirá por mí, espero.

Sor Inés – ¿Entonces qué hacemos?

Madre Superiora – ¿Cómo que qué hacemos? Lo paramos todo ahora mismo, evidentemente.

Bernardo – A mí no me suena que Jesús dijera “tomad y fumad todos”…

Sor Inés – Correcto, pero lo que sí dijo fue “tomad y bebed”, así que…

Madre Superiora – No blasfeméis, destruyamos en el fuego este elixir diabólico.

Sor Inés – Claro, Madre, claro.

Sor Prudencia – No vamos a convertir esto en un laboratorio clandestino.

Sor Inés – Por otra parte…

Madre Superiora – ¡¿Qué?! ¡¿Y ahora qué pasa?!

Sor Inés – Pues… ¿No podríamos considerar esto como una señal de Dios?

Madre Superiora – ¿No me diga que ha vuelto a ver usted a la Virgen? ¡Tenemos que terminar con este licor, hermana!

Sor Prudencia – ¿Una señal, dice?

Sor Inés – Santa María-Juana… Marihuana… Reconozcan que la coincidencia es, por lo menos, para dudar.

Madre Superiora – ¿Qué quiere usted decir con eso, Sor Inés?

Sor Inés – Pues que el convento está en números rojos…

Madre Superiora – ¡Que es droga, hermana!

Sor Inés – Pero suave, Madre, es una droga suave. Además… ¿No dijo Marx que la religión es el opio del pueblo?

Madre Superiora – Hombre, hermana, no creo que, dicho por él, eso sea un cumplido.

Sor Prudencia – Además, aprenda usted que en la casa de Dios, citamos más a menudo la Biblia que el Capital.

Sor Inés – Hermanas, pienso que Santa María-Juana ha querido venir en nuestra ayuda.

Sor Prudencia – Luchar contra la droga cultivando marihuana en casa… ¡Esto es el colmo de los colmos! ¡Madre, diga usted algo!

Madre Superiora – Le confieso que ya no sé ni qué pensar. Desde que me han hecho beber ese maldito brebaje ya no tengo las ideas nada claras.

Sor Prudencia (santiguándose)¡Jesús, María y José!

Madre Superiora – Teresa, usted que es buena consejera, ¿qué opina?

Teresa – En el punto al que hemos llegado, creo que es inútil actuar de forma precipitada. Tomémonos, al menos, un tiempo de reflexión a la espera que desaparezcan los efectos del licor.

Madre Superiora – Me voy ahora mismo a rezar al Señor a la espera de que Él se digne a aclararme un poco las ideas.

La Madre Superiora sale de escena y aparecen Anatole y Victorina vestidos de forma mucho más juvenil, incluso con un estilo hippie.

Anatole – Tenemos una gran noticia que daros.

Bernardo – ¿Os ha tocado la bonoloto?

Anatole – ¡Mucho mejor que eso! ¡Nos vamos a casar!

Teresa – ¡Pero eso es maravilloso!

Victorina – Pues sí. No sé qué es lo que nos pasa, pero desde hace unas horas tengo la sensación de haber comenzado una nueva vida.

Anatole – Yo creo que es el efecto de su elixir milagroso. Es más, si aún les queda, hemos pensado en llevarnos dos o tres cajas.

Sor Prudencia – ¡¿Dos o tres cajas?!

Victorina – Sí, es que se lo hemos dado a probar a nuestros amigos y ha sido una locura.

Anatole – ¡En el pueblo ya lo han hasta bautizado como el licor de la risa!

Sor Inés – ¡No…! ¡¿El licor de la risa?!

Sor Inés se pone a reír a carcajadas, pero se interrumpe al constatar que todos la observan.

Bernardo – No os preocupéis por ella, ha catado más licor de la cuenta.

Sor Inés – Pues lo siento, pero hemos parado la producción. Al parecer, el nuevo elixir no presenta todas las garantías sanitarias exigidas por la ley.

Teresa – Sor Inés… El voto de silencio… Hay que ser prudentes, podría haber efectos secundarios nefastos a largo plazo.

Anatole – ¿Sabe usted qué largo plazo nos espera a nosotros sin ese elixir? Eso sí que es nefasto…

Victorina – Ay no… Nuestros amigos se van a llevar una gran decepción…

Anatole – Sí, pero que muy grande… Ya nos habíamos hecho a la idea de tomarnos una copita todos juntos para celebrar el Año Nuevo.

Victorina – ¿Por qué negarles este modesto consuelo a unos ancianos al final de sus vidas?

Anatole – ¿A unos pobres viejos que no saben si llegarán al próximo Fin de Año…?

Todas las miradas se giran hacia Sor Prudencia.

Sor Prudencia – Bueno, denles una botella para que acaben el numerito… Pero que conste que es la última eh… ¡Y ni una palabra a la Madre Superiora!

Sor Inés les entrega una botella. Anatole y Victorina están encantados.

Victorina – Gracias, hermana.

Anatole – Dios se lo pague.

Sor Inés – Mientras tanto…

Sor Inés le hace un gesto con los dedos para que paguen. Anatole le da otro billete.

Sor Inés – Uy, pero esto es demasiado.

Anatole – Es para sus buenas obras, hermanas.

Victorina – ¡Feliz Navidad a todos!

Anatole y Victorina salen de escena y queda otro silencio embarazoso.

Teresa – De todas formas, aún nos queda una pregunta en el aire…

Bernardo – ¿Cuál, Teresa?

Teresa – Ese campo lo ha tenido que sembrar alguien, ¿no?

Sor Prudencia – Sí, eso es precisamente lo que decía el policía.

Teresa – Alguien que no estará precisamente encantado de descubrir que nos hemos quedado con la cosecha.

Sor Inés – Por otra parte… Sigue siendo droga.

Bernardo – ¿Y qué?

Sor Inés – Robar droga a los traficantes… En el fondo… ¡Es una buena acción!

Teresa – No cuando se roba con la intención de revenderla, hermana.

Sor Inés – ¡Pero la revendemos por cuenta de Dios!

Bernardo – Por lo tanto… Nosotros seríamos como Robin de los bosques, que robaba a los ricos para dárselo a los pobres.

Entra en escena el traficante algo mosqueado.

Teresa – ¡Madre mía! ¡Y no dejan de llegar clientes!

Sor Inés (al traficante) ¿Podemos hacer algo por usted?

El traficante les enseña un manojo de marihuana a las hermanas.

Traficante – En su opinión, hermanas, ¿esto qué son? ¿Hierbas provenzales?

Sor Prudencia – Ah, ¿usted también es policía? Su compañero acaba de irse.

Traficante – No soy poli, no…

Sor Inés – Entonces, ¿qué hace usted con eso? ¿No sabe que está prohibido?

Traficante – Resulta que yo cultivo esta preciosidad y no me gustan los intrusos…

Teresa – Ah… Entiendo…

Traficante – Veo que saben de lo que les estoy hablando…

Sor Prudencia – ¿Pero qué le hace pensar eso?

Traficante – Pues porque he encontrado este manojo de hierba justo delante de la capilla.

Sor Prudencia – ¡Pero bueno! ¡No tiene usted ningún derecho! ¡Este convento es un lugar sagrado!

Traficante – ¿Sagrado? ¿Están destilando marihuana robada a honestos cultivadores y me va a dar usted a mí lecciones de moral?

Teresa – Esto no es más que un pequeño malentendido.

Sor Prudencia – Sor Inés ha confundido esta mala hierba con diente de león.

Traficante – Con diente de león… Ya claro… ¡¿Pero ustedes que se han creído?!

Bernardo – Por favor, tranquilícese. No hemos hecho nada con mala intención, se lo aseguro, no queremos problemas. Estoy seguro de que hablando se entiende la gente.

Sor Inés – Además no sabíamos que ese campo tuviera propietario.

Sor Prudencia – Eso no impide que la Policía esté intentado localizar esta plantación clandestina. Acabaran por encontrarla.

Traficante – ¿Y le han dicho dónde está?

Sor Prudencia – Todavía no…

El traficante se tranquiliza un poco.

Traficante – Pues tal vez aún haya forma de arreglarlo. Después de todo, compartimos el mismo objetivo.

Sor Prudencia – ¿El mismo objetivo?

Traficante – Claro, nosotros también intentamos repartir felicidad a nuestro alrededor.

Teresa – Entonces… ¿Qué es lo que propone?

Traficante – ¿Un jardín compartido, quizás?

Bernardo – Imagino que cuándo dice jardín compartido… ¿No estará pensando precisamente en un cultivo de hierbas aromáticas?

Traficante – Ustedes hacen voto de silencio, nosotros nos ocupamos del cultivo y les dejamos una parte de la cosecha.

Sor Inés – Pero… ¿De qué cantidad estamos hablando?

Traficante – Del diez por ciento.

Sor Inés – Bueno, parece razonable… Como los diezmos… Eso es lo que debían pagar los paisanos a la Iglesia en la Edad Media para financiar las buenas obras.

Sor Prudencia – Sí, pero los paisanos de la Edad Media no cultivaban marihuana.

Traficante – Hermana, considérelo un producto cien por cien ecológico.

Sor Prudencia (santiguándose)¡Ay, Dios mío!

Traficante – Evidentemente, si nos pudiesen encontrar un lugar más discreto…

Teresa – ¿Para qué?

Traficante – Pues para cultivar nuestro pequeño jardín de las delicias, claro.

Sor Inés – ¿Le serviría el claustro, por ejemplo?

Traficante – Mientras no sea demasiado sombreado… Estas plantas necesitan mucho Sol.

Sor Prudencia (agobiada) Nos lo tenemos que pensar. Comprenda usted que una decisión de ese calibre hay que meditarla.

Traficante – En todo caso, no se les ocurra llamar a la Policía.

Sor Inés – Tranquilícese, nos ampara el secreto de confesión.

Traficante – Aun así, tengo una pregunta que hacerles…

Sor Prudencia – Usted dirá…

Traficante – ¿Qué demonios están haciendo con toda esa hierba?

Sor Inés – Licor. Fabricamos licor.

El traficante coge una botella y lee.

Traficante – “Elixir de Santa María-Juana”. Pues… ¡Chapó! Han encontrado ustedes la tapadera perfecta. ¿Saben que esto podría que funcionar pero que muy bien para la exportación?

Sor Inés – Oiga, pues no es ninguna tontería. No sólo nuestro convento podría alcanzar la fama con este elixir, sino que también podríamos ayudar a equilibrar las cuentas de todo el país.

Sor Prudencia – Sor Inés, sabemos que acaba usted de finalizar los estudios de comercio, pero nuestro convento no es ningún centro de emprendedores ni nada por el estilo.

Teresa – Yo sólo les recuerdo que el cultivo, la venta y el consumo de marihuana están estrictamente prohibidos por la ley.

Bernardo – Por ahora, Teresa, por ahora…

Anatole y Victorina vuelven a entrar y el traficante sale de escena.

Traficante – Bueno, les dejo, que llegan clientes. Vayan pensando en mi propuesta.

Sor Prudencia – Ni una palabra a la Madre Superiora, si se entera le dará un infarto. Ni a la Policía, por supuesto. Esto lo vamos a arreglar a nuestra manera.

Bernardo – Me da usted miedo, Sor Prudencia. Espero que no esté pensando en recurrir a la violencia…

Sor Prudencia – No si se puede evitar, se lo aseguro. Mientras tanto me acercaré al banco para ocuparme del problemilla con el cheque.

Sor Inés – La acompaño, hermana. En la universidad también me enseñaron a camelarme a los banqueros.

Sor Prudencia y Sor Inés salen de escena.

Anatole – Teresa, este licor es verdaderamente alucinante.

Teresa – ¿No se lo habrán bebido todo ya, no?

Anatole – No, pero nuestros convecinos se han enganchado totalmente.

Victorina – Es como una auténtica droga, se lo digo yo. Ahora veníamos a ver cómo iba la producción.

Anatole – Sí, ya llevamos unos cuántos encargos.

Victorina – Pero tranquila, lo vendemos sin beneficios, que no somos traficantes.

Anatole – Es bien sencillo, ya no pueden vivir sin ello y la mayoría han renunciado a su medicación habitual.

Bernardo – Bueno, si esto continua así, no sólo vamos a reponer las cuentas del convento, sino que también vamos a sanear las arcas de la Seguridad Social.

Teresa – Tenga, una última botella y váyanse ya, por favor.

Anatole le entrega un billete en mano a Teresa y coge la botella.

Anatole – Gracias, hermana.

Teresa – Anatole, que soy Teresa.

Anatole – Ah… Pues gracias, Sor Teresa.

Anatole y Victorina salen de escena.

Teresa – Después de todo, creo que nosotros también nos merecemos una copita… Aunque sólo sea para celebrarlo.

Teresa sirve dos vasitos de elixir.

Bernardo – Pero no demasiado, eh… Hay que ir poco a poco si queremos evitar la sobredosis…

Teresa – No se preocupe, es una droga muy suave. Si no, no estaría a la venta en un convento.

Bernardo – Tiene usted razón, Teresa. Dios no lo permitiría.

Teresa y Bernardo se beben el vaso de una vez.

Teresa – Desde luego hay que reconocer que hace bien allá por donde pasa.

Bernardo – Sí, la verdad es que sí.

Teresa – Esto que quede entre nosotros, claro…

Bernardo – Claro, naturalmente…

Teresa – ¿Otra copita?

Bernardo – Venga, vale. No hay ningún mal en hacerse bien.

Se toman otro chupito de una sola vez.

Teresa – Esto me recuerda a la ley seca…

Bernardo – ¿Ha conocido usted la ley seca?

Teresa – Estaba bromeando, hombre…

Bernardo – Claro, claro… ¡Eso era mucho antes de las cartillas de racionamiento! Ya decía yo que usted era mucho más joven que Victorina.

Ambos se ríen.

Bernardo – ¿Y si nos casáramos usted y yo?

Teresa – ¿Habla usted en serio o son los efectos de la droga?

Bernardo – Mi droga eres tú, Teresa.

Bernardo intenta besarla y Teresa se resiste débilmente.

Teresa – Vamos, Bernardo. ¡Qué locura!

Sam vuelve a aparecer y sorprende a la pareja. Teresa se recoloca.

Teresa – Discúlpanos, estábamos limpiando el polvo.

Bernardo – Buenos días, buenos días. ¿Van mejor las cosas?

Sam – Mucho mejor, se lo aseguro. Parece que mi resfriado ha desaparecido. ¡Un auténtico milagro! Y sin duda, gracias al elixir. ¿Sería posible conseguir otra botella? O dos… Ya que es sin alcohol… Es para mis amigos de clase…

Teresa – ¿Para tus amigos?

Bernardo – ¿Es que también están enfermos?

Sam – Ya sabe usted… Las enfermedades se transmiten rápidamente. Creo que le he contagiado mi resfriado a todo el instituto.

Sor Prudencia regresa a escena.

Sor Prudencia – ¿Va todo bien?

Bernardo – Sí, sí, todo estupendamente.

Teresa le da una botella a Sam muy discretamente.

Teresa – Coge esto y vete, corre.

Sam – Dios se lo pague, hermana.

Teresa – Que yo no soy monja, jovencita, y dudo que lo sea algún día.

Bernardo – Eh, pero son 20 euros.

Sam – ¡¿20 euros?!

Teresa – ¿Qué quieres? Todo sube. Es la ley de la oferta y la demanda.

Bernardo – Venga, y, ahora, largo de aquí.

Sam le da un billete a Bernardo y sale de escena.

Teresa – ¿Cómo va el tema del banco, hermana?

Sor Prudencia – Sor Inés ha conseguido un aplazamiento de la deuda explicándole nuestra situación.

Teresa – Bueno, con las ventas de hoy creo que podremos solucionarlo.

Sor Prudencia – Sí, Teresa, gracias a Dios…

Bernardo – ¡Y a Santa María-Juana!

Entra de nuevo el traficante.

Traficante – Hermanas, acabo de cruzarme con mi contacto en el instituto y me ha dicho que ya no quiere comprarme más hierba.

Bernardo – Pues que los jóvenes dejen la droga es un motivo de alegría.

Traficante – Ya, pero es que lo que quieren ahora es su elixir.

Teresa – Ah, claro…

Traficante – Pues si perdemos los institutos ya podemos cerrar el chiringuito.

Bernardo – Entiendo, entiendo…

Traficante – Y eso sin contar con los viejos del pueblo…

Teresa – No me diga que también se aprovecha de los ancianitos…

Traficante – ¿Y que se pensaban? Los viejos de hoy en día no son los de antes… Estos ya son los de la generación de mayo del 68.

Bernardo – Bueno, hay que confesar que un empujoncito de vez en cuando no está mal. Total, nuestro elixir no es mucho más adictivo que los antidepresivos.

Traficante – Pues sí… Y, desde esta mañana, parece que han dejado el fumeteo para dedicarse a cierto elixir monástico.

Teresa – Lo sentimos, de verdad. Pero tranquilo, que, definitivamente, paramos la producción.

Traficante – Bueno… ¿Y si, en vez de eso, nos asociamos?

Sor Prudencia – ¿Nos está proponiendo una sociedad de malhechores?

Traficante – No es para tanto, hermana.

Bernardo – ¿De qué tipo de asociación hablamos, entonces?

Traficante – Bueno, pues no solamente del cultivo, sino también de la transformación del producto.

Teresa – ¿La transformación?

Traficante – A día de hoy, todo lo que es fumar no está bien visto… Las campañas antitabaco han hecho mucho daño… Creo que si nos asociamos podríamos desarrollar una nueva línea de productos sin peligro para los pulmones y agradables al paladar. Todo bajo la suprema protección de Santa María-Juana, por supuesto.

Bernardo – No suena mal…

Traficante – Imagínense que se legaliza la marihuana. Les aseguro que el convento conseguiría más royalties que el mismísimo Vaticano. Esto sólo sería comparable a la multiplicación de los panes y los peces. ¡Hermanas, acabo retomar la fe! ¡Que me cuelguen si no acaban ustedes beatificadas!

Sor Prudencia – ¡Oh, Dios mío!

Traficante – ¿Cuál es su nombre de pila, hermana?

Sor Prudencia – Prudencia.

Traficante – ¿Y cómo se sentiría usted si la llamasen Santa Prudencia?

Entra de nuevo el Policía y el traficante se esconde en el otro extremo de la tienda.

Policía – Disculpen de nuevo, hermanas, ¿está la Madre Superiora por aquí?

Teresa – ¿Para qué la necesita, Comisario?

Policía – Nuestros perros nos han conducido hasta la plantación de marihuana.

Teresa – ¿De verdad?

Policía – El campo ha sido cosechado, pero hemos conseguido identificar las raíces. Ahora sólo nos queda encontrar al traficante y a sus plantas.

Bernardo – ¿No estará usted acusando a las religiosas de tráfico de droga?

Policía – No, por supuesto. Sin embargo, mire las fotos tomadas por las cámaras de vigilancia que habíamos instalado de incógnito. Aparentemente, esos traficantes se disfrazan de monjas para no ser reconocidos. Sin embargo, hemos logrado establecer un retrato robot del susodicho.

El Policía les enseña el retrato robot.

Policía – ¿Le dice a usted algo esta cara?

Teresa – ¡Ay, Dios mío! Palabra que no…

Policía – Pues avisen a las hermanas que nuestra paciencia tiene un límite. Podría llevarme a todo el mundo a la comisaría para un interrogatorio. Y las monjitas con esposas no serían una buena publicidad ni para el pueblo ni para el de allá arriba.

Llega la Madre Superiora.

Madre Superiora – No tenemos miedo de sus leyes, Comisario. Durante la guerra, este convento ha escondido a muchos refugiados políticos.

Policía – Señora, estamos buscando a un traficante que cultivaba marihuana en la montaña. No creo que ese sea un refugiado político.

Madre Superiora – ¡Salga de aquí inmediatamente! Este es un lugar sagrado y de asilo.

Policía – Volveré, Madre. En cuanto tenga la orden del juez, volveré.

El Policía se marcha.

Traficante – Gracias por haberme encubierto, Madre.

Madre Superiora – Eso no quiero decir que le demos nuestra aprobación.

Traficante – Entre nosotros, ustedes hacen lo mismo que yo.

Madre Superiora – Sí, pero lo nuestro es por una buena causa. Dios nos juzgará.

La Madre Superiora le ofrece al traficante un hábito de monja.

Madre Superiora – Tenga, póngase usted esto. Y si quieren interrogarle, diremos que ha hecho usted voto de silencio.

El traficante sale de escena para cambiarse. Entra en escena Sor Inés.

Madre Superiora – ¡Por fin aparece, Sor Inés! El Policía se acaba de marchar. Hemos escapado de milagro.

Sor Inés – Lo sé, soy yo quien ha cosechado toda la plantación para evitar problemas con la policía.

Teresa – ¿Y dónde la ha dejado?

Sor Inés – Pues en la capilla, ¿dónde sino?

Bernardo – ¡Pero eso es una locura! El comisario volverá dentro de poco con una orden de registro.

Vuelve el traficante vestido de monja.

Sor Inés – Buenos días, hermana. Bienvenida a nuestro convento.

Traficante – ¡Eh! Que yo no tengo intención de tomar el hábito.

Sor Prudencia – Pues si yo fuese usted, me pondría a cubierto durante un tiempo mientras pasa la tormenta.

Bernardo – En todo caso, le queda muy bien la túnica.

Madre Superiora – Y el convento siempre está necesitado de voluntarios.

Teresa – Pues mira que no me importaría cederle mi sitio en la tienda… Aunque no sería muy discreto que digamos…

Madre Superiora – Podría ocuparse del jardín, está claro que tiene buena mano con las plantas.

Sor Prudencia – Pues sí…

Madre Superiora – Mientras tanto, Sor Inés, dele una celda, que no se puede quedar aquí.

Traficante – ¿Una celda dice usted?

Sor Inés – Tranquilo, la celda que le dejaremos se podrá abrir desde dentro.

El traficante y Sor Inés salen de escena.

Sor Prudencia – ¿De verdad piensa usted hacerle cultivar marihuana en el jardín del claustro, Madre?

Madre Superiora (sorprendida) ¿Eso es lo que he dicho?

El Policía vuelve a aparecer con la orden de registro.

Policía – Ya está. Aquí tengo la orden de registro.

Madre Superiora – Estamos completamente dispuestas a colaborar con usted, pero, primeramente, Teresa, sírvale al comisario un vasito de nuestro mejor elixir para darle la bienvenida.

Teresa – Sí, Madre.

Madre Superiora – Les dejo, rezaré por ustedes.

La Madre Superiora sale de escena.

Teresa – Tengo yo interés en que pruebe usted nuestra especialidad, el célebre elixir de Santa María-Juana.

Policía – Es usted muy amable, pero tengo trabajo que hacer aquí.

Bernardo – Es una tradición de acogida, Comisario, sería una gran ofensa para las hermanas el rechazar su invitación.

Policía – Bueno, bueno… Está bien. Pero rápido, que tengo prisa.

Teresa le sirve un gran vaso de licor. El policía empieza a beber con cierta desconfianza, pero enseguida se anima.

Policía – Ah, pues sí, está muy bueno. Es curioso, le encuentro un gusto a…

Teresa – Sí, sí, a manzana. Creo que es el nuevo ingrediente.

Bernardo – Es buenísimo para todo, Comisario. Incluso hasta le ayuda a encontrar al sospechoso.

Teresa – Le sirvo otro vasito.

El policía se dispone a protestar pero el vaso ya está lleno de nuevo.

Policía – Bueno, venga… Gracias, hermana…

Beben de nuevo.

Policía – Es verdad que esto calma los nervios…

Sor Prudencia – Es por eso que en el interior de este convento reina una gran serenidad.

Policía – Pues sí, me siento verdaderamente relajado. Bueno, ahora, si me disculpan, tengo un registro que realizar.

Sor Prudencia – Le acompaño, Comisario.

El policía se dirige hacia la salida con un caminar inseguro junto a Sor Prudencia.

Teresa – ¡Todo está perdido! Me temo que acabaremos en la cárcel.

Bernardo – Ya sólo nos queda rezar…

Teresa – Supongo que las prisiones no serán mixtas, ¿no?

Bernardo – No más que los conventos me temo.

Teresa – ¿Entonces no hay ninguna posibilidad de que acabemos juntos en la misma celda?

Bernardo – No, ninguna.

Teresa – Entonces… ¡Bésame, Bernardo!

Teresa y Bernardo se disponen a besarse, pero el traficante, que sigue vestido de monja, los interrumpe.

Traficante – Acabo de ver pasar al policía. Creo que esta vez estamos vendidos.

Teresa – Con un poco de suerte no encontrarán nada. Hemos drogado al comisario.

Traficante – De todas formas, hay un buen montón de hierba junto al pesebre.

Teresa – En ese caso, sigamos rezando para que ocurra un milagro.

Teresa y Bernardo se ponen a rezar. El traficante los imita. Se oye música religiosa mientras rezan y se baja un momento la luz para simbolizar el paso del tiempo.

Policía – Bueno, hermanas, siento molestarlas en plena oración, he acabado con el registro.

El traficante se esconde detrás del velo y no responde.

Teresa – Perdone a la hermana, Comisario, también ha hecho voto de silencio.

Policía – Entiendo… De todos modos, les pido que acepten mis disculpas. No he encontrado restos de marihuana ni del sospechoso en todo el convento. Eso sí, el pesebre de la capilla es realmente maravilloso. Bueno, les dejo el retrato robot del sospechoso. Si lo ven por aquí, hágannoslo saber. Disculpen de nuevo y Feliz navidad.

El policía se marcha. La Madre Superiora llega con Sor Prudencia y Sor Inés.

Sor Inés – ¡Es un milagro! Cuando llegamos a la destilería…

Teresa – Cuando llegamos a la destilería, ¿qué?

Sor Prudencia – Pues que la marihuana se había transformado en hojas de laurel.

Teresa – ¡Oh! ¡Demos gracias a Santa María-Juana!

Sor Inés – ¡Esta es la señal que estábamos esperando! La prueba evidente de que la Santa avala nuestra proyecto.

Madre Superiora – No vaya tan rápido, Sor Inés, que este milagro ha sido cosa mía.

Bernardo – Entonces, Madre, ¡es usted la que merece ser beatificada!

Madre Superiora – Ayer decoré la cuna del pesebre con ramas de laurel. Y, como tenía que esconder los fajos de marihuana de la capilla, lo único que hice fue ponerlos debajo.

Sor Inés – ¡Ah, claro! ¡Muy buena idea!

Sor Prudencia – Un pesebre de navidad decorado con marihuana… ¡Por Dios!

Madre Superiora – Esto es temporal, hermana… Y ahora, espero que todo vuelva a la normalidad.

Sor Inés – ¿Qué quiere decir, Madre?

Madre Superiora – Lo que oye, hermana, lo que oye. Nada de cannabis en el licor. Volvemos a la receta antigua.

Sor Inés – ¿Aunque el convento sea insolvente?

Madre Superiora – Yo no estoy tan preocupada, hermana. La religión católica sobrevivirá como ha hecho siempre. Si es necesario, transformamos nuestras celdas en habitaciones y convertimos esto en un hotel.

Sor Inés parece decepcionada, pero acepta.

Traficante – Lo siento, madre, tiene que usted sentir un gran bochorno. Aun así, sepa que he aprendido muchas cosas desde que me puse esta túnica.

Madre Superiora – Te perdono, hijo mío. Hiciste que recordara mi juventud cuando aún luchaba contra el sistema junto al Abad Pedro.

Traficante – Bueno, de todas formas, gracias por no haberme entregado a la policía. A estas horas, sin ustedes, seguramente ya estaría en prisión. Así que si puedo serles útil de una manera u otra…

Madre Superiora – Ya lo pensaremos, hijo. Mientras tanto, vuelve a tu celda.

Se apaga la luz.

 

Epílogo

 

Un año después, la calma ha vuelto a la tienda del convento. Sor Prudencia hace las cuentas detrás del mostrador y Sor Inés aparece con una caja llena de cirios.

Sor Prudencia – Es curioso, hemos regresado a la vieja fórmula y, sin embargo, nuestro elixir se sigue vendiendo mucho mejor que antes.

Sor Inés – Es porque hemos cambiado la etiqueta. Nuestros clientes piensan que la botella todavía contiene la nueva fórmula. Se llama efecto placebo.

Sor Prudencia – Sí, parece que es suficiente para tenerlos contentos. Como se suele decir: ojos que no ven, corazón que no siente.

Sor Inés – En fin, Sor Prudencia, he venido a decirle adiós…

Sor Prudencia – ¿Así que es cierto? ¿Se marcha? ¿Ya nos deja?

Sor Inés – Sí, he decidido renunciar a la vida monástica.

Sor Prudencia – ¿Y eso, por qué? ¿Otra aparición de la Virgen?

Sor Inés – Todo lo contrario. Cuando mis compañeros de la universidad se enteraron de que había tomado los hábitos, me confesaron que, antes de que tuviera la visión de la Virgen, me habían dado, sin yo saberlo, una pizza que contenía hongos alucinógenos. Una broma de mal gusto según parece.

Sor Prudencia – ¿Hongos alucinógenos?

Sor Inés – Sí. Probablemente, de ahí venga la aparición milagrosa de la Virgen…

Sor Prudencia – ¡Dios del cielo! De todos modos, le debemos una. Gracias a usted hemos remontado las finanzas del convento y éstas han dado sus frutos.

Sor Inés – Gracias, hermana, tampoco es para tanto.

Sor Prudencia – Lamentablemente, Sor Inés, sigo creyendo que su sitio no estaba en un convento…

Sor Inés – Lo sé, aunque las echaré de menos. Pero no se preocupe, pasaré a saludar de vez en cuando.

Aparecen Teresa y Bernardo también vestidos de hippies.

Sor Prudencia – ¡Hola, Teresa! ¡Hola, Bernardo! ¿Entonces qué? ¿Para cuándo la boda?

Bernardo – Pues por ahora no, Sor Prudencia. De momento, vamos a seguir viviendo en pecado. ¿No es así, querida?

Teresa – Definitivamente, el matrimonio no está hecho para todo el mundo.

Bernardo – Y si no, mire a Victorina, nada más casarse y se quedó viuda. No se puede decir que el matrimonio le sentara muy bien al pobre Anatole.

Teresa – Una sobredosis de felicidad, tal vez.

Bernardo – De todos modos, yo no querría terminar como él.

Sor Prudencia – Pero usted es mucho más joven que Anatole, Bernardo…

Risa general.

Teresa – Entonces, Sor Prudencia, esto remonta. ¿No es cierto?

Sor Prudencia – En efecto. No sólo nuestro elixir ha relanzado el convento. Ahora también vendemos los nuevos cirios de Santa María-Juana, nos los quitan de las manos.

Sor Inés – Mire, aquí traigo lo suficiente pare rellenar las estanterías. Los he fabricado esta mañana con el nuevo voluntario que me sustituirá en mis labores.

Sor Prudencia – ¿Ha confiado usted al traficante el secreto de Santa María-Juana?

Sor Inés – Creo que podemos confiar en él, hermana… Aquel que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.

Sor Prudencia – En todo caso, no se le ve muy a menudo.

Bernardo – La verdad es que tiene buenas razones para ser discreto. Desde luego, está mejor aquí que en la cárcel.

Sor Inés – Ahora también le hago fabricar los cirios con una nueva fórmula. Hemos incluido los champiñones y las otras setas que cultivamos en las catacumbas del convento. Ya verá usted… ¡Es pura dinamita!

Bernardo – En seguida enciendo uno, hermana.

Bernardo enciende un cirio y todos inspiran profundamente.

Teresa – Ahora que lo dice, realmente desprenden un fuerte aroma.

Sor Prudencia – ¡Qué buen olor!

Teresa – ¡Sí, huele a santidad!

Bernardo – ¡Estoy seguro que si ponemos estos cirios en las misas, la Iglesia estará siempre a reventar!

La Madre Superiora llega y escucha esta última frase.

Madre Superiora – ¡Por Dios! ¡Otro milagro de Santa María-Juana!

La Madre Superiora se santigua y quedan todos estáticos mientras suena, de nuevo música religiosa.

Se apaga la luz y se cierra el telón.

Fin

*** 

El autor

Jean-Pierre Martinez es autor teatral y guionista francés de origen español. Nacido en 1955 en Auvers-sur-Oise, sube al escenario primero como baterista en diversos grupos de rock, antes de hacerse semiológo para la publicidad. Luego trabaja como guionista para la televisión, y vuelve al teatro como autor. Ha escrito mas de 60 guiones para distintas series de la televisión francesa, y 61 comedias para el teatro (13 y Martes, Strip Poker, Bar Manolo, Ella y El, Muertos de la Risa, Breves del Tiempo Perdido, El Joker…). Actualmente es uno de los autores contemporaneos mas representados en Francia, y varias de sus obras han sido ya traducidas en español y en inglés. Es licenciado en literatura española e inglesa (Sorbonne), en linguística (Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales), en economía (Institut d’Études Politique de Paris), en escritura de guiones (Conservatoire Européen d’Ecriture Audiovisuelle). Jean-Pierre Martinez ha escogido ofrecer todos los textos de sus obras para descargar gratuitamente en su web : comediatheque.net.

Otras obras del autor  

13 y Martes

Bar Manolo

Breves del Tiempo Perdido

Crisis y Castigo

El Joker

Ella y El, Monólogo Interactivo

EuroStar

Foto de Familia

Muertos de la Risa

Por Debajo de la Mesa

Pronóstico Reservado

Strip Poker

Un Ataúd para Dos

Zona de Turbulencias

Este texto está protegido por las leyes

relativas al derecho de propiedad intelectual.

Toda copia es susceptible de una condena,

hasta de 300 000 euros y 3 años de prisión.

 

París – Febrero de 2017

© La Comédi@thèque – ISBN 978-2-37705-083-3

http://comediatheque.net

Milagro en el Convento de Santa María-Juana Lire la suite »

Foto de familia

Una comedia de Jean-Pierre Martinez

2 hombres y 2 mujeres

Dos hermanos y dos hermanas que apenas si se ven, se reencuentran por última vez en la casa familiar de vacaciones con el objeto del traspaso de la herencia, después de la defunción de su madre. Pero las cuentas que tienen que ajustar no son solamente financieras…


Aquellos textos los ofrece gratuitamente el autor para la lectura. Sin embargo cualquier representación pública, sea profesional o aficionada (incluso gratuita), debe ser autorizada por la Sociedad de Autores encargada de percibir los derechos del autor en el país de representación de la obra. 


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Foto de Familia

Una comedia de Jean-Pierre Martínez

Personajes : Pierre – Josiane – Jeff – Frédérique

Por la mañana

El cuarto de estar de una casa de vacaciones, amueblado de manera sencilla. Al fondo, una pequeña chimenea en la que no arde ningún fuego. Pierre, con aspecto intelectual de izquierdas, llega desde la cocina con una cacerola de agua caliente, la cual pone sobre la mesa, al lado de un tarro familiar de Nescafé. Pierre explora todos los compartimientos de un mueble bar. En uno de ellos, encuentra una taza y la pone sobre la mesa. Regresa para abrir los cajones en busca de una pequeña cuchara. Pierre se sienta, se sirve un café y comienza a comer los “Pepitos” que quedan dentro de un paquete. Se escucha una melodía de portátil proveniente del exterior de la escena. Pierre bebe a sorbitos su café y acaba los bizcochos al tiempo que lee la “Vie Financière”. Los titulares del periódico permiten situar el momento de la acción: “Bug de l’An 2000 : les marchés inquiets à l’aube du nouveau millénaire…”.

Pierre (leyendo) – Efecto 2000 : los mercados preocupados a la víspera de un nuevo milenario…

Llega Jeff, en pijama de rayas, con aire de dormido.

Jeff (bostezando) – ¿Ya vestido?

Pierre(sin dejar de leer su revista) – Me horroriza vagabundear en pijama. Hay agua caliente y Nes…

Ante la mirada asombrada de Pierre, Jeff saca una taza y una pequeña cuchara del mueble, abriendo directamente un compartimiento y un cajón. Se sienta y se sirve un café. Toma con anhelo el paquete de bizcochos, pero al comprobar que está vacío, aparece en su rostro una expresión de decepción.

Jeff – ¿No hay más Pepitos?

Pierre, que devoró probablemente todo el paquete, no parece tener remordimientos.

Pierre – ¡Claro, no ves!

Jeff parece enfadado pero no dice nada y Pierre sigue hablando, ignorando la reacción de su hermano.

Pierre – Me recuerdas a mamá… Cuando le preguntábamos: « ¿Es que no hay más chocolate? », ella nos respondía: « evidentemente, después de que os lo habéis comido ».

Jeff prefiere no responder. Pierre pasa a otra cosa.

Pierre (suspirando) – No pegué ojo en toda la noche. Con esta tormenta…

Jeff – ¿Qué tormenta?

Pierre (incrédulo) – ¡No me digas que no oíste nada! Cualquiera diría que eran cañonazos…

Ausencia de reacción de Jeff, cuyo comportamiento Pierre observa con una mirada de etnólogo.

Pierre – ¿Sigues siendo algo sonámbulo, tú, no?

Jeff se pone a dar vueltas al café de manera mecánica.

Pierre – Me acuerdo, una vez, que te habíamos despertado a las once de la tarde haciéndote creer que no habías oído el despertador. Te dejamos tomar tu desayuno… Mamá te cogió en la calle. Te ibas a la escuela en pijama. Era un domingo de agosto…

Jeff comienza a beber a sorbitos su café, sin responder.

Pierre (volviendo al presente) – ¡Acababa de dormirme de nuevo, cuando me despertó el camión de la basura! Pasa siempre a la misma hora… A las cinco de la madrugada. Cuando teníamos veinte años, no nos despertaba, de eso estoy seguro. Volvíamos a la misma hora que el camión de la basura…

Jeff – Mmm…

Pierre (asombrado) – ¿Entonces, tú dormiste bien?

Jeff – Estaba reventado. Son muchos kilómetros para un único conductor. ¿Por qué nunca sacaste el permiso?

Pierre – Lo intenté sacar, pero no aprobé.

Jeff – ¡Una sola vez! Habrías podido insistir un poco…

Pierre – No soporto los fracasos. No me gusta conducir, eso es todo. Y luego cuando veo a todos esos gilipollas en la carretera… ¿Viste ayer? ¡Hasta tú estuviste a punto de ponerte nervioso! Coge a cualquier tipo, pulcro, caballero, perfectamente equilibrado, le pones un volante entre las manos, y al cabo de diez minutos insulta a todo el mundo y está dispuesto a pelearse con cualquiera. ¿Cómo explicas esto?

Desconcertado por la falta de reacción de su hermano, ocupado en darle vueltas a su café, Pierre se levanta y examina todo a su alrededor.

Pierre – Nada ha cambiado. Hace por lo menos quince años que no había venido aquí. ¿Y tú?

Jeff – Dos años, con Catherine y los niños. Pero nunca en invierno.

Pierre se acerca a la chimenea, exhalando en sus manos para recalentarlas.

Pierre – Comprendo por qué…

Se para delante de la chimenea, encima de la cual hay una caja grande de cerillas, una lámpara a acetileno y una foto de escuela en blanco y negro coloreada de los dos hermanos en delantal azul y las dos hermanas en delantal rosa.

Pierre – ¿Crees que funciona…?

Jeff – Veníamos siempre en agosto… Nadie nunca la utilizó para hacer fuego.

Pierre – Eso no quiere decir que no funcione…

Pierre busca algo con la mirada.

Pierre – Ya tenemos las cerillas. Falta sólo la madera…

Jeff hace un gesto de abandono. Pierre comienza a dar vueltas por la pieza, inspeccionando todo como para comprobar el estado del inmueble.

Pierre – ¿Cuándo firmamos en el notario?

Jeff – A las tres. Si el comprador no cambia de opinión.

Pierre se frota de nuevo las manos para recalentarlas.

Pierre – Si él la visitó en verano, no es imposible…

Echa de paso una mirada por la ventana.

Pierre – ¿Sabes quién es, ese tipo?

Jeff – ¿Qué tipo?

Pierre – ¡El comprador!

Jeff – Hablé sólo una vez por teléfono con él. Es un parisino. Un fisioterapeuta, creo…

Pierre – ¿Es simpático?

Jeff – ¿Qué cambia esto?

Pierre – Nada… (Pausa) ¿Frédérique y Josiane vienen juntas?

Jeff – Josiane tomó el tren nocturno. Ella debería llegar esta mañana. Frédérique acaba de llamarme desde el aeropuerto. Eso es lo que me despertó…

Pierre – ¿Hará la ida y la vuelta en el mismo día?

Jeff – No lo sé.

Jeff bebe a sorbitos su café. Pierre, de nuevo delante de la chimenea después de haber dado vueltas por la pieza, coge el retrato de los cuatro niños.

Pierre – No me acordaba ya de esta foto. ¿Cómo llegó hasta aquí?

Jeff – Fue mamá quien la trajo, creo. La última vez que ella vino aquí con papá. Antes de que él se fuera de nuevo a la Amazonia…

Pierre examina de cerca la foto con una sonrisa mitad irónica mitad amarga.

Pierre – Qué raro, ¿viste? Es un blanco y negro coloreado con lápiz. En nuestra época, se hacía a menudo. Lo de la foto en color todavía debía ser experimental.

Jeff – Era en el siglo pasado…

Pierre – Me siento como una vieja película coloreada… Es raro ver de nuevo esta foto… ¿Todo se ha cumplido, no?

Jeff – ¿El qué?

Pierre – ¡En la foto! Ya se ve lo que cada uno de nosotros iba a ser… Frédérique con su sonrisa artificial. Josiane con su mirada irónica. Tú, diríamos que a ti todo te importa un pepino, y yo parezco un perro apaleado.

Jeff continúa bebiendo su café sin responder.

Pierre – ¿Te acuerdas del momento en el que fue tomada?

Jeff – No.

Pierre – Yo no mucho, tampoco. Es gracioso, no tengo casi ninguna memoria de mi infancia. Por otra parte, tampoco tengo muchas fotos de cuando yo era niño para ayudarme a recordar.

Jeff – En esa época, no tomábamos tantas fotos como ahora.

Pierre – Es verdad, es irritante esta manía que hoy se tiene de fotografiarlo todo. ¿Sabías que Jérôme filmó el parto de Frédérique con la videocámara? No sé si ellos pasan el video a menudo, los sábados por la tarde… Habrían debido filmar también el momento del acoplamiento y montar todo como si fuera un documental. Sí, tipo “La Vida de los Animales”… Adoro los reportajes sobre animales. Los comentarios tienen siempre un tono tranquilizador. Edificante. Del estilo « a pesar de todo, la naturaleza lo hace todo correctamente, no hay nada que inventar », « los grandes se comen a los pequeños, pero solo es para que no haya demasiados », « los más débiles son condenados, esto es triste, pero es para preservar la pureza de la raza ». (Observa de nuevo la foto) En todo caso, a mí me habría gustado mucho saber a qué me parecía cuando era bebé. Creo que esta foto es una de las más antiguas que vi de mí. Ya debía tener por lo menos cinco años… (Irónico) No es imposible que mis padres me adoptaran a esta edad y ellos nunca se atrevieran a decírmelo. Ya vi esto en una teleserie. En ese caso, vosotros no seríais verdaderamente mis hermanos y hermanas…

Pausa.

Jeff – Me parece que un fotógrafo vino a la escuela.

Pierre – Nos reunirían para la foto. Recuerdas, las clases no eran todavía mixtas. Hasta en el recreo, el espacio estaba dividido en dos por una frontera imaginaria. Los chicos de un lado en blusa azul, las chicas del otro, de rosa. Con absoluta prohibición de atravesar la línea de demarcación. Salvando el caso de tener que ir a los aseos, los cuales se encontraban del lado de las chicas. A mí me gustaba una muchachita a quien podía ver sólo pasando cuando iba a mear. A menudo tenía ganas de mear. Pero nunca le dije nada. Me pregunto qué fue de ella. Ni siquiera sé su nombre…

Jeff – ¿Hace cuánto tiempo que no has visto a Josiane y a Frédérique?

Pierre posa el retrato.

Pierre – Desde el entierro de mamá… Se me hace raro de decir esto. No logro comprender por qué tuvo que morir… No es que esto me ponga particularmente triste, vaya… Pero se me hace raro lo de ser huérfano.

