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Crisis y castigo

Una comedia de Jean-Pierre Martinez

Posibles repartos :

4 : 1 hombre/3 mujeres O 2 hombres/2 mujeres
5 : 1 hombre/4 mujeres O 2 hombres/3 mujeres
6 : 1 hombre/5 mujeres O 2 hombres/4 mujeres
7 : 1 hombre/6 mujeres O 2 hombres/5 mujeres

Un actor en paro es contratado por una banca en quiebra para servir de chivo expiatorio. La pesadilla tan sólo acaba de comenzar…


Aquellos textos los ofrece gratuitamente el autor para la lectura. Sin embargo cualquier representación pública, sea profesional o aficionada (incluso gratuita), debe ser autorizada por la Sociedad de Autores encargada de percibir los derechos del autor en el país de representación de la obra. 


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Crisis y castigo 

PERSONAJES

Jerónimo: el actor
Claudia : la gerente (o el gerente)
Dominga: la secretaria (o secretario)
María : la mujer de la limpieza
Marisa : la mujer del actor
Bernarda : la primera cliente
Magdalena : la segunda cliente.

Los personajes de María, Marisa, Bernarda y Magdalena pueden ser doblados por la misma actriz.

© La Comédi@thèque

Despacho sobrio pero imponente : una gran mesa con un teléfono que hará también las veces de interfono. Se diferenciarán las llamadas por medio de un botón rojo y otro verde, un sillón de ruedas giratorio, acolchado, un velador en el que hay una especie de termo de aluminio y un marco con el retrato de un hombre colgado en la pared. María barre el suelo cuando entra Claudia vestida con traje de chapeta (con traje de chaqueta y chaleco, si se trata de un hombre).

Claudia – Me alegro de verla, María…. Tengo que decirle algo…

María deja de barrer.

María – Usted dirá, señora.

Claudia – ¿Cuántos años hace que barre para nosotros?

María – No lo recuerdo con exactitud, señora. Muchos, esos sí… ¿No está usted contenta con mi trabajo?

Claudia – No es eso María. Precisamente quería felicitarla. ¿Conoce usted el lema de nuestro banco?

María – Barrer para casa.

Claudia – ¡Justamente eso! Gracias a usted el Crédito Solidario siempre está impecable. Y, la limpieza en un banco es como su escaparate, ¿No le parece? Si el escaparate de un banco no estuviera impecable, los clientes podrían pensar que…

María – Que tampoco los banqueros son limpios…

Claudia – ¡Eso es! Veo que lo ha comprendido perfectamente, María.

María – ¿Puedo seguir con mi trabajo, señora?

Claudia – Espere un poco, María…

María – Pues… Usted dirá, señora…

Claudia se aclara la garganta

Claudia – Como usted sabrá, querida María… Mejor aún, Mi muy querida María… Incluso, diría yo, mi muy amada María… Pues, como le decía, usted sabrá que estamos en crisis.

María – ¿No me diga?

Claudia – ¡Sí, en crisis, María! Aunque usted no lea la prensa económica todos los días, seguramente habrá oído hablar del tema. Pero, ¡qué tonta soy! Usted es marroquí, María, ¿no es así?

María – Soy portuguesa, señora.

Claudia – ¡Pues, todavía mejor! He querido decir, todavía peor… Portugal es el país más tocado de la zona euro. ¿Supongo que estará al corriente?

María – Pues… Francamente no, señora

Claudia – En resumen, se trata de la recesión y el mundo de las finanzas es el que más se ve afectado por el descenso general de los valores….

María – ¿Valores?

Claudia – Me refiero a la bolsa. Lógicamente usted de eso no entiende. De la depresión económica a la otra depresión no hay más que un paso. Cuando la bolsa está a la baja, la moral también lo está. Y cuando la moral está por los suelos, la crisis moral también está cerca.

María – Si usted lo dice, señora.

Claudia – ¿No me diga que no se siente un poco deprimida?

María – Voy tirando, señora. No me quejo….

Claudia – ¡Perdóneme, María, pero si no hay más que verla así, con su escoba, para darse cuenta de que no está rebosando de alegría!

María – Seguramente es porque estoy un tanto cansada… A fuerza de barrer delante de la puerta….

Claudia – Todo esto para decirle que nuestro banco no está preparado para la tormenta que se avecina… y que debemos hacer también nuestros cálculos. Lo comprende, ¿verdad?

María – Si, señora…

Claudia – Para su bien, María, el Crédito Solidario ha debido tomar ciertas medidas, quizá un tanto dolorosas, con el fin de poder conservar su empleo. Un empleo, que ahora puedo decírselo, se había visto seriamente afectado.

María – Gracias, señora…

Claudia – Por lo tanto, tengo el placer de anunciarle, María, que no tenemos la intención de despedirla.

María – Trabajo en negro, señora.

Claudia – Sea como sea, puede usted seguir barriendo mi despacho hasta nueva orden y, ¿quién sabe? quizá un día la deje barrer el despacho del señor director.

María – Gracias, señora…

Claudia – Evidentemente, el Crédito Solidario espera de usted un pequeño sacrificio para ayudarnos a conservar el empleo en el país. Porque, sin empleo no existe el poder adquisitivo y, sin poder adquisitivo se pierde la confianza y, sin confianza, no hay empleo. Es el círculo vicioso de la estanflación. ¿Me sigue?

María – Al menos, lo intento, señora…

Claudia – Comprendo que esto le sobrepase, mi pobre María, pero le aseguro que puede confiar en mí… Voy a intentar que me comprenda… A cambio de conservar su empleo, el Crédito Solidario le propone bajarle el suelo un treinta por ciento. Imagino que le parecerá razonable, ¿no es así?

María – ¿El treinta por ciento?

Claudia – Un tercio del sueldo actual, si lo prefiere.

María – ¿Un tercio menos?

Claudia – Pues… así es. Tiene que pensar que, en los tiempos que corren, no abundan los empleos de limpiadora, María. No es de extrañar que, dentro de poco, incluso trabajando en negro, le pidan el título de bachiller. Eso, además de tener un buen enchufe… Por cierto, ¿es usted bachiller?

María – No, señora…

Claudia – Supongo que no conocerá a nadie en las altas esferas…

María – Pues no, señora…

Claudia – Y, por lo que respecta a su promoción, querida María, y con esto no pretendo que se sienta mal, tampoco estoy segura de que todas las bazas estén a su favor…. ¡Qué le vamos a hacer! Es así… La gran lotería de la vida…Ni siquiera el Crédito Solidario podría cambiar las cosas… Algunos nacen en Suiza con un apellido de muchas sílabas y un físico fuera de serie y otros… En resumen, supongo que estará usted de acuerdo en que mi propuesta es de lo más generoso… ¿Qué piensa de todo esto?

María – ¿Qué qué pienso, señora?

Claudia – Sí, María… Aunque realmente no es en absoluto necesario que piense. Pero, yo voy a escucharla. Vivimos en una democracia y ese es mi deber….

María parece reflexionar.

María – ¿Qué es lo que pienso…?

Claudia – Algo tendrá que pensar, digo yo…

María – Pues pensar sí que pienso, señora… (María la amenaza levantando la escoba) Esto es lo que pienso, señora!

Claudia – ¿Se ha vuelto loca, María?

María persigue a Claudia con la escoba hasta que ésta desaparece entre bastidores.

Claudia – Pero, María… ¡Cálmese! Tan sólo le he hecho una propuesta! Pero, no se preocupe… Nosotros también sabemos escuchar a nuestros empleados!

Se escucha los gritos de Claudia entre bastidores.

Claudia – ¡Ayyyy!! ¡Noooo…! ¿Y un 20 por ciento?

María –- ¿Quiere que la siga zurrando?

Claudia – ¿Y el diez por ciento?

María – Diez por ciento, pero de aumento

Claudia – La verdad es que no sé si…

Entran de nuevo en escena. María sigue amenazando a Claudia con la escoba

Claudia – Está bien, María… Hay que saber llevar a buen puerto una negociación… Asunto zanjado… El Crédito Solidario aumentará su salario en un 10 por ciento.

María – Así está mejor, señora.

Claudia – La verdad es que, María, es usted dura de pelar… También sabemos apreciar ciertos rasgos de carácter en nuestros empleados y usted ha demostrado tener un par de…

María – Muchas gracias, señora.

Claudia – ¿Qué le parecería hacer un master de formación, totalmente pagado por la empresa? Podríamos contratarla para nuestro Servicio de Morosos. Con esto de la crisis cada vez hay más facturas impagadas…

María – ¿Es que quiere que vuelva a atizarla con la escoba?

Claudia se aleja por si acaso.

Claudia – No se hable más del asunto. La dejo que siga con su trabajo…

María – Gracias, señora.

Claudia sale de escena bajo la mirada atenta de María que no le quita ojo.

Aquí puede intercalarse un intermedio musical y/o una coreografía, Podría recurrirse al guiñol con Claudia volviendo a la carga y María dándole escobazos, al estilo de los guiñoles habituales donde es la policía la que recibe los golpes.

OSCURO

Entra en escena Dominga, una especie de caricatura de secretaria amanerada y lame culos. Lleva un expediente en la mano. La sigue Jerónimo, visiblemente incómodo. Lleva un traje que le queda pequeño y una corbata deslucida. Un supuesto empleado importante.

Dominga – Por aquí, por favor… Este es su despacho, señor.

Jerónimo (sorprendido) – ¿Mi despacho? ¿Está usted segura?

Dominga – Comprendo que resulta un tanto austero, pero se puede mejorar colgando algunos cuadritos.

Jerónimo – Pues… Si…

Dominga – Quiero advertirle, sin embargo, que en este despacho no conviene tener ni tiestos ni jarrones con flores.

Jerónimo – No sabía…

Dominga – Vamos, que no conviene tener nada susceptible de serle lanzado a la cabeza.

Jerónimo – Por supuesto…

Dominga – Tampoco conviene dejar en la mesa ningún tipo de cortapapeles y, ni siquiera una grapadora.

Jerónimo – Mi esposa también detesta que deje por ahí mis cosas.

Dominga – Es decir, todo aquello que pudiera ser utilizado como arma arrojadiza.

Jerónimo la mira, inquieto.

Dominga – Bueno… Doña Claudia le explicará.

Jerónimo – ¿Doña Claudia?

Dominga – Es la jefa de servicio. Ella es la que le ha contratado. No está aquí de momento, pero no tardará en llegar.

Jerónimo – De acuerdo… ¿Y cuál es su cargo en la empresa…?

Dominga – Gestión de Patrimonio.

Jerónimo – Comprendo…

Dominga – Digamos que ayudamos a la gente rica a que sean mucho más rica.

Jerónimo – Noble misión… ¿Y qué tal va?

Dominga – Regulín, regulán, por desgracia… Por eso le han contratado ¿no es así?

Jerónimo – ¿No me diga? La verdad es que no tengo ni idea… Yo me apunté en la oficina del paro y me enviaron aquí… ¿Está usted segura de que no se trata de un error?

Dominga – ¿Un error? ¡Qué idea tan descabellada! ¿Por qué iba a tratarse de un error?

Jerónimo – Digamos que no tengo la impresión de que yo pueda encajar en este trabajo…

Dominga – Puede estar seguro de que no se trata de ningún error, señor Carpintero.

Jerónimo – Zapatero. Mi apellido es Zapatero.

Dominga – Aquí tengo su expediente y su perfil corresponde perfectamente a lo que Doña Claudia espera de la persona destinada a ocupar este puesto….

Jerónimo – ¿Mi perfil?… No sabía que tuviera un perfil… La verdad y, todo hay que decirlo, no soy alguien que interese a ningún jefe de personal.

Dominga abre el dossier y le echa un vistazo.

Dominga – Veamos… Aquí dice que es usted actor en paro desde hace dos años…

Jerónimo – En realidad, casi tres…

Dominga – El psicólogo de la oficina del INEM le describe como apático, resignado, con tendencia a la culpabilización y al desprestigio de sí mismo…

Jerónimo – ¿Y ese es el perfil que buscan para este puesto?

Ella prefiere no contestar

Dominga – Luego le pasaré sus tickets para el restaurante. ¿Quiere que le traiga un café, señor Carpintero, perdón, señor Zapatero?

Jerónimo – Gracias, pero tengo miedo de no poder dormir… Quiero decir, no poder dormir por la noche, claro…

Dominga – Está bien. Si necesita algo no tiene más que llamarme. Estaré ahí al lado. Tan sólo deberá pulsar el botón del interfono.

Jerónimo – ¡Ah! ¿Es que hay un interfono…? Igual que en las películas antiguas en blanco y negro.

Ella le ensaña cuál es la tecla.

Dominga – Como ve hay dos teclas de colores diferentes… El interfono es la de color verde…

Jerónimo – Perfecto…

Dominga – Tenga cuidado de no tocar la tecla roja. Es sólo para los casos de extrema urgencia.

Jerónimo trata de bromear para relajar el ambiente.

Jerónimo – O sea que se trata de una señal de alarma…

Dominga – Totalmente. Y, tenga cuidado porque como dicen en los trenes AVE, cualquier abuso será severamente castigado…

Jerónimo no sabe si la mujer habla en serio o en broma.

Dominga – Le dejo solo para que se instale.

Jerónimo – Muchas gracias, señorita…

La mujer sale. Jerónimo echa un vistazo a su alrededor. Finalmente se sitúa frente al retrato de un hombre y lo contempla con perplejidad. Coge lo que cree es un termo, lo hace pasar de una mano a otra y duda.

Jerónimo – Creo que sería mejor tomar un café, me espabilaría un poco. (Mira de nuevo alrededor suyo) No hay ninguna taza… (Desenrosca el tapón) Esto servirá…. (Vuelca el contenido del supuesto termo en el tapón, pero no es café, sino ceniza lo que sale) ¡Coño! Pero, ¿qué es esto?

Dominga vuelve a entrar en el despacho. Jerónimo intenta colocar el tapón pero lo que consigue es tirar las cenizas que forman una pequeña nube. Intenta disiparla agitando la mano. Dominga le lanza una mirada reprobadora. Parece un niño cogido en falta.

Jerónimo – Lo siento… Pensé… ¿Pero qué es esto? ¿La lámpara de Aladino? Pensé que iba a salir un genio diciéndome que pidiera tres deseos.

Dominga – Puede creerme. Ahí dentro no hay ningún genio. Pero, le pido por favor que no toque nada… (Con mirada inquietante) A Doña Claudia no le gustaría en absoluto… (Recupera su sonrisa amable y le entrega un carnet) Estos son sus tickets comedor…

Jerónimo – Muchas gracias…

Dominga (mientras sale) – Por cierto, Doña Claudia ha llamado. Llegará un poco tarde.

Jerónimo – Muy bien…

Dominga sale. Cada vez más cohibido, Jerónimo da la vuelta al despacho y se sienta en el sillón. Le sorprende su profundidad. Se yergue con el fin de adoptar una postura digna. Apoya los codos en la mesa, intentando adoptar la postura de un director. Descuelga el teléfono como para hacer algo importante. Intenta cambiarlo de sitio, pero está atornillado a la mesa. Bosteza. Opta por buscar una posición más cómoda y para ello coloca los pies sobre la mesa. Empieza a adormecerse pero el sonido estridente del teléfono le hace despertar sobresaltado. Sorprendido, se cae del sillón. Vuelve a levantarse y se dispone a descolgar.

Jerónimo – ¿Si…? No, no… Sí, sí, pásemela, gracias… Hola querida… Sí, sí, todo va bien, no te preocupes Pues, de momento no me han echado… La verdad es que todavía no he visto a la jefa de servicio… En efecto, todavía no he empezado a trabajar. ¿Qué es lo que tengo que hacer? Mira, ni se me ha ocurrido preguntarlo… Imagino que doña Claudia me lo dirá… Sí, ese es el nombre de la jefa… Bueno, la verdad es que no sé si es su nombre o su apellido… De acuerdo, te llamaré en cuanto sepa algo más… ¡Que si…! No te pongas nerviosa! Seguro que te llamo. De acuerdo… Besos.

Duda un momento y presiona el botón del interfono.

 

 

 

Jerónimo – ¿Señorita. Dominga? Soy Jerónimo… Sí, el Jerónimo que está en el despacho junto al suyo. Muy bien. Perdone…Ya veo… Si… No vale la pena anunciarme cuando utilizo el interfono… De acuerdo… Si no es mucho pedir ¿sería posible tomar ese café que antes me propuso?… ¿Cuánta azúcar? Pues… digamos… tres… Sí tres terrones, si con ello no abuso de su amabilidad… Gracias, señorita Dominga.

Unos segundos más tarde, llega Dominga con el café.

Jerónimo – ¡Que servicio tan rápido…! Es usted más eficaz que el genio encerrado en ese termo…

Dominga le mira de soslayo antes de depositar el café en la mesa. Luego, recupera su aire sumiso.

Dominga – ¿Desea algo más?

Jerónimo – No, muchas gracias… (Dominga se dispone a marcharse) Bueno… Sí… ¿Quién es el tipo del retrato que hay junto al termo?

Dominga – ¿A qué termo se refiere?

Jerónimo – Pues ese que está ahí, el de la foto…

Dominga – Ah… Ese…

Jerónimo – Supongo que se trata del empleado del mes.

Dominga – Es su predecesor en el cargo.

Jerónimo – ¿Y dónde está ahora?

Dominga – En el termo.

Jerónimo – ¿En el termo?

Dominga – No es un termo. Es una urna funeraria.

Jerónimo – Ah… Sí… O sea que… Pero ¿De qué murió para que le encumbren de esa manera?

Dominga – Murió en el ejercicio de sus funciones.

Jerónimo – ¿De sus funciones?

Dominga – Las mismas de las que usted se va a hacer cargo.

Jerónimo – ¿El servicio post-venta?

Dominga – Así es.

Jerónimo – ¿Un accidente de trabajo?

Dominga – Podría decirse que así fue. ¿Desea algo más?

Jerónimo (confuso) – Eso es todo, por el momento…

Sale Dominga. Jerónimo se planta ante el retrato y lo examina con una nueva mirada inquieta. Luego, toma en su mano la urna, con delicadeza.

Jerónimo – O sea que lo que hay aquí dentro y por el suelo es usted carbonizado.

El botón rojo empieza a parpadear mientras suena también un timbre del sistema de alarma. Jerónimo, aterrorizado, no llega a descolgar cuando una mujer con aire de ejecutiva, entra en tromba. Cesa el sonido.

Claudia – O sea que ha sido usted…

Jerónimo – Bueno… ¿Yo?

Claudia le abofetea.

Claudia – Esto es como aperitivo.

Jerónimo (atontado) – Buenos días, señora…

Claudia – No sé si calificarle de pánfilo, o de inútil…

Jerónimo – Yo tampoco sé…

Claudia – O mejor aún, de tramposo o incompetente.

Jerónimo – ¿Se supone que debo elegir?

Claudio – ¿Eso es todo que tiene que decirme?

Jerónimo – Es que yo…

Claudia – Se merece que vuelva a abofetearle.

Jerónimo – No… Por favor…

Claudia – Usted no es consciente de la que me va a caer con todo esto.

Jerónimo – Le aseguro que lo siento muchísimo.

Claudia – “Lo siento muchísimo…”. ¿Me quiere tomar el pelo o qué?

Jerónimo – Le aseguro que no es esa mi intención.

Claudia – Por supuesto me va a decir que usted no tiene nada que ver en esto?

Jerónimo – Yo no diría tanto, pero…

Claudia – Ha sido cuestión de mala suerte, ¿no es así?

Jerónimo – La verdad es que… La verdad es que no sé a qué se refiere…

Claudia – Vamos, no se haga el inocente…

Jerónimo – Lo siento mucho.

Claudia – Y ahora, ¿Qué vamos a hacer?

Jerónimo – No tengo ni idea….

Claudia – Espero que me ofrezca alguna solución….

Jerónimo – Pues… La verdad…

Claudia – ¡Es usted un pobre hombre!

Jerónimo – Lo mismo dice mi mujer…

Claudia – Supongo que eso no le quitará el sueño…

Jerónimo – ¿Quiere un café?

Claudia – ¿Piensa que con un café me va a engatusar?

Jerónimo – Nada más lejos de mi intención.

Claudia – No crea que con ofrecerme un café va a hacer que me olvide de lo ocurrido.

Jerónimo – Lo siento.

Claudia – Es usted un cretino…

Jerónimo – ¡Pero si éste es mi primer día de trabajo!

Claudia – Y usted cree que un cretino puede debutar en un puesto como éste

Jerónimo – Pues… La verdad…

Claudia – Le predigo una carrera brillante!

Jerónimo – Muchas gracias.

Claudia – Nos veremos más tarde. Mucho antes de lo que usted piensa….

Jerónimo – Será un placer, señora…

Claudia – Espero no caer con usted.

Claudia duda, como si buscara algo. Se dirige hacia el cuadro, y lo rompe en la cabeza de Jerónimo. Sale, enfurecida. Jerónimo se queda pasmado, con el marco sobre los hombros. Dominga entra, como si no pasara nada. Recoge la taza vacía.

Dominga – ¿Todo va bien, Jerónimo?

Jerónimo – Pues si… Gracias…

Dominga – ¿Desea otra taza de café?

Jerónimo – De momento no…

Dominga se da cuenta de que tiene el marco sobre los hombros.

Dominga – ¿Le importa? (Se acerca a él, coge la fotografía y la vuelve a colocar en su sitio) No se preocupe. Harán una copia. Es algo habitual.

Jerónimo – ¿Algo habitual? ¿Pero quién es esa loca?

Dominga – ¿Ella? Pues se trata de su primera cita.

Jerónimo – ¿Mi primera cita?

Dominga – Doña Claudia le explicará…

Jerónimo – ¡Pues ya está bien! Su doña Claudia no me explica nada… ¡No estoy aquí para hacer que me machaquen!

Dominga – Pues… Sí…

Jerónimo – Usted me oculta algo.

Dominga – Es para lo que se le ha contratado, señor Zapatero. Lo mismo que a su predecesor.

Jerónimo – ¿O sea que estoy aquí para que me insulten y me peguen?

Dominga – Son los riesgos de la profesión.

Jerónimo – ¿Pero qué profesión?

Dominga – Esa por la que va a recibir un sueldo.

Jerónimo – ¿Y si no estoy de acuerdo?

Dominga – No piense que le van a pagar por no hacer nada, señor Carpint…perdón, Zapatero. Tiene que ser razonable… Le recuerdo que no tiene ningún futuro, tan sólo es un actor.

Jerónimo – Está bien. Pues, en ese caso, presentaré mi dimisión (Se dispone a salir) No me quedaré ni un minuto más en esta casa de locos…

Dominga – Le ruego que espere a Doña Claudia (Volviéndose a la puerta) Justamente acaba de llegar…

Entra doña Claudia, la cliente que le abofeteó. Jerónimo se queda estupefacto al reconocerla.

Jerónimo – ¿Es usted Doña Claudia?

Claudia (con amabilidad) – Encantada, señor Zapatero.

Dominga – Les dejo…

Jerónimo – No entiendo nada… Esto es una pesadilla.

Claudia – Le pido perdón por haberle representado esta pequeña comedia. En realidad se trata del último reality test. Antes de su bautismo de fuego…

Jerónimo – Mi bautismo de…

Claudia – Considérelo como parte de las pruebas para contratarle, prueba que de la que ha salido victorioso. Le felicito de verdad.

Jerónimo – Se lo agradezco, pero ¿puede explicarme en qué consiste mi trabajo? Su secretaria no ha querido informarme.

Claudia – Pues, es muy sencillo. Enseguida lo comprenderá porque sé que es usted un hombre inteligente. Señor Zapatero, aunque la verdad es que su aspecto es de lo más vulgar y no tiene ningún diploma que demuestre que usted es un lince.

Jerónimo – Tengo un diploma de auditor libre de la academia Adams…

Claudia – Pues ese diploma le va a ser muy útil en su nuevo trabajo… Como sabe, somos un departamento de gestión para grandes fortunas.

Jerónimo –Ya…

Claudia – Es decir que nos ocupamos de multiplicar los ahorros de nuestras clientes ricas vendiéndoles todo tipo de productos financieros más o menos buenos.

Jerónimo – ¿Tan sólo mujeres?

Claudia – Le sorprenderá saber que el mayor porcentaje de riqueza nacional en España está en manos de las viudas. ¿Ha oído hablar de los Fondos de Pensión?