Jeff – Papá no murió…

Pierre – No se sabe nada sobre eso. No lo hemos vuelto a ver desde hace años. Ni siquiera vino al entierro de su mujer. ¿Crees que si los caníbales se lo hubieran comido, nos hubieran enviado una esquela de defunción?

Jeff – ¿Todavía hay caníbales, en Amazonia?

Pierre – Hay pirañas… Al parecer un banco de pirañas puede comerse a una vaca en cinco minutos. La dejan solo en los huesos. Entonces papá, te imaginas… La verdad es que nunca estuvo realmente con nosotros, ¿no? Así que cuando muera casi no se notará. Será solo un trámite mas. Sabes, es como la gente que se casa después de treinta años de vida común, para « oficializar la cosa ». Cuando él muera será para oficializar su desaparición… Tengo un amigo que gastó quince años de su vida en psicoanalistas tratando de recuperar el diálogo con su padre. ¿Quince años, te das cuenta?

Jeff – ¿Y qué tal le resultó?

Pierre – Desgraciadamente, al cabo de los quince años, su padre había muerto…

Jeff – Oh, no hay que exagerar… No somos mártires, tampoco. Tuvimos padres por lo menos…

Pierre – Sí… Sí, siempre se encuentra a alguien más desgraciado, estate seguro. Pero es curioso, nunca me consoló verdaderamente esta especie de filosofía. Es igual que decirle a una persona con una sola pierna: « no se queje, podría ser un lisiado sin piernas ». (Pausa) ¿Sabes lo que me confesó el tío Alberto, hace unos años?

Jeff – ¿Qué?

Pierre – Que había sido él quien había escogido mi nombre. Mamá acababa de dar la luz. Papá debía estar demasiado ocupado, como de costumbre. Entonces fue el tío Alberto a darme de alta en el ayuntamiento. Al parecer, le habían dado carta blanca para el nombre. Después todo, era sólo un detalle.

Jeff – Era otra época…

Pierre – Hasta en aquella época, había padres que se desplazaban hasta el ayuntamiento para darle un nombre a su niño.

Jeff – Es cierto que en la familia siempre hubo un problema con los nombres. ¡Qué voy a decir yo! Durante diez años todo el mundo creyó que me llamaba Christophe. Hasta el día que mamá se dio cuenta, al pedirle una partida de nacimiento al ayuntamiento, de que papá no me había declarado bajo ese nombre.

Pierre – Por lo menos, él te dio un nombre. Él, hasta te dio su nombre…

Jeff – No estoy seguro de haber ganado al cambio… Jesús, no es un nombre fácil de llevar.

Pierre – En España, es muy corriente…

Jeff – En Francia, menos. ¡Jesús! Y decir que él hasta no nos hizo bautizar…

Pierre – No te quejes, hay muchos Judíos que se llaman Judas.

Jeff – ¿Ah, sí?

Pierre – Lo mismo que alemanes que se llaman Adolf, si quieres…

Jeff – De todos modos, me llamaron siempre Jeff. No sé por qué… Todo el mundo cree que es por Jean-François. (Pausa) ¿Vienes a casa por Navidad?

Pierre – ¿Para qué? ¿Para aplaudir los discursos antisemitas y homófobos de mi querido cuñado?

Jeff – Es pura provocación…

Pierre – Escucha, entre Jérôme que defiende las ideas del Frente Nacional a la vez que vota en blanco y Frédérique que vota por el Frente Nacional condenando sus ideas… Juntos, son las dos mitades de un elector de extrema-derecha.

Jeff – Para, el padrino de su hija es judío…

Pierre – ¡Oh, esto es la gran coartada! No somos racistas, ya que tengo amigos judíos. Muy gracioso, además, teniendo en cuenta que son judíos. Ellos viajan, como nosotros, en Mercedes. Van a esquiar a Austria y llaman a su hija Ingrid. ¡Hay gilipollas entre los Judíos también, cómo no! Hasta los hay en la Frente Nacional. Quiero decir, judíos. Judíos gilipollas. O gilipollas judíos, si prefieres.

Jeff (divertido) – Estás en forma, esta mañana.

Pierre esboza también una sonrisa, visiblemente satisfecho de su diatriba, y se sirve de nuevo un café. Le gusta hablar, aunque todavía más escucharse hablar.

Pierre – Si, ¿pero hay límites, no te parece ?

Jeff – Claro, a veces haría mejor en callarse.

Pierre – ¿Entonces por qué no le dijiste nada, la última vez?

Jeff – Tú tampoco dijiste nada…

Pierre – Pero yo me fui…

Jeff (se levanta) – Irse, eso no siempre la solución…

Jeff se aleja hacia el pasillo. Pierre lo mira mientras se va, lleno de estupor. Luego, se pone a leer de nuevo la “Vie Financière”. Su teléfono móvil suena.

Pierre – ¿Sí? (Sonriendo) Sí… Sí, bueno… No, no había mucho tráfico… No, ellas llegan esta mañana… (Falsamente indiferente) Entonces, ya tienes los resultados del labo? (Decepcionado) ¿Esta tarde? No, te vuelvo a llamar… No, no estoy intranquilo, pero cuando uno nunca se ha hecho la prueba…

La puerta de entrada se abre. La cara de Pierre se cuaja. Josiane llega tirando de una maleta de ruedas, una sonrisa cristalizada en los labios. Ella lleva un uniforme extravagante, una especie poncho mexicano.

Pierre(turbado) – Discúlpame, tengo que dejarte. Josiane acaba de llegar… Sí, sí, se lo diré cuando llegue el momento… Yo también… Un abrazo…

Josiane (con fuerza) – ¿Vosotros cuando llegasteis?

Pierre se levanta y le da un beso, fríamente.

Pierre – Anoche. Tarde…

Josiane aparca su maleta en una esquina y echa un vistazo a la pieza.

Josiane – ¡Vaya, esta chabola!

Pierre la contempla, esperando un comentario que no llega.

Josiane – ¿Nos vamos a helar, no? No comprendo por qué nuestros padres nunca mandaron instalar la calefacción…

Pierre – Tal vez porque venían sólo en agosto…

Josiane – ¿Tu hermano está por ahí?

Pierre – ¿Es también el tuyo, no? Está en su habitación…

Josiane – Es cierto que no es muy madrugador…

Pierre – ¿Por qué deseas que él se levante temprano? Firmamos esta tarde…

Josiane – ¿Entonces? ¿Qué vas a hacer tú con todo el dinero?

Pierre – No sé…

Josiane avisa la “Vie Financière” sobre la mesa.

Josiane – ¿Lees la “Vida Financiera”, ahora?

Pierre – Hago operaciones de Bolsa por Internet.

Josiane – La Bolsa… ¿No es muy arriesgado?

Pierre – Como el amor… Si no quieres que te caiga un niño a las espaldas, hace falta saber retirarse a tiempo.

Josiane – ¿Y sacas mucho dinero con eso…?

Pierre Depende, pero si…

Josiane – Hará falta entonces que me des consejos. Para colocar mi herencia…

Pierre (irónico) – Oh, no es muy complicado, ¿sabes? Con un poco de sentido común… Poco antes de Navidad, como hoy, compras acciones de una fabricante de juguetes. Luego, antes del día de la Madre las revendes y compras acciones Moulinex.

Josiane – ¿Moulinex? ¿No está en quiebra?

Pierre – Por culpa de las feministas. Ahora, los niños no se atreven a regalar ni un pasapurés o una plancha para el día de la Madre…

Josiane (en tono de confidencia) – A propósito, ¿estás al tanto?

Pierre – ¿Al tanto de qué?

Josiane – ¡De lo de Jesús! Va a declararse en quiebra…

Pierre (exasperado) – ¿No puedes llamarle Jeff, como todo el mundo? ¿Es él quién te lo dijo?

Josiane – Su mujer. Pobre chico… No sé lo que va a hacer ahora.

Pierre – Solo tienes que preguntarle.

Josiane – ¿A Catherine?

Pierre – ¡No, a él! ¡A tu hermano Jeff!

Josiane – ¡No nació para ser jefe, esto se veía venir!

Pierre – ¿Oh, sí? ¿Por qué?

Josiane – ¡No ves a qué hora se levanta! Yo, de todas formas, no pegué ojo en toda la noche. ¡Había tanta gente en este tren! Lo peor fue que me cayó encima toda una tribu de portugueses con un montón de chiquillos. Había uno que tenía las paperas, y que berreó toda la noche. El resto de la familia no paraba de comer sandía y chorizo para pasar el tiempo, hasta el día siguiente por la mañana…

Pierre opta por la ironía.

Pierre – ¿No te lo propusieron?

Josiane – ¡Sí! ¡Pero no lo quise! El compartimiento estaba infectado. Me daba náuseas…

Pierre – Te recuerdo que nosotros somos de origen español. Tu apellido de soltera, es Fernández…

Josiane – Bueno, voy a ir a tomar el fresco un poco. Tengo la impresión de oler todavía el chorizo.

Ella sale. Pierre cierra su revista y sale llevándose la cacerola con destino a la cocina. Jeff llega, vestido. Él lleva un traje bastante estricto pero sin llegar a ser elegante, tipo directivo de pequeña empresa que hizo un esfuerzo en vestirse para una cita importante. Al cabo de un instante, Josiane vuelve, enfundada en un grueso jersey, “Le Chasseur Français” bajo el brazo. Jeff y Josiane se besan fríamente.

Jeff (asombrado) – El Cazador Francés… ¿Te vas de caza?

Josiane responde sin molestarse.

Josiane – Dirás más bien a la caza. Es por los anuncios por palabras…

Jeff – ¿Los anuncios por palabras?

Josiane – ¡Los anuncios de matrimonio!

Jeff está a la vez sorprendido y molesto.

Jeff – ¿Y entonces?

Josiane – Oh sabes, es lo mismo que para los coches.

Jeff – ¿Ah?

Josiane – Hay que hacer ensayos comparativos…

Jeff – ¿Y encontraste el modelo que querías?

Josiane – No todavía. Desgraciadamente, a mi edad, debo limitarme al mercado de la ocasión. ¿Y tú?

Jeff – ¿Yo qué?

Josiane – ¿Y tu mujer cómo esta?

Jeff – Va.

Josiane – ¿Y los niños?

Jeff (fríamente) – Puedes decir mis niños. Ellos llevan mi nombre ahora…

Josiane – Oh, no es lo mismo a pesar de todo. Tus niños también son un poco de ocasión…

Silencio de Jeff, que visiblemente se retiene para no explotar.

Josiane – ¿Y el negocio?

Jeff – Bien…

Josiane (riendo) – ¿Para ti, siempre todo va bien, no?

Jeff (un poco enervado) – No dije que fuera maravilloso. Dije que iba…

Josiane – ¿Y Pierre?

Jeff – ¿Qué?, ¿Pierre?

Josiane – ¡Su trabajo! Ví uno de sus seriales en la tele otro día. Es mi hijo quien me dijo que lo mirase. ¡Qué jilipollez!

Jeff – Es para jóvenes… En todo caso, pagan bien.

Josiane – Es lo que importa. Yo tendría que haber hecho eso, en lugar de pasar mi CAP a los cincuenta años para tratar de alfabetizar a esos pequeños salvajes…

Ella se concentra en la lectura de los anuncios por palabras. Pausa. Pierre vuelve con agua caliente. Pierre, Jeff y Josiane se sirven café.

Josiane (con una sonrisa en los labios) – Oh este Nescafé, ¡es infame, verdaderamente!

Los otros dos, que no necesitaban este género de estímulos para ingerir el brebaje, la miran con aire reprobador. Pero Josiane continúa hablando.

Josiane – Afortunadamente, el tarro está casi vacío. Debe hacer años que está ahí. Un gran tarro familiar así. (Como si hiciera un cálculo mental) A razón de una cucharada por taza un mes al año en verano…

Pierre rechaza definitivamente su taza. La puerta se abre. Entra Frédérique, fular Hermès, joyas de oro y saco Vuitton, aspecto muy chic.

Frédérique – Buenos días.

Pierre (sin levantarse) – Hola.

Josiane y Jeff se levantan para abrazar a su hermana.

Jeff – ¿Tuviste un buen viaje?

Pierre – Hay apenas una hora de vuelo. No es un viaje muy agotador…

Frédérique – Siempre tan amable…

Josiane (con el tarro de Nescafé en la mano) – ¿Quieres un café?

Frédérique – Gracias, almorcé en el avión.

Josiane – Hiciste bien.

Jeff – Queda una habitación para ti. Pero habrá, tal vez, que cambiar las sábanas.

Frédérique – No merece la pena, me voy de nuevo esta tarde…

Josiane – ¿Ah, sí? Es una lástima. Hacer tantos kilómetros para tan poco…

Pierre – Oh, hacerlos por alrededor de 200.000 cada uno…

Los otros lo miran con aire inquisitivo.

Pierre – ¿Frédérique vino como nosotros por el tema de la venta, no? Ella no hace dos mil kilómetros en un día para pasar unas horas en familia, a orillas del mar, en diciembre…

Frédérique – ¿Es que no vienes para esto, tú?

Pierre – Sí… Es lo que acabo de decir. Venimos todos para lo mismo.

Josiane – 200.000 francos cada uno… (Presa de una duda, a Jeff) ¿Estás seguro que se vende lo suficientemente cara, esta choza?

Jeff – Ya hacía un año que estaba en venta. Incluso a ese precio, los compradores no se mataron por ella. Si ese terapeuta no me llamó hace un mes…

Josiane (en tono de reproche) – Habría que haber hecho tal vez un poco de publicidad. No sé, yo. Poner unos anuncios…

Jeff – Nadie te impedía hacerlo. Mira, en “El Cazador Francés”, por ejemplo…

Josiane – Sí, ¡pero como eres tú quien se ocupaba de eso!

Jeff – ¿Quién decidió que fuera yo el que se ocupara? No tengo mejor cosa que hacer. Y no estaba aquí para ocuparme de esto.

Josiane (dejando de escucharle) – ¡Oh, esta casa! Finalmente, esta tarde nos la quitaremos de en medio. (Josiane toma de nuevo un trago de su café) ¡Frío es todavía más infame! (Mirando a los otros con un aire afable) ¿Queréis mas café?

Pierre se levanta.

Jeff – Voy a ver si encuentro periódicos.

Pierre – Te acompaño. Aprovecharemos para tomar un verdadero café.

Josiane – ¿Me traes el “Nouvel Obs”? Sale hoy.

Mirada asombrada de Pierre hacia su hermana.

Pierre – ¿Lees el “Nouvel Observateur”, ahora? No te habrás dado cuenta que es un periódico de Izquierdas?

Josiane – Es por los anuncios…

Pierre la mira sin comprender, pero no insiste.

Jeff (a Frédérique) – ¿Quieres que te traiga algo?

Frédérique – Cogí “Madame Figaro” en el avión.

Pierre – Vete a saber porque, en los aviones, incluso cuando se trata de revistas femeninas, solo puedes leer revistas de derechas…

Pierre y Jeff salen.

Frédérique – No tiene arreglo.

Josiane – ¿Jeff?

Frédérique – ¡No, Pierre!

Josiane – Oh, hay que tomarlo como es. Nunca hizo nada como los demás. ¿No te acuerdas? De niño, ya había aprendido a tricotar. Hasta me hizo una bufanda… (Frédérique da muestras de no acordarse de eso) ¿No lo encuentras raro? Nunca lo vimos con una chica…

Frédérique – Él no tenía ganas tal vez de presentarnos…

Josiane cambia de tema.

Josiane – ¿Y, cómo están tus niños?

Frédérique – Bien… Carlota parece que le gusta estar en su nueva escuela. Espero que esto vaya a funcionar esta vez, porque cuesta una fortuna…

Josiane – Ah, bueno.

Frédérique – Ahora, ya sabes, si no estás dispuesta a pagar…

Josiane – ¿Cuánto?

Frédérique – 5000.

Josiane – ¿Al año?

Frédérique – Al mes…

Josiane – ¡5.000 pavos al mes! ¡Bien dices entonces! ¡Casi es lo que gano yo siendo profe en el instituto!

Frédérique – ¿Sé que es caro, pero qué quieres? Para tener algo bueno, hay que pagarlo.

Josiane – La facultad es gratuita.

Frédérique – Para ir a la facultad, hace falta el bachillerato. Pero el bac no era lo suyo. Al cabo de tres años, lo comprendimos. Con ella, hace falta que todo sea concreto. Y luego francamente, para encontrarse en la universidad con todo que va allí. Ahora todo el mundo va a la facultad… ¡No hay ninguna selección!

Pausa.

Josiane – ¿Y Maximilien?

Frédérique – Él está en prácticas por tres meses. Por su escuela de comercio.

Josiane – ¡Ah, bien! ¿Y dónde?

Frédérique – En Mac Donald… (Pausa) En Miami.

Josiane – ¡En Miami!

Frédérique – Sí, él escogió la sección internacional.

Josiane – ¡Eso, también debe costarle una fortuna!

Frédérique – Bien lo sabes. Sobre todo teniendo en cuenta que la prácticas no son remuneradas. Con el billete y el hospedaje, la cosa andará por 60.000. En fin, la escuela se ocupa de todo. Ellos tienen una red de colocación muy eficaz. Ahora, para obtener unas prácticas… Sin contactos…

Josiane – ¿Pero qué hace allí? ¿Se ocupa del marketing?

Frédérique – No, él está en la venta.

Josiane – ¿En la venta?

Frédérique – Sí, hablando claro, sirve a los clientes. La filosofía americana, en estos asuntos, es que hay que comenzar desde la base. Para comprender bien cómo pasa todo.

Josiane (intrigada) – ¿Quieres decir que pagas 60.000 francos para que tu hijo sirva hamburguesas en Mac Do durante tres meses?

Frédérique – ¡En Florida! Sabes, allí, las plazas son caras. Ellos no cogen a cualquiera. Y luego así, él perfeccionará su inglés. Es su punto débil. (Pausa) ¿Y Bruno, que hace?

Josiane – Estudia filosofía en la facultad. Tiene muy buenas notas…

Frédérique – La filosofía, en nuestros días… ¿Eso lleva a alguna parte?

Josiane – Por lo menos los estudios son gratuitos…

Frédérique – ¿Qué quiere hacer después?

Josiane – Quiere ser profesor. Este verano, le van a contratar como almacenero en Auchan. No es muy apasionante, pero con esto gana un poco de dinero para gastos menudos. Y luego así, él sabe lo que le espera si no aprueba las pruebas para ser profesor. Encontró una amiguita… Estoy contenta que salga. Esto siempre no fue fácil para él. Con mi divorcio…

Frédérique – A veces, vale más un buen divorcio que un mal matrimonio…

Josiane – A pesar de todo, cuando son pequeños, esto les marca. Por más que se diga, un niño necesita a su madre y a su padre.

Frédérique – ¡Pero vosotros no dejabais de tener broncas con Gérard! Fui a vuestra casa tres veces en diez años. Y tres veces tuve derecho a una riña conyugal. Supongo que no era en mi honor. Esto no me incitó a volver mucho. Lo que no logro comprender, es cómo un tipo que era psicoanalista podía tomarse tan mal eso de educar a su chiquillo. Nunca estabais de acuerdo en nada, sobre todo en lo de la educación de Bruno, y discutíais delante de él.

Josiane – Conoces el proverbio. En casa del herrero cuchillos de palo. Por otra parte, en cuanto a la educación de los niños, Freud decía: « Haga lo que se haga, de todos modos estará mal ».

Frédérique – Sin embargo, nos hemos sentido siempre un poco responsables… (Echa una mirada a la pieza) No me puedo creer que la casa vaya a ser vendida. Tenemos aquí buenos recuerdos a pesar de todo… Es raro. Cada año, nos amontonábamos en tres habitaciones sin cuarto de baño, con padres embrutecidos por el trabajo que no sacaban ni una palabra, y un mes al año, vivíamos en una casa confortable, con padres casi normales…

Josiane – Miami Playa… Qué nombre para una casa que ni siquiera está verdaderamente a orillas del mar…

Frédérique – Eso debía traerle recuerdos de España… ¿Por qué no regresó allí nunca, de hecho?

Josiane – Esto… Hará falta preguntarle… Si lo vemos de nuevo un día… Al principio, creo que era a causa de los papeles. Él tenía miedo que no se le dejara volver a Francia. Después, él debió pensar que estaba demasiado lejos…

Frédérique – Vaya… Es seguramente por esto por lo que él prefirió instalarse en Manaos… Pensé en comprar esta casa. Pero Jérôme no estaba de acuerdo. De todos modos, no era el momento…

Josiane – Oh, hasta en este precio, no estoy segura que habría sido una buena compra?

Pausa.

Frédérique – No comprendo por qué Pierre me trata así. Yo no le hice nada. Esto también me da pena. ¿Nos entendíamos bien antes, no?

Josiane – ¿Antes de qué?

Frédérique (descorazonada) – No sé… Antes.

Josiane, que no quiere escuchar más, echa a su vez una mirada a la pieza.

Josiane – Habrá que ordenar un poco la casa antes de irse. ¡Qué cantidad de polvo!

Oscuro.

Al mediodía

Los cuatro regresan del exterior y se quitan los abrigos.

Josiane – Bueno, gracias por tu invitación, Jeff. ¿Entonces? ¿Qué os pareció el restaurante?

Frédérique – La decoración no estaba mal…

Josiane – Ah, sí. Muy típico todo. ¡Incluso el propietario tenía una pinta muy típica! Y además no comimos mal. Por el precio…

Jeff – Claro, no se trataba de un restaurante gastronómico. Pero en el barrio no hay gran cosa.

Josiane – Seguro que el pescado no era de la última marea… Es increíble que sirvan pescado congelado, cuando estamos a solo unos kilómetros del mar.

Pierre (irritado) – Escucha, la próxima vez, eres tú quién nos invita, ¿de acuerdo? Y escogerás el restaurante que quieras.

Josiane – Espero que no caigamos enfermos, por lo menos. Con los congelados, nunca se sabe. A veces, se rompe la cadena del frío… Voy a ver si tengo un Alkaseltzer. No me encuentro muy bien…

Pierre – Eso es, ve.

Frédérique – Creo que yo tengo.

Josiane y Frédérique se van hacia las habitaciones.

Pierre – Ella no tiene arreglo. Parece que en cada familia, el miembro mayor siempre es el más frágil, psicológicamente…

Jeff – Ella siempre fue así. No va a cambiar a su edad.

Pierre – ¿De hecho, qué edad tiene? (Jeff no responde) ¿Bueno, qué hacemos esta tarde? (Bromeando) ¿Vamos a la disco?

Jeff – Soy un hombre casado. Pero vete tú, si quieres.

Pierre – Ahora, seguramente todo está cerrado. Te acuerdas, pasábamos todas nuestras noches en la disco durante las vacaciones. Creía que era la mejor forma para ligar. Ya que todo el mundo iba ahí para eso. Esto parecía lógico, estadísticamente hablando. Sin embargo, nunca hice una conquista en la disco. En la lavandería, en el metro, en el dentista, sí. En la disco nunca… Las chicas no deben encontrar eso demasiado romántico. Para pasárselo bien una noche con un desconocido, si acaso. Pero no para encontrar al hombre de su vida. El género de tíos que van a ligar a la disco, no debe inspirarles confianza. Por otra parte, no conozco ninguna pareja casada que se haya encontrado en una disco. ¿La conoces, tú?

Jeff – Sí… Encontré a Catherine en una disco.

Pierre(cogido por sorpresa) – Bueno, lo mejor sería que fuera a echar una siesta…

Jeff – No hace falta que generalices siempre, ese es tu problema. Para ti, tu vida no es estadística. Las estadísticas, son las vidas de los otros.

Pierre (asombrado) – ¿Sabes qué fuerte es lo que acabas de decir?

Jeff (irritado) – No, no lo sé, claro está. Cuando me sale algo sensato, es por casualidad. No lo hago expresamente. Por fortuna, tú estás ahí para hacérmelo ver.

Pierre – Discúlpame…

Jeff – Tienes otro problema, Pierre. Tienes algo de tendencia a tomar a la gente por gilipollas.

Jeff se levanta para ir a tomar una revista y Pierre lo imita. Josiane y Frédérique regresan también con revistas.

Jeff (a Josiane) – ¿Estás mejor?

Josiane – Lo vomité todo.

Pierre (consternado) – Estás mejor, entonces…

Josiane – No del todo. Todavía tengo la impresión de que tengo atravesada una rebanada de atún en el estómago…

Frédérique – Tal vez sea una alergia. Son muy corrientes las alergias al atún fresco.

Pierre – Sí, debe ser eso. Era demasiado fresco, el pescado.

Jeff lee “Le Point”. Pierre la “Vie Financière”, Frédérique “Madame Figaro”. Josiane acaba el “Le Chasseur Français” antes de atacar la “Nouvel Obs”. Pierre levanta la cabeza de su revista y mira, sorprendido, lo que lee Josiane.

Pierre – ¿Buscas un marido?

Josiane (riéndose) – Oh, sabes, no estoy segura de poderlo encontrar. A mi edad…

Pierre(irónico) – En todo caso, entre una revista para cazadores de derechas y una revista para intelectuales de izquierdas, lo copas todo… Deberías también hacerte un sitio en Internet, así cubrirías el planeta entero.

Josiane realmente interesada, levanta los ojos de su periódico.

Josiane – ¿Tú crees?

Pierre no puede creer que su hermana le tome en serio.

Pierre – Sí, pones tu retrato, con un mensaje pegadizo. Hasta podrías retocar un poco la foto. Ahora, se puede hacer trucos extraordinarios con lo digital…

Josiane – Tal vez tienes razón. Haría falta que me pusiera al día con lo multimedia… Pero no sé si sabría. ¿Tú te manejas bien?

Antes de que Pierre pueda responder, un móvil suena. Josiane se precipita sobre el suyo.

Josiane (gesticulando) – Debe ser el mío… Acaban de ofrecerme uno por Navidad. Hay que vivir de acuerdo con los tiempos… (Poco acostumbrada a este tipo de aparatos, apreta violentamente en las teclas) Mierda, cómo funciona esto, ya… (Con una falsa amabilidad) ¿Diga? sí… Sí, me es… Sí, buenos días… Sí… Sí, la cincuentena… (Ella se da cuenta que los otros la oyen a su pesar) Finalmente, más cerca de cincuenta que de sesenta… Sí, me fijé en su anuncio por casualidad en el “Cazador francés” y… Eh, no, no cazo. Debí hojearlo en la peluquera… Divorciada, eso es… ¿Y usted? (Cambiando el semblante de cuajo) Oh… ¿Y ella murió de qué? (Riéndose) Si no es indiscreto, por supuesto… Oh… Cuánto debió sufrir… Yo digo que en estos casos, se debería poner una inyección… (Los otros la miran desconcertados) Sí, esto debió dejarle un vacío… No, yo no tengo animales… Solamente un hijo… (Riéndose) ¡Pero hace sus necesidades también, sabe! ¿Le gustan los niños? ¿No, creo que para eso es un poco tarde, ¿verdad? A nuestra edad, no sería normal, seguramente…

Josiane se aleja hacia las habitaciones para estar más tranquila. Se deja de escuchar la conversación.

Pierre – Pobre chiquillo. ¿Os dais cuenta? ¡A la edad de diez años, su madre tendría casi setenta!

Frédérique – Eso es un razonamiento de tío. Los hombres, a ellos no les preocupa dejar a su mujer de cincuenta años para ir a repoblar el planeta.

Pierre (provocador) – Para los hombres, no es del todo igual…

Frédérique (vehemente) – ¿Oh sí? ¿Y en qué? Os recuerdo que las mujeres viven más tiempo. Lo lógico sería que ellas pudieran hacer niños más tarde.

Pierre – La diferencia es que, en general, los hombres de cincuenta años hacen niños con mujeres jóvenes. Esto es la media. Josiane, al contrario, debe pegar más bien con los de la tercera edad, ¿no?

Frédérique – ¿Qué sabéis vosotros sobre eso?

Jeff, preocupado, intenta dar a entender a Pierre que más valdría cambiar de tema.

Pierre – No creo que haya muchos tíos de veinte años que pongan anuncios en el “Cazador francés”…

Frédérique parece afectada por esta conversación que le toca personalmente.

Frédérique – ¡Vosotros los tíos son todos iguales!

Frédérique sale.

Pierre – ¡Yo no sabía que era tan feminista! ¿Que le pasa ? ¿A mí qué más me da si Josiane quiere tirarse a jovencitos?

Jeff – Creo que el problema, son más bien los hombres de cincuenta años que engañan a sus mujeres con chicas más jóvenes. Más vale evitar el tema…

Pierre, desconcertado, trata de comprender. Josiane y Frédérique vuelven.

Josiane – ¿A qué hora tenemos cita?

Jeff – La agencia dijo a las 15 horas.

Josiane – 800.000 francos… Finalmente, no va a ser una fortuna… Sobre todo si divididos por cuatro…

Pierre – Oh, no te preocupes. Uno de nosotros todavía puede morir antes de esta tarde.

Josiane (cogiéndose la cabeza) – Ese podría ser yo. No me siento realmente muy bien. (Tratando de reírse) ¿No me habréis envenenado, al menos, no? (Josiane se coloca delante del retrato de los cuatro niños que hay sobre la chimenea) ¿Qué vamos a hacer con esta foto? No vamos a dejarla aquí cuando la casa esté vendida. ¿Quién va a llevársela?

Frédérique – Podríamos hacer copias…

Josiane – ¡Piensa que el negativo desapareció hace tiempo!

Pierre(irónico) – Solo habría que cortarla en cuatro partes. Cada uno se irá con su foto. (A Josiane) Podrías escanearla y ponerla en tu propio sitio de internet para intentar atraer viejos perversos.

Josiane – Sería una pena recortarla. Una foto así de hermosa.

Pierre – Sí, tienes razón. Sobre una chimenea es muy decorativa…

Josiane – Sólo tenemos que echarlo a suertes. Mira, hay una caja de cerillas allí.

Los demás parecen extrañados. Josiane coge la caja de cerillas que hay sobre el borde de la chimenea al lado de la foto. Toma cuatro cerillas, corta tres y se vuelve con las cuatro cerillas que sobresalen de su mano.

Josiane (excitada) – Aquella que tenga el final rojo gana… Jeff, comienzas.

Jeff accede sin entusiasmo. Tira de una cerilla que no tiene el extremo en rojo.

Josiane – ¡Te toca a ti Frédérique!

Frédérique obedece, con esperanzas de ganar y al mismo tiempo con un sentimiento vago de desconcierto. Pierre observa la escena consternado. Frédérique también tira de una cerilla sin extremo rojo. Una vaga decepción aparece en su cara.

Josiane (cada vez más excitada) – Ahora, Pierre, la cosa está entre tú y yo.

Pierre se levanta con pereza.

Pierre – ¿No hay una historia así en la Biblia? ¿Unos gánsteres que se juegan el Santo Sudario a los dados?

Frédérique (irónica) – No sabía que leyeras la Biblia…

Pierre – Es de la cultura general.

Pierre tira de la cerilla con final rojo. Una decepción infantil aparece en la cara de Josiane, mala perdedora.

Josiane – ¡Vaya! ¡Nunca tengo suerte en los juegos!

Pierre saca un cigarrillo y ostensiblemente, lo enciende con su cerilla. Exhala una bocanada de satisfacción. Josiane lo mira.

Josiane – ¿Ahora fumas?

Pierre – Sí… Sí, de esto hace una buena veintena de años. ¿No te habías dado cuenta?

Josiane – Leí en una revista, el otro día, que cada cigarrillo acorta la vida en diez minutos. ¿Cuántos cigarrillos fumas al día?

Pierre – Según mis cálculos, ya debería haber muerto hace seis meses. No lo comprendo.

Josiane – ¿Y tú, Frédérique? ¿No fumas?

Frédérique – De vez en cuando. Light.

Pierre – Frédérique, incluso si fumaras porros, serían light.

Josiane – ¡Oh, sabes, los light son tan nocivos como los otros! Tal vez, más.

Pierre – No recuerdo quién comparaba la vida con una botella de absenta, o algo así. Cada uno recibe una al nacer. Algunos beben una pequeña gota cada día para hacer la digestión, otros toman lo todo de un solo trago y se cogen una buena borrachera.

Frédérique (con ironía) – ¿No es esa la historia de La Fontaine, de La Cigarra y La Hormiga?

Pierre – Los grandes temas son universales… Evidentemente, podemos también ser sucesivamente cigarras y hormigas. En los años 70, tú también vestías hippie, ¿no te acuerdas? Tenías un amiguito con los cabellos largos que tocaba la guitarra. ¿Cómo se llamaba? ¡Oh sí, Paul! Él era maestro de escuela. ¿Te acuerdas? Eras tal vez hasta un poco de izquierdas en esta época. Si se terciaba, fumabas porros de marihuana sin filtros…

Frédérique – Todas los porros llevaban filtros.

Pierre – Era para ver si te acordabas de eso… Eh sí, Paul cantó un verano y al invierno siguiente te casaste con el anestesista.

Frédérique – Se llama Jérôme.

Pierre – Carpentier, sí. Frédérique Carpentier suena mejor que Frédérique Fernandez…

Frédérique – ¿Querías que yo me quedara con mi apellido de soltera? Que no reivindico mis orígenes españoles, ¿es eso lo que quieres decir?

Pierre – Como quieras. Habrías podido hacer saber a tus niños que eran vagamente primos de su asistenta portuguesa. Ellos piensan que son de una raza especial, las asistentas.

Frédérique – ¡Deliras!

Pierre (riéndose) – ¿Te das cuenta de lo que te libraste? Papá se quedó a gusto llamando a Jeff Jesús. Habría podido llamarte Mercedes. Quiero decir, habría sido tan estúpido, lo de llevar el mismo nombre que el coche de tu marido…

Josiane se siente cada vez peor, pero en el fuego de la disputa nadie repara en ella.

Josiane – Oh, me da vueltas… Tengo la cabeza como una sandía…

Pierre – ¡Ah sí! Cambiaste mucho desde los años 70. Me acuerdo de aquel año del referéndum de Gaulle en 69, habías tenido una bronca con papá porque votaba sí. Decías que era un plebiscito. Habías debido aprender esta palabra en el instituto el día de antes. Esto me había impresionado. Que te atrevieras a tratar a Gaulle de dictador delante de papá. Te había admirado por esto…

Frédérique – No podemos quedar toda la vida como adolescentes. Por otra parte, no podemos decir que tú te hayas hecho un marginal. En esa época leías “Rock&Folk”. Ahora lees la “Vida Financiera”…

Pierre – Pero no voto por el Frente Nacional…

Frédérique – ¡Bueno! ¡Una vez! Era un voto de protesta…

Pierre – Podías protestar votando a la Liga Comunista Revolucionaria o a Los Testigos de Jehová. ¿Por qué justamente al Frente Nacional? Si no compartes en absoluto sus ideas…

Frédérique – No tengo por qué justificarme.

Jeff – Bueno, bien, tenemos que ir para allá…

Pierre – ¡Es dentro de una hora!

Jeff – Si es para pasar la hora teniendo una bronca…

Josiane (con voz débil) – Él tiene razón. ¡Para una vez que nos reunimos, podrías hacer un esfuerzo, Pierre!

Pierre – ¡Ah no! Estoy cansado de tener que hacer esfuerzos, precisamente. ¡Y menos cuando nos reunimos! ¿Y qué es lo que nos reúne? Hemos venido para buscar nuestro cheque. Dentro de la una hora lo tendremos. Cada uno se irá de nuevo por su lado y no volveremos a vernos nunca más, seguramente. ¡Hay que terminar con esta hipocresía!

Jeff – No sirve de nada tener una bronca.

Pierre – Escucha, Jeff. Eres muy amable ¡Pero vuelve a pisar en la tierra! ¿Sabes lo qué dicen de ti, a tu espalda, tus queridas hermanas? Que eres un caballero, sí, pero que has llevado el negocio de papa a la ruina porque no logras levantarte por la mañana.

A Jeff se le cuaja el rostro.

Frédérique (levantándose) – ¡Nunca dije esto!

Pierre – Es verdad. Igual que en política, tampoco en esto tienes el coraje de admitir tus opiniones. Josiane, por lo menos, tiene el mérito de decir aquello en lo que piensa.

Josiane – Sería mejor, tal vez, ir a tomar el aire…

Frédérique – Espera, ¿quién eres tú, para darle lecciones a todo el mundo?

Pierre – No soy tal vez gran cosa, sino lo que soy, no me contenté con decir sí delante de señor alcalde para obtener…

Frédérique – ¿Qué quieres decir exactamente?

Pierre – Te consideras superior a nosotros porque tienes el césped inglés, la chimenea rústica y vigas de madera vistas. Pero excepto en el hecho de tener una vida de nuevo rico completamente amargada, ¿qué hiciste para tener todo esto? ¡Casarte con un anestesista y hacerle dos niños mal educados! La vida, no es una anestesia general.

Frédérique – ¿Y tú, qué hiciste de extraordinario en tu vida? Te consideras un escritor porque tradujiste tres novelas rosa. Y un guionista porque escribiste unos sitcoms estúpidos.

Pierre – Son tus niños quienes los miran, esos sitcoms estúpidos. Y esas novelas rosa, si no tuvieras vergüenza de comprarlas, las leerías tú también. Por otra parte, no las necesitas. Tu vida entera es Harlequin. Pero ¿te das cuenta?, en la Serie Blanca, la historia se detiene cuando la joven enfermera se casa con el médico rico. Nada sobre la estimulante vida de las mujeres dedicadas al hogar. Igual que Madame Bovary…

Frédérique – Estate seguro de que tú… De que tú no vas a casarte pronto… Siempre viviste como un egoísta. Me pregunto qué género de mujer querría algo de ti. Acabarás solterón…

Pierre – Prefiero acabar solterón que viejo gilipollas.

Frédérique – ¿Para que escoger, si puedes ser los dos…?

Josiane está a punto de desmayarse, pero nadie la observa.

Josiane – Espero que no vaya a encontrarme mal… Tengo los oídos que me zumban…

Pierre – Ves, lo que no soporto, en ti, no es que tu nivel de vida esté sobredimensionado con relación a tu coeficiente intelectual, es que todavía encuentras el medio de creer que el salario mínimo de miseria de los árabes que recogen tus cubos de la basura, perjudica tu presupuesto para las vacaciones. Tus vacaciones en el Club Med, con unas excursiones organizadas fuera del club para ir a observar las costumbres de los autóctonos. Sin bajar del coche todo terreno, como en un zoo.

Frédérique y Pierre se desafían con la mirada. De pronto, Josiane se desmorona. Los otros tres otros, sorprendidos, se vuelven finalmente hacia ella y se precipitan a su cabecera.

Frédérique – ¿Josiane? ¿Cómo va?

Frédérique da bofetadas cada vez más fuertes sobre las mejillas de su hermana para reanimarla. Josiane reacciona, pero queda más o menos inconsciente.

Pierre – Más valdría llevarla al hospital.

Oscuro.

Por la tarde

Los cuatro regresan. Frédérique lleva del brazo a Josiane.

Josiane – Oh, ya estoy mejor, gracias.

Jeff – ¿Deberías ir a tumbarte un poco, no?

Josiane – Es preciso que vaya yo también al notario. Ya vamos con retraso, ¿no? Ustedes necesitan mi firma.

Jeff – Llamé a la agencia para retrasar la cita. Puedes ir a descansar.

Josiane – Bueno…

Josiane se dirige hacia la habitación, acompañada por Frédérique.

Pierre – ¿Crees que ha sido la bronca que tuvimos hace un rato lo que la puso en este estado? Yo no sabía que ella era tan sensible…

Jeff – No lo creo… Qué extraño, también yo comí del atún, y no tuve ningún problema de digestión… Frédérique tiene razón, quizá se trate de una alergia.

Pierre – Creo que si ella fuera alérgica al atún, a su edad, ya se habría dado cuenta de ello. No es la primera vez en su vida que come atún. Si fuera, en todo caso, un bisté de panda al aceite de eucalipto… Pero se trataba de una rebanada de atún con salsa provenzal…

Jeff – ¿Qué dijo el médico?

Pierre – No sé. Fue Frédérique la que entró con ella.

Frédérique regresa.

Jeff – ¿Entonces? ¿Se trata de una alergia?

Frédérique – No…

Pierre – ¿Una intoxicación alimenticia?

Frédérique – No tiene nada para ver con lo que comió…

Los dos otros comienzan a estar algo intrigados.

Jeff – Me hubiera sorprendido…

Pierre (irónico) – ¿Entonces, qué es? ¿Los primeros síntomas de la menopausia?

Frédérique – Josiane tiene las paperas… El médico le dio antibióticos…

Jeff (asombrado) – ¿Las paperas? ¿No es una enfermedad infantil?

Pierre (bromeando) – Entonces… En vista de su edad mental…

Ante la mirada reprobadora de los dos otros, Pierre trata de desdramatizar.

Pierre – Bueno, de acuerdo… No se va a morir.

Frédérique – No, pero Jérôme dice que cuando se cogen enfermedades infantiles a la edad adulta, puede haber complicaciones.

Jeff – ¿Qué tipo de complicaciones?

Frédérique – Malformaciones del feto para las mujeres embarazadas en el caso de la rubéola…

Pierre(risueño) – Si es solo eso… En el caso de Josiane…

Frédérique – Y en el caso de los hombres, una infección de los testículos que conlleva a veces una esterilización definitiva.

Pierre se pone rígido y digiere la información. Silencio.

Pierre (a Jeff) – ¿Tuviste las paperas, cuándo eras pequeño?

Jeff – Sí… ¿Y tú?

Pierre – No sé…

Josiane vuelve. Pierre hace un movimiento hacia atrás.

Josiane – No logro dormir, entonces…

Jeff – Vamos muy bien de tiempo. Dije que estaríamos allí hacia las diecisiete horas.

El móvil de Josiane suena. Ella responde, hablando siempre mucho, con la misma amabilidad afectada que cuando la primera llamada telefónica.

Josiane – ¿Diga? Sí… Sí, soy yo… Sí, buenos días… (Variando de tono, algo más natural) Oh, discúlpame, Pascual, no había reconocido tu voz. ¿Cómo te va? ¿Tu mujer?… Un accidente de auto… Oh, lo siento… Estoy verdaderamente afligida… Oh, sí, de acuerdo… ¿Y qué tiempo tenía?… Ah sí es pronto para un final… ¿Y dices que murió de verdad? Claro, sí, si ellos te le dijeron… Escucha, el seguro te va a indemnizar… En Foro Coches… ¿Cuántos kilómetros dices que tenía en el contador? Oh, a pesar de todo… ¿Y tu mujer, ella no tiene nada? Bueno, ¿eso es lo principal, verdad? ¿Quién tuvo la culpa? Espero que tú no… ¡Oh, pero si no está permitido pararse en el arcén para responder al teléfono! Habría que saber qué piden ellos… ¿El viernes? Sí… Sí, de acuerdo, Pascual… Hasta la vista. (Ella vuelve a colgar) Era mi dentista. (Los otros la miran) Digo que es mi dentista porque es dentista. Hacemos teatro juntos…

Un momento de estupor.

Jeff – ¿Haces teatro con tu dentista?

Josiane – Sí. Bueno, aficionado… Él lleva el montaje de « Las Mujeres Sabias « .

Frédérique – ¿Tu dentista monta mujeres sabias?

Josiane – Claro que sí.

Pierre – Un dentista que hace teatro… Yo creía que eso era genéticamente imposible. Debe de ser un mutante.

Frédérique – ¿Estás segura que es dentista?

Pierre – Él no diría eso para jactarse, a pesar de todo… En fin, si él monta sólo a las mujeres sabias, no tienes por qué preocuparte…

Josiane – Me preocupo por mis dientes… Él me cementó todo esto, pero no sé cuánto tiempo me va a tener… Qué quieres… Tenemos todos en la familia los dientes podridos.

Pierre – Una tara más que heredamos de nuestros padres.

Frédérique – Con tu herencia, podrás pagarte los implantes. Como yo…

Josiane – ¿Mamarios?

Frédérique – ¡Dentarios!

Josiane – Oh… Por otra parte, no sé si esto merece la pena… A partir de la sesenta, sabes, nos instalamos en lo provisional. Cuando se trata de rehacer algo, es lo mismo que para los coches. Nos decimos, bueno, no merece la pena cambiar una pieza porque quizá otra más esencial vaya a fallar en breve…

Pierre – Es gracioso, yo no conocía tu pasión por los automóviles…

Jeff (mirando su reloj) – Bueno, tenemos que ir ya para allá. ¿Josiane, estás segura que puedes ir?

Josiane (levantándose, llena de energía) – ¡Claro que sí! ¡No estoy todavía muerta! No antes de haber tenido en la manos mi herencia…

Jeff – ¿Tienes el libro de familia de nuestros padres? El notario quería una fotocopia…

Josiane hurga en su bolsillo, saca el documento y lo exhibe.

Josiane – ¡Aquí está!

Pierre(intrigado) – ¿Puedo verlo?

Josiane parece dudar.

Josiane – ¿Por qué?

Los otros la miran, intrigados también por su reticencia.

Pierre – No sé, nunca lo ví… No estoy seguro de saber cuál era el tercer nombre de mi abuela paterna…

Josiane le tiende el libro de familia, y Pierre lo hojea, mientras los otros se preparan para irse.

Pierre (divertido) – Escuchad, apuesto que no sabéis a qué hora nací. No os acordáis ni de la fecha de mi aniversario…

Los otros ignoran la ironía de Pierre. Él continúa hojeando el libro de familia y su sonrisa queda rota, de repente.

Pierre (leyendo) – Hay una quinta hija…

Pierre, que no bromea más, se vuelve hacia los otros, también sorprendidos.

Pierre – ¿Vosotros sabíais que habíamos sido cinco?

Josiane (después de una pausa) – Sí…

Frédérique – Creo que sí… No estaba segura…

Jeff, algo confuso, hurga en sus bolsillos.

Jeff – ¿Qué haría yo con mis llaves…?

Pierre – ¿Ese es todo el efecto que te hace conocer que tuviste una pequeña hermana y que ella murió…?

Jeff deja de buscar sus llaves de coche, dándose cuenta de la gravedad de esta información. Frédérique se asoma para ver el libro de familia por encima del hombro de Pierre.

Frédérique (leyendo) – Emilie. Fallecida… (Cuenta de memoria) Ella tenía quince días…

Pierre (con lágrimas en los ojos) – Quince días… Es mucho… (A Josiane) ¿Entonces tú, lo sabías? ¿Por qué nunca nos dijiste nada?

Josiane (conmovida también) – Mamá nunca hablaba de eso… ¿Qué habría cambiado?

Silencio denso.

Oscuro.

Por la noche

Entran los cuatro. Se quitan sus abrigos en silencio.

Josiane (con una alegría artificial) – Bueno, bien, ¿tomamos una copa, no?

Se respira un denso ambiente.

Josiane – Vi una botella de espumoso, por aquí. No vamos a dejársela. Debe de estar un poco tibio, pero finalmente…

Ella saca una botella de la vitrina, y luego cuatro copas.

Frédérique – Creo que voy a abstenerme. El espumoso no me sienta muy bien…

Josiane (abriendo la botella) – ¡Venga, vas a brindar con nosotros!

Josiane echa el vino espumoso en las copas. Frédérique no le dice que no. Josiane distribuye las copas.

Pierre (irónico) – ¿Por qué brindamos exactamente?

Jeff – Por la venta.

Josiane – ¡Por nuestros cheques! (Brindan, y beben en silencio) Era amable, el fisio… (À Jeff) ¿Está casado?

Jeff – No creo…

Frédérique – ¿Tenía un aire un poco afeminado, no?

Josiane – Sea lo que sea me hubiera gustado que me diera un buen masaje… Aunque me hubiera dado pena pegarle las paperas. Dicen que a veces cuando afecta a los hombres puede provocar impotencia… ¿No es cierto, Frédérique?

Pierre (irritado) – Sí, bueno, basta ya.

Frédérique – En todo caso, no era muy mayor. Es raro comprar una casa de campo a esta edad… (Conmovida) Esto hace todavía más raro el pensar que esta casa está vendida. Que no volveremos más…

Jeff – Sí. Era muy agradable, el verano…

Pierre – Hacía ya mucho tiempo que no veníamos, ¿no?

Frédérique – En todo caso, hace mucho tiempo que no veníamos juntos…

Josiane – Catorce años. La última vez que nos encontramos aquí cuatro fue hace catorce años. (Los tres otros quedan intrigados por esta precisión) Habíamos celebrado la fiesta de cumpleaños de Bruno. Él todavía me vuelve a hablar de eso, cuando mira las fotos. Fue una hermosa fiesta… Fue un año antes de mi divorcio… En esa época, a mí también me habría gustado vernos más a menudo. (Los otros callan, molestos, mientras Josiane mantiene su sonrisa). ¿Vuelves esta tarde, Frédérique?

Frédérique – Sí, es lo que tenia previsto… En fin, no estoy obligada. Tengo una vuelta abierta…

Jeff – Puedes quedarte con nosotros hasta mañana. Te dejaremos en el aeropuerto de paso.

Pierre (irónico) – Bueno, si de verdad tienes prisa, vete… Todo el mundo sabe que estás muy ocupada…

Jeff (con autoridad) – Pierre…

Pierre hace un gesto para advertir de que no va seguir con la pelea.

Frédérique – Bueno, de acuerdo.

Josiane – ¡Entonces pasamos la noche juntos! En familia…

Silencio.

Pierre – ¿Queréis que vayamos a un restaurante? Os invito. A costa de mi cheque…

Frédérique – Qué generosidad…

Pierre hace un esfuerzo para no responder a la provocación.

Pierre – Bueno, en ningún caso en el restaurante de al mediodía… Es verdad que era bastante asqueroso… Qué idea la de abrir un restaurante en semejante lugar…

Josiane – Es más guay comer aquí, ¿no? Será la última vez.

Jeff – ¿Comer qué?

Josiane – Vamos a buscar algo. Vaciaremos las vitrinas.

Jeff hurga en las vitrinas y por suerte encuentra algo.

Jeff (como si fuera un camarero de un gran restaurante) – Espaguetis de diez años de edad acompañados por una pequeña salsa en caja limita caducada.

Josiane – Oh, nosotros también estamos a punto de sobrepasar la fecha de caducidad.

Frédérique desaparece en la cocina con las provisiones. Josiane le pisa los talones. Pierre y Jeff quedan solos.

Pierre – Estoy al tanto de lo de la empresa… ¿Qué vas a hacer?

Jeff – No sé. Hay todavía muchas cosas que hay que ajustar. (Silencio) Entonces, también tú piensas eso…. ¿Que hundí la empresa porque no nací para ser patrón?

Pierre – Creo que esa empresa sólo podía funcionar con alguien que aceptara consagrarse a eso quince horas al día. Como papá. Pero cuando papá, era otra época. No tenías ganas de seguir, lo encuentro normal. Ninguno de nosotros lo habría hecho.

Jeff – No habría debido aceptar tomar el relevo.

Pierre – Hacía falta una cabeza de turco…

Pausa.

Jeff – Tal vez abra un restaurante…

Pierre – ¿Un restaurante? Pero si no sabes cocinar espaguetis…

Jeff – Nada de restaurantes gastronómicos. Yo pensaba más bien en una pizzería. Para hacer pizzas, no se necesita saber cocinar. Y además, contrataré personal, evidentemente.

Pierre (intrigado) – ¿Ya tienes alguna idea?

Jeff – Sí… El restaurante es el mismo en el que comimos al mediodía. El propietario quiere venderlo… Os llevé allí por este motivo. Para tener vuestra opinión. (Pierre, estupefacto, no responde) ¿Entonces?

Pierre – ¿Por qué ahí?

Jeff – ¿Por qué no? Catherine y yo, no soportamos la región de Paris. Y luego para los niños estará muy bien. Hay una vivienda encima. Respiraremos el aire del campo. Ahora que la empresa va a cerrarse… Me hace falta reciclarme. ¿Qué piensas?

Pierre (molesto) – Bien… ¿No está muy bien situado, no?

Jeff – Está al lado de la estación.

Pierre – Hay sólo dos trenes al día.

Jeff – Hay una terraza.

Pierre – Sí. Aprisionada entre la vía férrea y la carretera nacional. Es una pena tener una terraza justo ahí cuando la gente que viene al campo no lo hace para comer al borde de la carretera. Y luego la terraza, es solamente para cuando hace buen tiempo. En verano, puede ser. ¿Pero el resto del año, no hay mucha gente, no? No había gente a montones, a mediodía… ¿Por qué crees que el propietario vende?

Jeff – Con raciocinios así, nunca haríamos nada… Hace falta atraer a la gente y convencerles, eso sí. Pero no hay ninguna pizzería en la región. Estoy seguro que esto puede funcionar. No por estar a orillas del mar se tiene ganas de comer pescado cada día.

Pierre – Pizzas tampoco… ¿Ya gestionaste algo de este asunto del restaurante?

Jeff – Firmé el precontrato de compraventa… Me enteré de que el restaurante estaba en venta cuando vine aquí para ocuparme de la casa. Había que actuar rápido. Nos hemos decidido…

Pierre – Entonces ahora qué quieres que yo te diga nada. ¿Si querías pedirme mi opinión, por qué no la hiciste antes?

Jeff – Porque estaba seguro de que lo criticarías. Evidentemente, tú, sabes siempre todo. Todo lo consigues.

Pierre – Deja. Hace más de un año que no escribo nada o en cualquier caso nada que haya vendido. No es mi estilo el compadecerme, eso es todo. Pero los fracasos, los conozco bastante, créeme. Y no solamente en el terreno profesional. (Se da cuenta de que Jeff está molesto) Discúlpame, Jeff. Cuando me pides mi opinión, te la doy. Pero no soy un especialista en la restauración, tampoco. Puedo equivocarme. Espero equivocarme… (La tensión baja) ¿Entonces tú también piensas como Frédérique, que soy un egoísta y un presuntuoso?

Jeff – Creo que deberías de tratar de ser un poco más indulgente… De comprender a los demás…

Pierre – Lo sé. No habría debido hablar así a Frédérique, hace un rato.

Jeff – Fuiste siempre el picapica de la familia… Pero tienes razón. No es bueno tampoco aceptar todo sin rechistar.

Pierre – Habría querido tan solo que estuviéramos más próximos unos de otros. Algo más solidarios.

Jeff – Nunca fuimos muy solidarios, sabes… Es que no te acuerdas bien… De niños, nos hacíamos las peores putadas. Una vez, hasta nos perseguiste en el jardín con un martillo… (Pausa) Quise preguntártelo siempre. ¿Si me hubieras pillado ese día, me hubieras destrozado verdaderamente el cráneo?

Pierre finge reflexionar.

Pierre – No creo. Pero estaba tan contento de haberte metido el canguelo. Era el más pequeño. Disfrutaba cuando alguien tenía miedo de mí. Después, Frédérique me dijo que estaba loco. Parecía tan convencida que durante mucho tiempo me pregunté si no lo estaba verdaderamente. A veces, todavía me le pregunto… Tienes razón, nunca nos entendimos muy bien, los cuatro. Es el mito del “tiempo pasado siempre fue mejor” Finalmente nada ha cambiado…

Jeff – Lo que cambió es que entonces, estábamos obligados a soportarnos. Después de la venta de la casa, nada no nos obliga a hacerlo. Ahora va a hacer falta que nos entendamos. Si queremos que nuestros niños tengan tíos y tías.

Pierre – Nuestros niños… ¿Pero qué nos queda en común?

Jeff – Nada. Nada que se pueda dividir en cuatro.

Pierre – ¿Te da pena que se haya vendido la casa?

Jeff – De todos modos, es demasiado tarde.

Pierre – ¿Ya lo era antes de que firmáramos, no? No me veía pasando mis vacaciones de verano aquí con Jérôme, llorando sobre el agujero de la Seguridad Social y sobre los impuestos que estrangulan las profesiones liberales en Francia… Me asombra que no haya visto la relación entre las dos cosas: si la Seguridad Social está en déficit es porque los dentistas y otros médicos ganan demasiado, ¿no?

De repente la luz se apaga.

Jeff – Mierda, un corte eléctrico.

Pierre – Hay cerillas sobre la chimenea.

Jeff – Es el agua lo que haría falta…

Pierre – ¿Qué?

Jeff – Pásame la botella de agua que está sobre la mesa.

Pierre le pasa la botella, sin comprender. Jeff rellena el depósito de la lámpara a carburo puesta sobre la chimenea, rompe una cerilla y enciende la lámpara. Una luz débil alumbra la pieza.

Pierre – ¿Qué es lo qué…?

Jeff – ¿Te acuerdas, no?

Pierre – No…

Jeff – Había llovido todo el día. Es más bien raro aquí en agosto. Papá había decidido llevarnos a buscar caracoles. Él nos arrastró por todas las tiendas del barrio hasta encontrar esta máquina.

Pierre – Oh sí, la lámpara a carburo…

Jeff – Pero había dos o tres linternas en la casa. Me pregunto por qué le hacía falta una lámpara de carburo para ir a caracoles. Eso debía traerle a la memoria su juventud.

Pierre – ¿Cómo funciona?

Jeff – El carburo es una clase de carbón. El agua cae desde arriba gota a gota y esto hace que se suelte un gas que arde.

Pierre – No me acordaba de esto.

Jeff – Finalmente, no viniste con nosotros. Papá nos despertó a las cuatro. Pero esa mañana fuiste tú quien no consiguió salir de la cama… (Pausa) Fuimos los dos. Fue raro. Él hablaba en voz baja, como si tuviera miedo que los caracoles huyeran al oírnos llegar. Volvimos con un lleno cubo… A la mañana siguiente, había por todas partes de la casa. Nos habíamos olvidado de poner una tapadera sobre el cubo. Como quien no quiere la cosa, un caracol puede andar muy lejos, en una noche… (Pausa) Creo que papá sufrió una decepción al ver que no venías con nosotros…

La luz vuelve.

Pierre – Esto no era para largo.

Jeff apaga la lámpara. Silencio. Pierre, apesadumbrado, cambia de tema.

Pierre – Y tu familia, ¿qué tal?

Jeff – Catherine comenzó una formación de auxiliar de contabilidad. Así, ella podrá llevar las cuentas en el restaurante. Creo que no estoy hecho para eso…

Pierre – ¿Y tus niños? Hace ya mucho tiempo que no los veo…

Jeff – Están bien.

Pierre – Es gracioso. No digo esto para agradarte, pero nunca vi a unos niños tan educados.

Jeff – Es porque a menudo no los ves…

Pierre (sonriente) – Eres tú quien tiene razón. Deberíamos poder escoger a los niños. Y los niños a sus padres…

Jeff (divertido) – ¿Sabes que es muy gilipollas, lo qué acabas de decir?

Pierre – Lo sé. Es porque no tengo niños. Me da miedo, por otra parte, lo de tener uno. Sobre todo un chico. Y todavía más si se me parece… No estoy seguro que sabría verdaderamente decirle el por qué la vida merece ser vivida. Finalmente, soy como papá. No sabría decirle esto a mi hijo…

Jeff – Tal vez fuera una chica…

Pierre se levanta, preocupado.

Pierre – Discúlpame, tengo que atender una llamada telefónica.

Pierre saca su teléfono móvil y sale. Como Jeff se dirige hacia las habitaciones, Pierre se queda en la pieza.

Pierre – Soy yo… Sí, sé pero no era el momento de anunciarles esto. Incluso tuve una bronca con mi hermana… Oh, como de costumbre, pero saqué todo lo que tenía dentro. No habría debido hacerlo, pero me quedé a gusto… (Variando de tono, con falsa tranquilidad) ¿Entonces, llamaste al laboratorio?… ¡Negativo! (Suspirando, aliviado) Uahh, ¡estoy más calmado, después de todo! Reconozco que tenía una pequeña aprehensión. Incluso cuando uno no toma riesgos, a los cincuenta años, estadísticamente, un soltero como yo… A pesar de la vida monacal que yo llevaba antes de encontrarte… (De nuevo inquieto) A propósito, cuando estés en casa, ¿podrías mirar, en mi cartilla sanitaria que está en el cajón de abajo de mi oficina, si ya tuve las paperas?

Jeff vuelve y reinstala cómodamente en una butaca. Pierre, molesto, se aleja hacia las habitaciones para acabar su conversación telefónica. Frédérique llega de la cocina, con una esponja a la mano.

Pierre (alejándose) – No, te lo explicaré… No, no es urgente pero…

Pierre desaparece hacia las habitaciones. Frédérique seca la mesa. Ella mira a Jeff sentado impasiblemente mientras ella limpia.

Frédérique (bromeando) – ¿Qué tal, bien, descansando?

Jeff – Sí, muy bien. (Buscando las palabras más adecuadas) Sabes, no hay que tener demasiado en cuenta a Pierre…

Frédérique (herida) – Esta vez, él sobrepasó los límites. Nadie nunca me había hablado así. ¿Crees que puedo aceptar sin más lo qué me dijo hace un rato?

Jeff – A menudo, él también soporta bastantes cosas sin decir nada… Y para ser franco, no es el único… (Frédérique lo mira, un poco asombrada) Escucha, Frédérique, a mí no me gustó el número que nos hizo Jérôme, con sus bromas tan groseras, la tarde del entierro de mamá. Habríamos podido aprovechar la ocasión para reencontrarnos como familia. No era una comida entre machos que disfrutan haciendo chistes. Era tu obligación recordarle… (Pausa, aguantando la ira) Habría debido estar en su sitio, y la próxima vez lo estará o si no le daré un puñetazo en la boca.

Frédérique está sorprendida de este acceso inhabitual de autoridad por parte de Jeff.

Frédérique (turbada) – Discúlpame… Lo sé, fue odioso. Se lo dije después, te lo aseguro…

Jeff – Después, era demasiado tarde…

Frédérique – De todos modos, no se repetirá…

Jeff – Estate segura, Frédérique. No enterramos dos veces a los padres… (Levantándose) Hay citas en la vida que uno no puede fallar. Perdimos demasiadas ocasiones para reencontrarnos como familia…

Frédérique (tratando de volver a la carga) – Pero él, ¿no crees que podría ser un poco más tolerante?

Jeff – Por una vez, soy yo quien haga un chiste. La tolerancia, hay casas para ella… Mi casa, por Navidad, si venís, no quiero que sea el burdel.

Frédérique – De acuerdo…

Jeff – Voy a poner un mantel.

Pierre vuelve de su habitación. Josiane llega con un aparato de fotos.

Josiane – ¿Y si hacemos una última foto de los cuatro, aquí? ¡Tengo un disparador automático!

A los otros no parece gustarles la idea, pero Josiane ya puso el aparato sobre la mesa después de haber ajustado el disparador. Los cuatro se colocan delante de la chimenea, en la misma posición y con el mismo aire que tienen en el retrato de escuela. El flash se desencadena. Ellos se separan. Josiane arregla su aparato.

Josiane – Mandaré hacer cuatro ejemplares y los haré enmarcar… Esto será el regalo de Navidad. Bueno, voy a poner a cocer los espaguetis.

Jeff y Frédérique se levantan también.

Jeff – Voy a abrir la botella.

Frédérique – Pongo la mesa.

Pierre (bromeando) – No veo en qué podría ayudar…

Frédérique – Puedes ayudarme a poner la mesa…

Jeff y Josiane desaparecen en la cocina. Frédérique y Pierre ponen la mesa en silencio, luego se sientan. Pierre tiene aspecto de estar contento. Él silba.

Frédérique – Pareces alegre, al fin… ¿Es la venta de la casa o la perspectiva de no vernos de nuevo nunca más lo que tanto te llena de regocijo?

Pierre – Con respecto a las paperas, tienen que darme noticias, pero acabo de saber que no soy seropositivo… (Frédérique se queda un poco sorprendida) Encontré alguien. Hicimos la prueba…

Frédérique (fríamente) – Felicidades… Pero ten cuidado. La vida de pareja, es el principio del aburguesamiento. ¿No es esto lo qué pensabas no hace mucho tiempo?

Pierre – Discúlpame por lo de hace un rato. Pero tenía que sacarlo. Debe ser por culpa de la crisis de la cincuentena. Sabes, yo tampoco no he llegado a ser lo que había soñado con ser.

Frédérique – Lo habrás intentado, por lo menos…

Pierre – Sí. Sí, lo intenté. Pero no lo conseguí… ¿Sabes lo qué te reprocho, en el fondo?

Frédérique – ¿Oh, todavía te quedan cosas que reprocharme?

Pierre – Hace treinta años, estábamos por lo menos de acuerdo sobre un punto, y es que no queríamos vivir como nuestros padres. Pero queriendo hacer exactamente lo contrario, creo que te equivocaste también.

Frédérique, reteniendo sus lágrimas, mira la chimenea.

Frédérique – Tengo frío.

Pierre – Es una lástima que no haya leña…

Frédérique – La chimenea nunca funcionó. Sería una pena manchar todo ahora…

Silencio denso.

Pierre – ¿Sabías que la empresa estaba en liquidación?

Frédérique – ¿Qué empresa?

Pierre – ¡La empresa de papá! En fin, de Jeff…

Frédérique – No…

Pierre – Josiane me lo dijo esta mañana. Lo habrías sabido, de todos modos.

Frédérique – Yo ya sospechaba que acabara así.

Pierre – Al final, quizá, es lo mejor que podía suceder.

Frédérique – Está seguro que no nació realmente para dirigir un negocio…

Pierre – Sobre todo los negocios de familia.

Frédérique – Con el dinero de la casa, podrá tal vez iniciar de nuevo algo propio.

Pierre – Sí…

Silencio.

Frédérique – Jérôme y yo, vamos a divorciarnos…

Pierre (sorprendido) – ¿Ah, sí? ¿Por qué?

Frédérique – Oh… Su asistenta también se llama Frédérique. Digamos que él tiende a confundirnos… En la clínica, él la toma por su mujer, aunque más joven. Y en la casa, él me toma por su criada…

Pierre (no sabiendo demasiado qué decir) – Estoy afligido…

Frédérique (divertida) – No me digas que te rompe el corazón el hecho de no tener que ver más a Jérôme…

Pierre – Romperme el corazón, no. Eso sería exagerado…

Frédérique – Yo también creo que es para mejor. Los niños son grandes. Yo mismo voy a poder vivir por mí misma.

Pierre – ¡Oh, vivir por uno mismo! Desconfía, no es tan simple como parece. ¡Es un futuro ex solterón quien te lo dice!

Frédérique – Sabes, la vida en pareja, tampoco es siempre rosa. Es una futura ex ama de casa quien te lo dice… Pero yo no querría desanimarte. Espero solamente que tú, por lo menos, no dejes a tu mujer para una más joven dentro de diez años.

Pierre (divertido) – ¿Mi mujer? De todos modos, dentro de diez años tendré casi sesenta. Además, por lo que concierne a esto, no corro ningún riesgo. Salté una etapa. Me voy directamente con alguien más joven…

Frédérique (intrigada) – ¿Qué edad?

Pierre – Veintiocho…

Frédérique – Eres un asalta cunas…

Pierre – Las asalto siempre a la misma edad. Soy yo quien envejece…

Frédérique – Eso no me impedirá venir a tu matrimonio. Si me invitas…

Pierre – El matrimonio, no será seguramente muy pronto. Pero en mi firma de los papeles de pareja de hecho, tal vez…

Pausa. Se miran. Frédérique, dubitativa, cree comprenderle.

Pierre – Tú eres la primera de la familia a quien anuncio esto…

Frédérique (muy conmovida) – ¿Por qué yo?

Pierre – Quizá no te deteste tanto como parece. Y luego me acuerdo que fui el primero a quien anunciaste tu matrimonio. O mejor dicho cuando Jérôme te pidió en matrimonio. Esperabas mi bendición para decir sí. Oh, yo sabía que tú me lo preguntabas para complacerme… Sin embargo, estaba contento que me concedieras esa especie de confianza. (Pausa, con una sonrisa) ¡Como un gilipollas, te dije que podías casarte con él! Si hubiera sabido… Hay que decir que él era más simpático por entonces.

Frédérique – Sí…

Pierre – Él tenía los cabellos largos… Es más, tenía pelo… Es una locura, la propensión que tienen las cosas para degenerar. Para mí, al principio, vosotros erais la imagen de la familia ideal.

Frédérique – Sabes, la familia ideal, no estoy segura de que eso exista…

Josiane vuelve con un plato de espaguetis. Jeff la sigue con unos trozos de madera en los brazos.

Jeff – Había una vieja silla en la cocina, completamente comida por la carcoma. Vamos a poder hacer un poco de fuego.

Pierre – Hay viejos “Harlequin”, allí, para encender.

Josiane – Por otra parte, propongo que se quemen todos los muebles. ¡Para lo que valen! ¡La mudanza se hará mucho más rápidamente!

Jeff enciende el fuego. Miran las llamas, pensativos.

Pierre – Esto me recuerda una imagen que había en mi libro de historia, cuando estaba en primaria. No sé por qué, esto me marcó. Representaba a Bernard Palissy, un ceramista del Renacimiento, a punto de romper sus muebles, para no dejar morir su horno de leña y poder cocer sus esmaltes. Fue presentado como un acto heroico. El artista sin dinero que sacrifica todo por su arte. Es gracioso. No tengo casi ninguna memoria de mi infancia. ¿Por qué me acuerdo de esto?

Frédérique – Me acuerdo de una canción: ¡los libros al fuego, la maestra en medio! Es el primer eslogan subversivo que aprendí, cuando niña. Creía que esto pasaría verdaderamente así al final de mi primer año de escuela. Pero no… Hemos vuelto a nuestra casa, y nos hemos aburrido como una ostra durante todo el verano.

Pierre – Y a ti, Josiane, esto te hace recordar algo…

Josiane (dispuesta a quemar los libros) – Yo tenía un profe de francés cuando estaba en el instituto. Un tipo sin edad. No muy viejo pero completamente apagado. Supe que en el 68, había quemado todos los libros de su biblioteca, en público. Una clase de auto de fe, en una bocanada de entusiasmo revolucionario. Después de eso no lo pude ver del mismo modo. Le observaba siempre. Me preguntaba qué quedaba de aquel grano de locura.

Pausa.

Pierre – ¿Jeff?

Jeff (sonriente) – Yo encendí el fuego. ¿Esto no es suficiente para vosotros?

Ellos todavía miran el fuego en silencio. Josiane toma un pedazo de silla para ponerlo en la chimenea. Ella se para, intrigada, examina el trozo de madera y lo sopesa.

Josiane – Es raro. Es muy ligero… Parece estar totalmente carcomido en su interior… (Los otros, todavía en su ensueño, no le prestan atención) Leí algo sobre las termitas, en el “Cazador francés”. Es terrible. No las vemos. Se comen todo en silencio, poco a poco, durante años. Todo lo que es de madera. Hasta el armazón… Y un buen día, el tejado de la casa se cae, sin avisar.

Los otros se miran, sin saber si hay que reírse o inquietarse. Miran el techo. Jeff toma el trozo de madera y lo examina.

Frédérique – ¿Entonces?

Jeff (dubitativo) – Son tal vez sólo gusanos. Pero no sé. Termitas, nunca las ví… ¿A qué se parecen?

Pierre (a Josiane) – ¿No había una foto, en el artículo?

Josiane – No lo recuerdo. Viven en comunidad, como las hormigas o las abejas.

Pierre – Pero no hacen miel…

Josiane examina la silla en la cual es sentada.

Josiane – Está también atacada.

Los otros lanzan una mirada inquieta hacia su silla, como si ellos tuvieran miedo de repente que ella se derrumba bajo su peso.

Pierre – Tal vez habría que echar una ojeada a la estructura, en el desván.

Jeff (levantándose) – No sé si hay una escalera.

Pierre se levanta también y sale con Jeff. Josiane y Frédérique los miran irse, inquietas.

Frédérique – Joder ¡Será un follón!

Josiane – Será una jodienda si se cae el tejado en nuestra cabeza durante noche. Afortunadamente acabamos de firmar.

Frédérique – ¡Espera! Si es verdaderamente así, no podemos hacer como si no lo supiéramos.

Josiane – No lo sabíamos cuando firmamos…

Frédérique – ¡Sería una estafa! ¡Y luego no podemos asumir una responsabilidad semejante! Imagina que los nuevos propietarios mueren sepultados bajo los escombros. Ellos quizá tienen niños…

Josiane – Oh, esto es esto su problema. Cuando se compra una casa, hay que verificar la estructura. A menos de que prendamos fuego a la casa antes de irnos. El seguro pagará. Incendios, hay cada día…

Frédérique – ¿Al día siguiente de la venta de la casa? Lo encontrarán raro. Habrá una investigación. Una estafa al seguro puede costar caro.

Jeff y Pierre vuelven.

Josiane – ¿Entonces?

Jeff – Difícil de decir. No vemos gran cosa. Estoy seguro de que la estructura está un poco carcomida, pero también es cierto que ya es vieja. Habría que hacer examinar esto por un especialista.

Frédérique – ¿Sería mejor, a pesar de todo, no? Podríamos tener problemas…

Pierre – Podría parecer un error. Pero estoy seguro de que el comprador podría denunciarnos. Si él se da cuenta que se le vendió una chabola minada por las termitas. Sólo rehacer la estructura del tejado, esto le costaría la mitad del precio de la casa.

Josiane – Y en nuestro caso, si es nuestra obligación volver a pagar un armazón, no merecerá la pena vender esta chabola.

Pierre (suspirando) – Algo me decía que todo era demasiado simple.

Frédérique – ¿Mientras tanto que hacemos?

Jeff – Veremos mañana, pero más valdría suspender la venta esperando un peritaje. Estaríamos más tranquilos. Si es para reencontrarse dentro de un año con un proceso sobre los brazos.

Frédérique – Por daños y perjuicios.

Josiane – ¡Vaya herencia! Me preguntaba de donde venía todo este polvo…

Frédérique (levantándose) – Creo que lo mejor es ir a acostarse.

Josiane (inquieta) – ¿Creéis que es prudente dormir aquí? ¿No haríamos mejor en ir a un hotel?

Pierre – Estadísticamente, tendría que ser el diablo el que derribara esta chabola sobre nuestra boca justamente esta noche. Después de no haber venido juntos desde hace catorce años.

Ellos están a punto de salir con destino a las habitaciones.

Jeff (bromeando) – Tratemos, de cualquier modo, de no estornudar demasiado fuerte.

Se ríen.

Oscuro.

El día siguiente por la mañana

Frédérique, sentada sola en el cuarto de estar, fuma un cigarrillo mientras acaba su café. Está ya vestida y maquillada. Josiane llega en camisón y no parece muy despierta. Ella trata de desatascar sus orejas con su dedo meñique.

Josiane – No trago a los portugueses…. Estoy segura de que fue este niño el que me pegó las paperas…

Frédérique – ¿Quién?

Josiane – ¡En el tren! Y luego los espaguetis me dieron tanta sed… Espero que la salsa no estuviera caducada después de tanto tiempo. (Sirviéndose un vaso de agua, y mirando a su hermana) Oh, tú también tienes mal aspecto…

Frédérique – Dormí mal, eso es todo…

Josiane – ¿No es por culpa de tu disputa con Pierre ayer al mediodía? Ya le conoces, él dice siempre en voz alta lo que los demás decimos en voz baja…

Frédérique la mira, pero prefiere no contestar. Josiane se sirve una taza de café.

Josiane – Yo tampoco dormí bien. A causa de esas termitas. Soñé que ellas nos comían a nosotros durante la noche. Comenzando por los sesos.

Mirada perpleja de Frédérique. Josiane moja los labios en su café y se muestra compungida, cogiéndose el estómago.

Josiane – Esto me da náuseas, este café… (Pausa) Creo que voy a ir a vomitar…

Josiane sale y se cruza con Pierre que llega.

Pierre – ¡Uahh! No tienes un aspecto muy lozano.

Frédérique – Gracias. Josiane acaba de decirme lo mismo.

Pierre se sirve un café.

Pierre – Lo decía por mí, también… Pasados los cincuenta años, cuando Cenicienta se acuesta después de medianoche… A la mañana siguiente, tiene la cabeza como una calabaza…

Frédérique – ¿Te tomas por Cenicienta?

Pierre – Vosotras, las mujeres, siempre podéis maquillaros antes de salir a la calle.

Frédérique – Estoy ya maquillada…

Pierre remueve su café.

Pierre – Discúlpame. Es la proximidad con la Navidad. Esto me deprime. Necesito ser desagradable con todo el mundo, no sé por qué… En fin, sé más o menos por qué…

Silencio.

Frédérique – Un día, papá me llamó a parte en su coche antes de ir a trabajar. Debía tener cinco o seis años. Él me anunció que Papá Noel no existía. Así. No le había pedido nada. Al principio, estaba más bien orgullosa. Esto hacía de mí una persona mayor. Pero no tardé en comprender lo que quería darme de entender con ello…

Pierre – Cada vez que él quería recordarnos lo ingenuos que éramos, nos meneaba con tono irónico: ¡Crees en Papá Noel!

Frédérique – Para vengarme, cuando tuve oportunidad, le revelé a la hija de la maestra de escuela que Papá Noel no existía. A la mañana siguiente, su madre me pegó dos bofetadas… ¡No sólo el Papá Noel no existía, sino que hacía falta que la noticia la guardara para mí!

Pierre – ¿Acaso debemos siempre perdonar a los padres bajo el pretexto de que ellos también tuvieron tal vez una infancia desgraciada?

Frédérique – Creí que cuando me hiciera madre, me haría más indulgente con la mía. Y luego no fue así. Justamente eso me permitió dar una medida de toda la extensión de la afección que ellos no supieron darnos.

Josiane vuelve, vestida, con una bolsa de basura en la mano.

Josiane – ¿Jeff todavía no está listo? Indudablemente, es siempre el último en levantarse… Bueno, voy a tirar el resto de los espaguetis, si no esto va a apestar. Con esta salsa, ya no me sentía muy bien cuando la comí… (Pausa) Y luego vomité en la bolsa de la basura, para no atascar el lavabo…

Estupefacción de los otros dos. Josiane sale con la bolsa de basura. Jeff llega al mismo tiempo. Como en la víspera, él anda con aire de dormido. Pero está vestido y listo para irse. Se sirve un café.

Frédérique – Es el momento de decir adiós a esta casa… Es la última vez en que tomamos el desayuno juntos. Así como cuando éramos pequeños… (Silencio denso) Nada nos impide volver a vernos a pesar de todo…

Pierre – Sí… (Con amargura) ¿Pero acaso vernos nos sienta bien de verdad?

Josiane vuelve rápidamente.

Josiane – ¡Nos robaron el cubo de la basura!

Pierre (irónico) – ¿Había algo de valor, en el interior?

Jeff, intrigado, sale para ver.

Josiane – ¡Es increíble! Daros cuenta, ahora hasta roban los cubos de la basura. ¡Y además, estamos en el campo!

Pausa. Jeff vuelve.

Jeff – No nos lo robaron, ardió. Como es de plástico, no queda nada de él. Hemos tenido suerte de que no haya entrado el fuego en la casa…

Jeff se gira hacia Josiane con mirada suspicaz.

Jeff – ¿No pondrías las cenizas de la chimenea en el cubo de la basura anoche?

Frédérique y Pierre también se vuelven hacia Josiane.

Josiane – Yo creía que no había más brasas…

Jeff – Tendrías que haberte dado cuenta de que había brasas encendidas bajo la ceniza.

Pierre – ¿No llamamos a la policía entonces?

Josiane – Es increíble que se incendien así los cubos de la basura. Es peligroso.

Los otros se intercambian de soslayo una mirada, acostumbrados a la mala fe de Josiane.

Pierre – Más valdría enterrar todo eso en el jardín, de una vez por todas. Con las emanaciones de la salsa boloñesa, el devuelto de Josiane y las ascuas… Esto podría desencadenar una reacción química imprevisible…

Jeff – Hay una pala en la caseta de aperos (Ellos lo miran) O.k., voy allá…

Josiane está concentrada en sus pensamientos.

Josiane – Él tenía un nombre raro, este fisio…

Pierre – William.

Josiane – Eso es, William… Qué bien le pega el nombre… Un nombre tan estúpido… Aunque, por otra parte, para comprar esta casa en ruinas hay que ser un poco estúpido… Le habría dejado a gusto mi número de teléfono, pero… Es verdad que él parecía un poco…

Pierre – ¿Un poco qué?

Josiane – ¿No viste que era maricón?

Frédérique, con disgusto, observa la reacción de Pierre, que se decide a hablar.

Pierre – Tengo algo que deciros… Mas vale que os lo diga ahora.

Josiane le escucha. Frédérique sonríe para animarle.

Pierre – El fisio que compró la casa, William… Es mi amigo…

Frédérique, que ignoraba este aspecto de la cuestión, está tan sorprendida como Josiane. Más aun cuando ella se esperaba otro tipo de confidencia.

Frédérique (de nuevo algo picada) – Vaya, decidiste asombrarnos…

Josiane (estupefacta) – ¿El fisio sodomita, era un hombre de paja?

Frédérique – ¿Por qué hiciste esto? Habríamos podido arreglarnos si hubieras querido conservar esta casa…

Pierre – Me temía que fuera complicado…

Frédérique (irónica) – Claro que así parece mucho más simple.

Josiane – Y además, a este precio… ¿Es una buena compra, no?

Pierre – La casa permaneció a la venta durante más de un año. Nadie la quería… (Mutismo de los otros, perturbados cada uno a su modo por esta revelación) Esperad, os recuerdo que acabamos de comprar una casa posiblemente devorada por las termitas…

Josiane (comprendiendo cada vez menos) – ¿Vosotros? ¿La adquirís juntos?

Frédérique acude en socorro a Pierre.

Frédérique – Es su amigo… No vamos a hacerte un dibujo…

Josiane comprende finalmente.

Josiane (con alegría) – ¡Oh de acuerdo! También yo me preguntaba…

Frédérique (irónico) – Sí, la intuición femenina…

Pierre – Vosotros estaréis siempre en vuestra casa en esta casa…

Jeff vuelve entonces del jardín.

Jeff – ¡Es increíble!

Frédérique – Bien puedes decirlo…

Pero Jeff habla de otra cosa.

Jeff – ¡Mirad lo qué acabo de encontrar cavando en el jardín para enterrar la basura!

Él exhibe un hueso.

Josiane – ¿Qué es eso?

Pierre – Se parece mucho a un fémur…

Frédérique – ¿Quieres decir un hueso humano?

Pierre (a Jeff) – Y estaba todo el esqueleto con…

Jeff – No continué cavando. No sé lo que metisteis en esa bolsa de basura, porque no olía a rosas. Metí todo en el agujero y luego rápidamente lo tapé.

Josiane – Podríamos llamar a la policía, pero… ¿Os dais cuenta? ¡Un cadáver enterrado en nuestro jardín! Podríamos tener problemas…

Frédérique parece algo apesadumbrada.

Frédérique – ¿Si es verdaderamente un muerto, quien podría ser?

Pausa.

Pierre – Tal vez sea papá…

Los otros le miran de manera expresiva, creyendo que Pierre habla en bromas. Pero Pierre no está de bromas.

Pierre – La última vez que mamá vino aquí, estaba con él. Y después, no lo vimos de nuevo nunca más. ¿Qué es lo que nos dice que regresó verdaderamente a Amazonia después?

Josiane (a Pierre) – Oh… Afortunadamente que fue tu amigo homo quien compró esta chabola. ¡Por lo menos, todo queda en familia!

Jeff (descolocado) – ¿Quién es homo?

Josiane – ¡Pierre!

Frédérique (nada segura) – Simpatizantes mutuos, en todo caso…

Jeff digiere esta información. Pierre se queda impasible, no quiere desmentirlo, o no oyó esta última réplica, absorto en la contemplación del presunto fémur.

Frédérique – Bueno, no vamos a precipitarnos, tampoco. ¿Y si fuera simplemente un hueso de vaca?

Pierre – A pesar de todo, esto se parece mucho a un fémur…

Frédérique – ¿Tú sabes algo de fémures?

Pierre – Mi amigo es fisio… Soy yo quien revisaba sus exámenes…

Jeff – ¿Y además, por qué enterrar una vaca en nuestro jardín?

Josiane – Donde se deduce que el vecino es un serial killer, y entierra a sus víctimas en nuestro jardín, para que nadie sospeche…

Pierre – Si volvemos a pasar las vacaciones aquí, yo preferiría, en cualquier caso, que mamá hubiera asesinado a papá… Es menos arriesgado que un vecino psicópata…

Frédérique – Bueno, ahora no vamos a resolver eso… Propongo que nos larguemos de aquí. Nos llevamos el hueso a París y ya veremos.

Para pensar en otra cosa, se ponen en movimiento para terminar con últimos preparativos de la salida. Cada uno va a por su equipaje. Josiane vuelve con una bolsa grande además de la maleta con la que había llegando.

Pierre – ¿Solo tenías una maleta, cuando llegaste, no?

Josiane – ¡Me llevo unos recuerdos! Así las termitas no los devorarán…

Jeff (a Pierre) – ¿Cerraste el contador?

Pierre – Sí… Voy a comprobarlo. (Pierre desaparece un instante) Está bien, podemos irnos.

Los cuatro hermanos y hermanas están a punto de dejar la casa, con los equipajes en la mano.

Jeff (echando un último vistazo) – ¿No olvidamos nada?

Pierre – El fémur… Se lo mostraré a William…

Jeff – ¿Quién es William?

Frédérique – Te explicaremos más tarde…

Josiane – Pensar que habíamos venido aquí para rematar las cuestiones de la sucesión… Tengo la impresión de que no hemos terminado con todo esto.

Jeff, Frédérique y Josiane salen. Pierre es el último. Con su pequeña bolsa de mano, regresa para coger el retrato de familia y lo mira un instante, con una sonrisa amarga.

Pierre – Los recuerdos… No ocupan mucho sitio, pero son pesados de llevar.

Lo llaman desde la parte exterior.

Frédérique (off) – ¿Pierre?

Jeff (off) – ¿Vienes?

Josiane (off) – ¿Qué haces?

Pierre vuelve a poner el retrato a su sitio.

Pierre – ¡A bueno, ya voy! (Coge el hueso que hay sobre la mesa) ¡Había olvidado el fémur de papá! Ahora, la familia está al fin reunida… (Mirando el hueso) En fin, es el principio…

Pierre sale.

Oscuro. Fin.

El autor

Jean-Pierre Martinez es autor teatral y guionista francés de origen español. Nacido en 1955 en Auvers-sur-Oise, sube al escenario primero como baterista en diversos grupos de rock, antes de hacerse semiólogo para la publicidad. Luego trabaja como guionista para la televisión, y vuelve al teatro como autor. Ha escrito mas de 60 guiones para distintas series de la televisión francesa, y 50 comedias para el teatro (13 y Martes, Strip Póker, Bar Manolo, Ella y El, Muertos de la Risa, Breves del Tiempo Perdido, El Joker…). Actualmente es uno de los autores contemporáneos mas representados en Francia, y varias de sus obras han sido ya traducidas en español y en ingles. Es licenciado en literatura española e inglesa (Sorbonne), en lingüística (Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales), en economía (Institut d’Études Politiques de Paris), en escritura de guiones (Conservatoire Européen d’Ecriture Audiovisuelle). Jean-Pierre Martinez ha escogido ofrecer todos los textos de sus obras para descargar gratuitamente en su web : comediatheque.net

Otras obras del autor

13 y Martes

Bar Manolo

Breves del Tiempo Perdido

Crisis y Castigo

El Joker

Ella y El, Monólogo Interactivo

EuroStar

Foto de Familia

Muertos de la Risa

Por Debajo de la Mesa

Pronóstico Reservado

Strip Poker

Un Ataúd para Dos

Zona de Turbulencias

Este texto está protegido por las leyes

relativas al derecho de propiedad intelectual.

Toda copia es susceptible de una condena,

hasta de 300 000 euros y 3 años de prisión.

París – Noviembre de 2011

© La Comédi@thèque – ISBN 978-2-37705-059-8

http://comediatheque.net

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Crisis y castigo

Una comedia de Jean-Pierre Martinez

Posibles repartos :

4 : 1 hombre/3 mujeres O 2 hombres/2 mujeres
5 : 1 hombre/4 mujeres O 2 hombres/3 mujeres
6 : 1 hombre/5 mujeres O 2 hombres/4 mujeres
7 : 1 hombre/6 mujeres O 2 hombres/5 mujeres

Un actor en paro es contratado por una banca en quiebra para servir de chivo expiatorio. La pesadilla tan sólo acaba de comenzar…


Aquellos textos los ofrece gratuitamente el autor para la lectura. Sin embargo cualquier representación pública, sea profesional o aficionada (incluso gratuita), debe ser autorizada por la Sociedad de Autores encargada de percibir los derechos del autor en el país de representación de la obra. 