Jerónimo – Algo…

Claudia – Los fondos de pensión es el dinero de las jubilaciones y, por si no lo sabe, la mayor parte de los jubilados son viudas.

Jerónimo – Ya veo…

Claudia – Entonces podrá comprender por qué cuidamos particularmente a nuestra clientela femenina.

Jerónimo – Es lógico.

Claudia – Además las mujeres tienen también la enorme ventaja para nosotros de que no entienden nada sobre inversiones.

Jerónimo – A mí me pasa lo mismo….

Claudia – No tiene importancia. Yo tampoco entiendo mucho de ese tema. Bueno, creo que casi nadie sabe nada desde hace tiempo… La verdad es que, desde la muerte de mi marido…

Jerónimo – ¿Es usted viuda?

Ella señala con un gesto la fotografía que hay sobre el velador.

Claudia – Pues sí… Mi querido esposo hace tiempo que nos dejó…

Jerónimo – ¿Entonces este es su esposo?

Claudia mira el retrato y constata los desperfectos.

Claudia – ¿Qué es lo que ha ocurrido?

Jerónimo – Eso mismo iba a preguntarle yo.

Claudia – Es verdad… No sé qué me ocurrió hace un rato… Usted que es actor podrá comprenderme… Cuando se introduce uno en el personaje… Vamos que quise representar a nuestra clienta tipo.

Jerónimo – Pues estuvo bordada.

Claudia – En la Bolsa, como en el casino a la larga siempre gana la banca. El cliente no puede ganar siempre. Eso es lo que no acaba de comprender nuestra clienta tipo. ¿Comprende?

Jerónimo – Lo intento.

Claudia – Y, aunque parezca mentira, amigo mío: también hay crisis para los ricos.

Jerónimo – Lo comprendo.

Claudia – Y cuando los ricos son menos ricos, es su banco el que pierde.

Jerónimo – Es lógico.

Claudia – Que quede entre usted y yo, pero le confieso que el banco está a punto de quebrar.

Jerónimo – ¿No me diga?

Claudia – Como es evidente, el contribuyente nos pedirá socorro una vez más. No es que sea muy grave, pero… De otras se ha salido ¿no es cierto?

Jerónimo – Si usted lo dice…

Claudia – Pero la cliente tipo jamás verá su dinero. Es comprensible, entonces, que tenga que atacarnos.

Jerónimo – Sería lo normal.

Claudia – Y, que se desfogue con uno de nosotros… Y es ahí donde usted interviene.

Jerónimo – ¿Yo?

Claudia – Considere que es usted un sparring para millonarias arruinadas que tienen la irresistible necesidad de noquear al alguien.

Jerónimo – Tengo la impresión que ustedes quieren que me convierta en un saco de boxeo.

Claudia – Vamos, Jerónimo… Un hombre como usted! ¿No tendrá miedo de esas débiles mujeres?

Jerónimo – Perdone, pero no me veo en ese papel.

Claudia – Le recuerdo, señor Zapatero, que ha firmado un contrato…

Jerónimo – ¿Y por qué no las recibe usted? Al fin y al cabo se trata de clientes a las que ha arruinado.

Claudia – Porque como directora de esta sucursal, represento la continuidad de la institución financiera. Soy la responsable de todo pero, al igual que un ministro, no puedo tener culpa de nada salvo que comprometa gravemente la credibilidad de todos los que están por encima de mí. Incluso de la supervivencia de esta sociedad, señor Zapatero. ¡Mejor dicho, de la sociedad entera! A las personas importantes no se nos puede culpabilizar. Los que están al final de la escala son los que han de pagar por los demás. Y usted, Jerónimo, un pobre actor en paro, alguien que no tiene donde caerse muerto, es lo más bajo que hemos podido encontrar en la escala de los homínidos.

Jerónimo – ¿Y su marido?

Claudia – Mi marido, como ve, parecía un tanto retrógrado. Vamos, más o menos como usted.

Jerónimo – Ya veo…

Claudia – Al menos pase el período de prueba y luego, decida.

Jerónimo hace un gesto al retratado.

Jerónimo – Si es que todavía estoy vivo.

Claudia – Piense en su sueldo y en el problema de paro que hay en este país… También la crisis alcanza a los pobres, Jerónimo. Piense en su mujer. En sus hijos…

Jerónimo – No tengo hijos.

Claudia – Pues piense en su mujer. Imagine la cara que pondrá si al volver a casa le dice que le han echado de nuevo de un trabajo el primer día…

Jerónimo – Me lo está usted poniendo muy difícil…

Claudia – Estoy segura de que usted ha nacido para este puesto, señor Zapatero. Y, le aseguro que he visto desfilar por aquí a muchos candidatos. Usted ha tocado fondo. Desde ahí tan sólo puede remontar. ¿Le han dicho ya que tiene usted una jeta que apetece abofetear?

Jerónimo – Sí, mi mujer me lo dice con frecuencia, pero no creo que en su boca se trate de un cumplido…

Entra Dominga

Dominga – Acaba de llegar la siguiente cita para el señor… ¿La sigo entreteniendo?

Claudia – Vamos, pruebe usted otra vez. Creo que acabará por gustarle este trabajo.

Jerónimo – Espero que no sea otra prueba.

Dominga – No, puede creerme. Esta es una clienta de verdad y no parece que esté muy contenta.

Claudia – Buena suerte, Jerónimo….Y, recuerde: usted es el culpable de todo, pero el responsable de nada…

Sale Claudia. Dominga se acerca al velador, le da la vuelta al termo, como para ponerlo al derecho. Toma el cuadro y sale. El botón rojo empieza a parpadear. Salta la alarma. Entra Bernarda en tromba. Tiene pinta de burguesa adinerada.

Bernarda – ¡Hijo de perra! ¡Me ha dejado en la ruina total!

Jerónimo – Siéntese, por favor…

Bernarda mira, sorprendida, a su alrededor.

Bernarda – ¡No hay ninguna silla!

Jerónimo – Tiene razón. Ha hecho bien en decírmelo.

Bernarda – Porque si hubiera una la rompería en su cabeza.

Jerónimo – Seguramente por eso la han quitado.

Bernarda – Pues eso lo arreglo yo ahora mismo.

Abre su bolso Vuitton y saca una pistola con la que apunta a Jerónimo.

Bernarda – Si cree en Dios ha llegado el momento de rezar.

Jerónimo – Creo que será mejor que apriete el botón rojo. Ahora o nunca.

Pulsa el botón rojo con mano temblorosa.

Bernarda – No va a seguir haciéndose el chulito ¿verdad?

Jerónimo – Tenga cuidado, por lo que más quiera… Las carga el diablo…

Bernarda – Perfecto, sería una buena coartada… Se disparó sola, señor Juez.

Jerónimo – La verdad es que no sé lo que espera de mí

Bernarda – Quiero que me devuelva mi dinero.

Jerónimo – Por desgracia eso no está en mi mano, querida señora. Se lo juro por lo más sagrado… Tengo la culpa de todo, pero no soy responsable de nada.

Bernarda – Está bien… Entonces será mi muerte la que caiga sobre su conciencia.

Coloca en el arma en su sien. Jerónimo se echa a temblar.

Jerónimo – Por Dios, no lo haga… Tan sólo se trata de dinero..

Bernarda – De tres millones de euros, nada menos.

Jerónimo – La verdad es que…

Bernarda – A penas me queda nada para vivir.

Jerónimo – ¿Cuánto, más o menos?

Bernarda se relaja un poco.

Bernarda – Unos diez millones.

Jerónimo – Pues… la verdad es que no está nada mal.

Bernarda – Hoy en día no se puede ir muy lejos con diez millones, usted debe saberlo mejor que nadie.

Jerónimo – Pues yo… si quiere que le sea sincero…

Entra Claudia. Bernarda, sorprendida, vuelve a colocar la pistola en su sien.

Bernarda – ¡No se mueva o me salto el cerebro!

Claudia – Como jefa de servicio le aseguro, señora mía, que puedo ofrecerle toda nuestra solidaridad.

Bernarda – ¿Incluso la financiera?

Claudia – Quizá psicológicamente. Escuche, Genoveva… ¿Me permite que la llame por su nombre?

Bernarda – Si eso le divierte… Pero me llamo Bernarda…

Claudia – Acaba usted de perder tres millones de euros y, lógicamente, está en estado de shock.

Bernarda – Lógicamente.

Claudia – En realidad está usted tan perturbada como un ludópata que acabara de ganar el gordo de Navidad.

Bernarda – ¿Me está tomando el pelo?

Claudia – ¡Déjeme acabar! Tan perturbada sí, pero por todo lo contrario: debe usted aceptar que ya no es tan rica como antes.

Jerónimo – Todavía le quedan diez millones de euros…

Bernarda – ¡A usted nadie le ha dado vela en este entierro! De cualquier forma usted es el culpable final por su incompetencia en materia financiera. ¿O me equivoco?

Jerónimo – Yo… No…

Bernarda – Lo ve… ¡El muy imbécil hasta lo reconoce!

Claudia – De acuerdo, señora…Somos totalmente conscientes de las limitaciones de este hombre tan inútil como viscoso que, por desgracia, ha abusado tanto de su confianza como de la nuestra.

Bernarda – ¡Le faltan un par de huevos!

Claudia – Si, desgraciadamente y por razones legales bastante oscuras, no podemos ponerle de patitas en la calle, le aseguro que será duramente castigado.

Bernarda – ¿Y qué piensan hacer?

Claudia – En primer lugar le proporcionaremos unos cuantos castigos corporales. ¿No le parece que este tipo está pidiendo que se le abofetee?

Bernarda – Por supuesto…

Claudia, le larga un buen tortazo. Jerónimo se queda de piedra.

Claudia (a Bernarda) – Vamos, no se corte, péguele también… Se sentirá aliviada, se lo aseguro.

Bernarda – ¿Lo dice en serio?

Claudia – Confíe en mí, señora.

Bernarda la larga también un buen tortazo

Claudia – ¿Qué tal?

Bernarda – Tenía usted razón… Me siento mucho mejor…

Jerónimo – ¡Pues vaya forma de relajarse!

Claudia – Me pregunto, incluso, si no estará poseído por el demonio de las finanzas.

Claudia saca un crucifijo del bolsillo y lo dirige hacia Jerónimo.

Claudia – Jerónimo Kerviel, sal de ese cuerpo inmediatamente (A Bernarda) Siempre funciona, aunque el efecto no sea inmediato.

Bernarda – Creo que sería mejor que le quemaran en la hoguera, así estaríamos más seguros. Igual que se hacía antes con las brujas.

Claudia – Tiene razón… Podríamos pensar, incluso, incinerarle.

Suena el móvil de Bernarda.

Bernarda – ¡Ah si…! Le pido disculpas… En menos de 30 minutos estoy ahí… Hasta ahora (Cuelga el teléfono) Me van a perdonar… Era mi peluquero… Había olvidado que tenía cita esta mañana.. Claro que es comprensible dadas las circunstancias…

Claudia – La comprendo, señora.

Bernarda – Tengo que marcharme… ¡Con lo que cuesta conseguir una cita con Llongueras! Además, mi hija se casa mañana… Una pena que mi marido no pueda asistir a la boda de su niña…

Jerónimo – ¿Y eso?

Bernarda – Es que murió el pobre… Y, con respecto a usted, ya arreglaremos cuentas otro día. (A Claudia) Muchas gracias, Claudia. Me ha relajado mucho hablar con usted.

Claudia – Siempre a su disposición, señora. (Sale Bernarda) No ha estado nada mal para ser su primer bautismo de fuego… ¡Muy bien, Jerónimo, muy bien!

Jerónimo (restregándose la casa) – Si usted lo dice…

Claudia – Al menos ha salido bien de ésta. Cuando tienen tendencias suicidas, como es el caso, conviene canalizar su agresividad positivamente, dirigiéndolas hacia un tercero.

Jerónimo – Y ese tercero soy yo, claro…

Claudia – Estoy muy contenta con su trabajo. Si sigue así en tres meses podremos subirle el sueldo.

Jerónimo – La verdad es que no las tengo todas conmigo… ¿Se ha dado cuenta de que ha estado a punto de matarme?

Claudia – Pero, no lo ha hecho…

Jerónimo – ¡Además, me ha abofeteado…! ¡Y, no sólo ella, sino usted también!

Claudia – Quiero ser sincera con usted, señor Carpintero…

Jerónimo – ¡Zapatero!

Claudia – Y le pregunto ¿Qué espera usted de la vida con esa pinta de perdedor y un currículo que parece sacado de una carta de amor a los Reyes Magos?

Jerónimo – Si quiere que le sea sincero… No demasiado…

Claudia – Imagino que, en sus trabajos precedentes se habrá llevado más de una reprimenda ¿No es así?

Jerónimo – ¿Mis otros trabajos?

Claudia – Esa jeta que usted tiene está pidiendo un buen tortazo. Imagino que se habrá llevado más de un buen pescozón cuando estudiaba…

Jerónimo – ¿Cuándo estudiaba?

Claudia – Por lo mismo aquí se le pagará por ello y, además gozará del respeto de las altas jerarquías del banco.

Jerónimo – Jugándome el tipo, claro…

Claudia – Razón por la cual se le considerará un héroe… Qué digo héroe… Mucho más que eso… ¡Una divinidad! Le apuesto que con su cara de culo llegará mucho más lejos que si cantara en el coro de una iglesia. ¿O me equivoco?

Jerónimo – Está usted en lo cierto…

Claudia – Ahora, rebobine… ¡Soy el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo! Si es usted capaz de asumir los descalabros de este banco, ¡podríamos considerarle nuestro Jesucristo! Además, las iniciales coinciden…

Jerónimo – ¿Qué iniciales?

Claudia – J.C…. Jerónimo Carpintero

Jerónimo – Señora… ¡Que me llamo Zapatero!

Claudia – Está bien… Eso poco importa… Los hechos, son los hechos…

Jerónimo – Claro.

Claudia – En verdad le digo, señor Zapatero, que usted estaba predestinado a ocupar el cargo de chivo expiatorio… Por lo tanto, ¡Sea bienvenido entre nosotros!

Sale Claudia. Jerónimo se arrebuja en su sillón. Está perplejo. Entra Bernarda seguida de Claudia. Jerónimo se pone en pie, como movido por un resorte.

Bernarda – Una última cosa…

Jerónimo – Lo que usted quiera, señora.

Bernarda – Es usted realmente un calzonazos…

Bernarda le da otro tortazo.

Claudia – Vamos, Jerónimo… ¡Ponga la otra mejilla!

Jerónimo obedece. Bernarda le abofetea de nuevo.

Bernarda – Desde luego, esto alivia.

Claudia – Por supuesto, señora. También puede darle una patada en el culo. Eso la relajará mucho más, si cabe.

Bernarda – ¿Seguro que puedo hacerlo?

Claudia – Por supuesto…Vamos, Jerónimo…

Jerónimo (dándose la vuelta) – ¿Así está bien?

Bernarda – Perfecto.

Le da la patada.

Claudia – Adiós, señora. Perdone que no le acompañe a la puerta. Sin duda conoce muy bien el camino… Y, vuelva cuando lo desee. Siempre será bien recibida. (Sale Bernarda) Le ha cogido cariño…

Jerónimo – ¿Cree usted que volverá con frecuencia?

Claudia – Me recuerda a mi marido… Quizá acabe casándome con usted… Cualquiera sabe…

Jerónimo – Pero, si yo ya estoy casado…

Claudia – De cualquier forma, le felicito. Estoy muy contenta con usted. Acaba de convertirse en un auténtico hombre de paja!

Jerónimo – Gracias…

Claudia – Estoy segura de que acabará cogiéndole el gusto.

Jerónimo – No sé yo… Todavía lo de los tortazos tiene un pase, pero un tiro… Posiblemente sea un chivo expiatorio, pero no tengo la intención de que se me cace como a un conejo.

Claudia – También los inspectores de trabajo se la juegan y siempre hay patadas para ocupar ese puesto… ¡Estamos en crisis, Jerónimo! Al menos nuestros clientes utilizan pistolas de pequeño calibre. Armas que pueden guardarse en un bolso Vuitton…

Jerónimo – Se nota que no está usted en mi lugar…

Claudia – Por supuesto… Le pago para estar en mi lugar… Escuche, usted me ha caído simpático, por lo tanto le voy a ofrecer algo: una prima por cada par de tortazos y un bono por cada herida de bala. ¿Qué le parece?

Jerónimo – Que preferiría un chaleco antibalas…

Claudia – Vamos, señor Zapatero… Los grandes funambulistas trabajan sin red y eso es lo que les hace grandes en su trabajo. ¡Usted es un artista!

Sale Claudia. Suena el teléfono

Jerónimo – Hola, querida… ¿Que tengo una voz rara? Sí, todo va bien… Se trata de una especie de… Vamos, es algo difícil de explicar… Acabo de recibir a la primera clienta… Bien, sí…Eso es lo que dice la jefa de servicio… Pues sí… ¿Por qué no…? Me acaban de entregar los tickets restaurante… Hasta ahora, entonces… (Cuelga) No sé cómo me he atrevido a decirle que todo iba bien…

Entra Dominga vestida con una bata blanca, tipo enfermera. Lleva un vaso en la mano que deposita en la mesa.

Dominga – ¿Cómo va eso, Jerónimo? ¿Tiene algo roto?

Jerónimo – No… Creo que no…

Dominga – De cualquier forma voy a auscultarle. Se trata de un reconocimiento rutinario, no se preocupe. Póngase en pie, por favor.

Se levanta. Le examina a fondo ayudándose con algunos instrumentos que lleva alrededor del cuello o en los bolsillos de la bata.

Dominga – Abra la boca y saque la lengua, por favor… Gracias… Inclínese un poco hacia adelante y diga treinta y tres millones… Perfecto… Todavía está usted en forma para el trabajo… ¡Estupendo! (Le entrega una pastilla y el vaso de agua) Tómese esto. Le sentará bien.

Jerónimo – Espero que no sea venenoso.

Dominga – ¡Vamos Jerónimo! ¿Por qué íbamos a envenenarle?

Se toma la píldora sin rechistar.

Jerónimo (señalando el cuadro) – ¿Y De qué murió?

Dominga – ¿Se refiere a él?

Jerónimo – Sí, al tipo del termo.

Dominga – Pero ¿qué le hace pensar que hay alguien encerrado en ese termo?

Jerónimo – Usted misma lo dijo hace un rato.

Domingo – ¿Qué yo le dije que había alguien encerrado en ese termo?

Jerónimo – Es que no tiene pinta de ser realmente un termo.

Dominga – ¿Entonces por qué se empeña en que hay alguien dentro?

Ella coge el vaso vacío, se dirige al termo y lo llena de café ante la estupefacción de Jerónimo

Dominga – ¿Le apetece un cafetito para contrarrestar el mal sabor de la medicina?

Jerónimo – No, muchas gracias…

Dominga – Pues me lo beberé yo… (Vacía el vaso) Como ve, tampoco está envenenado… Aunque la verdad es que está un poco frío…

Jerónimo se queda de piedra. Empieza a dudar de su cordura. Entra Marisa, una persona vulgar, nada elegante. Este personaje puede ser interpretado por la misma actriz que interpreta a Bernarda.

Dominga – ¡Una nueva visita! (Al público) No parece que esté de muy buen humor…

Jerónimo – Es mi esposa.

Dominga – Entonces se la dejo… He querido decir, les dejo…

Dominga sale. María la mira con aire desafiante.

Marisa – ¿Tienes una secretaria para ti solito?

Jerónimo – Tiene gracia, ¿a que sí?

Marisa – ¿Y un despacho individual?

Jerónimo – No está nada mal ¿verdad?

Marisa – Ya te decía yo que tenías que abandonar la tontería del teatro para encontrar un trabajo normal…

Jerónimo – Tienes razón…

Marisa – ¿Y qué tal?

Jerónimo – La verdad es que no sé qué decirte.

Marisa – Eso significa que te van a echar… No, si ya sabía yo que tu…

Jerónimo – No son ellos, soy yo el que no estoy seguro de querer quedarme.

Marisa – ¿Estás de broma?

Jerónimo – Es que… Son agresivos…

Marisa – ¿Qué son agresivos? También lo es mi jefe.

Jerónimo – ¿No me digas?

Marisa – Y mis compañeros… Los clientes… Todos son agresivos. Todo el mundo es agresivo… Pero hay que aguantar para ganarse la vida!

Jerónimo – Pero cuando yo digo que me agreden es que me agreden físicamente, ¿comprendes?

Marisa – ¿No me digas que te pegan?

Jerónimo – Me abofetean.

Marisa – ¿De verdad?

Jerónimo – Incluso me dan patadas en el culo…

Marisa – ¿Y eso te lo has inventado para justificar que quieres dejar el trabajo?

Jerónimo – ¡Todo lo que te digo es cierto!

Marisa – Te prevengo, Jerónimo, que esta es tu última oportunidad. Si no eres capaz de conservar este puesto de trabajo, se acabó. Yo me largo.

Jerónimo – No te pongas nerviosa querida. Era hablar por hablar. Te aseguro que seguiré trabajando aquí.

Marisa – ¿Lo prometes?

Jerónimo – Te lo prometo con la mano en… la cabeza de mi predecesor…

Marisa – Pues bien, te creo. Entonces, me largo.

Jerónimo – ¿Pero no íbamos a comer juntos? Tengo tickets restaurante…

Marisa – Lo siento. Otra vez será. Había olvidado que le prometí a mi madre comer con ella.

Jerónimo – Una pena…

Marisa – Hoy es lunes… Ya sabes que los lunes como con mamá.

Jerónimo – Es verdad… Lo siento. Suerte.

María – También para ti…

Se dirige a la salida

Marisa – Por cierto, podrías pasarme los tickets restaurante ya que no los vas a utilizar.

Jerónimo – Por supuesto, querida. Aquí los tienes.

Jerónimo le entrega el carnet de tickets.

Marisa – Gracias… Entonces me voy. Hasta la noche.

Jerónimo – Sí… Hasta luego.

Marisa – Y… ¡que comas bien!

Entra Dominga con varias cartas

Dominga – No parece muy simpática su señora.

Jerónimo – Hay que saber llevarla…

Dominga – Aquí tiene su correo…

Lo deja sobre la mesa.

Jerónimo – ¿También tengo correo?

Dominga – Por supuesto.

Echa un vistazo a los sobres.

Jerónimo – ¿Pero qué es esto?

Dominga – Cartas con insultos, principalmente. Amenazas, por supuesto… Algunas podrían tener explosivos, pero son las menos. Además, no tiene obligación de abrirlas. ¿Quiere que me las lleve?

Jerónimo – Sí, por favor… Y, muchas gracias.

Dominga – Está bien, señor Zapatero… Si me permite abriré al menos una o dos antes de entregarlas al departamento anti-explosivos. Algunas tienen cierta gracia. No debería hacerlo, pero a veces no resisto a la tensión de leer algunas de ellas…

Dominga retoma las cartas y se va. Jerónimo se arrebuja en su asiento e intenta relajarse. Se escucha una explosión.

Jerónimo – La curiosidad es un gran defecto…

Pero Jerónimo apenas tiene tiempo de relajarse cuando el botón rojo empieza a parpadear y a sonar la alarma. Entra en el despacho Magdalena, una especie de nueva rica vulgar. También este personaje puede ser encarnado por la misma actriz que interpretó a Bernarda y María.

Magdalena (secamente) – Buenos días.

Jerónimo – Buenos días señora. ¿Le apetece pegarme ya o prefiere insultarme antes?

Magdalena (sorprendida) – Le aseguro que su cara de imbécil es una tentación para liarme a tortazos con usted.

Jerónimo – Pues no se reprima, señora. Seguro que lo merezco.

Magdalena – La verdad es que yo…

Jerónimo – Al menos deme una buena patada en la espinilla. Tengo que justificar mi sueldo.

Magdalena – Perdone, pero no comprendo nada… Gracias a sus consejos he conseguido multiplicar mi capital por tres en dos años.

Magdalena le tiende la mano, pero él se resiste, como en espera de recibir un tortazo.

Magdalena – Me llamo Magdalena.

Vuelve a tenderle la mano y se la acepta.

Jerónimo – He olvidado su nombre… ¿Me dijo…señora Bizcocho?

Magdalena – ¿Está usted hambriento?

Jerónimo – No… ¿Por qué lo pregunta?

Magdalena – Porque me ha llamado señora Bizcocho y no Magdalena.