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Crisis y castigo 

PERSONAJES

Jerónimo: el actor
Claudia : la gerente (o el gerente)
Dominga: la secretaria (o secretario)
María : la mujer de la limpieza
Marisa : la mujer del actor
Bernarda : la primera cliente
Magdalena : la segunda cliente.

Los personajes de María, Marisa, Bernarda y Magdalena pueden ser doblados por la misma actriz.

© La Comédi@thèque

Despacho sobrio pero imponente : una gran mesa con un teléfono que hará también las veces de interfono. Se diferenciarán las llamadas por medio de un botón rojo y otro verde, un sillón de ruedas giratorio, acolchado, un velador en el que hay una especie de termo de aluminio y un marco con el retrato de un hombre colgado en la pared. María barre el suelo cuando entra Claudia vestida con traje de chapeta (con traje de chaqueta y chaleco, si se trata de un hombre).

Claudia – Me alegro de verla, María…. Tengo que decirle algo…

María deja de barrer.

María – Usted dirá, señora.

Claudia – ¿Cuántos años hace que barre para nosotros?

María – No lo recuerdo con exactitud, señora. Muchos, esos sí… ¿No está usted contenta con mi trabajo?

Claudia – No es eso María. Precisamente quería felicitarla. ¿Conoce usted el lema de nuestro banco?

María – Barrer para casa.

Claudia – ¡Justamente eso! Gracias a usted el Crédito Solidario siempre está impecable. Y, la limpieza en un banco es como su escaparate, ¿No le parece? Si el escaparate de un banco no estuviera impecable, los clientes podrían pensar que…

María – Que tampoco los banqueros son limpios…

Claudia – ¡Eso es! Veo que lo ha comprendido perfectamente, María.

María – ¿Puedo seguir con mi trabajo, señora?

Claudia – Espere un poco, María…

María – Pues… Usted dirá, señora…

Claudia se aclara la garganta

Claudia – Como usted sabrá, querida María… Mejor aún, Mi muy querida María… Incluso, diría yo, mi muy amada María… Pues, como le decía, usted sabrá que estamos en crisis.

María – ¿No me diga?

Claudia – ¡Sí, en crisis, María! Aunque usted no lea la prensa económica todos los días, seguramente habrá oído hablar del tema. Pero, ¡qué tonta soy! Usted es marroquí, María, ¿no es así?

María – Soy portuguesa, señora.

Claudia – ¡Pues, todavía mejor! He querido decir, todavía peor… Portugal es el país más tocado de la zona euro. ¿Supongo que estará al corriente?

María – Pues… Francamente no, señora

Claudia – En resumen, se trata de la recesión y el mundo de las finanzas es el que más se ve afectado por el descenso general de los valores….

María – ¿Valores?

Claudia – Me refiero a la bolsa. Lógicamente usted de eso no entiende. De la depresión económica a la otra depresión no hay más que un paso. Cuando la bolsa está a la baja, la moral también lo está. Y cuando la moral está por los suelos, la crisis moral también está cerca.

María – Si usted lo dice, señora.

Claudia – ¿No me diga que no se siente un poco deprimida?

María – Voy tirando, señora. No me quejo….

Claudia – ¡Perdóneme, María, pero si no hay más que verla así, con su escoba, para darse cuenta de que no está rebosando de alegría!

María – Seguramente es porque estoy un tanto cansada… A fuerza de barrer delante de la puerta….

Claudia – Todo esto para decirle que nuestro banco no está preparado para la tormenta que se avecina… y que debemos hacer también nuestros cálculos. Lo comprende, ¿verdad?

María – Si, señora…

Claudia – Para su bien, María, el Crédito Solidario ha debido tomar ciertas medidas, quizá un tanto dolorosas, con el fin de poder conservar su empleo. Un empleo, que ahora puedo decírselo, se había visto seriamente afectado.

María – Gracias, señora…

Claudia – Por lo tanto, tengo el placer de anunciarle, María, que no tenemos la intención de despedirla.

María – Trabajo en negro, señora.

Claudia – Sea como sea, puede usted seguir barriendo mi despacho hasta nueva orden y, ¿quién sabe? quizá un día la deje barrer el despacho del señor director.

María – Gracias, señora…

Claudia – Evidentemente, el Crédito Solidario espera de usted un pequeño sacrificio para ayudarnos a conservar el empleo en el país. Porque, sin empleo no existe el poder adquisitivo y, sin poder adquisitivo se pierde la confianza y, sin confianza, no hay empleo. Es el círculo vicioso de la estanflación. ¿Me sigue?

María – Al menos, lo intento, señora…

Claudia – Comprendo que esto le sobrepase, mi pobre María, pero le aseguro que puede confiar en mí… Voy a intentar que me comprenda… A cambio de conservar su empleo, el Crédito Solidario le propone bajarle el suelo un treinta por ciento. Imagino que le parecerá razonable, ¿no es así?

María – ¿El treinta por ciento?

Claudia – Un tercio del sueldo actual, si lo prefiere.

María – ¿Un tercio menos?

Claudia – Pues… así es. Tiene que pensar que, en los tiempos que corren, no abundan los empleos de limpiadora, María. No es de extrañar que, dentro de poco, incluso trabajando en negro, le pidan el título de bachiller. Eso, además de tener un buen enchufe… Por cierto, ¿es usted bachiller?

María – No, señora…

Claudia – Supongo que no conocerá a nadie en las altas esferas…

María – Pues no, señora…

Claudia – Y, por lo que respecta a su promoción, querida María, y con esto no pretendo que se sienta mal, tampoco estoy segura de que todas las bazas estén a su favor…. ¡Qué le vamos a hacer! Es así… La gran lotería de la vida…Ni siquiera el Crédito Solidario podría cambiar las cosas… Algunos nacen en Suiza con un apellido de muchas sílabas y un físico fuera de serie y otros… En resumen, supongo que estará usted de acuerdo en que mi propuesta es de lo más generoso… ¿Qué piensa de todo esto?

María – ¿Qué qué pienso, señora?

Claudia – Sí, María… Aunque realmente no es en absoluto necesario que piense. Pero, yo voy a escucharla. Vivimos en una democracia y ese es mi deber….

María parece reflexionar.

María – ¿Qué es lo que pienso…?

Claudia – Algo tendrá que pensar, digo yo…

María – Pues pensar sí que pienso, señora… (María la amenaza levantando la escoba) Esto es lo que pienso, señora!

Claudia – ¿Se ha vuelto loca, María?

María persigue a Claudia con la escoba hasta que ésta desaparece entre bastidores.

Claudia – Pero, María… ¡Cálmese! Tan sólo le he hecho una propuesta! Pero, no se preocupe… Nosotros también sabemos escuchar a nuestros empleados!

Se escucha los gritos de Claudia entre bastidores.

Claudia – ¡Ayyyy!! ¡Noooo…! ¿Y un 20 por ciento?

María –- ¿Quiere que la siga zurrando?

Claudia – ¿Y el diez por ciento?

María – Diez por ciento, pero de aumento

Claudia – La verdad es que no sé si…

Entran de nuevo en escena. María sigue amenazando a Claudia con la escoba

Claudia – Está bien, María… Hay que saber llevar a buen puerto una negociación… Asunto zanjado… El Crédito Solidario aumentará su salario en un 10 por ciento.

María – Así está mejor, señora.

Claudia – La verdad es que, María, es usted dura de pelar… También sabemos apreciar ciertos rasgos de carácter en nuestros empleados y usted ha demostrado tener un par de…

María – Muchas gracias, señora.

Claudia – ¿Qué le parecería hacer un master de formación, totalmente pagado por la empresa? Podríamos contratarla para nuestro Servicio de Morosos. Con esto de la crisis cada vez hay más facturas impagadas…

María – ¿Es que quiere que vuelva a atizarla con la escoba?

Claudia se aleja por si acaso.

Claudia – No se hable más del asunto. La dejo que siga con su trabajo…

María – Gracias, señora.

Claudia sale de escena bajo la mirada atenta de María que no le quita ojo.

Aquí puede intercalarse un intermedio musical y/o una coreografía, Podría recurrirse al guiñol con Claudia volviendo a la carga y María dándole escobazos, al estilo de los guiñoles habituales donde es la policía la que recibe los golpes.

OSCURO

Entra en escena Dominga, una especie de caricatura de secretaria amanerada y lame culos. Lleva un expediente en la mano. La sigue Jerónimo, visiblemente incómodo. Lleva un traje que le queda pequeño y una corbata deslucida. Un supuesto empleado importante.

Dominga – Por aquí, por favor… Este es su despacho, señor.

Jerónimo (sorprendido) – ¿Mi despacho? ¿Está usted segura?

Dominga – Comprendo que resulta un tanto austero, pero se puede mejorar colgando algunos cuadritos.

Jerónimo – Pues… Si…

Dominga – Quiero advertirle, sin embargo, que en este despacho no conviene tener ni tiestos ni jarrones con flores.

Jerónimo – No sabía…

Dominga – Vamos, que no conviene tener nada susceptible de serle lanzado a la cabeza.

Jerónimo – Por supuesto…

Dominga – Tampoco conviene dejar en la mesa ningún tipo de cortapapeles y, ni siquiera una grapadora.

Jerónimo – Mi esposa también detesta que deje por ahí mis cosas.

Dominga – Es decir, todo aquello que pudiera ser utilizado como arma arrojadiza.

Jerónimo la mira, inquieto.

Dominga – Bueno… Doña Claudia le explicará.

Jerónimo – ¿Doña Claudia?

Dominga – Es la jefa de servicio. Ella es la que le ha contratado. No está aquí de momento, pero no tardará en llegar.

Jerónimo – De acuerdo… ¿Y cuál es su cargo en la empresa…?

Dominga – Gestión de Patrimonio.

Jerónimo – Comprendo…

Dominga – Digamos que ayudamos a la gente rica a que sean mucho más rica.

Jerónimo – Noble misión… ¿Y qué tal va?

Dominga – Regulín, regulán, por desgracia… Por eso le han contratado ¿no es así?

Jerónimo – ¿No me diga? La verdad es que no tengo ni idea… Yo me apunté en la oficina del paro y me enviaron aquí… ¿Está usted segura de que no se trata de un error?

Dominga – ¿Un error? ¡Qué idea tan descabellada! ¿Por qué iba a tratarse de un error?

Jerónimo – Digamos que no tengo la impresión de que yo pueda encajar en este trabajo…

Dominga – Puede estar seguro de que no se trata de ningún error, señor Carpintero.

Jerónimo – Zapatero. Mi apellido es Zapatero.

Dominga – Aquí tengo su expediente y su perfil corresponde perfectamente a lo que Doña Claudia espera de la persona destinada a ocupar este puesto….

Jerónimo – ¿Mi perfil?… No sabía que tuviera un perfil… La verdad y, todo hay que decirlo, no soy alguien que interese a ningún jefe de personal.

Dominga abre el dossier y le echa un vistazo.

Dominga – Veamos… Aquí dice que es usted actor en paro desde hace dos años…

Jerónimo – En realidad, casi tres…

Dominga – El psicólogo de la oficina del INEM le describe como apático, resignado, con tendencia a la culpabilización y al desprestigio de sí mismo…

Jerónimo – ¿Y ese es el perfil que buscan para este puesto?

Ella prefiere no contestar

Dominga – Luego le pasaré sus tickets para el restaurante. ¿Quiere que le traiga un café, señor Carpintero, perdón, señor Zapatero?

Jerónimo – Gracias, pero tengo miedo de no poder dormir… Quiero decir, no poder dormir por la noche, claro…

Dominga – Está bien. Si necesita algo no tiene más que llamarme. Estaré ahí al lado. Tan sólo deberá pulsar el botón del interfono.

Jerónimo – ¡Ah! ¿Es que hay un interfono…? Igual que en las películas antiguas en blanco y negro.

Ella le ensaña cuál es la tecla.

Dominga – Como ve hay dos teclas de colores diferentes… El interfono es la de color verde…

Jerónimo – Perfecto…

Dominga – Tenga cuidado de no tocar la tecla roja. Es sólo para los casos de extrema urgencia.

Jerónimo trata de bromear para relajar el ambiente.

Jerónimo – O sea que se trata de una señal de alarma…

Dominga – Totalmente. Y, tenga cuidado porque como dicen en los trenes AVE, cualquier abuso será severamente castigado…

Jerónimo no sabe si la mujer habla en serio o en broma.

Dominga – Le dejo solo para que se instale.

Jerónimo – Muchas gracias, señorita…

La mujer sale. Jerónimo echa un vistazo a su alrededor. Finalmente se sitúa frente al retrato de un hombre y lo contempla con perplejidad. Coge lo que cree es un termo, lo hace pasar de una mano a otra y duda.

Jerónimo – Creo que sería mejor tomar un café, me espabilaría un poco. (Mira de nuevo alrededor suyo) No hay ninguna taza… (Desenrosca el tapón) Esto servirá…. (Vuelca el contenido del supuesto termo en el tapón, pero no es café, sino ceniza lo que sale) ¡Coño! Pero, ¿qué es esto?

Dominga vuelve a entrar en el despacho. Jerónimo intenta colocar el tapón pero lo que consigue es tirar las cenizas que forman una pequeña nube. Intenta disiparla agitando la mano. Dominga le lanza una mirada reprobadora. Parece un niño cogido en falta.

Jerónimo – Lo siento… Pensé… ¿Pero qué es esto? ¿La lámpara de Aladino? Pensé que iba a salir un genio diciéndome que pidiera tres deseos.

Dominga – Puede creerme. Ahí dentro no hay ningún genio. Pero, le pido por favor que no toque nada… (Con mirada inquietante) A Doña Claudia no le gustaría en absoluto… (Recupera su sonrisa amable y le entrega un carnet) Estos son sus tickets comedor…

Jerónimo – Muchas gracias…

Dominga (mientras sale) – Por cierto, Doña Claudia ha llamado. Llegará un poco tarde.

Jerónimo – Muy bien…

Dominga sale. Cada vez más cohibido, Jerónimo da la vuelta al despacho y se sienta en el sillón. Le sorprende su profundidad. Se yergue con el fin de adoptar una postura digna. Apoya los codos en la mesa, intentando adoptar la postura de un director. Descuelga el teléfono como para hacer algo importante. Intenta cambiarlo de sitio, pero está atornillado a la mesa. Bosteza. Opta por buscar una posición más cómoda y para ello coloca los pies sobre la mesa. Empieza a adormecerse pero el sonido estridente del teléfono le hace despertar sobresaltado. Sorprendido, se cae del sillón. Vuelve a levantarse y se dispone a descolgar.

Jerónimo – ¿Si…? No, no… Sí, sí, pásemela, gracias… Hola querida… Sí, sí, todo va bien, no te preocupes Pues, de momento no me han echado… La verdad es que todavía no he visto a la jefa de servicio… En efecto, todavía no he empezado a trabajar. ¿Qué es lo que tengo que hacer? Mira, ni se me ha ocurrido preguntarlo… Imagino que doña Claudia me lo dirá… Sí, ese es el nombre de la jefa… Bueno, la verdad es que no sé si es su nombre o su apellido… De acuerdo, te llamaré en cuanto sepa algo más… ¡Que si…! No te pongas nerviosa! Seguro que te llamo. De acuerdo… Besos.

Duda un momento y presiona el botón del interfono.

 

 

 

Jerónimo – ¿Señorita. Dominga? Soy Jerónimo… Sí, el Jerónimo que está en el despacho junto al suyo. Muy bien. Perdone…Ya veo… Si… No vale la pena anunciarme cuando utilizo el interfono… De acuerdo… Si no es mucho pedir ¿sería posible tomar ese café que antes me propuso?… ¿Cuánta azúcar? Pues… digamos… tres… Sí tres terrones, si con ello no abuso de su amabilidad… Gracias, señorita Dominga.

Unos segundos más tarde, llega Dominga con el café.

Jerónimo – ¡Que servicio tan rápido…! Es usted más eficaz que el genio encerrado en ese termo…

Dominga le mira de soslayo antes de depositar el café en la mesa. Luego, recupera su aire sumiso.

Dominga – ¿Desea algo más?

Jerónimo – No, muchas gracias… (Dominga se dispone a marcharse) Bueno… Sí… ¿Quién es el tipo del retrato que hay junto al termo?

Dominga – ¿A qué termo se refiere?

Jerónimo – Pues ese que está ahí, el de la foto…

Dominga – Ah… Ese…

Jerónimo – Supongo que se trata del empleado del mes.

Dominga – Es su predecesor en el cargo.

Jerónimo – ¿Y dónde está ahora?

Dominga – En el termo.

Jerónimo – ¿En el termo?

Dominga – No es un termo. Es una urna funeraria.

Jerónimo – Ah… Sí… O sea que… Pero ¿De qué murió para que le encumbren de esa manera?

Dominga – Murió en el ejercicio de sus funciones.

Jerónimo – ¿De sus funciones?

Dominga – Las mismas de las que usted se va a hacer cargo.

Jerónimo – ¿El servicio post-venta?

Dominga – Así es.

Jerónimo – ¿Un accidente de trabajo?

Dominga – Podría decirse que así fue. ¿Desea algo más?

Jerónimo (confuso) – Eso es todo, por el momento…

Sale Dominga. Jerónimo se planta ante el retrato y lo examina con una nueva mirada inquieta. Luego, toma en su mano la urna, con delicadeza.

Jerónimo – O sea que lo que hay aquí dentro y por el suelo es usted carbonizado.

El botón rojo empieza a parpadear mientras suena también un timbre del sistema de alarma. Jerónimo, aterrorizado, no llega a descolgar cuando una mujer con aire de ejecutiva, entra en tromba. Cesa el sonido.

Claudia – O sea que ha sido usted…

Jerónimo – Bueno… ¿Yo?

Claudia le abofetea.

Claudia – Esto es como aperitivo.

Jerónimo (atontado) – Buenos días, señora…

Claudia – No sé si calificarle de pánfilo, o de inútil…

Jerónimo – Yo tampoco sé…

Claudia – O mejor aún, de tramposo o incompetente.

Jerónimo – ¿Se supone que debo elegir?

Claudio – ¿Eso es todo que tiene que decirme?

Jerónimo – Es que yo…

Claudia – Se merece que vuelva a abofetearle.

Jerónimo – No… Por favor…

Claudia – Usted no es consciente de la que me va a caer con todo esto.

Jerónimo – Le aseguro que lo siento muchísimo.

Claudia – “Lo siento muchísimo…”. ¿Me quiere tomar el pelo o qué?

Jerónimo – Le aseguro que no es esa mi intención.

Claudia – Por supuesto me va a decir que usted no tiene nada que ver en esto?

Jerónimo – Yo no diría tanto, pero…

Claudia – Ha sido cuestión de mala suerte, ¿no es así?

Jerónimo – La verdad es que… La verdad es que no sé a qué se refiere…

Claudia – Vamos, no se haga el inocente…

Jerónimo – Lo siento mucho.

Claudia – Y ahora, ¿Qué vamos a hacer?

Jerónimo – No tengo ni idea….

Claudia – Espero que me ofrezca alguna solución….

Jerónimo – Pues… La verdad…

Claudia – ¡Es usted un pobre hombre!

Jerónimo – Lo mismo dice mi mujer…

Claudia – Supongo que eso no le quitará el sueño…

Jerónimo – ¿Quiere un café?

Claudia – ¿Piensa que con un café me va a engatusar?

Jerónimo – Nada más lejos de mi intención.

Claudia – No crea que con ofrecerme un café va a hacer que me olvide de lo ocurrido.

Jerónimo – Lo siento.

Claudia – Es usted un cretino…

Jerónimo – ¡Pero si éste es mi primer día de trabajo!

Claudia – Y usted cree que un cretino puede debutar en un puesto como éste

Jerónimo – Pues… La verdad…

Claudia – Le predigo una carrera brillante!

Jerónimo – Muchas gracias.

Claudia – Nos veremos más tarde. Mucho antes de lo que usted piensa….

Jerónimo – Será un placer, señora…

Claudia – Espero no caer con usted.

Claudia duda, como si buscara algo. Se dirige hacia el cuadro, y lo rompe en la cabeza de Jerónimo. Sale, enfurecida. Jerónimo se queda pasmado, con el marco sobre los hombros. Dominga entra, como si no pasara nada. Recoge la taza vacía.

Dominga – ¿Todo va bien, Jerónimo?

Jerónimo – Pues si… Gracias…

Dominga – ¿Desea otra taza de café?

Jerónimo – De momento no…

Dominga se da cuenta de que tiene el marco sobre los hombros.

Dominga – ¿Le importa? (Se acerca a él, coge la fotografía y la vuelve a colocar en su sitio) No se preocupe. Harán una copia. Es algo habitual.

Jerónimo – ¿Algo habitual? ¿Pero quién es esa loca?

Dominga – ¿Ella? Pues se trata de su primera cita.

Jerónimo – ¿Mi primera cita?

Dominga – Doña Claudia le explicará…

Jerónimo – ¡Pues ya está bien! Su doña Claudia no me explica nada… ¡No estoy aquí para hacer que me machaquen!

Dominga – Pues… Sí…

Jerónimo – Usted me oculta algo.

Dominga – Es para lo que se le ha contratado, señor Zapatero. Lo mismo que a su predecesor.

Jerónimo – ¿O sea que estoy aquí para que me insulten y me peguen?

Dominga – Son los riesgos de la profesión.

Jerónimo – ¿Pero qué profesión?

Dominga – Esa por la que va a recibir un sueldo.

Jerónimo – ¿Y si no estoy de acuerdo?

Dominga – No piense que le van a pagar por no hacer nada, señor Carpint…perdón, Zapatero. Tiene que ser razonable… Le recuerdo que no tiene ningún futuro, tan sólo es un actor.

Jerónimo – Está bien. Pues, en ese caso, presentaré mi dimisión (Se dispone a salir) No me quedaré ni un minuto más en esta casa de locos…

Dominga – Le ruego que espere a Doña Claudia (Volviéndose a la puerta) Justamente acaba de llegar…

Entra doña Claudia, la cliente que le abofeteó. Jerónimo se queda estupefacto al reconocerla.

Jerónimo – ¿Es usted Doña Claudia?

Claudia (con amabilidad) – Encantada, señor Zapatero.

Dominga – Les dejo…

Jerónimo – No entiendo nada… Esto es una pesadilla.

Claudia – Le pido perdón por haberle representado esta pequeña comedia. En realidad se trata del último reality test. Antes de su bautismo de fuego…

Jerónimo – Mi bautismo de…

Claudia – Considérelo como parte de las pruebas para contratarle, prueba que de la que ha salido victorioso. Le felicito de verdad.

Jerónimo – Se lo agradezco, pero ¿puede explicarme en qué consiste mi trabajo? Su secretaria no ha querido informarme.

Claudia – Pues, es muy sencillo. Enseguida lo comprenderá porque sé que es usted un hombre inteligente. Señor Zapatero, aunque la verdad es que su aspecto es de lo más vulgar y no tiene ningún diploma que demuestre que usted es un lince.

Jerónimo – Tengo un diploma de auditor libre de la academia Adams…

Claudia – Pues ese diploma le va a ser muy útil en su nuevo trabajo… Como sabe, somos un departamento de gestión para grandes fortunas.

Jerónimo –Ya…

Claudia – Es decir que nos ocupamos de multiplicar los ahorros de nuestras clientes ricas vendiéndoles todo tipo de productos financieros más o menos buenos.

Jerónimo – ¿Tan sólo mujeres?

Claudia – Le sorprenderá saber que el mayor porcentaje de riqueza nacional en España está en manos de las viudas. ¿Ha oído hablar de los Fondos de Pensión?

Jerónimo – Algo…

Claudia – Los fondos de pensión es el dinero de las jubilaciones y, por si no lo sabe, la mayor parte de los jubilados son viudas.

Jerónimo – Ya veo…

Claudia – Entonces podrá comprender por qué cuidamos particularmente a nuestra clientela femenina.

Jerónimo – Es lógico.

Claudia – Además las mujeres tienen también la enorme ventaja para nosotros de que no entienden nada sobre inversiones.

Jerónimo – A mí me pasa lo mismo….

Claudia – No tiene importancia. Yo tampoco entiendo mucho de ese tema. Bueno, creo que casi nadie sabe nada desde hace tiempo… La verdad es que, desde la muerte de mi marido…

Jerónimo – ¿Es usted viuda?

Ella señala con un gesto la fotografía que hay sobre el velador.

Claudia – Pues sí… Mi querido esposo hace tiempo que nos dejó…

Jerónimo – ¿Entonces este es su esposo?

Claudia mira el retrato y constata los desperfectos.

Claudia – ¿Qué es lo que ha ocurrido?

Jerónimo – Eso mismo iba a preguntarle yo.

Claudia – Es verdad… No sé qué me ocurrió hace un rato… Usted que es actor podrá comprenderme… Cuando se introduce uno en el personaje… Vamos que quise representar a nuestra clienta tipo.

Jerónimo – Pues estuvo bordada.

Claudia – En la Bolsa, como en el casino a la larga siempre gana la banca. El cliente no puede ganar siempre. Eso es lo que no acaba de comprender nuestra clienta tipo. ¿Comprende?

Jerónimo – Lo intento.

Claudia – Y, aunque parezca mentira, amigo mío: también hay crisis para los ricos.

Jerónimo – Lo comprendo.

Claudia – Y cuando los ricos son menos ricos, es su banco el que pierde.

Jerónimo – Es lógico.

Claudia – Que quede entre usted y yo, pero le confieso que el banco está a punto de quebrar.

Jerónimo – ¿No me diga?

Claudia – Como es evidente, el contribuyente nos pedirá socorro una vez más. No es que sea muy grave, pero… De otras se ha salido ¿no es cierto?

Jerónimo – Si usted lo dice…

Claudia – Pero la cliente tipo jamás verá su dinero. Es comprensible, entonces, que tenga que atacarnos.

Jerónimo – Sería lo normal.

Claudia – Y, que se desfogue con uno de nosotros… Y es ahí donde usted interviene.

Jerónimo – ¿Yo?

Claudia – Considere que es usted un sparring para millonarias arruinadas que tienen la irresistible necesidad de noquear al alguien.

Jerónimo – Tengo la impresión que ustedes quieren que me convierta en un saco de boxeo.

Claudia – Vamos, Jerónimo… Un hombre como usted! ¿No tendrá miedo de esas débiles mujeres?

Jerónimo – Perdone, pero no me veo en ese papel.

Claudia – Le recuerdo, señor Zapatero, que ha firmado un contrato…

Jerónimo – ¿Y por qué no las recibe usted? Al fin y al cabo se trata de clientes a las que ha arruinado.

Claudia – Porque como directora de esta sucursal, represento la continuidad de la institución financiera. Soy la responsable de todo pero, al igual que un ministro, no puedo tener culpa de nada salvo que comprometa gravemente la credibilidad de todos los que están por encima de mí. Incluso de la supervivencia de esta sociedad, señor Zapatero. ¡Mejor dicho, de la sociedad entera! A las personas importantes no se nos puede culpabilizar. Los que están al final de la escala son los que han de pagar por los demás. Y usted, Jerónimo, un pobre actor en paro, alguien que no tiene donde caerse muerto, es lo más bajo que hemos podido encontrar en la escala de los homínidos.

Jerónimo – ¿Y su marido?

Claudia – Mi marido, como ve, parecía un tanto retrógrado. Vamos, más o menos como usted.

Jerónimo – Ya veo…

Claudia – Al menos pase el período de prueba y luego, decida.

Jerónimo hace un gesto al retratado.

Jerónimo – Si es que todavía estoy vivo.

Claudia – Piense en su sueldo y en el problema de paro que hay en este país… También la crisis alcanza a los pobres, Jerónimo. Piense en su mujer. En sus hijos…

Jerónimo – No tengo hijos.

Claudia – Pues piense en su mujer. Imagine la cara que pondrá si al volver a casa le dice que le han echado de nuevo de un trabajo el primer día…

Jerónimo – Me lo está usted poniendo muy difícil…

Claudia – Estoy segura de que usted ha nacido para este puesto, señor Zapatero. Y, le aseguro que he visto desfilar por aquí a muchos candidatos. Usted ha tocado fondo. Desde ahí tan sólo puede remontar. ¿Le han dicho ya que tiene usted una jeta que apetece abofetear?

Jerónimo – Sí, mi mujer me lo dice con frecuencia, pero no creo que en su boca se trate de un cumplido…

Entra Dominga

Dominga – Acaba de llegar la siguiente cita para el señor… ¿La sigo entreteniendo?

Claudia – Vamos, pruebe usted otra vez. Creo que acabará por gustarle este trabajo.

Jerónimo – Espero que no sea otra prueba.

Dominga – No, puede creerme. Esta es una clienta de verdad y no parece que esté muy contenta.

Claudia – Buena suerte, Jerónimo….Y, recuerde: usted es el culpable de todo, pero el responsable de nada…

Sale Claudia. Dominga se acerca al velador, le da la vuelta al termo, como para ponerlo al derecho. Toma el cuadro y sale. El botón rojo empieza a parpadear. Salta la alarma. Entra Bernarda en tromba. Tiene pinta de burguesa adinerada.

Bernarda – ¡Hijo de perra! ¡Me ha dejado en la ruina total!

Jerónimo – Siéntese, por favor…

Bernarda mira, sorprendida, a su alrededor.

Bernarda – ¡No hay ninguna silla!

Jerónimo – Tiene razón. Ha hecho bien en decírmelo.

Bernarda – Porque si hubiera una la rompería en su cabeza.

Jerónimo – Seguramente por eso la han quitado.

Bernarda – Pues eso lo arreglo yo ahora mismo.

Abre su bolso Vuitton y saca una pistola con la que apunta a Jerónimo.

Bernarda – Si cree en Dios ha llegado el momento de rezar.

Jerónimo – Creo que será mejor que apriete el botón rojo. Ahora o nunca.

Pulsa el botón rojo con mano temblorosa.

Bernarda – No va a seguir haciéndose el chulito ¿verdad?

Jerónimo – Tenga cuidado, por lo que más quiera… Las carga el diablo…

Bernarda – Perfecto, sería una buena coartada… Se disparó sola, señor Juez.

Jerónimo – La verdad es que no sé lo que espera de mí

Bernarda – Quiero que me devuelva mi dinero.

Jerónimo – Por desgracia eso no está en mi mano, querida señora. Se lo juro por lo más sagrado… Tengo la culpa de todo, pero no soy responsable de nada.

Bernarda – Está bien… Entonces será mi muerte la que caiga sobre su conciencia.

Coloca en el arma en su sien. Jerónimo se echa a temblar.

Jerónimo – Por Dios, no lo haga… Tan sólo se trata de dinero..

Bernarda – De tres millones de euros, nada menos.

Jerónimo – La verdad es que…

Bernarda – A penas me queda nada para vivir.

Jerónimo – ¿Cuánto, más o menos?

Bernarda se relaja un poco.

Bernarda – Unos diez millones.

Jerónimo – Pues… la verdad es que no está nada mal.

Bernarda – Hoy en día no se puede ir muy lejos con diez millones, usted debe saberlo mejor que nadie.

Jerónimo – Pues yo… si quiere que le sea sincero…

Entra Claudia. Bernarda, sorprendida, vuelve a colocar la pistola en su sien.

Bernarda – ¡No se mueva o me salto el cerebro!

Claudia – Como jefa de servicio le aseguro, señora mía, que puedo ofrecerle toda nuestra solidaridad.

Bernarda – ¿Incluso la financiera?

Claudia – Quizá psicológicamente. Escuche, Genoveva… ¿Me permite que la llame por su nombre?

Bernarda – Si eso le divierte… Pero me llamo Bernarda…

Claudia – Acaba usted de perder tres millones de euros y, lógicamente, está en estado de shock.

Bernarda – Lógicamente.

Claudia – En realidad está usted tan perturbada como un ludópata que acabara de ganar el gordo de Navidad.

Bernarda – ¿Me está tomando el pelo?

Claudia – ¡Déjeme acabar! Tan perturbada sí, pero por todo lo contrario: debe usted aceptar que ya no es tan rica como antes.

Jerónimo – Todavía le quedan diez millones de euros…

Bernarda – ¡A usted nadie le ha dado vela en este entierro! De cualquier forma usted es el culpable final por su incompetencia en materia financiera. ¿O me equivoco?

Jerónimo – Yo… No…

Bernarda – Lo ve… ¡El muy imbécil hasta lo reconoce!

Claudia – De acuerdo, señora…Somos totalmente conscientes de las limitaciones de este hombre tan inútil como viscoso que, por desgracia, ha abusado tanto de su confianza como de la nuestra.

Bernarda – ¡Le faltan un par de huevos!

Claudia – Si, desgraciadamente y por razones legales bastante oscuras, no podemos ponerle de patitas en la calle, le aseguro que será duramente castigado.

Bernarda – ¿Y qué piensan hacer?

Claudia – En primer lugar le proporcionaremos unos cuantos castigos corporales. ¿No le parece que este tipo está pidiendo que se le abofetee?

Bernarda – Por supuesto…

Claudia, le larga un buen tortazo. Jerónimo se queda de piedra.

Claudia (a Bernarda) – Vamos, no se corte, péguele también… Se sentirá aliviada, se lo aseguro.

Bernarda – ¿Lo dice en serio?

Claudia – Confíe en mí, señora.

Bernarda la larga también un buen tortazo

Claudia – ¿Qué tal?

Bernarda – Tenía usted razón… Me siento mucho mejor…

Jerónimo – ¡Pues vaya forma de relajarse!

Claudia – Me pregunto, incluso, si no estará poseído por el demonio de las finanzas.

Claudia saca un crucifijo del bolsillo y lo dirige hacia Jerónimo.

Claudia – Jerónimo Kerviel, sal de ese cuerpo inmediatamente (A Bernarda) Siempre funciona, aunque el efecto no sea inmediato.

Bernarda – Creo que sería mejor que le quemaran en la hoguera, así estaríamos más seguros. Igual que se hacía antes con las brujas.

Claudia – Tiene razón… Podríamos pensar, incluso, incinerarle.

Suena el móvil de Bernarda.

Bernarda – ¡Ah si…! Le pido disculpas… En menos de 30 minutos estoy ahí… Hasta ahora (Cuelga el teléfono) Me van a perdonar… Era mi peluquero… Había olvidado que tenía cita esta mañana.. Claro que es comprensible dadas las circunstancias…

Claudia – La comprendo, señora.

Bernarda – Tengo que marcharme… ¡Con lo que cuesta conseguir una cita con Llongueras! Además, mi hija se casa mañana… Una pena que mi marido no pueda asistir a la boda de su niña…

Jerónimo – ¿Y eso?

Bernarda – Es que murió el pobre… Y, con respecto a usted, ya arreglaremos cuentas otro día. (A Claudia) Muchas gracias, Claudia. Me ha relajado mucho hablar con usted.

Claudia – Siempre a su disposición, señora. (Sale Bernarda) No ha estado nada mal para ser su primer bautismo de fuego… ¡Muy bien, Jerónimo, muy bien!

Jerónimo (restregándose la casa) – Si usted lo dice…

Claudia – Al menos ha salido bien de ésta. Cuando tienen tendencias suicidas, como es el caso, conviene canalizar su agresividad positivamente, dirigiéndolas hacia un tercero.

Jerónimo – Y ese tercero soy yo, claro…

Claudia – Estoy muy contenta con su trabajo. Si sigue así en tres meses podremos subirle el sueldo.

Jerónimo – La verdad es que no las tengo todas conmigo… ¿Se ha dado cuenta de que ha estado a punto de matarme?

Claudia – Pero, no lo ha hecho…

Jerónimo – ¡Además, me ha abofeteado…! ¡Y, no sólo ella, sino usted también!

Claudia – Quiero ser sincera con usted, señor Carpintero…

Jerónimo – ¡Zapatero!

Claudia – Y le pregunto ¿Qué espera usted de la vida con esa pinta de perdedor y un currículo que parece sacado de una carta de amor a los Reyes Magos?

Jerónimo – Si quiere que le sea sincero… No demasiado…

Claudia – Imagino que, en sus trabajos precedentes se habrá llevado más de una reprimenda ¿No es así?

Jerónimo – ¿Mis otros trabajos?

Claudia – Esa jeta que usted tiene está pidiendo un buen tortazo. Imagino que se habrá llevado más de un buen pescozón cuando estudiaba…

Jerónimo – ¿Cuándo estudiaba?

Claudia – Por lo mismo aquí se le pagará por ello y, además gozará del respeto de las altas jerarquías del banco.

Jerónimo – Jugándome el tipo, claro…

Claudia – Razón por la cual se le considerará un héroe… Qué digo héroe… Mucho más que eso… ¡Una divinidad! Le apuesto que con su cara de culo llegará mucho más lejos que si cantara en el coro de una iglesia. ¿O me equivoco?

Jerónimo – Está usted en lo cierto…

Claudia – Ahora, rebobine… ¡Soy el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo! Si es usted capaz de asumir los descalabros de este banco, ¡podríamos considerarle nuestro Jesucristo! Además, las iniciales coinciden…

Jerónimo – ¿Qué iniciales?

Claudia – J.C…. Jerónimo Carpintero

Jerónimo – Señora… ¡Que me llamo Zapatero!

Claudia – Está bien… Eso poco importa… Los hechos, son los hechos…

Jerónimo – Claro.

Claudia – En verdad le digo, señor Zapatero, que usted estaba predestinado a ocupar el cargo de chivo expiatorio… Por lo tanto, ¡Sea bienvenido entre nosotros!

Sale Claudia. Jerónimo se arrebuja en su sillón. Está perplejo. Entra Bernarda seguida de Claudia. Jerónimo se pone en pie, como movido por un resorte.

Bernarda – Una última cosa…

Jerónimo – Lo que usted quiera, señora.

Bernarda – Es usted realmente un calzonazos…

Bernarda le da otro tortazo.

Claudia – Vamos, Jerónimo… ¡Ponga la otra mejilla!

Jerónimo obedece. Bernarda le abofetea de nuevo.

Bernarda – Desde luego, esto alivia.

Claudia – Por supuesto, señora. También puede darle una patada en el culo. Eso la relajará mucho más, si cabe.

Bernarda – ¿Seguro que puedo hacerlo?

Claudia – Por supuesto…Vamos, Jerónimo…

Jerónimo (dándose la vuelta) – ¿Así está bien?

Bernarda – Perfecto.

Le da la patada.

Claudia – Adiós, señora. Perdone que no le acompañe a la puerta. Sin duda conoce muy bien el camino… Y, vuelva cuando lo desee. Siempre será bien recibida. (Sale Bernarda) Le ha cogido cariño…

Jerónimo – ¿Cree usted que volverá con frecuencia?

Claudia – Me recuerda a mi marido… Quizá acabe casándome con usted… Cualquiera sabe…

Jerónimo – Pero, si yo ya estoy casado…

Claudia – De cualquier forma, le felicito. Estoy muy contenta con usted. Acaba de convertirse en un auténtico hombre de paja!

Jerónimo – Gracias…

Claudia – Estoy segura de que acabará cogiéndole el gusto.

Jerónimo – No sé yo… Todavía lo de los tortazos tiene un pase, pero un tiro… Posiblemente sea un chivo expiatorio, pero no tengo la intención de que se me cace como a un conejo.

Claudia – También los inspectores de trabajo se la juegan y siempre hay patadas para ocupar ese puesto… ¡Estamos en crisis, Jerónimo! Al menos nuestros clientes utilizan pistolas de pequeño calibre. Armas que pueden guardarse en un bolso Vuitton…

Jerónimo – Se nota que no está usted en mi lugar…

Claudia – Por supuesto… Le pago para estar en mi lugar… Escuche, usted me ha caído simpático, por lo tanto le voy a ofrecer algo: una prima por cada par de tortazos y un bono por cada herida de bala. ¿Qué le parece?

Jerónimo – Que preferiría un chaleco antibalas…

Claudia – Vamos, señor Zapatero… Los grandes funambulistas trabajan sin red y eso es lo que les hace grandes en su trabajo. ¡Usted es un artista!

Sale Claudia. Suena el teléfono

Jerónimo – Hola, querida… ¿Que tengo una voz rara? Sí, todo va bien… Se trata de una especie de… Vamos, es algo difícil de explicar… Acabo de recibir a la primera clienta… Bien, sí…Eso es lo que dice la jefa de servicio… Pues sí… ¿Por qué no…? Me acaban de entregar los tickets restaurante… Hasta ahora, entonces… (Cuelga) No sé cómo me he atrevido a decirle que todo iba bien…

Entra Dominga vestida con una bata blanca, tipo enfermera. Lleva un vaso en la mano que deposita en la mesa.

Dominga – ¿Cómo va eso, Jerónimo? ¿Tiene algo roto?

Jerónimo – No… Creo que no…

Dominga – De cualquier forma voy a auscultarle. Se trata de un reconocimiento rutinario, no se preocupe. Póngase en pie, por favor.

Se levanta. Le examina a fondo ayudándose con algunos instrumentos que lleva alrededor del cuello o en los bolsillos de la bata.

Dominga – Abra la boca y saque la lengua, por favor… Gracias… Inclínese un poco hacia adelante y diga treinta y tres millones… Perfecto… Todavía está usted en forma para el trabajo… ¡Estupendo! (Le entrega una pastilla y el vaso de agua) Tómese esto. Le sentará bien.

Jerónimo – Espero que no sea venenoso.

Dominga – ¡Vamos Jerónimo! ¿Por qué íbamos a envenenarle?

Se toma la píldora sin rechistar.

Jerónimo (señalando el cuadro) – ¿Y De qué murió?

Dominga – ¿Se refiere a él?

Jerónimo – Sí, al tipo del termo.

Dominga – Pero ¿qué le hace pensar que hay alguien encerrado en ese termo?

Jerónimo – Usted misma lo dijo hace un rato.

Domingo – ¿Qué yo le dije que había alguien encerrado en ese termo?

Jerónimo – Es que no tiene pinta de ser realmente un termo.

Dominga – ¿Entonces por qué se empeña en que hay alguien dentro?

Ella coge el vaso vacío, se dirige al termo y lo llena de café ante la estupefacción de Jerónimo

Dominga – ¿Le apetece un cafetito para contrarrestar el mal sabor de la medicina?

Jerónimo – No, muchas gracias…

Dominga – Pues me lo beberé yo… (Vacía el vaso) Como ve, tampoco está envenenado… Aunque la verdad es que está un poco frío…

Jerónimo se queda de piedra. Empieza a dudar de su cordura. Entra Marisa, una persona vulgar, nada elegante. Este personaje puede ser interpretado por la misma actriz que interpreta a Bernarda.

Dominga – ¡Una nueva visita! (Al público) No parece que esté de muy buen humor…

Jerónimo – Es mi esposa.

Dominga – Entonces se la dejo… He querido decir, les dejo…

Dominga sale. María la mira con aire desafiante.

Marisa – ¿Tienes una secretaria para ti solito?

Jerónimo – Tiene gracia, ¿a que sí?

Marisa – ¿Y un despacho individual?

Jerónimo – No está nada mal ¿verdad?

Marisa – Ya te decía yo que tenías que abandonar la tontería del teatro para encontrar un trabajo normal…

Jerónimo – Tienes razón…

Marisa – ¿Y qué tal?

Jerónimo – La verdad es que no sé qué decirte.

Marisa – Eso significa que te van a echar… No, si ya sabía yo que tu…

Jerónimo – No son ellos, soy yo el que no estoy seguro de querer quedarme.

Marisa – ¿Estás de broma?

Jerónimo – Es que… Son agresivos…

Marisa – ¿Qué son agresivos? También lo es mi jefe.

Jerónimo – ¿No me digas?

Marisa – Y mis compañeros… Los clientes… Todos son agresivos. Todo el mundo es agresivo… Pero hay que aguantar para ganarse la vida!

Jerónimo – Pero cuando yo digo que me agreden es que me agreden físicamente, ¿comprendes?

Marisa – ¿No me digas que te pegan?

Jerónimo – Me abofetean.

Marisa – ¿De verdad?

Jerónimo – Incluso me dan patadas en el culo…

Marisa – ¿Y eso te lo has inventado para justificar que quieres dejar el trabajo?

Jerónimo – ¡Todo lo que te digo es cierto!

Marisa – Te prevengo, Jerónimo, que esta es tu última oportunidad. Si no eres capaz de conservar este puesto de trabajo, se acabó. Yo me largo.

Jerónimo – No te pongas nerviosa querida. Era hablar por hablar. Te aseguro que seguiré trabajando aquí.

Marisa – ¿Lo prometes?

Jerónimo – Te lo prometo con la mano en… la cabeza de mi predecesor…

Marisa – Pues bien, te creo. Entonces, me largo.

Jerónimo – ¿Pero no íbamos a comer juntos? Tengo tickets restaurante…

Marisa – Lo siento. Otra vez será. Había olvidado que le prometí a mi madre comer con ella.

Jerónimo – Una pena…

Marisa – Hoy es lunes… Ya sabes que los lunes como con mamá.

Jerónimo – Es verdad… Lo siento. Suerte.

María – También para ti…

Se dirige a la salida

Marisa – Por cierto, podrías pasarme los tickets restaurante ya que no los vas a utilizar.

Jerónimo – Por supuesto, querida. Aquí los tienes.

Jerónimo le entrega el carnet de tickets.

Marisa – Gracias… Entonces me voy. Hasta la noche.

Jerónimo – Sí… Hasta luego.

Marisa – Y… ¡que comas bien!

Entra Dominga con varias cartas

Dominga – No parece muy simpática su señora.

Jerónimo – Hay que saber llevarla…

Dominga – Aquí tiene su correo…

Lo deja sobre la mesa.

Jerónimo – ¿También tengo correo?

Dominga – Por supuesto.

Echa un vistazo a los sobres.

Jerónimo – ¿Pero qué es esto?

Dominga – Cartas con insultos, principalmente. Amenazas, por supuesto… Algunas podrían tener explosivos, pero son las menos. Además, no tiene obligación de abrirlas. ¿Quiere que me las lleve?

Jerónimo – Sí, por favor… Y, muchas gracias.

Dominga – Está bien, señor Zapatero… Si me permite abriré al menos una o dos antes de entregarlas al departamento anti-explosivos. Algunas tienen cierta gracia. No debería hacerlo, pero a veces no resisto a la tensión de leer algunas de ellas…

Dominga retoma las cartas y se va. Jerónimo se arrebuja en su asiento e intenta relajarse. Se escucha una explosión.

Jerónimo – La curiosidad es un gran defecto…

Pero Jerónimo apenas tiene tiempo de relajarse cuando el botón rojo empieza a parpadear y a sonar la alarma. Entra en el despacho Magdalena, una especie de nueva rica vulgar. También este personaje puede ser encarnado por la misma actriz que interpretó a Bernarda y María.

Magdalena (secamente) – Buenos días.

Jerónimo – Buenos días señora. ¿Le apetece pegarme ya o prefiere insultarme antes?

Magdalena (sorprendida) – Le aseguro que su cara de imbécil es una tentación para liarme a tortazos con usted.

Jerónimo – Pues no se reprima, señora. Seguro que lo merezco.

Magdalena – La verdad es que yo…

Jerónimo – Al menos deme una buena patada en la espinilla. Tengo que justificar mi sueldo.

Magdalena – Perdone, pero no comprendo nada… Gracias a sus consejos he conseguido multiplicar mi capital por tres en dos años.

Magdalena le tiende la mano, pero él se resiste, como en espera de recibir un tortazo.

Magdalena – Me llamo Magdalena.

Vuelve a tenderle la mano y se la acepta.

Jerónimo – He olvidado su nombre… ¿Me dijo…señora Bizcocho?

Magdalena – ¿Está usted hambriento?

Jerónimo – No… ¿Por qué lo pregunta?

Magdalena – Porque me ha llamado señora Bizcocho y no Magdalena.

Jerónimo – Sí, quizá tenga usted razón… Ya es la hora de comer y claro…

Magdalena – Bueno, dejemos eso. La verdad es que he venido a agradecerle su ayuda y… mire, lo he traído unos caramelos.

Abre el bolso y saca una caja de caramelos y se la tiende. Jerónimo está totalmente sorprendido y asustado, lanzando al suelo la caja y su contenido.

Jerónimo – ¡No quiero sus caramelos!

Magdalena – Lo siento. De haberlo sabido le hubiera traído bombones. ¿Le gusta el chocolate?

Jerónimo – Mire, déjelo… No tengo tiempo para estas cosas…

Magdalena – ¿Y unas flores?

Jerónimo – ¿Acaso piensa que no tengo nada más que hacer?

Magdalena – No, por supuesto, pero…

Jerónimo – Además, ¿se da cuenta de lo que dice?

Magdalena – No sé de qué me habla…

Jerónimo – Es usted tres veces más rica que antes… ¿Puede explicarme qué hizo para conseguirlo?

Magdalena – Pues… Nada…

Jerónimo – ¿Y no le da vergüenza?

Magdalena – No… La verdad…

Jerónimo – ¡Venga, acérquese…!

Magdalena obedece, se tumba sobre las rodillas de Jerónimo y éste le da un azote.

Jerónimo – ¿Le da o no le da vergüenza?

Magdalena – Quizá… un poquito…

Jerónimo – Pues bien…¡Márchese de una vez!

Magdalena – Está bien, señor Zapatero…

Magdalena sale, apenada. Entra Dominga, en tromba, con la cara chamuscada por la explosión de uno de los sobres trampa.

Jerónimo – ¿Y ahora qué?

Dominga – Lo siento mucho. Por supuesto se trata de un error porque, de costumbre, tan sólo piden cita las clientas insatisfechas. Además, como puede ver, mi estado es bastante traumático.

Entra Claudia. Dominga se eclipsa.

Jerónimo – Estoy muy confuso. Pensé que… La verdad es que me parece que me he pasado un poco.

Claudia – En efecto (Dubitativa) Nunca pensé que bajo esos aires de perro machacado se escondiera un verdadero pitbull…

Jerónimo – ¿Me va a poner de patitas en la calle? A mi mujer le gustaría que conservara este trabajo.

Claudia – ¿Echarle? Nada de eso! Además la última clienta salió encantada de este despacho. Incluso está dispuesta a confiarnos todos sus ahorros.

Jerónimo – ¿No me diga?

Claudia – Me estoy planteando el hecho de ampliar el perímetro de sus competencias.

Jerónimo – ¿Mis competencias?

Claudia – Pero antes tendrá que pasar un test para comprobar que efectivamente cumple las expectativas necesarias. (Claudia empieza a desnudarse y se lanza sobre él) Yo también he tenido suculentas ganancias, Jerónimo… Creo que merezco un buen castigo…

Pulsa el botón rojo que empieza a oscilar, mientras suena la alarma.

OSCURO

LUZ

Claudia vuelve a vestirse. Jerónimo también se ajusta la ropa. Dominga entra con un nuevo retrato que cuelga de la pared en lugar del antiguo: un Cristo crucificado. Jerónimo se acerca al retrato y lo observa.

Jerónimo – ¡Pero si soy yo!

Dominga – ¡Usted es el empleado del mes!

Claudia – Estará contento ¿verdad?

Dominga – Su mujer va a sentirse orgullosa de usted, señor Zapatero.

Jerónimo está desconcertado.

Claudia – Acabamos de enterarnos que nuestro banco ha quebrado

Dominga – Las viudas arruinadas, se aglomeran contra las rejas de la agencia.

Claudia – Hay que encontrar rápidamente la fórmula para calmarlas.

Jerónimo – Ya veo… Tendré trabajo en abundancia.

Dominga – No creo que eso baste.

Claudia – Habrá que pensar en algo excepcional.

Dominga – Un gesto simbólico.

Claudia – Puedo decirle, Jerónimo, que incluso está en juego la supervivencia de nuestro sistema bancario.

Jerónimo – Se trata de una pesadilla ¿verdad?

Claudia (a Dominga) – Vaya a buscar la hoz y el martillo!

Dominga – Habrá querido decir, el martillo y los clavos, supongo

Claudia – ¡Haga lo que le digo! (Sale Dominga) Habrá que echarle mucho valor, Jerónimo.

Se enciende la señal roja y salta la alarma.

OSCURO

LUZ

Jerónimo duerme reclinado en su sillón. Suena el teléfono. Se despierta sobresaltado y descuelga.

Jerónimo – ¿Sí…? ¿Es usted Dominga? Sí, claro, de acuerdo… No, voy tirando.. Me adormilé un rato y tuve una pesadilla.

Se levanta todavía un poco aturdido, se dirige al pedestal y coge el termo.

Jerónimo – Necesito un café…

Inclina el termo para servirse el café en el vaso del mismo pero tan sólo surge un humo blanco que se extiende por el escenario, bañado por una luz irreal, mientras resuena una voz que puede ser la de Claudia.

Claudia – Tiene derecho a pedir un deseo, señor Carpintero…

Jerónimo – Me llamo Zapatero….

Claudia – Tanto da.

Jerónimo – Además, normalmente se piden tres deseos…

Claudia – Recuerde que estamos en crisis, señor Zapatero..

Jerónimo – ¿Un solo deseo…? Veamos… ¿Me pueden traer un café?

OSCURO

LUZ

Jerónimo duerme en su sillón. Entra Marisa en el despacho y le ve.

Marisa – ¿Jerónimo?

Jerónimo – ¿Marisa? Pero… ¿Qué haces tú aquí…?

Marisa – Le pedí a tu secretaria que me anunciara, pero como no contestabas…

Jerónimo – Perdona.. Me quedé adormilado un instante.

Marisa – ¿Has olvidado que teníamos que comer juntos?

Jerónimo – Pues sí… Naturalmente… Ya estoy listo… ¿Vamos?

Marisa – Sí… Vamos… Pero, ¿estás bien?

Jerónimo – No ocurre nada… Cosas de la rutina…

Marisa – De acuerdo…

Se disponen a salir.

Jerónimo – La verdad es que acabo de tener un sueño increíble… No puedes ni imaginar lo que he soñado…

Marisa – ¿Y eso?

Jerónimo – No vas a creerme, pero soñé que estaba casado contigo.

Marisa – Pero Jerónimo… Si yo soy tu mujer.

Jerónimo – ¿No me digas….? Entonces me parece que la pesadilla todavía no ha terminado…

Salen.

OSCURO

FIN

 

El autor

Jean-Pierre Martinez es autor teatral y guionista francés de origen español. Nacido en 1955 en Auvers-sur-Oise, sube al escenario primero como baterista en diversos grupos de rock, antes de hacerse semiológo para la publicidad. Luego trabaja como guionista para la televisión, y vuelve al teatro como autor. Ha escrito mas de 60 guiones para distintas series de la televisión francesa, y 61 comedias para el teatro (13 y Martes, Strip Poker, Bar Manolo, Ella y El, Muertos de la Risa, Breves del Tiempo Perdido, El Joker…). Actualmente es uno de los autores contemporaneos mas representados en Francia, y varias de sus obras han sido ya traducidas en español y en inglés. Es licenciado en literatura española e inglesa (Sorbonne), en linguística (Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales), en economía (Institut d’Études Politique de Paris), en escritura de guiones (Conservatoire Européen d’Ecriture Audiovisuelle). Jean-Pierre Martinez ha escogido ofrecer todos los textos de sus obras para descargar gratuitamente en su web : comediatheque.net.

 

Otras obras del autor

13 y Martes

Bar Manolo

Breves del Tiempo Perdido

Crisis y Castigo

El Joker

Ella y El, Monólogo Interactivo

EuroStar

Foto de Familia

Muertos de la Risa

Por Debajo de la Mesa

Pronóstico Reservado

Strip Poker

Un Ataúd para Dos

Zona de Turbulencias

Este texto está protegido por las leyes

relativas al derecho de propiedad intelectual.

Toda copia es susceptible de una condena,

hasta de 300 000 euros y 3 años de prisión.

 

 París – Octubre de 2016

© La Comédi@thèque – ISBN 978-2-37705-016-1

http://comediatheque.net

Crisis y castigo Lire la suite »

Zona de Turbulencias

Una comedia de Jean-Pierre Martinez 

Posibles repartos : 1 hombre y 1 mujer, 2 mujeres o 2 hombres

La directora de una revista sensacionalista se cruza por casualidad, en un avión, con un tanatopráctico que dice conocer una noticia bomba, lo que le hace soñar con una tirada record. Las cosas se complican porque este encuentro tiene lugar en un vuelo Paris-Tokio: doce horas a puerta cerrada, sin forma de comunicarse con el exterior. Tener en las manos una noticia bomba y no poder publicarla… ¡Un verdadero martirio japonés! Una comedia que concluye en fabula sobre la hipócrita sociedad que nos rodea.


Aquellos textos los ofrece gratuitamente el autor para la lectura. Sin embargo cualquier representación pública, sea profesional o aficionada (incluso gratuita), debe ser autorizada por la Sociedad de Autores encargada de percibir los derechos del autor en el país de representación de la obra. 


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TEXTO COMPLETO DE LA OBRA

Zona de Turbulencias

PERSONAJES

Claudio (o Claudia)

Victoria (o Víctor)

Posibles repartos : 1 hombre y 1 mujer, 2 mujeres o 2 hombres
Para conseguir una version con 2 hombres o 2 mujeres,
solo falta cambiar los sexos de los personajes de la obra.

Prólogo (optativo)

En oscuro (por lo tanto, en silencio) como si el espectáculo fuera a comenzar. No ocurre nada durante un largo tiempo, lo suficiente para que la gente se sienta incómoda. La luz incide sobre un hombre y una mujer sentados en un rincón del patio de butacas que, en teoría, no se conocen. El espectador, de nombre Claudio, consulta, con nerviosismo, la Guia del Ocio. Mira el reloj. La espectadora, a la que llamaremos Victoria, pica palomitas de un gran cucurucho. Mastica compulsivamente y de forma poco discreta.

Claudio – Normalmente son los espectadores los que llegan tarde al teatro. Lo extraño es que lo hagan los actores.

Silencio

Victoria (inquieta) – ¿Me permite que le eche un ojo a la Guía? A lo mejor es que han anulado la función.

Claudio le entrega la Guía. Victoria tiene dificultades para abrirla por culpa del cucurucho de palomitas.

Victoria (entregándole el cucurucho) – ¿Le importa?

Claudio duda, pero acepta. Victoria ojea la Guía pero no encuentra nada. Claudio prueba una palomita y hace un gesto de repugnancia.

Victoria (renunciando) – Perdone, pero estoy acostumbrada al la cartelera del País…

Claudio (con gesto de asco) – No me gustan nada estas palomitas.

Victoria le devuelve la Guía y recupera el cucurucho.

Victoria – De todas formas ya es demasiado tarde para una sesión de cine nocturno… Qué le vamos a hacer. Prefiero ver qué pasa…

Claudio – Espero que valga la pena…

Victoria – Son malas las críticas?

Claudio (volviendo la cabeza) – Parece que no hay mucha gente…

Victoria – No se puede una fiar de las críticas. No valen un pimiento… Seguro que untan a los críticos para que hablen bien y luego nadie se atreve a decir ni pío con tal de no pasar por imbécil. Si no lo has entendido es porque se trata de una obra profunda, te dicen.

Claudio – Por lo menos la gente normal disfruta con las comedias, a pesar de que los críticos las encuentren siniestras… Es muy difícil hacer reír a un crítico.

Victoria – ¿Es usted crítico?

Claudio – ¿Usted no?

Victoria – Yo soy actriz

Claudio – ¿Ah, si…?

Victoria – Aparte de los críticos y los actores, poca gente más va al teatro. Un espectador de cada dos es actor. Acabaremos por no saber dónde está el escenario

Claudio- ¿Sabe usted de qué va esta obra?

Victoria – No… Pero tengo una amiga que actua en ella. He venido a verla… Para quedar bien…

Claudio – ¿Es una actriz conocida?

Victoria – Trabaja casi siempre en teatro…

Claudio – Pues entonces… (Breve silencio, dudoso) ¿De verdad es usted actriz?

Victoria – ¿Le parece que no lo hago bien?

Claudio – Ni mucho menos… Es usted muy buena…

Victoria – Actriz por la noche y cuidadora en un museo por la mañana.

Claudio – Dados los repertorios modernos, ambas profesiones tienen mucho en común.

Silencio.

Victoria – Se acabaron las palomitas.

Claudio (suspirando) – A lo mejor nos morimos de hambre mientras esperamos que empiece.

Victoria – Parece como si nos hubieran olvidado…

Claudio – Dentro de unos años, la señora de la limpieza encontrará nuestros esqueletos juntitos, tomados de la mano.

Victoria – ¿Tomados de la mano?

Claudio (con una sonrisa ambigua) – Cuando notemos a se acerca el final quizá podríamos añadir un poco de ternura. Somos como dos naufragos en una isla desierta, ¿no le parece?

Victoria – ¿Cree que nos devolverán el dinero?

Claudio (extrañado) – Pero ¿Usted ha pagado?

Victoria – Pues no…

Claudio – En ese caso….

Se levantan para salir.

Claudio – Podríamos volver otro día…

Victoria – No creo que siga en cartel, dado su enorme éxito…

Claudio – Pues iremos a ver otra cosa

Victoria – ¿Me está invitando?

Claudio (sacando unas entradas) – Para dos personas.

Victoria – Espero que esa obra empiece a la hora… ¿De qué va?

Claudio – Se llama ¿Algún viajero sabe pilotar?

Intercambian una mirada dubitativa.

Victoria – ¡Vaya título! Seguro que es una tontería ¿No le parece?

Claudio –No olvide conectar su portátil…

Victoria – Anda, pues había olvidado desconectarlo.

Se marchan. Claudio coloca su mano sobre el hombro de Victoria, que parece intentar rechazarla, pero sin hacerlo realmente.

OSCURO EN LA SALA

ACTO 1

Victoria y Claudio están sentados, uno junto a otro, en un avión. Se supone que en primera clase. Ningún decorado especial. El telón entre el escenario y la sala hará de separación entre la primera clase y la turística. Victoria, una mujer de negocios, parece somnolienta. Lleva puestos los cascos. Claudio, con aire más popular, esta despierto y degusta una copa de champagne.

Claudio – ¿Sabe usted a qué altura volamos?

Victoria, sorprendida, se quita los auriculares.

Victoria – Pues… no… Y tampoco me importa.

Claudio – Acaba de decirlo el piloto!

Victoria – Lo siento, no le he escuchado… Intentaba dormir un poco…

Claudio – ¿Según usted…?

Victoria – Ocho mil…?

Claudio – Diez mil metros! ¿Se da cuenta? Diez kilómetros!

Victoria – Si, lo había entendido perfectamente… Diez mil metros…

Claudio – La misma distancia que entre Madrid y Alcorcón, pero en vertical!

Victoria – Usted vive en Alcorcón ¿verdad?

Claudio – ¿Cómo lo ha adivinado?

Victoria – Pura intuición…

Claudio – Se va a reír, pero es la primera vez que subo a un avión.

Victoria – ¡No me diga!

Claudio – Gané un concurso… Un viaje para dos personas a Tokio!

Victoria – Pues, para un bautismo del aire, le ha tocado el lote más gordo. Está justamente en las antípodas. Espero que no le tenga pavor a los aviones, como me ocurre a mí…

Claudio – No tuve que hacer nada extraordinario. Se trataba de un sorteo…

Victoria – Ya veo…

Claudio – Y, en primera clase. Se da usted cuenta de lo que esto significa? Para serle sincero le diré que no tengo ni idea de cómo es la clase turística…

Victoria – Uhmmm

Claudio hace un gesto como señalando a la zona turística.

Claudio – ¿Ha estado usted allí alguna vez?

Victoria – ¿En Japón?

Claudio – No. En la clase turística.

Victoria – Pues….

Claudio – Supongo que a ellos no les darán champagne.

Victoria – Seguramente no… Quizá ni siquiera les den agua…

Claudio – ¡Joder! Y, como antes de embarcar te quitan todos los líquidos por miedo a los explosivos… ¿Se da cuanta? Doce horas sentados y sin beber.

Victoria – ¿Sentados? No me haga reír! No tienen bastantes sitios para que todos se sienten al mismo tiempo… La mayor parte viajan de pie, igual que en el metro… Se van sentando por turno…

Claudio – No es posible!

Victoria – Por eso las azafatas les esconden detrás de la cortina… Es para evitarnos un espectáculo tan triste… Sin embargo se sabe que están ahí… Hace un momento me ha parecido oír llorar a un bebé… De sed, sin duda…

Claudio – ¡Pero eso es terrible!

Victoria – Vamos… No se preocupe… Estaba bromeando.

Claudio – ¡Menos mal…!

Victoria – La clase turística no es muy distinta de ésta. Los asientos quizá son menos anchos, pero aun así… El champagne lo pueden tomar pagándolo. Eso es todo.

Claudio – Entonces ¿por qué viaja usted en primera clase?

Victoria – Pues… Porque…

Claudio – Ni siquiera ha bebido champagne!

Victoria – Tiene razón… Digamos que se trata de una costumbre porque, normalmente, en primera clase se viaja más tranquilo..

Claudio – Es decir que, por lo general, no se coincide usted con gente como yo.

Victoria – Lo siento. No quería decir eso… Yo ni siquiera me ocupo de sacar los billetes. Lo hace mi secretaria. Imagino que nunca se le ha pasado por la imaginación el sacarme un billete de clase turística.

Claudio – No, la culpa es mía… No sé por qué…Imaginaba que ocurría igual que en el Titanic…

Victoria – ¿El titanic?

Claudio – ¿Ha visto la película?

Victoria – Claro, como todo el mundo… La verdad es que prefiero no pensar demasiado en esas cosas, sobre todo cuando viajo a Tokio…

Claudio – Entonces también usted va a Tokio?

Victoria – Este es un vuelo sin escalas por lo tanto, todo el mundo va a Tokio… A menos que una parte del avión, por ejemplo la clase turística, baje en Bangkok o en Singapur.

Claudio –Tiene razón. Soy un estúpido… No estamos en el Ave… Y lo digo sin conocimiento de causa. Tampoco he viajado nunca en el tren de alta velocidad.

Victoria – Evidentemente no es usted un hombre muy viajado… Sáqueme de dudas… ¿Se ha subido alguna vez un tren, aunque sea normal?

Claudio – Pues sí… Cojo el metro todas las mañanas, desde Alcorcón a hasta Sol… Para ir a trabajar…

Victoria – Pero a qué venía lo del Titanic al margen de para ponerme nerviosa?

Claude – Se acordará que en el Titanic el protagonista viajaba en tercera clase y ella en primera. Por lo que se ve, en aquella época, existía una enorme diferencia social…

Victoria – A lo mejor por eso han suprimido la tercera clase en los aviones y sólo hay una clase en el metro…

Claudio – La democratización de los transportes….

Victoria – Podríamos decir que se trata del final de la lucha de clases.

Claudio – Tiene gracia, ahora que lo pienso él también había ganado el pasaje en un juego.

Victoria – ¿A quién se refiere?

Claudio – ¡Di Caprio! Ganó el pasaje para América jugando a las cartas! Por eso pudo evitar que Kate Winslet se suicidara!

Victoria – El proletario arribista y la millonaria depresiva. Otra forma de poner fin a la lucha de clases…

Claudio – Al menos fue el comienzo de una gran historia de amor…

Victoria – Una gran historia que acabó fatal…

Claudio – ¿Que es lo que acabó fatal?

Victoria – Parece que no recuerda ciertos detalles de la película… Una historia de amor que comienza en el Titanic difícilmente puede terminar bien….

Claudio – Llevamos dos horas de viaje… Pronto sobrevolaremos Siberia.

Victoria – Mmm….

Claudio – Diez kilómetros en vertical… Ha escuchado las recomendaciones de seguridad? Yo no me he enterado de casi nada…

Victoria – De cualquier forma, en caso de caída en picado sobre Siberia… No creo que nos salváramos con un simple flotador en la cintura…

Claudio – ¿Está usted segura de que no quiere una copita de champagne? Quizá sea la última copa de su vida….

Victoria – No, gracias.

Claudio – Creo que estamos todavía a tiempo… Bastará pulsar este botoncito para que acuda la azafata…

Victoria – Tomé un relajante antes de embarcar. Prefiero no mezclar.

Claudio – Es la primera vez en mi vida en que, tan sólo con pulsar un botón, podría hacer aparecer a un joven apuesto dispuesto a cumplir todos mis deseos. Le confieso que estoy tentado de hacerlo. Quizá esté ya en el paraíso …

Victoria – Los tiempos cambian, es verdad… Pero, a pesar de la paridad, todavía quedan algunas azafatas en los aviones. No todas han sacado el título de piloto.

Claudio – Mientras nos traigan champagne…

Victoria – Lo siento de verdad, pero no puedo acompañarle. He de tener las ideas claras al llegar a Tokio. Y, con la diferencia horaria no lo tengo tan claro…

Claudio – Es verdad… La diferencia horaria! Eso también es nuevo para mi… Lo más lejos que he viajado ha sido a Cuenca, en viaje de novios y, de eso ya ni me acuerdo…

En Tokio hay doce horas más ?

Victoria – Diez horas…

Claudio – Entonces es como si perdiéramos diez horas de nuestra vida! La verdad es que si se piensa bien…

Victoria – Pues, si…

Claudio – ¿Pero, dónde van a parar esas diez horas? ¿A una Cuarta Dimensión?

Victoria – ¿Una Cuarta Dimensión?

Claudio – Sí, esa serie antigua americana en blanco y negro.

Claudio canturrea la música de la Cuarta Dimensión

Claudio – Tin lin lin lin, tin lin lin lin, tin lin lin lin…

Victoria empieza a impacientarse

Victoria – Ya… ya me acuerdo…

Claudio – Pues bien, uno de los episodios está rodado dentro de un avión…

Victoria – Primero el Titanic, ahora la Cuarta Dimensión… Ya veo que está dispuesto a hacerme flipar…

Claudio – Perdone… No le contaré lo que ocurría en ese episodio, se lo prometo… Pero, desde luego puedo asegurarte que sí, que era flipante…

Victoria – Oiga, usted me dijo que había ganado un viaje a Tokio para dos personas, ¿no es así?

Claudio – Sí

Victoria – ¿Entonces, qué ha hecho con su mujer? ¿Acaso viaja de pie en clase turista?

¿O ha desaparecido en la Cuarta Dimensión?

Claudio – Mi esposa murió…

Victoria – ¡Cuánto lo siento…!

Claudio – La verdad es que fue mi mujer la que se apuntó al concurso… Murió poco tiempo después de haber ganado.

Victoria – ¿Por la emoción, quizá?

Claudio – Realmente no lo sé.

Victoria – No está obligado a contarme lo ocurrido…

Claudio – Trabajaba con un mayorista de congelados… El “Buey feliz”… ¿Lo conoce?

Victoria – Soy vegetariana.

Claudio – Cuando supo por una llamada al móvil que había sido premiada estaba colocando los chuletones congelados en la cámara. Fue un viernes por la tarde. Sus colegas no se dieron cuenta de nada. Seguramente se marearía…

Victoria – ¡Es horrible!

Claudio – Yo había ido a visitar a mi madre a Albacete. Normalmente la visito dos veces al mes. Por lo tanto no pude echarla de menos. Cuando la encontraron el lunes por la mañana estaba dura como una piedra.

Victoria – ¡Dios mío!

Claudio – Tenía el móvil en la mano… Pensé, incluso, en conservarla así por si un día se la pudiera reanimar.

Victoria – Cuando la medicina haya progresado lo suficiente…

Claudio – Pero como mi mujer era bastante corpulenta hubiera sido imposible meterla en nuestro congelador. Además, seguro que habría tenido que hacer un montón de gestiones administrativas. Y, de eso entiendo bastante. Trabajo en el ramo y, no soy de los que les gusta llevarse la tarea a casa.

Victoria – ¿Trabaja usted con electrodomésticos?

Claudio – Me dije, además, que tampoco le iba a hacer ningún bien a mi esposa. Ha visto usted la película ”Hibernatus”

Victoria – ¿Con Luis de Funes?

Claudio – Imagine que nuestro avión se estrella en el norte de Siberia, que nos quedemos atrapados en el hielo y que nos descongelan dentro de dos o trescientos años?

Victoria – Me parece que voy a tomar otro lexatín.

Ya bastante ida, vuelve a tomar otra pastilla.

Claudio – Y, así fue como llegué a esta primera clase.

Victoria – Solo

Claudio – Pues claro. No tuve más remedio que venir solo. ¿Acaso piensa que, en tan poco tiempo, podría haber sustituido a mi difunta? Por eso es por lo que, en lugar de dos billetes me ofrecieron este en primera.

Victoria – ¿No me estará tomando el pelo, verdad, como yo hice hace un rato con lo de la clase turista?

Claudio – Nunca bromearía con algo así… Al fin y al cabo se trata de mi mujer…

Victoria – Usted perdone, pero como no he visto que estuviera usted…

Claudio – ¿Muy afectado…? Mire, voy a confiarle algo : mi mujer y yo estábamos muy distanciados, después de tantos años… No puede decirse que ella fuera muy… fogosa. Tiene gracia que yo diga una cosa así cuando finalmente la pobre murió aplastada por dos pilas de chuletones congelados…. ¿Cree usted que la forma de morir tiene un sentido? Quiero decir… en relación con la forma en que se ha vivido?

Victoria – Ni idea…

Claudio – En resumen, evidentemente estoy afectado por el hecho de que mi mujer haya muerto, pero… entre nosotros, esa relación ya no tenía sentido.

Victoria – ¿De verdad…?

Claudio – Qué quiere que le diga… Cuando no se tienen los mismos gustos…

Victoria – Pues si…

Claudio – Descubrí un poco tarde que me gustaban los hombres.

Victoria (chocada) – ¿No me diga?

Claudio – Quiero decir que me gustan los hombres no sólo como amigos… si no también para … ¿Comprende lo que le digo?

Victoria – Claro que le he entendido. No hace falta que se rompa el cerebro para explicármelo.

Claudio – ¿Sabe cómo me di cuenta?

Victoria – A lo mejor le sorprende, pero… la verdad es que no se si quiero que me lo cuente…

Claudio – Fue viendo la película “Titanic”.

Victoria – Porque la vio con un amigo…

Claudio – No, pero cuando Leonado di Caprio abraza a Kate Winslet, me di cuenta que me identificaba mucho más con Kate Winslet.

Victoria – ¡Vaya..! Por supuesto no por una semejanza física, imagino. Quiero decir que no se le podría confundir fácilmente con Kate Winslet….

Claudio – ¡Ahora ya lo sabe todo! Para mí esa película fue como una revelación. Después de haberla visto nunca más volví a mirar a mi mujer de la misma forma. Mi cuñado, al contrario…

Victoria – Al final, para usted ha sido una suerte que su mujer haya muerto… Quiero decir que ese hecho simplifica las cosas…

Claudio – Pues sí… Es cierto que, en principio, tenía que haber viajado con ella a Tokio….

Victoria – Sobre todo porque fue ella la que ganó el premio…

Claudio – Claro

Victoria – ¿Y de qué iba el concurso?

Claudio – Algo muy simple. Se cortaba el cupón de una revista, se enviaba a la dirección dada y luego el azar decidía. Casualmente fue ella la afortunada…

Victoria – ¿Una revista?

Claudio – Sí, una de esas sensacionalistas…

Victoria – ¿Cuál?

Claudio le muestra la portada de la revista que está a los pies de Victoria.

Claudio – Justamente la que estaba usted leyendo hace un momento.

Victoria – Ya…

Claudio – No me diga que usted también ha sido la ganadora de otro viaje a Tokio y que su marido tuvo una crisis cardiaca al enterarse?

Victoria – No…Ni mucho menos…

Claudio – De haber ocurrido así podríamos estar hablando de una señal del destino. La prueba de que estaba previsto que nos encontráramos…

Victoria – La verdad es que… Soy yo la que organizó ese concurso. Vamos, mi revista…

Claudio – ¿Su revista?

Victoria – Si, la revista “Sensacional”… Soy la redactora jefe..

Claudio – ¡Increíble! ¡Es usted…! ¡Eso sí que es sensacional!

Victoria – Lamento mucho lo de su mujer… En cierto modo me siento responsable…

Claudio – Es verdad que sin el concurso mi mujer estaría sentada en el asiento que usted ocupa…

Victoria (a la defensiva) – Pues si… Pero, por otro lado, sin ese concurso, jamás hubiera viajado usted a Tokio….

Claudio – Tiene usted razón… Incluso si mi mujer no se hubiera quedado petrificada al saber que había ganado, ella y yo estaríamos sentados detrás de esa cortina. En clase turista! En lugar de eso estoy sentado a su lado, en primera!

Victoria – Así es…

Claudio – Lo que, bien mirado, tiene también su lado de azar, ¿no le parece?

Victoria – No sé si puede considerarse que así sea…

Claudio – ¿Qué es lo que va a hacer en Japón, porque usted no está de vacaciones.

Victoria – Mi revista va a sacar una edición japonesa. Voy a Tokio para el lanzamiento del primer número. Es algo muy importante para nosotros. Hemos invertido mucho en este proyecto. También por eso estoy tan nerviosa

Claudio (cogiendo la revista) – “Sensacional”… O sea que usted se ocupa de los chismes y de la belleza de las mujeres.

Victoria – En efecto, esa es, más o menos, la línea editorial de nuestra revista.

Claudio – Pues, aunque no lo crea, usted y yo hacemos un trabajo parecido.

Victoria – ¿Usted cree? Usted también se ocupa de los chismes y de la belleza de las mujeres del mundo? ¿A qué se dedica, si puede saberse? ¿Acaso es usted peluquero?

Claudio – Entre otras cosas… A las mujeres las maquillo, les hago la manicura, las peino… Pero tan sólo cuando están muertas…

Victoria – ¿Perdón?

Claudio – Soy tanatopráctico.

Victoria – ¿No me diga?

Claudio – Por lo tanto trabajo para que las mujeres estén bellas. Bueno, más bien de darles un aspecto humano… Y por lo que se refiere a los chismes del mundo, le aseguro que me entero antes que la prensa de la muerte de una celebridad.

Victoria – Parece interesante.

Claudio – Lógicamente cuando alguien muere, sea célebre o no, primero se entera la policía y luego, nosotros… Sabemos cuando, cómo y con quien…

Victoria – Ya veo… Nunca se me hubiera podido ocurrir ponerme en contacto con las pompas fúnebres para que me informaran, pero le aseguro que resulta tentador…¿Me da una tarjeta?

Claudio – ¡Nosotros nos debemos al secreto profesional! Como los médicos, los jueces y las prostitutas…

Victoria – Por supuesto… Pero usted sabe que, como periodistas, tenemos el deber de mantener oculta la fuente informativa.

Claudio – Parece increíble que estemos sentados uno al lado del otro en este avión. ¿Usted cree que tiene algo que ver el destino?

Victoria – Así es como llaman los supersticiosos a la casualidad

Claudio – Es muy bonito eso que acaba de decir… Parece un proverbio japonés…

Victoria – Invento muchos al cabo del día…

Claudio – Me gustaría llamar a mi madre y contarle al lado de quién estoy sentado. Es una lectora muy fiel de “Sensacional”… ¿Le importaría hablar un momento con ella? Si no nunca va a creerme.

Claudio saca el móvil.

Victoria – Estaré encantada… Pero creo que deberá esperar a que lleguemos a Tokio para llamar a su madre.

Claudio – ¿Y eso?

Victoria – Porque el móvil no puede utilizarse durante el vuelo.

Claudio – Bien… Entonces… Realmente se trata de una cuarta dimensión… No lo sabía…

Claudio guarda el móvil

Victoria – Doce horas sin llamar y sin enviar un WhatsApp… Puede creerme que, para muchos, es peor que doce horas sin comer y sin beber…

Claudio – Pues sí… Sobre todo, imagino que para el redactor jefe de una revista sensacionalista… O sea que si se enterara de una noticia sensacionalista durante el viaje, no podría contárselo a nadie…

Victoria – ¿Una noticia sensacionalista?

Claudio – Sí, un chisme como se dice en su oficio.

Victoria – Pero no veo de qué tipo de chisme podría tratarse. Estamos en un avión completamente apartado del mundo.

Claudio – Nunca se sabe…

Victoria – Imagine que el piloto anuncia que acabamos de perder uno de los reactores y que estamos a punto de estrellarnos en lo más profundo de Siberia…

Claudio (misterioso) – Hun, hun…

Victoria – Claro que eso no sería noticia a no ser que hubieran una o dos celebridades a bordo.

Claudio – ¿Y quién le dice que no las haya?

Victoria – ¿No irá usted a decirme que es Leonardo Di Caprio?

Claudio – Por supuesto, pero imagine que le cuente algo que no sabe nadie todavía…

Victoria – ¿Usted?

Claudio – Ya le he dicho que hay ciertas cosas que un director de funeraria es el primero en saberlas.

Victoria – Pues… Adelante…

Claudio – Siempre que me prometa que no tiene forma de publicarlo antes de aterrizar en Tokio.

Victoria – Imposible. Ni aunque se tratara de la noticia del siglo.

Claudio – Créame si le digo que es algo acojonante… Algo que no llegará a los medios antes de doce horas.

Victoria – Le aseguro que está poniendo a prueba mi curiosidad… Soy toda oídos…

Claudio – Agárrese bien : Massiel ya no está en este mundo…

Victoria – Massiel?

Claudio – Massiel

Victoria – ¿Y esa es la noticia tan importante?

Claudio – Sí, Massiel

Victoria – Pero si hace más de treinta años que no canta!

Claudio – En Ávila, sí ha cantado

Victoria – Sí, en Ávila… ¿Y qué?

Claudio – Ganó un Festival de Eurovisión

Victoria – Massiel… Si la colocáramos en portada en nuestra revista, los más jóvenes se preguntarían quién es y los mayores se preguntarían ¿pero ésta no se había muerto?

Claudio – Quizá aquí en España.

Victoria – Pues sí, la revista es española.

Claudio – Pero, se ha preguntado alguna vez si se la conoce en Japón?

Victoria – ¿En Japón?

Claudio – ¿Tiene usted idea de lo que Massiel representa para los japoneses?

Victoria – ¿Pero qué está diciendo?

Claudio – Simplemente que se trata de la cantante española más famosa en Japón. Un verdadero culto a su personalidad. Para los japoneses Massiel es… es como Kim Jong-il para los habitantes de Coréa del Norte.

Victoria – Cambiándole el pelo y poniéndole unas gafas de sol, podrían parecerse un poco…

Claudio – ¿Usted no se da cuenta de que si diera la noticia de que Massiel ha muerto, los japoneses decretarían tres días de duelo nacional?

Victoria reflexiona y parece tomar conciencia de la trascendencia que podría tener esa noticia

Victoria – Sí, es verdad que allí es muy conocida… En cualquier caso, mucho más que en España.

Claudio – Massiel es lo único que España ha conseguido exportar a Japón. ¡Imagine el impacto que puede ser esta noticia en la portada de la versión japonesa de “Sensacional”!

Victoria – Tiene usted razón… El problema, es que no sabemos si ha muerto realmente… Claro que, siempre podríamos excusarnos diciendo que fue una falsa alarma… Sí, puede ser una bomba, un verdadero chisme a la japonesa.

Claudio – Una bomba planetaria, le aseguro. Massiel es también muy conocida en Rusia, incluso en Siberia.

Victoria – Pero… estando viva, no me parece muy ético…

Claudio – ¿Y si le digo que realmente ha muerto, que fui yo quien la maquilló antes de que la incineraran? Nadie mejor que yo puede saber lo ocurrido.

Victoria – Y, si es así, por qué ocultar su muerte?

Claudio – Siempre se hace de esa forma durante unas horas para que la familia pueda hacer su duelo tranquilamente y organizar las exequias evitando a la masa. Y, todavía hay más. Ni se imaginan dónde la van a enterrar.

Victoria – ¿Se sabe ya?

Claudio – Se sabe…. Y, esa puede ser la segunda noticia bomba.

Victoria – ¿No irán a echar sus cenizas en el Valle de los Caídos junto a la tumba de Franco?

Claudio – Más bien no. Con el fin de agradecer al público japonés su fidelidad durante tantos años en que los españoles no la han hecho ni puñetero caso, vamos, que ya la habían enterrado, dejó escrito en su testamento que su cenizas fueran lanzadas sobre el monte Fukushima.

Victoria – Imagino que ha querido decir monte Fuji-Yama… ¿O sea que van a mandar sus cenizas a Japón?

Claudio – Y es aquí donde surge la tercera y última noticia bomba…

Victoria – ¿O sea que hay algo más?

Claudio – Le aconsejo que se ponga el cinturón de seguridad no vaya a ser que lo que le diga la haga saltar hasta el techo, porque es fuerte… Super fuerte…

Victoria – Vamos, desembuche…

Claudio – Ella está en este avión!

Victoria – ¿A quién se refiere cuando dice “ella”?

Claudio – A Massiel

Victoria – ¿Pero no había muerto?

Claudo – Lo que están aquí son sus cenizas

Victoria – ¿Sus cenizas?

Claudio – Lo decidió así su empresario para evitar que sus fans españoles se opusieran al traslado. Se guardará el secreto hasta que la urna haya llegado al Japón

Victoria – ¿Qué urna?

Claudio – No sé si eres tonta o se lo haces… ¡Pues la urna con sus cenizas! ¿No te das cuenta de que, si se enteraran en España podría ser un escándalo? ¡Massiel es un monumento histórico! En ruinas, pero un monumento.

Victoria – Por supuesto…

Claudio – ¿Puedes imaginar las escenas de histeria colectiva si los japoneses supieran que sus cenizas viajan a bordo de este avión?

Victoria (dudosa) – No me estarás tomando el pelo ¿verdad?

Claudio – Sus cenizas están en la bodega de este avión, justo a nuestros pies.

Victoria – ¿A nuestros pies?

Claudio – Sobre la cabeza de mi mujer.

Victoria – El cuerpo de su mujer está también en la bodega?

Claudio – No… Lo que quiero decir que se lo juro por la cabeza de mi mujer!

Victoria – ¿Y cómo sabes que está a bordo de este avión?

Claudio – Por pura casualidad. No tenía la menor idea de que fuera a tomar el mismo avión que yo, pero cuando registré mis maletas reconocí a su empresario que estaba en la fila, justo delante de mí. Y, sobre todo, reconocí el paquete que llevaba en la mano.

Victoria – ¿El paquete?

Claudio – ¡La urna! Yo mismo la embalé. Es muy frágil. ¡Además no es cuestión de llevarla como equipaje de mano!

Victoria – Podría quedarse dando vueltas en la recogida de equipajes como una vulgar maleta.

Claudio – Es lo que tiene viajar de incognito. Supongo que lo tendrán todo organizado.

Victoria – Ya veo… Como cuando se transporta un órgano en frigorífico para un trasplante de urgencia. Por ejemplo un corazón o un riñón…

Claudio – Bueno… Sí… Pero esto son cenizas… No se trata de filetes de hígado ni de chuletones congelados…

Victoria parece digerir poco a poco tanta información.

Victoria – Pues sí, eso puede ser una noticia bomba, en efecto.

Claudio – Un éxito rotundo para el primer número de tu revista en Japón… 130 millones de habitantes… ¿Te das cuenta de lo que eso supone? ¡Tres veces los habitantes de toda España!

Victoria – Será un número fantástico, estoy segura. Algo que no ocurre más que una vez en la vida de una revista. ¡Sacar una bomba semejante en el primer número de Sensacional en Japón!

Claudio – Por desgracia, al no haber teléfono, tampoco habrá noticia bomba… ¿Conoces algún sistema para hacer llegar la noticia a su redacción…? No podrás hacer nada hasta que lleguemos a Tokio dentro de diez horas…

Victoria – Entonces la revista estará ya en la calle. Ahora deben estar a punto de meterla en máquinas y…!

Claudio – Y, posiblemente dentro de diez horas ya no será una noticia bomba…

Victoria – ¿Tu crees?

Claudio – ¿No pensarás que un secreto así puede guardarse durante mucho tiempo?

Victoria parece totalmente deprimida.

Victoria – Tiene que haber una forma de avisarles

Claudio – Si te lo he contado es porque sabía que la noticia no podía salir de aquí…Ya te he dicho que me debo al secreto profesional. Además, me juego el puesto de trabajo…

Victoria – Mmmm..

Claudio (levantándose) – Perdona. Tengo que ir al baño.

Victoria (ajena) – Hun, hum…

Claudio (señalando el fondo del patio de butacas) – Iré a ese que está por allí, al fondo, así podré ver cómo es la clase turista…

Claudio se levanta

Victoria – ¿Quién será el cretino que ha decidido que no se puede hablar por teléfono, sobre todo en los viajes internacionales?