Jerónimo – Sí, quizá tenga usted razón… Ya es la hora de comer y claro…

Magdalena – Bueno, dejemos eso. La verdad es que he venido a agradecerle su ayuda y… mire, lo he traído unos caramelos.

Abre el bolso y saca una caja de caramelos y se la tiende. Jerónimo está totalmente sorprendido y asustado, lanzando al suelo la caja y su contenido.

Jerónimo – ¡No quiero sus caramelos!

Magdalena – Lo siento. De haberlo sabido le hubiera traído bombones. ¿Le gusta el chocolate?

Jerónimo – Mire, déjelo… No tengo tiempo para estas cosas…

Magdalena – ¿Y unas flores?

Jerónimo – ¿Acaso piensa que no tengo nada más que hacer?

Magdalena – No, por supuesto, pero…

Jerónimo – Además, ¿se da cuenta de lo que dice?

Magdalena – No sé de qué me habla…

Jerónimo – Es usted tres veces más rica que antes… ¿Puede explicarme qué hizo para conseguirlo?

Magdalena – Pues… Nada…

Jerónimo – ¿Y no le da vergüenza?

Magdalena – No… La verdad…

Jerónimo – ¡Venga, acérquese…!

Magdalena obedece, se tumba sobre las rodillas de Jerónimo y éste le da un azote.

Jerónimo – ¿Le da o no le da vergüenza?

Magdalena – Quizá… un poquito…

Jerónimo – Pues bien…¡Márchese de una vez!

Magdalena – Está bien, señor Zapatero…

Magdalena sale, apenada. Entra Dominga, en tromba, con la cara chamuscada por la explosión de uno de los sobres trampa.

Jerónimo – ¿Y ahora qué?

Dominga – Lo siento mucho. Por supuesto se trata de un error porque, de costumbre, tan sólo piden cita las clientas insatisfechas. Además, como puede ver, mi estado es bastante traumático.

Entra Claudia. Dominga se eclipsa.

Jerónimo – Estoy muy confuso. Pensé que… La verdad es que me parece que me he pasado un poco.

Claudia – En efecto (Dubitativa) Nunca pensé que bajo esos aires de perro machacado se escondiera un verdadero pitbull…

Jerónimo – ¿Me va a poner de patitas en la calle? A mi mujer le gustaría que conservara este trabajo.

Claudia – ¿Echarle? Nada de eso! Además la última clienta salió encantada de este despacho. Incluso está dispuesta a confiarnos todos sus ahorros.

Jerónimo – ¿No me diga?

Claudia – Me estoy planteando el hecho de ampliar el perímetro de sus competencias.

Jerónimo – ¿Mis competencias?

Claudia – Pero antes tendrá que pasar un test para comprobar que efectivamente cumple las expectativas necesarias. (Claudia empieza a desnudarse y se lanza sobre él) Yo también he tenido suculentas ganancias, Jerónimo… Creo que merezco un buen castigo…

Pulsa el botón rojo que empieza a oscilar, mientras suena la alarma.

OSCURO

LUZ

Claudia vuelve a vestirse. Jerónimo también se ajusta la ropa. Dominga entra con un nuevo retrato que cuelga de la pared en lugar del antiguo: un Cristo crucificado. Jerónimo se acerca al retrato y lo observa.

Jerónimo – ¡Pero si soy yo!

Dominga – ¡Usted es el empleado del mes!

Claudia – Estará contento ¿verdad?

Dominga – Su mujer va a sentirse orgullosa de usted, señor Zapatero.

Jerónimo está desconcertado.

Claudia – Acabamos de enterarnos que nuestro banco ha quebrado

Dominga – Las viudas arruinadas, se aglomeran contra las rejas de la agencia.

Claudia – Hay que encontrar rápidamente la fórmula para calmarlas.

Jerónimo – Ya veo… Tendré trabajo en abundancia.

Dominga – No creo que eso baste.

Claudia – Habrá que pensar en algo excepcional.

Dominga – Un gesto simbólico.

Claudia – Puedo decirle, Jerónimo, que incluso está en juego la supervivencia de nuestro sistema bancario.

Jerónimo – Se trata de una pesadilla ¿verdad?

Claudia (a Dominga) – Vaya a buscar la hoz y el martillo!

Dominga – Habrá querido decir, el martillo y los clavos, supongo

Claudia – ¡Haga lo que le digo! (Sale Dominga) Habrá que echarle mucho valor, Jerónimo.

Se enciende la señal roja y salta la alarma.

OSCURO

LUZ

Jerónimo duerme reclinado en su sillón. Suena el teléfono. Se despierta sobresaltado y descuelga.

Jerónimo – ¿Sí…? ¿Es usted Dominga? Sí, claro, de acuerdo… No, voy tirando.. Me adormilé un rato y tuve una pesadilla.

Se levanta todavía un poco aturdido, se dirige al pedestal y coge el termo.

Jerónimo – Necesito un café…

Inclina el termo para servirse el café en el vaso del mismo pero tan sólo surge un humo blanco que se extiende por el escenario, bañado por una luz irreal, mientras resuena una voz que puede ser la de Claudia.

Claudia – Tiene derecho a pedir un deseo, señor Carpintero…

Jerónimo – Me llamo Zapatero….

Claudia – Tanto da.

Jerónimo – Además, normalmente se piden tres deseos…

Claudia – Recuerde que estamos en crisis, señor Zapatero..

Jerónimo – ¿Un solo deseo…? Veamos… ¿Me pueden traer un café?

OSCURO

LUZ

Jerónimo duerme en su sillón. Entra Marisa en el despacho y le ve.

Marisa – ¿Jerónimo?

Jerónimo – ¿Marisa? Pero… ¿Qué haces tú aquí…?

Marisa – Le pedí a tu secretaria que me anunciara, pero como no contestabas…

Jerónimo – Perdona.. Me quedé adormilado un instante.

Marisa – ¿Has olvidado que teníamos que comer juntos?

Jerónimo – Pues sí… Naturalmente… Ya estoy listo… ¿Vamos?

Marisa – Sí… Vamos… Pero, ¿estás bien?

Jerónimo – No ocurre nada… Cosas de la rutina…

Marisa – De acuerdo…

Se disponen a salir.

Jerónimo – La verdad es que acabo de tener un sueño increíble… No puedes ni imaginar lo que he soñado…

Marisa – ¿Y eso?

Jerónimo – No vas a creerme, pero soñé que estaba casado contigo.

Marisa – Pero Jerónimo… Si yo soy tu mujer.

Jerónimo – ¿No me digas….? Entonces me parece que la pesadilla todavía no ha terminado…

Salen.

OSCURO

FIN

 

El autor

Jean-Pierre Martinez es autor teatral y guionista francés de origen español. Nacido en 1955 en Auvers-sur-Oise, sube al escenario primero como baterista en diversos grupos de rock, antes de hacerse semiológo para la publicidad. Luego trabaja como guionista para la televisión, y vuelve al teatro como autor. Ha escrito mas de 60 guiones para distintas series de la televisión francesa, y 61 comedias para el teatro (13 y Martes, Strip Poker, Bar Manolo, Ella y El, Muertos de la Risa, Breves del Tiempo Perdido, El Joker…). Actualmente es uno de los autores contemporaneos mas representados en Francia, y varias de sus obras han sido ya traducidas en español y en inglés. Es licenciado en literatura española e inglesa (Sorbonne), en linguística (Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales), en economía (Institut d’Études Politique de Paris), en escritura de guiones (Conservatoire Européen d’Ecriture Audiovisuelle). Jean-Pierre Martinez ha escogido ofrecer todos los textos de sus obras para descargar gratuitamente en su web : comediatheque.net.

 

Otras obras del autor

13 y Martes

Bar Manolo

Breves del Tiempo Perdido

Crisis y Castigo

El Joker

Ella y El, Monólogo Interactivo

EuroStar

Foto de Familia

Muertos de la Risa

Por Debajo de la Mesa

Pronóstico Reservado

Strip Poker

Un Ataúd para Dos

Zona de Turbulencias

Este texto está protegido por las leyes

relativas al derecho de propiedad intelectual.

Toda copia es susceptible de una condena,

hasta de 300 000 euros y 3 años de prisión.

 

 París – Octubre de 2016

© La Comédi@thèque – ISBN 978-2-37705-016-1

http://comediatheque.net

Crisis y castigo Lire la suite »

Au Bout du Rouleau

Running on empty – El Último Cartucho – No fim da linha – Un drammaturgo sull’orlo di una crisi di nervi – Zóna Pádu 

Une comédie de Jean-Pierre Martinez

1 homme et 1 femme, ou 2 hommes, ou 2 femmes
L’une se prétend journaliste pour un obscur web magazine, l’autre est une auteur en panne d’inspiration. Cette improbable interview pourrait lancer la carrière de cette pigiste en mal de scoop, et relancer celle de cette dramaturge passée de mode. Mais au théâtre, les apparences sont parfois trompeuses… Quels rôles jouent-elles exactement ? Dans ce jeu de dupes, chacune essaie de manipuler l’autre. Mais dans quel but ? Qui dans ce drôle de duel tirera la dernière cartouche… de stylo ou de revolver ? Une comédie aux dialogues savoureux, pleine de rebondissements, et à la fin surprenante.


Ce texte est offert gracieusement à la lecture. Avant toute exploitation publique, professionnelle ou amateur, vous devez obtenir l’autorisation de la SACD.


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TEXTE INTÉGRAL DE LA PIÈCE

Un salon en désordre. Un homme (ou une femme) somnole dans un fauteuil. Le téléphone sonne, le sortant de sa torpeur. Il décroche comme un somnambule.

Auteur (peu aimable) – Allô ! (Sans prendre le temps d’écouter) Vous allez me dire que le rendez-vous est annulé, c’est ça ? (Reprenant un peu ses esprits) Le Crédit Mutuel ? (Se radoucissant) Ah pardon, non parce que j’attends un journaliste qui doit m’interviewer et… Oui, je sais, un petit découvert, j’ai vu ça… Un gros ? Disons un moyen, alors… Bon, on ne va pas jouer sur les mots, non plus… Ne vous inquiétez pas, je m’apprêtais justement à sortir pour aller déposer un chèque que je viens de recevoir… Une avance pour l’écriture de ma prochaine pièce, oui… Vous allez au théâtre de temps en temps ? Non bien sûr, ce n’est pas le sujet… Écoutez, la ligne n’est pas très bonne… Ah, je crois que j’ai entendu sonner, ça doit être mon journaliste… Oui, c’est ça, je vous rappelle… Ah, là je ne vous entends plus du tout… Je vais vraiment être obligé de raccrocher…

L’auteur raccroche et soupire. Il émerge lentement, un peu dans le coltard, et se lève. Son allure et sa tenue sont assez désordonnées. Cette fois, on entend bien une sonnette. Il hésite un moment. Il se regarde dans une glace, remet un peu d’ordre dans ses vêtements, et se passe un coup de peigne. Nouveau coup de sonnette.

Auteur – Oui, oui, c’est bon, j’arrive…

Il se décide à aller ouvrir, et revient un instant après suivi d’une femme (ou d’un homme), plus jeune, habillée de façon plus moderne, et l’air beaucoup plus en forme.

Visiteuse – Merci de me recevoir, Monsieur Doutreligne.

Auteur – Dentreligne.

Un peu surprise par le désordre du lieu.

Visiteuse – Pardon ?

Auteur – Pas Doutreligne. Dentreligne. Charles Dentreligne. C’est mon nom. Je pensais que vous saviez au moins ça…

Visiteuse – Bien sûr, excusez-moi. C’est un pseudo, j’imagine ?

Auteur – Non, pourquoi ?

Visiteuse – Ah je ne sais… Dentreligne, pour un écrivain… Dans ce cas, si je peux me permettre, c’est un nom prédestiné.

Auteur – Quand je choisirai un pseudo, je prendrai Doutretombe. Au moins, je suis sûr que mes Mémoires se vendront bien.

Visiteuse – Ah oui… (Jetant un regard inquiet vers l’auteur) Je ne vous réveille pas, au moins…

Auteur – Me réveiller ? Mais pas du tout ! Qu’est-ce qui vous fait penser que vous pourriez me réveiller ?

Visiteuse – Ah je ne sais pas, je…

Auteur – D’ailleurs il est quelle heure ?

Visiteuse – Je suis désolée, je n’ai pas de montre.

Auteur – C’est sûrement pour ça que vous êtes en retard.

Visiteuse – En retard ? Mais… vous ne savez même pas quelle heure il est…

Auteur – Vous n’êtes pas journaliste pour rien, vous… Vous avez réponse à tout. Bon, alors on la fait, cette interview, oui ou non ? Je n’ai pas que ça à faire, moi.

Visiteuse (entre ses dents) – Si vous le dites…

Auteur – Pardon ?

Visiteuse – Non, je disais… Oui, allons-y ! On est là pour ça, non ?

Auteur – D’ailleurs, vous avez de la chance. Je n’accorde jamais d’interview.

Visiteuse – On vous en demande souvent ?

Auteur – Moins maintenant, c’est vrai. Mais… à l’époque où on m’en demandait, je refusais aussi.

Visiteuse – D’accord…

Auteur – Vous êtes de celles qui pensent que la vertu des femmes est inversement proportionnelle à leur sex appeal, c’est ça ?

Visiteuse – Pas du tout… Enfin si, mais… Ce n’est pas ce que j’ai voulu insinuer…

Auteur – Qu’est-ce que vous vouliez insinuer, alors ?

Visiteuse – Mais rien du tout…

Auteur – Si ! Vous avez dit : ce n’est pas ce que j’ai voulu insinuer. C’est donc que vous vouliez insinuer quelque chose !

Visiteuse – Je me suis mal exprimée, c’est tout.

Auteur – Une journaliste qui s’exprime mal, ça m’a l’air bien parti, tout ça…

Visiteuse – Excusez-moi.

Auteur – Alors pourquoi vous me posez cette question ?

Visiteuse – Quelle question ?

Auteur – Vous m’avez demandé si on me demandait encore beaucoup d’interviews.

Visiteuse – Je ne sais pas… Je suis là pour vous poser des questions… C’est le principe d’une interview, non ?

Auteur – Des vraies questions, oui… Pas des questions à la con.

Visiteuse – Vous voulez dire des questions de journalistes, sans doute.

Auteur – Je déteste les journalistes…

Visiteuse – En général, les gens connus détestent les journalistes…

Auteur – Oui, on se demande pourquoi…

Visiteuse – C’est pourtant grâce aux journaux que les inconnus sortent un jour de l’anonymat…

Auteur – C’est un point de vue.

Visiteuse – Un point de vue de journaliste.

Auteur – Ce sont aussi les gens connus qui font vendre les journaux.

Visiteuse – Tout à fait, le rôle des journaux est aussi de parler des gens connus… Pour qu’on ne les oublie pas…

Auteur – Vous êtes venue me voir pour parler de la société du spectacle ou pour me poser des questions sur mon œuvre ?

Visiteuse – J’y viens, rassurez-vous. (Jetant un regard sur la pièce) Je peux m’asseoir ?

Auteur – Allez-y, je vous en prie…

Visiteuse – Merci…

Elle s’assied. Silence gêné. Il se reprend un peu.

Auteur – Excusez-moi, on est parti sur un mauvais pied, tous les deux.

Visiteuse – Aucun problème, je vous assure…

Auteur – Je n’ai plus trop l’habitude de voir du monde, c’est vrai. Je suis devenu un peu ours, je crois…

Visiteuse – Ne vous excusez pas, c’est normal… Je débarque comme ça, chez vous…

Auteur – Vous voulez quelque chose ?

Visiteuse – Oui… En fait, j’aurais aimé vous poser quelques questions.

Auteur – Je voulais dire quelque chose à boire.

Visiteuse – Ah oui, pardon… Eh bien… Je n’aurais rien contre un café.

Auteur – Je n’ai plus de café. Enfin, j’ai du café, mais je n’ai plus de cafetière. Elle est tombée en panne il y a… déjà pas mal de temps. J’ai continué à faire du café pendant quelques mois, en faisant chauffer l’eau dans une casserole, et en me servant d’un Kleenex comme filtre. Et puis quand je suis tombé en panne de Kleenex, j’ai décidé de me passer de café.

Visiteuse – Ce n’est pas grave, ne vous dérangez pas.

Auteur – Je peux vous faire une tisane, si vous voulez. Camomille ? Je vous préviens, je n’ai pas de sucre.

Visiteuse – C’est très tentant mais… Merci, ça ira.

Auteur – Bon… Dans ce cas, je vous écoute…

Visiteuse – Très bien, alors… Ma première question sera… est-ce que vous écrivez à la main, ou avec un ordinateur ?

L’auteur reste un moment interloqué.

Auteur – Pardon mais… je n’ai pas très bien compris. Vous travaillez pour quel journal, exactement ?

Visiteuse – C’est à dire que… ce n’est pas exactement un journal. Je veux dire, pas un journal sur papier, comme le Figaro Littéraire, par exemple.

Auteur – Le Figaro Littéraire ?

Visiteuse – C’est plutôt… un revue numérique, comme on dit aujourd’hui.

Auteur – Je vois, un site internet, quoi…

Visiteuse – Disons… un web magazine. Vivre Théâtre.

Auteur – Vivre Théâtre ?

Visiteuse – C’est le nom du magazine. Vous n’aimez pas ?

Auteur – Si, si… Ça fait un peu revue pour les seniors, mais bon… Il n’y a plus que les vieux qui vont au théâtre, de toute façon.

Visiteuse – D’accord…

Auteur – Vivre Théâtre… Malheureusement, peu de gens arrivent encore à en vivre du théâtre, vous savez…

Visiteuse – Le but de notre publication est justement de mettre en lumière les auteurs contemporains. Cet entretien permettra à nos lecteurs de mieux vous connaître. En tant que dramaturge, en tout cas…

Auteur – Je vois. Et donc, votre première question, c’est… est-ce que j’écris avec un stylo ou avec un ordinateur ?

Visiteuse – Voilà.

Auteur – C’est une question qui doit tarauder vos lecteurs, je m’en doute.

Visiteuse – Alors ?

Auteur – Alors ? Comme vous devez vous en douter en raison de mon grand âge, à mes débuts, j’écrivais au stylo. On venait tout juste d’inventer l’imprimerie, alors l’ordinateur, vous pensez bien.

Visiteuse – Bien sûr.

Auteur – Je me souviens… C’était un stylo à encre Mont Blanc que ma marraine m’avait offert pour ma première communion. Avec une plume en plaqué or. J’y étais très attaché.

Visiteuse – D’accord. Un sorte… d’objet transitionnel, en quelque sorte.

Auteur – Voilà… Un substitut de la mère, si vous préférez. Vous savez, l’écriture, c’est aussi une psychanalyse.

Visiteuse – Ah oui…

Auteur – C’est tout aussi inefficace, mais au lieu de dépenser de l’argent, en principe, on peut toujours espérer en gagner un peu.

Visiteuse – Je vois…

Auteur – Je sais… À me voir dans cet état, vous vous dites que mon analyse, en effet, ça n’a pas dû très bien marcher…

Visiteuse – Ah non, mais pas du tout…

Auteur – Vous trouvez que j’ai l’air tout à fait épanoui ?

Visiteuse – Épanoui, ce n’est peut-être pas le premier mot qui me serait venu à l’esprit, mais… Et après ?

Auteur – Après, le stylo est tombé en panne.

Visiteuse – Comme la cafetière.

Auteur – Voilà. Alors avec les droits d’auteur que j’ai touchés sur ma première pièce, je me suis acheté une machine à écrire, comme celles qu’on voit dans les vieux films en noir et blanc. Vous avez vu Sunset Boulevard ?

Visiteuse – Oui, peut-être, enfin… Il y a longtemps, je crois…

Auteur – Hélas, je n’ai pas réussi à trouver une star déchue pour m’entretenir, en échange de l’écriture d’un scénario.

Visiteuse – En tout cas, c’est très romanesque… Vous l’avez encore, cette machine à écrire ?

Auteur – Elle a fini par tomber en panne, elle aussi.

Visiteuse – Ah mince…

Auteur – Alors j’ai acheté une des premières machines à écrire électriques… C’était révolutionnaire, à l’époque, vous savez ? Il y avait un petit écran, comme sur un ordinateur, mais avec deux ou trois lignes seulement. On pouvait quand même faire quelques corrections avant la frappe définitive. Ça permettait déjà d’économiser pas mal d’encre et de papier. Je l’ai gardée quelques années, et puis…

Visiteuse – La machine électrique est tombée en panne, et vous avez acheté un Mac.

Auteur – Non, après c’est moi qui suis tombé en panne, et j’ai acheté un nègre.

Visiteuse – Un nègre ? Vous voulez dire…

Auteur – C’est lui qui se servait de l’ordinateur. Au début je lui dictais un peu, évidemment. Et puis très vite, il s’est mis à écrire tout seul.

Visiteuse – L’ordinateur ?

Auteur – Le nègre !

Visiteuse – Tiens donc.

Auteur – Il était très doué, vous savez.

Visiteuse – Je vois.

Auteur – Vous connaissez la phrase de Buffon : le style, c’est l’homme.

Visiteuse – Oui, enfin…

Auteur – Et bien ce nègre-là, c’était tout à fait mon style.

Visiteuse – Ah oui.

Auteur – C’était un suédois.

Visiteuse – Qui ça ?

Auteur – Mon nègre !

Visiteuse – Ah oui, pardon…

Auteur – Vous me posez une question et… j’ai l’impression que ça ne vous intéresse pas ce que je vous raconte ?

Visiteuse – Ah si ! Beaucoup, mais… Et ce nègre, vous l’avez toujours ?

Auteur – Hélas non. C’est pourquoi je n’ai rien écrit depuis des années…

Visiteuse – Il est reparti en Suède, peut-être.

Auteur – Non… Il est mort, tout simplement.

Visiteuse – Ah merde… Je veux dire… C’est une bien triste histoire.

Auteur – Oui… J’y étais très attaché. Mais que voulez-vous ? Il commençait à se prendre pour un véritable auteur. J’ai dû m’en débarrasser.

Visiteuse – Vous en débarrasser ?

Auteur – Un peu d’arsenic tous les jours dans sa camomille. Il est mort comme Madame Bovary.

Visiteuse – Ah oui…

Auteur – Flaubert disait : Madame Bovary, c’est moi. Et bien oui, c’est un peu de moi qui est mort avec Antonio.

Visiteuse – Antonio ?

Auteur – Mon nègre suédois ! Après sa disparition, je n’ai plus jamais retrouvé mon style.

Visiteuse – C’est donc à ce moment-là que vous avez cessé d’écrire.

Auteur – Oui… Je suis resté bloqué sur ma 124ème pièce.

Visiteuse – Je suis vraiment désolée de l’apprendre.

Auteur – J’ai traversé une période difficile, c’est vrai. Pour essayer de retrouver l’inspiration de mes débuts, je me suis racheté un Mont Blanc, avec les derniers euros qui me restaient.

Visiteuse – Mais ça n’a pas suffi…

Auteur – J’étais au bord du suicide… Et je n’avais plus un centime pour acheter des cartouches.

Visiteuse – Pour votre revolver…

Auteur – Pour le stylo !

Visiteuse – Pardon…

Auteur – Il me restait une vieille seringue de l’époque où j’étais accroc à l’héroïne. Je me faisais une prise de sang tous les matins, et je remplissais le stylo avec. On m’avait commandé l’écriture d’une comédie. Mais l’encre rouge, vous savez… Ça donnerait plutôt des idées noires… (Devant la stupéfaction de la journaliste) Vous ne prenez pas de notes ?

Visiteuse – Si, si, j’ai tout ce qu’il faut… (Elle sort un petit magnétophone) Enfin, je ne suis pas sûre qu’il faille enregistrer ça…

Auteur – Donc, vous croyez vraiment à toutes les conneries que je viens de vous raconter ?

La visiteuse comprend que l’autre s’est foutu d’elle.

Visiteuse – C’était une plaisanterie, évidemment. Très drôle, d’ailleurs… Un nègre suédois… Mais je ne savais pas que vous étiez aussi un auteur comique.

Auteur – C’est sûrement pour ça qu’on m’a envoyé une comique pour m’interviewer… Toujours pas de camomille ?

Visiteuse – Avec ou sans arsenic ?

La visiteuse amorce un rire forcé.

Auteur (très sérieux) – Une autre question ?

Visiteuse – Oui, je… J’ai beaucoup aimé votre première pièce. Vous en avez écrit d’autres ?

Auteur – Pardon ?

Visiteuse – Je veux dire… de votre propre plume, pas de celle de votre nègre suédois. (Elle rit à nouveau de sa propre blague) Je plaisante…

Mais l’auteur ne rit toujours pas.

Auteur – J’ai écrit 123 pièces.

Visiteuse – 123 ! Ah oui, quand même. Et… ça parle de quoi ?

Auteur (scandalisé) – Ça parle de quoi ? Vous venez m’interroger sur mon théâtre et vous n’avez pas lu mes pièces ?

Visiteuse – Pas les 123, évidemment, mais…

Auteur – Vous en avez lu combien exactement ?

Visiteuse – Je dirais… Une… La première, justement… Enfin, les premières pages, en tout cas. Je n’ai été prévenue que très tard, pour cette interview… Je remplace au pied levé un collègue journaliste de Vivre Théâtre qui s’est suicidé hier.

Auteur – Combien de pages ?

Visiteuse – Pour être tout à fait honnête… Je n’ai pas eu le temps d’aller plus loin que la page 5.

Auteur – Le texte de la pièce commence à la page 6…

Visiteuse – En tout cas, j’ai beaucoup aimé le tire…

Auteur – Ah oui ? (Ironique) Et c’était quoi, le titre de ma première pièce, déjà ? J’ai un trou, là, tout de suite.

Visiteuse – Ça ne me revient pas non plus, mais je me souviens que j’avais adoré.

Auteur – Je peux voir votre carte de presse ?

Visiteuse – Euh… Oui… (Elle fait mine de chercher dans ses poches) C’est à dire que… Je me demande si…

Auteur – Vous n’êtes pas journaliste…

L’autre hésite un instant avant de répondre.

Visiteuse – Non.

Auteur – Je vois. Vous êtes venue pour me cambrioler, c’est ça ? C’est très courant, il paraît. Le voleur se fait passer pour un employé du gaz, par exemple, et il en profite pour emporter le magot caché sous le matelas. On appelle ça le vol par ruse, je crois.

Visiteuse – Par ruse ?

Auteur – Vous avez raison, ça ne colle pas… Vous n’avez pas l’air d’être assez maline pour le vol par ruse. Et puis vous n’auriez pas choisi de vous faire passer pour une journaliste littéraire.

Visiteuse – En effet, je…

Auteur – Je ne sais pas, moi… Vous auriez été plus convaincante en livreur de pizza.

Visiteuse – C’est vrai…

Auteur – Maintenant, si vous êtes venue ici pour trouver de l’argent… On peut chercher ensemble, si vous voulez ?

Visiteuse – Je suis comédienne.

Auteur – Si c’est pour trouver un rôle que vous êtes là, vous êtes encore plus conne que je ne pensais. Et croyez-moi, j’avais déjà mis la barre assez haut.

Visiteuse – C’est la première fois que j’interprète une journaliste. Et je n’ai pas eu beaucoup de temps pour préparer le rôle.

Auteur – Il ne faut pas non plus exclure la possibilité que vous soyez une comédienne médiocre. Et alors ? Qui est le metteur en scène de cette mauvaise comédie ?

Visiteuse – Votre agent.

Auteur – Mon agent ? Je ne savais même pas que j’en avais encore un…

Visiteuse – Il a pensé qu’une interview, ce serait un bon moyen pour regonfler votre ego, et vous remettre à votre table de travail.

Auteur – Il est encore plus con que je ne pensais, lui aussi.

Visiteuse – C’est un fait que vous n’écrivez plus… Il attend votre dernier manuscrit depuis près d’un an.

Auteur – Que voulez-vous ? J’ai perdu l’inspiration, comme on dit. Le manque d’inspiration pour un auteur, c’est comme le trou de mémoire pour un comédien. On ne sait jamais quand ça va arriver, et encore moins comment on va s’en sortir.

Visiteuse – Un an… Ça fait un peu long, pour un trou de mémoire…

Auteur – Vous n’avez pas lu la première de mes 123 comédies, et vous allez me supplier d’en écrire une 124ème ?

Visiteuse – Moi personnellement, je m’en fous. Mais votre agent, lui, il a l’air d’y tenir. Assez pour me donner cent euros pour vous jouer cette innocente petite comédie, en tout cas.

Auteur – Cent euros ? Je ne pensais pas que mon agent m’estimait encore autant.

Un temps.

Visiteuse – Bon, alors qu’est-ce qu’on fait ?

Auteur – Comment ça, qu’est-ce qu’on fait ?

Visiteuse – Je ne suis pas journaliste. Maintenant que vous le savez, je pense que vous ne serez plus d’accord pour continuer cette interview.

Auteur – Pourquoi ? Vous aviez d’autres questions passionnantes à me poser sur mon œuvre théâtrale ? Je ne sais pas moi… Est-ce que je mets des slips ou des caleçons ? Est-ce que je suis plutôt mer ou montagne ? Croissants ou biscottes ? Voile ou vapeur ?

Visiteuse – Bon, je crois comprendre que vous n’êtes pas disposé à coopérer. Alors qu’est-ce que je vais lui raconter, moi ?

Auteur – À qui ?

Visiteuse – À Georges, votre agent !

Auteur – Ça c’est votre problème. Vous lui racontez ce que vous voulez.

Visiteuse – C’est à dire que… Il devait me redonner cent euros après l’interview.

Auteur – Je vois… La moitié à la commande, et l’autre moitié à la livraison des résultats. Il doit avoir en vous une confiance sans limite…

Visiteuse (montrant le magnétophone) – Je devais lui rapporter la bande.

Auteur – Ne me dites pas que vous voulez vraiment la faire, cette interview ?

Visiteuse – On pourrait partager.

Auteur – Partager ? Partager quoi ?

Visiteuse – Cent euros chacun.

Auteur – Non mais vous êtes une vraie malade, vous…

Visiteuse – J’ai faim, c’est tout. Et d’après ce que m’a dit votre agent, vous ne roulez pas sur l’or non plus. Vous n’écrivez plus rien. Et personne ne monte plus vos pièces.

Auteur – Merci d’avoir la délicatesse de me le rappeler.

La visiteuse jette un regard dépréciatif sur le décor miteux.

Visiteuse – Je ne sais pas, moi… Avec cet argent-là, vous pourriez au moins refaire les peintures.

Auteur – Pour cent euros ? Si vous connaissez un peintre qui bosse pour ce prix-là, même au noir, vous me laisserez son numéro.

Visiteuse – Avec cent euros, vous pouvez toujours acheter quelques pots de peinture et un rouleau.

Auteur – Et c’est vous qui le passerez, le rouleau ?

Visiteuse – Pourquoi pas ? Pas gratuitement, évidemment…

Auteur – C’est moi qui suis au bout du rouleau, vous pigez ? Pour écrire une comédie, on n’a pas forcément besoin d’être optimiste, certes, mais il y a des limites. Il faut continuer à croire que de se moquer des cons, ça peut encore pousser certains d’entre eux à s’améliorer.

Visiteuse – Vous êtes sûr que vous ne vous écoutez pas un peu ?

Auteur – Vous trouvez ?

Visiteuse – Ça va… Écrire des pièces de théâtre, ce n’est pas la mort, quand même… Il y a pire, comme métier, non ?

Auteur – Oui, sûrement…

Visiteuse – Sûrement ? Vous savez qu’il y a des gens qui sont obligés de se lever tous les matins, et de se taper une heure de métro pour aller tenir la caisse dans un Monoprix, et tout ça pour gagner le SMIC ?

Auteur – C’est sans doute pour vous éviter un tel calvaire que vous avez choisi de faire du théâtre en appartement ?

Visiteuse – Je prends ce qu’on me propose… et mon agent ne m’a pas encore proposé de grands rôles.

Auteur – Il doit être aussi nul que le mien. C’est qui ?

Visiteuse – Le même que le vôtre…

Auteur – D’accord… (Un temps) C’est peut-être vous qui avez raison, finalement. Avec votre QI de bulot, vous êtes bien mieux équipée que moi pour survivre dans le monde qui nous entoure.

Visiteuse – Merci…

Auteur – Je pense donc je suis. Quel crétin, ce Descartes ! Mon cul, oui. C’est évident que pour continuer d’exister dans ce monde de merde, la première chose à faire, c’est d’arrêter de penser.

Visiteuse – Oui…

Auteur – Seulement voilà. S’abstenir de penser, c’est comme s’abstenir de fumer. C’est beaucoup plus facile quand on n’a jamais commencé.

Visiteuse – Si c’est pour moi que vous dites ça, je ne fume pas…

Auteur – Remarquez, pendant que j’y pense… J’aurais bien un petit boulot à vous proposer.

Visiteuse – Ah oui ? Si c’est dans mes compétences.

Auteur – C’est vrai que vu comme ça, ça restreint sérieusement le domaine des possibles.

Visiteuse – Alors ?

Auteur – Ça vous dirais d’être mon nègre ?

Visiteuse – Pardon ?

Auteur – Pour une raison qui m’échappe, mon agent tient absolument à ce que j’écrive une nouvelle pièce. Vous pourriez l’écrire à ma place.

Visiteuse – Mais… je ne suis pas auteur de théâtre.

Auteur – Entre nous, vous n’êtes pas vraiment comédienne non plus.

Visiteuse – Bon… Il faut voir… Et ça paye bien, nègre ?

Auteur – Tout dépend de la notoriété de l’auteur qui signe à sa place.

Visiteuse – Ce n’est pas très encourageant, ce que vous me dites là… Vous n’étiez déjà pas super connu… et d’après votre agent, aujourd’hui, tout le monde vous a oublié.

Auteur – Et dire qu’il vous a payé pour me remonter le moral…

Visiteuse – J’essaie d’être réaliste, c’est tout.

Auteur –  Bon, ça vous intéresse ou pas ?

La sonnette de l’entrée résonne à nouveau.

Visiteuse – Si vous attendez quelqu’un, je vais peut-être y aller, moi.

Auteur – Je n’attends personne.

Il va ouvrir. La visiteuse commence à ranger son magnétophone et à remettre son imper pour partir. L’auteur revient, avec une enveloppe ouverte et un papier dans la main.

Auteur – C’était un coursier.

Visiteuse – Je vais vous laisser…

Auteur (avec autorité) – Restez assise, vous !

L’autre, surprise, se rassied sans broncher. L’auteur examine le papier qu’il a à la main, perplexe.

Visiteuse – Qu’est-ce que c’est ? Votre facture de gaz ?

Auteur – Le gaz ? On me l’a coupé depuis longtemps, sinon je ne suis pas sûr que je serais encore ici pour vous parler.

Visiteuse – Alors ?

Auteur – Un contrat d’exclusivité que m’envoie mon agent pour ma prochaine pièce.

Visiteuse – Un contrat ?

Auteur – Il me demande de le signer et de lui renvoyer tout de suite. Tout ça est de plus en plus bizarre. (Il sort de l’enveloppe un chèque) Il y a même une avance…

Visiteuse – Combien ?

Auteur – 500.

Visiteuse – 500 euros ! Il ne s’est pas foutu de vous.

Auteur – Je ne sais pas, j’hésite… Je me demande qui se fout de moi dans cette histoire depuis que vous êtes arrivée ici…

Visiteuse – En tout cas, maintenant que vous avez touché cette avance, vous n’avez plus le choix. Il va falloir que vous l’écriviez, cette comédie.

Auteur – Je peux encore retourner le chèque. Je n’ai pas signé le contrat. J’imagine que cette interview bidon était destinée à me convaincre de le faire.

Visiteuse – Alors vous n’allez pas signer ?

Auteur – Je n’aime pas écrire sous la contrainte… Mais cette pile de factures impayées m’invite à réfléchir encore un peu à réfléchir. Si je veux pouvoir me suicider de façon indolore, il faudrait au moins qu’on me remette le gaz.

Visiteuse – Et pour mes deux cents euros ?

Auteur – On n’avait pas dit qu’on partagerait ?

Visiteuse – Maintenant que vous êtes redevenu un auteur à qui on passe des commandes… Ce serait mesquin.

Auteur – Pas si vite. Il faut encore que je trouve un sujet de pièce.

Visiteuse – Moi, pour 500 euros, je vous assure que je suis capable d’écrire n’importe quoi.

L’auteur regarde la visiteuse.

Auteur – Et pour 250 ?

Visiteuse – 250 ?

Auteur – La moitié de 500 ! C’est vrai, ça. Vous non plus, vous n’avez pas encore refusé ma proposition.

Visiteuse – Quelle proposition ?

Auteur – Celle de devenir mon nègre.

Visiteuse – Ah mais non, mais je plaisantais, là. J’ai dit que je serais capable d’écrire n’importe quoi. Pas une pièce de théâtre. Et encore moins un chef d’œuvre.

Auteur – N’importe quoi ? Mais c’est tout à fait ce que j’attends de vous.

Visiteuse – Pardon ?

Auteur – Moi, en toute modestie, la seule chose que je sais écrire, ce sont des chefs d’œuvre. N’importe quoi, je ne sais pas faire. C’est bien ça qui me bloque, vous comprenez ? (Un temps) À voir votre gueule d’abrutie, j’ai l’impression que non…

Visiteuse – C’est à dire que…

Auteur – Bon… Mon agent me fait une avance pour écrire une pièce, mais hélas, j’ai perdu l’inspiration dont j’aurais besoin pour en écrire une vraie. Vous me suivez ?

Visiteuse – Jusque-là, je crois.

Auteur – Je pourrais écrire n’importe quoi pour garder ce chèque, comme le ferait n’importe lequel de mes confrères, mais n’importe quoi, moi, je ne sais pas faire.

Visiteuse – Et pourquoi ça ?

Auteur – Un vieux reste de culpabilité judéo-chrétienne, j’imagine… Et mon agent le sait très bien. Il est juif.

Visiteuse – Et alors ?

Auteur – Alors écrire n’importe quoi, vous vous savez !

Visiteuse – Vous croyez ?

Auteur – Pour ça, entre nous, je vous fais entièrement confiance.

Visiteuse – Mais pourquoi ne pas prendre directement un nègre qui sait écrire.

Auteur – Vous pensez bien que si on pouvait trouver ça pour 250 euros, je l’aurais déjà fait depuis longtemps.

Visiteuse – D’accord…

Auteur – D’accord ? Ça veut dire que vous êtes d’accord ?

Visiteuse – Non… D’accord, ça veut dire oui, je comprends…

Auteur – Et alors ?

Visiteuse – C’est à dire que… Je pourrais vraiment écrire n’importe quoi ?

Auteur – Est-ce que vous pourriez écrire autre chose ?

Visiteuse – Mais votre agent, enfin le nôtre, il va s’en rendre compte que c’est n’importe quoi !

Auteur – Mon agent ? C’est lui qui a monté cette comédie ridicule, pour m’obliger à en écrire une autre, que je n’ai aucune envie d’écrire ! Il n’aura que la monnaie de sa pièce.

Visiteuse – Disons plutôt qu’il aura sa pièce, et que vous vous aurez la monnaie.

Auteur – Eh bien vous voyez que quand vous voulez, vous pouvez même être drôle ! Alors ?

Visiteuse – Bon… Après tout, qu’est-ce que je risque…

Auteur – Le ridicule.

Visiteuse – Ce n’est pas la mort.

Auteur – Si le ridicule tuait, croyez-moi, vous ne seriez plus de ce monde depuis très longtemps.

Visiteuse – Ok… Quand est-ce que je commence ? Attendez que je regarde… (Elle sort un agenda et le feuillette) Cette semaine, ça ne va pas être possible… Je pense pouvoir me libérer… Disons à partir de lundi prochain ?

L’auteur lui arrache son agenda et y jette un coup d’œil.

Auteur – Il y a tellement de pages blanches dans votre agenda que vous pourriez écrire la pièce directement là-dessus. Ah non, pardon, je n’avais pas vu… Vous avez rendez-vous dans trois mois avec votre ophtalmo.

Visiteuse – C’est très long pour obtenir un rendez-vous avec un ophtalmo. (L’auteur lui lance un regard impatient) Ok… Alors on commence quand ?

Auteur – Pourquoi pas maintenant ? Puisque vous êtes là…

Le téléphone fixe sonne. L’auteur ne bronche pas.

Visiteuse – Vous ne répondez pas ?

Auteur – J’imagine que c’est encore la banque, au sujet de mon découvert.

Visiteuse – Je vois… On doit avoir la même banque.

Auteur – Le Crédit Mutuel.

Visiteuse – Il semblerait que la seule chose qu’il leur reste à mutualiser, ce sont nos découverts.

On entend la voix de celui qui laisse un message.

Voix – Bonjour, je suis Gonzague de Casteljarnac, Président de la Fondation du Boulevard Beaumarchais. J’ai le plaisir de vous annoncer que notre Fondation a décidé de vous décerner cette année Le Grand Prix du Boulevard Beaumarchais pour l’ensemble de votre œuvre. Merci de nous rappeler au plus vite afin que nous puissions régler ensemble les détails de la cérémonie.

L’auteur écoute ce message avec un étonnement certain.

Visiteuse – Vous croyez que c’est encore un coup monté de votre agent ?

Auteur – C’est une hypothèse, en effet…

Visiteuse – Qu’est-ce que ça pourrait être d’autre ?

Auteur – Alors vous n’imaginez pas une seule seconde que je pourrais vraiment recevoir une récompense pour l’ensemble de mon œuvre ?

Visiteuse – Je ne sais pas… Comme je n’ai rien lu…

Auteur – En tout cas, c’est dommage que vous ne soyez pas vraiment journaliste. C’était votre chance d’être la première à interviewer le nouveau Lauréat du Boulevard Beaumarchais.

Visiteuse – Désolée, connais pas…

Auteur – Vous ne connaissez pas ? Mais le Prix du Boulevard Beaumarchais, c’est aux auteurs de comédies ce que le Prix Pulitzer est aux journalistes !

Visiteuse – Connais pas non plus…

Auteur – C’est vrai que vous n’êtes pas journaliste. Alors, je ne sais pas, moi… Comme un Molière pour un comédien.

Visiteuse – Vous voulez dire… un peu comme le Prix Nobel de littérature ?

Auteur – Bon, il ne faut pas exagérer, non plus.

Visiteuse – Je me disais aussi…

Auteur – Disons qu’avec une bonne jaquette, dans une librairie, ça pourrait booster un peu les ventes de ma nouvelle pièce.

Visiteuse – Même si la pièce est mauvaise ?

Auteur – Sans avoir une immense culture, il ne vous aura pas échappé que les plus grands succès de librairie sont rarement des chefs d’œuvre. Ils sont même rarement écrits par leurs auteurs supposés. La plupart d’entre eux ne les ont même pas lus.

Visiteuse – Ouais… Sauf qu’en général, les gens qui signent ce genre de best sellers sont des abrutis, et ceux qui les écrivent de vrais auteurs.

Auteur – Alors disons que là, ce sera le contraire.

Visiteuse – Ce n’est pas très réglo vis à vis de votre agent.

Auteur – Je crois que vous n’avez pas bien compris.

Visiteuse – Quoi ?

Auteur – Cet escroc a su avant moi que j’allais recevoir ce prix, et il m’envoie un contrat à signer en urgence pour obtenir en exclusivité les droits de ma prochaine pièce. Et tout ça en déboursant à peine 500 euros ! Alors qu’il sait très bien qu’avec une telle publicité, je vais redevenir un auteur à succès. Vous appelez ça de l’honnêteté, vous ?

Visiteuse – J’avoue qu’en matière d’honnêteté… Je ne suis pas une spécialiste.

Auteur – Sans parler de cette ridicule histoire d’interview pour me convaincre de me remettre au boulot.

Visiteuse – C’est vrai que vu comme ça…

Auteur – Alors vous allez l’écrire, cette pièce, oui ou non ?

L’autre réfléchit un instant.

Visiteuse – Ok… Mais je veux aussi les deux cents euros de l’interview.

Auteur – On avait dit qu’on partageait.

Visiteuse – Vous l’avez dit vous même : maintenant vous êtes un auteur à succès.

Auteur – D’accord. Alors au boulot.

Visiteuse – Je prendrais bien une camomille, finalement…

Auteur – Franchement, je vous le déconseille… Je la stockais juste à côté de l’arsenic… Mais si vous voulez un truc d’auteur, j’ai autre chose à vous conseiller (Il sort une bouteille de whisky et la pose sur la table) Voilà, la potion magique pour trouver l’inspiration. Malheureusement, je suis tombé dedans quand j’étais petit, et elle ne fait plus effet sur moi…

Visiteuse – Bon…

Elle se sert un verre, le vide cul sec, et fait la grimace. Elle regarde l’étiquette.

Visiteuse – Du whisky suédois ? Vous n’essayez pas de m’empoisonner, moi aussi ?

Auteur – Pas avant que vous n’ayez fini d’écrire cette pièce (Il lui tend un stylo). Je vous confie solennellement mon stylo Mont Blanc. Que la force soit avec vous. Il y a du papier sur la table. Asseyez-vous, et écrivez.

L’autre s’assied.

Visiteuse – Même n’importe quoi, je ne suis pas sûre pas de pouvoir écrire tout un bouquin…

Auteur – C’est juste une pièce de théâtre ! À partir d’une cinquantaine de pages, ça peut faire illusion.

Visiteuse – Cinquante pages ?

Auteur – Considérez que vous passez le bac, et que c’est une dissertation un peu plus longue que les autres…

L’autre le regarde avec un air embarrassé.

Visiteuse – Le bac…?

Auteur – Vous n’avez pas le bac, j’aurais dû m’en douter.

Visiteuse – J’aurais pu l’avoir, mon bac, mais j’ai raté mon train.

Auteur – Disons c’est une très longue lettre, alors.

Visiteuse – J’ai surtout l’habitude d’écrire des SMS…

Auteur – Ce sont des dialogues ! Vous revenez à la ligne à la fin de chaque phrase, et vous sautez une ligne à chaque fois. La moitié d’une pièce de théâtre, vous savez, c’est ce qu’il y a entre les lignes. C’est du blanc !

Visiteuse – C’est sûrement pour ça qu’on vous appelle Dentreligne…

Auteur – Et bien voilà, somme toute, on écrira cette pièce à quatre mains. Vous écrivez les lignes, je me charge des entrelignes…

Visiteuse – Et c’est vous qui signez le tout.

Auteur – Si vous croyez que c’est Michel-Ange qui a peint tous les tableaux qu’il a signés. Il avait du personnel, lui aussi. Il passait juste le dernier coup de polish.

Visiteuse – Tout de même, je ne suis pas écrivain.

Auteur – Mais tout le monde peut être écrivain ! Surtout dramaturge. La preuve, il n’y a aucune école pour ça. C’est un des rares métiers, avec livreur de pizzas et psychanalyste, qu’on peut faire sans aucun diplôme. Et encore, pour livreur de pizzas je ne suis pas sûr. Il faut quand même savoir conduire un scooter.

Visiteuse – Tout de même, c’est du boulot.

Auteur – Avec une seule cartouche de stylo, vous écrivez une pièce de théâtre. Pour un roman, il en faudrait quatre ou cinq.

Visiteuse – Bon…

Auteur – C’est un métier de feignant, je vous dis. C’est bien simple, plus branleur que dramaturge, il n’y a que poète. Les mecs, ils écrivent cinq lignes de trois mots chacune sur une page avec plein de blanc autour, et tout le monde crie au génie.

Visiteuse – Ah oui, je me demande si je n’aurais pas préféré être le nègre d’un poète, finalement.

Auteur – Ah non, mais là, je vous arrête tout de suite. Il ne faut pas rêver, non plus. On n’a jamais vu un poète avoir les moyens de se payer un nègre, même à crédit.

Visiteuse – Bon… Je ne sais pas trop par où commencer…

Auteur – Le début, c’est toujours ce qu’il y a de plus dur, évidemment. Surtout pour une comédie.

Visiteuse – Ah parce que c’est une comédie.

Auteur – Une comédie de boulevard, oui. Du Boulevard Beaumarchais, en tout cas.

Visiteuse – C’est drôle… Je ne vous imagine vraiment pas en auteur comique.

Auteur – C’était il y a très longtemps. Et puis pourquoi croyez-vous que j’ai besoin d’un nègre aujourd’hui.

Visiteuse – Je ne sais pas si je vais réussir à être drôle, moi.

Auteur – Je ne vous demande pas d’être drôle volontairement. Misez sur votre comique naturel…

Visiteuse – Ça ne m’aide pas beaucoup.

Auteur – Je ne sais pas, moi. Il n’y a pas quelqu’un que vous auriez envie de tuer ?