Claudio – Tampoco se puede hablar en el teatro…Y, a veces la función dura más de dos horas…

Claudio atraviesa el patio de butacas observando la filas de espectadores con gesto de curiosidad y un tanto burlón. Se dirige al público con el texto que sigue o improvisando, según la inspiración del actor y las reacciones del primero.

Claudio – Bueno… Parece que todos los pasajeros han podido sentarse finalmente. (Dirigiéndose a un espectador) ¿Son un poco pequeños los asientos, verdad? (Dirigiéndose a otro) No se moleste, por favor, sólo quiero pasar… Voy al baño… (A un tercero) No sé si los viajeros de la clase turista tienen derecho a utilizar los baños… (A un cuarto) Espero que hayan hecho sus necesidades antes de subir al avión… (A un quinto) Por favor, abróchese el cinturón. No me refiero al de seguridad sino al suyo… (A un sexto) Tiene usted abierta la bragueta…

Claudio sale.

Victoria (enloquecida) – Massiel… Massiel… Pero esto es demencial (Toma otra pastilla) Me parece que no es el momento para dejar de tomar antidepresivos…

OSCURO

ACTO 2

Se ilumina la escena, mientras se escucha a la azafata por los altavoces

Azafata (con extrema amabilidad) – Vamos a penetrar en una zona de turbulencias. Todos los pasajeros deberán volver a sus asientos, colocarse el cinturón de seguridad, y permanecer sentados hasta que se apague la señal luminosa. Gracias por su comprensión.

Claudio atraviesa el patio de butacas, moviéndose por las turbulencias

Claudio – ¡Madre mía! Vaya meneíto que lleva la clase turísta… ¿No se marean?

Lleva en la mano una copa de champagne con la que pretende dar envidia a los supuestos pasajeros

Azafata (seca) – Oiga usted… ¿Acaso está sordo? Vuelva a su asiento y abróchese el cinturón, por favor… ¿de acuerdo?

Claudio se apresura y, titubeante por el supuesto movimiento del avión, vierte un poco de líquido sobre uno de los espectadores.

Claudio – ¡Vaya! ¡Lo siento! Pero no se preocupe, es tan sólo agua. No mancha. Estamos en el teatro, no pensarán que van a servir champagne todas las noches… Además, por lo que han pagado…

Azafata (de nuevo amable) – Perdone señor, no me había dado cuenta que se trataba de un pasajero de primera clase.

Claudio vuelve a sentarse junto a Victoria

Claudio – Tenías razón. No hay tanta diferencia entre la clase turista y la primera. Eso sí… ¡Un gentío! Y todos pegados los unos a los otros, como si fueran sardinas. Los asientos son más estrechos y no hay forma de poder estirar las piernas.

Victoria – Hun, Hun…

Claudio – Ten… Al menos he podido traerte una copa de champagne… Bueno… ¡Lo que he podido salvar! Te aseguro que ha sido un auténtico placer atravesar toda la clase turista con una copa en la mano.

Distraída, Victoria toma maquinalmente la copa que le tiende Claudio.

Victoria – Gracias…

Claudio – Estas dándole vueltas a lo que te he contado, ¿no es así? No debería haberte dicho nada…

Victoria – Muchas revistas como la mía que pagarían caro para poder lanzar una noticia como esa antes que las demás…

Claudio – Y yo le he dado gratis la noticia…

Victoria (histérica) – De nada vale si no puedo publicarla! (Calmándose) ¡Es la peor tortura que puede infringírsele a la directora de una revista sensacionalista! ¡Ponerle al alcance de la mano la noticia del siglo y no poderla aprovechar…!

Claudio – Sí, lo imagino. Una verdadera tortura japonesa… (Victoria le lanza una mirada incendiaria) Deberías intentar dormir un poco.

Victoria (histérica de nuevo) – Y tu crees que, ahora, voy a ser capaz de dormir? (Calmándose) Tiene que haber algún medio de comunicarse con el exterior…

Claudio – Podrías lanzarte en paracaídas sobre Siberia… Si tienes suerte puedes caer sobre una cabina telefónica, aunque no estoy seguro de que tengan cobertura en un lugar tan desértico.

Victoria – Tu crees que el piloto estaría de acuerdo en abrir la puerta del avión en pleno vuelo?

Claudio – ¿Has saltado alguna vez en paracaídas?

Victoria – No debe ser muy complicado…

Claudio – Ni siquiera sé si llevan paracaídas a bordo… La verdad es que serían más útiles en esta zona que los chalecos salvavidas…

Victoria – ¿Y si tuvieran que hacer alguna escala?

Claudio – Eso sería tan sólo en caso de urgencia, porque no creo que sea fácil que el piloto consienta en aterrizar en Irkoutsk o en Novosibirsk.

Victoria – Pensaba más bien en una vuelta atrás.

Claudio – ¿Volver al punto de partida y hacer que el avión aterrice tan sólo para hacer una llamada? ¿No te parece excesivo?

Victoria – Si, parece un tanto difícil

Claudio – Además, ¿tienes algo contundente con que amenazar al piloto? Quizá podría utilizar la cucharita de plástico que te dio la azafata para el café…

Victoria piensa.

Victoria – ¿Te acuerdas de aquél barbudo que llevaba una bomba en los zapatos?

Claudio – Si, claro…

Victoria – Podría decirle a la azafata que llevo una bomba en las bragas y que estoy dispuesta a hacerla explotar si el avión no aterriza inmediatamente.

Claudio – Podría ser… pero tu no tienes barba. Además, para qué querría la directora de “Sensacional” hacer un aterrizaje forzoso en Siberia?

Victoria – No tengo ni idea… Quizá para pedir asilo político…

Claudio – ¿Asilo político? ¿En Siberia?

Victoria – O mejor ¿asilo fiscal?

Claudio – Aunque te creyeran, te detendrían inmediatamente, incluso antes de llamar a tu abogado…

Victoria – Tienes razón…

Claudio – ¡La señal luminosa acaba de apagarse!

Victoria – ¿Y si el terrorista fueras tu?

Claudio – ¿Perdón?

Victoria – ¡Te detendrían a ti, mientras yo hablo tranquilamente por teléfono con mi redacción!

Claudio – ¡Perdona, pero no pienso pasar los próximos veinte años de mi vida en Goulag o Guantánamo! Y eso tan sólo para que, en la portada de la primera edición de su revista, saliera la noticia de la desaparición de la mejor cantante japonesa de todos los tiempos…

Victoria – Es verdad… Tiene algunos rasgos japoneses…

Claudio – Físicamente, supongo.

Victoria – El pelo, el color algo amarillento de su piel, los ojos rasgados… quizá por haberse estirado tanto la piel…

Claudio – ¿Estirarse la piel?

Victoria – Sí hombre… ¡Los liftings!

Azafata (con voz alegre) – Se solicita a Don Claudio que acuda a la zona de azafatas para elegir su premio.

Claudio (excitado) – ¡Yo… Soy yo…! Tendré que abandonarla por un rato. Es algo que formaba parte del premio.

Victoria – ¿El poder tirarte a un azafato?

Claudio – No, por desgracia. Tan sólo me invitan a pasar a la cabina de pilotaje.

Victoria – La chica ha hablado de un premio que podías elegir…

Claudio – Sí, podía elegir o bien pilotar el aparato durante unos minutos o que me entregaran una colección de pipas libres de impuestos… Pero… como he dejado de fumar…

Victoria – ¿No me digas?

Claudio – ¿Acaso no te acuerdas de lo que tu misma estableciste como premios?

Victoria – ¡Claro…! ¡El piloto!

Claudio – ¿Qué…?

Victoria – Él sí puede comunicarse con el exterior!

Claudio – Por supuesto.

Victoria – Y, podría enviar un mensaje a la torre de control.

Claudio – ¿Qué tipo de mensaje? ¡Aquí la directora de “Sensacional”… Massiel ha muerto!

Victoria – ¿Por qué no?

Claudio – Podría ser en caso de haber muerto en el avión… De lo contrario no tendría el menor interés para la torre de control.

Victoria – Tiene razón. (Piensa) Entonces le diremos al piloto que tengo que contactar urgentemente con nuestra familia en Tokio… y así podré pasar la noticia a mi revista….

Claudio – ¿Nuestra familia?

Victoria – Puedo hacerme pasar por su hermana.

Claudio – No te pareces en absoluto a mi hermana.

Victoria – ¿Y ellos qué saben?

Claudio – Bueno, admitámoslo…¡ Pero eso de nuestra familia en Tokio… Ni tu ni yo tenemos rasgos asiáticos.

Victoria – Podemos decirles que fuimos adoptados al nacer por una pareja de japoneses…

Claudio – ¿Al nacer? Pero si no nos parecemos en absoluto!

Victoria – ¿Entonces?

Claudio – ¡Entonces resulta que nunca pudimos ser adoptados al nacer!

Victoria – Pues en ese caso mejor será que vayas tu solo y les digas que tienes necesidad absoluta de contactar inmediatamente con tu mujer.

Claudio – Imposible. Todos saben que mi mujer ha muerto, por eso me pusieron en primera clase…

Victoria – ¿Lo haces a propósito o qué? Poco importa lo que se les digas…Tenemos que encontrar una fórmula.

Claudia – Te escucho.

Victoria – Te dijeron que podrías pedir un deseo. Pues, entonces, te doy el teléfono de mi redacción en Tokio y haces como si llamaras a tu madre para saludarla desde la cabina de pilotaje… Y, ya está…

Claudio – Mi madre vive en Albacete.

Victoria – ¡Ya está! Les entraremos por algo dramático.

Claudio – ¡Qué miedo te tengo!

Victoria – Puedes decirles que tu madre tiene un cáncer terminal y que viajó a Japón para ponerse en manos del mejor especialista. Tu vas a verla, pero seguramente han debido operarla ya porque su estado se agravaría de repente.

Claudio – ¡Pobrecita mi mamá!

Victoria – Perfecto… Es imprescindible que sea algo trágico… Tienes miedo de que tu madre no salga viva del quirófano y quieres decirle tu último adiós… Por si…

Claudio – ¡Dios mío!

Victoria – Te recuerdo que lo de tu madre es mentira.

Claudio – Por supuesto…

Victoria – En un momento de la conversación deberás decir que Massiel ha muerto.

Claudio – Eso no puede funcionar… Mi madre detesta a Massiel, casi tanto como odiaba a mi mujer…

Victoria – ¡Pero no es con su madre con quien vas a hablar, sino con la redactora en jefe de la versión japonesa de “Sensacional”!

Claudio – Sí… Tiene razón….

Victoria – ¿Estás seguro de poder hacerlo?

Claudio – ¿Cuánto?

Victoria – ¿Perdón?

Claudio – Me dijiste que cualquier revista estaría dispuesta a pagar una fortuna por publicar esta información antes que las demás.

Victoria – Eso te lo dije cuando pensé que no había forma alguna de hacer llegar la noticia a mi revista…

Claudio – ¿Entonces?

Victoria – ¿Mil? (Claudio no parece estar de acuerdo) ¿Diez mil?

Claudio – Se trata de triunfar o hundirse en el lanzamiento de tu revista en Japón.

Victoria – Está bien… Llegaré hasta los cincuenta mil. Ni un céntimo más.

Claudio – Por una cantidad así soy capaz de hacer que el avión aterrice en el techo de una cabina telefónica.

Victoria prepara el cheque, pero de repente duda.

Victoria – ¿Y cómo voy a saber que realmente has dado la noticia si no puedo acompañarte a la cabina de pilotaje?

Claudio – Puedo ser muy persuasivo cuando quiero, te lo aseguro. Lo tomas o lo dejas.

Victoria le entrega el cheque. Luego escribe algo en una tarjeta de visita y se la entrega a Claudio.

Victoria – Llama a este número de mi parte y le dices a quien coja el teléfono que prepare la necrológica de Massiel. Ella comprenderá.

Claudio (filosófico) – Es triste, pero al fin y al cabo todos moriremos un día ¿no es así? (Victoria le lanza una mirada impaciente) Ya voy…

Claudio sale, esta vez entre bambalinas. Victoria le para antes de salir.

Victoria (en voz baja) – Y, no digas nada de esto a los pasajeros de clase turísta…

Victoria saca otra pastilla y se la traga vaciando la copa de champagne

Victoria (al público) – Supongo que habrán apagado sus móviles… Es por seguridad. Podrían bloquearse los mandos… O fallar el sistema eléctrico… No quiero contarles las consecuencias de un corto-circuito a la altura que vamos. ¡Porque volamos alto, muy alto! Si esto se va caer, nos haremos picadillo.

OSCURO

ACTO 3

Victoria duerme. Tiene la revista sobre las rodillas. Despierta bruscamente con el altavoz. Se escuchan ruidos como de lucha, golpes, gritos, acoplamientos en el micrófono. Luego, silencio absoluto. Claudio vuelve. Tiene la ropa en desorden y parece sofocado.

Victoria – No me diga que te has tirado al azafato sin su consentimiento…

Claudio – No, ni mucho menos… ¡Ojala fuera eso!

Victoria – Entonces es que el piloto no te ha dejado telefonar.

Claudio – Tampoco… Pude llamar a mi madre a Albacete, como habíamos convenido…

Victoria – ¿A Albacete?

Claudio – Y le dije que Massiel había muerto. Quédate tranquila. Estaba viendo las noticias en la uno y no han dicho nada…

Victoria – ¡Dígame que no es cierto lo que estoy oyendo! ¡Dígame que estoy soñando, que se trata de una pesadilla!

Claudio – Al poco me di cuenta que no había marcado el número apropiado…

Victoria – ¿Y entonces?

Claudio – Pregunté al piloto si podía hacer otra llamada, y me contestó que estábamos en una cabina de pilotaje y no una cabina telefónica. A partir de ahí es cuando las cosas degeneraron.

Victoria – ¿Que ha querido decir con “degeneraron”?

Claudio – Insultó a mi madre…

Victoria – ¿De verdad?

Claudia – Te dije que podría llegar a ser violento cuando se tocan ciertos temas… Y para mí mi madre es un tema sensible…

Se escucha la voz de una de las azafatas por el altavoz.

Azafata – Señoras, señores… presten atención, por favor. Tanto el piloto como el copiloto han sufrido… vamos que no se encuentran bien. No deben inquietarse porque seguramente conseguiremos reanimarlos antes de haber perdido demasiada altitud. Si hay algún médico a bordo que haga el favor de dirigirse a una de nuestras azafatas… (Silencio) Si hay un piloto a bordo, por favor que también se manifieste. Es urgente…

Victoria – ¡Dios mío!

Claudio – Creo que me pasé… Pero tu también tienes la culpa. Cincuenta mil euros es una suma considerable… Una cantidad que se sube a la cabeza… ¡Cincuenta mil euros! Con eso podría comprar un congelador enorme.

Victoria – ¿Un congelador?

Claudio – Es para mi madre… En caso de que, realmente, tenga un cáncer incurable, como tu dijiste antes…

Victoria – Ya…

Claudio – La descongelaría cuando descubrieran un remedio definitivo contra esa enfermedad. Parece ser que se están investigando con una nueva encima… En las ratas, claro. ¿Sabes que algunas medusas son inmortales?

Victoria le mira incrédula, cuando suena de nuevo el altavoz

Azafata – Señoras y señores, en ausencia de un piloto experto, intentaré yo misma un aterrizaje de emergencia en Novosibirsk. Les pido se aprieten bien los cinturones porque ni siquiera soy capaz de aparcar mi coche marcha atrás. Me cuesta distinguir el freno del embrague… Siempre los confundo… Ahora, al menos, puedo decir que tengo bien agarrado el mando del piloto… Glup… No, esto no es el mando…

Victoria (histérica) – ¿Un aterrizaje de emergencia? ¡Fantástico! Al fin podré llamar a mi redacción en Tokio!

Claudio – Creo que ha llegado el momento de que nos pongamos los chalecos salvavidas.

Sacan flotadores con forma de patito y se los colocan en la cintura. Ruido de un avión que cae en picado.

OSCURO

ACTO 4

Primeras notas genéricas de la Cuarta Dimensión. La luz incide sobre un decorado apocalíptico. Desorden general. Asientos volcados. Ropa chamuscada. Humo, de ser

posible. Se escucha de nuevo la voz de la azafata a través del altavoz.

Azafata (como borracha) – El vuelo 714 con origen en Madrid y con destino Tokio acaba de aterrizar, no sabemos dónde, pero en pleno caos. Tanto el director escénico como los actores les desean una feliz estancia. Esperamos que el viaje haya sido del agrado de todos ustedes, deseando volver a tenerles pronto con nosotros, en nuestra compañía.

Victoria y Claudio vuelven en sí poco a poco

Claudio – ¿Estaremos muertos?

Victoria intenta llamar con su móvil.

Victoria – No lo sé, pero lo que sí sé es que no hay cobertura.

Claudio – Quizá estemos en la Cuarta Dimensión….

Victoria – O, a lo mejor se trata de una pesadilla de la que todavía no hemos despertado…

Victoria encuentra algo en el desorden y lo coge. Se trata de la urna con las cenizas de Massiel. Tiene su foto en la parte superior. Se miran, perplejos.

Claudio – Estamos en un desierto pero que, evidentemente, nada tiene que ver con Siberia.

Victoria – Quizá somos los únicos supervivientes.

Claudio – Por desgracia creo que tiene usted razón…

Claudio le hace una discreta seña para que mire al público.

Victoria (en voz baja) – ¿Quiénes son todos esos de ahí abajo?

Claudio – Quizá los de clase turista.

Victoria – ¿De la clase turista?

Claudio – Vamos, los de segunda clase.

Victoria – Parece que nos miran…

Claudio – Y no se mueven…

Victoria – Quizá estén muertos…

Claudio – O dormidos.

Victoria – Yo también suelo dormirme en el teatro.

Claudio – Creo que será mejor que no les despertemos…

Victoria – Entonces ¿Qué hacemos?

Claudio – Sobre todo nada de brusquedades… Nos quedaremos tranquilos y nos dirigiremos, despacio, a la salida…

Victoria – ¿Qué salida?

Claudio – ¡La salida de socorro!

Victoria (muy perturbada) – Creo que necesito otro relajante… (Busca en su bolso) ¡Dios mío! ¡Me han robado mis pastillas!

Claudio (enfático) – Cuando se está en el teatro y se tiene la suerte de tener pastillas, es importante no dejarlas por ahí…

Victoria – El productor es un hijo de puta. Seguramente nos encasquetó un somnífero en el champagne antes de largarse con la recaudación…

Claudio – ¡Menuda historia! ¿Tu crees que la prensa hablará de nosotros?

Victoria – Para eso tendría que haber un periodista en la sala.

Victoria – Espero que, al menos, quede alguna azafata viva.

Claudio – ¿Para qué la quieres?

Victoria – Para que eche la cortina entre la primera y segunda clase.

Salen.

Azafata – Es de esperar que el avión aguante y no se parta por la mitad.

OSCURO

Azafata – ¡Coño! ¡Acaba de partirse!

De ser posible, alguna canción de Massiel, preferentemente en japonés.

ACTO 5

Se ilumina la escena o bien el telón se abre de nuevo, como para que saluden los actores. El decorado es el mismo que para el primer acto : dos asientos contiguos, que bien podrían ser los de un teatro. Claudio está sentado junto a Victoria que ha cambiado su ropa de ejecutiva por otra más informal. Se deja a la decisión al director, dependiendo de la envergadura del escenario y las posibilidades de la sala. Victoria y Claudio podrían también estar sentados entre el público, como al principio del espectáculo. Victoria empuja levemente a Claudio para despertarle.

Victoria – ¡Claudio…! ¡Claudio!!! (Claudio no reacciona y Victoria le sacude con mayor fuerza) ¡Claudio!!!

Claudio se despierta sobresaltado, como si saliera de una pesadilla.

Claudio (aterrorizado) – ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Ocurre algo?

Victoria – ¡Que se ha acabado!

Claudio – Entonces… ¿estamos muertos?

Victoria – No creo… (Más bajo) Aunque también se puede morir de aburrimiento…

Claudio – Pero… ¿Dónde estamos?

Victoria – ¿Que dónde estamos…? ¿Pues dónde íbamos a estar…? ¡En el teatro, claro! La obra se ha acabado y tenemos que marcharnos… No voy a preguntarte si te ha gustado…

Claudio mira a Victoria.

Claudio – ¡Tiene gracia!

Victoria – ¿A que te refieres?

Claudio – Soñé que había ganado un viaje a Tokio para dos en un concurso. Como mi mujer había muerto, me colocaron en primera y viajaba junto a la redactora jefe de una revista.

Victoria – ¿Tu mujer?

Claudio – Incluso podía beber champagne, sin pagar suplemento alguno.

Victoria – Pues, que bien…

Claudio – Y, en lugar de eso me despierto y estoy a tu lado, en el teatro….

Victoria – Pues… Ya ves… El sueño ha terminado… ¿Bueno, nos vamos o qué?

Victoria se levanta

Claudio – Espera… Me acuerdo de algo más… En mi sueño también Massiel había muerto…

Victoria – ¿Massiel?

Claudio – Dime que no es verdad, que Massiel no ha muerto…

Victoria – No tengo ni idea… Hace mucho tiempo que no se habla de ella… ¿Vienes o qué?

Claudio se levanta, todavía un poco chocado.

Claudio – ¿De verdad estamos en un teatro? Eso es algo que nunca hacemos…

Victoria – Empiezas a inquietarme… Al menos recordarás que trabajamos juntos en congelados “El buey feliz”.

Claudio – Sí… Claro… ¡Ya recuerdo! ¡La mujer del director es la protagonista de la obra! Él nos regaló las entradas.

Victoria – Una invitación que no podíamos rechazar… La verdad es que si no hubiera invitado a todos sus empleados, seguramente no habría un alma en la sala.

Claudio – ¿Tan mala es la obra?

Victoria – Seguramente nos esperan a la salida para conocer nuestra opinión…

Claudio – ¡Menuda papeleta! ¡Podrías haberme despertado!

Victoria – No me di cuenta de que dormías…

Claudio – Entonces, cuéntame de qué va.

Victoria – ¿Así, por encima?

Claudio – Me haces un resumen y luego… improvisaré…

Victoria – No va a resultar tan fácil…

Claudio – ¿Y eso?

Victoria – La trama es bastante complicada, más bien diría yo que confusa…

Claudio – Pues, cuéntame lo que hayas entendido…

Victoria – La verdad es que no sé si también di alguna cabezadita entre el final del primer acto y el comienzo del quinto…

Claudio – ¿No me digas?

Victoria – A lo mejor es que la obra duraba poco….

Claudio – ¡Coño! ¿Y ahora qué les decimos?

Victoria – Pues, improvisaremos, como has dicho antes… Bueno… Vamonos… Encima no les vamos a hacer esperar…

Cladio – Estoy seguro de que seguimos soñando, de que esto es una pesadilla y que pronto vamos a despertar…

Se dirigen a la salida.

OSCURO

FIN

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Un ataúd para dos

Una comedia de Jean-Pierre Martinez

2 hombres y 2 mujeres

Cuando dos candidatos a las elecciones, deben incinerar sus respectivas parejas el mismo día del escrutinio, se corre el riesgo de pucherazo en las urnas, sobre todo cuando el director de las pompas fúnebres ha contratado a una ayudante algo incontrolable.


Aquellos textos los ofrece gratuitamente el autor para la lectura. Sin embargo cualquier representación pública, sea profesional o aficionada (incluso gratuita), debe ser autorizada por la Sociedad de Autores encargada de percibir los derechos del autor en el país de representación de la obra. 


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TEXTO DE LA OBRA

UN ATAÚD PARA DOS

Personajes

Inmundo Buitre (IB)

María de los Dolores (MD)

José Luis Rodríguez Zapatilla (FZ)

Lita Barberó (LB)

Recepción de una empresa de pompas fúnebres, igual a la de cualquier otra empresa. Sobre la mesa de despacho un teléfono que suena insistentemente. Entra, gruñendo, el sr. Buitre. Viste con toda seriedad.

INMUNDO – ¡Ya voy… Ya voy! No sé qué prisa tiene hoy todo el mundo… Acabarán conmigo… (descuelga) Inmundo Buitre Pompas Fúnebres a su servicio… (con amabilidad comercial) Si señor Verdugo, vamos a recibirlo esta mañana… Sí, de roble con los tiradores dorados y capitoné verde manzana… La colección otoño-invierno, claro… Ya sabe que la señora Verdugo era muy coqueta. Créame, este modelo no la decepcionará. La verdad es que nunca hemos tenido ninguna reclamación… El martes… Sí, claro… Que usted lo pase bien, señor Verdugo… Mejor dicho… Hasta el martes señor Verdugo y, de nuevo, todas mis condolencias… (cuelga)   No sé dónde tengo la cabeza… (suena el teléfono de nuevo, sin dejarle un segundo de respiro) ¡Coño con el telefonito! (descuelga) Inmundo Buitre pompas fúnebres a su servicio.. ¡Ah, eres tú, cariño! ¿Has ido al médico? ¡Que tienes gripe…! Me lo temía, con la epidemia tan virulenta que hay este invierno… Pues aquí no deja de sonar el teléfono… Menos mal que me mandan la nueva colección esta mañana… Espero no me caiga ningún muerto más… No, no lo digo por ti, cariño… Pero la verdad es que estoy desbordado. Desde luego has ido a ponerte enferma en el momento menos oportuno… Yo aquí, solo… No sé cómo me las voy a arreglar… Pues no, la chica que me envía la agencia no ha llegado todavía y ya son más de las nueve. Empezamos bien … (mira por la ventana) Me parece que ya llega. Bueno, te dejo. Cuídate, mi amor… Si, yo también te quiero…

Entra María de los Dolores, una chica joven con un aspecto poco apropiado para el trabajo (a elegir, excesivamente sexi, o hippy o gótica, por ejemplo)

MARIA DE LOS DOLORES – Buenos días… Se me ha hecho un poco tarde, lo sé…

INMUNDO – En efecto… Se le han pegado las sábanas, como si lo viera.

MD – ¡Qué va…! El despertador sonó a su hora, me levanté, me duché y todo, todo… Pero, me dormí en el autobús y el chofer me despertó al final del trayecto. Y, claro, tuve que volver a recorrer el mismo camino. (suena el móvil y descuelga) Usted perdone… Hola tía… No; acabo de aterrizar en el curro… Si, en Inmundo Buitre. Para una vez que me despierto temprano voy y me duermo en el bus…

IB – Bueno… Ya está bien…

MD – Perdona guapa, te llamaré cuando esté esto más tranquilito, ¿vale? (guarda el portátil) Pamela, mi colegui…

IB – ¿Y usted cómo se llama?

MD – María de los Dolores

IB – ¿María de los Dolores…?

MD – ¿Algún problema?

IB – No… Realmente me parece un nombre muy apropiado para este negocio.

MD – Cosa de mis viejos, muy mea pilas ellos…

IB – Lo que no me gusta nada es su forma de vestir.

MD – ¿Qué tiene de malo?

IB – No sé… ¿Le han dicho en la agencia que tendrá que atender a los clientes?

MD – Me dijeron que se trataba de un trabajo de recepcionista.

IB – Comprenderá que para este tipo de negocios, sería mejor que se vistiera de forma sencilla y austera.

MD – ¿Sí?

IB – Se supone que habrá trabajado alguna vez como recepcionista…

MD – Tengo el título de steticienne y he trabajado en el Corte Inglés para la campaña de navidad.

IB – ¿steticienne? Sí, eso podría ayudarnos bastante

MD – Si usted lo dice…

IB – No sabía que el Corte Inglés se dedicara también a estas cosas… Es que lo abarcan todo…

MD – Yo estaba en charcutería…

IB – En cierto modo viene a ser lo mismo… Nosotros también tenemos fiambres.

(Suena el teléfono)

IB – Bien… Pues ha llegado el momento de que demuestre lo que sabe hacer… Tendrá que arreglárselas solita… Yo estoy a tope de trabajo y no tendré tiempo de enseñarla. Coja el teléfono y conteste…

MD – Eso está hecho… (descuelga el teléfono con mucha seguridad) Fiambres Buitre al habla… Pues no señora, lo siento, ha debido equivocarse… No se preocupe… Adiós, señora….

Se la ve visiblemente contenta por lo que ha hecho. Se vuelve sonriendo hacia Inmundo Buitre que la mira horrorizado

MD – ¿Ocurre algo?

IB – Me están gastando una broma ¿no es así? Seguro que hay por ahí una cámara oculta.

MD – No sé de qué me habla… Era una señora que lloraba y que pensó que hablaba con las Pompas Fúnebres…

IB – ¡Es que esto es una empresa de Pompas Fúnebres!

MD – (que se ha quedado de piedra) ¿No me diga…?

IB – ¿Los de la Agencia no le dijeron a qué nos dedicamos?

MD – Tan sólo que se trataba de eso, de fiambres…

IB – Es como una pesadilla… (conformándose) Bueno, por desgracia ya no se puede hacer nada.

MD – ¿O sea que en esto es una funeraria? Pues yo nunca había trabajado en un sitio así…

IB – Lo único que tiene que hacer es contestar al teléfono y tomar nota de los recados. Si entra alguien me avisa inmediatamente. Y, sobre todo, no tome ninguna iniciativa. ¿De acuerdo?

MD – De acuerdo.

IB – Ahora tengo que ocuparme de mi diputado…

MD – ¿Un diputado?

IB – Sí un diputado. Son las legislativas anticipadas… ¿No ha fijado en los carteles electorales en la pared del cementerio? Esta misma noche conoceremos el resultado…

María de los Dolores echa un vistazo a los carteles

MD – Pues yo ahí veo a la diputada Lita Barberó y no parece que esté enferma…

IB – No se trata de ella, sino de su marido, el señor Barberó, que es el diputado saliente. Su mujer se presenta a las elecciones para sucederle.

MD – Ya…

IB – Hoy es el funeral por el señor Barberó y me está costando darle un aspecto presentable… El cuerpo estuvo sumergido bastante tiempo en el agua y claro…

MD – (horrorizada) ¿En el agua?

IB – Sí, pero estoy haciéndole con un perfecto trabajo de reconstrucción, ahí mismo, en la trastienda… Y, créame que no resulta nada fácil… Le quedaría muy agradecido si usted, como stéticienne que es, le diera el último toque al cadáver. Normalmente es mi mujer la que se ocupa de estas cosas, pero como no está…

MD – ¿Quiere decir que yo…?

IB – Me dijo que tenía el título ¿no es así?

MD – Sí… Más o menos…

IB – Pues tendrá que ayudarme…

MD – Sí… Claro…

IB – En esa confianza la dejo sola de momento (se vuelve hacia ella) Por cierto, espero una entrega de una mercancía a lo largo de la mañana. Me avisa inmediatamente, por favor…

MD – ¿Una mercancía? (horrorizada) ¿Quiere decir que van a traer algún fiambre?

IB – Señorita, aquí no llamamos “fiambres” a nuestros clientes, sino nuestros queridos desaparecidos.

MD – Si usted lo dice…

IB – Además no consideramos su llegada como una “entrega de mercancía” sino como la última visita antes de emprender el camino al más allá.

MD – Vale, vale…

IB – Imagine que trabaja en una agencia de viajes. Nuestros clientes, en cierto modo, hacen un crucero pero sólo con billete de ida.

MD – Ya veo… Pero entonces ¿de qué mercancía se trata?

IB – Me refería a la entrega de ataúdes. La nueva colección. Ahí tiene el catálogo.

Sale Inmundo. María de los Dolores echa un vistazo al catálogo y pone cara de asco

MD – ¡Coño! ¿Y a esto llamas tú un crucero…? (saca el móvil y marca) ¿Pamela? No vas a creerlo… ¿A que no imaginas el trabajo que me han buscado esos hijos de puta de la agencia? ¡Pues nada menos que en unas pompas fúnebres! ¡Lo que hay que hacer para ganarse la vida! De momento esto está tranquilo. Sí, como recepcionista… (suena el teléfono fijo) Perdona, tengo que dejarte… (guarda el portátil) Inmundo Buitre… Pompas Fúnebres al habla… Si… Si (toma nota) La promoción del mes… De acuerdo… El modelo Pino Básico… a 99 euros más IVA… Perfecto… Se lo diré, señora Barberó… Puede estar segura… Hasta pronto señora Barberó…

Cuelga el teléfono y respira aliviada, aunque por poco tiempo ya que entra un hombre y se acerca a la mesa

MD – ¿Trae la mercancía?

JOSÉ LUIS RODRIGUEZ ZAPATILLA – ¿Qué…? No… Soy José Luis Rodríguez Zapatilla y tengo una cita con el señor Buitre… Para elegir un modelo.

MD – (con sonrisa comercial) Enseguida le llamo… Si quiere puede ir echando un vistazo al catálogo… (se lo entrega) ¿Es para hacer un regalo?

JZ – No. Es para mi esposa…

María de los Dolores le mira de reojo mientras el hombre echa un vistazo al catálogo.

MD – Ya decía yo que no tenía pinta de transportista.

JZ – ¿Decía usted?

MD – Perdone pero… Me parece haberle visto en alguna parte…

JZ – Pues si… Mi foto está por toda la ciudad.

MD – ¿Le busca la policía?

JZ – Todavía no… Por el momento tan sólo me presento a las elecciones (con un gesto señala los carteles en el muro del cementerio) Ese, el de los carteles, soy yo…

MD – ¡José Luis Rodríguez Zapatilla! ¡El rival de la señora Barberó!

JZ – Por ahí van los tiros…

MD – Usted se presenta por la derecha ¿no es así?

JZ – No… ni mucho menos. La señora Barberó sí… Yo soy de centro. Pero, ya sabe lo que dicen: “el centro está en todas partes”

MD – ¡Es fantástico! Jamás hubiera pensado que trabajando en un sitio como éste conocería a gente famosa…

JZ – Todos morimos un día, incluso los famosos…

MD – O sea que usted también ha perdido a su pareja.

JZ – Pues sí…

MD – Ha tenido suerte…

JZ – ¿Decía?

MD – Con un difunto en su haber la señora Barberó partía con ventaja, pero ahora… la cosa está más equilibrada.

JZ – ¿Usted cree?

MD – Por supuesto… Mire, si la abuela de Obama no hubiera muerto justamente antes del escrutinio ¿cree usted que un negro hubiera podido llegar a ser presidente de los Estados Unidos?

JZ – Puede que tenga razón… Ya veo que está muy al tanto de la política internacional… Por cierto, ¿sabe si está aquí el señor Buitre?

MD – Ahora mismo le llamo. (leyendo lo que pone en el teclado del teléfono) Veamos… Cámara fría… Cocina… Tanatopraxia… No sé lo que significa eso, pero pulsaré aquí, por si acaso (apoya sobre la tecla correspondiente y espera) ¿Señor Buitre? Don José Luis Rodríguez Zapatilla ha llegado… (cuelga) Ahora mismo viene…

Silencio un tanto embarazoso. José Luis ojea el catálogo por hacer algo

JZ – ¿Y usted ya ha elegido?

MD – Me parece poco delicado por su parte, señor Zapatilla. Todavía soy un poco joven para elegir un ataúd…

JZ – Me refería a las elecciones… Hoy se sabrá el resultado. ¿Ha ido ya a votar?

MD – No… Aún no…

JZ – O sea que todavía puede votar por mí… ¿Conoce mi programa?

Llega Inmundo Buitre

IB – Buenos días señor Zapatilla. Mis condolencias…

El señor Zapatilla pone de nuevo cara de circunstancias

JZ – El Destino que es inexorable…

IB – Al menos murió dignamente

JZ – ¿Usted cree?

IB – ¿No es así?

JZ – La pilló un tranvía…

IB – Usted perdone, debo confundirle con la señora Verdugo… que murió en su cama mientras dormía. Tenía 91 años…

JZ – Mi mujer era algo más joven…

Inmundo se da cuenta de que María de los Dolores está pendiente de lo que hablan con una curiosidad poco discreta.

IB – ¿Le importaría traernos unos cafés, María de las Angustias?

MD – De los Dolores, señor Buitre, María de los Dolores

IB – De acuerdo… De acuerdo… Por cierto, ¿sabe usted utilizar la cafetera express?

MD – Puedo intentarlo

JZ – Para mí extrafuerte, por favor

IB – La máquina está por ahí…

Sale MD.

IB – Perdone… Es tan difícil encontrar hoy en día personal competente… Mi mujer se ha tenido que quedarse en casa por la gripe. Este año es realmente virulenta.

JZ – Me lo va a decir a mí… Mi mujer murió de gripe…

IB – Creí que la había pillado un tranvía.

JZ – Si, mientras iba a comprar la vacuna a la farmacia…

IB – Siempre me pareció una vacuna peligrosa… Y le aseguro que estoy en el lugar ideal para saber lo que digo… A mi mujer le prohibí que se vacunara…

JZ – ¿Y cómo sigue?

IB – Parece un ligero resfriado. En pocos días creo volverá a trabajar. Es mejor dejar que la naturaleza actúe ¿No le parece?

JZ – Para mi mujer, el resfriado fue definitivo.

IB – ¿Ha elegido ya el ataúd, señor Zapatilla? Como habrá podido comprobar por el catálogo, nuestra colección es francamente soberbia…

JZ – (echando una ojeada rápida al catálogo) – Mmm…

IB – Como siempre digo a mis clientes : el precio que se paga por el ataúd va en relación directa con el cariño que tenemos a nuestros difuntos…

JZ – Prefiero algo muy sencillo, total para…

IB – Ya veo… Quiere algo elegante y discreto… ¿Tiene idea del modelo?

JZ – (señalando el catálogo) ¿Por qué no este mismo?

IB – (decepcionado) Pino básico. Un modelo descatalogado y en promoción en estos momentos.

JZ – A 99 euros más IVA, ¿no es así?

IB – Así es, señor Zapatilla

JZ – Total, para quemarlo…

IB – Tiene usted razón. Con el de pino bastará. Está usted de suerte, tan sólo nos queda uno. Se trata de un modelo que tiene muy buena salida… Por lo que respecta a los adornos quiero proponerle…

JZ – Lo más básico

IB – O sea pino sin adornos. Perfecto. ¿Desea algo más?

JZ – Nada más, por el momento…

IB – Pues, tomo nota señor Zapatilla.

Entra María de los Dolores con los cafés. Le da una taza a cada uno

JZ – Gracias, señorita…

MD – María de los Dolores

JZ – Muy apropiado… Sí señor, muy apropiado…

El señor Zapatilla vacía la taza de un trago. Hace un gesto de desagrado. Inmundo lo prueba y lanza una mirada furiosa a M.D.

IB – (excusándose con José Luis) Quizá, demasiado concentrado… ¿No le parece señor Zapatilla

JZ – Sí… Posiblemente…

IB – Esto resucitaría a un muerto…

MD – ¿Le apetece una caricia, señor Diputado?

José Luis se acerca a ella, ilusionado

IB – María de las Angustias…

MD – ¡De los Dolores!

IB – Eso… María de los Dolores le propone degustar las caricias de mi mujer.

JZ – Si es su mujer la que hace las caricias, me abstengo.

MD – La abstinencia no está bien en un diputado.

IB – Creo que la señorita ha querido decir “abstención”

JZ – Si, pero es que todavía no soy diputado.

IB – Por cuanto a las caricias se refiere, es el nombre que le damos a las galletas que hace mi mujer…

JZ – Ya…

Suena el portátil de José Luis con un timbre estridente

JZ – Perdonen (descuelga) Si…? Ya han salido las primeras estimaciones de voto? Sí… Muy bien. Voy ahora mismo… No, la ceremonia será a las once… Sí, en una hora… Por supuesto en la más estricta intimidad… No quisiera que mi dolor sirviera para atraer la simpatía de los electores… Supongo que no habréis olvidado avisar a la prensa… Muy bien… Hasta ahora…

IB – ¿Cómo se presenta la campaña electoral, señor Zapatilla?

José Luis deja el móvil sobre la mesa de recepción y saca del bolsillo dos papeletas electorales.

JZ – Como usted sabe era mi mujer la que tenía que presentarse a las elecciones, pero a causa de esta gran tragedia…

IB – Le comprendo perfectamente…

MD – A veces se han contabilizado papeletas de difuntos.

IB – La verdad es que visto el absentismo en el Congreso de los Diputados, no creo que nadie se diera cuenta inmediatamente.

JZ – (entregando a ambos las papeletas) Tengan. Les dejo información sobre nuestro programa.

IB – ¿Pero tiene usted un programa? Pensé que sería… No… Nada…

JZ – La verdad es que no tengo experiencia alguna en política. Pero como el centro tiene tantos problemas para encontrar candidatos… Me doraron la píldora y les dejé hacer… Ahora, he de marcharme… Han surgido algunos problemillas…

MD – Con toda seguridad no será nada grave…

Inmundo la fusila con la mirada

JZ – Como no encontraba colaboradores tuve que contratar a la hija de mi asistenta y acaban de decirme que está detenida por robo…

IB – Si necesita una nueva colaboradora estoy dispuesta a ayudarle…

JZ – ¿Por qué no? Lo pienso y le digo algo…

IB – Le esperamos para la ceremonia, no vaya a olvidarse

JZ – Por supuesto…

José Luis sale. Inmundo se vuelve hacia M.D. con cara de reproche

IB – ¿Qué le había dicho?

MD – Sobre qué…

IB – ¡Que debía limitarse a contestar al teléfono!

MD – Tan sólo intentaba ser amable con los clientes…

IB – ¿Ha llegado ya la mercancía?

MD – Todavía no…

IB – Si tardan mucho vamos a quedarnos sin stock.

MD – Se me olvidaba decirle que he hecho ya la primera venta. ¿No le parece estupendo?

IB – (inquieto) Le dije que no tomara iniciativas por su cuenta…

MD – Doña Lita Barberó, la viuda del diputado, ha elegido el modelo de pino básico.

IB – ¿Pino básico?

MD – Ya sé que es el más barato… Pero, una venta es una venta.

IB – ¡Tan sólo nos queda uno y acabo de prometérselo al señor Zapatilla para su mujer!

Entra la señora Barberó

LITA BARBERÓ – ¡Señor Buitre…! Precisamente es a usted a quién quería ver.

IB – Buenos días doña Lita … La acompaño en el sentimiento por la muerte de su esposo. Estoy seguro que aprobaría su elección.

LB – Se refiere al ataúd, imagino… Ciertamente era un hombre muy cercano al pueblo; que tenía gustos muy sencillos.

IB – Hablando de su candidatura para sucederle en el Parlamento…

LB – Mi cabeza no está para políticas en este momento (aprovecha para entregar a ambos papeletas electorales) Han sido los electores de mi marido los que han insistido en que me presentara con el fin de salvar el escaño… Pero… hablemos de la ceremonia…

IB – ¿Quizá prefiere otro modelo más adecuado a su categoría? La verdad es que el pino básico para un diputado…

LB – No… El pino me parece perfecto…Sobre todo porque he decidido incinerarle y, claro…

IB – ¿Usted también?

LB – ¿Decía?

IB – Nada… Es una decisión que se toma con mucha frecuencia últimamente… Pero, ¿no le gustaría echar un vistazo al catálogo?

MD – (en plan comercial) Se trata de la nueva colección. Mirar no compromete a nada…

IB – (enseñándole el catálogo) El modelo Luis XVI en caoba… tiene treinta años de garantía…

La señora Barberó mira distraídamente el catálogo

LB – No, gracias

MD –¿No le parece demasiado IKEA el pino básico?

IB – Si se decide por un modelo de más calidad, estaríamos encantados de hacerle un pequeño descuento. Piénselo, por favor.

LB – Miren, no tengo tiempo para pensar. El pino básico será suficiente.

IB – Lo que ocurre es que…

LB – ¿Algún problema?

IB – Lo siento en el alma señora Barberó. Ese modelo se ha acabado.

LB – Pero su secretaria me dijo por teléfono hace un rato que…

IB – Tiene usted razón, pero mientras tanto yo le prometí el último ejemplar al señor Zapatilla…

LB – ¿Zapatilla? ¿Mi adversario en las elecciones?

IB – Se trata de un malentendido. Le pido que acepte mis excusas… Esta señorita es novata y, claro…

LB – A mí eso me trae sin cuidado…

IB – Puedo proponerle otro modelo… Le haría un buen descuento…

LB – Eso se lo ofrece usted al señor Zapatilla.