Comédie – De tuer ?

Auteur – La comédie, ça sert à ça ! La loi vous interdit formellement de vous débarrasser de votre belle-mère, alors vous écrivez une pièce pour vous payer sa tête sur un plateau.

Visiteuse – Je ne suis pas mariée. Vous avez une belle-mère, vous ?

Auteur – Je n’en ai plus, malheureusement. Ma femme m’a quitté. J’en serais presque à la regretter, ma belle-mère. C’est vous dire à quel point je suis déprimé. Comment voulez-vous écrire une bonne comédie dans ces conditions ?

Visiteuse – Je ne sais pas… Laissez-moi réfléchir… Ah si… Je détestais ma sœur.

Auteur – Ah, c’est bien ça…

Visiteuse – Malheureusement, elle est morte… J’imagine que pour une comédie…

Auteur – Ça dépend, il y a aussi des morts très drôles. Elle est morte comment, votre sœur ?

Visiteuse – Elle est morte d’un cancer.

Auteur – Ah oui, mais là… Non, ça ne va pas être possible… C’est très difficile de faire rire avec le cancer. Surtout quand ça concerne quelqu’un de la famille.

Visiteuse – Ah oui ? Merde… Ce n’est pas de chance…

Auteur – Il y a des sujets, comme ça, totalement réfractaires à la comédie. On ne sait pas très bien pourquoi. Ça doit être le côté longue maladie. Au théâtre, les morts les plus drôles sont toujours les plus courtes. Un type raconte que sa femme est passée sous un train en revenant de chez le coiffeur, on a déjà envie de rire. Le même raconte qu’elle est morte d’un cancer de la vésicule après trois ans de chimio, ça ne fait rire personne. Allez savoir pourquoi ? C’est comme ça.

Visiteuse – Bon…

Auteur – Maintenant, si vous avez envie d’essayer…

On sonne à la porte.

Visiteuse – Vous attendez quelqu’un d’autre ?

Auteur – Ça doit être le coursier. Il devait repasser pour prendre le contrat signé. Vous me prêtez le stylo deux secondes ?

Il prend le contrat

Visiteuse (inquiète) – Vous êtes sûr ?

Auteur – Je ne sais pas pourquoi, mais je crois en vous… (Il signe le contrat, et lui rend le stylo) Si vous avez une idée pendant que je suis avec le coursier, n’hésitez pas.

Il sort. Le portable de la visiteuse sonne, et elle prend l’appel.

Visiteuse – Oui… Non, je suis encore avec lui… Oui, oui, ne vous inquiétez pas, il vient de signer le contrat… Bon, il faut que je raccroche, là… Ok, je vous rappelle…

Elle range son téléphone. L’auteur revient.

Auteur – Bon… Et bien maintenant, on n’a plus le choix. Je viens de vendre votre âme au diable pour 500 euros. Même dans vos rêves les plus fous, vous n’auriez jamais espéré en tirer un aussi bon prix.

Visiteuse – Ce n’est pas très glorieux, tout ça… Moi qui vous prenais pour un auteur engagé…

Auteur – Vous savez, la plupart des auteurs continuent à écrire pour payer les impôts de l’année dernière, avec les avances qu’ils ont touchées sur les bouquins qu’ils écriront l’année prochaine. Le jour où les impôts seront prélevés à la source, vous verrez que la rentrée littéraire sera beaucoup plus calme.

Visiteuse – Je ne sais pas, je n’ai encore jamais été imposable de ma vie.

Auteur – Vous avez bien de la chance… Quand on a mis le doigt dans l’engrenage, on ne peut plus s’en sortir. Alors, où est-ce qu’on en était ?

Visiteuse – Nulle part, j’en ai peur.

Auteur – Oui, c’est bien ce que je craignais.

Visiteuse – Et si on écrivait l’histoire d’un auteur qui a perdu l’inspiration ?

Auteur – Je vois… Une nana sonne à sa porte, et elle prétend être journaliste…

Visiteuse – Pourquoi pas ?

Auteur – Le théâtre dans le théâtre… Je m’étais promis de ne jamais tomber aussi bas…

Visiteuse – Vous avez dit qu’on pouvait écrire n’importe quoi !

Auteur – Bon… Et comment ça se finirait ?

Visiteuse – Ça… Je ne sais déjà pas comment ça pourrait continuer…

Auteur – Je vous ressers un autre whisky…

Il joint le geste à la parole.

Visiteuse – Je ne sais pas si…

Auteur – Allez, buvez !

L’autre vide le verre d’un trait.

Visiteuse – Je ferai bien une petite sieste. Je suis sûre que les idées me viendraient plus facilement en dormant.

Auteur – Eh ! Je ne vous paye pas pour dormir !

Visiteuse – Pour l’instant, vous ne m’avez encore rien payé du tout… D’ailleurs vous avez raison, je me demande si une petite avance, ça ne me motiverait pas un peu…

Auteur – Même si je voulais, je doute que le Crédit Mutuel m’accorde un nouveau découvert pour vous faire des avances… Et puis vous êtes nulle, comme nègre ! Je vous dis d’écrire n’importe quoi, et vous n’êtes même pas fichue de le faire !

Visiteuse – Je tiens à ma réputation, moi aussi ! Je n’ai pas envie de me couvrir de ridicule en publiant n’importe quoi…

Auteur – Mais votre nom n’apparaîtra même pas ! C’est moi qui signerai !

Visiteuse – Peut-être, mais moi je saurai qui a vraiment écrit ça. On a son amour propre, tout de même.

Auteur – Très bien. Personne ne vous interdit d’écrire un chef d’œuvre, non plus.

Visiteuse – Et pourquoi pas ? Je suis peut-être moins conne que vous ne le pensez, finalement.

Auteur – Allez-y, étonnez-moi…

Visiteuse – Ouais… Mais avec tous ces apéritifs que vous m’avez servis, je commence à avoir faim, moi. Vous n’avez pas un truc à bequeter ?

Auteur – Je vous ai engagé pour une séance de travail, pas pour un apéro dinatoire.

Visiteuse – Vous savez ce qu’on dit : la faim est mauvaise conseillère.

L’auteur sort un paquet de biscuits et le tend à la visiteuse.

Auteur – Tenez, il me reste quelques Pépitos.

Visiteuse – Merci. (Elle commence à en manger un) Ils sont un peu ramollis, vos Pépitos.

Auteur – Vous voulez que j’aille vous en acheter des plus frais ?

Visiteuse – Ça ira… (Elle engouffre un deuxième Pépito) J’ai une idée !

Auteur (sursautant) – Vous m’avez presque fait peur…

Visiteuse – Un mec aime une fille, mais leurs familles se détestent.

Auteur – C’est Roméo et Juliette.

Visiteuse – Un mec aime une fille, mais son père tue accidentellement celui de la fille.

Auteur – Le Cid.

Visiteuse – Un mec aime une fille mais en réalité c’est un homme.

Auteur – Certains l’Aiment Chaud.

Visiteuse – Tiens, je ne la connais pas, cette pièce-là.

Auteur – C’est un film.

Visiteuse – Vous êtes sûr ?

Auteur – Certain.

Visiteuse – Un mec aime un mec mais en réalité c’est une fille.

Auteur – Victor Victoria.

Visiteuse – Une femme aime une femme mais en réalité c’est un homme.

Auteur – Tootsie.

Visiteuse – Putain… Je ne pensais pas que c’était si difficile que ça d’être un auteur contemporain. Tout a déjà été écrit, alors…?

Auteur – Tout…

Visiteuse – Et surtout le meilleur, j’imagine…

Auteur – Ils se sont goinfrés et ils ne nous ont laissé que les miettes.

Visiteuse – Les salopards.

Auteur – Shakespeare, Corneille… C’était facile, pour eux… Rien n’avait été écrit avant eux. Les bonnes idées, il n’y avait qu’à se baisser pour les ramasser. Alors celui qui n’était pas analphabète comme la plupart de ses contemporains, il avait une bonne chance de passer à la postérité.

Visiteuse – C’est vrai que s’il y avait encore la place pour un Molière aujourd’hui, on s’en serait déjà rendu compte…

Auteur – C’est bien pour ça que je ne me sens plus d’écrire un chef d’œuvre, et que je vous demande seulement d’écrire n’importe quoi.

Un temps.

Visiteuse – Je vais reprendre un whisky, finalement.

Elle boit au goulot avec avidité.

Auteur – Allez-y doucement tout même…

Elle pousse un soupir de satisfaction en reposant le bouteille.

Visiteuse – Ça y est, j’ai trouvé !

Auteur – Vraiment ?

Visiteuse – Et celle-là, je vous mets au défi de me dire que c’est du Racine ou du Feydeau.

Auteur – Je vous écoute.

Visiteuse – Un couple reçoit une amie qui vient de perdre son mari dans un accident d’avion, et en même temps qu’ils essaient de consoler la veuve, ils apprennent qu’ils ont gagné au loto.

Auteur – Excellent ! Bravo…

Visiteuse – Ah, vous voyez, quand je veux.

Auteur – C’est le sujet de ma première pièce.

Visiteuse – Ah oui…

Auteur – Celle que vous n’avez pas lue.

Visiteuse – Les grands esprits se rencontrent…

Auteur – Oui, si vous étiez née avant moi, vous auriez pu l’écrire, cette pièce. D’ailleurs, c’est mon best seller…

Visiteuse – J’ai dû lire le résumé sur l’Officiel des Spectacles…

Auteur – J’ai arrêté d’écrire le jour où j’ai commencé à me plagier moi-même.

L’enthousiasme retombe. Un temps.

Visiteuse – Il n’y a plus de Pépitos ?

Auteur – Vous les avez tous bouffés !

Visiteuse – Ouais, le paquet était déjà ouvert. Je préfère ne pas savoir depuis combien de temps, d’ailleurs. J’espère que je ne vais pas avoir une intoxication alimentaire…

Auteur – Vous n’aurez qu’à vous mettre en arrêt de maladie. Mais je vous préviens, nous les auteurs, quand on est malade et qu’on ne travaille pas, on ne touche aucune indemnité. Alors les nègres, vous pensez bien…

Visiteuse – En tout cas, pour l’instant, j’ai toujours les crocs, moi.

Auteur – Vous ne pensez vraiment qu’à bouffer, vous ?

Visiteuse – En général, ce sont les gens qui n’ont jamais vraiment eu faim qui disent ça.

Auteur – Ok, je vais aller voir ce qui me reste dans le frigo…

Visiteuse – Une dernière chose…

Auteur – Quoi encore ?

Visiteuse – Je n’aime pas trop ce terme de… nègre.

Auteur – Tiens donc ?

Visiteuse – Oui, je trouve ça dégradant.

Auteur – Dégradant ? Pour qui ?

Visiteuse – Pour moi !

Auteur – Bon, alors je vous appelle comment ? Doublure auteur ? Après tout les comédiens vedettes se font bien remplacer pour les scènes qu’ils n’ont pas envie de tourner. Pourquoi les auteurs n’auraient pas une doublure pour les scènes qu’ils n’ont pas envie d’écrire…

Visiteuse – Je ne sais pas, moi… Officiellement, je pourrais être… votre secrétaire particulière.

Auteur – Ma secrétaire particulière ?

Visiteuse – Si on sort ensemble et que vous avez à me présenter, vous n’allez pas dire, tenez, voilà mon nègre.

Auteur – J’avoue que… je n’avais pas encore envisagé la possibilité qu’on sorte ensemble…

Visiteuse – En tout cas… Il me faut une couverture, non ?

Auteur – Une couverture ?

Visiteuse – D’ailleurs, à propos de couverture… Un nègre qui travaille au noir… Ce n’est pas très légal, tout ça. Ce serait bien que j’ai aussi une couverture sociale. Et puis il faut que je pense à ma retraite, moi…

Auteur – Vous ne voulez pas des tickets restaurant, aussi ?

Visiteuse – Ok… Va pour secrétaire particulière.

Auteur – C’est ça. Et pour les tickets restaurants, je vais voir s’il reste un bout de camembert dans le frigo…

Il s’apprête à sortir quand le téléphone sonne. La visiteuse décroche, au grand étonnement de l’auteur.

Visiteuse – Secrétariat de Charles Dentreligne, j’écoute ?

L’auteur fait signe qu’il ne veut pas prendre l’appel.

Visiteuse – Ah, non, désolée, je ne peux pas vous le passer pour le moment… Pourquoi ? Mais… parce qu’il est mort. Ah oui, ça j’en suis sûre. Le médecin légiste est là, justement, et croyez-moi , ce n’est pas beau à voir. Ah oui ? Non… Si, si, bien sûr, c’est une bonne nouvelle, mais… dans ce cas, ce sera à titre posthume. Bon, désolée, il va falloir que je vous laisse, l’autopsie va commencer… C’est ça, bonjour chez vous.

L’auteur reste un instant stupéfait.

Auteur – C’était qui ?

Visiteuse – Jean-Paul Tristounet, le Président des Écrivains Assistés du Théâtre. Apparemment, il est question que le Ministre de la Culture vous remette la Médaille de Chevalier des Arts et des Lettres.

Auteur – Et vous lui avez dit que j’étais mort ?

Visiteuse – Vous ne vouliez pas lui parler… C’est la première chose qui m’est venue à l’esprit.

Auteur – Ah oui…

Visiteuse – Et puis il faut être réaliste. Je ne suis pas près de l’écrire, cette pièce. Et vous non plus.

Auteur – Et alors ?

Visiteuse – Alors si vous êtes mort, votre agent n’osera jamais vous réclamer les cinq cents euros qu’il vous a donnés pour une pièce que vous n’avez pas écrite.

Auteur – Mort… Ce n’est pas un peu excessif, comme excuse pour ne pas avoir à rembourser cinq cent euros ?

Visiteuse – J’ai aussi une autre idée en tête…

Auteur – Et bien vous voyez, quand vous voulez…

Visiteuse – Si vous êtes mort, et par dessus le marché avec un Prix Littéraire et une médaille posthume, vous allez redevenir célèbre !

Auteur – Je vous avais mis au défi de m’étonner, mais là j’avoue que je suis scotché…

Visiteuse – Merci.

Auteur – Ce n’était pas forcément un compliment. Il y a plusieurs façon d’étonner les gens, vous savez ?

Visiteuse – Vous avez de la famille ?

Auteur – Je n’avais que ma femme. Mais je ne suis pas sûr qu’elle me considère encore comme quelqu’un de sa famille.

Visiteuse – Alors somme toute, vous êtes seul dans la vie. Pas de femme, pas de famille, pas d’amis… Ce prix et cette médaille, je pourrais aller les chercher à votre place…

Auteur – Bon voyons… Je vous propose un boulot de nègre, vous n’êtes pas foutue d’écrire une ligne, et maintenant, vous allez recueillir en mon nom tous les honneurs qui me sont dus. Vous ne voulez pas mon code carte bleue, aussi ?

Visiteuse – Je me demande si ce ne serait pas plus prudent. Je veux dire, vous êtes supposé mort.

Auteur – Je peux toujours démentir.

Visiteuse – Réfléchissez cinq minutes. Pour l’instant, vous avez tout à gagner à rester mort.

Auteur – Vous trouvez ?

Visiteuse – Je vous fiche mon billet que demain, on parlera de vous dans les journaux. Peut-être pas en première page, il ne faut pas rêver. Mais tout d’un coup, Le Figaro Littéraire se souviendra de vous, c’est certain.

Auteur – Pouvoir lire ma nécro dans le journal de mon vivant, c’est vrai que c’est tentant.

Visiteuse – Tout le monde va dire que vous étiez un grand auteur. Vos bouquins vont se vendre comme des petits pains… au moins pendant un jour ou deux.

Auteur – Vous croyez ?

Visiteuse – Je ne suis pas journaliste, mais grâce à mon idée, vous allez être dans le journal !

Auteur – Bon, et maintenant, qu’est-ce qu’on fait ?

Visiteuse – Vous vous faites le mort, et moi… je prends vingt pour cent sur vos droits d’auteur.

Auteur – Mon agent ne me prenait que dix !

Visiteuse – Mais avec lui, vous ne vendiez pas un bouquin, et vos pièces ne se montaient jamais.

Auteur – Et moi qui m’étais presque fait à l’idée de prendre ma retraite.

Visiteuse – Votre retraite ?

Auteur – J’ai décidé de supprimer peu à peu tout sujet de contrariété. Je n’écris plus. Je parle le moins possible. Je ne fais plus part de mes opinions à personne. J’essaie même dans la mesure du possible de ne plus avoir d’opinion du tout.

Visiteuse – Et vous pensez vraiment pouvoir faire ça ?

Auteur – Ne plus avoir d’opinion ?

Visiteuse – Prendre votre retraite ! Vous êtes sûr d’en avoir les moyens ?

Auteur – D’après le Crédit Mutuel, il semblerait que ce soit discutable…

Visiteuse – Et bien moi, je vous propose mieux que d’être à la retraite, je vous propose d’être mort !

Auteur – C’est vrai que c’est tentant mais… Je me demande si je ne vais pas prendre cinq minutes pour peser le pour et le contre, tout de même.

Le téléphone sonne. L’auteur s’apprête à répondre, machinalement. La visiteuse l’arrête.

Visiteuse – Vous êtes fou ! Je vous rappelle que vous êtes un auteur mort, maintenant. (Elle décroche) Allo ? Oui. Le Crédit Mutuel ? Non, désolée, Monsieur Dentreligne vient de mourir. Oui. Il a mis fin à ses jours. Oui, il s’est suicidé… en avalant un litre de Destop… Oui, c’est ça, ce produit pour déboucher les toilettes. Un énorme trou dans l’estomac. La soude, c’est très caustique. Oui, c’est vrai, lui aussi était très caustique. C’est peut-être pour ça qu’il a choisi ce moyen d’en finir… Pourquoi ? Oh, vous savez, les artistes… Et puis comme vous le savez, il était criblé de dettes. C’est la seule issue qu’il aura trouvé pour échapper à ses créanciers. Non, bien sûr, l’argent, ce n’est pas le plus important, je ne vous le fais pas dire… En tout cas, merci d’avoir appelé… C’est ça. Au revoir. Évidemment, je transmettrai vos condoléances à la famille…

La visiteuse raccroche. L’auteur la regarde avec un air stupéfait.

Auteur – Vous avez du mal à démarrer, mais quand vous êtes lancée, vous, on ne vous arrête plus ! Alors comme ça, maintenant, je me suis suicidé.

Visiteuse – Je me suis dit que pour un écrivain, ce serait plus romantique qu’un infarctus ou un cancer du colon.

Auteur – Plus romantique ? En avalant un litre de Destop ?

Visiteuse – J’ai improvisé… C’est tout ce qui m’est venu à l’esprit.

Auteur – Improviser… À l’avenir, je vous demanderai de vous en tenir à votre texte !

Visiteuse – Mais je n’en ai pas, de texte ! Vous êtes incapable d’écrire quoi que ce soit !

Auteur – Ça va… Ce n’est pas la peine d’être désagréable, non plus… Bon… Donc, je me suis suicidé… C’est vrai que ces temps-ci, j’étais un peu dépressif.

Visiteuse – Ah, vous voyez !

Auteur – Et maintenant, qu’est-ce qu’on fait ? On m’organise des funérailles nationales ?

Visiteuse – Un auteur qui meurt, c’est au moins 10% de ventes en plus. Un auteur qui se suicide, on peut monter jusqu’à 20%. (Le téléphone sonne à nouveau). On dirait que les affaires reprennent,

Auteur – En effet. Ce téléphone n’avait jamais sonné aussi souvent depuis des années…

La visiteuse répond.

Visiteuse – Secrétariat de Monsieur Dentreligne, j’écoute ? Oui Madame, en effet. Je vous le confirme, votre mari est décédé ce matin. Je vous présente toute mes condoléances, ainsi que celles du Crédit Mutuel. D’une balle de revolver dans la tempe, c’est ça. Oui, si vous le voyiez, je ne suis pas sûre que vous pourriez le reconnaître. Avec la moitié supérieure de la tête en moins… Ce n’est pas beau à voir, je vous assure… Très bien, je lui transmettrai… Je veux dire, oui, merci… Au revoir Madame. (Elle raccroche) C’était votre femme.

Auteur – Ma femme ? Mais qu’est-ce qu’elle voulait ?

Visiteuse – Vous rendre un dernier hommage, apparemment.

Auteur – Je ne l’ai pas vue depuis des années. C’est elle qui me reprochait de ne pas lui rendre hommage assez souvent…

Visiteuse – Les morts sont toujours beaucoup plus populaires que les vivants. Vous verrez, ça n’a que des avantages, d’être décédé.

Auteur – Et cette fois, vous lui avez dit que je m’étais tiré une balle dans la tempe.

Visiteuse – J’essaie de m’améliorer, vous voyez bien.

Le téléphone sonne à nouveau.

Visiteuse – Si ça continue, on va devoir engager une standardiste. (Elle décroche) Ayant droit de Monsieur Dentreligne, j’écoute… Oui, en effet, c’est moi qui détiens les droits de toutes ses pièces. Nous nous étions mariés quelques mois avant son décès. Je suis donc son héritière directe… Oui… Oui… Oui… Oui, il venait justement de terminer une pièce qui vous étonnera. À mon avis, c’est son chef d’œuvre. Totalement inédite, oui. Oui… Oui… Oui… D’accord. Je peux prendre votre numéro ? (Elle griffonne quelque chose sur un papier) Très bien, je vais étudier personnellement votre dossier, et je vous donnerai une réponse dans les plus brefs délais. C’est ça, à très bientôt.

Auteur – Alors maintenant, nous sommes mariés…

Visiteuse – C’était plus simple.

Auteur – Plus simple… ?

Visiteuse – Pour justifier le fait que c’est moi qui détiens les droits de vos pièces.

Auteur – C’est sûr.

Visiteuse – Et puis en tant que veuve, ça reste dans la famille.

Auteur – Très bien… Et… je peux quand même savoir qui c’était ?

Visiteuse – Un théâtre, qui souhaite monter votre dernière pièce à Paris.

Auteur – Un théâtre ? Quel théâtre ?

Visiteuse – J’aurais dû noter le nom tout de suite, mais vous m’avez interrompue… Ça a quelque chose à voir avec le code de la route…

Auteur – Le code de la route ?

Visiteuse – Et ça évoque en même temps l’idée d’un théâtre qui tourne en rond…

Auteur – Le Théâtre du Rond Point ?

Visiteuse – C’est ça !

Auteur – Mais ils ne jouent que des auteurs vivants !

Visiteuse – Votre cadavre est encore chaud, on ne va pas chipoter, non ?

Auteur – Bon… Et alors, qu’est-ce que vous allez faire.

Visiteuse – Je vais commencer par les faire mariner un peu. Pour leur donner à entendre qu’ils ne sont pas seuls sur les rangs.

Auteur – C’est vous que j’aurais dû prendre comme agent…

Visiteuse – On pourrait peut-être envisager une rétrospective de l’ensemble de votre œuvre, non ?

Auteur – Pourquoi pas… Mais quand vous dites ma dernière pièce, vous voulez dire…

Visiteuse – Celle que vous n’avez pas encore écrite.

Auteur – Mais puisque je suis mort ?

Visiteuse – Vous avez entendu, je leur ai dit que vous aviez un inédit.

Auteur – Oui… Mais je n’en ai pas…

Visiteuse – Comme vous n’êtes pas vraiment mort, vous allez pouvoir l’écrire.

Auteur – Enfin puisque je vous dis que j’ai perdu l’inspiration !

Visiteuse – Ça c’était avant !

Auteur – Avant ?

Visiteuse – Avant que vous ne soyez redevenu un auteur à succès.

Auteur – Vous voulez dire un auteur mort.

Visiteuse – Aussi, oui… Maintenant que vous avez toute la mort devant vous, vous allez avoir le temps d’écrire, cette pièce. Je m’occuperai du reste.

Auteur – Excusez-moi de poser cette question mais… je vais rester mort pendant combien de temps à peu près ?

Visiteuse – Disons le temps d’écrire cette 124ème pièce. Après on verra.

L’auteur semble un peu dépassé par la situation.

Auteur – Bon… Je vais essayer de m’y mettre alors…

Visiteuse – Une camomille ?

Auteur – Je crois que je vais me remettre au whisky suédois… (Il prend la bouteille et commence à sortir) Vous allez rester ici ?

Visiteuse – Il faut bien que quelqu’un veille le corps, et réponde au téléphone.

Auteur – J’y vais…

L’auteur sort. La visiteuse se met à l’aise, sort son portable et compose un numéro.

Visiteuse – Georges ? Cette fois, c’est bon. Je crois qu’il va l’écrire, sa 124ème pièce… Ok, on y est peut-être allé un peu fort avec le Prix du Boulevard Beaumarchais et la Médaille des Chiffres et des Lettres… C’est sûr, il va être déçu en apprenant qu’il n’a ni l’un ni l’autre, mais bon… C’est pour son bien… Et puis on ne sait jamais, si sa nouvelle pièce est vraiment bonne… Oui, vous avez raison, s’il n’est pas mort avant… À ce propos, il faudra que je vous explique. J’ai dû improviser un peu…

L’auteur revient.

Auteur – Panne sèche.

Visiteuse – Pardon ?

Auteur – Je n’ai plus d’encre. Ma cartouche est vide. Et pour trouver une recharge de stylo Mont Blanc à cette heure là dans le coin…

Visiteuse – Et la machine à écrire ?

Auteur – La machine à écrire ? Elle est comme moi, je vous dis… Au bout du rouleau…

La visiteuse extrait un stylo bille de sa poche et le tend à l’auteur.

Visiteuse – Vous n’avez qu’à prendre ça en attentant.

L’auteur a l’air déçu de ne pas pouvoir s’en tirer à si bon compte. Il sort. Elle reprend son téléphone.

Visiteuse – Ce n’est pas gagné… Il va falloir que je continue à le surveiller comme le lait sur le feu… Alors je pense qu’une petite rallonge…

On entend une détonation.

Visiteuse – Ah… Apparemment, il a retrouvé les cartouches… Bon, je vous rappelle. (Elle raccroche) Je crois que je vais vraiment devoir l’écrire toute seule, cette pièce…

L’auteur revient avec à la main la bouteille de champagne dont il vient de faire sauter le bouchon.

Auteur – Je suis aussi en panne sèche de whisky, mais j’ai retrouvé ça dans le frigo. Je la gardais pour une grande occasion. Je pense que dans la même journée, un prix et une décoration… Vous en voulez ?

Visiteuse – Pourquoi pas ? Mais après vous me promettez de vous remettre au boulot.

Auteur – Ne vous inquiétez pas. Je ne sais pas pourquoi mais tout à coup, d’être mort, ça me redonne le moral.

Visiteuse – Tant mieux… Donc vous avez une idée ?

Auteur – Il vaut toujours mieux partir de la réalité. Alors tant pis. Va pour le théâtre dans le théâtre. C’est l’histoire d’un auteur qui a perdu l’inspiration. Un jour, une journaliste vient sonner à sa porte…

Visiteuse – Oui, ça me rappelle quelque chose… Et vous avez déjà un titre ?

Auteur – Pourquoi pas… « Au bout du rouleau » ?

Visiteuse – Ça n’a pas déjà été fait ?

Auteur – Ah oui mais alors là… Si en plus il faut un titre original…

Visiteuse – Va pour « Au bout du rouleau »…

Auteur – Si je vous dictais, ça irait plus vite non ? (Il place une vieille machine à écrire devant la visiteuse) Tenez, j’ai retrouvé un rouleau…

Visiteuse – Je vous écoute…

L’auteur commence à dicter, très inspiré, comme s’il voyait la scène.

Auteur – Un salon en désordre. Un homme somnole dans un fauteuil. Tout à coup le téléphone sonne, le sortant de sa torpeur. Il décroche comme un somnambule. Allô !

Noir.

Ce texte est protégé par les lois relatives au droit de propriété intellectuelle.
Toute contrefaçon est passible d’une condamnation
allant jusqu’à 300 000 euros et 3 ans de prison

Paris – Août 2016

© La Comédi@thèque – ISBN 979-10-90908-65-9

Ouvrage téléchargeable gratuitement

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Zona de Turbulencias

Una comedia de Jean-Pierre Martinez 

Posibles repartos : 1 hombre y 1 mujer, 2 mujeres o 2 hombres

La directora de una revista sensacionalista se cruza por casualidad, en un avión, con un tanatopráctico que dice conocer una noticia bomba, lo que le hace soñar con una tirada record. Las cosas se complican porque este encuentro tiene lugar en un vuelo Paris-Tokio: doce horas a puerta cerrada, sin forma de comunicarse con el exterior. Tener en las manos una noticia bomba y no poder publicarla… ¡Un verdadero martirio japonés! Una comedia que concluye en fabula sobre la hipócrita sociedad que nos rodea.


Aquellos textos los ofrece gratuitamente el autor para la lectura. Sin embargo cualquier representación pública, sea profesional o aficionada (incluso gratuita), debe ser autorizada por la Sociedad de Autores encargada de percibir los derechos del autor en el país de representación de la obra. 


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Zona de Turbulencias

PERSONAJES

Claudio (o Claudia)

Victoria (o Víctor)

Posibles repartos : 1 hombre y 1 mujer, 2 mujeres o 2 hombres
Para conseguir una version con 2 hombres o 2 mujeres,
solo falta cambiar los sexos de los personajes de la obra.

Prólogo (optativo)

En oscuro (por lo tanto, en silencio) como si el espectáculo fuera a comenzar. No ocurre nada durante un largo tiempo, lo suficiente para que la gente se sienta incómoda. La luz incide sobre un hombre y una mujer sentados en un rincón del patio de butacas que, en teoría, no se conocen. El espectador, de nombre Claudio, consulta, con nerviosismo, la Guia del Ocio. Mira el reloj. La espectadora, a la que llamaremos Victoria, pica palomitas de un gran cucurucho. Mastica compulsivamente y de forma poco discreta.

Claudio – Normalmente son los espectadores los que llegan tarde al teatro. Lo extraño es que lo hagan los actores.

Silencio

Victoria (inquieta) – ¿Me permite que le eche un ojo a la Guía? A lo mejor es que han anulado la función.

Claudio le entrega la Guía. Victoria tiene dificultades para abrirla por culpa del cucurucho de palomitas.

Victoria (entregándole el cucurucho) – ¿Le importa?

Claudio duda, pero acepta. Victoria ojea la Guía pero no encuentra nada. Claudio prueba una palomita y hace un gesto de repugnancia.

Victoria (renunciando) – Perdone, pero estoy acostumbrada al la cartelera del País…

Claudio (con gesto de asco) – No me gustan nada estas palomitas.

Victoria le devuelve la Guía y recupera el cucurucho.

Victoria – De todas formas ya es demasiado tarde para una sesión de cine nocturno… Qué le vamos a hacer. Prefiero ver qué pasa…

Claudio – Espero que valga la pena…

Victoria – Son malas las críticas?

Claudio (volviendo la cabeza) – Parece que no hay mucha gente…

Victoria – No se puede una fiar de las críticas. No valen un pimiento… Seguro que untan a los críticos para que hablen bien y luego nadie se atreve a decir ni pío con tal de no pasar por imbécil. Si no lo has entendido es porque se trata de una obra profunda, te dicen.

Claudio – Por lo menos la gente normal disfruta con las comedias, a pesar de que los críticos las encuentren siniestras… Es muy difícil hacer reír a un crítico.

Victoria – ¿Es usted crítico?

Claudio – ¿Usted no?

Victoria – Yo soy actriz

Claudio – ¿Ah, si…?

Victoria – Aparte de los críticos y los actores, poca gente más va al teatro. Un espectador de cada dos es actor. Acabaremos por no saber dónde está el escenario

Claudio- ¿Sabe usted de qué va esta obra?

Victoria – No… Pero tengo una amiga que actua en ella. He venido a verla… Para quedar bien…

Claudio – ¿Es una actriz conocida?

Victoria – Trabaja casi siempre en teatro…

Claudio – Pues entonces… (Breve silencio, dudoso) ¿De verdad es usted actriz?

Victoria – ¿Le parece que no lo hago bien?

Claudio – Ni mucho menos… Es usted muy buena…

Victoria – Actriz por la noche y cuidadora en un museo por la mañana.

Claudio – Dados los repertorios modernos, ambas profesiones tienen mucho en común.

Silencio.

Victoria – Se acabaron las palomitas.

Claudio (suspirando) – A lo mejor nos morimos de hambre mientras esperamos que empiece.

Victoria – Parece como si nos hubieran olvidado…

Claudio – Dentro de unos años, la señora de la limpieza encontrará nuestros esqueletos juntitos, tomados de la mano.

Victoria – ¿Tomados de la mano?

Claudio (con una sonrisa ambigua) – Cuando notemos a se acerca el final quizá podríamos añadir un poco de ternura. Somos como dos naufragos en una isla desierta, ¿no le parece?

Victoria – ¿Cree que nos devolverán el dinero?

Claudio (extrañado) – Pero ¿Usted ha pagado?

Victoria – Pues no…

Claudio – En ese caso….

Se levantan para salir.

Claudio – Podríamos volver otro día…

Victoria – No creo que siga en cartel, dado su enorme éxito…

Claudio – Pues iremos a ver otra cosa

Victoria – ¿Me está invitando?

Claudio (sacando unas entradas) – Para dos personas.

Victoria – Espero que esa obra empiece a la hora… ¿De qué va?

Claudio – Se llama ¿Algún viajero sabe pilotar?

Intercambian una mirada dubitativa.

Victoria – ¡Vaya título! Seguro que es una tontería ¿No le parece?

Claudio –No olvide conectar su portátil…

Victoria – Anda, pues había olvidado desconectarlo.

Se marchan. Claudio coloca su mano sobre el hombro de Victoria, que parece intentar rechazarla, pero sin hacerlo realmente.

OSCURO EN LA SALA

ACTO 1

Victoria y Claudio están sentados, uno junto a otro, en un avión. Se supone que en primera clase. Ningún decorado especial. El telón entre el escenario y la sala hará de separación entre la primera clase y la turística. Victoria, una mujer de negocios, parece somnolienta. Lleva puestos los cascos. Claudio, con aire más popular, esta despierto y degusta una copa de champagne.

Claudio – ¿Sabe usted a qué altura volamos?

Victoria, sorprendida, se quita los auriculares.

Victoria – Pues… no… Y tampoco me importa.

Claudio – Acaba de decirlo el piloto!

Victoria – Lo siento, no le he escuchado… Intentaba dormir un poco…

Claudio – ¿Según usted…?

Victoria – Ocho mil…?

Claudio – Diez mil metros! ¿Se da cuenta? Diez kilómetros!

Victoria – Si, lo había entendido perfectamente… Diez mil metros…

Claudio – La misma distancia que entre Madrid y Alcorcón, pero en vertical!

Victoria – Usted vive en Alcorcón ¿verdad?

Claudio – ¿Cómo lo ha adivinado?

Victoria – Pura intuición…

Claudio – Se va a reír, pero es la primera vez que subo a un avión.

Victoria – ¡No me diga!

Claudio – Gané un concurso… Un viaje para dos personas a Tokio!

Victoria – Pues, para un bautismo del aire, le ha tocado el lote más gordo. Está justamente en las antípodas. Espero que no le tenga pavor a los aviones, como me ocurre a mí…

Claudio – No tuve que hacer nada extraordinario. Se trataba de un sorteo…

Victoria – Ya veo…

Claudio – Y, en primera clase. Se da usted cuenta de lo que esto significa? Para serle sincero le diré que no tengo ni idea de cómo es la clase turística…

Victoria – Uhmmm

Claudio hace un gesto como señalando a la zona turística.

Claudio – ¿Ha estado usted allí alguna vez?

Victoria – ¿En Japón?

Claudio – No. En la clase turística.

Victoria – Pues….

Claudio – Supongo que a ellos no les darán champagne.

Victoria – Seguramente no… Quizá ni siquiera les den agua…

Claudio – ¡Joder! Y, como antes de embarcar te quitan todos los líquidos por miedo a los explosivos… ¿Se da cuanta? Doce horas sentados y sin beber.

Victoria – ¿Sentados? No me haga reír! No tienen bastantes sitios para que todos se sienten al mismo tiempo… La mayor parte viajan de pie, igual que en el metro… Se van sentando por turno…

Claudio – No es posible!

Victoria – Por eso las azafatas les esconden detrás de la cortina… Es para evitarnos un espectáculo tan triste… Sin embargo se sabe que están ahí… Hace un momento me ha parecido oír llorar a un bebé… De sed, sin duda…

Claudio – ¡Pero eso es terrible!

Victoria – Vamos… No se preocupe… Estaba bromeando.

Claudio – ¡Menos mal…!

Victoria – La clase turística no es muy distinta de ésta. Los asientos quizá son menos anchos, pero aun así… El champagne lo pueden tomar pagándolo. Eso es todo.

Claudio – Entonces ¿por qué viaja usted en primera clase?

Victoria – Pues… Porque…

Claudio – Ni siquiera ha bebido champagne!

Victoria – Tiene razón… Digamos que se trata de una costumbre porque, normalmente, en primera clase se viaja más tranquilo..

Claudio – Es decir que, por lo general, no se coincide usted con gente como yo.

Victoria – Lo siento. No quería decir eso… Yo ni siquiera me ocupo de sacar los billetes. Lo hace mi secretaria. Imagino que nunca se le ha pasado por la imaginación el sacarme un billete de clase turística.

Claudio – No, la culpa es mía… No sé por qué…Imaginaba que ocurría igual que en el Titanic…

Victoria – ¿El titanic?

Claudio – ¿Ha visto la película?

Victoria – Claro, como todo el mundo… La verdad es que prefiero no pensar demasiado en esas cosas, sobre todo cuando viajo a Tokio…

Claudio – Entonces también usted va a Tokio?

Victoria – Este es un vuelo sin escalas por lo tanto, todo el mundo va a Tokio… A menos que una parte del avión, por ejemplo la clase turística, baje en Bangkok o en Singapur.

Claudio –Tiene razón. Soy un estúpido… No estamos en el Ave… Y lo digo sin conocimiento de causa. Tampoco he viajado nunca en el tren de alta velocidad.

Victoria – Evidentemente no es usted un hombre muy viajado… Sáqueme de dudas… ¿Se ha subido alguna vez un tren, aunque sea normal?

Claudio – Pues sí… Cojo el metro todas las mañanas, desde Alcorcón a hasta Sol… Para ir a trabajar…

Victoria – Pero a qué venía lo del Titanic al margen de para ponerme nerviosa?

Claude – Se acordará que en el Titanic el protagonista viajaba en tercera clase y ella en primera. Por lo que se ve, en aquella época, existía una enorme diferencia social…

Victoria – A lo mejor por eso han suprimido la tercera clase en los aviones y sólo hay una clase en el metro…

Claudio – La democratización de los transportes….

Victoria – Podríamos decir que se trata del final de la lucha de clases.

Claudio – Tiene gracia, ahora que lo pienso él también había ganado el pasaje en un juego.

Victoria – ¿A quién se refiere?

Claudio – ¡Di Caprio! Ganó el pasaje para América jugando a las cartas! Por eso pudo evitar que Kate Winslet se suicidara!

Victoria – El proletario arribista y la millonaria depresiva. Otra forma de poner fin a la lucha de clases…

Claudio – Al menos fue el comienzo de una gran historia de amor…

Victoria – Una gran historia que acabó fatal…

Claudio – ¿Que es lo que acabó fatal?

Victoria – Parece que no recuerda ciertos detalles de la película… Una historia de amor que comienza en el Titanic difícilmente puede terminar bien….

Claudio – Llevamos dos horas de viaje… Pronto sobrevolaremos Siberia.

Victoria – Mmm….

Claudio – Diez kilómetros en vertical… Ha escuchado las recomendaciones de seguridad? Yo no me he enterado de casi nada…

Victoria – De cualquier forma, en caso de caída en picado sobre Siberia… No creo que nos salváramos con un simple flotador en la cintura…

Claudio – ¿Está usted segura de que no quiere una copita de champagne? Quizá sea la última copa de su vida….

Victoria – No, gracias.

Claudio – Creo que estamos todavía a tiempo… Bastará pulsar este botoncito para que acuda la azafata…

Victoria – Tomé un relajante antes de embarcar. Prefiero no mezclar.

Claudio – Es la primera vez en mi vida en que, tan sólo con pulsar un botón, podría hacer aparecer a un joven apuesto dispuesto a cumplir todos mis deseos. Le confieso que estoy tentado de hacerlo. Quizá esté ya en el paraíso …

Victoria – Los tiempos cambian, es verdad… Pero, a pesar de la paridad, todavía quedan algunas azafatas en los aviones. No todas han sacado el título de piloto.

Claudio – Mientras nos traigan champagne…

Victoria – Lo siento de verdad, pero no puedo acompañarle. He de tener las ideas claras al llegar a Tokio. Y, con la diferencia horaria no lo tengo tan claro…

Claudio – Es verdad… La diferencia horaria! Eso también es nuevo para mi… Lo más lejos que he viajado ha sido a Cuenca, en viaje de novios y, de eso ya ni me acuerdo…

En Tokio hay doce horas más ?

Victoria – Diez horas…

Claudio – Entonces es como si perdiéramos diez horas de nuestra vida! La verdad es que si se piensa bien…

Victoria – Pues, si…

Claudio – ¿Pero, dónde van a parar esas diez horas? ¿A una Cuarta Dimensión?

Victoria – ¿Una Cuarta Dimensión?

Claudio – Sí, esa serie antigua americana en blanco y negro.

Claudio canturrea la música de la Cuarta Dimensión

Claudio – Tin lin lin lin, tin lin lin lin, tin lin lin lin…

Victoria empieza a impacientarse

Victoria – Ya… ya me acuerdo…

Claudio – Pues bien, uno de los episodios está rodado dentro de un avión…

Victoria – Primero el Titanic, ahora la Cuarta Dimensión… Ya veo que está dispuesto a hacerme flipar…

Claudio – Perdone… No le contaré lo que ocurría en ese episodio, se lo prometo… Pero, desde luego puedo asegurarte que sí, que era flipante…

Victoria – Oiga, usted me dijo que había ganado un viaje a Tokio para dos personas, ¿no es así?

Claudio – Sí

Victoria – ¿Entonces, qué ha hecho con su mujer? ¿Acaso viaja de pie en clase turista?

¿O ha desaparecido en la Cuarta Dimensión?

Claudio – Mi esposa murió…

Victoria – ¡Cuánto lo siento…!

Claudio – La verdad es que fue mi mujer la que se apuntó al concurso… Murió poco tiempo después de haber ganado.

Victoria – ¿Por la emoción, quizá?

Claudio – Realmente no lo sé.

Victoria – No está obligado a contarme lo ocurrido…

Claudio – Trabajaba con un mayorista de congelados… El “Buey feliz”… ¿Lo conoce?

Victoria – Soy vegetariana.

Claudio – Cuando supo por una llamada al móvil que había sido premiada estaba colocando los chuletones congelados en la cámara. Fue un viernes por la tarde. Sus colegas no se dieron cuenta de nada. Seguramente se marearía…

Victoria – ¡Es horrible!

Claudio – Yo había ido a visitar a mi madre a Albacete. Normalmente la visito dos veces al mes. Por lo tanto no pude echarla de menos. Cuando la encontraron el lunes por la mañana estaba dura como una piedra.

Victoria – ¡Dios mío!

Claudio – Tenía el móvil en la mano… Pensé, incluso, en conservarla así por si un día se la pudiera reanimar.

Victoria – Cuando la medicina haya progresado lo suficiente…

Claudio – Pero como mi mujer era bastante corpulenta hubiera sido imposible meterla en nuestro congelador. Además, seguro que habría tenido que hacer un montón de gestiones administrativas. Y, de eso entiendo bastante. Trabajo en el ramo y, no soy de los que les gusta llevarse la tarea a casa.

Victoria – ¿Trabaja usted con electrodomésticos?

Claudio – Me dije, además, que tampoco le iba a hacer ningún bien a mi esposa. Ha visto usted la película ”Hibernatus”

Victoria – ¿Con Luis de Funes?

Claudio – Imagine que nuestro avión se estrella en el norte de Siberia, que nos quedemos atrapados en el hielo y que nos descongelan dentro de dos o trescientos años?

Victoria – Me parece que voy a tomar otro lexatín.

Ya bastante ida, vuelve a tomar otra pastilla.

Claudio – Y, así fue como llegué a esta primera clase.

Victoria – Solo

Claudio – Pues claro. No tuve más remedio que venir solo. ¿Acaso piensa que, en tan poco tiempo, podría haber sustituido a mi difunta? Por eso es por lo que, en lugar de dos billetes me ofrecieron este en primera.

Victoria – ¿No me estará tomando el pelo, verdad, como yo hice hace un rato con lo de la clase turista?

Claudio – Nunca bromearía con algo así… Al fin y al cabo se trata de mi mujer…

Victoria – Usted perdone, pero como no he visto que estuviera usted…

Claudio – ¿Muy afectado…? Mire, voy a confiarle algo : mi mujer y yo estábamos muy distanciados, después de tantos años… No puede decirse que ella fuera muy… fogosa. Tiene gracia que yo diga una cosa así cuando finalmente la pobre murió aplastada por dos pilas de chuletones congelados…. ¿Cree usted que la forma de morir tiene un sentido? Quiero decir… en relación con la forma en que se ha vivido?

Victoria – Ni idea…

Claudio – En resumen, evidentemente estoy afectado por el hecho de que mi mujer haya muerto, pero… entre nosotros, esa relación ya no tenía sentido.

Victoria – ¿De verdad…?

Claudio – Qué quiere que le diga… Cuando no se tienen los mismos gustos…

Victoria – Pues si…

Claudio – Descubrí un poco tarde que me gustaban los hombres.

Victoria (chocada) – ¿No me diga?

Claudio – Quiero decir que me gustan los hombres no sólo como amigos… si no también para … ¿Comprende lo que le digo?

Victoria – Claro que le he entendido. No hace falta que se rompa el cerebro para explicármelo.

Claudio – ¿Sabe cómo me di cuenta?

Victoria – A lo mejor le sorprende, pero… la verdad es que no se si quiero que me lo cuente…

Claudio – Fue viendo la película “Titanic”.

Victoria – Porque la vio con un amigo…

Claudio – No, pero cuando Leonado di Caprio abraza a Kate Winslet, me di cuenta que me identificaba mucho más con Kate Winslet.

Victoria – ¡Vaya..! Por supuesto no por una semejanza física, imagino. Quiero decir que no se le podría confundir fácilmente con Kate Winslet….

Claudio – ¡Ahora ya lo sabe todo! Para mí esa película fue como una revelación. Después de haberla visto nunca más volví a mirar a mi mujer de la misma forma. Mi cuñado, al contrario…

Victoria – Al final, para usted ha sido una suerte que su mujer haya muerto… Quiero decir que ese hecho simplifica las cosas…

Claudio – Pues sí… Es cierto que, en principio, tenía que haber viajado con ella a Tokio….

Victoria – Sobre todo porque fue ella la que ganó el premio…

Claudio – Claro

Victoria – ¿Y de qué iba el concurso?

Claudio – Algo muy simple. Se cortaba el cupón de una revista, se enviaba a la dirección dada y luego el azar decidía. Casualmente fue ella la afortunada…

Victoria – ¿Una revista?

Claudio – Sí, una de esas sensacionalistas…

Victoria – ¿Cuál?

Claudio le muestra la portada de la revista que está a los pies de Victoria.

Claudio – Justamente la que estaba usted leyendo hace un momento.

Victoria – Ya…

Claudio – No me diga que usted también ha sido la ganadora de otro viaje a Tokio y que su marido tuvo una crisis cardiaca al enterarse?

Victoria – No…Ni mucho menos…

Claudio – De haber ocurrido así podríamos estar hablando de una señal del destino. La prueba de que estaba previsto que nos encontráramos…

Victoria – La verdad es que… Soy yo la que organizó ese concurso. Vamos, mi revista…

Claudio – ¿Su revista?

Victoria – Si, la revista “Sensacional”… Soy la redactora jefe..

Claudio – ¡Increíble! ¡Es usted…! ¡Eso sí que es sensacional!

Victoria – Lamento mucho lo de su mujer… En cierto modo me siento responsable…

Claudio – Es verdad que sin el concurso mi mujer estaría sentada en el asiento que usted ocupa…

Victoria (a la defensiva) – Pues si… Pero, por otro lado, sin ese concurso, jamás hubiera viajado usted a Tokio….

Claudio – Tiene usted razón… Incluso si mi mujer no se hubiera quedado petrificada al saber que había ganado, ella y yo estaríamos sentados detrás de esa cortina. En clase turista! En lugar de eso estoy sentado a su lado, en primera!