En ese instante vuelve José Luis

JZ – Me parece que he dejado el móvil por aquí… (sorprendido al ver allí a su adversaria) ¡Doña Lita Barberó…!

IB – Seguramente ya se conocen…

LB – Un poco… La señora Zapatilla fue la rival de mi marido en las últimas elecciones…

IB – Entonces se trata casi de algo familiar…

JZ – Aprovecho para presentarle mis condolencias, señora Barberó

IB – El señor Zapatilla es todo un caballero. Seguramente no dudará en renunciar a su favor…

JZ –¿Pero, qué está diciendo?

LB – Parece ser, señor Zapatilla, que no sólo somos rivales para el escaño en el Congreso de Diputados…

IB – Mi ayudante le prometió a la señora Barberó el último modelo de pino básico que quedaba…

MD – Eso no es tan grave… En política también se prometen muchas cosas que no se cumplen…

JZ – Seguramente encontraremos una solución amistosa… ¿No es así señor Buitre?

IB – Por supuesto… Precisamente la nueva colección está a punto de llegar…

Suena el teléfono. Contesta M.D.

MD – Pompas Fúnebres Inmundo Buitre a su servicio… No se retire. Se lo paso… (entregándole el teléfono a Inmundo) Es para usted…

IB – Perdonen… Será sólo un momento… Sí… ¡No puede ser! ¿Su transportista tiene la gripe? Me está tomando el pelo ¿verdad? ¿Cuándo? ¿Esta tarde? Ya no llegaremos a tiempo… Esto no va a quedar así, se lo aseguro!

Cuelga, consternado

JZ – Bueno, no perdamos el tiempo… Yo estoy dispuesto a cambiar de modelo, si eso satisface a la señora Barberó. ¿Qué es lo que puede ofrecerme?

IB – La verdad es que… acabo de enterarme que no llegarán los ataúdes hasta dentro de unas cuantas horas…

JZ – ¿Entonces?

IB – El de pino básico era el último en stock…

JZ – ¿El último? ¿Y eso qué quiere decir?

IB – Lo siento, en este momento no tengo ningún otro ataúd disponible… a menos que dejemos a la señora Zapatilla en el frigorífico… El problema es que ya está en el tanatorio rodeada de su familia…

MD – Una situación delicada…

Consternación generalizada

LB – ¡El funeral por mi marido será hoy a las 11 en punto!

JZ – También el de mi esposa.

IB – (Para sí mismo, destrozado) Un ataúd para dos… Sólo faltaba eso…

LB – ¿No estará pensando en meter a mi marido y a la mujer de este señor en la misma cajita.

JZ – Desde luego, no estaría bien visto

IB – Podríamos aplazar una de las dos ceremonias hasta mañana…

MD – No creo que a ellos les importe demasiado

LB – A ellos no, pero a mí sí…

JZ – ¿Aplazarlo? ¡Ni hablar! ¡La prensa que me apoya ya está avisada!

LB – La mía también… No hay razón alguna para deje el protagonismo a mi adversario…

IB – ¿Qué hacemos entonces?

JZ – No creo que a mi mujer le importe que la chamusquemos sin ataúd

IB – ¿Qué está usted diciendo?

JZ – El ataúd tan sólo es un vehículo para llegar a la cremación. Total, cuestión de pocos minutos.

MD – Tiene usted razón. Es poco ecológico el cargarse un montón de encinas para fabricar ataúdes y luego quemarlos.

JZ – Eso sin contar con el humo y el efecto invernadero.

MD – Se podría hacer como en la India, un montón de leña al borde del …. (aquí poner el nombre del río que pase donde se está representando la pieza)

LB – Seguro que eso les gustaría a los chicos de la prensa.

OSCURO

ACTO 2º

José y Lita acuden juntos a la ceremonia con cara de circunstancias. Él mira discretamente su reloj.

JZ – ¿Cuándo van a terminar las cremaciones?

LB – No tengo ni idea… Es por la falta de costumbre…

JZ – Tengo la extraña sensación de estar en una maternidad esperando el feliz acontecimiento.

LB – Sí. Resulta extraño…

JZ – ¿Sabe ya lo que va a hacer?

LB – ¿Respecto a qué?

JZ – Respecto a las cenizas de su marido… ¿Dónde piensa guardarlas?

LB – No tengo ni idea… (después de unos segundos) ¿Abultan mucho?

JZ – Tampoco lo sé… Por lo general las entregan en una urna

LB – ¿Una urna…?

JZ – Una urna funeraria, claro…

LB – Claro…

JZ – Resulta irónico que un diputado acabe en una urna…

LB – Y usted, ¿qué piensa hacer?

JZ – Desde luego no la pondré en mi dormitorio…

LB – Por supuesto…

JZ – Quizá esparciré las cenizas por la hierba, aunque no sé si es legal hacerlo.

LB – Me parece que sí… No creo que nadie haya acabado en la cárcel por algo tan sentimental…

JZ – Por otro lado saber que lo que queda de tu media naranja anda tirado por ahí, entre la caseta del perro y la barbacoa… resulta peculiar también… ¿No le parece?

LB – Pues sí, la verdad…

JZ – Es una decisión bastante difícil de tomar. Conviene pensárselo bien antes de hacer nada porque después, ya sería demasiado tarde…

LB – Se puede utilizar la aspiradora…

JZ – Lo que no sé es si estamos obligados a llevárnoslas…

LB – Creo que sí… Es como en la maternidad…

En ese momento entran en escena Edmundo Buitre y María de los Dolores, cada uno con una urna.

IB – ¿Dónde están la placas con los nombres?

MD – ¿Las placas…?

IB – Sí, las placas. Cada urna debería llevar la suya.

MD – Olvidé ponerlas…

IB – Coloqué un post-it en cada una con el nombre del difunto. Lo único que tenía que hacer era colocar la placa en su sitio correspondiente.

MD – De verdad que lo siento…

IB – ¿Tampoco recuerda en qué urna está el diputado?

Silencio embarazoso. Inmundo Buitre no tiene tiempo de reaccionar antes de que José Luis y Lita se acerquen a ellos con cara de circunstancias. Tras unos segundos de duda, Inmundo le entrega la urna a Lita y María de los Dolores a José Luis.

IB – Les dejamos solos para que recen por sus muertos…

Inmundo y M.D. se retiran. Inmundo está furioso. En un aparte.

IB – ¡A usted también deberían haberla incinerado!

MD – No se ponga así. Al fin y al cabo fui yo la que le sacó del apuro acudiendo a IKEA.

IB – ¡Un ataúd con las indicaciones para montarlo uno mismo! ¡No sé a dónde vamos a llegar!

MD – Al menos ellos los tenían en stock…

IB – Sí, pero hay que ver lo que cuesta hacer que todas las piezas encajen…

MD – Una vez terminado nadie puede decir si el ataúd es de Inmundo Buitre o de IKEA. La verdad es que no se ve la diferencia.

IB – El problema es que en estos momentos la señora Barberó puede estar llorando sobre las cenizas de la señora Zapatilla.

MD – Y el señor Zapatilla sobre las cenizas del señor Barberó.

Salen. Mientras, la señora Barberó y el señor Zapatilla parecen sumidos en sus pensamientos

JZ – Sólo somos polvo

LB – Que vuelve al polvo…

JZ – ¿Puedo preguntarle cómo murió su marido?

LB – Ahogado

JZ – ¿Ahogado?

LB – Adoraba la pesca. Debió caerse del barco. Encontraron el cuerpo seis semanas después…

JZ – ¿No sabía nadar?

LB – La verdad es que nunca le vi en el agua mientras estuvimos juntos

JZ – Es raro que no supiera nadar o al menos que no llevara un chaleco salvavidas…

Silencio embarazoso

LB – ¿Y su mujer?

JZ – Un accidente de carretera

LB – ¡Caramba!

JZ – En un paso a nivel peligroso… Su coche se quedó enganchado en medio de los raíles… No tuvo tiempo de arrancar…

LB – Si salgo elegida le prometo arreglar ese paso a nivel.

JZ – Gracias… Si salgo yo elegido, le prometo crear una ley para que todos los pescadores tengan la obligación de saber nadar…

Se quedan un rato en silencio, contemplando las urnas.

LB – ¡Pensar que eran enemigos en las últimas elecciones… ¡ Y, ahora, mírelos… cada uno en su urna.

JZ – ¡Qué pena! ¡Los pobres no han podido ver realizadas sus expectativas políticas!

LB – Desde luego…

JZ – Es de esperar que nosotros no acabemos así…

LB – Al menos no inmediatamente…

JZ – A propósito… ¿Le han informado de los últimos sondeos?

LB – Sí… Claro…

JZ – Creo que estamos a la par…

LB – Más bien me parece que yo voy por delante… Mi marido puede descansar en paz…

JZ – Se dice que, en las últimas elecciones, sus partidarios metieron mano en las urnas

Vuelven Inmundo y M.D.

IB – Parece que simpatizan…

MD – Estos acaban en boda, sino… al tiempo… (Inmundo le lanza una mirada reprobadora) … Los dos son viudos, ¿no?

José Luis y Lita se dan cuenta de su presencia

JZ – Nos tenemos que marchar…

IB – No tengan prisa… Pueden tomarse todo el tiempo que quieran.

MD – En esta casa siempre serán bienvenidos…

Inmundo le lanza otra mirada furiosa

JZ – Si quiere puedo acompañarla …

LB – No sé si debo…

JZ – Tiene usted razón… Perdóneme… Podría resultar… embarazoso…

MD se acerca a la señora Barberó.

MD – Permita que la ayude… Parece que no, pero esta urna pesa lo suyo…

LB – No se preocupe, puedo llevarla yo misma…

MD hace un gesto torpe en su intento de hacerse con la urna y choca con la de José Luis, que cae al suelo, esparciéndose las cenizas. Inmundo observa la escena fuera de sí.

LB – ¡Dios mío!

IB – Esto es una pesadilla…

MD – Lo siento muchísimo… Enseguida lo soluciono.

IB – No, por favor, no toque nada… Yo me ocuparé.

Inmundo desaparece

MD – Es la primera vez que me pasa algo así, se lo puedo asegurar.

Vuelve Inmundo envuelto en un delantal de fantasía, con una escoba y un recogedor

IB – En un momento lo arreglo

Los tres le miran consternados mientras empuja las cenizas hacia el recogedor con la intención de devolverlas a su urna pero, se equivoca de recipiente.

JZ – ¡Ahí no…! ¡Ese es el marido de la señora!

IB – No se preocupen. (Inmundo devuelve las cenizas a su urna) Ahora, ya está todo en orden.

MD se agacha y recoge algo del suelo

MD – ¿Qué es esto?

IB – (disculpándose) Ocurre que, a veces quedan restos de plomo…

MD – En efecto… Se trata de una bala de plomo… Y de gran calibre…

Consternación general.

IB – (examinando la bala) ¿Su mujer murió en un accidente de caza?

JZ – No… Ya le dije que fue un accidente provocado por la vacuna…

MD – Pues esto más bien parece un supositorio que una vacuna…

IB – Además, hay perdigones…

MD – ¿Acaso confundió usted a su mujer con un jabalí? Si esto llega a oídos de la prensa adiós a su candidatura.

José Luis coge la bala y la mira.

JZ – (como disculpándose) Les aseguro que no tengo nada que ver…

Silencio embarazoso

MD – Perdonen… pero lo cierto es que no estoy segura de que estas sean las cenizas de su mujer

JZ – No me diga

MD – Debo confesar que cambié las placas…

IB – La señorita quiere decir que, posiblemente este artefacto provenga de la urna del señor diputado.

José Luis dirige su mirada a Lita, que parece totalmente consternada.

JZ – O sea que…

LB – Puedo explicarlo todo…

JZ – (asombrado) Entonces es verdad que…

LB – (dirigiéndose a Inmundo y MD) Por favor, pueden dejarnos solos un momento.

Inmundo y MD desaparecen discretamente

JZ – Creo que me debe una explicación

Lita intenta coger la bala.

JZ – No tan deprisa…

Lita está descompuesta

LB – De acuerdo… Yo le maté…

JZ – ¿Usted?

LB – Mi esposo no murió ahogado.

JZ – Le asesinó e hizo creer a todos que se trataba de un accidente…

LB – Pues sí…

JZ – Pero ¿por qué?

LB – Para que no me metieran en chirona, claro está.

JZ – No, si lo que quiero saber es por qué le ha matado.

LB – No me diga que usted no sabía nada.

JZ – ¿Qué es lo que tenía que saber?

LB – Mi marido me engañaba.

JZ – Y por qué iba yo a saber una cosa así.

LB – ¡Porque me engañaba con su mujer…¡ ¿De verdad no lo sabía?

JZ – (consternado) No tenía ni la menor idea…

LB – Maté a mi marido con su fusil de caza y me las arreglé para que pareciera un accidente de pesca…

JZ – ¡Vaya lío!

LB – Al principio todo parecía ir bien… hasta que el cuerpo decidió salir a la superficie…

JZ – Por desgracia, el pasado siempre vuelve…

LB – Pensé que, al elegir la cremación, todo se habría acabado… Pero, aparentemente, la bala no se fundió con el calor.

JZ – ¿Acaso no le hicieron la autopsia?

LB – El médico de casa fue quien autorizó su entierro. Es bastante mayor y un tanto miope. No pudo fijarse demasiado.

JZ – Ya veo… Pero para mí no queda claro que se trate de un crimen pasional… Más bien creo que usted asesinó a su marido para quedarse con su escaño.

LB – Si me presento a las elecciones es sobre todo para ser aforada si se descubriera el crimen.

JZ – Una especie de seguro a todo riesgo ¿no es así?

LB – ¿Va a denunciarme?

JZ – Eso depende de usted (mostrándole la bala) Yo soy el único que está al corriente de todo.

Lita se le acerca con aire lascivo

LB – Puede hacer conmigo lo que quiera… Me convertiré en su objeto sexual

En sus avances, Lita vuelca también la urna de José Luis, cuyo contenido se esparce por el suelo.

JZ – Lo primero es que renuncie a mi favor

OSCURO

ACTO 3º

Inmundo está en la recepción. Llega MD.

MD – Buenos días…!

IB – Vamos haciendo progresos… Tan sólo media hora de retraso… ¿Hoy no se ha dormido en el autobús?

MD – Sí…Pero me desperté antes del final de trayecto… Me ha echado de menos, ¿a que sí?

IB – Mmm

MD – ¿Cómo va el negocio, señor Buitre?

IB – Más bien tranquilo en este momento, después de la semanita que hemos pasado.

MD se quita el abrigo. Se fija en los paneles electorales

MD – ¿Sabe que, finalmente, ganó el centrista?

IB – La señora Barberó se retiró…

MD – Sí, pero figura como su suplente… Ya le dije que esto acabaría en boda

IB – Es usted muy perspicaz.

MD – ¿Ha venido su mujer?

IB – Está ahí al lado.

MD – (decepcionada) Entonces ya no me necesita…

IB – Está aquí, pero de cuerpo presente. Finalmente cogió la gripe.

MD –¡No sabe cuánto lo siento! ¡Mi más sentido pésame, señor Buitre!

IB – Gracias.

MD – ¿Cuándo ocurrió el óbito?

IB – Esta noche. Finalmente debería haberla dejado que se vacunara.

MD – Al menos tendrá un entierro digno.

IB – Eso sí…

MD – Ahora podrá probarla cuánto la amaba. Como usted siempre dice: en el precio del ataúd es donde se ve cuánto queríamos a nuestros difuntos… ¿Qué modelo ha elegido?

IB – Pino básico…

MD – Ah… sí… la madera natural es mucho más cálida.

IB – Muy calorífica. Finalmente también he optado por la incineración.

MD – Es lógico

IB – Ahora tendré que buscar quien la reemplace…

MD – ¿Reemplazarla?

IB – Sí, aquí en el negocio.

MD – Pues esa tengo que ser yo… Entonces ¿me hará un contrato definitivo?

IB – En todo caso, puedo hacerle un contrato de prueba. Claro que… quedará libre el puesto de tanatopráctico.

MD – ¿Tanatopráctico?

IB – Mi especialidad es más bien la reconstrucción. Es algo así como hacer un puzzle… en muchas ocasiones sin todas las piezas…

MD – Como con la señora Mortem… La verdad es que fue parecía un milagro.

IB – Ni que lo diga… Cuando me la trajeron, después de que su coche fuera arrastrado por el tren, estaba bien machacadita, la pobre.

MD – Sí, pobrecilla.

IB – Resumiendo, mi mujer es la que se ocupaba de darles el toque final. Ahora que no está… quizá podría usted ocuparse de rematar la faena

MD – No sé qué decirle…

IB – No es muy complicado; algo así como un maquillaje de estética, con la ventaja de que el cliente no se mueve y siempre queda contento.

MD – Podría intentarlo…

IB – Además se trata de un oficio lleno de sorpresas. Como ha podido comprobar aquí nunca nos aburrimos.

MD – Incluso nos podemos codear con la JET

IB – Porque un día u otro, pobre o rico, famoso o anónimo, todos pasan por nuestras manos.

MD empieza a barrer

MD – ¿Piensa hacer algo con lo de la bala que encontramos en la urna del diputado?

IB – No somos policías… Además nos debemos al secreto profesional. En este oficio, por fuerza, se entra en la intimidad de las familias.

MD – Eso sí…

IB – No se puede hacer una idea de lo que llegamos a encontrar en los bolsillos de los difuntos… Una vez, incluso, una quiniela con 12 aciertos.

MD – La viuda se pondría contenta

IB – Opté por no decirle nada. Me pareció que estaba fuera de lugar.

MD – Tiene razón.

IB – Con ese dinero compré la cafetera Express… Hablando de cafetera ¿le apetece un café?

MD – Por qué no…

Inmundo desparece un instante para buscar el café

IB (en off) – Sin ir más lejos, la semana pasada encontré unas tijeras dentro de un cadáver.

MD – ¿También le habían asesinado?

IB – No. Se trataba de tijeras de cirujano. Acababan de operarla de apendicitis… Murió en la operación…

MD – Cuando pueda me da el nombre de la clínica, para no acercarme por allí…

Vuelve inmundo con el café.

MD – Le estoy muy agradecida por confiar en mí. Le aseguro que no le defraudaré.

IB – No lo tengo tan claro; ya conozco alguno de sus “talentos…”

MD encuentra algo extraño entre la basura que está a punto de recoger.

MD – ¿Qué puede ser esto?

Se aproxima Inmundo, lo toma y lo observa

IB – ¡Otra bala!

MD – (dándose aires de experta) Por lo tanto hay un cómplice en el asesinato del señor Barberó… ¡Más que un asesinato esto parece un fusilamiento!

IB – Usted ve demasiado la tele, María de los Dolores… Se trataba de un diputado. Cierto es que no era un Kennedy… (reflexionando también) ¿Y si esta bala viene de la segunda urna?

MD – ¡Bravo inspector…! ¿Piensa usted que el señor Zapatilla ha podido también cargarse a su mujer?

IB – Entra dentro de lo posible…

MD – Pero, ¿por qué?

IB – ¡Los celos! ¿Recuerda lo que se decía de la señora Zapatilla?

MD – No, la verdad…

IB – Pues que tenía infinidad de amantes.

MD – También podría haber matado a su mujer para sensibilizar a sus electores y así tener más posibilidades de salir elegido.

IB – ¡Vaya usted a saber!

MD – En cualquier caso ahora goza de inmunidad parlamentaria…

Inmundo mira hacia la ventana.

IB – Hablando del rey de Roma…

José Luis y Lita entran en la tienda.

MD – El negocio sigue en marcha…

IB – Señor Zapatilla, señora Barberó, ¿qué les trae por aquí? ¿Otra muerte en la familia?

JZ – No, nada de eso…

IB – En todo caso su visita me da la oportunidad de felicitarle por su elección, señor Zapatilla.

JZ – Gracias, Inmundo.

MD – (A Lita) Usted se habrá quedado chafada.

LB – Por lo menos soy suplente… Lo que significa que si le ocurriera algo al señor Zapatilla, su escaño de diputado pasaría a mí de oficio. Por eso no me aparto de él ni un ápice.

MD – Pues tenga cuidado porque hay balas perdidas que llegan hasta quienes han ido a pescar.

IB – O cuando se espera tranquilamente ante un paso a nivel.

Lita mira de soslayo a José Luis que prefiere cambiar de asunto

JZ – Estamos aquí para darle el pésame, señor Buitre.

IB – ¿Por…?

JZ – ¿No se ha muerto su esposa?

IB – ¡Es verdad! Perdonen, estoy tan traumatizado…

JZ – En todo caso, la vida sigue…

LB – También queríamos anunciarle un feliz acontecimiento.

MD – ¿Esperan un bebé?

LB – Todavía no…

JZ – Lita y yo nos vamos a casar.

LB – Con separación de bienes, claro…

Se escucha el avisador de un horno que ha terminado de cocer.

LB – ¿Estaba usted cocinando? Mejor será que eche un vistazo… Parece como si algo se quemara.

IB – Ah… Sí… Mi mujer…

JZ – ¿Su mujer?

IB – Mejor dicho… Sus cenizas

LB – Ya…

IB – María de los Dolores le importaría ir a ver qué ocurre? No soy capaz de ocuparme de ese asunto en estos momentos.

MD – Por supuesto, señor Buitre.

JZ – Nosotros tenemos que marcharnos…

LB – Hemos venido tan sólo por lo de la corona

IB – ¿Una corona? ¿Para la boda?

LB –No, para el funeral de su esposa.

JZ – En nombre del señor Diputado

LB – Y de su suplente.

JZ – Puede elegirla usted mismo… Y, luego manda la factura a la cuenta del Congreso.

IB – Muchísimas gracias señor Diputado, señora Suplente. Puedo asegurarles que me ha tocado profundamente su detalle en un momento tan delicado para mí.

LB – Hasta pronto, señor Buitre

JZ – (con un apretón de manos) Inmundo…

Salen             José Luis y Lita. Entra MD

MD – ¿Ya se han ido?

IB – Tenía usted razón… Finalmente se van a casar…

Samanta mira por la ventana.

MD – ¡Se les ve tan bien juntos! Era algo evidente.

IB – Creo que nosotros tampoco hacemos mala pareja.

MD – ¿Usted cree?

IB – Además, ahora soy viudo.

MD – A propósito… Mire lo que he encontrado entre las cenizas de la señora Buitre…(le enseña una tercera bala) Pensé que su mujer había muerto de gripe.

IB – Ya le dije que la gripe venía muy virulenta este año…

OSCURO

Este texto está protegido por las leyes relativas al derecho de propiedad intelectual. Toda copia es susceptible de una condena, hasta de 300 000 euros y 3 años de prisión.

París – Marzo de 2016

© La Comédi@thèque – ISBN 979-10-90908-08-6

http://comediatheque.net

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Pronóstico Reservado

Una comedia de Jean-Pierre Martinez

5 o 6 personajes (masculinos o femeninos)

Paco se encuentra en coma profundo tras un accidente de bicicleta. El hospital avisa a sus allegados, que hace tiempo le ignoran, para que decidan su suerte a fin de evitar mantenerlo artificialmente con vida. Pero, la decisión es difícil de tomar ya que el paciente parece no ser exactamente quien parecía ser y que guarda un secreto que podría acarrear grandes…


Aquellos textos los ofrece gratuitamente el autor para la lectura. Sin embargo cualquier representación pública, sea profesional o aficionada (incluso gratuita), debe ser autorizada por la Sociedad de Autores encargada de percibir los derechos del autor en el país de representación de la obra. 


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TEXTO COMPLETO DE LA OBRA

PRONÓSTICO RESERVADO

Alberto : hermano o hermana de Paco

Luisa : hermano (o hermano) de Paco

Josefina : compañera de Paco

Doctor Gracia : (hombre o mujer)

Felicidad : enfermera (o enfermero)

Sánchez : comisario

Habitación de hospital. Sobre una cama con ruedas, el cuerpo de un paciente en posición ligeramente inclinada. Tiene un gotero y diversos aparatos eléctricos le rodean. La cara, cubierta por una sábana. Se trata, naturalmente, de un maniquí. El doctor Gracia (hombre o mujer) y la señorita Felicidad (o el señor) su enfermera/o llevan batas blancas.

Doctor – ¡Qué calor hace en este hospital! Dan ganas de abrir una clínica privada aunque no sea más que para tener aire acondicionado.

Enfermera – Y luego se extrañan de que proliferen los microbios. Parece que se mascan.

Doctor – Nos machacan con los déficits de la seguridad social y lo que deberían hacer para reducir la factura del gasóleo sería no encender la calefacción.

Enfermera – De esa forma se reducirían también las enfermedades nosocomiales, Doctor Gracia

Doctor – En efecto, señorita Felicidad. Incluso me pregunto si no estaré incubando un estafilococo dorado… o quizás una enfermedad tropical… De cualquier forma, a usted se la ve resplandeciente…

Enfermera – Gracias, doctor. Es por el caroteno… Creo que se me está poniendo cara de zanahoria…

Doctor – Ni mucho menos, querida… Está preciosa… Pero, veamos que tenemos por aquí…

La enfermera le alcanza el dosier médico

Enfermera – Paco Mariani, de 40 años. El paciente está en coma profundo tras un accidente de bicicleta.

El médico echa un vistazo al dosier

Doctor – Debería ser obligatorio el casco en los ciclistas…

Enfermera – En este caso, la víctima llevaba casco, aunque no le sirvió para nada. Chocó frontalmente con un autobús.

La enfermera levanta la sábana. La cabeza del paciente está cubierta por un gran casco.

Doctor – ¿Por qué tiene el casco puesto? Aquí no creo que exista peligro alguno… Salvo que se caiga de la cama.

Enfermera – Tiene la cabeza destrozada por eso no nos hemos atrevido a quitar el casco, no fuera a desparramarse todo por la cama.

Doctor – Conclusión : tiene pocas probabilidades de recobrar el conocimiento.

Enfermera – Parada cardio-respiratoria que derivó, con toda probabilidad, en falta de oxígeno al cerebro.

El médico vuelve a consultar el dosier.

Doctor – Sí… Encefalograma plano… Aparente muerte cerebral. ¿No sería mejor acabar de una vez con su sufrimiento?

Enfermera – Con la ventaja de que quedaría una cama libre.

Doctor – Eso es cierto… ¿Han llamado ya a la familia?

Enfermera – Sí. No creo que tarden el llegar

Doctor – Perfecto.

Enfermera – ¿Alguna prescripción para el paciente, Doctor?

Doctor – ¡Déjeme que lo piense…! Habrá que tener cuidado de que la visera del casco quede bien cerrada para evitar que entren moscas.

Enfermera – ¡Está usted en todo, Doctor Gracia ….! Es usted impagable…

Doctor – Ese es precisamente el adjetivo : “impagable” Por eso voy a optar por la medicina a dos velocidades. Los fondos públicos no pueden pagar mi talento en su justo valor… ¿Le apetecería trabajar conmigo en mi clínica? Necesitaré una excelente enfermera jefe…

Enfermera – Le seguiría al fin del mundo, Doctor… Le seguiría, incluso, a un dispensario en lo más profundo de África, ¿por qué no a una clínica con aire acondicionado en el centro de la ciudad?

Doctor – ¡Tengo la impresión de que haremos grandes cosas juntos…! Ahora lo único que me queda es encontrar unos cuantos inversores que paguen mi proyecto.

Enfermera – Tengo una idea

Doctor – ¿De verdad? Es usted maravillosa, señorita Felicidad.

La enfermera vuelve a colocar la sábana sobre el casco.

Doctor – ¿Pero, por qué le tapa la cabeza con la sábana? ¿Acaso no está clínicamente muerto?

Enfermera – Es para protegerle de la luz. A veces abre los ojos… Quizás se trate de un tic nervioso…

Doctor – La verdad es que las luces de neón son muy agresivas… En nuestra clínica haré instalar iluminación ambiental. Resulta mucho más agradable.

Enfermera – Sobre todo para aquellos que están a punto de diñarla.

Doctor – Puede estar segura de que mi clínica no recibirá más que pacientes solventes y en perfecto estado de salud. Quizás me pase a la cirugía estética…

Enfermera – La gente rica también tiene derecho a que se corrijan sus pequeños defectos… Yo misma sé que no soy del todo perfecta… ¿Qué piensa de mis pechos, Doctor?

Empiezan a salir.

Doctor – Son un primor, hija… ¡Un primor! Pero, si lo desea puedo hacerle un pequeño reconocimiento en cuanto acabemos las visitas… Veamos al siguiente enfermo…

Enfermera – Es un SDF…

Doctor – ¿SDF? Qué significan esas siglas… También es una manía esto de las siglas…

Enfermera – SDF quiere decir Sin Domicilio Fijo. Lo trajo anoche el SAMU de la SS en CE, es decir Coma Etílico. Éste tampoco va a despertar…

Doctor – Con el calor que hace aquí convendría que se lo llevasen… Pronto empezará a oler… Quizá quede un hueco en el congelador de la cocina. Al menos allí estará fresquito…

Enfermera – ¡Desde luego Doctor, tiene usted un excelente sentido del humor…! Al menos una no se aburre a su lado.

Doctor – En este trabajo conviene reírse de vez en cuando…

Salen de la habitación. Inmediatamente entra Alberto (eventualmente el personaje puede estar interpretado por una mujer). Tiene pinta de bobalicón. Está hablando por el móvil.

Alberto – No creo que esté muy bien… Tiene cables y tubos por todos lados… Más bien parece un microondas… La verdad es que no estoy seguro de que se trate de él… Es que una sábana le tapa la cara… Sí, tienes razón, no suele ser un buen presagio… No creo que tarde en venir el Doctor. Ya le preguntaré.

Entra Luisa, con aspecto un tanto pijo

Alberto – Perdona… Tengo que dejarte. Acaba de llegar mi hermana. De acuerdo. Te llamo en cuanto tenga noticias pero, no me esperes a comer… Yo también te quiero…

Guarda el móvil y besa a su hermana.

Luisa – Hola, Alberto

Alberto – Hola, Luisa

Se fija en el enfermo cubierto con la sábana.

Luisa – ¡Dios mío! No me digas que he llagado tarde… ¿Está muerto?

Alberto – Creo que si estuviera muerto habrían desconectado todos esos aparatos…

Luisa – ¿Estás seguro de que es él? Antes me he equivocado de habitación…

Alberto – Sí, es fácil equivocarse entre la 13 y la 13bis

Luisa – Espero que, al menos, le dé suerte…

Alberto – ¿El qué?

Luisa – ¡El número trece!

Mira el dosier médico que cuelga a los pies de la cama.

Alberto – Paco Mariani… Sí, es él…

Luisa – Al menos podríamos retirarle la sábana.

Alberto – Tienes razón… Parece un sudario… Pero, no sé si…

Luisa – Quizás será mejor esperar a que venga la policía…

Alberto – Querrás decir, el médico.

Luisa – Sí, el médico… Me crucé con él en el pasillo y me dijo que vendría lo antes posible…

Alberto – ¡Vaya historia! Hacía mucho tiempo que no sabía nada de él… Verle ahora así… En este estado… ¿Y, a ti qué tal te va…?

Luis – Más o menos bien…

Silencio embarazoso

Alberto – ¿Sigues viviendo en Bollullos de Abajo?

Luis – Nunca he vivido allí…

Alberto – ¿No me digas?

Luisa – Te equivocas con Bollullos de Arriba…

Nuevo silencio embarazoso

Luisa – ¿Y tú, sigues trabajando como publicista?

Alberto – ¿Cómo publicista? ¡Pero si siempre he estado en el mundo de las finanzas…!

Luisa – Ah… Sí… Lo había olvidado…

Alberto – ¿Hace mucho que no tenías noticias de Paco?

Luisa – Mucho… La última vez que le vi fue en el entierro de papá en donde, por cierto, no te presentaste…

Alberto – Surgió un problema de última hora… Aunque hay que reconocer que nosotros nunca hemos sido lo que se dice una familia bien avenida.

Luisa – Tienes razón… De todas formas qué mala suerte tuvo siempre el pobre Paco.

Alberto – Ni que lo digas… Ni siquiera con su nombre

Luisa – ¿A qué te refieres?

Alberto – ¿A ti no te extraña que le llamaran Paco?

Luisa – Es un nombre muy corriente

Alberto – Por eso mismo. Es un nombre corriente que no pega en una familia de nuestra clase, ni tampoco corresponde con su edad.

Luisa – Tienes razón… Según recuerdo no hemos tenido un abuelo, ni siquiera un tío que se llamara así.

Alberto – A lo mejor es adoptado.

Luisa – Eso explicaría muchas cosas.

Alberto – Siempre fue el patito feo de la familia.

Luisa – Desde luego no se parece a nosotros en absoluto.

Alberto – Más bien diría yo que tiene rasgos asiáticos ¿no te parece?

Luisa – ¿Asiáticos…? Es posible…

Alberto – Aunque tampoco muy marcados

Luisa – De haber sido adoptado quizás le dejaron el nombre original

Alberto – Por otro lado hay pocos orientales que se llamen Paco.

Luisa – Es verdad…

Pausa.

Alberto – La ventaja, si realmente no perteneciera a la familia, es que, en caso de que necesitara un riñón, los nuestros no serían compatibles…

Luisa – Claro

Alberto – ¡Mira, aquí está el doctor Desgracia (en un aparte)! Con ese apellido no creo que traiga buenas noticias…

Entran en la habitación el médico y la enfermera. Tienen cara de circunstancias.

Alberto – Buenos días, doctor Desgracia

Doctor – Doctor Gracia, por favor… Esta es la señorita Felicidad, mi enfermera.

Alberto – Señorita…

Luisa – Vinimos en cuanto nos llamaron del hospital.

Doctor – Ustedes son los hermanos del paciente, si no me equivoco.

Alberto – Sí, en efecto…

Doctor – Siento mucho lo ocurrido…

Luisa – ¿Tan grave es, doctor?

Doctor – No voy a ocultarles que su estado es en extremo preocupante y que no hay muchas esperanzas…

Luisa – Pero… ¿Ni siquiera un poquito?

Doctor – El señor Mariani sufrió un traumatismo muy violento en la cabeza. El cráneo está muy afectado. Se encuentra en coma profundo. Le mantenemos con vida artificialmente. Seguiremos haciéndole pruebas, pero pensamos que su estado es de muerte cerebral…

Alberto – Vamos… Como una especie de vegetal…

Doctor – Llevo 14 años de profesión y, como es lógico, debería darles una explicación científica para justificar mi sueldazo… Pero sí… Se puede resumir de esa manera…

Luisa – O sea que no existe la menor posibilidad de que salga del coma…

El doctor Gracia les muestra la radiografía que su enfermera acaba de sacar del dosier.

D – Esta es la radiografía del cráneo del Sr. Mariani. Como pueden ver las lesiones son muchas y múltiples las fracturas

Alberto y Luisa hacen como que miran y comprenden.

Alberto – A mí me parece que el cráneo está en buen estado… La curva es perfecta.

Doctor – Lo que se ve ahí no es el cráneo, es el casco.

Luisa – ¿El casco?

Enfermera – La caja craneana está tan destrozada que hemos preferido dejarle el casco para conservar el cerebro en su sitio.

Doctor – Vamos… lo que queda del cráneo y del cerebro…

Alberto – ¿Quiere decir que sin el casco…?

Doctor – Imagine un montón de spaguetti en un colador roto al que se le hubiera puesto encima una cacerola… Es decir, que hemos preferido dejar la cacerola sobre el colador para evitar que los spaguetti se desparramen por el fregadero.

Alberto – Sí… Ya comprendo… Un ejemplo muy bueno, doctor…

El doctor guarda la radiografía

Doctor – Aunque las circunstancias sean muy dolorosas, debo preguntarles si el señor Mariani había expresado alguna vez su opinión sobre lo que debería hacerse en una circunstancia semejante, es decir, si se debe mantener al paciente con vida artificial, como es el caso.

Luisa – La verdad es que nunca comentamos nada al respecto. Además, no nos veíamos mucho… (A Alberto) ¿A ti te dijo algo?

Alberto – No… La última vez que nos vimos fue el día de tu boda y, lógicamente no se tocan ese tipo de asuntos aunque… cuando empezó el baile de los “pajaritos” ¿quién puede afirmar que alguno de nosotros no hubiera pensado en suicidarse…?

Doctor – No quiero meterles prisa, pero deben decidir qué se hace con su hermano.

Enfermera – También habría que pensar en la posible donación de un órgano…

Alberto – ¿Un órgano? ¡No, de eso nada…! Además, doctor, tenemos razones más que suficientes para suponer que Paco era adoptado… Por lo tanto, no podemos donar un órgano porque no somos compatibles.

Enfermera – Creo que el doctor se refería más a bien a los órganos de Paco.

Alberto – ¿Los órganos de Paco…? ¡Por supuesto…! Por lo que a mí respecta estoy totalmente de acuerdo si con ello se pueden salvar vidas.

Doctor – De cualquier forma hay que contar con la opinión de la señora Mariani. Hace un rato que llamó. No tardará en llegar.

Luisa – ¿La señora Mariani?

Doctor – Sí… su esposa… Vamos, la cuñada de ustedes…

Alberto – Sí… Claro…

Doctor – Les dejo con su hermano. Pueden hablarle si así lo desean, pero no les aseguro que esté en condiciones de oírles.

Alberto – Gracias, doctor.

Doctor – Estoy a su entera disposición… En caso de emergencia pueden llamar al timbre e inmediatamente vendrá una enfermera… Incluso un cura, si fuera necesario…

Salen el médico y la enfermera. Alberto y Luisa miran al paciente.

Luisa – ¿Sabías que se hubiera casado?

Alberto – Ni idea….

Luisa – Al menos podría haber enviado un wassap… Aunque creo que yo, particularmente, no hubiera ido a su boda…

Alberto – No le imagino casado.

Luisa – ¡A saber cómo es su mujer…!

Alberto – Por lo que ha dicho el doctor, pronto llegará.

Entra en escena Josefina, la supuesta esposa de Paco. Poco femenina. Incluso su papel podría interpretarlo un hombre travestido en mujer.

Josefina – ¡Dios mío… Paco!

Alberto y Luisa intercambian una mirada.

Josefina – No quiero pensar que he llegado demasiado tarde…

Alberto – No se preocupe. Todavía está vivo… Bueno, eso es lo que parece…

Josefina – Soy Josefina, la compañera de Paco… ¿Y ustedes quiénes son?

Alberto – Yo soy su hermano.

Luisa – Y yo su hermana.

Josefina – Nunca me habló de ustedes…

Alberto – Tampoco nos dijo que se hubiera casado…

Josefina – Era muy discreto… Quiero decir… que sigue siendo muy discreto…

Alberto – Tal y como está no tiene más remedio que serlo…

Josefina – ¿Ha dicho el médico si todavía quedan esperanzas?

Luisa – La verdad es que no nos ha dicho nada en concreto… Puede estar segura de que nosotros estamos tan desolados como usted… Por cierto, ¿tienen hijos?

Josefina – Todavía no… Y, hubiera sido un buen recuerdo suyo…

Luisa – Claro…

Josefina – Espero que, al menos, intenten hacer algo por él.

Alberto – Creo que más bien nos han hecho venir para saber si estamos de acuerdo en evitarle más sufrimiento….

Josefina – ¿Acortar su sufrimiento…?

Luisa – Por desgracia Paco se encuentra en coma profundo tras el accidente.

Josefina – ¿Accidente? ¿Pero qué es lo que le ha ocurrido?

Alberto – Tiene razón… Nosotros tampoco lo sabemos con exactitud.

Luisa – Sí, la verdad es que olvidamos preguntarlo.

Alberto – Posiblemente se trate de un accidente de circulación.

Josefina – Paco no sabía conducir.

Alberto – Sea lo que sea el Doctor Desgracia… Digo, Gracia tan sólo espera que le autoricemos a desenchufar.

Josefina – ¿Desenchufar…? Ni que estuvieran hablando de un tostador de pan. No olviden que se trata de su hermano.

Luisa – La verdad es que hace muchos años que no le veíamos

Alberto – Me pregunto por qué nos han hecho venir.

Luisa – Por supuesto somos su única familia… Pero, tomar una decisión así…

Alberto – Yo no soy creyente y estoy de acuerdo con la eutanasia, aunque siempre que se habla de ella me acuerdo de los Nazis.

Luisa – Desde luego los Nazis no nos dejaron un buen recuerdo.

Alberto – Cosa que desvirtúa un tanto la imagen de la eutanasia que, mirándolo bien, es una práctica muy útil en casos como éste.

Luisa – De cualquier forma pienso que es usted la persona indicada para tomar tal decisión… Finalmente le conoce mejor que nosotros…

Josefina empieza a lloriquear de forma poco convincente.

Josefina – No, por favor… No me pidan que sea yo quien decida “desenchufarle” como dicen ustedes… Al menos, de momento.

Luisa – Respetamos su decisión… ¿No es así Alberto?

Alberto – Por supuesto… (Mira su reloj) Tendré que marcharme dentro de un rato… Además, nada se puede hacer, de momento…

Luisa – Yo también me tengo que ir… Un compromiso para cenar… Ya saben…

Alberto – En el estado en que está no creo que nuestra presencia pueda cambiar gran cosa.

Josefina – Yo me quedaré con él, si no les importa.

Luisa – Por supuesto… Usted es su mujer…

Alberto y Luisa se disponen a salir cuando entra la enfermera.

Enfermera – Usted debe ser la señora Mariani ¿no es así?

Josefina – Sí…yo soy… Por favor, dígame en qué estado se encuentra…

Enfermera – Estamos a la espera de los últimos análisis, pero no voy a ocultarle que no somos nada optimistas.

Josefina – ¿Está empeorando?

Enfermera – No se puede afirmar algo así… Digamos que está en estado estacional…

Josefina – En ese caso, todavía puede haber alguna esperanza.

Enfermera – Por desgracia, querida señora mía, estacionario no significa, en este caso, nada bueno.

Alberto – Una lechuga también se puede decir que está en estado estacionario…

Enfermera – En efecto, el señor Mariani está en estado vegetativo. Por lo tanto, quedan pocas esperanzas de que se recupere.

Josefina – ¿Está segura?

Enfermera – Por desgracia lo estoy. Creo que sería mejor que tomaran una decisión al respecto.

Luisa – ¿Usted cree que sufre?

Enfermera – Resulta difícil saberlo con exactitud… Aunque, estarán de acuerdo conmigo que vivir en ese estado no es vivir.

Luisa – La enfermera tiene razón, Josefina. Comprendo su dolor pero no se le puede dejar así.

Enfermera – La marcha de un ser querido es una prueba que nos manda el Señor. Pero hay momentos en que no se debe dar la espalda a la realidad, sino más bien afrontarla. Además, ¡hay que rellenar tantos papeles!. Y, luego está lo de la herencia, por supuesto. Mejor es que estas cosas no anden rodando inútilmente.

Alberto – ¿La herencia?

Luisa – Es cierto… La herencia… Lo habíamos olvidado.

Alberto – ¿Y quiénes son los herederos?

Enfermera (dirigiéndose a Josefina) – Usted es su esposa ¿no es así?

Josefina – Bueno… Sí…

Enfermera – Luego, si su marido fallece es usted la heredera… Además, como esposa del paciente le voy a proporcionar ya algunos papeles para que los firme y así ir adelantando…

Josefina – La verdad es que… No estamos casados…

Enfermera – ¿Y tampoco tienen hijos?

Josefina – Pues… no…

Enfermera – En ese caso los herederos son su hermano y su hermana… Aunque no creo que sea el principal problema en estos momentos…

Alberto (en ensoñación) – No, por supuesto…

Enfermera – Les dejo que hablen del asunto.

Sale la enfermera.

Josefina – Creo que necesito refrescarme un poco.

Josefina entra en el cuarto de baño.

Alberto – O sea que nosotros somos sus únicos herederos.

Luisa – Claro… Y, además, al no estar casado…

Alberto – Tiene gracia…

Luisa – Sí, tiene gracia…

Alberto – ¿Crees que tenía mucha pasta?

Luisa – Me extrañaría, pero… Nunca se sabe… Hace años que no le veíamos…

Alberto – No tengo ni idea a qué se dedicaba.

Luisa – No sé por qué, pero le imagino más bien en el paro ¿no te ocurre a ti lo mismo?

Alberto – Pues sí… Incluso ya sin prestación alguna.

Luisa – Al menos nada que tenga que ver con la Seguridad Social.

Alberto – Sería mejor preguntar a su mujer… Es decir, a Josefina… Seguramente ella debe saber algo…

Vuelve Josefina.