Victoria – Así es…

Claudio – Lo que, bien mirado, tiene también su lado de azar, ¿no le parece?

Victoria – No sé si puede considerarse que así sea…

Claudio – ¿Qué es lo que va a hacer en Japón, porque usted no está de vacaciones.

Victoria – Mi revista va a sacar una edición japonesa. Voy a Tokio para el lanzamiento del primer número. Es algo muy importante para nosotros. Hemos invertido mucho en este proyecto. También por eso estoy tan nerviosa

Claudio (cogiendo la revista) – “Sensacional”… O sea que usted se ocupa de los chismes y de la belleza de las mujeres.

Victoria – En efecto, esa es, más o menos, la línea editorial de nuestra revista.

Claudio – Pues, aunque no lo crea, usted y yo hacemos un trabajo parecido.

Victoria – ¿Usted cree? Usted también se ocupa de los chismes y de la belleza de las mujeres del mundo? ¿A qué se dedica, si puede saberse? ¿Acaso es usted peluquero?

Claudio – Entre otras cosas… A las mujeres las maquillo, les hago la manicura, las peino… Pero tan sólo cuando están muertas…

Victoria – ¿Perdón?

Claudio – Soy tanatopráctico.

Victoria – ¿No me diga?

Claudio – Por lo tanto trabajo para que las mujeres estén bellas. Bueno, más bien de darles un aspecto humano… Y por lo que se refiere a los chismes del mundo, le aseguro que me entero antes que la prensa de la muerte de una celebridad.

Victoria – Parece interesante.

Claudio – Lógicamente cuando alguien muere, sea célebre o no, primero se entera la policía y luego, nosotros… Sabemos cuando, cómo y con quien…

Victoria – Ya veo… Nunca se me hubiera podido ocurrir ponerme en contacto con las pompas fúnebres para que me informaran, pero le aseguro que resulta tentador…¿Me da una tarjeta?

Claudio – ¡Nosotros nos debemos al secreto profesional! Como los médicos, los jueces y las prostitutas…

Victoria – Por supuesto… Pero usted sabe que, como periodistas, tenemos el deber de mantener oculta la fuente informativa.

Claudio – Parece increíble que estemos sentados uno al lado del otro en este avión. ¿Usted cree que tiene algo que ver el destino?

Victoria – Así es como llaman los supersticiosos a la casualidad

Claudio – Es muy bonito eso que acaba de decir… Parece un proverbio japonés…

Victoria – Invento muchos al cabo del día…

Claudio – Me gustaría llamar a mi madre y contarle al lado de quién estoy sentado. Es una lectora muy fiel de “Sensacional”… ¿Le importaría hablar un momento con ella? Si no nunca va a creerme.

Claudio saca el móvil.

Victoria – Estaré encantada… Pero creo que deberá esperar a que lleguemos a Tokio para llamar a su madre.

Claudio – ¿Y eso?

Victoria – Porque el móvil no puede utilizarse durante el vuelo.

Claudio – Bien… Entonces… Realmente se trata de una cuarta dimensión… No lo sabía…

Claudio guarda el móvil

Victoria – Doce horas sin llamar y sin enviar un WhatsApp… Puede creerme que, para muchos, es peor que doce horas sin comer y sin beber…

Claudio – Pues sí… Sobre todo, imagino que para el redactor jefe de una revista sensacionalista… O sea que si se enterara de una noticia sensacionalista durante el viaje, no podría contárselo a nadie…

Victoria – ¿Una noticia sensacionalista?

Claudio – Sí, un chisme como se dice en su oficio.

Victoria – Pero no veo de qué tipo de chisme podría tratarse. Estamos en un avión completamente apartado del mundo.

Claudio – Nunca se sabe…

Victoria – Imagine que el piloto anuncia que acabamos de perder uno de los reactores y que estamos a punto de estrellarnos en lo más profundo de Siberia…

Claudio (misterioso) – Hun, hun…

Victoria – Claro que eso no sería noticia a no ser que hubieran una o dos celebridades a bordo.

Claudio – ¿Y quién le dice que no las haya?

Victoria – ¿No irá usted a decirme que es Leonardo Di Caprio?

Claudio – Por supuesto, pero imagine que le cuente algo que no sabe nadie todavía…

Victoria – ¿Usted?

Claudio – Ya le he dicho que hay ciertas cosas que un director de funeraria es el primero en saberlas.

Victoria – Pues… Adelante…

Claudio – Siempre que me prometa que no tiene forma de publicarlo antes de aterrizar en Tokio.

Victoria – Imposible. Ni aunque se tratara de la noticia del siglo.

Claudio – Créame si le digo que es algo acojonante… Algo que no llegará a los medios antes de doce horas.

Victoria – Le aseguro que está poniendo a prueba mi curiosidad… Soy toda oídos…

Claudio – Agárrese bien : Massiel ya no está en este mundo…

Victoria – Massiel?

Claudio – Massiel

Victoria – ¿Y esa es la noticia tan importante?

Claudio – Sí, Massiel

Victoria – Pero si hace más de treinta años que no canta!

Claudio – En Ávila, sí ha cantado

Victoria – Sí, en Ávila… ¿Y qué?

Claudio – Ganó un Festival de Eurovisión

Victoria – Massiel… Si la colocáramos en portada en nuestra revista, los más jóvenes se preguntarían quién es y los mayores se preguntarían ¿pero ésta no se había muerto?

Claudio – Quizá aquí en España.

Victoria – Pues sí, la revista es española.

Claudio – Pero, se ha preguntado alguna vez si se la conoce en Japón?

Victoria – ¿En Japón?

Claudio – ¿Tiene usted idea de lo que Massiel representa para los japoneses?

Victoria – ¿Pero qué está diciendo?

Claudio – Simplemente que se trata de la cantante española más famosa en Japón. Un verdadero culto a su personalidad. Para los japoneses Massiel es… es como Kim Jong-il para los habitantes de Coréa del Norte.

Victoria – Cambiándole el pelo y poniéndole unas gafas de sol, podrían parecerse un poco…

Claudio – ¿Usted no se da cuenta de que si diera la noticia de que Massiel ha muerto, los japoneses decretarían tres días de duelo nacional?

Victoria reflexiona y parece tomar conciencia de la trascendencia que podría tener esa noticia

Victoria – Sí, es verdad que allí es muy conocida… En cualquier caso, mucho más que en España.

Claudio – Massiel es lo único que España ha conseguido exportar a Japón. ¡Imagine el impacto que puede ser esta noticia en la portada de la versión japonesa de “Sensacional”!

Victoria – Tiene usted razón… El problema, es que no sabemos si ha muerto realmente… Claro que, siempre podríamos excusarnos diciendo que fue una falsa alarma… Sí, puede ser una bomba, un verdadero chisme a la japonesa.

Claudio – Una bomba planetaria, le aseguro. Massiel es también muy conocida en Rusia, incluso en Siberia.

Victoria – Pero… estando viva, no me parece muy ético…

Claudio – ¿Y si le digo que realmente ha muerto, que fui yo quien la maquilló antes de que la incineraran? Nadie mejor que yo puede saber lo ocurrido.

Victoria – Y, si es así, por qué ocultar su muerte?

Claudio – Siempre se hace de esa forma durante unas horas para que la familia pueda hacer su duelo tranquilamente y organizar las exequias evitando a la masa. Y, todavía hay más. Ni se imaginan dónde la van a enterrar.

Victoria – ¿Se sabe ya?

Claudio – Se sabe…. Y, esa puede ser la segunda noticia bomba.

Victoria – ¿No irán a echar sus cenizas en el Valle de los Caídos junto a la tumba de Franco?

Claudio – Más bien no. Con el fin de agradecer al público japonés su fidelidad durante tantos años en que los españoles no la han hecho ni puñetero caso, vamos, que ya la habían enterrado, dejó escrito en su testamento que su cenizas fueran lanzadas sobre el monte Fukushima.

Victoria – Imagino que ha querido decir monte Fuji-Yama… ¿O sea que van a mandar sus cenizas a Japón?

Claudio – Y es aquí donde surge la tercera y última noticia bomba…

Victoria – ¿O sea que hay algo más?

Claudio – Le aconsejo que se ponga el cinturón de seguridad no vaya a ser que lo que le diga la haga saltar hasta el techo, porque es fuerte… Super fuerte…

Victoria – Vamos, desembuche…

Claudio – Ella está en este avión!

Victoria – ¿A quién se refiere cuando dice “ella”?

Claudio – A Massiel

Victoria – ¿Pero no había muerto?

Claudo – Lo que están aquí son sus cenizas

Victoria – ¿Sus cenizas?

Claudio – Lo decidió así su empresario para evitar que sus fans españoles se opusieran al traslado. Se guardará el secreto hasta que la urna haya llegado al Japón

Victoria – ¿Qué urna?

Claudio – No sé si eres tonta o se lo haces… ¡Pues la urna con sus cenizas! ¿No te das cuenta de que, si se enteraran en España podría ser un escándalo? ¡Massiel es un monumento histórico! En ruinas, pero un monumento.

Victoria – Por supuesto…

Claudio – ¿Puedes imaginar las escenas de histeria colectiva si los japoneses supieran que sus cenizas viajan a bordo de este avión?

Victoria (dudosa) – No me estarás tomando el pelo ¿verdad?

Claudio – Sus cenizas están en la bodega de este avión, justo a nuestros pies.

Victoria – ¿A nuestros pies?

Claudio – Sobre la cabeza de mi mujer.

Victoria – El cuerpo de su mujer está también en la bodega?

Claudio – No… Lo que quiero decir que se lo juro por la cabeza de mi mujer!

Victoria – ¿Y cómo sabes que está a bordo de este avión?

Claudio – Por pura casualidad. No tenía la menor idea de que fuera a tomar el mismo avión que yo, pero cuando registré mis maletas reconocí a su empresario que estaba en la fila, justo delante de mí. Y, sobre todo, reconocí el paquete que llevaba en la mano.

Victoria – ¿El paquete?

Claudio – ¡La urna! Yo mismo la embalé. Es muy frágil. ¡Además no es cuestión de llevarla como equipaje de mano!

Victoria – Podría quedarse dando vueltas en la recogida de equipajes como una vulgar maleta.

Claudio – Es lo que tiene viajar de incognito. Supongo que lo tendrán todo organizado.

Victoria – Ya veo… Como cuando se transporta un órgano en frigorífico para un trasplante de urgencia. Por ejemplo un corazón o un riñón…

Claudio – Bueno… Sí… Pero esto son cenizas… No se trata de filetes de hígado ni de chuletones congelados…

Victoria parece digerir poco a poco tanta información.

Victoria – Pues sí, eso puede ser una noticia bomba, en efecto.

Claudio – Un éxito rotundo para el primer número de tu revista en Japón… 130 millones de habitantes… ¿Te das cuenta de lo que eso supone? ¡Tres veces los habitantes de toda España!

Victoria – Será un número fantástico, estoy segura. Algo que no ocurre más que una vez en la vida de una revista. ¡Sacar una bomba semejante en el primer número de Sensacional en Japón!

Claudio – Por desgracia, al no haber teléfono, tampoco habrá noticia bomba… ¿Conoces algún sistema para hacer llegar la noticia a su redacción…? No podrás hacer nada hasta que lleguemos a Tokio dentro de diez horas…

Victoria – Entonces la revista estará ya en la calle. Ahora deben estar a punto de meterla en máquinas y…!

Claudio – Y, posiblemente dentro de diez horas ya no será una noticia bomba…

Victoria – ¿Tu crees?

Claudio – ¿No pensarás que un secreto así puede guardarse durante mucho tiempo?

Victoria parece totalmente deprimida.

Victoria – Tiene que haber una forma de avisarles

Claudio – Si te lo he contado es porque sabía que la noticia no podía salir de aquí…Ya te he dicho que me debo al secreto profesional. Además, me juego el puesto de trabajo…

Victoria – Mmmm..

Claudio (levantándose) – Perdona. Tengo que ir al baño.

Victoria (ajena) – Hun, hum…

Claudio (señalando el fondo del patio de butacas) – Iré a ese que está por allí, al fondo, así podré ver cómo es la clase turista…

Claudio se levanta

Victoria – ¿Quién será el cretino que ha decidido que no se puede hablar por teléfono, sobre todo en los viajes internacionales?

Claudio – Tampoco se puede hablar en el teatro…Y, a veces la función dura más de dos horas…

Claudio atraviesa el patio de butacas observando la filas de espectadores con gesto de curiosidad y un tanto burlón. Se dirige al público con el texto que sigue o improvisando, según la inspiración del actor y las reacciones del primero.

Claudio – Bueno… Parece que todos los pasajeros han podido sentarse finalmente. (Dirigiéndose a un espectador) ¿Son un poco pequeños los asientos, verdad? (Dirigiéndose a otro) No se moleste, por favor, sólo quiero pasar… Voy al baño… (A un tercero) No sé si los viajeros de la clase turista tienen derecho a utilizar los baños… (A un cuarto) Espero que hayan hecho sus necesidades antes de subir al avión… (A un quinto) Por favor, abróchese el cinturón. No me refiero al de seguridad sino al suyo… (A un sexto) Tiene usted abierta la bragueta…

Claudio sale.

Victoria (enloquecida) – Massiel… Massiel… Pero esto es demencial (Toma otra pastilla) Me parece que no es el momento para dejar de tomar antidepresivos…

OSCURO

ACTO 2

Se ilumina la escena, mientras se escucha a la azafata por los altavoces

Azafata (con extrema amabilidad) – Vamos a penetrar en una zona de turbulencias. Todos los pasajeros deberán volver a sus asientos, colocarse el cinturón de seguridad, y permanecer sentados hasta que se apague la señal luminosa. Gracias por su comprensión.

Claudio atraviesa el patio de butacas, moviéndose por las turbulencias

Claudio – ¡Madre mía! Vaya meneíto que lleva la clase turísta… ¿No se marean?

Lleva en la mano una copa de champagne con la que pretende dar envidia a los supuestos pasajeros

Azafata (seca) – Oiga usted… ¿Acaso está sordo? Vuelva a su asiento y abróchese el cinturón, por favor… ¿de acuerdo?

Claudio se apresura y, titubeante por el supuesto movimiento del avión, vierte un poco de líquido sobre uno de los espectadores.

Claudio – ¡Vaya! ¡Lo siento! Pero no se preocupe, es tan sólo agua. No mancha. Estamos en el teatro, no pensarán que van a servir champagne todas las noches… Además, por lo que han pagado…

Azafata (de nuevo amable) – Perdone señor, no me había dado cuenta que se trataba de un pasajero de primera clase.

Claudio vuelve a sentarse junto a Victoria

Claudio – Tenías razón. No hay tanta diferencia entre la clase turista y la primera. Eso sí… ¡Un gentío! Y todos pegados los unos a los otros, como si fueran sardinas. Los asientos son más estrechos y no hay forma de poder estirar las piernas.

Victoria – Hun, Hun…

Claudio – Ten… Al menos he podido traerte una copa de champagne… Bueno… ¡Lo que he podido salvar! Te aseguro que ha sido un auténtico placer atravesar toda la clase turista con una copa en la mano.

Distraída, Victoria toma maquinalmente la copa que le tiende Claudio.

Victoria – Gracias…

Claudio – Estas dándole vueltas a lo que te he contado, ¿no es así? No debería haberte dicho nada…

Victoria – Muchas revistas como la mía que pagarían caro para poder lanzar una noticia como esa antes que las demás…

Claudio – Y yo le he dado gratis la noticia…

Victoria (histérica) – De nada vale si no puedo publicarla! (Calmándose) ¡Es la peor tortura que puede infringírsele a la directora de una revista sensacionalista! ¡Ponerle al alcance de la mano la noticia del siglo y no poderla aprovechar…!

Claudio – Sí, lo imagino. Una verdadera tortura japonesa… (Victoria le lanza una mirada incendiaria) Deberías intentar dormir un poco.

Victoria (histérica de nuevo) – Y tu crees que, ahora, voy a ser capaz de dormir? (Calmándose) Tiene que haber algún medio de comunicarse con el exterior…

Claudio – Podrías lanzarte en paracaídas sobre Siberia… Si tienes suerte puedes caer sobre una cabina telefónica, aunque no estoy seguro de que tengan cobertura en un lugar tan desértico.

Victoria – Tu crees que el piloto estaría de acuerdo en abrir la puerta del avión en pleno vuelo?

Claudio – ¿Has saltado alguna vez en paracaídas?

Victoria – No debe ser muy complicado…

Claudio – Ni siquiera sé si llevan paracaídas a bordo… La verdad es que serían más útiles en esta zona que los chalecos salvavidas…

Victoria – ¿Y si tuvieran que hacer alguna escala?

Claudio – Eso sería tan sólo en caso de urgencia, porque no creo que sea fácil que el piloto consienta en aterrizar en Irkoutsk o en Novosibirsk.

Victoria – Pensaba más bien en una vuelta atrás.

Claudio – ¿Volver al punto de partida y hacer que el avión aterrice tan sólo para hacer una llamada? ¿No te parece excesivo?

Victoria – Si, parece un tanto difícil

Claudio – Además, ¿tienes algo contundente con que amenazar al piloto? Quizá podría utilizar la cucharita de plástico que te dio la azafata para el café…

Victoria piensa.

Victoria – ¿Te acuerdas de aquél barbudo que llevaba una bomba en los zapatos?

Claudio – Si, claro…

Victoria – Podría decirle a la azafata que llevo una bomba en las bragas y que estoy dispuesta a hacerla explotar si el avión no aterriza inmediatamente.

Claudio – Podría ser… pero tu no tienes barba. Además, para qué querría la directora de “Sensacional” hacer un aterrizaje forzoso en Siberia?

Victoria – No tengo ni idea… Quizá para pedir asilo político…

Claudio – ¿Asilo político? ¿En Siberia?

Victoria – O mejor ¿asilo fiscal?

Claudio – Aunque te creyeran, te detendrían inmediatamente, incluso antes de llamar a tu abogado…

Victoria – Tienes razón…

Claudio – ¡La señal luminosa acaba de apagarse!

Victoria – ¿Y si el terrorista fueras tu?

Claudio – ¿Perdón?

Victoria – ¡Te detendrían a ti, mientras yo hablo tranquilamente por teléfono con mi redacción!

Claudio – ¡Perdona, pero no pienso pasar los próximos veinte años de mi vida en Goulag o Guantánamo! Y eso tan sólo para que, en la portada de la primera edición de su revista, saliera la noticia de la desaparición de la mejor cantante japonesa de todos los tiempos…

Victoria – Es verdad… Tiene algunos rasgos japoneses…

Claudio – Físicamente, supongo.

Victoria – El pelo, el color algo amarillento de su piel, los ojos rasgados… quizá por haberse estirado tanto la piel…

Claudio – ¿Estirarse la piel?

Victoria – Sí hombre… ¡Los liftings!

Azafata (con voz alegre) – Se solicita a Don Claudio que acuda a la zona de azafatas para elegir su premio.

Claudio (excitado) – ¡Yo… Soy yo…! Tendré que abandonarla por un rato. Es algo que formaba parte del premio.

Victoria – ¿El poder tirarte a un azafato?

Claudio – No, por desgracia. Tan sólo me invitan a pasar a la cabina de pilotaje.

Victoria – La chica ha hablado de un premio que podías elegir…

Claudio – Sí, podía elegir o bien pilotar el aparato durante unos minutos o que me entregaran una colección de pipas libres de impuestos… Pero… como he dejado de fumar…

Victoria – ¿No me digas?

Claudio – ¿Acaso no te acuerdas de lo que tu misma estableciste como premios?

Victoria – ¡Claro…! ¡El piloto!

Claudio – ¿Qué…?

Victoria – Él sí puede comunicarse con el exterior!

Claudio – Por supuesto.

Victoria – Y, podría enviar un mensaje a la torre de control.

Claudio – ¿Qué tipo de mensaje? ¡Aquí la directora de “Sensacional”… Massiel ha muerto!

Victoria – ¿Por qué no?

Claudio – Podría ser en caso de haber muerto en el avión… De lo contrario no tendría el menor interés para la torre de control.

Victoria – Tiene razón. (Piensa) Entonces le diremos al piloto que tengo que contactar urgentemente con nuestra familia en Tokio… y así podré pasar la noticia a mi revista….

Claudio – ¿Nuestra familia?

Victoria – Puedo hacerme pasar por su hermana.

Claudio – No te pareces en absoluto a mi hermana.

Victoria – ¿Y ellos qué saben?

Claudio – Bueno, admitámoslo…¡ Pero eso de nuestra familia en Tokio… Ni tu ni yo tenemos rasgos asiáticos.

Victoria – Podemos decirles que fuimos adoptados al nacer por una pareja de japoneses…

Claudio – ¿Al nacer? Pero si no nos parecemos en absoluto!

Victoria – ¿Entonces?

Claudio – ¡Entonces resulta que nunca pudimos ser adoptados al nacer!

Victoria – Pues en ese caso mejor será que vayas tu solo y les digas que tienes necesidad absoluta de contactar inmediatamente con tu mujer.

Claudio – Imposible. Todos saben que mi mujer ha muerto, por eso me pusieron en primera clase…

Victoria – ¿Lo haces a propósito o qué? Poco importa lo que se les digas…Tenemos que encontrar una fórmula.

Claudia – Te escucho.

Victoria – Te dijeron que podrías pedir un deseo. Pues, entonces, te doy el teléfono de mi redacción en Tokio y haces como si llamaras a tu madre para saludarla desde la cabina de pilotaje… Y, ya está…

Claudio – Mi madre vive en Albacete.

Victoria – ¡Ya está! Les entraremos por algo dramático.

Claudio – ¡Qué miedo te tengo!

Victoria – Puedes decirles que tu madre tiene un cáncer terminal y que viajó a Japón para ponerse en manos del mejor especialista. Tu vas a verla, pero seguramente han debido operarla ya porque su estado se agravaría de repente.

Claudio – ¡Pobrecita mi mamá!

Victoria – Perfecto… Es imprescindible que sea algo trágico… Tienes miedo de que tu madre no salga viva del quirófano y quieres decirle tu último adiós… Por si…

Claudio – ¡Dios mío!

Victoria – Te recuerdo que lo de tu madre es mentira.

Claudio – Por supuesto…

Victoria – En un momento de la conversación deberás decir que Massiel ha muerto.

Claudio – Eso no puede funcionar… Mi madre detesta a Massiel, casi tanto como odiaba a mi mujer…

Victoria – ¡Pero no es con su madre con quien vas a hablar, sino con la redactora en jefe de la versión japonesa de “Sensacional”!

Claudio – Sí… Tiene razón….

Victoria – ¿Estás seguro de poder hacerlo?

Claudio – ¿Cuánto?

Victoria – ¿Perdón?

Claudio – Me dijiste que cualquier revista estaría dispuesta a pagar una fortuna por publicar esta información antes que las demás.

Victoria – Eso te lo dije cuando pensé que no había forma alguna de hacer llegar la noticia a mi revista…

Claudio – ¿Entonces?

Victoria – ¿Mil? (Claudio no parece estar de acuerdo) ¿Diez mil?

Claudio – Se trata de triunfar o hundirse en el lanzamiento de tu revista en Japón.

Victoria – Está bien… Llegaré hasta los cincuenta mil. Ni un céntimo más.

Claudio – Por una cantidad así soy capaz de hacer que el avión aterrice en el techo de una cabina telefónica.

Victoria prepara el cheque, pero de repente duda.

Victoria – ¿Y cómo voy a saber que realmente has dado la noticia si no puedo acompañarte a la cabina de pilotaje?

Claudio – Puedo ser muy persuasivo cuando quiero, te lo aseguro. Lo tomas o lo dejas.

Victoria le entrega el cheque. Luego escribe algo en una tarjeta de visita y se la entrega a Claudio.

Victoria – Llama a este número de mi parte y le dices a quien coja el teléfono que prepare la necrológica de Massiel. Ella comprenderá.

Claudio (filosófico) – Es triste, pero al fin y al cabo todos moriremos un día ¿no es así? (Victoria le lanza una mirada impaciente) Ya voy…

Claudio sale, esta vez entre bambalinas. Victoria le para antes de salir.

Victoria (en voz baja) – Y, no digas nada de esto a los pasajeros de clase turísta…

Victoria saca otra pastilla y se la traga vaciando la copa de champagne

Victoria (al público) – Supongo que habrán apagado sus móviles… Es por seguridad. Podrían bloquearse los mandos… O fallar el sistema eléctrico… No quiero contarles las consecuencias de un corto-circuito a la altura que vamos. ¡Porque volamos alto, muy alto! Si esto se va caer, nos haremos picadillo.

OSCURO

ACTO 3

Victoria duerme. Tiene la revista sobre las rodillas. Despierta bruscamente con el altavoz. Se escuchan ruidos como de lucha, golpes, gritos, acoplamientos en el micrófono. Luego, silencio absoluto. Claudio vuelve. Tiene la ropa en desorden y parece sofocado.

Victoria – No me diga que te has tirado al azafato sin su consentimiento…

Claudio – No, ni mucho menos… ¡Ojala fuera eso!

Victoria – Entonces es que el piloto no te ha dejado telefonar.

Claudio – Tampoco… Pude llamar a mi madre a Albacete, como habíamos convenido…

Victoria – ¿A Albacete?

Claudio – Y le dije que Massiel había muerto. Quédate tranquila. Estaba viendo las noticias en la uno y no han dicho nada…

Victoria – ¡Dígame que no es cierto lo que estoy oyendo! ¡Dígame que estoy soñando, que se trata de una pesadilla!

Claudio – Al poco me di cuenta que no había marcado el número apropiado…

Victoria – ¿Y entonces?

Claudio – Pregunté al piloto si podía hacer otra llamada, y me contestó que estábamos en una cabina de pilotaje y no una cabina telefónica. A partir de ahí es cuando las cosas degeneraron.

Victoria – ¿Que ha querido decir con “degeneraron”?

Claudio – Insultó a mi madre…

Victoria – ¿De verdad?

Claudia – Te dije que podría llegar a ser violento cuando se tocan ciertos temas… Y para mí mi madre es un tema sensible…

Se escucha la voz de una de las azafatas por el altavoz.

Azafata – Señoras, señores… presten atención, por favor. Tanto el piloto como el copiloto han sufrido… vamos que no se encuentran bien. No deben inquietarse porque seguramente conseguiremos reanimarlos antes de haber perdido demasiada altitud. Si hay algún médico a bordo que haga el favor de dirigirse a una de nuestras azafatas… (Silencio) Si hay un piloto a bordo, por favor que también se manifieste. Es urgente…

Victoria – ¡Dios mío!

Claudio – Creo que me pasé… Pero tu también tienes la culpa. Cincuenta mil euros es una suma considerable… Una cantidad que se sube a la cabeza… ¡Cincuenta mil euros! Con eso podría comprar un congelador enorme.

Victoria – ¿Un congelador?

Claudio – Es para mi madre… En caso de que, realmente, tenga un cáncer incurable, como tu dijiste antes…

Victoria – Ya…

Claudio – La descongelaría cuando descubrieran un remedio definitivo contra esa enfermedad. Parece ser que se están investigando con una nueva encima… En las ratas, claro. ¿Sabes que algunas medusas son inmortales?

Victoria le mira incrédula, cuando suena de nuevo el altavoz

Azafata – Señoras y señores, en ausencia de un piloto experto, intentaré yo misma un aterrizaje de emergencia en Novosibirsk. Les pido se aprieten bien los cinturones porque ni siquiera soy capaz de aparcar mi coche marcha atrás. Me cuesta distinguir el freno del embrague… Siempre los confundo… Ahora, al menos, puedo decir que tengo bien agarrado el mando del piloto… Glup… No, esto no es el mando…

Victoria (histérica) – ¿Un aterrizaje de emergencia? ¡Fantástico! Al fin podré llamar a mi redacción en Tokio!

Claudio – Creo que ha llegado el momento de que nos pongamos los chalecos salvavidas.

Sacan flotadores con forma de patito y se los colocan en la cintura. Ruido de un avión que cae en picado.

OSCURO

ACTO 4

Primeras notas genéricas de la Cuarta Dimensión. La luz incide sobre un decorado apocalíptico. Desorden general. Asientos volcados. Ropa chamuscada. Humo, de ser

posible. Se escucha de nuevo la voz de la azafata a través del altavoz.

Azafata (como borracha) – El vuelo 714 con origen en Madrid y con destino Tokio acaba de aterrizar, no sabemos dónde, pero en pleno caos. Tanto el director escénico como los actores les desean una feliz estancia. Esperamos que el viaje haya sido del agrado de todos ustedes, deseando volver a tenerles pronto con nosotros, en nuestra compañía.

Victoria y Claudio vuelven en sí poco a poco

Claudio – ¿Estaremos muertos?

Victoria intenta llamar con su móvil.

Victoria – No lo sé, pero lo que sí sé es que no hay cobertura.

Claudio – Quizá estemos en la Cuarta Dimensión….

Victoria – O, a lo mejor se trata de una pesadilla de la que todavía no hemos despertado…

Victoria encuentra algo en el desorden y lo coge. Se trata de la urna con las cenizas de Massiel. Tiene su foto en la parte superior. Se miran, perplejos.

Claudio – Estamos en un desierto pero que, evidentemente, nada tiene que ver con Siberia.

Victoria – Quizá somos los únicos supervivientes.

Claudio – Por desgracia creo que tiene usted razón…

Claudio le hace una discreta seña para que mire al público.

Victoria (en voz baja) – ¿Quiénes son todos esos de ahí abajo?

Claudio – Quizá los de clase turista.

Victoria – ¿De la clase turista?

Claudio – Vamos, los de segunda clase.

Victoria – Parece que nos miran…

Claudio – Y no se mueven…

Victoria – Quizá estén muertos…

Claudio – O dormidos.

Victoria – Yo también suelo dormirme en el teatro.

Claudio – Creo que será mejor que no les despertemos…

Victoria – Entonces ¿Qué hacemos?

Claudio – Sobre todo nada de brusquedades… Nos quedaremos tranquilos y nos dirigiremos, despacio, a la salida…

Victoria – ¿Qué salida?

Claudio – ¡La salida de socorro!

Victoria (muy perturbada) – Creo que necesito otro relajante… (Busca en su bolso) ¡Dios mío! ¡Me han robado mis pastillas!

Claudio (enfático) – Cuando se está en el teatro y se tiene la suerte de tener pastillas, es importante no dejarlas por ahí…

Victoria – El productor es un hijo de puta. Seguramente nos encasquetó un somnífero en el champagne antes de largarse con la recaudación…

Claudio – ¡Menuda historia! ¿Tu crees que la prensa hablará de nosotros?

Victoria – Para eso tendría que haber un periodista en la sala.

Victoria – Espero que, al menos, quede alguna azafata viva.

Claudio – ¿Para qué la quieres?

Victoria – Para que eche la cortina entre la primera y segunda clase.

Salen.

Azafata – Es de esperar que el avión aguante y no se parta por la mitad.

OSCURO

Azafata – ¡Coño! ¡Acaba de partirse!

De ser posible, alguna canción de Massiel, preferentemente en japonés.

ACTO 5

Se ilumina la escena o bien el telón se abre de nuevo, como para que saluden los actores. El decorado es el mismo que para el primer acto : dos asientos contiguos, que bien podrían ser los de un teatro. Claudio está sentado junto a Victoria que ha cambiado su ropa de ejecutiva por otra más informal. Se deja a la decisión al director, dependiendo de la envergadura del escenario y las posibilidades de la sala. Victoria y Claudio podrían también estar sentados entre el público, como al principio del espectáculo. Victoria empuja levemente a Claudio para despertarle.

Victoria – ¡Claudio…! ¡Claudio!!! (Claudio no reacciona y Victoria le sacude con mayor fuerza) ¡Claudio!!!

Claudio se despierta sobresaltado, como si saliera de una pesadilla.

Claudio (aterrorizado) – ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Ocurre algo?

Victoria – ¡Que se ha acabado!

Claudio – Entonces… ¿estamos muertos?

Victoria – No creo… (Más bajo) Aunque también se puede morir de aburrimiento…

Claudio – Pero… ¿Dónde estamos?

Victoria – ¿Que dónde estamos…? ¿Pues dónde íbamos a estar…? ¡En el teatro, claro! La obra se ha acabado y tenemos que marcharnos… No voy a preguntarte si te ha gustado…

Claudio mira a Victoria.

Claudio – ¡Tiene gracia!

Victoria – ¿A que te refieres?

Claudio – Soñé que había ganado un viaje a Tokio para dos en un concurso. Como mi mujer había muerto, me colocaron en primera y viajaba junto a la redactora jefe de una revista.

Victoria – ¿Tu mujer?

Claudio – Incluso podía beber champagne, sin pagar suplemento alguno.

Victoria – Pues, que bien…

Claudio – Y, en lugar de eso me despierto y estoy a tu lado, en el teatro….

Victoria – Pues… Ya ves… El sueño ha terminado… ¿Bueno, nos vamos o qué?

Victoria se levanta

Claudio – Espera… Me acuerdo de algo más… En mi sueño también Massiel había muerto…

Victoria – ¿Massiel?

Claudio – Dime que no es verdad, que Massiel no ha muerto…

Victoria – No tengo ni idea… Hace mucho tiempo que no se habla de ella… ¿Vienes o qué?

Claudio se levanta, todavía un poco chocado.

Claudio – ¿De verdad estamos en un teatro? Eso es algo que nunca hacemos…

Victoria – Empiezas a inquietarme… Al menos recordarás que trabajamos juntos en congelados “El buey feliz”.

Claudio – Sí… Claro… ¡Ya recuerdo! ¡La mujer del director es la protagonista de la obra! Él nos regaló las entradas.

Victoria – Una invitación que no podíamos rechazar… La verdad es que si no hubiera invitado a todos sus empleados, seguramente no habría un alma en la sala.

Claudio – ¿Tan mala es la obra?

Victoria – Seguramente nos esperan a la salida para conocer nuestra opinión…

Claudio – ¡Menuda papeleta! ¡Podrías haberme despertado!

Victoria – No me di cuenta de que dormías…

Claudio – Entonces, cuéntame de qué va.

Victoria – ¿Así, por encima?

Claudio – Me haces un resumen y luego… improvisaré…

Victoria – No va a resultar tan fácil…

Claudio – ¿Y eso?

Victoria – La trama es bastante complicada, más bien diría yo que confusa…

Claudio – Pues, cuéntame lo que hayas entendido…

Victoria – La verdad es que no sé si también di alguna cabezadita entre el final del primer acto y el comienzo del quinto…

Claudio – ¿No me digas?

Victoria – A lo mejor es que la obra duraba poco….

Claudio – ¡Coño! ¿Y ahora qué les decimos?

Victoria – Pues, improvisaremos, como has dicho antes… Bueno… Vamonos… Encima no les vamos a hacer esperar…

Cladio – Estoy seguro de que seguimos soñando, de que esto es una pesadilla y que pronto vamos a despertar…

Se dirigen a la salida.

OSCURO

FIN

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Emergency exit

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Light on a couple, about to leave. He puts on his coat. She takes out a cigarette.

Her (enthusiastic) – So…?

Him (categorical) – Crap.

Her (shocked) – Crap ?

Him – Load of crap.

Her – You didn’t understand anything, then ?

Him – There was something to understand ?

Her – Oh, yes, of course…

Him (looking at her) – Of course what ?

Her – You get your revenge…

Him – What revenge…?

Her – This time I liked it, then you don’t… That’s really mean, don’t you think ?

Him – Wait, I didn’t like it, that’s all ! I’m not going to tell you that I liked it just to please you !

Her – You didn’t say that you didn’t like it, you said that it was crap. It’s not exactly the same !

Him – Well, I don’t really see the difference…

Her – It was crap, I liked it, so I am crap.

Him – You said it…

Her – I didn’t say it, Plato did.

Him – Plato says that you’re crap ?

Her – It’s called a syllogism. All women are mortal, I am a woman, so I am mortal.

Him – If Plato says so, then… As far as I am concerned, I just said that I found this thing dead boring. (After a while) Besides, I’m not even sure that your syllogism stands up.

Her – That’s right, go on…

Him – But… what did you like ?

Her – Everything !

Him – That’s rather vague, isn’t it ?

Her – What did you not like ?

Him – Well, I’d rather not get into details. You’ll get upset again…

Her – Me, upset ? Wait, I don’t care you didn’t like ! I liked it, that’s all. I feel sorry for you if you were bored…

Silence.

Him – We’re not going to argue about that, are we ?

Her – Sometimes, I wonder what we’re doing together…

He takes her gently by the shoulder.

Him – Come on…

Her – Next time, I hope we will both like it…

Him – Or at least that we will agree…

She looks at him.

Him – We might both get bored.

Her – Well yes… It’s a minimalist idea of harmony…

They leave. Dark.

SACD

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Furniture

Furniture

The stage is totally empty. He is there, standing. She arrives from outside.

Her (looking around, astonished) – But… Where is the furniture ?

Him (proud of himself) – You will never guess.

She stares at him, waiting for an explanation.

Him – A guy knocked at the door, this morning. An antique dealer…

Her (worried) – So ?

Him – At first, of course, I told him that we did not have anything to sell…

Her – And then…?

Him – Then I told myself that it didn’t hurt to ask him to value the whole stuff. The estimation was free. You’ll never guess how much he offered me for all this shitty things.

Her – How much…?

Him – More than enough to buy others.

Her – Then why did you sell them ?

Him – For a change ! You told me that you wanted to buy another couch.

Her – So…?

Him – You know perfectly well that if we had changed the couch, we would have had to buy another table to match it. Then, we would have to have changed the chairs, and so on…

Her – Well, maybe…

Him – It would have cost a fortune ! And what would have we done with our old furniture ?

She does not answer.

Him – This way, it’s much easier.

Her – And… meanwhile ?

Him – Meanwhile what ?

Her – Meanwhile we buy new furniture…

He looks the empty space around him.

Him – As far as I am concerned, I never liked over-furnished rooms.

Her – Well, now, it’s not over-furnished at all…

Him – Aren’t you happy ?

Her – Not to have furniture anymore…?

Him – But… you told me that you didn’t like our old couch !

Her – I never said that I didn’t want any furniture at all ! We don’t even have a bed anymore !

Him – But I just told you that… I thought you would be happy !

Her (conciliatory) – Listen, we will have dinner in a restaurant tonight, then we will spend the night in a hotel, and tomorrow we will go buy furniture. Alright ?

Him – Alright…

Silence.

Him – We still have to choose the style.

Her – Since we have to change, we better go for modern, don’t you think ?

Him – Okay… But then, we will have to redo the paintwork…

Her – Don’t you think you’re are a bit too perfectionist ?

Him – Modern furniture with this dirty paintwork ? It will clash…

Her (ironical) – We’d better move, hadn’t we ?

Him – Do you think so ? (After a while) At least, that way, it would be done very quickly… We turn the water and the electricity off before we go out, and we wouldn’t even have to come back.

She suddenly worries about something.

Her – Did you think about emptying the drawers ?

Him – Of course.

Her – What about your wedding ring ?

Him – My wedding ring…?

Her – The one you were keeping in the bedside table drawer !

Him – Oh, shit…

She does not add anything, but she looks staggered. So does he.

Him – It has been there for so long. I didn’t even think…

Silence.

Her – Have you got this antique dealer’s address ?

Him – No… He gave me cash, put the whole stuff in his truck, and left. (After a while, unconvinced) If he finds it, he will probably give us a call…

Her (bitter) – Yes… And if he doesn’t, you’ll always be able to change your wife… You’ll just have to choose a more modern one, to match the new paintwork and the new furniture.

Him – I’m really sorry…

Her – Why didn’t you ever wear the wedding ring anyway ?

Him – I did ! Before we got married… Remember ? I bought our rings in a bazaar in Yemen; to make them think we were married. Otherwise, they didn’t want to rent us a hotel room.

Her – Well, now that you sold our furniture, including our bed, we won’t have any other choice but to find a hotel tonight…

Him – Don’t worry. We live in a civilised country. They won’t ask for our marriage certificate…

Her – And after the wedding ? Why did you leave your ring in the drawer ?

Him – Well… I was afraid of losing it.

Silence.

Him – Are you angry…?

She does not answer.

Him – Come on, let’s go !

Her – Where ?

Him – To the hotel ! It will be like another honeymoon ! No more rings, no more furniture, no home anymore… We’ll start all over again !

Her – I still have my ring…

Him – You better take it off.

Her – Why ?

Him – You look married, I don’t. In the hotel, they will think we have an illegitimate relationship…

Her – So you’re giving me the choice between celibacy and adultery, are you ?

They leave.

Her – You have got a strange idea of marriage.

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Nightmare

Nightmare

He arrives wearing a blond wig, carrying a football ball, and acting like a child. After a while, she arrives behind him, wearing a man’s jacket and a moustache like Hitler or Chaplin.

Her (loud) – Guten Tag…

He jumps seeing her.

Him – But… Who are you ?

Her – I am… the baby-sitter.

He looks terrified. She brings out a packet of cigarettes.

Her (holding out the packet to him) – Do you smoke ?

He is about to take a cigarette, but prudently renounces.

Him – No, thank you.

Her – Natürlich. It’s forbidden… There is an ashtray, but it doesn’t mean a thing ! It’s only to avoid law-breakers burning the carpet… The same old things. They promulgate laws, but always have an afterthought in case they’re not respected…(She brings out a chewing-gum packet) Would you like a chewing-gum ?

Him – It gives me wind…

Her – You know why the subway’s cicadas are an endangered species ?

Him – There are cicadas, in the subway ?

Her – Or crickets, I don’t know. Well it’s because they ate cigarette butts. Since they prohibited smoking in the subway, of course, they are starving. Do you realise ? A whole ecosystem has been turned upside down… Well, they could start eating old chewing-gum…

Him – Not long ago, I saw an exhibition about animal life in urban surroundings. It’s not very well known, but there is an incredible fauna, in big cities like London. Even wolves. But thousands of them, you know ?

Her – Wolves ?

Him – Of course they only go out by night, in parks…

Her – You mean… foxes ?

Him – Oh, yes, maybe… Anyway, I never saw any of them…

Her – Because most parks close at night…

Sound of a door closed and locked. He looks scared.

Her – The cleaner locked the door… and took the key away.

Him – There are no windows… We won’t even be able to call for help…

Her – Don’t you have a mobile…?

He goes through all his pockets, and finally smiles with relief while bringing something out of a pocket.

Him – Oh, yes ! (His smile vanishes while he realises that it is not a mobile). Gosh, it’s the remote control I was looking for everywhere…

Her – Besides… there is not even a TV in here !

Him – Well… I guess we just have to wait for the postman to set us free tomorrow morning…

Her – Tomorrow, it’s Christmas Day.

Him – Oh, yes, that’s right, fuck…!

Her – You might be willing to lie down…?

He looks at her, terrified. She brings out a white sheet.

Her – If we are planning to see Christmas together, we better get comfortable… Which side do you prefer ?

Him – I have no preferences…

Her – Then, I will take this one…

She slips under the sheet. He does the same.

Her – Merry Christmas, then !

Him – Well, yes… Merry Christmas…

After a while, he screams and wakes up with a start. She wakes up too. He is no longer wearing his blonde wig, nor she her moustache.

Her – Are you all right, darling ?

Him – Well, yes… I must have had a nightmare. I dreamt it was Christmas Day…

Her (looking at him, surprised) – But darling… It is Christmas Day !

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Where do we go when we die ?

Where do we go when we die ?

They are sitting on a couch.

Him – Did you see the postman, this morning ?

Her – You’re expecting something ?

Him – Not really… But I always hope for a miracle when I open the mailbox. To be told I won a competition I didn’t go in for. That an old and loaded aunt I didn’t even know about died with no heirs. That they awarded me the Nobel Prize in advance for my future work… Every day, opening the mailbox, I am like a child in front of the tree, on Christmas Day.

Her – That’s right… Growing up, we don’t believe in Santa Claus anymore, but we still believe in the postman. Besides, there are some similarities… They both wear a uniform. They come by with a sack. They drop off packets, and you never get to see them…

Him – Well, the postman, you can see him on Christmas day, precisely, when he comes for his tips… (With a sigh) I hate Christmas. Every new year, there are less greeting cards in the mailbox, and more funeral announcements… (After a while) But why am I waiting for the postman as if he was the Messiah…? On the other hand, the Messiah’s father might very well have been the postman, right ? Because this story about the Immaculate Conception… Unless you believe in Santa Claus too…

Her – To get letters, you have to write some. Most people just receive answers. If you never send letters, don’t be surprised not to get any… I think I never received a letter from you…

Him (ironical) – Do you want us to write each other once in a while ?

She looks at him, wondering if he’s serious or not.

Him – What could we possibly have to say each other any way…? I would feel like I were writing to myself. Besides, we always write more or less to ourselves, don’t we ? There are people you write endless letters to… And when you finally meet them, you realise that you don’t have anything to tell them. No, definitely, writing has something to do with onanism…

She treats herself to a drink and lights a cigarette.

Him – You smoke now ?

Her (surprised) – Well, yes… I have been smoking for twenty years. Didn’t you ever notice ?

Silence.

Him – Did you know that every cigarette reduces your life by ten minutes ? (She does not answer) How many cigarettes a day do you smoke ?

Her (ironical) – According to my calculations, I should have died six months ago. Maybe I am…

Silence.

Him – The same with the mobile, right ? Not very healthy. They say that if you use it more than an hour a day, you are sure to get brain cancer. You better not go over your monthly contract… (After a while) By the way, you know what your daughter asked me this morning, while I was brushing my teeth ?

Her – No.

Him – Where do we go when we die ?

Her – What did you answer ?

Him – What do you think I answered ?

Her – I don’t know.

Him – Right. It’s exactly what I answered.

Her – So ?

Him – She told me : But dad, when we die, we go to the cemetery !

Her – And then ?

Him – Then, she went back to eating her corn-flakes. Apparently, she was happy to have taught me something; and a bit surprised that, at my age, I still didn’t know what was waiting for me… Incredible, isn’t it ?

Her – What ? That she asked you that ?

Him – No, that children are so able to accept simple answers to simple questions. A philosophy teacher would have spoken of metaphysics, immanence, transcendence, the whole damn lot… even God. Children are much more pragmatic. Besides, they are naturally atheist.

Her – They believe in Santa Claus.

Him – Well… Because theirs parents tell them that he exists, and that he will bring them gifts. Otherwise, they wouldn’t have invented him by themselves. If somebody told you that an anonymous benefactor would pay you a bonus at Christmas every year, you wouldn’t question his existence. But God never brought us anything for Christmas, and some adults still believe in him… Do you believe ?

Her – In Santa Claus ?

Silence.

Him – What’s incredible, too, is that it wouldn’t scare her.

Her – What ?

Him – The prospect of being buried ! You and I… we are wetting ourselves… Why not her ? (After a while) I’ll have to ask her tonight what she means exactly by «when we die, we go to the cemetery »… What do you think she means by that ?

She looks at him, embarrassed.

Her – Well… that.

Him – What… that ?

Her – When we die, we go to the cemetery…

He looks at her, astonished.

Him – Then you believe that too…?

Her – You don’t ?

Him – Well, of course… I mean…

He laughs at her.

Him – Wait, don’t tell me that it’s as simple as that for you too !

Her – In a way… It is.

He looks at her, mocking.

Her – I don’t know, a while ago, you thought it marvellous not to worry about anything. To be satisfied with simple answers to simple questions.

Him – Well yes, but… You’re not five years old !

Her – Ok, then. Go on. I ask you the question : Where do we go when we die ?

Him (taken aback) – Well… It’s not as simple as that…

Her – I’m listening…

Him – I don’t know, it’s… as a fact of matter…

Her – Fact of matter..? You mean as a matter of fact ?

Him – Where do we go when we die…? We go nowhere !

Her – We go to the cemetery !

Him – Well, if you want…

Her – Even if I do not !

Him – But, look… We go to the cemetery, it doesn’t mean anything ! One can perfectly well go to the cemetery whilst still alive, have a little walk around, leave the cemetery and go get lunch in a Chinese restaurant. What does that mean, go to the cemetery ? Besides, one can die and not go to the cemetery. When they don’t find the body ! You see ? In that case, you can’t say : When we die, we go to the cemetery. Can’t you see that it is not as simple as you think it is ?

Her – Well… Then if your daughter asks you again, what will you answer ?

Him – I don’t know… (He thinks about it) I will answer… When we die, we go to the cemetery… usually. If they find the body… When you are alive, you can also go to the cemetery… But when you are dead, it’s for ever.

Her (coughing) – Yes…

Where do we go when we die ? Lire la suite »