Alberto – ¿Se encuentra mejor?

Josefina – Sí… mucho mejor… ¿Saben dónde han guardado sus cosas?

Luisa – ¿Qué cosas?

Josefina – Cuando entré en la habitación me pareció ver una maleta.

Alberto – Si le hospitalizaron tras el accidente, no creo que tuviera tiempo de hacer la maleta…

Luisa – Como ocurre en los partos….

Alberto – ¿Por qué quiere saber si había una maleta? La verdad es que tampoco creo que la necesitara en estos momentos.

Josefina – No, por supuesto… Perdonen… son los nervios…

Alberto – En todo caso… como usted vivía con él podría contarnos algo de su vida… Nosotros, como ya sabe, hace mucho que no le veíamos…

Luisa – Eso… ¿cómo le iba?

Josefina – ¿El qué?

Luisa – Pues con los negocios… ¿Tenía algún oficio?

Josefina (un poco ida) – ¿Paco…? ¿Un oficio…?

Alberto – Yo tampoco sé nada de su vida.

Josefina parece preocupada por otra cosa.

Josefina – De cualquier forma voy a preguntar a la enfermera dónde ha dejado su maleta.

Sale.

Alberto – Parece que está un tanto ida…

Luisa – También es lógico.

Alberto – En todo caso no creo que tuviera una fortuna…

Luisa – Quizá no se trate de una fortuna… pero cuando murió mamá hace tres años, también recibió su parte de la herencia.

Alberto – ¡Por supuesto! Lo había olvidado…

Luisa – Ahora podríamos recuperarla… Quiero decir que lo normal es que la recuperemos nosotros. En todo caso es un dinero que nos correspondería.

Alberto – Sobre todo porque es posible que ni siquiera perteneciera a nuestra familia. Quizá nuestros padres irían a China a adoptarle. O, sin ir más lejos, puede que se lo compraran a algún chino de los de “Todo a un euro”

Luisa – Te aseguro que a mí, en este momento, me vendría de perlas un poco de dinero. Acabamos de comprar una casa en el campo, precisamente junto a la de Belén Esteban.

Alberto – ¿No me digas…? ¿En el campo y cerca de Belén…? ¡Estupendo!

Luisa – El problema es que hay muchas cosas que arreglar. Ahora, más que una casa, parece una chamizo en ruinas…

Alberto – Más o menos como nuestro hermano.

Luisa – Más o menos.

Se quedan pensativos por un rato.

Alberto – ¿Y si se lo hubiera ventilado todo?

Luisa – ¿Eso piensas?

Alberto – Ya conoces a Paco…

Vuelve Josefina.

Josefina – En efecto… No había ninguna maleta…

Luisa – Pero díganos… ¿Qué tal le iba? ¿Tenía problemas económicos?

Josefina – ¿Problemas económicos?

Alberto – No hace mucho que heredó. Supongo que lo habrá sabido conservar como buen padre de familia…

Josefina – ¿Padre de familia? Ya le he dicho que no teníamos hijos…

Luisa – Sí, es cierto.

Entra la enfermera.

Enfermera – ¿Han decidido ya qué van a hacer?

Alberto – La verdad es que…

Luisa – Todavía no hemos tomado una decisión…

Alberto – Porque no estamos todos de acuerdo…

Luisa – La señora considera que todavía no está preparada para…

Josefina sigue buscando algo.

Josefina – ¿Entonces es seguro que no hay ninguna maleta?

Mira incluso debajo de la cama.

Enfermera – Si el Sr. Mariani no estaba casado, son sus hermanos los que han de decidir lo que hay que hacer.

Alberto – Sin embargo nos gustaría tener más información.

Enfermera – Supongo que se refiere a su situación médica. Pues, como les dije hace un rato…

Alberto – Estamos pensando más bien en el aspecto financiero.

Enfermera – No se preocupen por eso. Aunque la eutanasia no entre en la Seguridad Social, consideramos que, en este caso, se trata de un gesto de caridad cristiana totalmente altruista. Pero, si desean hacer alguna donación, el doctor Gracia tiene el proyecto de crear una fundación en Alcalá de Henares para …

Luisa – Nos referimos más bien a la herencia…

Enfermera – Sí… Claro… Es lógico…

Alberto – ¿Sabe usted si el señor Mariani andaba bien de dinero?

Enfermera – Eso quien mejor lo sabrá es su compañera…

Josefina, que andaba distraída, reacciona al darse cuenta que hablan de ella.

Josefina – ¿Decían?

Enfermera – Lo que sí deben saber es que, si aceptan la herencia de su hermano también aceptan las deudas, entre otras los gastos de hospitalización…

Luis – ¿No me diga?

Alberto y Luisa miran al enfermo y a toda la parafernalia que le rodea.

Alberto – Todo esto debe costar una pasta.

Enfermera – Pues sí… Una fortuna. En principio hay que saber si el señor Mariani pertenece a la Seguridad Social o bien tiene una sociedad médica privada…

Luisa – ¿Y ustedes no lo saben?

Enfermera – Tendría que consultar al departamento de contabilidad… Pero, en caso de duda, siempre pueden renunciar a la herencia y hacer que ésta recaiga en beneficio de la fundación del doctor Gracia…

Alberto – Sí… Es una buena idea…

Enfermera – Por lo que se refiere a mantenerle o no con vida les aconsejo que estudien los pros y los contras… El que siguiera en coma durante años no haría más que incrementar el total de la factura…

Luisa – En ese caso, habría que pensar en acortar rápidamente el sufrimiento de nuestro hermano… ¿Qué opinas tú, Alberto?

Enfermera – Les dejo que lo piensen…

Sale la enfermera.

Luisa (a Josefina) – ¿Y usted qué opina?

Josefina – Todavía existe alguna esperanza de que despierte del coma…

Alberto – De todas formas, si renunciamos a la herencia qué más nos da mantenerle o no con vida…

Luisa – En ese caso no deberíamos precipitar su final… No sería cristiano…

Alberto – Tendré que hablar con mi abogado. No sé si al renunciar a la herencia los gastos de hospitalización siguen corriendo a cargo de la familia. Le llaman algo así como deber de asistencia.

Luisa – ¿Deber de asistencia? Pero, si apenas le conocemos…

Acercándose al paciente. Dirigiéndose a Josefina.

Alberto – Usted cree que oye lo que decimos?

Josefina – ¡Cualquiera sabe!

Luisa – ¿Y qué hacemos sobre la donación de órganos?

Alberto – ¿Donar órganos?

Luisa – Claro… Quizá podríamos venderlos…

Alberto – ¿Cuánto piensas que se podría sacar?

Luisa – Con eso podríamos pagar los gastos de hospitalización… ¡Qué tonterías estamos diciendo! ¡Deben ser los nervios!

Alberto – ¿Estás segura de que no nos oye?

Luisa (a Josefina) – ¿Sabe usted lo que pensaba sobre la donación de órganos?

Josefina – No tengo ni idea

Luisa – (a Josefina) – ¿Y qué tal si se casara con él antes de que le desconectaran?

Alberto – Y, por supuesto antes de que le saquen los órganos.

Luis – Sería un buen recuerdo… Señora de Mariani…

Alberto – A falta de hijos…

Luisa – No creo que resultara razonable acudir a la inseminación post mortem.

Alberto – Lo que no sé es si alguien se puede casar en estado de coma… Tendría que preguntárselo también a mi abogado…

Josefina – Ya les veo venir … Hace un rato, yo no formaba parte de la familia y ahora quieren que me case con él para que sea yo quien pague los gastos de hospitalización…

Luisa – Tampoco hay que tomarse todo a la tremenda

Llega el doctor.

Doctor – ¿Qué tal van las cosas por aquí? Quiero decir… teniendo en cuenta las circunstancias. ¿Les han ofrecido un café? ¿Algo de bollería?

Luisa – Doctor, justamente necesitaríamos conocer su opinión.

Doctor – Lo que necesiten. Estamos aquí para ayudarles.

Alberto – Se trata de la Sociedad Médica del señor Mariani

Doctor – Su hermano no tenía Sociedad Médica. Y, debo informarles además de que hace más o menos seis meses, dejó de pertenecer a la Seguridad Social. Pero no quisiera inquietarles con este asunto, por el momento.

Luisa – Le aseguro que ya estamos bastante inquietos.

Doctor – Lo comprendo… Ver a su hermano… y a su compañero en tal estado… resulta difícil de asumir…

Josefina – ¿Cree usted que existe alguna posibilidad de que vuelva a hablar?

Enfermera – ¿Volver a hablar? Dios mío… Siempre es posible un milagro, pero me temo que para eso tendrán que pedir hora más arriba, en el cielo. Los milagros son menos seguros que la eutanasia pero al contrario que con los cuidados intensivos, esos corren al cien por cien por cuenta de la iglesia….

Luisa – Gracias por sus reconfortantes palabras, doctor.

Doctor – Se me olvidaba decirles que acaba de llegar un policía.

Josefina – ¿Un policía?

Doctor – Le he dicho que el paciente no se encontraba en condiciones de contestar a sus preguntas, pero dice que le gustaría hablar con sus allegados… En todo caso, si cambian de opinión con respecto al café y la bollería no tiene más que llamar al servicio de habitaciones…

Sale el médico.

Alberto – ¿Un poli? ¿Por qué un policía?

Luisa – A lo mejor está investigando las circunstancias exactas del accidente. Es lo normal.

Alberto – Tienes razón. La verdad es que no sabemos lo que ocurrió.

Luisa – La enfermera habló de un abono a biciMAD…

Alberto (dirigiéndose a Josefina) – ¿Sabe usted qué ocurrió?

Josefina – Pues… la verdad… no exactamente.

Luisa – El policía nos informará, digo yo.

Alberto (fijándose en la incomodidad de Josefina) – ¿Y a usted no le apetece saberlo?

Josefina – Miren, no tengo tiempo de explicarles, pero preferiría que no le hablaran de mí a la bofia.

Alberto – ¿Y eso?

Josefina – La verdad es que… no soy la mujer de Paco… ni tampoco exactamente su compañera…

Luisa – ¿Y entonces quién coño es usted?

Josefina – Digamos que… teníamos negocios a medias…

Alberto – ¿Negocios? ¿Qué tipo de negocios?

Luisa – Parece ser de esos que la policía no debe investigar.

Llaman a la puerta.

Josefina – Se lo contaré más tarde. Ahora me esconderé en el baño hasta que se largue el poli.

Se esconde en el baño.

Entra el comisario Sánchez (hombre o mujer).

Sanchez – Soy el comisario Sánchez. (Secándose la frente) Aquí hace un calor de mil demonios… Imagino que ustedes son sus familiares…

Alberto – Su hermano y su hermana, sí.

Sanchez – Estoy investigando el caso en que está implicado el señor Mariani.

Luisa – ¿Un caso? Se trata de un accidente de bicicleta no del naufragio del Titanic.

Sanchez – Es algo mucho más complicado.

Alberto – ¿No me diga?

Sanchez – Pensé que ya estarían al corriente. Su hermano está en coma tras un asalto.

Luisa – ¿Un asalto?

Sanchez – El asalto a la sede de la mutualidad de banca próxima a su casa.

Alberto – Comprendo… Paco siempre tuvo espíritu mutualista

Luisa – Sobre todo cuando se trataba de quedarse con nuestro dinero.

Alberto – O sea que pasaba por allí en bici y se encontró con una bala perdida ¿es así?

Luisa – Cosa que no me extraña lo más mínimo

Alberto – Nuestro hermano siempre ha sido un gafe.

Sanchez – Nada de eso… Su hermano se vio implicado en un asalto porque él era el asaltante.

Luisa – ¿O sea que Paco ha asaltado la mutualidad de banca…?

Sanchez – Sí… Y tiene un cómplice…

Alberto – Parece increíble

Luisa – ¿Un asalto en bicicleta con un casco enorme en la cabeza?

Alberto – Encaja bien con su carácter…

Sanchez – ¿Ustedes sabían algo de sus actividades delictivas?

Luisa – Hacía muchos años que no nos veíamos.

Alberto – Y… en bicicleta… Debería ser una circunstancia atenuante ya se trata más bien de un asalto ecológico…

Luisa – ¿Entonces no ha sido un accidente?

Sanchez – Sí y no… Su hermano se tragó un autobús al huir de la policía en pleno centro de Madrid…

Alberto – ¡Una persecución policial en bicicleta! Y los polis cómo iban ¿en patinete?

Sanchez – No se lo tome a broma. Estoy hablando de un atraco a mano armada…

Luisa – Me doy cuenta señor Inspector, pero le recuerdo que nuestro hermano se halla entre la vida y la muerte…

Sanchez – Lo siento, pueden creerme… Sobre todo porque si no hubiera tenido un accidente podría haberme dado el nombre de su cómplice que, por cierto, es una mujer.

Alberto – ¿Una mujer?

Sánchez le enseña un folio.

Sanchez – Este es su retrato robot. ¿Les dice algo esta cara?

Alberto – Por desgracia no llevo conmigo las gafas de cerca (Hace como que intenta ver) ¡Ya sabe… cuando ataca la presbicia…

Sanchez – ¿Y usted?

Luisa – ¿Quién…? ¿Yo…? Le aseguro que soy una pésima fisonomista. Confundo a las personas… Por poner un ejemplo si acudo a un club de intercambio de parejas soy capaz de acostarme con mi marido por no haberle reconocido.

Sanchez – Ya veo…

Alberto – Usted sí que tiene suerte.

Sánchez se acerca a la cama.

Sanchez – Hace un rato estuve cambiando impresiones con el doctor. Según él es poco probable que salga del coma.

Alberto – Y, si sale será para entrar en la cárcel… No creo que eso le incite a resucitar…

Luisa – ¿A cuántos años de prisión se enfrentaría si resucitara?

Sanchez – Si nos diera el nombre de su cómplice y devolviera el botín, los jueces podrían tener cierta clemencia con él…

Alberto – ¿Cuánto?

Sanchez – El arma era falsa, pero la prescripción suele ser la misma… En teoría, unos 20 años…

Alberto – Me refiero al botín…

Sanchez – Tres millones

Alberto – Tres millones de euros, claro.

Luisa – No está nada mal.

Alberto – Nunca pensé que Paco fuera ambicioso… Eso hace que le empiece a estimar un poco más.

Luisa – ¿Y dice usted que no se han encontrado los tres millones?

Sanchez – Hay testigos que afirman que su hermano salió de la mutualidad de banca con la maleta en la mano y, sin embargo, después del accidente, la maleta desapareció.

Alberto – ¿Pero qué ocurrió exactamente?

Sanchez – Tras el atraco, ambos cómplices se fueron cada uno por su lado, como para despistar. A ella la perdimos y a su hermano le localizamos cerca de la estación de Atocha. Un tipo en bici con un casco enorme, es bastante visible.

Alberto – Aunque no lo suficientemente visible para el conductor del autobús…

Sanchez – En cualquier caso, tuvo tiempo suficiente para deshacerse de la maleta antes del accidente.

Luisa – ¿La maleta….?

Sanchez – ¿Ustedes saben algo de esa maleta?

Luisa – Nada… Nada en absoluto…

Sanchez – Sea como sea sepan que su hermano está arrestado. En principio debería quedarme aquí hasta que despierte pero…

Alberto – No creo que pueda escaparse en tal estado…

Sanchez – He de confesarles que a mí los hospitales me deprimen.

Alberto – Además, creo que hay un hervidero de virus resistentes a todo tipo de antibióticos.

Luisa – Ya conoce el dicho : en un hospital se sabe cuando se entra, pero no si se saldrá vivo.

Alberto – Incluso se puede pillar cualquier cosa aunque tan sólo se venga a visitar a una mujer que acaba de dar a luz… Por esa razón yo me negué a estar presente en el nacimiento de mis tres hijos.

Sanchez – ¿Eso es cierto?

Luisa – En cuanto a virus y microbios el hospital es un auténtico caldo de cultivo.

Alberto – Además estamos muy cerca del servicio de Enfermedades Tropicales. El doctor nos dijo que la semana pasada habían tenido un caso de malaria.

Luisa – Creo que dijo de Ébola…

Alberto – Sí, tienes razón… Ébola…

Sanchez – ¿Eso le dijo?

Luisa – Guarde el secreto pero, según mi modesto entender este hospital debería estar ya en cuarentena… A parecer las enfermeras caen como moscas….

Sánchez se muestra inquieto. Parece querer marcharse cuanto antes.

Sanchez – Pues, en ese caso, les voy a dejar… Vendré de vez en cuando para ver cómo evoluciona el paciente…

Alberto – Gracias por su amabilidad, señor inspector.

Alberto le tiende la mano. Duda, pero no puede evitar apretársela.

Sanchez – ¿Les importa que me lave las manos antes de salir?

Luisa – ¿Dónde?

Sanchez – Pues… ¿dónde va a ser…? En el cuarto de baño.

Los hermanos se miran asustados.

Alberto – Es que resulta que…

Sanchez – ¿Hay algún problema?

Luisa – No… Ningún problema…

Sánchez entra en el baño. Los hermanos intercambian una mirada inquieta.

Alberto – Tendremos que decir que nos amenazó con matarnos si hablábamos de ella…

Luisa – ¿Con una pistola de pega?

Alberto – Se supone que no sabíamos nada…

Sánchez vuelve.

Sanchez – La verdad es que aquí hace un calor insoportable. Espero no haber pillado una de esas porquerías… En todo caso, avísenme si su hermano despierta ¿de acuerdo?

Luisa – Por supuesto, inspector.

Sánchez sale.

Luisa – ¿Dónde se habrá metido?

Alberto – Quizá se ha escondido tras la cortina de la ducha.

Luisa – Eso se ve en muchas películas de terror.

Alberto – En todo caso creo que podemos desestimar cualquier tipo de herencia. Si ha atracado un banco es porque andaba en las últimas….

Luisa – ¿Y la maleta?

Alberto – Claro… ¡la maleta!

Luisa – Por eso Josefina se niega a que desconectemos a Paco antes de saber qué hizo con la pasta.

Alberto – Ahora comprendo por qué insistía tanto con lo del equipaje…

Vuelve Josefina.

Josefina – Menos mal que el cuarto de baño se comunica con la habitación de al lado.

Alberto – ¿Y el paciente que la ocupa no se ha extrañado al verla entrar?

Josefina – También está en coma….

Luisa – Claro… La 13bis…

Josefina – Lo he oído todo…

Luisa – ¿Entonces?

Josefina – Pues sí….Yo soy su cómplice

Alberto – ¿No me diga? Desde luego el retrato robot se le parece muchísimo…

Luisa – Por lo que va a ser difícil negar al inspector que no la hemos reconocido en caso de que se entere de que ha estado aquí.

Josefina – Entonces, gracias por su discreción…

Alberto – Sí… pero podríamos tener problemas, y muy gordos…

Luisa – ¿Y qué ganamos nosotros por no hablar?

Josefina – De acuerdo. Me ayudan a echar el guante a la pasta y repartimos. Un millón para cada uno.

Luisa – ¿Divide sólo por tres?

Josefina – Es lo lógico dado el estado de Paco.

Luisa – Precisamente por eso. Si no se despierta cómo va a decirle lo que hizo con la pasta.

Josefina – Y si despierta, ¿a quién podría confiárselo sino a su familia?

Alberto – ¿Y después?

Josefina – Si conseguimos que hable, luego le desconectamos. Mejor dejarle morir que no vivir como una lechuga. Además, resulta complicado dividir tres millones entre cuatro. Las cuentas no salen redondas.

Alberto – Sin contar que eso evitaría que la denunciaramos a la policía….

Josefina – Parece ser que ustedes no estaban muy unidos. Además, de esa forma evitarían pagar los gastos de hospitalización durante años…

Luisa – Me gustaría estar segura de que no nos escucha.

Alberto – ¿Crees que podría estar fingiendo?

Luisa – Eso encajaría muy bien con su carácter. ¿Recuerdas que cuando era niño dormía tan profundamente que parecía estar en coma?

Los tres se acercan a la cama.

Josefina – A lo mejor es que este tío marrano lo que quiere es guardarse la pasta para él solito…

Luisa – Paco ¿nos escuchas?

Alberto – No debe ser tan fácil con el casco puesto.

Luisa – Sí, pero el doctor ha dicho que si se le quita se corre el riesgo de que el cerebro se desparrame por la cama y el suelo…

Josefina – Podríamos levantar un poco la visera…

Procede a levantársela.

Alberto – Paco, soy yo, tu hermano Alberto…

Josefina – Oye tío, ¿quieres largar de una puñetera vez dónde has dejado la pasta?

Luisa – Mujer… No sea tan brusca….Puede matarle

Alberto – ¡Ha abierto la boca…!

Josefina – ¡Coño… Es cierto!

Luisa – Como si quisiera decirnos algo…

Alberto – Puede que se trate tan sólo de un tic nervioso…

Josefina – Miren… Parece que tiene algo en la boca

Luisa – Es verdad….

Josefina mete la mano a través de la visera.

Josefina – ¡Escupe de una vez, puñetero!

Luisa – Háblele con cariño, por favor…

Josefina – Mierda… ¡Me ha mordido el muy cerdo…!

Alberto – Por su bien espero que no le contagie nada.

Luisa – ¿Ha encontrado algo?

Josefina – ¡Coño… Una llave!

Luisa – ¿Una llave?

Josefina – Parece la llave de una consigna. Tuvo tiempo de largar la maleta en la consigna de la estación.

Luisa – Intentaría tragársela cuando se vio sorprendido por la poli.

Alberto – Seguramente fue así… Pero hay más de una estación en Madrid.

Josefina – El poli dijo que el accidente ocurrió cerca de la estación a Atocha.

Alberto – Esto parece una película policiaca…

Luisa – O una obra de teatro…

Josefina – Yo no puedo ir a la estación. La poli me busca. Tienen mi retrato robot

Alberto – De un gran parecido, por cierto.

Josefina (a Luisa) – Vaya usted misma.

Luisa – ¿Y por qué yo?

Josefina – Porque con su look de burguesa pija pasaría desapercibida.

Luisa – Vaya… Muchas gracias… ¿Y si me pillan?

A(a Luisa) – Se trata de tres millones de euros. Piensa en lo que podrías hacer con tanto dinero…

Luisa – ¿Y por qué no vamos los dos?

Josefina – Claro, y luego se largan con la pasta… ¡De eso nada! (Saca una pistola y les apunta) Él se queda aquí.

Luisa – Venga… No nos tome el pelo… El poli ha dicho que utilizaron armas falsas…

Josefina – De acuerdo… Pero, no traten de enrollarme…

Alberto – De todas formas, será mejor que uno de nosotros se quede. Podría levantar sospechas el que nos marcháramos los dos.

Luisa – No me acaba de gustar esto. Sería mejor avisar al Inspector Sánchez.

Josefina – ¡Sí, claro, para que me enchironen…!

Alberto – Además, tampoco estamos tan seguros de dar con la consigna… Claro que, si encontramos algo entonces será el momento de decidir lo que se hace.

Luisa – De cualquier forma sería quedarse con el producto de un robo.

Alberto – Piensa en todo lo que podrías hacer con un millón de euros.

Luisa – Sí… La verdad es que no estaría mal.

Alberto – Podrías terminar de arreglar tu choza frente a Belén Esteban… Incluso podrías comprarte un pisito en Benidorm, en la playa de Poniente. Creo que los hay con una piscina más grande que la de Bertín Osborne.

Luisa – No hablemos más… ¡Voy a la estación!

Sale. Los otros dos se miran con recelo. Suena el móvil de Alberto. Responde. Josefina se acerca al paciente.

Alberto – Si… No, todavía estoy en el hospital… La verdad es que… Digamos que es más complicado de lo previsto… No hay mal que por bien no venga… A lo mejor hasta ganamos algo en todo esto… ¿Paco? Sí… sigue en coma… Mira, te lo contaré más tarde… Ahora no puedo hablar… No, no me esperes a cenar… Sí… Yo también…

Josefina – Parece como si respirara mejor desde que le quitamos la llave de la garganta ¿No le parece?

Alberto – Quizá le hemos salvado la vida…

Josefina – No cantemos victoria todavía…

Alberto – ¿No cree que deberíamos llamar al doctor?

Josefina – Sí, claro… para que la bofia me meta en chirona…

Entra el doctor por un momento nada más

Doctor – ¿Todo va bien?

Josefina – Digamos que… más o menos como antes.

Doctor – No duden en llamarme si me necesitan.

Sale.

Alberto – Entonces ¿qué hacemos?

Josefina – De momento, esperar.

Cada uno se sienta en una silla. Ambos se adormecen por un rato. Aquí se puede hacer un cambio de luces. Suena el móvil de Alberto. Se despierta sobresaltado. Josefina sigue durmiendo.

Alberto – Sí… Luisa… ¿Has encontrado la consigna? ¡Una maleta! Sí, tienes razón, es mejor no abrirla en el metro porque está plagado de ladrones. Imagina que la maleta esté llena de millones… ¿Josefina? Está sobando aquí a mi lado. No creo que esté bien que me marche a la francesa, sin decirle nada… Al fin y al cabo tenemos algo en común… De acuerdo ya sé que robar a una ladrona no es realmente robar, pero…

Josefina se despierta. Ha escuchado el final de la conversación. Alberto se da cuenta y cambia de tono.

Alberto – Creo que será mejor que vengas al hospital para comprobar lo que hay en la maleta. ¿De acuerdo? Pues, hasta ahora…

Guarda el móvil. Josefina le mira desafiante.

Josefina – ¿No estarán pensando en pasar de mí?

Alberto – Por supuesto que no… Luisa tiene la maleta. Enseguida llegará…

Vuelve el doctor.

Doctor – Qué escena tan tierna… Paco tiene realmente suerte de que sus familiares más queridos se ocupen de él… Por desgracia no es lo habitual…

Alberto – Sí… Yo… De todas formas sólo se muere uno una vez.

El doctor controla los aparatos que rodean al paciente.

Doctor – La verdad es que no veo evolución alguna. El encefalograma sigue siendo plano.

Alberto – Tampoco creo que antes del accidente su encefalograma tuviera más picos… Se trata de una broma, naturalmente…

Doctor – Tiene razón. Conviene desdramatizar. Y, lo que yo digo siempre a mis pacientes en cuidados intensivos : todos estamos de paso en la tierra…

Alberto – Doctor, siempre encuentra usted la palabra adecuada para dulcificar la situación. Es algo que sin duda debe levantar la moral de sus enfermos….

Doctor – Es mi oficio… Casi un sacerdocio… Ya saben dónde me tienen si me necesitan…

Josefina – Gracias doctor…

Al salir el doctor se da de bruces con Luisa y la maleta. Momento de tensión.

Doctor – O sea que trae algunas cosillas para el paciente. Es muy amable por su parte pero… no creo que en su estado… Bueno… Les dejo en familia.

Sale el doctor. Luis coloca la maleta sobre la cama a los pies del paciente. La miran fascinados.

Alberto – ¿Has podido ver lo que hay dentro?

Luisa – He preferido abrirla aquí. Creo que es más prudente.

Josefina – Ha hecho usted bien.

Luisa – Además, se necesita un código para abrirla…

Josefina se acerca a la maleta y marca el código.

Alberto – ¿007…? ¡Qué imaginación!

Josefina abre la maleta. Se puede leer la decepción en sus caras. Luis hace el inventario del contenido.

Luisa – Unas cuantas chucherías… Un bañador…

Alberto – Y un método Assimil para aprender chino…

Josefina – Este marrano ha intentado pasar de mí. Seguramente quería marcharse a Bélgica con la pasta.

Luisa – ¿Desde la estación de Atocha?

Josefina – De cualquier forma, la pasta no está aquí…

Alberto (a Luisa) – ¿No serás tú la que pretende engañarnos…?

Luisa – ¿Yo? Pero si he sido la que ha dicho que no conocía el código…

Josefina – Vamos, tomemos las cosas con calma… Al fin y al cabo se trata de su hermano… Ahora somos casi como de la familia…

Luisa se acerca al paciente.

Luisa – ¡Ha abierto los ojos!

Alberto – Todavía quedan esperanzas.

Luisa – De encontrar la pasta, quieres decir…

Alberto – Sí, claro… Eso también…

Josefina – Posiblemente se trate de un tic.

Luisa – Paco ¿nos escuchas?

Alberto – ¡Ha parpadeado!

Luisa – A lo mejor ha querido decir que sí.

Alberto – Tienes razón. Es así como se hace hablar a la gente que está en coma. Lo he visto en una película. Una para decir « si », otra para decir « no ». O… al revés?.. No sé….

Luisa – ¿Paco? Escúchame bien e intenta responder a esta pregunta con un si o con un no : ¿Te llamas Paco?

Alberto – Es una pregunta estúpida

Luisa – Se trata de saber únicamente si ha comprendido lo de las respuestas.

Alberto – ¿Ha parpadeado?

Josefina – La verdad es que con el caso puesto no resulta muy práctico. Podríamos intentar quitárselo…

Luisa – Usted lo que quiere es acabar con él… ¿A que sí?

Josefina – ¡De ninguna manera!

Alberto – Además, se podría armar una buena con los sesos desparramos por ahí.

Entra la enfermera. Josefina baja inmediatamente la visera del caso.

Enfermera – Únicamente venía a avisarles que el inspector Sánchez está en recepción y subirá en un momento…

Luisa – Está bien. Muchas gracias.

Se va la enfermera.

Alberto – Creo que será mejor que se marche.

Josefina – Sí. Saldré con la maleta para que no la encuentren.

Luisa – Yo creo que mejor será ponerla bajo la cama

Coge la maleta y la mete bajo la cama. Josefina está confusa.

Luisa – Vamos… ¡Marchese!

Josefina entra en el cuarto de baño. Llega Sánchez. Podría venir cubierto de granos o manchas rojas.

Alberto – ¿Cómo le va, señor Inspector?

Sanchez – No muy bien, la verdad… Tengo como golpes de calor…

Luisa – Siéntese por favor…

Sanchez – No… Si yo he venido a pasar consulta con el doctor… ¿Ha pasado por aquí?

Alberto – No debe andar lejos. Mejor pregunte a la enfermera. Parece que están liados

Luisa – ¿De dónde sacas tú que estén liados?

Alberto – No sé… Intuición masculina… Además, al llegar me equivoqué de puerta y me pareció que el doctor Desgracia besaba a la enfermera en la habitación 13bis.

Luisa – ¡Qué vergüenza….! Menos mal que el paciente que ocupa la habitación también está en coma…

Sanchez – ¿Cómo evoluciona su hermano?

Luisa – A decir verdad, no parece que evolucione bien.

Alberto – Creo que, si esto sigue así, nos veremos obligados a desengancharle.

Luisa – ¿Y cómo va la investigación de caso? ¿Ha descubierto algo nuevo?

Sanchez – Está claro que esta parejita no se puede comparar con Bonny and Clyde. No creo que les pille de nuevas si les digo que su hermano tiene el coeficiente mental de una ostra. Se confirma que su cómplice fue la que organizó todo. Ella es el verdadero cerebro de la banda.

Alberto – ¿Ella …? La verdad es que no me extraña en absoluto.

Luisa – Desde luego el cerebro de nuestro hermano no servía para nada, incluso antes del accidente.

Sanchez – Esa arpía le metió en el ajo pensando en quedarse con el botín. Por desgracia para ella… y para su hermano, las cosas salieron mal…

Alberto – Desde luego…

Luisa – Nunca tuvo suerte, el pobre.

Alberto – ¿Algo más?

Sanchez – Hay testigos que afirman haber visto a Paco guardar la maleta en una consigna de la estación de Atocha. Hemos buscado, pero sin éxito…

Luisa – ¿Estación de Atocha?

Sanchez – Eso parece…

Alberto – Ya….

Sanchez – Pues bien… voy a ir al encuentro del doctor Gracia… ¿o Desgracia? ¡Vaya nombrecito! (Se seca el sudor con un pañuelo) Acabo de tener otro golpe de calor todavía más fuerte… Les mantendré informados del curso de la investigación…

Alberto – Gracias inspector… Y, sobre todo, cuídese…

Sale Sánchez. Entra la enfermera.

Enfermera – No quisiera importunarles pero es preciso que tomen una decisión respecto a su hermano… Acabamos de recibir la solicitud de un hígado. Eso podría salvar una vida…

Luisa – Sí… Bien… Le prometo una respuesta positiva en poco tiempo. Déjenos decirle adiós por última vez en familia…

Enfermera – Por supuesto….

Sale la enfermera. Entra Josefina.

Luisa, sin el menor recato, sacude a Paco intentando despertarle.

Luisa – ¡Vamos Paco! ¡Despierta de una vez! ¿O es que quieres acabar con un pulmón de menos?

Los otros dos la miran un tanto inquietos.

Alberto – Creo que dijo la enfermera que se trataba de un hígado.

Josefina – Yo… les voy a dejar … Será mejor que me vaya antes que vuelva el poli.

Alberto – A lo mejor se hace el muerto para no ir a prisión…

Luisa – ¡Y para guardar el botín para él solo…!

Josefina – ¿Les importa si me llevo la maleta? Para ustedes no tiene ningún significado, pero para mí tiene un valor sentimental…

Alberto – ¿Un valor sentimental?

Josefina – Esta maleta fue… Sí… fue un regalo de Paco.

Luisa – Desde el principio se la ve interesada por la maleta.

Alberto – Mucho antes de encontrar la llave.

Luisa – O sea que usted sabía que la pasta estaba dentro.

Josefina – Pero, como habrán podido comprobar, no es así…

Luisa – Creo que deberíamos echarle otro vistazo….

Luis intenta coger la maleta. Josefina se resiste. Cada una tira de un lado y la maleta se parte en dos. Se acerca Alberto.

Alberto – Hay un doble fondo…

Luisa – Y el dinero está dentro…

Alberto – ¡Usted lo sabía y ha pretendido engañarnos!

Josefina – De acuerdo. Lo sabía… ¿Y ahora qué hacemos?

Luisa – Lo repartimos, como estaba previsto.

Josefina – ¿Y por qué tendría que repartirlo con ustedes?

Alberto – Para evitar que la denunciemos a la policía, por ejemplo. Y que salga de este hospital para ir directamente a chirona.

Josefina – De acuerdo….

Alberto saca algunos billetes de la maleta.

Alberto – ¡Tres millones de euros…!

Luisa – Es como haber ganado el bono-loto.

Josefina – Les recuerdo, no obstante, que se trata de un dinero sucio.

Alberto – ¿Sucio? Lo dice porque son billetes usados.

Luisa – Me vendrá de perlas para pagar en negro los trabajos de mi casa…

Entra la enfermera con una jeringuilla en la mano. Josefina devuelve el dinero a la maleta.

Enfermera – Ya está todo preparado…

Alberto – ¿Le va a inyectar?

Luisa – ¡Dios mío, Paco! Al fin y al cabo se trata de nuestro hermano.

Enfermera (con aspecto inquietante) – No se preocupen. Nadie se ha quejado nunca de mis pinchazos…

Oscuro.

Josefina – ¿Qué ocurre?

Enfermera – Un apagón… No comprendo por qué no ha saltado el equipo de emergencia… Voy a ver qué ocurre….

Alberto – Sí, creo que será lo mejor… porque, en esta oscuridad… podría equivocarse de paciente…

Sale la enfermera.

Luisa – En todo caso no tardaremos mucho en saber si necesitaba realmente todos estos aparatos para seguir vivo…

Alberto – Yo no me quedo aquí, a oscuras, con un muerto viviente. Me toca los cojones…

Luisa – A mí también.

Josefina – Pues, vámonos…

Salen.

Se escucha una melodía tipo Las cuatro estaciones de Vivaldi.

Vuelve la luz.

Alberto, Luis y Josefina entran en la habitación. La enfermera también.

Alberto – ¿Decía usted?

Enfermera – Que su a su hermano le manteníamos en vida gracias a un montón de aparatos… que, por supuesto, funcionan a base de electricidad…

Luisa – ¿Entonces?

Josefina – ¿Está muerto?

Enfermera – Antes no podíamos afirmar si realmente estaba vivo, pero ahora… Me temo que, en efecto, está completamente muerto. Lo voy a comprobar, sin embargo….

Se acerca al paciente y le ausculta.

Enfermera – Pues sí… Se acabó… No ha terminado la cosa como habíamos previsto pero, después de todo, tampoco está nada mal ¿no es así? Les dejo. El doctor vendrá dentro de un ratito.

Sale. Los tres se quedan perplejos.

Luisa – Es terrible…

Alberto – Al fin y al cabo, era nuestro hermano…

Josefina se acerca a la cama.

Josefina – Creo que deberíamos quitarle el casco.

Alberto – La verdad… No sé si es lo apropiado… Se va a poner todo perdido…

Luisa – ¡No podemos enterrarle con el casco puesto…!

Josefina – Al menos le abriré la visera… Así podremos darle el último adiós.

Abre la visera.

Alberto – ¿Recuerdas si tenía los ojos verdes?

Luisa – Sería el único con ojos verdes de la familia.

Alberto – Lo que también podría ser indicio de que no formábamos parte de la misma rama…

Josefina se acerca y también se le queda mirando

Josefina – ¡No!

Alberto – ¿Qué ocurre?

Josefina – ¡Este no es Paco!

Luisa – ¿Qué no es Paco…? Pues hace un rato sí que lo era…

Se acerca Alberto.

Alberto – Pues es verdad… ¡Éste no es Paco!

Luisa – Entonces ¿quién es?

Josefina – Este se parece mucho al muerto viviente que vi en la habitación de al lado.

Alberto – Claro… Yo también le vi al llegar… ¡Es el vecino!

Luisa – No creo que haya venido andando…

Josefina – Entonces ¿dónde está Paco?

Alberto mira bajo la cama.

Alberto – ¡No sólo ha desparecido Paco…!

Luisa – ¡La maleta! ¡Tampoco está la maleta!

Entra Sánchez.

Sanchez – El doctor ha dicho que será mejor que me quede para hacerme un chequeo… Tenían razón… Se sabe cuándo se entra en el hospital, pero no cuando se sale…

Sánchez se da de bruces con Josefina.

Sanchez – Es curioso, usted se parece mucho a alguien cuyo retrato robot está en mi bolsillo…

Josefina – ¡Me habéis denunciado a la poli y os habéis quedado con la pasta!

Luisa – Nada de eso….

Alberto – Le aseguro que no sé a qué se refiere.

Sanchez (mosquedado) – Hace un rato me dijeron que no la conocían…

Luisa – Pero si no la conocemos… ¿A que no Alberto? No sabemos ni cómo se llama.

Alberto – Nos sentimos un tanto contrariados, Inspector… Debe comprendernos…

Luisa – Le pediría un poco de respeto ante nuestro dolor.

Alberto – Nuestro hermano acaba de morir.

Sanchez – Al menos él no irá a la cárcel. Pero a ésta me la llevo. Ya decidiremos qué hacer con ustedes. Tienen que ir a declarar a la comisaría. De momento me limitaré a darles el pésame.

Luisa – Gracias, Inspector

Sanchez (a Josefina) – Como dicen en las series policiacas americanas, usted tiene derecho a guardar silencio. Todo cuanto diga podrá ir en su contra…

Sanchez le pone las esposas y sale con ella.

Alberto – No entiendo nada.

Luisa – ¿Qué ha podido ocurrir?

Alberto – ¿Tú crees que ha podido simular un coma durante tanto tiempo?

Luisa – Podría haber aprovechado el apagón para colocar el cadáver del vecino en su cama. Así pensaríamos que estaba muerto y le dejaríamos en paz…

Alberto – Eso explicaría que sus ojos hayan cambiado de color…

Luisa – Eso explicaría, sobre todo, la desaparición de la pasta…

Alberto – A parecer no era tan tonto como creíamos…

L – Eso es lo que más me sorprende

Alberto – ¿De qué color tenía los ojos?

Luisa parece no saberlo.

Luisa – Yo creo que era pelirrojo… Sería raro un pelirrojo con ojos verdes…

Alberto – ¿Paco era pelirrojo?

Luisa – ¿No?

Entra el doctor.

Doctor – Siento mucho lo ocurrido. En nombre del hospital les presento mis excusas por el apagón y… lógicamente, también nuestro pésame…

Luisa – Gracias…

Doctor – Dado que la situación de su hermano no ofrecía ninguna esperanza espero que no presente queja alguna al hospital por ese pequeño incidente que… después de todo, les evitó tomar una dolorosa decisión…

Alberto – Por supuesto que no… Ya tenemos bastantes problemas…

Doctor – Pensemos que es cosa del destino… Por no decir, de la mano de Dios…

Alberto – Tampoco hay que exagerar. No creo que sea la mano de Dios la que ha producido el corte de luz en el hospital…

Doctor – Tiene usted razón… Ha sido cosa de Hidroeléctrica… Creo que están de huelga…

Alberto – En contrapartida a nuestro silencio, Doctor Desgracia… Perdón, Doctor Gracia, estará de acuerdo conmigo en que deberían tener un gesto comercial con nosotros…

Doctor – ¿Un gesto comercial?

Alberto – Hablo de los gastos de hospitalización de nuestro querido difunto… No sería lógico que corriéramos con ellos en estas circunstancias…

Doctor – Por supuesto. Será regalo de la casa. No se hable más.

Luisa – También le pedimos, de ser posible, que no le hagan la autopsia a nuestro hermano. Creo que ya ha sufrido bastante el pobre.

Doctor – Por supuesto. Gracias por su comprensión y vuelvan cuando lo deseen. Siempre serán bien recibidos.

El doctor sale con aspecto de haberse quitado un peso de encima. Los hermanos miran de nuevo hacia la cama.

Luisa – Al menos para él está bien lo que bien acaba…

Alberto – ¡Pero si no es él!

Luisa – ¡Justamente! Eso significa que no está muerto.

Alberto – Y, encima, se ha llevado los tres millones de euros… Seguro que no volvemos a verle.

Alberto – Es una pena. Empezaba a caerme simpático…

Luisa – De cualquier forma nos ha podido meter en un buen lío.

Salen.

Entran el médico y la enfermera. Ella empuja un carrito médico cubierto con sábana blanca.

Enfermera – ¡Menos mal! ¡Ya se han marchado!

Doctor – Si no es demasiado pedir… me gustaría ver al bebé…

La enfermera retira la sábana y aparece la maleta llena de billetes.

Doctor – ¡Ahora sí que podremos abrir la clínica privada, Señorita Felicidad!

Enfermera – Creo que ya me puedes llamar Feli…

El doctor la besa.

Doctor – ¿Entonces sabías que no estaba en coma?

Enfermera – Tuve una charla con Paco al rellenar el impreso de admisión. Quedamos en que diagnosticaríamos un coma profundo para evitar que fuera a prisión. A cambio haríamos tres partes del botín.

Doctor – Lo del casco grande fue una idea genial. Al principio, incluso yo estuve a punto de creérmelo…

Ríen.

Enfermera – El que yo hubiera ido a la estación resultaba muy arriesgado. Mejor hacerse traer la pasta a domicilio.

Doctor – ¿Y ahora qué hacemos con él? Quiero decir con el verdadero Paco, el que está en la habitación de al lado…

Enfermera – Cuando pase todo esto y que la poli le haya olvidado, podemos emplearle como jardinero en nuestra clínica de estética.

Doctor – Después de haberle cambiado la cara, por supuesto…

Enfermera – Será nuestro primer cliente. Puedes practicar con él…

Doctor – Tienes razón. Después de todo le hemos prometido que sería accionista minoritario…

Ríen

Doctor – Y tu idea del falso corte de luz, fue estupenda. Desde luego podrías dedicarte a escribir novelas policiacas.

Enfermera – Y también teatro…

Doctor – Ya te dije que haríamos grandes cosas juntos, querida.

Se besan. Oscuro

Doctor – Ahora no creo que sea necesario lo del corte de luz ¿No crees que te estás pasando un poco?

Enfermera – Me parece que esta vez se trata de un auténtico apagón.

Doctor – En ese caso el pobre Paco que estaba bajo asistencia respiratoria…

Enfermera – Pues sí… Por poco que tarde en volver la luz… creo que finalmente no tendremos que repartir con él el botín…

Se besan de nuevo. Se escucha las Cuatro Estaciones de Vivaldi.

Salen.

Luz

Para un final feliz se puede ver a Paco entrar en la habitación desde el cuarto de baño con su gran casco y huir después por el pasillo (sería el mismo actor que interpretaba el papel de Alberto).

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